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CAPÍTULO 6. PLANES DE FUGA

Luego de esto, Arabella Bishop fue diariamente a la tienda del muelle con regalos y frutas, y luego con dinero y ropas para los prisioneros españoles. Pero arregló sus horas de visita para no encontrar a Peter Blood allí. También las propias visitas del doctor estaban siendo más breves a medida que sus pacientes mejoraban. Que todos se curaran bajo sus cuidados, mientras que casi un tercio de los heridos bajo los cuidados de Whacker y Bronson - los otros dos cirujanos - murieran pos sus heridas, sirvió para aumentar su reputación en Bridgetown. Pudo no ser más que fortuna de guerra. Pero la gente del pueblo no lo vio así. Llevó a un creciente abandono de las prácticas de sus colegas libres, y un mayor incremento de sus propias tareas y beneficio para su amo. Wacker y Bronson juntaron sus cabezas para diseñar un método para terminar con este intolerable estado de cosas. Pero no nos anticipemos.

 

Un día, fuera por accidente o por destino, Peter Blood vino caminando por el muelle una hora más temprano de lo usual, y entonces se encontró con la Srta. Bishop que se retiraba. Se quitó el sombreo y se quedó a un lado para darle paso. Ella lo tomó, con el mentón en alto, y los ojos desdeñando mirar a cualquier lugar en donde pudiera verlo.

 

"Srta. Arabella," dijo en un tono de ruego.

 

Ella se volvió conciente de su presencia, y lo miró con un aire que intentaba descubrir si había burla en él.

 

"¡La!", dijo. "¡Es el hombre de mente gentil!"

 

Peter gimió. "¿Estoy fuera de perdón sin ninguna esperanza? Lo solicito muy humildemente."

 

"¡Qué condescendiente!"

 

"Es cruel burlarse de mí," dijo, y adoptó un aire de humildad burlona. "Después de todo, no soy más que un esclavo. Y podéis estar enferma un día de éstos."

 

"¿Y qué, entonces?"

 

"Sería humillante para vos mandarme a buscar si me tratáis como un enemigo."

 

"No sois es único doctor en Bridgetown."

 

"Pero soy el menos peligroso."

 

De repente comenzó a sospechar de él, reconociendo que se estaba permitiendo chancearse con ella, y de alguna manera ella lo había permitido. Se puso tiesa, y miró por encima de él nuevamente.

 

"Opináis con mucha libertad, creo," le reprochó.

 

"Privilegio de doctor."

 

"No soy vuestra paciente. Recordadlo por favor en el futuro." Y con esto, indudablemente enojada, se fue.

 

"Ahora, o es una arpía o yo son un tonto, ¿o son las dos cosas?" preguntó al azul del cielo, y luego entró a la tienda.



 

Fue una mañana de eventos estimulantes. Cuando se iba, más o menos una hora más tarde, Whacker, el más joven de los dos médicos, se reunió con él - una condescendencia sin precedentes, porque hasta ahora ninguno de ellos había hablado con él saldo el ocasional y agrio "¡buenos días!"

 

"Si vais a lo del Coronel Bishop, caminaré con vos una parte del camino, Doctor Blood", dijo. Era un hombre bajo, robusto, de cuarenta y cinco años, con fofas mejillas y ojos duros color azul.

 

Peter Blood estaba sorprendido. Pero lo disimuló.

 

"Voy a la casa del Gobernador," dijo.

 

"¡Ah! ¡Por supuesto! La señora del Gobernador." Y rió, o tal vez se burlo. Peter Blood no estaba muy seguro. "Ella ocupa una gran parte de vuestro tiempo, he oído. ¡Juventud y buena figura, Doctor Blood! Son inestimables ventajas en nuestra profesión como en otras - particularmente cuando concierne a damas."

 

Peter lo miró. "Si queréis decir lo que parece que queréis decir, mejor se lo decís al Gobernador Steed. Puede divertirlo."

 

"Seguramente me malinterpretáis."

 

"Eso espero."

 

"Os enojáis fácilmente." El doctor pasó su brazo enlazando el de Peter. "Os aseguro que quiero ser vuestro amigo - para ayudaros. Ahora, escuchad." Instintivamente su voz bajó de tono. "Esta esclavitud en la que os encontráis debe ser singularmente fastidioso para un hombre con vuestras dotes."

