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CAPÍTULO 22. HOSTILIDADES

En el gran puerto de Port royal, suficientemente espacioso como para dar muelle a todos los barcos de las marinas del mundo, el Arabella estaba ancaldo. Tenía casi el aire de un prisionero, porque un cuarto de milla adelante, hacia estribor, se elevaba la única y maciza torre del fuerte, mientras que hacia popa, a una distancia de un par de cables, y a babor, se encontraban los seis navíos de guerra del escuadrón de Jamaica.

 

En ángulo recto con su quilla, a través del puerto, se encontraban los bajos edificios blancos de esa imponente ciudad que llegaba casi al borde del agua. Por detrás de ellos, los rojos techos se elevaban como terrazas, marcando la suave ondulación sobre la que se había construido la ciudad, dominada aquí por una torreta, allí por un capitel, y detrás nuevamente las verdes colinas con un fondo de cielo como una cúspide de acero pulido.

 

En un diván de caña, colocado para él en la cubierta del alcázar, a resugardo del lacerante sol por un improvisado toldo hecho con una vela, estaba tendido Peter Blood, con una copia de las Odas de Horacio encuadernada en cuero, olvidada en sus manos.

 

De inmediatamente debajo de él venía el ruido de los trapos y el gorgoteo del agua en los baldes, porque era temprano en la mañana y, bajo las directivas de Hayton, el barco estaba siendo limpiado. A pesar del calor y del aire sofocante, uno de los trabajadores tenía aliento para tararear una tonada bucanera.

 

Blood suspiró y el fantasma de una sonirsa jugó sobre su delgado y bronceado rostro. Luego las negras cejas se juntaron sobre los vívidos ojos azules, y el pensamiento lo alejó de lo que lo rodeaba.

 

Las cosas no habían marchado del todo bien con él en las pasadas dos semanas, desde que aceptara el nombramiento del Rey. Había habido problemas con Bishop desde el momento de su desembarco. Cuando Blood y Lord Julian habían bajado a la orilla juntos, habían sido recibidos por un hombre que no se tomó el trabajo de disimular su desagrado con el desarrollo de los eventos y su determinación de cambiarlo. Los esperaba en el muelle, apoyado por un grupo de oficiales.

 

"Entiendo que sois Lord Julian Wade" fue su agresivo saludo. Para Blood por el momento sólo tuvo una maligna mirada.

 

Lord Julian inclinó su cabeza. "Creo que tengo el honor de dirigirme al Coronel Bishop, Gobernador delegado de Jamaica." Fue casi como si su señoría le estuviera dando al Cornel una lección de comportamiento. El Coronel la aceptó, y tardíamente se inclinó, sacándose su ancho sombreo. Luego prosiguió.

 

"Habéis entregado, me han dicho, un nombramiento del rey a este hombre." Su tono traicionaba su amargura y recnor. "Vuestros motivos sin duda fueron respetables ... vuestra gratitud por haberos rescatado de los españoles. Pero el hecho en sí es impensable, mi lord. El nombramiento debe ser cancelado."



 

"No creo entender," dijo Lord Julian, distante.

 

"Por supuesto que no, si no nunca lo habríais hecho. El sujeto os engañó. Por favor, primero fue un rebelde, luego un esclavo fugitivo, y finalmente un pirata sanguinario. Lo he estado cazando durante el último año."

 

"Os aseguro, señor, que estaba bien informado de todo. No entrego un nombramiento del rey livianamente."

 

"¡No lo hacéis, por Dios! ¿Y qué otra cosa puede llamarse a esto? Pero como el Gobernador de Jamaica delegado de Su Majestad, me tomo la libertad de corregir vuestro error a mi manera."

 

"¡Ah! ¿Y cuál sería esa manera?"

 

"Hay una horca esperando a este bandido en Port Royal."

 

Blood hubiera intervenido en ese momento, pero Lord Julian se le adelantó.

 

"Veo, señor, que no entendéis bien las circunstancias. Si es un error entregar un nombramiento al Capitán Blood, el error no es mío. Estoy actuando bajo instruciones de mi Lord Sunderland; y con total conocimiento de todos los hechos, su señoría expresamente designó al Capitán Blood para este nombramiento si el Capitán Blood podía ser persuadido de aceptarlo."

 

El Coronel Bishop abrió la boca con sorpresa y desaliento.

 

"¿Lord Sunderland lo designó?" preguntó, asombrado.

