-A veces, mama, te digo, que me das un miedo loco. ¿Qué es eso, di, que caminas de otra laya que nosotros y, de pronto, ni me oyes y hablas lo mismo que el loco mirando y sin responder o respondiendo a los otros? ¿Con quién hablas, dime, cuando yo me hago el que duerme... y oigo? Será con los animales, la hierba o el viento loco.
-Porque todos están vivos y a lo vivo les respondo. También contesto a lo mudo, por ser mis parientes todos.
-Ja, ja, ja, mama, la mama, calla o me lo cuentas todo.
-Me llamaban "cuatro añitos" y ya tenía doce años. Así me mentaban, pues no hacía lo de mis años: no cosía, no zurcía, tenía los ojos vagos, cuentos pedía, romances, y no lavaba los platos... ¡Ay! y, sobre todo, a causa de un hablar así, rimado.
-¿Y qué más, qué más hacías? ¡Ve contando, ve contando!
-Me tenía una familia de árboles, otra de matas, hablaba largo y tendido con animales hallados. Todavía hablo con ellos cuando te vas escapado.
Pero ellos contestan sólo cuando no les hacen daño. No lo hostigó mi Santo Francisco y les dijo hermanos.
VALLE DE ELQUI
Tengo de llegar al Valle que su flor guarda el almendro y cría los higuerales que azulan higos extremos, para ambular a la tarde con mis vivos y mis muertos.
Pende sobre el Valle, que arde, una laguna de ensueño que lo bautiza y refresca de un eterno refrigerio cuando el río de Elqui merma blanqueando el ijar sediento.
Van a mirarme los cerros como padrinos tremendos, volviéndose en animales con ijares soñolientos, dando el vagido profundo que les oigo hasta durmiendo, porque doce me ahuecaron cuna de piedra y de leño.
Quiero que, sentados todos sobre la alfalfa o el trébol, según el clan y el anillo de los que se aman sin tiempo y mudos se hablan sin más que la sangre y los alientos.
Estemos así y duremos, trocando mirada y gesto en un repasar dichoso el cordón de los recuerdos, con edad y sin edad, con nombre y sin nombre expreso, casta de la cordillera, apretado nudo ardiendo, unas veces cantadora, otras, quedada en silencio.
Pasan, del primero al último, las alegrías, los duelos, el mosto de los muchachos, la lenta miel de los viejos; pasan, en fuego, el fervor, la congoja y el jadeo, y más, y más: pasa el Valle a curvas de viboreo, de Peralillo a La Unión, vario y uno y entero.
Hay una paz y un hervor, hay calenturas y oreos en este disco de carne que aprietan los treinta cerros. Y los ojos van y vienen como quien hace el recuento, y los que faltaban ya acuden, con o sin cuerpo, con repechos y jadeados, con derrotas y denuedos.
A cada vez que los hallo, más rendidos los encuentro. Sólo les traigo la lengua y los gestos que me dieron y, abierto el pecho, les doy la esperanza que no tengo.
Mi infancia aquí mana leche de cada rama que quiebro y de mi cara se acuerdan salvia con el romero y vuelven sus ojos dulces como con entendimiento y yo me duermo embriagada en sus nudos y entreveros.
Quiero que me den no más el guillave de sus cerros y sobar, en mano y mano, melón de olor, niño tierno, trocando cuentos y veras con sus pobres alimentos.
Y, si de pronto mi infancia vuelve, salta y me da al pecho, toda me doblo y me fundo y, como gavilla suelta, me recobro y me sujeto, porque ¿cómo la revivo con cabellos cenicientos?
Ahora ya me voy, hurtando el rostro, por que no sepan y me echen los cerros ojos grises de resentimiento.
Me voy, montaña adelante, por donde van mis arrieros, aunque espinos y algarrobos me atajan con llamamientos, aguzando las espinas o atravesándome el leño.
HUERTA
-Niño, tú pasas de largo por la huerta de Lucía, aunque te paras, a veces, por cualquiera nadería.
¿Qué le miras a esa mata? Es cualquier pasto. ¡Camina!
-¿Qué? es la huerta de Lucía. Tan chica, mama, y sin árboles. ¿Qué haces ahí, mira y mira? Esa vieja planta todo. Por vieja, tendrá manías.
-Tonito mío. Es la albahaca. ¡Qué buena! ¡Dios la bendiga!
-Pero si no es más que pasto, mama. ¿Por qué la acaricias?
-Le oí decir a mi madre que la quería y plantaba y la bebía en tisana, le oí decir que alivia el corazón, y eran ciertas las cosas que ella nos contaba.
-¿Por qué entonces no la coges?
-Chiquito, soy un fantasma y los muertos, ya olvidaste, no necesitan de nada.
-¡Ay, otra vez, otra vez me dices esa palabra!
-¿Cómo te respondo entonces a tantas cosas que me hablas?
-Mama, oye: algunas veces me lo creo, otras veces, nada... Me dices que te moriste pero hablas tal como hablabas, Cuando voy solo y con miedo, siempre vienes y me alcanzas, casi nada has olvidado ¡y caminas tan ufana! ¿Por qué te importan, por qué todavía hasta las plantas?
-Chiquito, yo fui huertera. Este amor me dio la mama. Nos íbamos por el campo por frutas o hierbas que sanan. Yo le preguntaba andando por árboles y por matas y ella se los conocía con virtudes y con mañas.
Por eso te atajo cuando te allegas a hierbas malas. Esta Patria que nos dieron apenas cría cizañas, gracias le daba al Señor por todo y por esta hazaña. Le agradecía la lluvia, el buen sol, la trebolada, la lluvia, la nieve, el viento norte que nos trae el agua. Le agradecía los pájaros, la piedra en que descansaba, y el regreso del buen tiempo. Todo lo llamaba "gracia".
-¿Gracia? ¿Qué quiere decir?
EL MAR
-Mentaste, Gabriela, el Mar que no se aprende sin verlo y esto de no saber de él y oírmelo sólo en cuento, esto, mama, ya duraba no sé contar cuánto tiempo. Y así de golpe y porrazo, él, en brujo marrullero, cuando ya ni hablábamos de él, apareció en loco suelto.
Y ahora va a ser el único: Ni viñas ni olor de pueblos, ni huertas ni araucarias, sólo el gran aventurero. Déjame, mama, tenderme, para, para, que estoy viéndolo. ¡Qué cosa bruja, la mama! y hace señas entendiendo. Nada como ése yo he visto. Para, mama, te lo ruego. ¿Por qué nada me dijiste ni dices? Ay, dime, ¿es cuento?