 

"¡Qué intuición!" exclamó sardónico el Sr. Blood. Pero el doctor lo tomó literalmente.

 

"No soy tonto, mi querido doctor. Reconozco a un hombre cuando lo veo, y a menudo puedo leer sus pensamientos."

 

"Si me decís cuáles son los míos, me podréis convencer de eso," dijo el Sr. Blood.

 

El Dr. Whacker se acercó más aún mientras caminaban a lo largo del muelle. Bajó su voz a un tono aún más confidencial. sus duros ojos azules examinaban la sardónica cara morena de su compañero, que le llevaba una cabeza de altura.

 

"¡Cuán a menudo os he visto mirando al mar, vuestra alma en los ojos! ¿Acaso no sé lo que pensáis? Si pudierais escapar de este infierno de esclavitud, podríais ejercer la profesión de la cual sois un ejemplo como un hombre libre con placer y para vuestro propio beneficio. El mundo es grande. Hay muchas naciones aparte de Inglaterra donde un hombre con vuestros dones sería cálidamente bienvenido. Hay muchas colonias además de estas inglesas." Bajó la voz aún más hasta que no era más que un susurro. Sin embargo, no había nadie que pudiera oírlos. "No está muy lejos la colonia holandesa de Curacao. En esta época del año el viaje puede ser llevado a caba sin peligro en una nave liviana. Y Curacao puede ser sólo un escalón para el gran mundo, que estará abierto para vos una vez libre de esta servidumbre."

 

El Dr. Whacker cesó. Estaba pálido y un poco fuera de aliento. Pero sus ojos continuaron estudiando a su impávido compañero.

 

"¿Y entonces?", dijo después de una pausa. "¿Qué decís a esto?"

 

Pero Blood no respondió inmediatamente. Su mente estaba en tumulto, y estaba luchando por calmarla para tener un buen examen de esto que le habían lanzado creando tan enorme disturbio. Comenzó donde otro hubiera terminado.

 

"No tengo dinero. Y para eso es necesario una bonita suma."

 

"¿No os dije que quiero ser vuestro amigo?"

 

"¿Por qué?" preguntó Peter Blood, sin poder entender.

 

Pero no escuchó la respuesta. Mientras el Dr. Whacker confesaba que su corazón sangraba al ver a otro doctor languideciendo en la esclavitud, estándole negada la oportunidad que sus méritos de podían brindar, Peter Blood se lanzó como un águila sobre la obvia verdad. Whacker y su colega querían deshacerse de alguien que amenazaba con arruinarlos. La lentitud de decisión nunca fue un defecto de Blood. Saltaba donde otros se arrastraban. Y entonces este pensamiento de evasión nunca acariciado hasta el planteamiento del Dr. Whacker, germinó instantáneamente.

 

"Ya veo, ya veo," dijo, mientras su compañero todavía estaba hablando, explicando, y para seguirle la mentira al Dr. Whacker, también él fue hipócrita. "Es muy noble de vuestra parte - como hermanos, como debe ser entre hombres de medicina. Desearía hacer lo mismo en un caso similar."

 

Los duros ojos brillaron, la voz pasó a ser tumultuosa mientras el otro preguntó demasiado ansiosamente.

 

"¿Aceptáis, entonces? ¿Aceptáis?"

 

"¿Aceptar?" Blood rió. "Si me apresan y me traen de vuelta, cortarán mis alas y me marcarán de por vida."

 

"Seguramente lo cosa vale un poco de riesgo." Más trémula que nunca era la voz del instigador.

 

"Seguramente," aceptó Blood. "Pero se necesita algo más que coraje. Se necesita dinero. Una chalupa podría ser comprada por veinte libras, quizás."

 

"Lo tendréis. Serán un préstamo, que nos devolveréis - me devolveréis, cuando podáis."

 

El delator "nos" tan rápidamente corregido completó el entendimiento de Blood. El otro doctor también estaba en el negocio.

 

Estaban alcanzando la parte habitada del muelle. Rápida, pero elocuentemente, Blood expresó su agradecimiento, donde sabía que ningún agradecimiento se debía.

 

"Hablaremos nuevamente de esto, señor - mañana." concluyó. "Me habéis abierto las puertas de la esperanza."

