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CAPÍTULO 21. A LAS ÓRDENES DEL REY JAMES

La Srta. Arabella Bishop se despertó muy temprano la siguiente mañana por la voz de bronce de un abalorio y el insistente retintín de una campana en la torre del barco. Mientras yacía despierta, mirando perezosamente las verdes ondas del agua que pasaban por el ojo de buey, se fue dando cuenta de a poco de los sonidos de rápido y laborioso tumulto - los pasos de muchos pies, los gritos de voces ásperas, y el persistente paso de pesados cuerpos en la sala de armas. Concibiendo que estos ruidos suponían una actividad mayor a la normal, se sentó, invadida por una vaga alarma, y levantó a su aún adormilada doncella.

 

En su cabina de babor Lord Julian, preocupado por los mismos sonidos, estaba ya despierto y vistiéndose apresuradamente. Cuando salió a la cubierta de popa, se encontró mirando a una montaña de lino. Cada pie de velas que el Arabella podía llevar había sido izado para captar la briza de la mañana. Hacia delante y a cada lado se extendía la infinita inmensidad del océano, brillando dorado en el sol, y sin embargo no había más que medio disco de llamas en el horizonte delante de ellos.

 

Por encima de donde se encontraba, donde la noche anterior todo estaba tan en calma, había una frenética actividad de unos sesenta hombres. Por la barandilla, inmediatamente arriba y atrás de Lord Julian, estaba el Capitán Blood discutiendo con un gigante de un solo ojo, cuya cabeza estaba envuelta en un pañuelo de algodón rojo y cuya camisa azul colgaba abierta en la cintura. Cuando su señoría, moviéndose hacia delante, se mostró a ellos, sus voces cesaron, y Blood se dio vuelta para saludarlo.

 

"Tened buenos días," dijo, y añadió " Me he equivocado feo, así es. Debía saber que no me podía acercar a Jamaica de noche. Pero estaba apurado por dejaros en tierra. Venid acá arriba. Tengo algo para mostraros."

 

Curioso, Lord Julian montó a donde se le invitaba. Parado al lado del Capitán Blood miró hacia la popa, siguiendo la indicación de la mano del Capitán, y gritó de asombro. Allí, a no más de tres millas, había tierra - una muralla de vívido verde que llenaba el horizonte al oeste. Y un par de millas hacia ellos, tras ellos, venían rápidamente tres grandes barcos blancos."

 

"No llevan bandera, pero son parte de la flota de Jamaica." Blood habló sin excitación, casi con una cierta indiferencia. "Cuando amaneció nos encontramos corriendo a encontrarnos con ellos. Cambiamos la ruta, y ha sido una carrera desde entonces. Pero el Arabella ha estado en el mar por cuatro meses, y su fondo no está preparado para la velocidad que necesitamos."



 

Wolverstone colocó sus pulgares en su ancho cinturón de cuero, y desde su gran altura miró sardónicamente a Lord Julian, aunque su señoría también era un hombre alto. "Así que parece que estaréis en otra lucha en el mar antes de haber terminado con los barcos, mi señor."

 

"Ese es un punto que todavía estamos discutiendo," dijo Blood."Porque yo sostengo que no estamos en condiciones de luchar en estas circunstancias."

 

"¡Malditas las circunstancias!" Wolversone sacó hacia delante su fuerte quijada. "Estamos acostumbrados a circunstancias. Las circunstancias eran peores en Maracaibo; y sin embargo ganamos, y tomamos tres barcos. También eran peores ayer cuando nos encontramos con Don Miguel.·"

 

"Sí - pero esos eran españoles."

 

"¿Y qué mejor son éstos? - ¿Temes a un gordinfón hacendado de Barbados? ¿Qué tienes Peter? No te he visto asustando antes."

 

Un disparo de cañón sonó tras ellos.

 

"Esa debe ser la señal para detenerse," dijo Blood, con la misma indiferente voz, y suspiró.

 

Wolverstone se plantó desafiante ante su capitán.

 

"Veré al Coronel Bishop en el infierno antes de deternerme por él." Y escupió, presumiblemente para dar mayor énfasis.

 

Su señoría intervino.

 

"Oh, pero - con vuestro permiso - seguramente nada se debe temer del Coronel Bishoo. Considerando el servicio que le habéis brindado a su sobrina y a mí ..."

