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CAPÍTULO 14. EL HEROÍSMO DE LEVASSEUR

Sería alrededor de las diez de la siguiente mañana, una hora antes de la estipulada para partir, cuando una canoa llegó al costado de La Foudre, y un indio de media casta salió de ella y trepó por la escala. Estaba vestido con cueros con pelo, sin curtir, y una manta roja le servía de capa. Levaba un mensaje en un papel doblado para el Capitán Levasseur.

 

El Capitán desdobló la hoja, sucia y arrugada por el contacto con esta persona. Sus contenidos pueden ser más o menos traducidos así:

 

"Mi bien amado - Estoy en la fragata holandesa Jongvrouw, que está por partir. Resuelto a separarnos para siempre, mi cruel padre me manda a Europa a cargo de mi hermano. Te imploro, ven a rescatarme. ¡Sálvame, mi bien amado héroe! - Tu desolada Madeleine, que te ama."

 

El bien amado héroe se emocionó hasta lo más profundo de su alma por este apasionado ruego. Su fruncida mirada barrió la bahía buscando a la fragata holandesa, que sabía partía hacia Amsterdam con una carga de cuero y tabaco.

 

No se la veía entre los barcos de ese angosto puerto. Rugió la pregunta.

 

En respuesta el indio indicó más allá del risco que constituía la defensa del puerto. Una milla o más distante de él, se veía una vela en el mar. "Allá va," dijo.

 

"¡Allá!" El francés miraba a un lado y otro, su cara se ponía blanca. Su temperamento cruel se despertó y se vengó sobre el mensajero. "¿Y dónde has estado que vienes ahora con esto? ¡Contesta!"

 

El indio retrocedió aterrorizado ante esta furia. Su explicación, si la tenía, estaba paralizada por miedo. Levasseur lo tomó por el cuello, lo sacudió dos veces, y lo tiró contra los mástiles. La cabeza del hombre golpeó el borde de un cañón, y allí quedó, muy quieto, un hilillo de sangre saliendo de su boca.

 

Levasseur chocó una de sus manos contra la otra, como sacudiéndose polvo.

 

"Tirad esa basura por la borda," ordenó a unos que estaban sin hacer nada por allí. "Luego levad anclas, vamos tras el Alemán."

 

"Calma, Capitán. ¿Qué es eso?" Una mano sobre su hombro lo contuvo, y el ancho rostro de su lugarteniente Cahusac, un corpulento, rústico bretón, estaba sólidamente enfrentándolo.

 

Levasseur estableció claramente su propósito con una gran cantidad de obscenidades innecesarias.

 

Cahusac sacudió su cabeza. "¡Una fragata holandesa!" dijo. "¡Imposible! Nunca nos lo permitirían."



 

"¿Y quién diablos nos lo impedirá?" Levasseur estaba entre asombro y furia.

 

"Por un lado, vuestra propia tripulación no querrá. Por otro, está el Capitán Blood."

 

"No me importa el Capitán Blood...."

 

"Pero es necesario que así sea. Tiene el poder, el peso de metal y de hombres, y si lo conozco un poco nos hundirá antes de tener problemas con los holandeses. Tiene sus propias ideas sobre los corsarios, este Capitán Blood, como ya os avisé."

 

"¡Ah!" dijo Levasseur, mostrando sus dientes. Pero sus ojos, fijos en la distante vela, estaban tormentosamente pensativos. No por mucho tiempo. La imaginación y los recursos que el Capitán Blood había detectado en el sujeto pronto le sugirieron una solución.

 

Maldiciendo en su alma, incluso antes de que el ancla fuera levado, la asociación en la que había entrado, ya estaba estudiando formas de evadirla. Lo que indicaba Cahusac era cierto: Blood nunca soportaría que se violentara a un alemán en su presencia; debía por tanto ser hecho en su ausencia; y, una vez hecho, Blood debería aceptarlo, porque sería demasiado tarde para protestar.

 

En una hora, el Arabella y La Foudre salían al mar juntos. Sin entender el cambio de planes, el Capitán Blood, sin embargo, lo aceptó, y levó anclas antes del tiempo establecido al ver que su asociado lo hacía.

