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CAPÍTULO 23. REHENES

Peter Blood se detuvo en el pórtico rodeado de pilares de la casa del gobernador, y con ojos que no veían, cargados de dolor y rabia, miró a través del gran puerto de Port Royal hacia las verdes colinas que se elevaban en la distante ribera y el risco de las Montañas Azules más atrás, enturbiadas por el intenso calor.

 

Lo despertó la vuelta del negro que había ido a anunciarlo, y siguiendo ahora al esclavo, hizo su camino a través de la casa hasta el ancho patio atrás de ella, en cuya sombra el Coronel Bishop y Lord Julian tomaban el poco aire que había.

 

"Así que habéis venido," le dijo el gobernador, y siguió su saludo con una serie de gruñidos de vago pero aparentemente mal humor.

 

No se tomó el trabajo de levantarse, ni siquiera cuando Lord Julian, obedeciendo los instintos de una mejor educación, le dio el ejemplo. Desde abajo de su enojado ceño, el acaudalado hacendado de Barbados observó a su anterior esclavo, quien, con el sombrero en la mano, apoyándose levemente en su largo bastón, no revelaba en su rostro la rabia que estaba siendo alimentada por esta tan poca cortés recepción.

 

Finalmente, con gesto adusto y tono auto suficiente, el Coronel Bishop se explicó.

 

"He mandado por vos, Capitán Blood, por ciertas noticias que me han llegado. Me informaron que ayer al atardecer una fragata dejó el puerto llevando a bordo a vuestro socio Wolverstone y cien hombres de los ciento cincuenta que servían a vuestras órdenes. Su señoría y yo estaremos felices de tener vuestra explicación de cómo pudisteis permitir esa partida."

 

"¿Permitirla?" preguntó Blood. "Yo la ordené."

 

La respuesta dejó a Bishop sin habla momentáneamente. Luego:

 

"¿La ordenásteis?" dijo con acento de incredulidad, mientras Lord Julian levantaba sus cejas. "¿Tal vez os explicaréis? ¿A dónde ha ido Wolverstone?"

 

"A Tortuga. Fue con un mensaje a los oficiales que comandan los otros cuatro barcos de la flota que me espera allá, diciéndoles lo que pasó y por qué no deben esperarme."

 

La gran cara de Bishop pareció hincharse y su color púrpura se profundizó. Giró hacia Lord Julian.

 

"¿Oís eso, mi lord? Deliberadamente ha dejado a Wolverstone libre por los mares nuevamente - Wolverstone, el peor de toda esa banda de piratas, después de él. Espero que su señoría comience finalmente a percibir la locura de darle un nombramiento del Rey a un hombre como este, contra todos mis consejos. ¡Esto es ... es motín ... traición! ¡Por Dios! Es asunto de corte marcial."



 

"¿Queréis cesar vuestra charlatanería de motín y traición y corte marcial?" Blood se puso su sombrero, y se sentó sin que se lo ofrecieran. "He mandando a Wolverstone para informar a Hagthorpe y a Christian y a Yberville y al resto de mis muchachos que tienen un mes para seguir mi ejemplo, dejar la piratería, y volver a sus ocupaciones anteriores, o si no, savegar fuera del Mar Caribe. Eso es lo que he hecho."

 

"¿Y los hombres?" su señoría interpuso su nivelada y culta voz. "¿Esos cien hombres que Wolverstone llevó consigo?"

 

"Son los de mi tripulación que no tienen el gusto de servir al Rey James, y han preferido buscar otro tipo de trabajo. Estaba en nuestro acuerdo, mi lord, que se obligaría a mis hombres."

 

"No lo recuerdo," dijo su señoría, con sinceridad.

 

Blood lo miró con sorpresa. Luego se encogió de hombros. "No es mi culpa la mala memoria de su señoría. Yo digo que fue así, y no miento. Nunca lo he encontrado necesario. De cualquier modo, no podríais haber supuesto que consentiría en algo diferente."