 

"Expresamente."

 

Su señoría esperó un momento una respuesta. No viniendo ninguna del Gobernador, que se había quedado sin habla, le preguntó. "¿Os seguiréis aventurando a describir este asunto como un error, señor? ¿Y os arriesgaréis a corregirlo?"

 

"Yo... yo no había ni soñado ..."

 

"Entiendo señor. Permitidme presentaros al Capitán Blood."

 

Así que Bishop tuvo que poner la mejor cara que pudo manejar. Pero no era más que una máscara porque su furia y su veneno eran claros para todos.

 

Desde este poco prometedor principio, las cosas no mejoraron; más bien que empeoraron.

 

Los pensamientos de Blood estaban en éstas y otras cosas mientras yacía allí en el diván. Había estado dos semanas en Port Royal, su barco virtualmente uno más del escuadrón de Jamaica. Y cuando estas noticias llegaran a Tortuga y a los bucaneros que esperaban su regreso, el nombre del Capitán Blood que había estado tan alto entre la Hermandad de la Costa, pasaría a ser un objeto de burla, de desprecio, y antes de que todo terminara su vida podría pagar tributo por lo que sería considerada una deserción traicionera. ¿Y por qué se había colocado él en esta posición? Por el bien de una joven que lo evitaba tan persistente e intencionalmente que debía asumir que aún lo miraba con aversión. Había apenas tenido un vistazo de ella en todo este tiempo, aunque con ese propósito había rondado diariamente la residencia de su tío, y diariamente había desafiado la abierta hostilidad y rencor que le tenía el Coronel Bishop. Pero no era esto lo peor. Pudo claramente percibir que era al gracioso y elegante caballero de St. James, Lord Julian Wade, a quien todo el tiempo era dedicado. ¿Y qué oportunidad tenía él, un desesperado aventurero con antecedentes de ilegalidad, contra semejante rival, un hombre atrayente, además, como no tenía más remedio que admitir?

 

Podéis concebir la amargura de su alma. Se sentía como el perro de la fábula que ha dejado caer la sustancia para perseguir una sombra engañosa.

 

Buscó consuelo en una línea de la página abierta ante él:

 

"levius fit patientia quicquid corrigere est nefas".

Buscó pero difícilmente lo encontró.

 

Un bote que se había aproximado sin ser visto desde la costa, se golpeó contra el armazón rojo del Arabela, y una ruda voz lanzó un grito de saludo. Del barco sonaron dos notas de plata claras y agudas, y un momento o dos después el silbato lanzó un prolongado gemido.

 

Los sonidos sacaron al Capitán Blood de sus desgraciados pensamientos. Se puso de pie, alto, activo, y llamativamente elegante con una casaca escarlata, con encajes dorados que indicaba su nueva posición, y guardando el delgado volumen en su bolsillo, avanzó a la barandilla, justo cuando Jeremy Pitt estaba comenzando a subir.

 

"Una nota para ti del Gobernador," dijo el comandante brevemente, mientras le extendía un papel doblado.

 

Blood quebró el sello, y leyó. Pitt, cómodamente vestido con una camisa y pantalones, se inclinó contra la barandilla y lo miraba, con innegable preocupación en su rubio y franco rostro.

 

Blood profirió una corta risa, y curvó sus labios. "Es una citación muy perentoria," dijo, y le pasó la nota a su amigo.

 

Los ojos grises del joven comandante la leyeron rápidamente. Pensativo, se acarició su barba dorada.

 

"¿No irás?" dijo, entre pregunta y aseveración.

 

"¿Por qué no? ¿No he sido un visitante diario al fuerte ..?"

 

"Pero debe ser por el Viejo Lobo que te quiere ver. Le da un motivo de agravio finalmente. Tú sabes, Peter, que es solamente Lord Julian quien ha estado entre Bishop y su odio hacia ti. Si ahora puede demostrar que ..."

 

"¿Y qué si puede?" Blood lo interrumpió sin darle importancia. "¿Estaré en mayor peligro en tierra que abordo, ahora que nos quedan menos de cincuenta hombres, y todos indiferentes que les da lo mismo servir al Rey que a mí? Jeremy, querido muchacho, el Arabella es un prisionero aquí, entre el fuerte y la flota. No olvides eso."

 

Jeremy retorció sus manos. "¿Por qué dejaste ir a Wolverstone y a los otros?" gritó, con un toque de amargura. "Debiste ver el peligro."