 

Durante todo el día la fragata holandesa estuvo a la vista, aunque para el atardecer se había convertido en una simple mancha en el horizonte hacia el norte. El curso estipulado por Blood y Levasseur se dirigiía al este por la costa norte de Hispaniola. Por ese curso se mantuvo firmemente el Arabella a lo largo de la noche. Cuando amaneció, estaba solo. A cubierto de la noche, La Foudre se había desviado al noreste con todas las velas desplegadas.

 

Cahusac había intentado nuevamente protestar contra esto.

 

"¡Que el diablo te lleve!" le contestó Levasseur. "Un barco es un barco, sea alemán o español, y barcos es lo que necesitamos ahora. Eso será suficiente para los hombres."

 

Su lugarteniente no dijo más nada. Pero por el vistazo dado a la carta, sabiendo que el objetivo real de su capitán era una joven y no un barco, sacudió su cabeza sombríamente y se alejó sobre sus combas piernas a dar las órdenes necesarias.

 

El amanecer encontró a La Foudre cerca de los talones de la nave holandesa, a menos de una milla de la popa, y su vista evidentemente confundió a comandante del navío. Sin duda el hermano de mademoiselle había reconocido al barco de Levasseur. Vieron a la fragata desplegar todas sus velas en un inútil intento de sacarles ventaja, mientras se mantenían a estribor y la perseguían hasta que estuvieron en una posición en la que podían enviar un disparo de advertencia. La fragata viró, mostrando su timón, y abrió fuego. El pequeño disparo silbó a través de los mástiles de La Foudre con un ligero daño en sus velas. Siguió una ligera lucha en el curso de la cual el alemán quedó dañando en uno de sus costados-

 

Cinco minutos más tarde estaban borda con borda, la fragata fuertemente unida con los agarres de los tabones de La Foudre, y los bucaneros abordando ruidosamente la nave.

 

El capitán del navío alemán, con el rostro color púrpura, se adelantó a enfrentar al pirata, seguido de cerca por un caballero elegante y pálido en quien Levasseur reconoció su elegido cuñado.

 

"Capitán Levasseur, esto es un atropello por el que deberéis responder. ¿Qué buscáis a bordo de mi barco?

 

"Al principio, buscaba solamente lo que me pertenece, algo que me ha sido robado. Pero dado que elegisteis la guerra abriendo fuego sobre mí con algún daño en mi barco y la pérdida de la vida de cinco de mis hombres, que sea guerra, y vuestro barco es un botín de guerra."

 

Desde el alcázar, Mademoiselle d'Ogeron miraba hacia abajo con brillantes ojos y asombro sin aliento a su bien amado héroe. Gloriosamente heroico le parecía mientras estaba allí de pie, poderoso, audaz, hermoso. Él la vio, y con un alegre gritó saltó hacia ella. El capitán del barco se interpuso intentando frenarlo con las manos en alto. Levasseur no se quedó a discutir con él: estaba demasiado impaciente por alcanzar a su amada. Balanceó el hacha que llevaba y el alemán cayó envuelto en sangre con el cráneo hendido. El ansioso amante caminó sobre el cuerpo y llegó con su rostro alegremente encendido.

 

Pero mademoiselle se retraía ahora, con horror. Era una joven, en el umbral de una gloriosa mujer, de buena altura y noblemente formada, con pesados bucles de brillante cabello negro por sobre y alrededor de un rostro del color de marfil antiguo. Sus facciones estaban formadas con líneas de arrogancia, reforzadas por las bajas cejas de sus oscuros ojos.

 

En un instante su bien amado estaba a su lado, lanzando lejos su sangrienta hacha, y abrió sus brazos para cogerla. Pero ella se encogía incluso en su abrazo, que no podía ser negado; una mirada de miedo había venido a mitigar la normal arrogancia de su casi perfecto rostro.

 

 

"¡Mía, mía al fin, y a pesar de todo!" gritó, exultante, teatral, verdaderamente heroico.

 

Pero ella, intentando detenerlo, sus manos contra su pecho, sólo pudo tartamudear: "¿Por qué, por qué lo matasteis?"