 

La ruda risa de Wolverstone lo interrumpió. "¡Saludos al caballero!" se burló. "No conocéis al Coronel Bishop, eso está claro. Ni por su sobrina, ni por su hija, ni por su propia madre perdonaría la sangre que piensa que se le debe. Un bebedor de sangre, eso es lo que es. Una desagradable bestia. Nosotros lo sabemos, el Capitán y yo. Hemos sido sus esclavos."

 

"Pero estoy yo," dijo Lord Julian, con gran dignidad.

 

Wolverstone rió nuevamente, y la sangre fluyó al rostro de su señoría. Lo provoó a levantar su voz por encima de su usual lánguido nivel.

 

"Os aseguro que mi palabr cuenta para algo en Ingalterra."

 

"Oh, sí - en Inglaterra. Pero esto no es Inglaterra, maldita sea."

 

Llegó el rugido de un segundo cañón, y un disparo redondo golpeó el agua a menos de la mitad de un cable hacia la popa. Blood se inclinó sobre la barandilla para hablar con el joven rubio inmediantamente bajo él al lado del timonel.

 

"Ordénales que arrien velas, Jeremy," dijo quedamente. "Nos detenemos."

 

Pero Wolverstone se interpuso nuevamente.

 

"¡Espera un momento, Jeremy!" rugió. "¡Espera!" Se dio vuelta nuevamente para enfrentar al Capitán, quien había colocado una mano en su hombro y sonreía, un poco pensativo.

 

"¡Tranquilo, viejo lobo! ¡Treanquilo!" lo reprimió el Capitán Blood.

 

"Tranquilo tú, Peter. ¡Te has vuelto loco! ¿Nos condenarás a todos al infierno por ternura hacia ese frío pedazo de mujer?"

"¡Basta!" gritó Blood con súbita furia.

 

Pero Wolverstone no quería parar. "Es la verdad, tú tonto. Son esas malditas enaguas que te están convirtiendo en un cobarde. Es por ella que tienes temor - y ella, ¡es la sobrina del Coronel Bishop! Por Dios, hombre, tendrás un motín abordo, y lo dirigiré yo antes de rendirme para ser ahorcado en Port Royal."

 

Sus moiradas se encontraron, huraño desafío enfrentando furia sorda, sorpresa y dolor.

 

"No es asunto de rendirse", dijo Blood, " para ningún hombre a bordo salvo yo mismo. Si Bishop puede reportar a Inglaterra que me ha apresado y ahoracado, será muy bueno para él y al mismo tiempo gratificará su rencor personal contra mí. Esto lo satisfará. Le mandaré un mensaje ofreciendo rendirme sobre este barco, llevando a la Srta. Bishop y a Lord Julian conmigo, pero solamente con la condición de que el Arabella pueda seguir sin ser atacado. Es un trato que aceptará, si lo conozco algo."

 

"Es un trato que nunca se le ofrecerá," retrucó Wolverstone, y su anterior vehemencia era nada frente a la de ahora. "¡Seguramente estás demente de solo pensarlo, Peter!"

 

"No tan demente como tú cuando hablas de luchar contra eso." Extendío un brazo mientras hablaba para indicar los barcos que los perseguían, que venían acercándose lenta pero sostenidamente. "Antes de navegar media milla estaremos a su alcance."

 

Wolverstone juró elaboradamente, luego de repente se detuvo. Por el rabillo de su único ojo había espiado una elegante figura de seda gris que ascendía hacia donde se encontraban. Tan absortos habían estado que no habían visto a la Srta. bishop salir por la puerta del corredor que llevaba a las cabinas. Y había algo más que esos tres hombres en la popa, y Pitt inmediatamente abajo de ellos, habían fallado de observar. Unos momentos atrás Ogle, seguido por la mayor parte de su gente de la cubierta de los cañones, había emergido de la escotilla, para comenzar una fuerte discusión con los otros que, abandonando sus tareas, se le estaban juntando.

 

Incluso ahora Blood no tuvo ojos para ello. Giró para mirar a la Srta. Bishop, maravillándose un poco, después de cómo lo había evitado el día anterior, que ahora se aventurara en el alcázar. Su presencia en ese momento, y considerando la naturaleza de su altercado con Wolverstone, era embarazosa.