-Nadie nos llamó de tierra adentro: sólo éste llama. -¡Qué de alboroto y de gritos que haces volar las bandadas! Calla, quédate, quedemos, échate en la arena, mama. Yo no te voy a estropear la fiesta, pero oye y calla.
¡Ay, qué feo que era el polvo, y la duna qué agraciada!
-Échate y calla, chiquito, míralo sin dar palabra. Óyele él habla bajito, casi casi cuchicheo.
-Pero, ¿qué tiene, ay, qué tiene que da gusto y que da miedo? Dan ganas de palmotearlo braceando de aguas adentro y apenas abro mis brazos me escupe la ola en el pecho. Es porque el pícaro sabe que yo nunca fui costero. O es que los escupe a todos y es Demonio. Dilo luego.
Ay, mama, no lo vi nunca y, aunque me está dando miedo, ahora de oírlo y verlo, me dan ganas de quedarme con él, a pesar del miedo, con él, nada más, con él, ni con gentes ni con pueblos. Ay, no te vayas ahora, mama, que con él no puedo. Antes que llegue, ya escupe con sus huiros el soberbio.
-Primero, óyelo cantar y no te cuentes el tiempo. Déjalo así, que él se diga y se diga como un cuento.
Él es tantas cosas que ataranta a niño y viejo. Hasta es la canción de cuna mejor que a los niños duerme. Pero yo no me la tuve, tú tampoco, mi pequeño. Míralo, óyelo y verás: sigue contando su cuento.
ALCOHOL
Resbalando los pastales y entrando por los viñedos que el Diablo trenza y destrenza desde la cepa al sarmiento, dan al animal y al indio tufos de alcohol violento y ambos ven la llamarada que salta de pueblo a pueblo, con la zancada y la mueca del mono que corre ardiendo.
Al indio el payaso trágico le robó el padre en su juego; al otro quemó el pastal que blanqueaba de corderos, y a mí me manchó, de niña, la bocanada del viento.
Vaciaremos los lagares y aventaremos los cueros, para quemar la demencia de los mozos y los viejos. ¡Ea, el chiquillo y la bestia! ¡Vamos por bodega y pueblos, vamos, como los cruzados, hostigando al Esperpento!
MONTE ACONCAGUA
Yo he visto, yo he visto mi monte Aconcagua. Me dura para siempre su loca llamarada y desde que le vimos la muerte no nos mata. Manda la noche grande, suelta las mañanas, se esconde en las nubes, bórrase, acaba... y sigue pastoreando detrás de la nubada.
Parado está en el sueño de su cuerpo y de su alma, ni sube ni desciende, de lo absorto no avanza; su adoración perenne no se rinde y relaja, pero nos pastorea con lomos y llamarada aunque le corran cuatro metales las entrañas. La sombra grave y dulce rueda como medalla; ella cae a las puertas, las mesas y las caras, los ojos hace amianto, los dorsos vuelve plata, conforta, llama, urge, nos aúpa y abrasa, Elías, carro ardiendo ¡Monte Aconcagua!
Cebrea los pastales, tornea las manzanas, enmiela los racimos, enjoroba las parvas, hace en turno de Jove, tempestad y bonanzas cuenta y recuenta hijos y de contar no acaba...
Le aguardan espinales a la primer jornada; después, salvias y boldos con reveses de plata, y a más y a más que sube el pecho se le aclara: arrebatado Elías, ¡Elohim Aconcagua!
A veces las aldeas son de su ardor mesadas y caen desgranándose en uvas rebanadas. Mas nunca renegamos su pecho que nos salva, parece sueño nuestro, parece fábula el que tras de las nubes su rostro guarda. ¡Elohim abrasado, viejo Aconcagua!
Yo veo, yo veo, mi Padre Aconcagua de nuestro claro arcángel desciende toda gracia. Ya se oyen sus cascadas, por las espumas blancas la madre mía baja y después se va yendo por faldas y quebradas. ¡Demiurgo que nos haces, viejo Aconcagua!
Di su nombre, dilo a voces para que te ensanche el pecho y te labre la garganta y se te baje a los sueños. Aconcagua "padre de aguas", Aconcagua, duro gesto, besado del Dios eterno y del arrebol postrero. Algo ha en tus manos, algo que invoca por tus dos pueblos. "Paz para los hombres, paz", bendición para el pequeño que está naciendo, dulzura para el que muere...
FLORES
-No te entiendo, mama, eso de ir esquivando las casas y buscando con los ojos los pastos o las mallacas. ¿Nunca tuviste jardín que como de largo pasas?
-Acuérdate, me crié con más cerros y montañas que con rosas y claveles y sus luces y sus sombras aun me caen a la cara. Los cerros cuentan historias y las casas poco o nada.
-Y a mí que me gusta tanto pegarme a cercos de casas y traerte por cariño rosas y lilas robadas...
-No es que deteste las flores es que me ahogan las casas. Oye tú, cuando las hacen desperdician las montañas, apenas si ellos las miran como si fueran madrastras.
-Claro, tuviste el antojo de volver así, en fantasma para que no te siguiesen las gentes alborotadas, pasas, pasas las ciudades, corriendo como azorada, y cuando tienes diez cerros, paras, ríes, dices, cantas.
-Tapa tu boca, que tú no les pones mala cara y gritas cuando los Andes con veinte crestas doradas y rojas, hacen señales como madres que llamaran. Yo te gano la porfía, indito cara taimada. ¿Cómo vas a convencer a la criada en sus faldas y guardada de sus sombras y de ellas catequizada? Me duermo a veces mirándolas, tomada, hundida en sus faldas. Y con entregarme a ellas mis penas se vuelven nada. Ya no soy, sólo son ellas y lo que manan: su gracia.
-¿Qué es lo que tú llamas gracia, pobrecita que no llevas sobre ti cosa que te valga?
-La gracia es cosa tan fina y tan dulce y tan callada que los que la llevan no pueden nunca declararla, porque ellos mismos no saben que va en su voz o en su marcha o que está en un no sé qué de aire, de voz o mirada. Yo no la alcancé, chiquito, pero la vi de pasada en el mirar de los niños, de viejo o mujer doblada sobre su faena o en el gesto de una montaña. Bien que me hubiese quedado sirviéndola embelesada, pero fue mi enemigo la raya blanqui-dorada de una ruta de un río y más y más un mar de palabra.
-No te entiendo ¿por qué tú siempre andas pensando para mí en una parada, en hoyos de aburrimiento de uña casa y otra casa...?
-Es que, como el pecador, amo y destesto las casas: me las quiero de rendida, las detesto de quedada.
-¿Y cuándo voy a parar yo, mama, si tú no paras?