 

Él rió, como lo haría un héroe; y le contestó heroicamente, con la tolerancia de un dios hacia los mortales :"Se interpuso entre nosotros. Que su muerte sea un símbolo, una advertencia. Que todos los que intenten separarnos tomen cuenta y se cuiden."

 

Era tan espléndidamente terrorífico, el gesto era tan amplio y fino y su magnetismo tan hipnotizante, que ella olvidó sus tontos temores y se dejó llevar, libremente, intoxicada, en su abrazo. Luego él se la colocó sobre el hombro, y pisando con facilidad bajo ese peso, la llevó en una especie de triunfo, vitoreado lujuriosamente por sus hombres, a bordo de su propio barco. Su inconsiderado hermano habría arruinado la romántica escena si no hubiera sido por Cahussac, quien le hizo una zancadilla tranquilamente y luego lo ató como un pollo.

 

Posteriormente, mientras el Capitán languidecía en la sonrisa de su dama en su cabina, Cahusac manejaba los restos de la guerra. La tripulación holandesa fue puesta en uno de los botes salvavidas y se los mandó al demonio. Afortunadamente, como eran menos de treinta, el bote, aunque peligrosamente sobrecargado, los podía contener. Luego, Cahusac inspeccionó la carga, puso una veintena de hombres y un oficial abordo del Jongvrow, y les ordenó seguir a La Foudres, que ahora se dirigía a las Islas Leeward.

 

Cahusac estaba de mal humor. El riesgo que habían corrido al tomar la fragata holandesa y a tratar con violencia a los miembros de la familia del Gobernador de Tortuga, estaba fuera de proporciones con el valor de su botín. Se lo dijo, agriamente, a Levasseur.

 

"Te guardarás esa opinión para ti mismo," le contestó el Capitán. "No creas que soy hombre de poner el cuello en una soga sin saber cómo lo voy a sacar. Mandaré una oferta al Gobernador de Tortuga que estará forzado a aceptar. Pon curso a Virgen Magra. Desembarcaremos y arreglaremos las cosas desde allí. Y diles que traigan al lechoso Ogeron a la cabina."

 

Levasseur retornó a su adorada dama.

 

Allí también fue conducido el hermano de la dama. El Capitán se puso de pie para recibirlo, inclinando su enorme altura para evitar que su cabeza golpeara el techo de la cabina. Mademoiselle se puso de pie también.

 

"¿Por qué ésto?" le preguntó a Levasseur, indicando las muñecas atadas de su hermano - el remanente de las precauciones de Cahusac.

 

"Lo lamento,"dijo. "Deseo darle fin. Si M. d'Ogeron me da su palabra ..."

 

"Os doy nada," lanzó el joven con el rostro blanco, pero sin falta de espíritu.

 

"Ya veis." Levasseur se encogió de hombros con profundo pesar, y mademoiselle se dirigió protestando a su hermano.

 

"¡Henri, esto es infantil! No te estás comportando como mi amigo. Tú ..."

"Pequeña tonta," le contestó su hermano - y lo de "pequeña" estaba fuera de lugar; era la más alta de los dos. "Pequeña tonta, ¿crees que sería actuar como tu amigo entrar en acuerdos con este pirata canalla?"

 

"¡Calma, mi joven gallito!" Levasseur rió. Pero su risa no era agradable.

 

"¿No percibes tu perversa tontería en el daño que ya ha ocasionado? Se han perdido vidas - han muerto hombres - para que este monstruo pudiera tenerte. ¿Y no te das cuenta dónde te encuentras - en poder de esta bestia, de este perro de mala ralea nacido en una cloaca y criado en robos y asesinatos?"

 

Habría dicho más pero Levasseur lo abofeteó en la boca. Podéis ver que Levasseur no tenía interés de escuchar la verdad sobre sí mismo.

 

Mademoiselle ahogó un grito, y el joven se tambaleó bajo el golpe. Se recostó a un madero y allí quedó con los labios sangrando. Pero su espíritu no se había doblegado, y había una lívida sonrisa en su blanco rostro mientras sus ojos buscaban los de su hermana.