 

Muy dulce y suave se encontraba ante él con su vestimenta gris brillante, una leve excitación coloreaba sus mejillas y hacía brillar sus ojos color almendra, que miraban tan franca y honestamente. No llevaba sombrero, y los rizos de su cabello marrón dorado bailaban distraidamente en la brisa matinal.

 

El Capitán Blood se desubrió la cabeza y se inclinó silenciosamente con un salido que ella devolvió compuesta y formalmente.

 

"¿Qué está pasando, Lord Julian?" inquirió.

 

Como para contestarle, un tercer cañón habló desde los barcos hacia los que ella miraba atenta y sorprendida. Un frunce se produjo en su frente. Miró uno a uno a los hombres allí parados tan malhumorados y obviamente incómodos.

 

"Son barcos de la flota de Jamaica," su señoría le contestó.

 

En cualquier caso debía haber sido una explicación suficiente. Pero antes de que pudiera agregarse nada, su atención finalmente fue dirigida a Ogle, quien venía subiendo la ancha escalera, y a los hombres que quedaban tras él, en los que, instintivamente, notaron una vaga amenaza.

 

A la cabeza de sus compañeros, Ogle encontró su camino cortado por Blood, quien lo confrontó, con una súbita severidad en su rostro y en cada una de sus líneas.

 

"¿Qué es esto?" preguntó el Capitán ásperamente. "Tu puesto en el la cubierta de los cañones. ¿Por qué lo has dejado?"

 

Así desafiado, la obvia agresividad se borró de las facciones de Ogle, sofocada por el antiguo hábito de la obediencia y el natural dominio que era el secreto del mando del Capitán sobre sus salvajes seguidores. Pero no frenó la intención del cañonero. Si hizo algo, incrementó su excitación.

 

"Capitán," dijo, y mientras hablaba apuntaba a los barcos que los perseguían. "El Coronel Bishop nos tiene en sus manos. No podemos huir ni luchar."

 

La altura de Blood pareció aumentar, como lo hizo su severidad.

 

"Ogle," dijo, con una voz fría y aguda como el acero, "tu puesto es el la cubierta de los cañones. Volverás allí enseguida, y lleva tu tripulación contigo, o si no ..."

 

Pero Ogle, violento en su semblante y en sus gestos, lo interrumpió.

 

"Las amenazas no servirán, Capitán."

 

"¿No lo harán?"

 

Era la primera vez en su carrera de bucanero que una orden suya no era acatada, y que un hombre faltaba a la obediencia que le hacía jurar a todos los que se le unían. Que esta insubordinación procediera de uno de los hombres en los que más confiaba, uno de sus antiguos asociados de Barbados, era muy amargo, y lo hizo renuente a hacer lo que su instinto le decía que debía hacerse. Su mano se cerró sobre una de las pistolas que llevaba.

 

"Tampoco eso te servirá," Ogle le avisó, todavía más fieramente. "Los hombres piensan como yo, y seguirán el camino que quieren"

 

"¿Y cuál puede ser ese camino?"

 

"El camino para salvarnos. No nos hundiremos ni nos colgarán mientras podamos evitarlo."

 

De las tres o cuatro veintenas de hombres que se habían juntado abajo de la escalera vino un murmullo de aprobación. La mirada del Capitán Blood se paseó por esos resueltos sujetos, de fiera mirada, luego volvió a descansar en Ogle. Había allí claramente una vaga amenaza, un espíritu de motín que no podía entender. "Vienes a darme un consejo, entonces, ¿es así?" preguntó, sin disminuir en nada su severidad.

 

"Eso es, Capitán; un consejo. Esa joven, allí." Extendió un brazo desnudo para apuntar a ella. "La joven Bishop; la sobrina del gobernador de Jamaica... La queremos como rehén por nuestra seguridad."

 

"¡Sí!" rugieron en coro los bucaneros abajo, y uno o dos de ellos elaboraron esa afirmación.

 

Como un relámpago del Capitán Blood vio lo que había en sus mentes. Y aunque no perdió nada de su compostura severa exterior, el miedo invadió su corazón.

 

"¿Y cómo," preguntó, "imaginas que la Srta. Bishop sería ese rehén?"

 

"Es por la providencia que la tenemos abordo; por la providencia. Mándale, Capitán, una señal para que manden un bote y se aseguren que la señorita esá acá. Luego les dejas saber que si intentan detenernos en nuestra salida de acá, primero la colgaremos y luego lucharemos. Eso tal vez enfriará al Coronel Bishop."