 

Y entonces explotó el gobernador.

 

"¡Les habéis dado a esos condenados bribones en Tortuga ese aviso para que pudieran escapar! Éso es lo que hicisteis. ¡Así es como abusáis del nombramiento que ha salvado vuestro cuello!"

 

Peter Blood lo examinó tranquilamente, su rostro impasible. "Os recordaré", dijo finalmente muy quieto, "que el propósito era - dejando de lado vuestros propios apetitos que, como todos saben, son solamente los de un verdugo - liberar al Caribe de bucaneros. Ahora, he tomado el camino más efectivo para lograr este propósito. El conocimiento de que he entrado al servicio del Rey provocará que se desarme la flota de la que yo era el almirante."

 

"¡Ya veo!" se burló el gobernador con malevolencia. "¿Y si no?"

 

"Habrá tiempo suficiente para considerar qué más se puede hacer."

 

Lord Julian se adelantó a otra explosión de parte de Bishop.

 

"Es posible," dijo, "que mi lord Sunderland esté satisfecho, considerando que la solución sea la que prometéis."

 

Era un discurso conciliador y cortés. Urgido por su amistad hacia Blood y entendiendo la difícil posición en la que el bucanero se encontraba, su señoría estaba dispuesto a tomar su posición sobre la intención de sus instrucciones. Así que ahora le ofrecía una mano amistosa para ayudarlo a pasar por encima del último y más difícil obstáculo que Blood mismo le había proporcionado a Bishop para colocárselo en el camino de su redención. Desafortunadamente, de la última persona de la que Blood quería asistencia en ese momento era de este joven noble, a quien miraba con los enceguecidos ojos de los celos.

 

"De todos modos," contestó con una sugerencia de desafío y algo más que una sugerencia de burla, "es lo más que podéis esperar de mí, y ciertamente lo más que obtendréis."

 

Su señoría frunció el ceño, y se secó los labios con un pañuelo.

 

"No creo que me guste la forma en que lo ponéis. Ciertamente, reflexionando, Capitán Blood, estoy seguro de que no me gusta."

 

"Lo lamento, realmente," dijo Blood con descaro. "Pero allí está. Y no estoy interesado en modificarlo."

 

Los pálidos ojos de su señoría se abrieron un poco más. Láguidamente levantó sus cejas.

 

"¡Ah!" dijo. "Sois una persona prodigiosamente descortés. Me desilusionáis, señor. Me había hecho la idea de que seríais un caballero."

 

"Y ése no es el único error de vuestra señoría," interrumpió Bishop. "Cometísteis uno peor cuando le dísteis el nombramiento del Rey así salvasteis a este bribón de la horca que había preparado para él en Port Royal."

 

"Sí - pero el peor error en este tema de nombramientos," dijo Blood a su señoría, "fue el que colocó a este grasiento negrero en el lugar de Gobernador de Jamaica en vez del de verdugo, que es el oficio para que que está mejor dotado por la naturaleza."

 

"¡Capitán Blood!" dijo su señoría reprimiéndolo. "Por mi alma y mi honor, señor, vais demasiado lejos. Sois ..."

 

Pero aquí Bishop lo interrumpió. Se había puesto de pie, finalmente, y estaba llevando su furia al punto de abuso. El Capitán Blood, que también se había levantado, estaba aparentemente impasible, esperando que pasara la tormenta. Cuando finalmente sucedió, se dirigió calmado a Lord Julian, como si el Coronel Bishop no hubiera hablado.

 

"¿Su señoría iba a decir..?" preguntó, con desafiante suavidad.

 

Pero su señoría había recuperado su natural compostura, y nuevamente estaba dispuesto a ser conciliador. Rió y se encogió de hombros.

