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TRIÁNGULO ISÓSCELES

El abogado Arsenio Portales y la ex actriz Fanny Araluce llevaban doce apacibles años de casados. Desde el comienzo, Arsenio había exigido a Fanny que dejara la escena[79].

A ella le había costado mucho aceptar esa exigencia que le parecía absurda. Además, su marido pensaba que ella no tenía talento para triunfar en el teatro. “Eres demasiado transparente, − solía decirle Arsenio. − En cada uno de tus personajes estás tú. El verdadero actor debe ser opaco como ser humano. Sólo así podrá convertirse en otro. Tú sí tienes un temperamento artístico, pero a mi parecer debes dedicarte a la pintura o a las letras, es decir a un arte en el que la transparencia constituye una virtud y no un defecto”.

Fanny le dejaba exponer su teoría, pero en realidad él nunca la había convencido. Si había renunciado a ser actriz, era por amor. Él no lo entendía ni valoraba. Sin embargo, en la vida cotidiana, privada, Fanny era ordenada, sobria, casi perfecta ama de casa.

Probablemente demasiado perfecta para el doctor Portales. En los últimos dos años, el abogado mantenía una relación clandestina pero estable con una mujer apasionada, carnal, contradictoria y atractiva.

Como lugar adecuado para esos encuentros, Portales alquiló un apartamento a sólo ocho cuadras de su casa. A su mujer le decía que por motivos profesionales debía viajar semanalmente a Buenos Aires. Le dio también el teléfono de un colega porteño, que tenía instrucciones precisas: “¿Arsenio? Fue a una reunión que creo va a prolongarse hasta muy tarde”. Pero Fanny nunca llamó.

Arsenio y Raquel, su amante, se veían los martes porque éste era el día cuando el marido de Raquel solía emprender su inspección semanal de la estancia. Cenaban en casa y nunca salían al cine o al restaurante por temor que les vieran juntos[80]. Luego se amaban de una manera traviesa y juvenil. Cada martes Portales se sentía revivir. Cada miércoles le costaba[81] un poco regresar a las buenas costumbres de su hogar.

Para la vuelta Portales tomaba ciertas precauciones. Llamaba un taxi e iba al aeropuerto, donde tomaba otro taxi para regresar a casa. Dentro de esa rutina, Fanny siempre le preguntaba cómo había pasado su viaje y él inventaba con esmero los pormenores de las aburridas sesiones de trabajo con sus clientes terminando siempre con “¡Qué bueno es estar de vuelta en casa!”

Llegó por fin el martes en que se cumplían dos años de su relación con Raquel. Portales le consiguió un collar de pequeños mosaicos florentinos que le había traído de Italia un cliente. Portales llegó a su apartamento alquilado, puso el champán en la heladera, preparó las copas, se acomodó en la mecedora, y se puso a esperar, más impaciente que otras veces, a Raquel.



Ésta llegó más tarde que de costumbre. Es que ella había ido a comprar su regalo para Arsenio: una corbata de seda con franjas azules sobre el fondo gris. Fue entonces que Arsenio Portales le dio el estuche con collar. A ella le encantó. “Voy un momento al baño, así veo cómo me queda,” – y le besó al salir.

Sin embargo, Raquel demoraba en el baño y él empezó a inquietarse. Se levantó, se arrimó a la puerta cerrada y preguntó:

− ¿Qué tal? ¿Te sientes bien?

− Estupendamente bien, − contestó ella. – Enseguida estoy contigo.

Portales volvió a sentarse en la mecedora. Cinco minutos después la puerta del baño se abrió, pero, para sorpresa de Portales, no apareció Raquel sino Fanny, su mujer, que lucía el collar florentino. Portales, estupefacto, exclamó:

− ¡Fanny! ¿Qué haces aquí?

− ¿Aquí? Pues, lo de todos los martes. Tengo una cita contigo. Soy Fanny y también soy Raquel. En casa soy tu mujer, Fanny de Portales, aquí soy ex actriz Fanny Araluce. En casa soy transparente y aquí soy opaca, ayudada por el maquillaje, las pelucas y un buen libreto, claro.