 

"Y tal vez no." Lenta y burlona vino la voz de Wolverstone para contestar a la confiada animación del otro, y mientras hablaba se puso al lado de Blood, un aliado inesperado. "Alguno de esos tontos puede creer ese cuento." Indicó con un dedo despectivo a los hombres en cubierta, cuyo número aumentaba continuamente por la llegada de otros del castillo de proa. "Aunque tal vez otros sepan mejor, porque todavía unos pocos estuvieron en Barbados con nosotros, y conocen como yo y como tú al Coronel Bishop. Si estás contando con tocar las fibras del corazón de Bishop, eres un tonto más grande, Ogle, de lo que siempre pensé que eras con cualquier cosa menos con tus cañones. No hay nada que hacer por ese lado salvo que quieras estar seguro de que nos hundan. Aunque tuviéramos un cargamento entero de sobrinas de Bishop, no lo harían detenerse. Tal como le estuve diciendo a su señoría aquí, quien pensó como tú que teniendo a la Srta. Bishop abordo nos pondría a salvo, ni por su madre dejaría ese sucio negrero escapar lo que se le debe. Y si no fueras un tonto, Ogle, no precisarías que te dijera esto. Tenemos que luchar, mis muchachos ..."

 

"¿Cómo podemos luchar, hombre?" le rugió Ogle, furiosamente luchando contra la convicción que el argumento de Wolverstone iba generando en los que lo escuchaban. "Puedes estar en lo cierto, y puedes estar equivocado. Tenemos una oportunidad. Es nuestra única oportunidad ..."

 

El resto de sus palabras se ahogaron en los gritos insistiendo que la joven les fuera entregada como rehén. Y luego más fuerte que antes rugió un cañón hacia sotavento, y cerca de la viga de estribor vieron la lluvia provocada por el disparo, que había sido muy cerca.

 

"Están a distancia de tiro," gritó Ogle. E inclinándose por la barandilla, "Bajad el timón," comandó.

 

Pitt, en su puesto al lado del timonel, giró intrépidamente a enfrentar al agitado cañonero.

 

"¿Desde cuando das órdenes en la cubierta principal, Ogle? Yo tomo mis órdenes del Capitán."

 

"Tomarás esta orden de mí, o, por Dios, tú ..."

 

"¡Espera1" le pidió Blood, interrumpiendo, y puso una mano sobre su barzo para refrenarlo."Creo que hay un mejor camino."

 

Miró por encima de su hombro, hacia la popa, a los barcos que avanzaban, el primero ahora a menos de un cuarto de milla de distancia. su mirada pasó por encima de la Srta. Bishop y Lord Julian parados uno al lado del otro algunos pasos atrás de él. La vió pálida y tensa, con los labios entreabiertos y ojos asustados fijos en él, un testigo angustiado de esta decisión sobre su destino. El Capitán pensaba rápidamente, pesando la posibilidad de si descargando su pistola en Ogle provocaría un motín. Que algunos hombres no apoyarían, no había duda. Pero no estaba menos seguro de que la mayoría se opondrían a él, a pesar de todo lo que pudiera hacer, jugando su única oportunidad de retener a la Srta. Bishop como rehén. Y si lo hacían, de una forma o de otra, la Srta. Bishop estaría perdida. Porque incluso si Bishop aceptaba sus demandas, la retendrían como rehén.

 

Mientras tanto Ogle se ponía impaciente. Su brazo seguía apretado por Blood, y se enfrentó al Capitán.

 

"¿Qué mejor camino?" preguntó. "No hay ninguno mejor. No cambiaré de opinión por lo que dijo Wolverstone. Puede tener razón, y puede que no. Lo probaremos. Es nuestra única oportunidad, he dicho, y debemos tomarla.

 

El mejor camino que había en la mente del Capitán era el que le había propuesto ya a Wolverstone. Si los hombres que había juntado Ogle tendrían o no un punto de vista diferente al de Wolverstone, no lo sabía. Pero veía ahora claramente que si consentían, no por eso dejarían de lado su intención en relación a la Srta. Bishop; harían de la rendición de Blood meramente una carta adicional para este juego contra el gobernador de Jamaica.

 

"Es por ella que estamos en esta trampa," siguió Ogle. "Por ella y por ti. Fue para traerla a Jamaica que pusiste en peligro nuestras vidas, y no vamos a perder nuestras vidas mientras haya una oportunidad de salvarnos a través de ella."