-No te podría dejar en la tierra ajena y rasa, sin un techo que te libre de viento, lluvia y nevadas. ¿Cómo volvería yo a mis huertos y a mi Patria, a mi descanso, a mi término, al ruedo ancho de mis muertos y a la eternidad ganada, dejándote a media Ruta como las almas penadas?
Cuando empezamos a andar tú no tenías "compaña" ni para la noche ciega ni las rutas escarchadas. Ya miraste, ya aprendiste cómo se siembra y se planta, cómo se riega el durazno y la sequía se mata, y se ahuyenta la peste hasta que la peste acaba.
Cuando mañana despiertes no hallarás a la que hallabas y habrá una tierra extendida, grande y muda como el alma. Apréndete el oficio nuevo y eterno. Pide tierra para ti, cóbrala. Es la tierra en la que yo tu pobre mama fantasma fue feliz como los pájaros.
-¿Te me vas, di? Sí, ya vas yéndote.
-Porque ya me estoy cansando de ver y contar montañas, me voy a entrar por la puerta sin llaves y sin murallas. Déjame, déjame entrar, nadie se allega a fantasmas. Aunque alinden La Serena y se la aúpen a Corte con Czar y torres doradas, lo mejor siempre serán sus huertas embalsamadas, su oración crepuscular y el canto de sus campanas.
-Yo te sigo, la mama, aúpame, que voy a pata pelada.
-Salta las cercas, no temas, esa huertera no es mala. Por allá azulean uvas y aquí las flores casi hablan. ¡Eh! ¿te llenas los bolsillos?
-¿Y qué te creías, mama?
-¡Qué saqueo estás haciendo! ¡Uvas negras y rosadas!
-Y tú no me ayudas, no; y estás como embelesada.
-Sí, también estoy cogiendo, pero no cosa vedada. Son gajos de flores rústicas que tú me escoges trocadas, porque no sabes de flores y disparatas al mentarlas. Sigamos andando digo, te las miento y doy cortadas. ¿Ves? Te pesan los racimos. Las mías no pesan nada. Este manojo, oyeló, es no más gajo de salvia. ¿Cómo que no la conoces si como tú, es campechana? Ella crece, cunde, medra, como cosa de nonada. Tú la has visto en cualquier huerta, pero no es aseñorada y medra hasta en los potreros echando flor azulada. Mírala, abájate, huele. Ya, ya. No vas a olvidarla.
-Mama, tú hablas de las matas como si fueran "cristianas". ¿Cómo te acuerdas del nombre y del olor te atarantas?
-Calla y miéntala una vez, dos veces, tres, ya, ya basta. Ahora, ahora esta otra...
-Oye, yo me sé los pájaros, me los hallo porque..., cantan. No te digo lo demás, porque de todo te espantas.
-¿Que tú los coges, es eso?
-Ahora ya no digo nada.
-Ya entendí ¡qué cara fea! Eso me cuentas mañana. Ahora estoy dándote a oler este romero de España, al que llaman de Castilla.
-La mama se lo tenía, pero ya me lo olvidaba. ¿Es que tú tenías huerta? De eso no me has dicho nada.
-Te escapas, sacas el cuerpo, pero soy, has de saber, una fantasma porfiada. Y este otro gajo cogido es de toronjil, ya basta. Pero si hemos de seguir así con las manos dadas, yo me tengo de mentarte lo que nunca te mentaron. Es muy lindo bautizar las criaturas amadas
-Mama, dices "criaturas", pero estos pastos son nada.
-Ahora te pongo a dormir tu siesta. Tiéndete y calla. A lo mejor te dan lindo sueño las tres agraciadas. Estás amurrado, sabes duerme, duerme, te hago "nana"
-Las flores de Chile son tantas, tantas, mi chiquillo, que si te las voy mentando te azoran y te atarantan. Te voy a contar de algunas. Párame si es que te cansas. Unas serán las "catrinas", otras, campesinas rasas.
Ya sabes que no me sé mucho a las "aseñoradas" que no quieren doncelear de las campesinas rasas y les ponen el mal gesto que les dan a sus cabañas.
Voy a decirte lo que con la pobre menta pasa, también con la hierbabuena e igual con la mejorana.
-¿Qué les pasa, mama, di?
-Que ellas huelen todo el año y las rosas una semana, y tanto que pavonean de su garbo y de su gracia...
Por estos lados prosperan ésas que mientan Susanas y no es más que la merita manzanilla oji-dorada, un sol pequeñito, una que no presume de nada. Desde que hacemos camino parando en huertas o casas, nos sale al paso y saluda así con la frente alzada, y aunque son tantas las rosas amarillas y rosadas, la paisanita y la blanca, más duran menta y romero.
Aquí donde cabecean las que auguran bodas o nada, vale la pena parar por estas oji-doradas aunque ellas están rendidas y hartas de ser consultadas. Porque de novias de veinte, ansiosas y atarantadas, siempre le están preguntando "si el novio cumple o si nada".
Cuando ya te llegue el tiempo de noviazgos y jaranas, andarás también buscándolas con la codicia en la cara: "Me quiere", "me quiere mucho" o "poquito" o "casi nada". Y las manzanillas van a responder en voz baja: "mucho", siempre, hoy y mañana. Y la rosa va a decir: "mucho" y sólo una semana.
-De noviazgos, no sé nada...
-¡Qué pena, Mío, no verte con novia encocorocada, la iglesia hirviendo de luces y la aldea de campanas.
-Cuando hablas así de loca, mama mía, me atarantas. Mejor te callas y tomas las manzanillas cortadas.
-Gracias, sí, mi niño, pero no me gustan de cortadas. Se doblan sus cabecitas y en poco, no valen nada. Pero los grandes ni tú entienden la salvajada y despojan a la Ruta que les echa una mirada dura que los va siguiendo como insistente palabra.
-Mama ¿ves como eres loca? Ni quieres verte enflorada. Pero yo te quiero mirar tan feliz como unas Pascuas y quiero oírte cantar en vez de decir palabras que te oigo y no te entiendo y que son como quedadas... Canta el viento de tu nombre, llámalo según lo llamas, porque sólo cuando cantas se nos aviva la marcha.
-Cuando me pongo a cantar y no canto recordando, sino que canto así, vuelta tan sólo a lo venidero, yo veo los montes míos y respiro su ancho viento. Cuando es que el camino va lleno de niños parleros que pasan tarareando lo mas viejo y lo más nuevo, con semblantes y con voces que los dicen placenteros, yo veo una tierra donde tienen huerto los huerteros. Y cuando paro en umbrales de casas y oigo y entiendo que Juan Labrador ya se labra huerto suyo y duradero, a la garganta me vienen ganas de echarme a cantar tu canto y lo voy siguiendo.