 

"¡Por mi fe! qué innecesario acaloramiento", dijo. "Y Dios sabe que esta plaga de clima ya provee suficiente de ello. Tal vez, Coronel Bishop, sois un poco intransigente; y vos, señor, sois ciertamente demasiado provocador. He dicho, hablando según las intenciones de Lord Sunderland, que me conformo con esperar los resultados del experimento."

 

Pero la furia de Bishop había llegado a un punto en el que no podía deteneral.

 

"¿Os conformáis, realmente?" rugió. "Bien, pero yo no. Ésta es una materia en la que su señoría me debe permitir ser un mejor juez. Y, de todos modos, tomo el riesgo de actuar bajo mi responsabilidad."

 

Lord Julian abandonó la lucha. Sonrió cansado, se encogió de hombros, e hizo un gesto de resignación. El gobernador siguió tronando.

 

"Dado que su señoría os ha dado un nombramiento, no puedo en forma regular juzgaros por piratería como merecéis. Pero responderéis ante una corte marcial por vuestra acción en el tema de Wolverstone, y pagaréis por sus consecuencias."

 

"Ya veo," dijo Blood. "Ahora llegamos. Y sois vos como gobernador quien presidirá dicha corte marcial. ¡Con tal de poder borrar antiguos rencores y ahorcarme, os importa poco cómo lo hacéis!" Rió, y añadió: "Praemonitus, praemunitus."

 

"¿Qué quiere decir eso?" preguntó Lord Julian ásperamente.

 

"Había imaginado que vuestra señoría tendría alguna educación."

 

Hacía un gran esfuerzo, como veis, para ser provocativo.

 

"No es el significado literal lo que pregunto, señor," dijo Lord Julian con helada dignidad. "Quiero saber qué deseáis que entienda."

 

"Dejo a vuestra señoría para que lo adivine," dijo Blood. "Y os deseo a los dos un muy buen día." Se sacó su sombrero, y les hizo una reverencia muy elegante.

 

"Antes de que os vayáis," dijo Bishop, "y para evitaros cualquier aspereza inútil, os digo que el patrón del puerto y el comandante tienen sus órdenes. No dejaréis Port Royal, mi buen pájaro de horca. Maldición, intento daros permanente alojamiento aquí, en el muelle de ejecución."

 

Peter Blood se puso tenso, y sus vívidos ojos azules traspasaron la hinchada cara de su enemigo. Pasó el largo bastón a su mano izquierda, y con la derecha colocada negligentemente dentro del pecho de su casaca, se dirigió a Lord Julian, quien bostezaba pensativamente.

 

"Su señoría creo que me prometió inmunidad de esto."

 

"Lo que puedo haber prometido," dijo su señoría, "vuestra propia conducta lo hace difícil de cumplir." Se puso de pie. "Me hicisteis un servicio, Capitán Blood, y esperé que pudiéramos ser amigos. Pero dado que lo preferís de otra manera ..." Se encogió de hombros, y con su mano indicó al gobernador.

 

Blood terminó la frase a su manera:

 

"Queréis decir que no tenéis la fuerza de carácter para resistir la insistencia de un fanfarrón." Estaba aparentemente tranquilo, y de hecho sonriendo. "Bien, bien, - como dije antes - praemonitus, praemunitus. Me temo que no sois un erudito, Bishop, o sabréis que significa: prevenido, preparado."

 

"¿Prevenido? ¡Ha!" Bishop casi gruñó. "El aviso llega un poco tarde. No dejaréis esta casa." Dio un paso en dirección a la puerta y levantó la voz. "Ho, allí ..." comenzaba a llamar.

 

Luego con una repetina y audible respiración cortada, se detuvo. La mano derecha de Blood había resurgido del pecho de su casaca, con una larga pistola con ricos adornos de plata, que puso a menos de un pie de la cabeza del gobernador."

 

"Y preparado," dijo. "No os mováis de donde estáis, señoría, o podría ocurrir un accidente."