 

Estaba volviéndose nuevamente al timonel abajo, cuando el puño de Blood se hizo más fuerte en su brazo. Ogle se desprendió de él con un juramento. Pero Blood había tomado su decisión. Había encontrado el único camino, y aunque le resultaba repelente, debía tomarlo.

 

"Esa es una oportunidad desesperada," gritó. "Mi camino es el fácil y seguro. ¡Espera!" Se inclinó sobre la barandilla. "Baja el timón," le ordenó a Pitt. "Y manda una señal de que manden un bote."

 

Un silencio de asombro cayó sobre el barco - de asombro y sospecha frente a este repentino consentimiento. Pero Pitt, aunque lo compartía, fue rápido para obedecer. Su voz sonó, dando las órdenes necesarias, y luego de un instante de pausa,, una veintena de manos las ejecutaron. Hubo ruido de maderas y las velas al girar, y el Capitán Blood se volvió y le pidió a Lord Julian que se acercara. Su señoría, luego de una momentánea duda, avanzó con sorpresa y desconfianza - una desconfianza compartida por la Srta. Bishop, quien, como su señoría y todos los demás abordo, aunque de diferente manera, habían sido sorprendidos por la repentina sumisión de Blood a la demanda de detenerse.

 

De pie ahora, con Lord Julian a su lado, el Capitán Blood se explicó.

 

Breve y claramente anunció a todos el objeto del viaje de Lord Julian al Caribe, y les informó la oferta que Lord Julian le había hecho.

 

"Esa oferta la rechacé, como su señoría os podrá decir, considerándome ofendido por ella. Los de vosotros que habéis sufrido bajo el reinado del Rey James me entenderéis. Pero ahora en la desesperada situación en que nos encontramos - enfrentados a unas fuerzas mucho mayores a las nuestras, como ha dicho Ogle - estoy dispuesto a tomar el camino de Morgan: a aceptar el nombramiento del Rey y resguardarnos todos tras él."

 

Fue un trueno que por un momento los dejó anonadados. Luego fue Babel. La mayor parte de ellos le dieron la bienvenida a la idea como sólo hombres que están prontos a morir pueden dar la bienvenida a una nueva posibilidad de vida. Pero muchos de ellos no querían opinar hasta que se les respondieran algunas preguntas, y básicamente una que fue hecha por Ogle.

 

"¿Respetará Bishop el nombramiento?"

 

Fue Lord Julian quien contestó.

 

"Será muy malo para él sin intenta desconocer la autoridad del rey. Y aunque él lo intente, estad seguros que sus propios oficiales no se animarán a hacer otra cosa que oponerse a él."

 

"Sí," dijo Ogle, "eso es cierto."

 

Pero algunos todavía estaban abierta y francamente en contra. Uno de ellos era Wolverstone, quien al momento proclamó su hostilidad.

 

"Me pudriré en el infierno si alguna vez sirvo al rey," rugió con gran furia.

 

Pero Blood lo tranquilizó y a los que pensaban como él.

 

"Ningún hombre que no quiera me debe seguir en el servicio del rey. Esa no es la propuesta. La propuesta es que yo acepte este servicio con los que me quieran seguir. No penséis que lo acepto con gusto. Por mi lado, soy enteramente de la opinión de Wolverstone. La acepto como el único camino para salvarnos a todos de la segura destrucción a la que mis propios actos nos han traído. E incluso los que no quieran seguirme compartirán la inmunidad de todos, y luego serán libres de partir. Esos son los términos bajo los que me vendo al rey. Dejad que Lord Julian, el representante de la Secretaría de Estado, diga si los acepta."

 

Rápido, ansioso, y claro vino el consentimiento de su señoría. Y prácticamente ese fue el fin del tema. Lord Julian, ahora el blanco de bromas de buen humor y aclamaciones, salió hacia su cabina en busca del contrato, secretamente regocijándose por las vueltas de los eventos que le habían permitido terminar tan bien su encargo.

 

Mientras tanto se le hicieron señas a los barcos de Jamaica para que mandaran un bote, y los hombres en cubierta se dispersaron y fueron ruidosamente a mirar a los grandes navíos que corrían hacia ellos.

