Home Random Page


CATEGORIES:

BiologyChemistryConstructionCultureEcologyEconomyElectronicsFinanceGeographyHistoryInformaticsLawMathematicsMechanicsMedicineOtherPedagogyPhilosophyPhysicsPolicyPsychologySociologySportTourism






CAPÍTULO 12. DON PEDRO SANGRE

El Cinco Llagas y el Encarnación, luego de un adecuado cambio de señales, se acercaron a un cuarto de milla uno del otro, y a través del espacio entre ellos de aguas serenas iluminadas por el sol, salió un bote del primero, tripulado por seis marineros españoles y llevando a Don Esteban de Espinosa y al Capitán Blood.

 

También llevaba dos arcones de tesoro conteniendo cinco mil monedas de oro. El oro en todos los tiempos ha sido considerado el mejor testimonio de buena fe, y Blood estaba determinado a que en cuanto a las apariencias todo estuviera de su lado. Sus seguidores habían protestado por sus pertenencias. Pero los deseos de Blood habían prevalecido. También llevaba un voluminoso paquete dirigido a un grande de España, pesadamente sellado con las armas de Espinosa - otra pieza de evidencia rápidamente preparada en la cabina del Cinco Llagas - y dedicaba estos últimos momentos a completar las instrucciones a su joven compañero.

Don Esteban expresaba sus últimas inquietudes

 

"¿Pero y si os delatáis vos mismo?" gritó.

 

"Sería desgraciado para todos. Le pedí a vuestro padre que dijera una plegaria por nuestro éxito. Dependo de vos para una ayuda más material."

 

"Haré lo mejor que pueda. Dios sabe que lo haré," protestó el niño.

 

Blood asintió pensativamente, y no se dijo nada más hasta que llegaron a la alta mole del Encarnación. Subiendo por la escala fue Don Esteban seguido de cerca por el Capitán Blood. Allí los esperaba el mismo Almirante para recibirlos, un elegante, autosuficiente hombre, muy alto y rígido, un poco mayor y más canoso que Don Diego, a quien se parecía mucho. Lo acompañaban cuatro oficiales y un fraile con el hábito negro y blanco de Santo Domingo.

 

Don Miguel abrió sus brazos para su sobrino, cuyo pánico inmovilizante tomó por excitación de placer, y habiéndolo abrazado contra su pecho, se dirigió al compañero de Don Esteban.

 

Peter Blood se inclinó con gracia, totalmente tranquilo, si se juzgaba por las apariencias.

 

"Yo soy," anunció, haciendo una traducción literal de su nombre, "Don Pedro Sangre, un desafortunado caballero de León, rescatado de cautiverio por el valeroso padre de Don Esteban," Y en pocas palabras hizo un esbozo de las imaginadas condiciones de su captura por esos malditos herejes que dirigían la isla de Barbados. "Benedicamus Domino," dijo el fraile al oír su relato.

 

"Ex hoc nunc et usque in seculum, " respondió Blood, papista para la ocasión, con ojos bajos.

 

El Almirante y sus oficiales lo escucharon con simpatía y le dieron una cordial bienvenida. Luego vino la temida pregunta.



 

"¿Pero dónde está mi hermano? ¿Por qué no vino él mismo a recibirme?"

 

Fue el joven Espinosa quien contestó esto:

 

"Mi padre está muy afligido por no tener tanto honor y placer. Pero desgraciadamente, señor tío, está un poco indispuesto - oh, nada grave; pero suficiente para mantenerlo en su cabina. Es un poco de fiebre, resultado de una leve herida en la reciente invasión a Barbados, de la que resultó el feliz rescate de este caballero."

 

"No, sobrino, no," protestó Don Miguel con irónico repudio. "No puedo tener conocimiento de esas cosas. Tengo el honor de representar en estos mares a Su Majestad Católica, que está en paz con el Rey de Inglaterra. Ya me has contado más de lo que es bueno que yo sepa. Voy a olvidarlos, y os pediré, señores," añadió, mirando a sus oficiales, "que también lo olvidéis." Pero hizo un guiño a los chispeantes ojos del Capitán Blood; luego agregó algo que extinguió de repente las chispas. "Pero si Diego no puede venir a mí, entonces yo voy a verlo a él."

 

Por un momento el rostro de Don Esteban fue una máscara de pálido terror. Luego Blood estaba hablando con esa voz baja, confidencial, que tan admirablemente combinaba suavidad, firmeza y una sutil burla.

 

"Si os place, Don Miguel, eso es justamente lo que no debéis hacer - lo que Don Diego no desea que hagáis. No debéis verlo hasta que sus heridas estén sanadas. Éste es su propio deseo. Es la verdadera razón de por qué no está acá. Porque la verdad es que sus heridas no son tan graves como para impedirle venir. Fue la consideración de la falsa posición en la que vos quedaríais si tuvierais de su propia boca el relato de lo sucedido. Como su excelencia ha dicho, hay paz entre Su Majestad Católica y el Rey de Inglaterra, y vuestro hermano Don Diego ..." Se detuvo un momento. "Estoy seguro que no necesito decir más. Lo que escucháis de nosotros es solamente un rumor. Vuestra excelencia entiende."