 

"Ya ves," dijo simplemente. "Golpea a un hombre que tiene las manos atadas."

 

Las simples palabras, y más que las palabras, el tono de inefable desprecio, levantaron la pasión que nunca dormía muy profundamente en Levasseur.

 

"¿Y qué harías, cachorro, si tus manos estuvieran libres?" Tomó a su prisionero por las solapas de su chaqueta y lo sacudió. "¡Contéstame! ¿Qué harías? ¡Tchah! ¡Charlatán! ¡Tú ....!" Y siguió un torrente de palabras desconocidas para Mademoiselle, pero cuya intención su intuición le pudo indicar.

 

Con blancas mejillas estaba de pie al lado de la mesa de la cabina, y le gritó a Levasseur que se detuviera. Para obedecerla, abrió la puerta, y lanzó a su hermano a través de ella.

 

"Poned esta basura bajo cerrojos hasta que lo llame nuevamente," rugió, y cerró la puerta.

 

Recomponiéndose, se dirigió nuevamente a la joven con una sonrisa. Pero ninguna sonrisa le contestó desde su rígido rostro. Había visto la verdadera naturaleza de su amado héroe y había encontrado el espectáculo desagradable y atemorizante. Le recordó el brutal asesinato del capitán alemán, y de repente se percató de que lo que su hermano había dicho de ese hombre no era más que la verdad. En su rostro se leía temor convirtiéndose en pánico, mientras se inclinaba buscando apoyo en la mesa.

 

"¿Pero, querida, qué es esto?" Levasseur se dirigió hacia ella. Ella se encogió y retrocedió. Había una sonrisa en su rostro, un brillo en sus ojos que trajo su corazón a su garganta.

 

La atrapó, cuando ella alcanzó la esquina de la cabina, la enlazó en sus largos brazos y la atrajo hacia sí.

 

"¡No, no!" jadeó ella.

 

"Sí, sí," se burló él, y su burla era lo más terrible de todo. La apretó contra él, deliberadamente lastimándola porque ella se resistía, y la besó mientras ella se debatía en su abrazo. Luego, al crecer su pasión, se enfureció y se arrancó el último retazo de su máscara de héroe que aún podía quedar colgando en su rostro. "Pequeña tonta, ¿no oíste que tu hermano dijo que estás en mi poder? Recuérdalo, y recuerda que viniste por tu libre voluntad. No soy un hombre con el que una mujer pueda jugar. Así que ten buen tino, mi ñiña, y acepta lo que has provocado." La besó nuevamente. "No más llantos," dijo. "O te arrepentirás."

 

Alguien golpeó la puerta. Maldiciendo la interrupción, Levaseur fue a abrir. Cahusac estaba allí. La cara del bretón era grave. Venía a informar que el daño causado por uno de los tiros del barco alemán ponía en cierto peligro el buque. Alarmado, Levasseur fue con él. La hendidura no era seria si el tiempo se mantenía bueno; pero si sobrevenía una tormenta podría rápidamente convertirse en peligrosa. Un hombre fue enviado a realizar un arreglo parcial.

 

Delante de ellos se veía una nube en el horizonte, que Cahusac dijo ser una de las Islas Vírgenes.

 

"Debemos buscar refugio allí, y reparar el barco," dijo Levasseur. "No creo en este calor sofocante. Nos puede alcanzar una tormenta antes de llegar a tierra."

 

"Una tormenta u otra cosa," dijo Cahusac sombríamente. "¿Habéis notado éso?" Indicó hacia estribor,

 

Levasseur miró y aguantó la respiración. Dos barcos que a distancia parecían considerablemente cargados se dirigían a ellos a unas cinco millas de distancia.

 

"¿Si nos siguen, qué pasará?" inquirió Cahusac.

 

"Pelearemos estemos preparados o no," juró Levasseur.

 

"Consejos de desesperación.·" Cahusac estaba desdeñoso. Para dejarlo establecido, escupió sobre la cubierta. "Esto sucede por salir al mar con un loco enfermo de amor. Vamos, mantened la calma, capitán, porque tendremos muchos problemas como resultado de este asunto alemán."