 

Cuando Ogle dejó el alcázar, Blood se dio vuelta, y quedó frente a la Srta. Bishop. Lo había estado observando con ojos brillantes, pero a la vista de su abtida expresión, y la profunda arruga en su frente, su propia expresión cambió. Se acercó a él con una indecisión totalmente inusual en ella. Puso una mano levemente sobre su brazo.

 

"Habéis elegido sabiamente, señor," le dijo, "aunque contra vuestras inclinaciones."

 

El Capitán miró con ojos sombríos a la causante de ese sacrificio.

 

"Os lo debía - o pensé que era sí," dijo

 

Ella no entendió. "Vuestra resolución me evitó un terrible peligro," admitió. Y se estremeció al recordarlo. "Pero no entiendo por qué dudasteis cuando primero se os propuso. Es un servicio honorable."

 

"¿El del Rey James?" se burló él.

 

"El de Inglaterra," lo corrigió al responder. "El país lo es todo, señor; el soberano nada. El Rey James pasará; otros vendrán y pasarán, Ingalterra permanece, para ser honorablemente servida por sus hijos, cualquiera sea el rencor que tengan hacia el hombre que la gobierna en su momento."

 

Él mostro cierta sorpresa. Luego sonrió un poco. "Aguda defensa, " aprobó. "Debíais haber hablado a mi tripulación."

 

Y luego, con la nota de ironía profundizándose en su voz. ¿Suponéis ahora que este honorable servicio pueda redimir a uno que era un ladrón y un pirata?"

 

Su mirada cayó. Su voz tembló un poco al responder. "Si él ... necesita redención. Tal vez .. tal vez haya sido juzgado demasiado severamente."

 

Los ojos azules lanzaron un destello, y los firmes labios ablandaron un poco su expresión.

 

"Bueno ... si pensáis eso," dijo, observándola, con una extraña ansiedad en su mirada, "la vida puede tener sus motivos, después de todo, e incluso el servicio del Rey James se puede volver tolerable."

 

Mirando más allá de ella, a través del agua, observó un bote que saliá de uno de los grandes barcos, el cual, detenido ahora, se hamacaba suavemente a unas trescientas yardas de distancia. Abruptamente sus modos cambiaron. Era como alguien que se recobra, que toma nuevamente posesión de sí mismo.

 

"Si vais abajo, y tomáis vuestro equipaje y a vuestra doncella, rápidamente podréis ir a uno de los barcos de la flota." Indicó al bote mientras hablaba.

 

Ella se alejó, y luego con Wolverstone, inlcinándose sobre la barandilla, miró cómo se aproximaba el bote, tripulado por una docena de marineros, y comandado por una figura escarlata sentada rígidamente . Dirigió el telescopio hacia esa figura.

 

"No será el mismo Bishop," dijo Wolverstone, entre pregunta y aseveración.

 

"No." Blood cerró el telescopio. "No sé quién es."

 

"¡Ha!" Wolverstone lanzó una risa de desprecio. "A pesar de toda su ansiedad, Bishop seguramente no tiene deseos de venir él mismo. Ha estado abordo de este armazón antes, y lo hicimos nadar esa vez. Así que manda un mensajero."

 

El mensajero probó ser un oficial llamado Calverley, un vigoroso, autosuficiente sujeto, comparativamente recién llegado de Inglaterra, cuyos modos indicaron claramente que venía muy bien instruido por el Coronel Bishop sobre cómo manejar a piratas.

 

Su actitud, cuando desembarcó en el Arabella, era arrogante, agresiva y desdeñosa.

 

Blood, con el nombramiento del rey ahora en su bolsillo, y Lord Julian de pie a su lado, esperaban para recibirlo, y el Capitán Calverley se sorprendió un poco al encontrarse confrontado por dos hombres tan diferentes en su aspecto de lo que él esperaba. Pero no perdió su arrogante postura, y apenas dirigió una mirada al grupo de fieros sujetos, semidesnudos, que formaban un semicírculo en el fondo.

 

"Tened buenos días, señor," Blood lo saludó agradablemente. "Tengo el honor de daros la bienvenida a bordo del Arabella. Mi nombre es Blood - Capitán Blood, a vuestro servicio. Tal vez habéis oído hablar de mí."

 

El Capitán Calverley observaba asombrado. Las airosas maneras de este redomado bucanero difícilmente eran lo que esperaba de un sujeto desesperado, obligado a una humillante rendición. Una leve, agria sonrisa quebró los labios del oficial.