Parece que hasta la Tierra que llaman "bruta" los lerdos se puso a hablar cuando vio el reparto de mil huertos. Cantaba y yo me lo oí y canté días enteros y canté junto con ellos y el silbo de cuatro vientos: Viento Sur y Viento Norte con el Este y el Oeste. ¡No hubo día entre los días tan dorado y tan ferviente!
Cuando ya cae la noche y me está llamando el sueño, y alguna puerta se me abre que es la de Juan Cosechero, digo: Yo bien duermo aquí, porque me va a dar buen sueño.
Cuando es tiempo del maíz granado y el trigo tierno y siento cortar mazorcas que caen como entendimiento, con mi cuerpo de mentira donde se sientan me siento. No me duele el que no vean en cuerpo a la que es de sueño que se hace y se deshace y es y no es al mismo tiempo. Lo que importa es que los miro, que los palpo y me los tengo felices como en los cuentos.
Me gustan los ademanes y los gestos de mi gente, el bien volear el trigo y el abajar el ciruelo, el regodear la frutilla y cogérsela con tiento. Me duelen las podas duras del parrón que vi pequeño, el oír caer el trigo recto y con un tarareo. Pero lo que más me gusta es ver subir los renuevos. Parece que son llamados y que van apareciendo: un dedito, diez y ciento y el uno mirando al otro y todo el árbol contento; y Primaveras y Otoños de manos de Dios saliendo y poquito a poco, todas las ramas secas "volviendo" y gesteando azoradas de que la Muerte fue cuento.
Con los brotes asomados están ojeándose y viéndose sin costumbre y con sorpresa que todo vuelve de nuevo y con unas timideces de niños con traje nuevo. Los dos mil duraznos pálidos y los doscientos ciruelos, y las vejanconas parras bajito se cuchichean y corre de mata a mata el chisme y sigue corriendo. Y el que los puso a dormir les va apurando el suceso y cada día amanece más donoso el viejo huerto. Pasa toditos los años y siempre parece cuento que el huerto vive su muerte y no le cuesta el morir y tampoco el devolverse.
No comer fruta pintona por puro atarantamiento. Unas semanitas más y todo llega devuelto color, aroma, sabores, gritería y canasteo.
-Esas muchachas que buscan flores, no las cogen, Mama. ¿Qué les pasa que no ven la retamilla y la malva, la topa-topa y la albahaca, el huilli, varilla brava?
Sabes, por ser hierbas locas ellas las mientan cizañas. Oye: por donde pasamos se da la flor de la araña, también el amancai, y aquellas "varillas bravas". No cortan, siguen de largo, como si viesen nonada. Dijiste tú que reparten a los pobres tierra dada. Cuando me la den a mí, verás que pongo turnadas la lenteja con el pilpu.
-Yo no sabía, chiquito, que las flores te importaban. Gentes hay que ni las ven y pasan como que nada.
Son los tontos, pero acuérdate de cuando pasa una oleada de menta o huele-de-noche o de la varilla brava.
-Esas, bah, salen solitas ¡nadie las riega ni planta!
LUZ DE CHILE
¿Qué tendrán las piedras pardas y los pedriscos y el légamo que al más cascado lo llevan alácrito de ardimiento? Es como que el Valle hace de camino y de viajero y nos lleva liberados de jornada y de aceceo.
La luz viva travesea a donaire y devaneo y da mirada de amante rica de descubrimientos. Prendidos a lo que amamos vistas ni aromas perdemos y por la luz que tuvimos de muertos seguimos viendo.
Hermana loca la Ruta, Madre Luz y Padre el Viento, y tu Norte aventurero no me faltéis que voy sola con un huemul y un pergenio.
Lleva un lindo trotecito el ciervo en Abel contento y el Valle se nos anima de sus locos corcoveos.
Por fin la sonrisa sube al indio en corto chispeo y a los tres ya no les pesa el mundo que recibieron.
La luz del Valle Central es la que nos da ardimiento, hace ver el maizal en muchachada que danza y las melgas de frijoles son un baile de muchachas.
Ella muda el nisperal en cargazón de luceros; de la higuera hace matrona inmóvil por regadora; de cada piedra hace otra que es Reina y camina...
LA RUTA
¡Qué hermosa corre la ruta de Rapel al río Laja antes de que lluvia o nieblas la pongan bizca o cegada! Sin brazo alzado conduce como nos lleva nuestra alma, y va recta a su destino si los Andes no la atajan o le tuercen la aventura como al amante y la amada.
Y esta ruta no va, no, desnuda ni solitaria: va asistida de poleos, de hierbabuena y de salvias, adulada de alamedas o silabeada de cañas.
Por que de rasa y lampiña no haya tedio la cuitada, y por que la vagabunda no pare en desesperada, sigue, sigue, sin relajo, como loca o embriagada. ¡Qué obsesión y voluntad la cogió, la lleva y manda para que no la detengan la tormenta, la nevada, el torrente, la pedrera y el rodado que la alcanza...
Va zurcida de charoles como la carne estropeada y, a trechos, suelta unos visos como de anguila empapada. Por fin a la noche llega libre de tropa y muladas y la restaura el rocío de la ancha noche estrellada.
Todos los colores caen a la sierva y la humillada; ella asusta en los ponientes lamida de cobre en llamas y en noches de luna embruja cual Sulamita azulada. Pero es más la Mujer-Ruta en sus estameñas pardas, nieta de Tahuantinsuyo sin facciones, voz ni nada, Mama Ocllo cargadora, toda silencio y espaldas, sin contar cuánto se sabe por más que sepa mil fábulas. ¡Lleva, lleva y aunque arribe nunca duerme en las posadas y del amor que la lleva será que corre embriagada!
Tan fiel que lleva, por más que mude nombres y caras, desde lo llano a lo pino, voluble de alucinada y en loco garabateo de conflictos y de alianzas.
Los que marchan van alertas como van las vivas aguas... que la cuesta que el atajo, que la gran piedra rodada, que el tronco de laurel roto, que el granizo, que la escarcha... Húmeda, enjuta, callada, recogiendo va las huellas nuestras, como hijas amadas, y sin fatiga ni tedio las recuenta en las paradas: madre nuestra en lo paciente, lo fiel y lo resignada.
Días y días conduce sin voluntad, como el llama, y de repente la odiamos por lo morosa o la larga, y cuando ya nos rendimos tomará nuestra jornada pues de pronto no la vemos ni oímos más nuestras plantas y empieza un andar dormido de Eternidades bienhadada, y mujer, y bestia y niño, como del viento llevados, bruscamente despertarnos en una aldea impensada o en unas huertas que huelen a vendimia consumada.
A ratos, la Ruta chilla por el carro de manzanas, o el tractor que va gimiendo de maderas embalsamadas; y la ofenden la tropilla y el mayoral que la canta.