 

Y su señoría, que se dirigía a asistir a Bishop, se quedó instantáneamente quieto. Pálido, con mucho de su color repentinamente perdido, el gobernador se balanceaba sobre sus piernas inestables. Peter Blood lo observaba con un gesto torvo que aumentaba su pánico.

 

"Me sorprende que no os dispare sin más ni más, canalla gordinflón. Si no lo hago, es por la misma razón que antes os perdoné la vida cuando no valía nada. No conocéis la razón; pero tal vez os reconforte saber que existe. Al mismo tiempo os advierto que no pongáis demasiada presión en mi generosidad, que reside en este momento en mi dedo puesto en el gatillo. Os proponéis colgarme, y dado que eso es lo peor que me puede pasar de cualquier manera, podéis ver que no tendré problemas en aumentar mi cuenta derramando vuestra sangre nauseabunda." Lanzó lejos su bastón, dejando libre su mano izquierda. "Sed bueno y dadme vuestro brazo, Coronel Bishop. Vamos, vamos, hombre, vuestro brazo."

 

Bajo la fuerza del tono áspero, los ojos resueltos, y la brillante pistola, Bishop obedeció sin demora. No podía ni hablar. El Capitán Blood enlazó su brazo izquierdo con el derecho ofrecido por el gobernador. Luego volvió a colocar su mano derecha con la pistola bajo su casaca.

 

"Aunque invisible, os está apuntando igualmente, y os doy mi palabra de honor que os dispararé a matar a la menor provocación, no importa si la provocación es vuestra o de otro. Tendréis esto en vuestra mente, Lord Julian. Y ahora, grasiento verdugo, caminad tan cómodo y alegre como podáis y comportaos tan naturalmente como sea posible, o será el oscuro río de la muerte el que estaréis contemplando." Enlazados por el brazo pasaron a través de la casa, y por el jardín, en donde Arabella esperaba el regreso de Peter Blood.

 

El análisis de sus últimas palabras había provocado una tormenta en su mente, luego una clara percepción de lo que tal vez era la verdad de la muerte de Levasseur. Percibía la posible similitud con el rescate de Mary Traill hecho por Blood. Cuando un hombre pone su vida en peligro por una mujer, el resto fácilmente se supone. Porque los hombres que toman semejantes riesgos sin esperar nada a cambio son pocos. Blood era de esos pocos, como había probado en el caso de Mary Traill.

 

No precisaba más de parte de él para convencerse de que había cometido una monstruosa injusticia. Recordaba palabras que él había usado - palabras escuchadas sobre su barco (que había llamado el Arabella) en la noche de su rescate del almirante español; palabras que había pronunciado cuando ella aprobó su nombramiento del rey; las palabras que le había dicho esa misma mañana, que sólo habían servido para provocar su indignación. Todo ello asumía un nuevo significado en su mente, liberada de erróneos preconceptos.

 

Por tanto, seguía allí en el jardín, esperando su regreso para arreglar las cosas; para terminar con todos los malentendidos entre ellos. Con imapciencia lo esperaba. Pero su paciencia, parecía, iba a ser nuevamente puesta a prueba. Porque cuando finalmente apareció, fue en la compañía - inusualmente cercana e íntima compañía - de su tío. Con molestia vio que las explicaciones debían ser pospuestas. Si hubiera podido adivinar el tiempo que iban a posponerse, la molestia se hubiera convertido en desesperación.

 

El Capitán pasó, con su compañero, desde el fragante jardín hasta el patio del fuerte. Aquí el comandante, quien había sido instruido para estar pronto con los hombres necesarios para arrestar al Capitán Blood, quedó atónito por el curioso espectáculo del gobernador de Jamaica caminando del brazo y aparentemente en los más amigables términos con el pretendido prisionero. Porque mientras pasaban, Blood iba conversando y riendo sonoramente.

 

Salieron por los portones sin ser molestados, y llegaron al muelle donde esperaba el bote del Arabella. Tomaron sus lugares uno al lado del otro, y fueron llevados, siempre muy cerca y amistosamente, al gran barco rojo donde Jeremy Pitt ansiosamente esperaba noticias.