 

"Iréis a la prisión, sin duda," dijo con desprecio. "Supongo que es la costumbre de los vuestros. Mientras tanto es vuestra capitulación la que exijo, hombre, no vuestro descaro."

 

EL Capitán Blood se hizo el sorprendido, dolorido. Buscó apoyo en Lord Julian.

 

"¿Habéis oído eso? ¿Y habéis oído alguna vez algo así? ¿Qué os dije? Ya veois, el pobre caballero están totalmente equivocado. Tal vez se eviten huesos rotos si su señoría le explica exactamente quién soy yo."

 

Lord Julian avanzó un paso y saludó superficialmente y con un cierto desprecio a ese despreciativo pero ahora aturdido oficial. Pitt, quien miraba la escena desde la barandilla del alcázar, nos cuenta que su señoría estaba tan grave como un verdugo en un cadalso. Pero sospecho que esa gravedad era una máscara bajo la cual Lor Julian se estaba secretamente regocijando.

 

"Tengo el honor de informaros, señor," dijo rígidamente, "que el Capitán Blood tiene un nombramiento en el servicio del Rey, con el sello de Lord Sunderland, el Secretario de Estado de Su Majestad."

 

El rostro del Capitán Calverley se puso púrpura, sus ojos se revolvieron, Los bucaneros en el fondo conversaban y juraban entre ellos divirtiéndose con la comedia. Por un largo momento Calverley miró en silencio a su señoría, observando la costosa elegancia de sus ropas, su aire de calmada seguridad, y su frío, fastidioso discurso, todo lo que tenía claramente el sello del gran mundo al que pertenecía.

 

"¿Y quién diablos sois vos?" explotó finalmente.

 

Aún más frío y más distante que nunca se puso la voz de su señoría.

 

"No sois muy educado, señor, como ya he notado. Mi nombre es Wade - Lord Julian Wade. Soy el enviado de Su Majestad en estas tierras bárbaras, y el más próximo pariente de Lord Sunderlanda. El Coronel Bishop ha sido notificado de mi llegada."

 

El brusco cambio en la actitud de Calverley a la mención del nombre de Lord Julian mostró que la notificación había llegado, y que él la conocía.

 

"Yo ... yo creo que sí," dijo Calverley, entre duda y sospecha. "Es decir: ha sido notificado de la llegada de Lord Julian Wade. Pero ... pero... ¿abordo de este barco...?" El oficial hizo un gesto de impotencia, y cediendo a su asombro, abruptamente quedó en silencio.

 

"Venía en el Royal Mary ..."

 

"Eso fue lo que nos avisaron."

 

"Pero el Royal Mary cayó víctima de un corsario español, y nunca habría llegado si no fuera por la gallardía del Capitán Blood, quien me rescató."

 

La luz iluminó la mente de Calverley. "Ya veo. Ya entiendo."

 

"Me tomo la libertad de dudarlo." El tono de su señoría no perdió nada de su aspereza. "Pero eso puede esperar. Si el Capitán Blood os muestra su nombramiento, tal vez eso termine con vuestras dudas, y podamos seguir adelante. Estaré contento de llegar a Port Royal."

 

El Capitán Blood colocó un pergamino bajo los ojos de Calverley. El oficial lo examinó, particularmente los sellos y la firma. Dio un paso atrás, un desconcertado, impotente hombre. Asintió impotente.

 

"Debo volver con el Coronel Bishop para recibir órdenes," les informó.

 

En ese momento se abrió un hueco entre los hombres, y a través de él apareció la Srta. Bishop seguida por su doncella. Sobre su hombro el Capitán Blood la observó acercarse.

 

"Tal vez, como el Coronel Bishop está con vos, llevaréis a su sobrina con él. La srta. Bishop estaba abordo del Royal Mary también, y la recaté junto con su señoría. Ella podrá darle a su tíolos detalles de ello y del presente estado de las cosas."

 

Llevado así de sorpresa en sorpresa, el Capitán Calverley no pudo hcer otra cosa que asentir nuevamente.

 

"Mientras que yo," dijo Lord Julian, con la intención de hacer la partida de la Srta. Bishop libre de toda interferencia de parte de los bucaneros, "permaneceré a bordo del Arabella hasta que lleguemos a Port Royal. Mis saludos al Coronel Bishop. Decidel que estoy ansioso de conocerlo allí."

 


Date: 2016-01-03; view: 607


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