Arsenio seguía con la boca abierta.

− ¿Te das cuenta? Me has traicionado conmigo misma. Y ahora después de este éxito dramático te anuncio solemnemente que vuelvo al teatro.

− Tu voz, − murmuró Arsenio, − algo extraño había en tu voz. Hasta el color de tus ojos es otro.

− Claro que no. ¿Para qué existen las lentes de contacto verdes?

Portales cerró los puños más desorientado que furioso, más abatido que iracundo.

− Me has engañado, − dijo con voz ronca.

− Por supuesto, − dijo Fanny / Raquel.

 

Preguntas del texto:

1. ¿Cuántos años llevaban de casados Arsenio y Fanny?

2. ¿Por qué Arsenio pensaba que su mujer no tenía talento de actriz?

3. ¿Cómo era Fanny en la vida cotidiana?

4. ¿Cómo era la mujer con la que Arsenio mantenía una relación clandestina?

5. ¿Qué pretexto inventó Arsenio para justificar su ausencia ante su mujer?

6. ¿Cómo pasaba tardes con Raquel?

7. ¿Qué precauciones tomaba para regresar a casa?

8. ¿Qué regalo preparó Arsenio para Raquel para el día cuando se cumplían dos años de su relación?

9. ¿Quién apareció de pronto en el apartamento de Arsenio y Raquel?

10. ¿Cómo explicó Fanny su presencia?

11. ¿Qué planes hacía Fanny para su futuro?

 

 

ROSAMUNDA

Estaba amaneciendo, al fin. El compartimento de tercera clase olía a cansancio, a tabaco y a botas de soldado. Ahora se podía ver a la gente acurrucada, a hombres y mujeres dormidos en sus asientos duros. Era aquél vagón-tranvía, muy incómodo, con el pasillo lleno de cestas y maletas. Por las ventanas se veía el campo y la raya plateada del mar.

Rosamunda se despertó. Le dolía el cuello – su largo cuello marchito. Echó una mirada a su alrededor y se sintió aliviada al ver que sus compañeros de viaje seguían durmiendo. Salió con grandes precauciones, para no despertar, para no molestar, “con pasos de hada”, − pensó, − hasta la plataforma.

El día era glorioso. Apenas se notaba el frío del amanecer. Se veía el mar entre naranjos y Rosamunda se quedó como hipnotizada por el verde profundo de los árboles, por el azul claro del mar.

− ¿En qué piensa Vd?

A su lado estaba un soldadillo. Un muchachito pálido. Parecía bien educado. Parecía a su hijo. A un hijo suyo que había muerto. No al que vivía, no, de ninguna manera.

− Estaba recordando unos versos míos. Pero si Vd quiere, no tengo inconveniente en recitar...

El muchacho estaba asombrado. Veía a una mujer ya mayor, flaca, con el cabello oxigenado, con el traje de color verde, muy viejo, los pies calzados en unos viejos zapatillos de baile color de plata. Y en el pelo tenía una cinta plateada también, atada con un lacito. Al muchacho le daba pena mirarla, pero al mismo tiempo él tenía interés porque era joven y todo aquello le parecía una aventura.

− Si Vd supiera[82], joven, − dijo Rosamunda de pronto, − lo que este amanecer significa para mí..., este correr otra vez hacia el sur, a mi casa donde no existe la incomprensión de mi esposo. Yo sé que Vd. tiene corazón y es capaz de comprenderme.

Se calló por un momento. El tren corría y el aire se iba haciendo cálido y dorado.

− Yo era una joven rubia, de grandes ojos azules, − continuó Rosamunda, − una joven apasionada por el arte..., de nombre Rosamunda...