 

"¿Cómo podía honestamente detenerlos? Estaba en el acuerdo. Además, ¿cómo me hubieran ayudado quedándose?" Y como Pitt no le respondiera: "¿Ves?" dijo, y se encogió de hombros. "Voy a buscar mi sombrero, mi bastón y mi espada, e iré a tierra en un bote. Encárgate que me lo preparen."

 

"Vas a entregarte en las manos de Bishop" le advirtió Pitt.

 

"Bien, bien, tal vez no me encuentre tan fácil de atrapar como imagina. Me quedan una o dos espinas aún." Y con una risa, Blood fue hacia su cabina.

 

Jeremy Pitt contestó a la risa con un juramento. Por un momento quedó dudando donde Blood lo había dejado. Luego lentamente, arrastrando los pies con contrariedad, bajó para dar la orden de que aprontaran el bote.

 

"Si algo te sucede, Peter," dijo mientras Blood subía al barco, "mejor que el Coronel Bishop se cuide. Estos cincuenta muchachos pueden ser indiferentes hoy, como dices, pero - ¡que me condenen! - serán cualquier cosa antes que indiferentes si hay algo de justicia.

 

"¿Y qué me podría suceder, Jeremy? Vamos, estaré de vuelta para el almuerzo, ya verás."

 

Blood subió al bote que lo esperaba. Pero aunque riera, sabía tan bien como Pitt que yendo a tierra esa mañana llevaba su vida en sus manos. Puede ser que fuera por esto que cuando saltó al estrecho muelle, en la sombra de la muralla del fuerte a través de la que se veían las oscuras narices de su pesados cañones, dio la orden de que el bote lo esperara en ese lugar. Pensó que tal vez tuviera que retirarse apuradamente.

 

Caminando tranquilamente, rodeó la muralla, y pasó a través de los grandes portones al patio. Media docena de soldados estaban apostados allí, y en la sombra del muro, el Mayor Mallard, el Comandante, paseaba silenciosamente. Frenó a la vista del Capitán Blood, y lo salidó, como era su obligación, pero la sonrisa que levantó sus rígidos bigotes era levemente sardónica. La atención de Peter, sin embargo, estaba en otra parte.

 

A su derecha se extendía un espacioso jardín, a cuyo fondo se levantaba la casa blanca que era la residencia del gobernador. Por la avenida principal del jardóin, bordeada de palmeras y sándalos, había captado la visión de la Srta. Bishop sola. Cruzó el patio con pasos súbitamente más largos.

 

"Tened buenos días, señora," fue su saludo cuando llegó a su lado; y con su sombrero ahora en su mano, añadió una nota de protesta: "Seguramente, es poco caritativo hacerme correr con este calor."

 

"¿Por qué corréis, entonces?" le preguntó fríamente, de pie derecha ante él, toda de blanco y muy femenina salvo por su compostura poco natural. "Estoy apurada," le informó. "Así que me perdonaréis si no me quedo."

 

"No estábais tan apurada hasta que yo llegué," protestó, y si sus labios sonreían, sus ojos azules estaban extrañamente duros.

 

"Dado que lo percibís, señor, me pregunto por qué os tomáis en trabajo de ser tan insistente."

 

Eso cruzó las espadas entre ellos, y era contra los instintos de Blood el evitar un enfrentamiento.

 

"Por mi fe, que os expresáis claramente.·" dijo. "Pero dado que fue más o menos por vuestro servicio que me he calado la casaca del Rey, debéis soportar que cubra al ladrón y pirata."

 

Ella se encogió de hombros y se volvió, con algo de resentimiento y algo de pesar. Temiendo demostrar el último, se refugió en el primero. "Hago lo que puedo," le dijo.

 

"¡Así que podéis ser caritativa en algún modo!" Rió sualvemente. "Debo estar agradecido por ello. Tal vez soy presuntuoso. Pero no puedo olvidar que cuando no era más que un esclavo en la casa de vuestro tío en Barbados, me tratábais con una cierta gentileza."

 

"¿Por qué no? En esos días teníais algún derecho a mi gentileza. Érais solamente un caballero desafortunado entonces."

 

"¿Y qué otra cosa me llamáis hoy en día?"

 

"Díficilmente desafortunado. Hemos escuchado de vuestra buena fortuna en los mares - cómo vuestra suerte es conocida de todos. Y hemos escuchado otras cosas: de vuestra buena fortuna en otras direcciones."