 

Su excelencia frunció el entrecejo pensativamente. "Entiendo ... en parte", dijo.

 

El Capitán Blood tuvo un momento de inquietud. ¿Dudaba el español de su buena fe? Sin embargo, en vestimenta y habla se sabía impecablemente español, y ¿no estaba allí Don Esteban para confirmarlo? Siguió adelante para permitir mayor confirmación antes de que el almirante pudiera decir otra palabra.

 

"Y tenemos en el bote abajo dos arcones conteniendo cinco mil monedas de oro, que debemos entregar a su excelencia.

 

Su excelencia saltó; hubo una súbita agitación entre sus oficiales.

 

"Son el rescate exigido por Don Diego al Gobernador de ..."

 

"¡Ninguna otra palabra, en nombre del Cielo!" gritó el almirante con alarma. "¿Mi hermano desea que me encargue de este dinero, para llevarlo a España en su nombre? Bueno, es una materia de familia entre mi hermano y yo. Así puede ser hecho. Pero no debo saber ..." Se detuvo. "¡Hum! Una copa de Málaga en mi cabina, si deseáis," los invitó, "mientras los arcones son levantados a la cubierta."

 

Dio sus órdenes sobre el embarco de los arcones, luego encabezó el camino a su cabina, engalanada como de la realeza, seguido también por sus cuatro oficiales y el fraile.

 

Sentado a la mesa allí, con el oscuro vino ante ellos, una vez que el sirviente que lo llevó se hubo retirado, Don Miguel rió y se acarició su barbilla puntiaguda.

 

"¡Virgen santísima!" Ese hermano mío tiene una mente que piensa en todo. Si hubiera sido yo, habría cometido una gran indiscreción al aventurarme abordo de este barco en semejante momento. Podría haber visto cosas que como Almirante de España hubiera sido difícil para mí ignorar."

 

Ambos Esteban y Blood se apuraron a estar de acuerdo con él, y luego Blood levantó su copa, y bebió a la gloria de España y la condenación del bruto James quien ocupaba el trono de Inglaterra. La última parte de su brindis era, por lo menos, sincera.

 

El almirante rió.

 

"Señor, señor, necesitáis aquí a mi hermano para refrenar vuestra imprudencia. Deberíais recordar que Su Majestad Católica y el Rey de Inglaterra son buenos amigos. Éste no es un brindis para proponer en esta cabina. Pero ya que ha sido propuesto, y por alguien que tiene una causa personal para odiar a estos sabuesos ingleses, buenos, lo honraremos - pero extraoficialmente."

 

Rieron, y bebieron para la condena eterna del Rey James - todo extraoficial, pero más fervientes aún por lo mismo. Luego Don Esteban, inquieto por su padre, y recordando la agonía que sufría Don Diego con cada instante que se demoraban, en su terrible posición, se puso de pie y anunció que debían regresar.

 

"Mi padre," explicó, "tiene apuro por llegar a Santo Domingo. Me pidió que no me demorara más que para abrazaros. Si nos permitís partir, entonces, señor tío."

 

En esas circunstancias, "señor tío" no insistió.

 

Al salir, los ojos de Blood examinaron ansiosamente la línea de marinos en tranquila charla con los españoles del bote que esperaban al pie de la escala. Pero sus actitudes le mostraron que no había motivo para su ansiedad. La tribulación del bote había sido sabia en sus comentarios.

 

El admirante se despidió de ellos - de Esteban afectuosamente, de Blood ceremoniosamente.

 

"Lamento perderos tan pronto, Don Pedro. Desearía que pudierais hacer una visita más larga al Encarnación."

 

"Soy realmente poco afortunado," dijo cortésmente el Capitán Blood.

 

"Pero espero que nos encontremos nuevamente."

 

"Eso es halagarme más de lo que merezco."

 

Llegaron al bote, y se alejaron del gran navío. Mientras se alejaban, con el admirante saludándolos con su mano desde el puente, oyeron el silbido del comandante del barco llamando a todos a su puesto, y antes de llegar al Cinco Llagas vieron que el Encarnación se retiraba. Ondeó su bandera a ellos, y de su popa un cañón saludó.

 

A bordo del Cinco Llagas alguien - que se supo después que fue Hagthorpe - tuvo la buena idea de contestar de la misma manera. La comedia había terminada. Pero había algo más como epílogo, algo que añadió un gusto irónico a todo lo ocurrido.

 

Mientras pisaban la borda del Cinco Llagas, Hagthorpe avanzó a recibirlos. Blood observó la rígida, casi asustada expresión de su rostro.

 

"Veo que lo has descubierto," dijo quedamente.

 

Los ojos de Hagthorpe lo miraron preguntando. Pero su mente descartó cualquier pensamiento que tenía.

 

"Don Diego ..." comenzó, y luego se detuvo, y miró curiosamente a Blood.

 

Notando la pausa y la mirada, Esteban se adelantó, su rostro lívido.

