Este gobierno se ha encargado, justamente, de exhibir en profundidad la crisis estructural de la sociedad uruguaya, pero también la incapacidad de naturaleza histórico-social de los partidos tradicionales para encarar los problemas cardinales del país. Es evidente que sólo una transformación que concluya con el dominio de las viejas clases sociales y lleve al pueblo al poder, permitirá destruir las caducas relaciones de producción y desenvolver ampliamente las fuerzas productivas. Sólo un gobierno democrático-nacional será capaz de llevar a cabo las transformaciones radicales que se necesitan. Sus objetivos consistirán en la liberación económica y política de nuestra patria del yugo imperialista norteamericano, asegurando de este modo firme base a una política exterior favorable a la paz, a la independencia de los pueblos y a relaciones soberanas con todos los países. Se liquidará así los pactos militares y de otra índole que ลล. UU. han impuesto al país. Estos objetivos antiimperialistas de la revolución se entrelazan con los objetivos agrarios. Postulamos una reforma agraria radical que liquide el latifundio y los resabios precapitalistas, dé tierras a quienes deseen trabajarlas y asegure una efectiva propiedad individual del trabajador del campo, junto a la existencia de un importante sector agrario nacionalizado y el estímulo efectivo y responsable a las cooperativas agrarias. Se dará un poderoso impulso a las fuerzas productivas; se incrementarán la industria, la agricultura y la ganadería y se modificarán las condiciones de miseria y atraso social en que vive nuestro pueblo. El gobierno revolucionario llevará a cabo una amplia política de bienestar, de ascenso del nivel material y cultural de las grandes masas.
Para conquistar este gobierno es necesario un gran frente que agrupe a la mayoría de la población: la clase obrera, los
campesinos, las grandes masas trabajadoras, la pequeña burguesía urbana, la intelectualidad, la burguesía nacional. La unidad de estas clases y capas sociales en un gran bloque dirigido por la clase obrera en alianza con los campesinos es el Frente de Liberación Nacional.
En torno de esta tesis referente a las fuerzas sociales en estado potencial de participar en la revolución agraria y antiimperialista, se han producido diálogos entre nuestro Partido y otros sectores. Unos conciben el proceso revolucionario desde un ángulo nacionalista que rebaja la función histórica de la clase obrera en América Latina; otros contraponen falsamente el papel de las masas del campo o de la pequeña burguesía intelectual al del proletariado. También otros, a la vez de sostener la adopción de una ideología nacionalista burguesa por el movimiento revolucionario, niegan toda posibilidad de ganar a los sectores avanzados de la burguesía nacional o de neutralizarla en su conjunto.
Si afirmamos que la revolución madura objetivamente en las entrañas de la sociedad uruguaya y en toda América Latina, el más importante problema consiste en construir la fuerza social capaz de llevarla a cabo; es decir, forjar el movimiento de todas las clases y capas sociales nacionales y populares, que, en última instancia, será capaz de conducir a las grandes masas a la lucha por el poder. Ello nos reclama no sólo una estrategia acertada, sino también una táctica justa, más amplia y flexible que esa estrategia; pero, en última instancia, subordinada a ella. Es necesario saber unir una clara perspectiva revolucionaria con la conciencia de la etapa político-social que se está viviendo. Dicho de otro modo, se trata de advertir por qué caminos avanzará desde hoy nuestro pueblo si quiere acercarse a la hora revolucionaria. Y estos temas, camaradas, no son ahora, en nuestra América Latina, meros problemas teóricos.
La revolución no puede ser nunca el producto como se piensa en algunos sectores de las capas medias de un impacto genial que despierte súbitamente la emoción del pueblo o de ciertas acciones individuales o de grupos, aislados de las masas. Comprenderá siempre y antes que nada, además de los procesos objetivos, la capacidad de movilizar, organizar y conducir a la lucha a las multitudes populares. Entre otras cosas, el marxismo se diferencia del "blanquismo" y del anarquismo, por la valoración del papel de las masas en todos los aspectos de la acción revolucionaria, inclusive de un
Kennedy, que distaba muchísimo de ser un Lincoln; el racismo impera en el Sur casi hasta los límites de la esclavitud; el gobierno trata de sofocar por todos los medios la libre determinación de los pueblos pequeños y débiles; la nación está dividida en condiciones más graves que en las vísperas de la guerra de separación; la injusticia, el robo, el gangsterismo, la mala fe, la rapiña, el chantaje, la amenaza, el crimen todo ese espíritu inferior, en fin, de que el imperialismo hace gala suscitan el odio universal hacia los amos de Estados Unidos. Mietras tanto, ¿dónde está Lincoln? Tal vez no venga todavía, pero tendrá que venir, con su lógica y sus ojos grises, a decir su palabra de admonición y de esperanza. Porque si no viene, todo cuanto puso en pie hace cien años va a derrumbarse con un fragor bárbaro, que apagará el del Niágara, donde cada día se despeña el San Lorenzo en busca de la mar.