 

Por el resto de ese día los pensamientos de Levasseur estuvieron muy lejos del amor. Se mantuvo en cubierta, sus ojos yendo desde tierra hacia los dos barcos que se acercaban. Escapar a mar abierto no le serviría de nada, en su débil condición sería un riesgo adicional. Debía mantenerse en la bahía y luchar. Y entonces, hacia el atardecer, a tres millas de la costa y cuando estaba por dar orden de prepararse para la batalle, casi se desmayó de alivio al oír la voz de su vigía anunciando que el mayor de los dos barcos era el Arabella. Su compañero presumiblemente era un botín.

 

Pero el pesimista Cahusac no se sintió aliviado.

 

"Es sólo el mal menor," gruñó. "¿Qué dirá Blood sobre ese buque alemán?"

 

"Que diga lo que quiera." Levasseur rió, inmensamente aliviado.

 

"¿Y qué hay de los hijos del Gobernador de Tortuga?"

 

"No debe saberlo."

 

"Lo sabrá al final."

 

"Sí, pero por entonces, el tema estará resuelto. Habré hecho las paces con el Gobernador. Te digo que conozo el camino para obligar a Ogeron a llegar a mis términos."

 

Pronto los cuatro navíos se dirigieron a la costa norte de La Virgen Magra, una pequeña y angosta isla árida y sin árboles, de unas doce millas de largo por tres de ancho, inhabitada salvo por pájaros y tortugas e improductiva salvo por sal, de la que había considerables minas al sur.

 

Levasseur bajó un bote y acompañado por Cahusac y dos oficiales más, fue a visitar al Capitán Blood a bordo del Arabella.

 

"Nuestra breve separación ha sido muy provechosa," fue la bienvenida del Capitán Blood. "Los dos tuvimos una mañana ocupada." Estaba de muy buen humor mientras mostraba el camino a la gran cabina para una rendición de cuentas.

 

El alto barco que acompañaba al Arabella era un navío español de veintiséis cañones, el Santiago de Puerto Rico con ciento veinte toneladas de cacao, cuarenta mil monedas de oro, y el valor de diez mil más en joyas. Una rica presa de la que dos quintos, bajo los artículos convenidos, iban a Levasseur y su tripulación. El dinero y las joyas se repartieron en el momento. Se acordó que el cacao se llevara a Tortuga para ser vendido.

 

Luego fue el turno de Levasseur, y el ceño de Blood se fue ocureciendo a medida que la historia del francés se iba desenvolviendo. Al final expresó claramente su desaprobación. Los holandeses eran un pueblo amigo y era locura ponerlos en su contra, particularmente por un pobre botín de cuero y tabaco, que difícilmente podría valer veinte mil monedas.

 

Pero Levasseur le contestó, como le había contestado a Cahusac, que un barco era un barco, y barcos era lo que necesitaban para su proyecto futuro. Tal vez porque las cosas le habían salido bien ese día, Blood terminó por dejar el tema de lado. Entonces Levasseur propuso que el Arabella y su capturado compañero volvieran a Tortuga para descargar el cacao y enrolar los aventureros que formarían la nueva tripulación. Mientras tanto, Levasseur haría ciertas reparaciones necesarias, y luego marchando al sur esperaría a su almirante en Saltatudos, una isla convenientemente situada - en la latitud de 11 grados 11 segundos norte - para su empresa contra Maracaibo.

 

Para el alivio de Levasseur, el Capitán Blood no solamente estuvo de acuerdo, sino que se pronunció listo para marchar enseguida.

 

Ni bien el Arabella partió, Levasseur llevó sus barcos al puerto, y puso a su tripulación a trabajar en la construcción de cuarteles temporarios en tierra para él, sus hombres, y sus forzados invitados, durante la reparación de La Foudre.

 

Al atardecer el viento refrescó; se transformó en ventisca y de ello en un huracán de tal fuerza que Levasseur estuvo agradecido de encontrarse en tierra con sus barcos a resguardo. Se preguntó un poco cómo estaría el Capitán Blood enfrentando esta terrible tormenta; pero no permitió que este pensamiento lo turbara demasiado.

 


Date: 2016-01-03; view: 640


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