-¡Ah! mama, párate, loca, para, que nunca lo he visto. ¿Y para dónde es que va? No para y habla bajito, y no me asusta como el mar y tiene nombre bonito.
-¡No te acerques tanto, no! Échate aquí, loco mío, y óyelo no más. Podemos quedar con él una semana si quieres, si no me asustas así.
-¿Cómo dices que se llama? Repite el nombre bonito.
-Bío-Bío, Bío-Bío, qué dulce que lo llamaron por quererle nuestros indios.
-Mama, ¿por qué no me dejas aquí, por si habla conmigo? El casi habla. Si tú paras y si me dejas contigo, yo sabré lo que nos dice, por si se me vuelve amigo. ¡Qué de malo va a pasarme, Mama! Corre tan tranquilo.
-No, no chiquito, él ahoga, a veces gente y ganados. Óyelo, sí, todo el día, loquito mío, antojero.
Yo no quiero que me atajen sin que vea el río lento que cuchichea dos sílabas como quien fía secreto. Dice Bío-Bío, y dícelo en dos estremecimientos. Me he de tender a beberlo hasta que corra en mis tuétanos.
Poco lo tuve de viva; ahora lo recupero la eterna canción de cuna abajada a balbuceo. Agua mayor de nosotros, red en que nos envolvemos, nos bautizas como Juan, y nos llevas sobre el pecho.
Lava y lava piedrecillas, cabra herida, puma enfermo. Así Dios "dice" y responde, a puro estremecimiento, con suspiro susurrado que no le levanta el pecho. Y así los tres le miramos, quedados como sin tiempo, hijos amantes que beben el tu pasar sempiterno. Y así te oímos los tres, tirados en pastos crespos y en arenillas que sumen pies de niño y pies de ciervo.
No sabemos irnos, ¡no! cogidos de tu silencio de Ángel Rafael que pasa y resta y dura asistiendo, grave y dulce, dulce y grave, porque es que bebe un sediento...
Dale de beber tu sorbo al indio y le vas diciendo el secreto de durar así, quedándose y yéndose, y en tu siseo prométele desagravio, amor y huertos.
Ya el Tolomí te vadea, a braceadas de foquero; los ojos del niño buscan el puente que mata el miedo, y yo pasaré sin pies y sin barcaza de remos, porque más me vale, ¡sí! el alma que valió el cuerpo.
Bío-Bío, espaldas anchas, con hablas de Abel pequeño: corres tierno, gris y blando por tierra que es duro reino. Tal vez, estás, según Cristo, en la tierra y en los cielos, y volvemos a encontrarte para beberte de nuevo...
-Dime tú que has visto cosas ¿hay otro más grande y lindo?
-No lo hay en tierra chilena, pero hay unos que no he dicho, hay más lejos unos lagos que acompañan sin decirlo y hacia ellos vamos llegando y ya pronto llegaremos.
ARAUCANOS
Vamos pasando, pasando la vieja Araucanía que ni vemos ni mentamos. Vamos, sin saber, pasando reino de unos olvidados, que por mestizos banales, por fábula los contamos, aunque nuestras caras suelen sin palabras declararlos.
Eso que viene y se acerca como una palabra rápida no es el escapar de un ciervo que es una india azorada. Lleva a la espalda al indito y va que vuela. ¡Cuitada!
-¿Por qué va corriendo, di, y escabullendo la cara? Llámala, tráela, corre que se parece a mi mama.
-No va a volverse, chiquito, ya pasó como un fantasma. Corre más, nadie la alcanza. Va escapada de que vio forasteros, gente blanca.
-Chiquito, escucha: ellos eran dueños de bosque y montaña de lo que los ojos ven y lo que el ojo no alcanza, de hierbas, de frutos, de aire y luces araucanas, hasta el llegar de unos dueños de rifles y caballadas.
-No cuentes ahora, no, grita, da un silbido, tráela.
-Ya se pierde ya, mi niño, de Madre-Selva tragada. ¿A qué lloras? Ya la viste, ya ni se le ve la espalda.
-Di cómo se llaman, dilo.
-Hasta su nombre les falta. Los mientan "araucanos" y no quieren de nosotros vernos bulto, oírnos habla. Ellos fueron despojados, pero son la Vieja Patria, el primer vagido nuestro y nuestra primera palabra. Son un largo coro antiguo que no más ríe y ni canta. Nómbrala tú, di conmigo: brava-gente-araucana. Sigue diciendo: cayeron. Di más: volverán mañana.