El mayoral de los Andes nos mira empinado el ceño -blanca el ansia, blanco el logro y los escondidos fuegos. Con alburas paternea y nos aguza el deseo y sin brazos nos sostiene como los dioses sin cuerpo.
Están haciendo el curanto mujeres encuclilladas y lo hacen para alegría y perdición, los cuitados y las cuitadas que silban y ríen enajenadas.
Todavía quien se acuerda da con mano rebosada, lo mismo si el hambre es Ángel que si es gente perdularia. En donde no son ciudades pasa tal como pasaba: que dos miradas se cruzan, piden y dan sin palabras y una cena de patriarca llega como fabulada...
A pesar de tiempos duros y Padrenuestros que fallan, hacienda o rancho responden al grito o a las palmadas. ¡Bendito el Dios que está vivo y abaja tranqueras altas y la cara del disco de oro que acude como llamada trayendo la taza humeante que a los hambrientos alarga!
Danos un respiro, tú, Ruta-chasqui sin paradas, oye que en el viento viene un rasgueo de guitarras, y mujeres que las tañen entre ardientes y quedadas. ¡Lo mismo te da aguardar que llevarnos. apurada!
Suelta, Ruta, la tropilla, que por fin se ve una granja en donde están ordeñando a gemelas rebosadas. El señor que caminó probaría estas jornadas y tuvo sed y pedía para toda su compaña. Mira que el campo será de Abraham, si nadie ataja...
La mi bestiecita hambrienta éntrese por las cebadas, porque vamos a pedir a la dueña de vacadas como quien cobra en el flanco materno, leches sobradas.
Allégate, el indiecillo, coge por ti y la compaña... Hambre que tienes no dices y siempre hay que adivinártela. Pide, que el indio no niega, tampoco los "caras-pálidas".
Come lento, bebe lento, que por las veinte semanas no sabemos cortar pan ni beber espumas altas; y entre un sorbo y otro sorbo, mira a la mujer callada, que en el temblor es María y en lo preferida, Sara, y ve los brazos ligeros que siegan, al sol que abrasa, mientras yo mascullo algo parecido a acción de gracias.
CORDILLERA
I
Este día ya no digas mas, que me la sigo viendo y se me van a quedar en los ojos veinte cerros. ¡Es la Patrona Blanca que da el temor y el denuedo!
-¿Por qué no se acuesta nunca y no se baja? No entiendo. Yo jugaría con ella, con susto, pero riendo; mas ella está encocorada y nunca, nunca baja a vernos. La grito por si responde y apenas contesta el eco. ¿Y siempre va a estar así, mama? ¿Por qué estás riendo?
-Porque a la vez, tú la quieres y a la vez, le tienes miedo. Dicen que el cordillerano mamó leche de dos pechos, el uno blando y florido, el otro taimado y recio. La madraza de ojos fijos sólo les copiaba el gesto, y el vendimiador contento y el fatigado minero, rostro dichoso tenían contando en hijos sus cerros, y yo bien me la tenía en las veras y en los sueños.
-Mama, pero eso que no habla ¿cómo es que algo te decía?
-No eran palabras, con gestos iba diciendo y diciendo...
-¡Qué cara pones, la mama, y lloras y no es de miedo! Y ahora a causa de ti siempre voy a estarme viendo lo mismo que tú, y a urdir con ella veras y cuentos...
Aunque queremos la Ruta varia, ardiente y novelera, y al mar buscamos oír el duro grito y la endecha, pasa siempre que volvemos el rostro a la Madre cierta. Cuando decae la marcha y la garganta jadea y nos miramos, tú, Ciervo, y yo, la apunta-senderos, cae la vista rendida, sin buscarlo, sin saberlo, sobre aquella Dama Blanca que mira y mira sin gestos, y la divina y la fiel, puro amor y seguimiento, la mirada nos devuelve, como amando y entendiendo.
-¿A ti te ha querido, a ti, que me pones ese gesto?,
-Tal vez. Eso parece un sí y un no al mismo tiempo.
II
Andando va con nosotros como un sueño verdadero, casi tocando el costado la dueña de nuestros cuerpos, como una sola alma fiel y con semblantes diversos.
Mirando recta hacia el niño, haciendo señas al Ciervo, y cerrándoseme a mí en un nudo que le entiendo, mi cordillera camina con sus carnes y sus huesos.
Centaura y costumbre nuestra, divina bestia sin tiempo, aupada por el Espíritu y abajada por los miembros, así, entre Dios y nosotros, existe en Pillán de fuego.
Cada uno de nosotros la va ignorando y sabiendo; le va hablando con la marcha y con el entendimiento, punzados y enardecidos de su llameante arponeo.
Sin abajarse nos cubre, lúcidos vuelve a los ciegos, y en el tumbo de la sangre nos amartillea el pecho: alto yunque que nos hace medio Arcángel, medio Hefesto. Y así nos labra y nos urge al filo de piedra y hielo.
Enderezados los tres o sin alzar nuestros cuellos, lo mismo la habemos como al Dios de tactos inmensos: la desvariamos dormidos y la sabemos despiertos.
Su vertical nos retiene o nos suben sus faldeos que los tres le repechamos en Pasión o regodeo. Nunca la alcanzamos, pero en el soñar la tenemos.
Vamos unidos los tres y es que juntos la entendemos por el empellón de sangre que va de los dos al Ciervo y la lanzada de amor que nos devuelve, entendiendo, cuando los tres somos uno por amor o por misterio.
RAÍCES
Estoy metida en la noche de estas raíces amargas, ciegas, iguales y en pie que como ciegas, son hermanas.
Sueñan, sueñan, hacen el sueño y a la copa mandan la fábula. Oyen los vientos, oyen los pinos y no suben a saber nada.
Los pinos tienen su nombre y sus siervas no descansan, y por eso pasa mi mano con piedad por sus espaldas.
Apretadas y revueltas, las raíces alimañas me miran con unos ojos de peces que no se cansan; preocupada estoy con ellas que, silenciosas, me abrazan.
Abajo son los silencios. En las copas son las fábulas. Del sol fueron heridas y bajaron a esta patria. No sé quien las haya herido que al rozarlas doy con llagas.
Quiero aprender lo que oyen para estar tan arrobadas. Paso entre ellas y mis mejillas se manchan de tierra mojada.
PERDÍZ
Oye, ¿qué gime o qué llora? Dime, dime, ¿qué le pasa? Corre adentro del trigal pero a trechos se descansa. Es más grandota que pájaro y lleva críos. ¿Es mama?
-A esas que corren las mientas la Keu y la "Copeteada" y andan desde el viejo tiempo de poetas alabadas. ¡Y tú te ibas, como loco, a coger a la cuitada! Mírala, ella va corriendo para cubrir su pollada.