 

En esto por lo menos expresó la pura verdad. Era, realmente, como si una puerta se hubiera abierto de repente hacia el sol de escapar de una oscura prisión en la que el hombre había pensado pasar su vida.

 

Estaba ansioso de estar solo, para enderezar su mente agitada y planear coherentemente lo que debía hacerse. También debía consultarlo con alguien más. Y ya sabía con quién. Para semejante viaje necesitaba un navegante y un navegante estaba a la mano en Jeremy Pitt. Lo primero era el consejo del joven marino, quien debía asociarse con él en esta tarea si se llevaba a cabo. Durante todo el día su mente estuvo agitada con esta nueva esperanza, y estaba enfermo de impaciencia para que llegara la noche y discutir el tema con el compañero elegido. Como resultado, Blood llegó temprano esa tardecita a la espaciosa valla que encerraba las cabañas de los esclavos junto con la gran casa blanca del capataz, y encontró la oportunidad de unas pocas palabras con Pitt, sin ser visto por los demás.

 

"Esta noche, cuando todos duerman, ven a mi cabina. Tengo algo que decirte."

 

El joven lo miró, sacudido de su letargo mental en el que últimamente lo sumergía la vida deshumanizada en la que vivía, por el tono de Blood. Luego asintió entendiendo, y se separaron.

 

Los seis meses de vida en la plantación de Barbados habían hecho una marca casi trágica en el joven marino. Su antiguamente brillante actividad lo había abandonado. Su rostro se volvía vacío, sus ojos estaban embotados y sin brillo, y se movía de una forma furtiva, como un perro demasiado golpeado. Había sobrevivido a la mala alimentación, el excesivo trabajo en una plantación de azúcar bajo un sol sin piedad, los latigazos del capataz cuando su trabajo decaía, y la mortal vida animal, sin alivio, a la que estaba condenado. Pero el precio que pagaba por sobrevivir era el precio usual. Estaba en peligro de convertirse en algo no mejor que un animal, de hundirse al nivel de los negros que a veces trabajaban a su lado. El hombre, sin embargo, todavía estaba allí, todavía no estaba inactivo, simplemente torpe por desesperanza; y el hombre en él rápidamente sacudió la torpeza y despertó a las primeras palabras que Blood le dijo aquella noche - despertó y lloró.

 

"¿Escapar?" jadeó. "¡Oh Dios!" Tomó su cabeza con sus manos, y comenzó a sollozar como un niño.

 

"¡Sh! ¡Calma ahora! ¡Calma!" Blood le recriminó en un suspiro, alarmado por el llanto del muchacho. Cruzó hasta estar a su lado, y puso una mano sobre su hombro para contenerlo. "Por amor de Dios, contrólate. Si nos oyen nos azotarán a los dos por esto."

 

Entre los privilegios gozados por Blood estaba el de una cabaña para él, y estaban solos en ella. Pero, después de todo, estaba construida con ramas unidas por lodo, y su puerta estaba compuesta por cañas de bambú, a través de la cual el sonido pasaba muy fácilmente. Aunque el predio estaba cerrado en la noche, y todo alrededor dormía - era pasada la medianoche - una ronda no era imposible, y un sonido de voces llevaría a que los descubrieran. Pitt se dio cuenta de ello y controló su estallido de emoción.

 

Sentados muy cerca hablaron en susurros por una hora o más, y durante todo ese tiempo los sentidos de Pitt se fueron despertando, frente a la preciosa perspectiva de la esperaza. Precisarían reclutar a otros para la empresa, una media docena por lo menos, diez de ser posible, pero no más. Debían elegir lo mejor de los sobrevivientes de los hombres de Monmouth que Bishop había adquirido. Era deseable que conocieran el mar. Pero de éstos había sólo dos en el infortunado grupo, y su conocimiento no era muy completo. Eran Hagthorpe, un caballero que había servido en la Marina Real, y Nicholas Dyke, que había sido un oficial menor en los tiempos del anterior rey, y había otro que había sido artillero, un hombre llamado Ogle.