 

Podéis concebir el asombro del comandante al ver al gobernador subir trabajosamente por la escala, seguido muy de cerca por Blood.

 

"Por supuesto, fui a una trampa, como temías, Jeremy," lo saludó Blood. "Pero salí nuevamente, y traje al tramposo conmigo. Él ama su vida, el gordo bribón."

 

El Coronel Bishop estaba de pie en la cubierta, su gran rostro del color de tiza, su boca floja, casi con miedo de mirar a los fuertes rufianes que pasaban por el barco.

 

Blood gritó una orden al contramaestre, quien se recostaba contra el castillo de proa.

 

"Lánzame una cuerda con un nudo corredizo sobre el palo mayor allí. Vamos, no os alarméis Coronel, querido. Es nada más que una previsión por si no sois razonable, lo que estoy seguro no sucederá. Trataremos el tema mientras almorzamos, porque supongo que no refusaréis honrar mi mesa con vuestra compañía."

 

Guió al acobardado prisionero a la gran cabina. Benjamín, el camarero negro, con pantalones blancos y camisa de algodón se apuró bajo sus instrucciones para servir el almuerzo.

 

El Coronel Bishop se dejó caer en un taburete, y habló por primera vez.

 

"Puedo preguntar cuá.. cuáles son vuestras intenciones?" tartamudeó.

 

"Bien, nada siniestro, Coronel. Aunque no os merecéis nada menos que esa soga, os aseguro que va a ser empleada solamente como último recurso. Habéis dicho que su señoría cometió un error cuando me dio el nombramiento que la Secretaría de Estado me hizo el honor de mandar para mí. Estoy dispuesto a concordar con vos, así que salgo al mar nuevamente. Cras ingns iterabimus aequor. Os convertiré en un conocedor de latín cuando termine con vos. Voy a volver a Tortuga y a mis bucaneros, quienes por lo menos son honestos y decentes sujetos. Así que os llevo a bordo como un rehén."

 

"¡Mi Dios!" gimió el gobernador. "¡No ... no queréis decir que me llevaréis a Tortuga!"

 

Blood rió con ganas. "Oh, nunca os haría una trastada de esas. No, no. Todo lo que quiero es que aseguréis mi segura salida de Port Royal. Y, si sois razonable, no os crearé el problema de nadar nuevamene. Habéis dado ciertas órdenes al patrón de puerto, y otras al comandante de vuestro infecto fuerte. Seréis tan bueno de mandarle otras ahora, e informarles en mi presencia que el Arabella deja esta tarde el servicio del rey y pasará sin ser molestado. Y para estar seguro de su obediencia, irán en un pequeño viaje con nosotros, ellos mismos. Aquí tenéis lo necesario. Ahora escribid - salvo que prefiráis la soga."

 

El Coronel Bishop intentó recomponerse. "Me obligáis con violencia .." comenzó.

 

Blood lo interrumpió suavemente.

 

"Vamos. No os estoy obligando en absoluto. Os doy una elección perfectamente libre entre la pluma y la soga. Queda enteramente a vos."

 

Bishop lo miró; luego temblando visiblemente, tomó la pluma y se sentó a la mesa. Con una mano poco firme ordenó a sus oficiales que se presentaran. Blood despachó las notas a la orilla; y luego llevó a su invitado a la mesa.

 

"Confío, Coronel, que vuestro apetito estará tan fuerte como siempre."

 

El infeliz Bishop tomó el asiento que se le indicaba. Ahora comer, sin embargo, no era tan fácil para un hombre en su posición; y tampoco Blood lo obligó. El Capitán, sin embargo, lo hizo con buen apetito. Pero antes de llegar a la mitad de su comida, entró Hayton para anunciar que Lord Julian Wade había recién llegado abordo, y pedía verlo inmediatamente.