-Mama, ve, no es para tanto, le tocó ser gorda y parda.
-La hubo también y la hay rojiza y aleonada. Yo me quiero a la nortina copetuda y agraciada.
-Mira qué gracia le da lo de estar toda jaspeada. Ya no se ve, siempre, siempre, ha de pasar que me llamas en el momentito mismo de darle la manotada. ¡Cada bicho me lo asustas y yo regreso sin nada!
-¡Ay, tienes tiempo sobrado para hacer la villanada! Los hombres se sienten más hombres cuando van de caza. Yo, chiquito, soy mujer: un absurdo que ama y ama, algo que alaba y no mata, tampoco hace cosas grandes de ésas que llaman "hazañas".
-Es que tú no eres "de veras", y andas..., sí, como trocada. Repíteme el nombre de ésa.
-Tiene varios, Keu la llaman. Keu, Keu, allá en Atacama, tuya i mía. Di: "Keu, Keu" ¡Tiene no sé qué de gracia! En cuanto suben los trigos y el maíz bate su caña, un rumorcillo va y viene que nos vuelve y que nos para y nos persigue la vista y a los tres nos ataranta.
Es doña Perdiz que busca como comadre azorada, porque, ¡oye! la ambiciosa tiene el nido y la pollada. Vuela y corre, para y sigue de tres críos azorada. Y menos vuela que corre, porque ella nació pesada. Corre y vuela con el pico lleno de trigo y de granza.
-Mama ¡pero qué mal vuela! ¡casi la cogemos, mama! Con que corramos ligero le atrapamos la nidada.
-Pero vuelan, sí, también, por la estación azoradas las grandes señoras que llaman apenas "torcazas" y que son gruesas y hermosas como las mejores damas. ¡Qué bien comidas parecen, qué cortitas, pero qué anchas, con nutridas plumazones como de manos pintadas! Ellas a la vez parecen señoronas y aniñadas... Un gritito corto nos denuncia a las azoradas y corren y medio vuelan a la vez torpes y rápidas. ¡Qué vocecilla que tienen estas señoras pintadas! No te pongas a correrlas, porque a la madre atarantas. Ya basta con que el hambriento las rastree hasta encontrarlas. Ya corre, ya te despista, ya se pierde, ya está salva.
Óyeles el tierno pío que es mitad queja y llamada. ¡Cómo podremos tumbar niña tan llena de gracia!
Se ve su "postura" con cuatro huevecillos: ¡nada! ¡Que está cayendo la tarde y vuelven a la nidada! Una quisiera tenerme sobre el pecho o en las faldas, pero si me las atrapo ¡qué vergüenza de la hazaña! Chiquito, ésa es la tórtola, siempre corriendo apurada por los "malhoras" que pasan con diez hambres atrasadas. Mejor fuera, si las cogen, llevarlas a nuestras casas, casi, casi, casi mansas.
-Mama, parece que lloran.
-Cállate que se atarantan. Unas medran en la puna y otras viven en las playas. Yo creo que son los trigos los que las cubren y amparan. ¡Ay, ay! me dan tal mirada que apenas las he cogido me las suelto avergonzada...
-Te pones tonta tú, dámelas. ¿No ves que cuesta atraparlas?
-¡Ah! ¿también tú? Sí, también te aficionas a la "hazaña" de matar cuanto te encuentras por cerros y por llanadas.
-Pero si todos los niños, toditos, te digo, matan. ¿Qué se te ocurre que coman si está la carne tan cara?
-Ya me sé la cantilena.
-No te vuelvas chocha, mama, ellas se comen la hierba como unas desesperadas.
-Deja que maten los otros; tú, mi chiquito, no lo hagas.
-Como tú no comes nunca de esto no comprendes nada. Te hago caso algunas veces cuando hablas como hablabas, cuando eras de carne y hueso y vivías en las casas... Ahora las gentes dicen que eres cosa trascordada...
-¡Cómo te echan a perder las comadres cuando te hablan! Eres uno caminando conmigo, la mano dada, pero en cuanto te me escapas, te me vuelcas como un jarro y mudas de rostro y habla.
-Oye, pobrecita, óyeme: ahora ya sé lo que pasa. Me han contado las comadres que tú eras, que tú fuiste, que tuviste nombre y casa, y bulto, y país y oficio; pero ahora eres nonada, no más que una "aparecida", bulto que mientan fantasma, que no me vale de nada.
-Sí, mi niño, yo sabía que vendría una mañana en que tu manita diestra se soltaría asustada de palpar y darte cuenta de que es mano de fantasma...
Yo te vi sobre el desierto como la liebre extraviada y bajé, sin más, bajé como la flecha apuntada. Los hombres no quieren, no, ver que marchan con fantasmas, aunque así van por las rutas y viven en sus moradas.
Yo te dejo, sin dejarte, yo habré dos vidas bizarras; llevaré el color del aire y del mero aire las hablas. Te haré cantar a la alondra porque no escuches la rana; te enseñaré a deletrear la callada Vía Láctea, te haré olvidar en el sueño a la muerte malhadada.
-Oye, por qué a veces, vos calláis, mi mama-fantasma, y parece..., sí, parece que contra alguno porfiaras. Yo no veo a nadie, pero es como que a alguien hablaras. Sin razón de cargar nada, el andar se te relaja. Parece que respondieses y yo no veo a quien hablas.
-Menos te pregunta tu ángel guardián y te cuida y calla... ¿Y para qué has de saber el nombre de tu "compaña"? Muy bien que nos avenimos, legua a legua, marcha a marcha. Cuando se muera el camino como raya cancelada y llegues tú adonde ibas te lo sabrás sin palabras.
Vuelva la cara a tu diestra que hay un árbol de castañas y puedes encaramarte y no te va a pasar nada. Yo de abajo te sostengo sin más que darte mi espalda.
-¡Pero tú no tienes fuerzas, mama. No tienes ni espaldas!
FRUTILLAR
Vuela un olor delicado y tímido y placentero, delgado como la brisa, íntimo como el aliento. Lo había olvidado andando campos de olores violentos que se dicen y declaran casi, casi como un grito. Sí, sí, ya no recordaba este aroma de embeleso.
Es el frutillar tendido que crece callado y lento, pero en la estación del fruto se declara desde lejos y hace torcer el camino al distraído o al lelo.
El bulto del frutillar se disimule en el huerto y el pobrecillo se ignora que su olor de cerca o lejos lo denuncia y lo declara y siempre lo está "vendiendo".
-Abájate, mi chiquillo, hay frutas que estoy viendo. Abájate, coge pocas y deja algo a los que vienen, y cógelas con cuidado que él se tiene sus recelos.