Deja, la verás un día devuelta y transfigurada bajar de la tierra quechua a la tierra araucana, mirarse y reconocerse y abrazarse sin palabras. Ellas nunca se encontraron para mirarse a la cara y amarse y deletrear sobre los rostros sus almas.
SELVA AUSTRAL
Algo se asoma y gestea y de vago pasa a cierto, un largo manchón de noche que nos manda llamamientos y forra el pie de los Andes o en hija los va subiendo.
Por más que sea taimada, la selva se va entreabriendo y en rasgando su ceguera, ya por nuestra la daremos.
Caen copihues rosados, atarantándome al ciervo y los blancos se descuelgan en luz y estremecimiento.
Ella, con gestos que vuelan, se va a sí misma creciendo; se alza, bracea, se abaja, echando oblicuo el ojeo; sobre apretadas aurículas y otras hurta con recelo, y así va, la marrullera, llevándonos magia adentro...
Sobre un testuz y dos frentes, ahora palpita entero un trocado cielo verde de avellanos y canelos, y la araucaria negra toda brazo y toda cuello...
Huele el ulmo, huele el pino y el humus huele tan denso como fue el segundo día cuando el soplo y el fermento. Por la merced de la siesta todo, exhalándose, es nuestro, y el huemul corre alocado o gira y se estrega en cedros, reconociendo resinas olvidadas de su cuerpo.
Está en cuclillas el niño, juntando piñones secos y espía a la selva que mira en madre, consintiendo... Ella, como que no entiende, pero se llena de gestos, como que es cerrada noche pero hierve de siseos.
Cuando es que ya sosegamos en hojarascas y légamos, van subiendo, van subiendo, rozaduras, silabeos, mascaduras, frotecillos, temblores calenturientos, el caer de las piñetas, la resina, el gajo muerto, pizcas de nido, una baya, unas burlitas de estiércol. Abuela silabeadora, ya te entiendo, ya te entiendo.
Deshace redes y nudos, abaja, abuela, el aliento; pasa y repasa las caras, cuélate de sueño adentro.
Yo me fui sin entenderte y tal vez por eso vuelvo; pero allá olvido a la Tierra.
-Pero di adónde nos llevas que, a lo mejor, vas "tocada". Ya me he caído dos veces y tú, "tú como que nada". ¿Qué es eso que se ve, di? Es cosa viva y parada. Y será que tiene frío que se ve como engrifada. ¿Mama, alguna vez la viste? Sigues sin saber de nada.
-Tú ya no crees en mí sólo porque soy fantasma.
-¡Qué grande, y azul y quieto, parece cosa embrujada! Haz la señal de la cruz. Yo nunca vi agua parada.
-Es tu lago de Llanquihue, la más dulce de tus aguas.
Parece que está adorando; sólo cuchichea, no habla. Tal vez estará orando y le sobran las palabras.
Pero se tiene un respiro, una hablilla, una nonada. No haber miedo de allegarse; recibirle la mirada. Nadie te miró tan dulce y con tan larga mirada.
-Mama, es tan grande y apenas apenitas da palabras.
-Siempre me sobró el hablar con este Señor del Alma, como la muda quedé para recibirle el agua y lavar en él mis vistas como niña avergonzada.
-¿Y cómo lo llaman, di? A ver si llamado, él habla.
-Oye: se llama Llanquihue, el indio así lo mentaba.
-¿Y qué dice eso "Llanquihue"?
-¡Ay! para nosotros, nada! Porque fue la vieja gente la que, como Dios, mentaba, y nombrar es un gran arte. Tú y yo no sabemos nada. Ellos nombraron palpando criaturas bien amadas. Emparentar se sabían los sonidos con sus almas y a dioses se parecían toda cosa bautizando.
NIEBLA
La niebla ha ido adensándose en forro azul-ceniciento y cegando el mar nos hurta la nidada de archipiélagos: hembra tramposa y ladina que marcha con pasos lerdos.
Difumina a Chiloé, llega hasta Tierra del Fuego y trueca en malabaristas lomos de niño y de ciervo, y mi bulto escamotea sólo porque lloren ellos.
Ya las trampas le conozco de Redondear el cerco y hacer "la gallina ciega" con el pastor o el arriero. Ella ahora está jugándonos el su sempiterno juego y urde ballenas y pulpos de un vago mar hechicero. Nos da por bien ahogados, perdidos y prisioneros, aunque estarnos bajo de ella, como Dios nos hizo: enteros.