 

"Lo esperaba," dijo Blood. "Hazlo pasar."

 

Lord Julian entró. Estaba muy severo y digno. Sus ojos se hiceron cargo de la situación con una mirada, mientras el Capitán Blood se levantaba para recibirlo.

 

"Es muy amigable de vuestra parte venir a uniros con nosotros, mi lord."

 

"Capitán Blood", dijo su señoría con aspereza. "Encuentro vuestro humor un poco forzado. No sé cuáles son vuestras intenciones; pero me pregunto si os dais cuenta de los riesgos que estáis corriendo."

 

"Y yo me pregunto si vuestra señoría se da cuenta del riesgo para vos mismo al seguirnos abordo como esperé que hicierais."

 

"¿Qué significa eso, señor?"

 

Blood se dirigió a Benjamín, de pie detrás de Bishop.

 

"Pon una silla para su señoría. Hayton, manda el bote de su señoría a la costa. Diles que no volverá por un rato."

 

"¿Qué es esto?" gritó su señoría. "¡Que me condenen! ¿Intentáis detenerme? ¿Estáis loco?"

 

"Mejor espera, Hayton, por si su señoría se pone violento," dijo Blood. "Tú Benjamín, escuchaste el mesaje. Llévalo."

 

"¿Me diréis lo que pretendéis, señor?" demandó sus señoría, temblando de furia.

 

"Simplemente ponerme a mí y a mis muchachos a salvo de las horcas del Coronel Bishop. He dicho que confiaba en vuestra gallardía para no dejarlo con estos problemas, sino seguirlo hasta acá, y hay una nota de su puño y letra que fue a tierra para llamar al patrón de puerto y al comandante del fuerte. Una vez que estén abordo, tendré todos los rehenes que necesito para nuestra seguridad."

 

" ¡Truhán!" dijo su señoría entre dientes.

 

"Seguramente es totalmente un tema de puntos de vista," dijo Blood. "De ordinario no es el tipo de nombres que soporto que ningún hombre me aplique. Pero, considerando que una vez me hicisteis un servicio de buen grado, y estáis por hacerme otro aunque esta vez de mal grado, voy a olvidar vuestra descortesía."

 

Su señoría rió. "Tonto de vos," dijo. "¿Acaso soñáis que vine abordo de vuestro barco pirata sin tomar mis medidas? Informé al comandante exactamente cómo obligásteis al Coronel a acompañaros. Juzgad ahora si él o el patrón de puerto obedecerán el llamado, o si se os permitirá partir como imagináis."

 

El rostro de Blood se puso grave. "Lamento eso", dijo.

 

"Pensé que lo haríais," respondió su señoría.

 

"Oh, pero no por mí. Es por el gobernador que lo lamento. ¿Sabéis lo que habéis hecho? Seguramente lo habéis ahorcado."

 

"¡Mi Dios!" gritó Bishop con un instantáneo aumento en su pánico.

 

"Si ellos disparan contra mi barco, arriba va su gobernador por el palo mayor. Vuesta única esperanza, Coronel, reside en que les informaré mis intenciones. Y para que podáis enmendar el daño que habéis hecho, mi lord, os mandaré a vos mismo a llevar el mensaje."

 

"Os veré condenado antes de hacerlo," masculló su señoría.

 

"Pero, eso no es razonable. Pero, si insistís, bien, cualquier mensajero será lo mismo, y otro rehén abordo - como originalmente planeé - me hará más fuerte."

 

Lord Julian lo miró, entendiendo exactamente lo que había rehusado.

 

"¿Lo pensáis mejor ahora que entendéis?" preguntó Blood.

 

"Sí, en nombre de Dios, id, mi lord", apuntó Bishop, "y haceos obedecer. Este maldito pirata me tiene por el cuello."

 

Su señoría lo observó con una mirada que no era precisamente de admiración. "Bien, si es vuestro deseo ..." comenzó. Luego se encogió de hombros y se dirigió nuevamente a Blood.