-Otra vez vas a decirme que el frutillar tiene miedo.
-Sí, que lo tienen por unos que lo revuelven sin seso.
-Voy, voy, pero te descansas. Que no te rindas. Parece y que tu cuerpo no es cuerpo. Por eso ya voy creyendo que eres fantasma sin sueño. Pero te sigo y te sigo y de tanto acompañarte ¿tú no lo ves? Ya te quiero...
No cuesta nada coger frutillas, aquí las tengo. ¿Que no las comes, que no? Son maduras, estás viendo. Las hueles, las vas contando y no las comes. No entiendo. Y te pones a entonar y ese canto es extranjero. ¿De dónde te lo sacaste? No cantan eso en mi pueblo.
-Es que yo quiero que cantes para acortar el sendero. Aunque siempre lo hice mal, yo canté con alma y cuerpo.
-Tú quieres decir, repite, Mama, "yo canté con alma y cuerpo".
-Mal se portó mi garganta, poquito menos el cuerpo. Unos me decían ¡sigue! otros me daban denuestos. Ahora me vengo acordando, porque cansado te veo, que aquel cantar me aliviaba de mucho, casi de todo, todo, todo lo olvidaba. Las gentes se me reían de la voz y las palabras y yo seguía, seguía...
CHILLÁN
La ciudad de amansaderas, curtidores y alfareros, tiene tendones heridos y un no sé qué de lo huérfano, y a medio alzarse nos cuenta de su tercer nacimiento.
El Volcán baja a buscarla como quien busca su oreo. Pero ella, que es mujer, le hurta el abrazo tremendo, y de todo tiempo dura su amor sin aplacamiento.
Él juega en todas las rondas, vuelto niño de su tiempo. Da a Eduardo su romance y a Manuel sopla sus cuentos y a Pablo le hace cantar su más feliz canto nuevo.
Él baja por no olvidar la Cordillera, la madraza araucaria, la feria del chillanejo.
Y cuando baja, lo sigue por la vertical del vuelo Doña Isabel, y se adentra por éste y el otro pueblo donde un corro de mujeres baila bailes de su tiempo; y entre una y otra danza, nos averigua si habemos más pan, más leche y contento. Y ahora le vamos a contar que cunden cosas y puertos.
Doña Isabel se retarda, Bernardo vuelve contento y después, después, los dos vuelven tejiendo el comento.
En la presencia callada y viva, es el largo aliento de uno que vive en mundo como un sacramento que en la caída nos alza y en la lentitud da el vuelo. Él frecuenta a los ancianos y llega a los nacimientos, y acude a las bodas y amortaja a nuestros muertos.
Por la feria de Chillán donde rebrillan en cercos maíces, volaterías, riendas, estribos, aperos, cruzaremos sin pararnos y azuzados del deseo, porque la que va en fantasma voz no lleva ni dineros.
Arden eras chillanejas. Todo Chillán es fermento. Toda su tierra parece ofrenda, fervor, sustento, y salta una llamarada que nos da a mitad del pecho. Ternuras balbuceamos al Padre, oídos abiertos, y Él mira y oye a sus tres carrizos calenturientos.
Dejen que lo mire largo en el último reencuentro, que lo beba fijamente hasta que imposible sea verlo y que sus memorias vayan bajando como en deshielo.
Por esta tierra que mira con pestañas abrasadas y unos barbechos de oro y un trascender de retamas.
Encumbraría el Bernardo cometas pintarrajeados, mestizo de ojos de lino, hombros altos, cejas bravas.
Voces de doña Isabel venían en la venteada. Pero tirado en maíces el mozo oía otras hablas, la oreja puesta en la tierra y la vista desvariada. A otro grito el cimarrón apenas se enderezaba, y volvía a dar la oreja a la greda y a las pajas y a lo que ellas le decían.
Doña Isabel lo quería suyo y lo mismo la Parda, y el Bernardo entre las dos como un junquillo temblaba. La Parda se lo luchaba y de vuelta, trascordado, las dos sílabas mascaba y sería de esa brega la luz que lo iluminaba.
BOLDO
Pasamos alborotados de una ola de fragancia. Demorar, mi niño, el paso, gozar al aire su gracia. Tan austeros como viejos druidas en acción de gracias, convidando con su gesto a tomarlos de posadas. Mienten sus hojas por rudas que no son cosa cristiana, pero vuelan por el mundo sus hojas hospitalarias. Corta, ponlas en tu pecho, aunque son duras, son santas y responden al que pasa con su dulce bocanada.
-Dijiste que donde son los árboles cosa santa allí vamos a dormir y a recogerles la gracia.
-Sí, sí, chiquito, olvidé. Yo me llamo "Trascordada". Aquí se duerme sin pena doblando la trebolada. Agradece, cara al cielo, resplandores y fragancias. ¡Qué mal que duermen los hombres en su agujero de casas! Se desperdician las yerbas y la ancha noche estrellada. Acuesta al Ciervo con cuido ¡No se vaya de jarana! Lo rodeas con el brazo y le resobas la espalda.
-Se llama lomo dijiste. ¿Ves como estás trascordada?
NOCHE ANDINA
La noche de nuestra Patria de estrellas acribillada en cedazo a lo divino está colando las almas. Hierve así del esplendor como una Escritura Santa. ¿Por qué será que dormimos cuando ella dice palabras que el Día se desconoce y que sólo de ella bajan?
Tanto fervor tiene el cielo, tanto ama, tanto regala, que a veces yo quiero más la noche que las mañanas.
-¿Qué dices, qué, mama mía, que no quieres la mañana?
-¿Es que sabéis nuestros nombres mas que se los sabe el alma? ¿Qué miráis y qué veis, para palpitar como azoradas? O es que sólo nos decía: Olvidad vuestra jornada para que olvidada se alce la memoria trascordada.
Arde, palpita, conversa la Madre Noche estrellada, anula faenas, cuidos, y borra ruta y jornada. Era mentira que el Día canta, cuenta, y sabe y ama. Es la Noche la nodriza que sabe, que vela y canta, la clara y profunda noche de las manos alargadas.
Nos habla el tapiz de fuego con urgidoras palabras. Parece como que cantan, de nuestro amor embriagadas.
Ay, perdimos en un tiempo que la memoria nos guarda por culpa que no sabemos la lengua en que nos habla. Las estrellas siguen dando en densa leche dorada sus pulsaciones ardientes su exigencia apasionada. Juntad las señas dispersas y que bajen en palabras. Arded más por ayudarnos. Ya casi sois llamaradas. Ya parece que cantáis una estrofa única y alta.
-No deis más, que somos sólo un niño, un cervato y este atribulado fantasma.