Su verdadero nombre era Felisa pero este nombre no le gustaba nada. En su interior desde los tiempos de su adolescencia siempre había sido Rosamunda. Este nombre la salvaba de la estrechez de su casa y de la monotonía de su vida y convirtió al novio zafio y colorado en un príncipe de la leyenda.

− Yo tenía un gran talento dramático y además era poetisa. Tenía dieciseis años apenas, pero me rodeaban los admiradores. En uno de los recitales conocí al hombre que causó mi ruina. Me casé sin saber lo que hacía y él, celoso de mi exito, me tuvo encerrada años y años.

Sí, Felisa se había casado, pero no a los dieciseis años sino a los veintitres. Había conocido a su marido el día cuando recitó versos suyos en casa de una amiga. Él era carnicero. Y lo cierto era que sufría mucho todos aquellos años sin poder recitar los versos. Lloraba y aguantaba las palizas y los gritos de su esposo. Sólo uno de sus hijos la amaba y la entendía, otros – no, otros eran como su padre y se reían de ella.

− Tuve un hijo único. Le llamé Florisel... Crecía delgadito, pálido, así como Vd. Le contaba mi magnífica vida anterior y él me escuchaba... como Vd. ahora, embobado.

Ella sonrió. Sí, el joven la escuchaba absorto.

− Este hijo murió. Yo no lo pude resistir... él era lo único que me ataba a aquella casa. Tuve un arranque, cogí mis maletas y me volví a la gran ciudad de mi juventud y de mis éxitos... Pero mi marido empezó a escribirme cartas tristes y desgarradoras: no podía vivir sin mí, además era padre de Florisel...

El muchacho veía animarse por momentos a aquella figura flaca y estrafalaria que era la mujer. Habló mucho de su futuro y pasado; se veía como “una sílfide cansada”.

− Y, sin embargo, ahora vuelvo a mi deber, vuelvo al lado de marido como quien va a un sepulcro.

Felisa volvió a quedarse triste y miraba absorta a la ventana. Había olvidado aquellos terribles días de hambre en la ciudad grande, las burlas de sus amigos ante sus proyectos fantásticos, había olvidado su llanto y su terror y los insultos y sus besos a aquella carta del marido en que, en su estilo tosco y autoritario a la vez, recordando al hijo muerto, le pedía perdón y la perdonaba.

El soldado se quedó mirándola. ¡Qué tipo más raro, Dios mío! No cabía duda de que estaba loca, la pobre. Al sonreírle ella, notó que le faltaban dos dientes.

El tren se iba deteniendo en una estación de camino. Era la hora del desayuno, del café de la estación venía un olor apetitoso... Felisa miraba hacia los vendedores de rosquillas.

− ¿Me permite Vd. invitarla, señora?

En la mente del soldado empezaba a insinuarse una divertida historia. ¿Y si contarla a sus amigos que había encontrado en el tren una mujer estupenda y que...?

− ¿Invitarme? Muy bien, joven... Y no hay que tratarme con tanto esmero, por favor. Puede Vd. llamarme Rosamunda, no voy a enfadarme por eso.

 

Preguntas del texto:

1. ¿Dónde desarrolla la acción del cuento?

2. ¿A dónde salió Rosamunda? ¿Cómo pasaba la mañana?

3. ¿A quién encontró?

4. ¿Cómo era Rosamunda desde el punto de vista del joven?

5. ¿Cómo se presentó Rosamunda al soldado?

6. ¿Cuál era su verdadero nombre? ¿Por qué le gustaba tanto el nombre Rosamunda?

7. ¿Cómo pasaba su vida familiar verdadera e inventada?

8. ¿Qué pasó a uno de los hijos de Felisa?

9. ¿Qué hizo la mujer después de la muerte de su hijo?

10. ¿Cómo fue su vida en la ciudad grande? ¿Por qué volvía a la casa de su marido?

11. ¿Qué pensó de ella el muchacho al oír toda su historia?

12. ¿Qué tipo de historia pensó el joven contar a sus compañeros?

 

 


Date: 2015-12-11; view: 863


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