 

"Supongo que puedo confiar que no le haréis daño al Coronel Bishop si se os permite partir?"

 

"Tenéis mi palabra de ello," dijo Blood. "Y también que lo pondré a salvo en tierra nuevamente sin demora."

 

Lord Julian se saludó levemente al temeroso gobernador. "Comprendéis, señor, que hago lo que deseáis." dijo fríamente.

 

"¡Si, hombre, sí!" asintió Bishop apuradamente.

 

"Muy bien." Lord Julian saludó nuevamente y se dispuso a partir. Blood lo escoltó hasta la escala a cuyo pie todavía se encontraba el bote del Arabella.

 

"Es adiós, mi lord." dijo Blood. "Y hay otra cosa." Le extendió un pergamino que había sacado de su bolsillo. "Es el nombramiento. Bishop estaba en lo cierto cuando dijo que fue un error."

 

Lord Julian lo observó, y al hacerlo su expresión se suavizó.

 

"Lo lamento." dijo sinceramente.

 

"En otras circunstancias ..." comenzó Blood. "Oh, ¡pero así es! Entenderéis. El bote espera."

 

Pero con el pie en la primera soga de la escala, Lord Julian dudó.

 

"No percibo - ¡que me condenen si lo hago! - por qué no buscáis a alguien más para llevar vuestro mensjae al comandante, y mantenerme abordo como un rehén más para su obediencia a vuestros deseos."

 

Los vívidos ojos de Blood miraron los del otro, claros y honestos, y sonrió, con un poco de tristeza. Por un instante pareció dudar. Luego se explicó compeltamente.

 

"¿Por qué no os lo diría? Es la misma razón que me ha estado llevando a buscar una pelea con vos para tener la satisfacción de colocar un par de palmos de acero dentro de vuestro cuerpo. Cuando acepté el nombramiento, pensé que me redimiría a los ojos de la Srta. Bishop - por la que, como seguramente habéis adivinado, lo acepté. Pero he descubierto que eso no puede ser. Debía haber sabido que era el sueño de un hombre enfermo. También he descubierto que si os está eligiendo a vos, como creo que lo está haciendo, está eligiendo sabiamente entre nosotros, y por eso no arriesgaré vuestra vida manteniéndoos a bordo mientras el mensaje es llevado por otro que puede hacerlo mal. Y ahora tal vez entenderéis."

 

Lord Julian lo miró anonadado. Su largo y aristocrático rostro estaba muy pálido.

 

"¡Mi Dios!"dijo. "¿Y me decís esto?"

 

"Os lo digo porque ... Oh, ¡seré franco! - para que se lo digáis a ella; para que pueda ver que hay algo del desafortundado caballero que queda bajo el ladrón y pirata que piensa que soy, y que su propio bien es mi mayor deseo. Sabiendo eso, ella tal vez me recuerde con mayor amabilidad - aunque sea en sus plegarias. Eso es todo, mi lord."

 

Lord Julian continuaba mirando al bucanero en silencio. En silencio, finalmente, le tendió su mano, y en silencio Blood la tomó.

 

"Pienso si estáis en lo cierto,·" dijo su señoría, "si no sois vos el mejor de los dos."

 

"Hasta donde le concierna a ella intentad que yo esté en lo cierto. Os digo adiós."

 

Lor Julian estrechó su mano en silencio, bajó por la escala y fue llevado a la orilla. Desde la distancia saludó con la mano a Blood, quien se mantenía en cubierta mirando al barco que se alejaba.

 

El Arabella salió del puerto, moviéndose perezosamente bajo una leve brisa. El fuerte permanecía silencioso y no hubo ningún movimiento de la flota para impedir su partida. Lord Julian había llevado el mensaje efecientemente, y había añadido sus propias órdenes personalmente.

 


Date: 2016-01-03; view: 538


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