 

Habló rápidamente, con el pensamiento de Mademoiselle d'Ogeron en su mente. Y en un instante hubiera hablado si hubiera podido. Pero Peter Blood las dejó pasar, sin leer en ellas su significado, como ella temía que lo haría.

 

"Sí - un montón de mentiras, sin duda, como os lo puedo probar."

 

"No veo por qué os tomaríais el trabajo de esa defensa," lo desanimó ella.

 

"Para que pensárais de mi menos mal de lo que hacéis."

 

"Lo que pienso de vos os debe importar poco, señor"

 

Fue un golpe que lo desarmó. Abandónó el combate.

 

"¿Podéis decir eso ahora? ¿Podéis decir eso, viéndome con esta librea de un servicio que desprecio? ¿No me dijísteis que me podía redimir del pasado? Me importa poco redimirme del pasado, salvo ante vuestros ojos. Para mí no he hecho nada de lo que me deba avergonzar, considerando las provocaciones que recibí."

 

Su mirada vaciló, y la bajó ante la de él tan intensa.

 

"Yo .. yo no puedo pensar por qué me habláis de esta manera" dijo con menos seguridad que antes.

 

"Ah, ¿así que realmente no podéis?" gritó él. "Bien, entonces, os lo diré."

 

"Oh, por favor." Había real alarma en su voz. "Veo claramente lo que hicisteis, y veo que en parte, por lo menos, podéis haberos visto llevado por consideración hacia mí. Creedme, estoy muy agradecida. Siempre estaré agradecida."

 

"Pero si también es vuestra intención siempre pensar de mí como un ladrón y un pirata, podéis guardar vuestra gratitud por todo el bien que me pueda hacer."

 

Un color más fuerte tiñió las mejillas de ella. Hubo un imperceptible temblor en el pecho que hichaba el escote de seda blanca. Pero si la enojaron su tono y sus palabras, se guardó su enojo. Se dio cuenta de que tal vez ella misma había provocado su rabia. Honestamente quiso arreglarlo.

 

"Estáis equivocado," comenzó. "No es eso."

 

Pero estaban condenados a mal interpretarse uno al otro.

 

Los celos, esos turbadores de la razón, habían estado muy ocupados con su mente, como antes con la de ella.

 

"¿Qué es, entonces.?", preguntó, y añadió la pregunta. "¿Lord Julian?"

 

Ella se sobresaltó, y lo miró realmente indignada ahora.

 

"Och, sed franca conmigo," la urgió, imperdonablemente. "Será una gentileza, realmente lo será."

 

Por un momento estuvo de pie delante de él con la respiración agitada, el color yendo y viniendo de sus mejillas. Luego miró más allá de él, y lanzó su mentón hacia delante.

 

"Sois .. sois bastante insufrible," dijo. "Os ruego me dejéis pasar."

 

Él dio un paso al costado, con el ancho sombrero emplumado que aún tenía en su mano, señalando hacia la casa.

 

"No os detendré más, señora. Después de todo, la maldita cosa que hice por nada puede ser deshecha. Recordaréis después que fue vuestra dureza la que me llevó a ello."

 

Ella se movió para partir, luego se detuvo, y lo enfrentó nuevamente. Ahora era ella quien se defendía, su voz temblando de indignación.

 

"¡Tomáis ese tono! ¡Osáis tomar ese tono!", gritó, asombrándolo con su súbita vehemencia. "¿Tenéis el descaro de culparme porque no tomo vuestras manos cuando sé bien cómo están sucias; cuando os sé un asesino y aún peor?"

 

Él la miró boquiabierto.

 

"¿Un asesino, yo?" dijo finalmente.

 

"¿Debo nombrar a vuestras víctimas? ¿No asesinásteis a Levasseur?"

 

"¿Levasseur?" Sonrió un poquito. "¡Así que os han contado eso!

 

"¿Lo negáis?"

 

"Lo maté, es cierto. Recuerdo haber matado otro hombre en circunstancias muy similares. Fue el Bridgetown en la noche de la invasión española. Mary Trail os contará de ello. Ella estaba presente."

 

Se encasquetó el sombrero con una cierta abrupta fiereza, y se fue caminando rabiosamente, antes de que ella pudiera contestar o siquiera entender el completo significado de lo que había dicho.

 


Date: 2016-01-03; view: 623


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