Les cuchicheo a mis críos que no es bulto, que es resuello, que no es brazo de ahogarnos, que es, no más, bostezo muerto, que no peleamos con héroe sino con blanco esperpento. Y el huevo azul entreabrimos a lancetadas de acentos y se lo desbaratamos con los dos calientes cuerpos.
En el acuario de niebla, acribillado de engendros, el remador de tres mares se ha puesto a contar sucesos; dice los lentos canales, romances los estrechos como quien devana mundos con las manos y los gestos.
Ahora el viejo está contando el largo relato añejo, de las costas masticadas por el mar de duros belfos y está diciendo a la Antártida que habemos y que no habemos...
La Antártida de su boca sube como alción en vuelo, el blanco animal divino engolado y soñoliento. Así con ella dormimos fraternales y mansuetos, la bestezuela del símbolo y el indio calenturiento.
Nos acabamos en donde se acaba igual que en los cuentos, la Madraza que es la tierra y acaba en santo silencio; pero los tres alcanzamos el apretado secreto, el blancor no conocido, el intocado Misterio.
PATAGONIA
A la Patagonia llaman sus hijos la Madre Blanca. Dicen que Dios no la quiso por lo yerta y lo lejana, y la noche que es su aurora y su grito en la venteada por el grito de su viento, por su hierba arrodillada y porque la puebla un río de gentes aforesteradas.
Hablan demás los que nunca tuvieron Madre tan blanca, y nunca la verde Gea fue así de angélica y blanca ni así de sustentadora y misteriosa y callada. ¡Qué Madre dulce te dieron, Patagonia, la lejana! Sólo sabida del Padre Polo Sur, que te declara, que te hizo, y que te mira de eterna y mansa mirada.
Oye mentir a los tontos y suelta tu carcajada. Yo me la viví y la llevo en potencias y en mirada.
-Cuenta, cuenta, mama mía ¿es que era cosa tan rara? Cuéntala aunque sea yerta y del viento castigada.
Te voy a contar su hierba que no se cansa ni acaba, tendida como una madre de cabellera soltada y ondulando silenciosa, aunque llena de palabras. La brisa la regodea y el loco viento la alza. No hay niña como la hierba en abajar bulto y hablas cuando va llegando el puelche como gente amotinada, y silba y grita y aúlla, vuelto solamente su alma.
LA HIERBA
Te voy a contar la hierba de cabellera soltada y latiendo y ondulando como llena de palabras. Es una niña en el gajo y en el herbazal, matriarca.
Hierba, hierba, hierba sólo niño hierba arrodillada, hierba que teme y suspira, y que canta así postrada.
Pequeñita hierba niña voz de niña balbuceada. Dulce y ancho es su fervor y su voz es balbuceada.
El oscuro ciclo mira y oye a su hija arrodillada, ya no son huertas sensuales, mimadas y cortesanas, locas de color y olor y borrachas de palabras, ya sólo es "Niña la Hierba" "Ángel la Hierba", nonada, una ondulación divina y su alma balbuceada.
Niña la hierba, doncella la hierba, corta palabra, dos tumos no más y el mismo subir y ser abajada. Un solo y largo temblor mientras cruza aquel que mata y el viento loco que se alza y dobla por bufonada.
Cánsese el viento, sosiegue el cacique de las landas. Sienta su temblor de niña y duérmase en la llanada. Sólo hierba, sólo ella y su infinita palabra.
Las mujeres le olvidaron la voz pequeña y quedada, el siseo innumerable y la sílaba quedada.
Hierba del aire querida, pero hierba apenas siseada. Pase el viento, escape el viento, quiero oír a la postrada.
La oveja le dice "Madre", el viento le dice "Amada". Yo no te quise doblar con dedos ni con guadaña.
Yo esperaba que callases, Arcángel de manos alzadas, para escucharle el respiro de niña que gime o canta.
Pasta la oveja infinita, de tu grito atribulada y una cubro con mi cuerpo y parezco, así, doblada, una mujer insensata que ama a los dos, trascordada.
Todo lo quiere arrasar el Holofernes que pasa. Ala vez ama y detesta como el hombre de dos almas y en el turno que le dieron agobia y abate o alza.
Calla, para, estás rendido como está rendida mi alma. Viento patagón, la hierba que tu hostigas nunca matas. Hierba al Norte, al Sur, al Este, y la oveja atarantada que la canta y que la mata.
Hierba inmensa y desvalida, sólo silencio y espaldas, palpitador reino vivo, Patagonia verde o blanca, con un viento de blasfemia y compunción cuando calla, patria que alabo con llanto.