 

Acordaron antes de separarse que Pitt comenzaría con estos tres y luego procedería a reclutar seis u ocho más. Debía moverse con el mayor cuidado, sondeando a sus hombres muy a fondo antes de informarles nada, y aún así evitar darles todos los datos de modo que una traición pudiera desbaratar los planes que todavía debían ser afinados al detalle. Trabajando con ellos en la plantación, a Pitt no le faltarían oportunidades para aproximarse a sus compañeros esclavos.

 

Pitt le aseguró que todo se haría así, y volvió a su propia cabaña y a la paja que le servía de cama.

 

Llegando la próxima mañana al muelle, Blood encontró al Dr. Whacker en un humor generoso. Habiendo consultado con su almohada, estaba preparado para adelantarle al convicto cualquier suma hasta treinta libras que le permitirían adquirir un bote capaz de sacarlo de la colonia. Blood expresó su agradecimiento efusivamente, sin delatar que veía claramente la verdadera razón de la generosidad del otro.

 

"No es dinero lo que precisaré," dijo, "sino el barco mismo. ¿Quién me vendería un barco e incurrir en las penas de la proclama del Gobernador Steed? ¿La habéis leído, sin duda?

 

El rostro del Dr. Whacker se ensombreció. Pensativamente se restregó el mentón. "La he leído - sí. Y no me animo a procuraros el barco. Puedo ser descubierto. Lo seré. Y la pena es una multa de doscientas libras además de prisión. Me arruinaría. ¿Lo veis?"

 

Las altas esperanzas en el alma de Blood comenzaron a hundirse. Y la sombra de la desesperanza oscureció su cara.

 

"Pero entonces ..." vaciló. "Nada se puede hacer."

 

"No, no: las cosas no están tan desesperadas." El Dr. Whacker sonrió un poco con los labios apretados. "He pensado en eso. Debéis ver que el hombre que compre el bote vaya con vos - así no está acá para contestar preguntas después."

 

"¿Pero quién irá conmigo salvo hombres en mi misma posición? Lo que yo no puedo hacer, ellos tampoco."

 

"Hay otros detenidos en la isla que no son esclavos. Hay muchos acá por deudas, y estarían muy felices de abrir sus alas. Hay un sujeto, Nutall, de profesión constructor de navíos, a quien conozco y estaría dispuesto a tomar una oportunidad como la que le podéis brindar."

 

"¿Pero cómo un deudor podría tener dinero para comprar un bote? La pregunta se hará."

 

"Seguramente. Pero si lo organizáis bien, os habréis ido todos antes de que suceda."

 

Blood asintió comprendiendo, y el doctor, colocando una mano sobre su manga, desenvolvió la estratagema que había concebido.

 

"Os daré el dinero enseguida. Habiéndolo recibido, os olvidaréis que fui yo quien os lo dio. Tenéis amigos en Inglaterra - parientes tal vez - que os mandaron el dinero a través de uno de vuestros pacientes en Bridgetown, cuyo nombre como hombre de honor no divulgaréis bajo ningún concepto porque lo pondríais en un problema. Esa es vuestra historia si hay preguntas."

 

Se detuvo, mirando fijamente a Blood. Blood asintió. Aliviado, el doctor continuó:

 

"Pero no habrá preguntas y trabajáis con cuidado. Vos arregláis el tema con Nutall. Lo enroláis como uno de vuestros compañeros y un constructor de barcos puede ser un miembro muy útil para vuestra tripulación. Lo contratáis para encontrar una chalana cuyo dueño esté dispuesto a vender. Y preparad todo antes de que la compra se haga efectiva, así podréis escapar antes de que las inevitables preguntas se formulen. ¿Me seguís?"

 

Tan bien lo siguió Blood que antes de una hora consiguió ver a Nutall, y encontró al sujeto tan dispuesto al negocio como había indicado el Dr. Whacker. Cuando dejó la constructora de navíos, estaba acordado que Nutall buscaría el bote requerido, para lo que Blood enseguida tendría el dinero.

 

La búsqueda llevó más de lo que esperaba Blood, quien esperaba impacientemente con el oro del doctor oculto encima de su persona. Pero al fin de tres semanas, Nutall - con quien se encontraba diariamente - le informó que había encontrado un a chalana adecuada, y que su dueño estaba dispuesto a venderla por veintidós libras. Esa nochecita, en la playa, lejos de la vista de todos, Peter Blood le dio esa suma a su nuevo socio, y Nutall partió con instrucciones para completar la compra al fin del día siguiente. Debía traer el bote al muelle, donde cubiertos por la noche Blood y sus compañeros convictos se reunirían con él y partirían.