-Mama, no sigas hablando, me pones susto en el sueño.
LA TENCA
Como que ella nada fuese por la color deslavada, quédate bajo el peral hasta que cante en su rama.
-¿Y cuánto espero? ¿Hasta que de cantar le dé la gana?
-Pero no nos ve y por eso ya empieza desaforada.
-Mama, mejor canta el tordo cuando mira a su nidada.
-Qué ganas de hacer disputa, mi niño, cuando eso canta. Aunque cantaban arriba, yo bajé de donde estaban y bajé, chiquito, sólo por ver mi primera Patria, y porque te vi vagar como los cuerpos sin alma. Calla tú ahora, que ya no revuela y canta y canta. ¿Le has matado alguna cría? Di. -Pero esa no cantaba.
-No cantan cuando es tu antojo, sino haciendo la nidada.
-Tanto que ya me enseñaste, pero no a cantar tonada. ¿Tú no aprendiste a cantar con esos que arriba cantan?
-Cuando ya calle la tenca sigues tú. ¿No dices nada? Tan lindo cantó la madre que yo, fijo, la escuchaba, trepándome a sus rodillas y escuchando embelesada. El canto no me dormía, que fui niña desvelada. Pero calla y déjame oírme esa bienhadada.
-¿Bienhadada dices? -Sí. Tal vez ellas tengan hada.
-Pero fuiste tú la que me contaste que no hay hadas.
-Porque querías hallártelas y no se buscan, que se hallan...
-Siempre, siempre tu diciendo un sí y un no. ¿Por qué, Mama?
-Porque algunas cosas son a la vez buenas y malas, tal como ocurre con hojas de un lado aterciopeladas y con el otro te dejan con la palma ensangrentada. Casi no parecen hojas, parecen mujeres malas.
CAMPESINOS
Todavía, todavía esta queja doy al viento: los que siembran, los que riegan, los que hacen podas e injertos, los que cortan y cargan debajo de un sol de fuego la sandía, seno rosa, el melón que huele a cielo, todavía, todavía no tiene un "canto de suelo".
De tenerlo, no vagasen como el vilano en el viento, y de habérmelo tenido yo no vagase como ellos, porque nací, te lo digo, para amor y regodeo de sembrar maíz que canta, de celar frutillas lento o de hervir, tarde a la tarde, arropes sabor de cielo,
Pero fue en vano de niña la pela y el asoleo, y en vano acosté racimos en sus cajitas de cuento, y en vano celé las melgas de frutillares con dueño... porque mis padres no hubieron la tierra de sus abuelos, y no fui feliz, cervato, y lo lloro hasta sin cuerpo, sin ver las doce montañas que me velaban el sueño, y dormir y despertar con el habla de cien huertos y con la sílaba larga del río adentro del sueño.
REPARTO DE TIERRA
Aún vivimos en el trance del torpe olvido y el gran silencio, entraña nuestra, rostros de bronce, rescoldo del antiguo fuego, olvidados como niños y absurdos como los ciegos.
Aguardad y perdonadnos. Viene otro hombre, otro tiempo. Despierta Cautín, espera Valdivia, del despojo regresaremos y de los promete-mundos y de los don Mañana-lo-haremos.
El chileno tiene brazo rudo y labio silencioso. Espera a rumiar tu Ercilla, indio que mascas recuerdos allí en tu selva madrina. Dios no ha cerrado sus ojos, Cristo te mira y no ha muerto.
Yo te escribo estas estrofas llevada por su alegría. Mientras te hablo mira, mira, reparten tierras y huertas. ¡Oye los gritos, los "vivas" el alboroto, la fiesta!
¿Te das cuenta? ¡Entiende, mira! Es que reparten la tierra a los Juanes, a los Pedros. ¡Ve correr a las mujeres!
FUEGO
Ya se acabaron las noches del verano que Dios hizo. No hizo el amoratado invierno que escarcha nidos, que traba pies de perdices y amorata pies de niños.
Vamos a encender el fuego chocando piedras de río y acarreando gajos muertos de chañar y de olivillo. Vamos el niño y yo misma: ¡no cuesta matar el frío!
Aunque se apriete la noche como puño de bandido, en unos momentos salta atarantado y divino; no salta de nuestras manos, sube como de sí mismo.
-Mira tú, ve cómo saltan y ojean con gestos vivos. ¡Sí, si, sí! dicen al fuego, locas de atar, en delirio. ¡Sí, sí, sí! dicen a la llama ¡y tú teniéndole miedo!
-Mama, ríes como loca, ¿Cómo es que no tienes miedo? Son unas locas de atar. ¡Me dan miedo, me dan miedo!
-¡Vaya unas locas de atar y tú teniéndoles miedo! -¡Vaya unas locas de atar y tú riendo, riendo!
-Pena de niñito mío que llora de ver un fuego. Seguiremos por hallar en donde duermas sin miedo.
-¿A dónde es que ahora vamos? Dilo tú, mis cuatro miedos. Te asustas de una cascada, de un forastero, del viento, te asustas hasta del susto que doy pasando los pueblos. ¿Qué hago contigo esta noche para que no tengas miedo?
El fuego nunca se muere, él espía entredormido, malicioso el ojo de oro y subiendo repentino.
Por aquí anduvieron otros y habrá rescoldos dormidos, y si sólo son cenizas, comenzarlo da lo mismo.
Ya vienen las ramas muertas y vienen a su destino; jueguen a alcanzar el cielo, sesteen a lo divino.
Juega al subir y al caer, juega al muerto y queda vivo. ¡Ay! la hermosura caída del cielo...
Cuando es que desaparece vuelve en otro y es el mismo. Todos danzamos por él y de él desde que nacimos.
Está donde cabrillea en horno y brasero vivo, está en amor y dolor rojo-azul, dorado y fino.
Pena de dejar atrás cosa linda, padre fuego.
-Mama, por esto también será que te tienen miedo. Mama, me da miedo el fuego, tomamé, que doy un grito.
No vamos, que comeremos lo amañado y recogido.
Las castañas gruñen, saltan del rescoldo, miedosillo. En comiendo dormiremos guardados de padres-pinos.
Y si también te me vuelves, niño trabado de miedo ¿con quién voy a caminar la tierra, si es que yo vuelvo? ¡un hombrecito tan fuerte que llora porque ve fuego! Quieres seguir caminando, pero, ¿dónde no habrás miedo?
-Paremos donde haya gente y yo pido alojamiento.
-Y te despides de mí, porque ¿cómo yo me acerco?
-¡Ay, mama, a qué fue venir así, parecida a un cuento! Sigamos mejor, quién quita que encontremos otro pueblo.
-No repitamos la historia. Duerme, aquí de cara al cielo.