 

"¿Habéis roto vuestra palabra, perros? ¿Le ha sucedido algo?" gritó - y los seis españoles tras él comenzaron a clamar con preguntas furiosas.

 

"Nosotros no rompemos nuestra palabra," dijo Hagthorpe firmemente, tan firmemente que los aquietó. "Y en este caso no hubo necesidad. Don Diego murió en sus ataduras antes que vosotros llegarais al Encarnación."

 

Peter Blood no dijo nada.

 

"¿Muerto?" gritó Esteban. "Lo matasteis, diréis. ¿De qué murió?"

 

Hagthorpe miró al muchacho. "Si he de juzgar," dijo, "Don Diego murió de miedo."

 

Don Esteban golpeó a Hagthorpe a través de la cara al escuchar esto, y Hagthorpe le hubiera pegado a su vez, pero Blood se colocó entre los dos mientras sus seguidores asían al joven.

 

"Déjalo." dijo Blood. "Provocaste al niño con tu insulto a su padre."

 

"No pretendí insultar," dijo Hagthorpe, acariciando su mejilla. "Es lo que sucedió. Ven a ver."

 

"Ya he visto," dijo Blood. "Murió antes de que yo dejara el Cinco Llagas. Estaba colgando muerto en sus ataduras cuando hablé con él antes de partir."

 

"¿Qué estáis diciendo?, gritó Esteban.

 

Blood lo miró gravemente. Sin embargo, a pesar de su gravedad parecía casi sonreír, aunque sin alegría.

 

"Si lo hubierais sabido, ¿eh?" preguntó finalmente. Por un momento Don Esteban lo miró con los ojos muy abiertos, incrédulo. "No os creo," dijo finalmente.

 

"Sin embargo, deberíais. Soy un doctor, y conozco la muerte cuando la veo."

 

Nuevamente hubo una pausa, mientras la convicción llegaba a la mente del joven.

 

"Si lo hubiera sabido", dijo finalmente con una voz gruesa, "estaríais colgando del palo mayor del Encarnación en este momento."

 

"Lo sé," dijo Blood. "Estoy considerando - la ventaja que un hombre puede encontrar en la ignorancia de otros."

 

"Pero colgaréis de allí algún día," amenazó el muchacho.

 

El Capitán Blood se encogió de hombros, y giró sobre sus talones. Pero no hizo caso omiso de esas palabras, tampoco Hagthorpe ni los otros que las escucharon, como quedó demostrado en un consejo realizado esa noche en la cabina.

 

El consejo se reunió para determinar qué se haría con los prisioneros españoles. Considerando que Curaçao estaba ahora fuera de su alcance, y estaban escasos de agua y provisiones, y que Pitt todavía no estaba pronto para tomar a su cargo la navegación del barco, habían decidido que, yendo al este de Hispaniola, y luego navegando por la costa norte, podrían llegar a Tortuga, ese paraíso de los bucaneros, en cuyo puerto sin ley no tenían riesgo por lo menos de ser recapturados. Era ahora la pregunta de si debían llevar a los españoles con ellos, o dejarlos en un bote para que pudieran llegar a la costa de Hispaniola, a no más de diez millas. Éste era el curso defendido por Blood.

 

"No hay otra cosa para hacer", insistía. "En Tortuga los desollarán vivos."

 

"Que es menos de lo que merecen", gruñó Wolverstone.

 

"Y recordarás, Peter," intervino Hagthorpe, "la amenaza de ese niño esta mañana. Si escapa, y cuenta todo a su tío, la ejecución de la amenaza es más que posible."

 

Dice mucho a favor de Peter Blood que este argumento no lo convenciera. Es una pequeña cosa, tal vez, pero en una narrativa en la que se cuenta tanto en su contra, no puedo - dado que mi historia tiene la naturaleza de una reseña para la defensa - permitirme dejar pasar una circunstancia que está tan fuerte a su favor, una circunstancia que revela que el cinismo atribuído a él procedía de su razón y de una serie de males que sufrió más que por sus instintos naturales. "No me importan sus amenazas."

 

"Deberían," dijo Wolverstone. "Lo sabio sería colgarlo, junto con los demás."

 

"No es humano ser sabio," dijo Blood. "Es mucho más humano errar, aunque tal vez es excepcional errar del lado de la clemencia. Seremos excepcionales. No tengo estómago para matar a sangre fría. Al romper el alba, poned a los españoles en un bote con un tonel de agua y un saco de vituallas, y que se vayan al diablo."

 

Esta fue su última palabra sobre el tema, y prevaleció en virtud de la autoridad que todos le habían reconocido, y que él había tomado firmemente. Al alba, Don Esteban y sus seguidores fueron colocados en un bote.

 

Dos días más tarde, el Cinco Llagas entró a la bahía de Cayona, diseñada por la naturaleza para ser de los que se apropiaran de ella.

 


Date: 2016-01-03; view: 576


<== previous page | next page ==>
CAPÍTULO 11. DEVOCIÓN FILIAL | CAPÍTULO 13. TORTUGA
doclecture.net - lectures - 2014-2024 year. Copyright infringement or personal data (0.012 sec.)