Verde patria que me llama con largo silencio de ángel y una infinita plegaria y un grito que todavía escuchan mi cuerpo y mi alma.
ISLAS AUSTRALES
En donde Chile cansado por fin de rutas y espacio quiere morir como todos, gacela, coyote o ganso, él empecinado aún ojea acalenturado la nidada de las islas fuera de ley y de hallazgo; pero se acabó su reino, su voluntad y su mando, y se queda en Puerto Montt, como amante defraudado, vencido el ojo de polvo, una vez por fin exhausto.
¿Qué va a hacer el peregrino, el trotamundos mirando la danza de las cien islas que ríen o están cantando? Viene una aguda fragancia, una incitación, de coro báquico de niñas tiradas a la mar libre, vírgenes pero embriagadas. Yo no les sigo el canto, maña, locura ni danza. Todas ellas son hermanas, pero por la niebla vaga unas parecen figuras; todas están bautizadas y, como las Gracias, todas son donosas y alocadas.
DESPEDIDA
Ya me voy porque me llama un silbo que es de mi Dueño, llama con una inefable punzada de rayo recto: dulce-agudo es el llamado que al partir le conocemos.
Yo bajé para salvar a mi niño atacameño y por andarme la Gea que me crió contra el pecho y acordarme, volteándola, su trinidad de elementos. Sentí el aire, palpé el agua y la Tierra. Y ya regreso.
El ciervo y el viento van a llevarte como arrieros, como flechas apuntadas, rápido, íntegro, ileso, indiecito de Atacama, más sabe que el blanco ciego, y hasta dormido te llevan tus pies de quechua andariego, el Espíritu del aire, el del metal, el del viento, la Tierra Mama, el pedrisco, el duende de los viñedos, la viuda de las cañadas y la amistad de los muertos. Te ayudé a saltar las zanjas y a esquivar hondones hueros.
Ya me llama el que es mi Dueño...
"Los poemas "Salto del Laja" y "Volcán Osorno", escritos probablemente en 1938 -año de la publicación de Tala-, no forman parte de libro originario alguno de la autora, a no ser de antologías y selecciones. El 24 de febrero de 1939, Gabriela Mistral los leyó por primera vez, como textos inéditos, en el Palacio de la Unión Panamericana, en Washington, al concluir su conferencia Geografía humana de Chile", anota Jaime Quezada en su edición de Poema de Chile de Seix Barral (Santiago: Lord Cochrane/Planeta, 1985), donde incluye estos poemas y de la cual hemos tomado la totalidad de los textos de este poemario. En otra nota de la misma edición, afirma: "Tanto "Lago Llanquihue" como "Cuatro tiempos del Huemul" (al igual que "Salto del Laja" y "Volcán Osorno") no formaron parte de la edición primera y póstuma de Poema de Chile (Barcelona, 1967). Sin embargo, por su tema, lenguaje y estructura corresponden esencialmente a este Volumen. Se publicaron con el título genérico de "Tierra de Chile" en la revista Sur, Buenos Aires, 30 de noviembre, 1938."
SALTO DEL LAJA
A Radomiro Tomic
Salto del Laja, viejo tumulto, hervor de las flechas indias, despeño de belfos vivos, majador de tus orillas.
Avientas las rocas, rompes tu tesoro, te avientas tú misma, y por vivir y por morir, agua india, te precipitas.
Cae y de caer no acaba la cegada maravilla, cae el viejo fervor terrestre, la tremenda Araucanía.
Juegas cuerpo y juegas alma; caes entera, agua suicida; caen contigo los tiempos, caen gozos con agonías, cae la mártir indiada, y cae también mi vida.
Las bestias cubres de espumas; ciega las liebres tu neblina, y hieren cohetes blancos mis brazos y mis rodillas.
Te oyen caer los que talan, los que hacen pan o que caminan, los que duermen no están muertos, o dan su alma o cavan minas o en los pastos y las lagunas cazan el coipo y la chinchilla.
Cae el ancho amor vencido, medio dolor, medio dicha, en un ímpetu de madre que a sus hijos encontraría.
Y te entiendo y no te entiendo, Salto del Laja, vocería, vaina de antiguos sollozos y aleluya que cae rendida.
Salto del Laja, pecho blanco y desgarrado, Agua Antígona, mundo cayendo sin derrota, Madre, cayendo sin mancilla...
Me voy con el río Laja, me voy con las locas víboras, me voy por el cuerpo de Chile; doy vida y voluntad mías; juego sangre, juego sentidos y me entrego, ganada y perdida...