 

Todo estaba pronto. En la tienda, de la que los heridos ya habían sido retirados y que desde entonces había quedado vacía, Nutall había escondido las necesarias provisiones: pan, queso, agua y algunas botellas de vino de Canarias, una brújula, cuadrante, mapas, reloj de arena, bitácora, cuerdas, un lienzo encerado, algunas herramientas de carpintero, una linterna y velas. En las cabalas, todo estaba igualmente pronto. Hagthorpe, Dyke y Ogle habían aceptado unirse a la aventura y otros ocho habían sido cuidadosamente reclutados. En la cabaña de Pitt, que compartía con otros cinco convictos, todos de la partida en busca de la libertad, se había construido una escala de cuerdas en secreto durante esas noches de espera. Con ella remontarían el vallado y llegarían al espacio abierto. El riesgo de ser detectados, haciendo poco ruido, era casi nulo. Aparte de encerrarlos a todos en el vallado de noche, no había otras precauciones. Después de todo, ¿quién sería tan tonto de suponer que se podía esconder en la isla? El mayor peligro era ser descubiertos por los propios compañeros que dejaban atrás. Era por ellos que debían ser cautos y silenciosos.

 

El día previsto para ser el último en Barbados fue un día de esperanza y ansiedad para los doce asociados a la empresa, no más que para Nutall en la ciudad.

 

Hacia el atardecer, habiendo visto a Nutall partir para comprar y traer la chalana al lugar predeterminado del muelle, Peter Blood llegó despacio hacia el vallado, justo cuando los esclavos volvían de los campos. Se quedó al lado de la entrada para dejarlos pasar, y aparte del mensaje de esperanza que brillaba en sus ojos, no tuvo ninguna comunicación con ellos.

 

Entró al vallado y mientras los demás rompían la formación y se dirigían a sus respectivas cabañas, vio al Coronel Bishop hablando con Kent, el capataz. Los dos estaban de pie en la mitad del espacio verde para el castigo de los esclavos indisciplinados.

 

Mientras avanzaba, Bishop giró para mirarlo, rezongando. "¿Dónde habéis estado todo este tiempo?" ladró, y aunque una nota amenazante era normal en la voz del Coronel, Blood sintió su corazón apretándose con aprensión.

 

"Estuve con mi trabajo en la ciudad", contestó. "La Sra. Patch tiene fiebre y El Sr. Dekker se torció un tobillo."

 

"Envié por vos a lo de Dekker, y no estabais. Os ha dado por haraganear, mi buen compañero. Tendremos que apuraros uno de estos días si no dejáis de abusar de la libertad que disfrutáis. ¿Os olvidáis que sois un rebelde convicto?"

 

"No se me da la oportunidad," dijo Blood, que nunca podía aprender a contener su lengua.

 

"¡Por Dios! ¿Seréis atrevido conmigo?"

 

Recordando todo lo que estaba en juego, volviéndose de repente conciente de que de las cabañas ansiosos oídos escuchaban, instantáneamente practicó una sumisión inusual.

 

"No atrevido, señor. Yo ... lo lamento que me hayáis estado buscando ..."

 

"Sí, y lo lamentaréis más. El Gobernador tiene un ataque de gota, grita como un caballo herido, y a vos no se os podía encontrar. Vamos, hombre - rápido a la casa del Gobernador. Se os espera, os digo. Mejor prestadle un caballo, Kent, o tardará toda la noche en llegar.

 

Lo empujaron, chocando con una renuencia que no se animaba a mostrar. El hecho era desafortunado, pero no sin remedio. La fuga estaba prevista para la medianoche, y fácilmente estaría de vuelta para entonces. Montó el caballo que Kent le procuró, con la intención de apurarse lo más posible.

 

"¿Cómo entraré al vallado, señor?" preguntó al partir.

 

"No entraréis", dijo Bishop. "Cuando hayan terminado con vos en la casa del Gobernador, os darán un catre hasta la mañana."

 

El corazón de Peter Blood se hundió como una roca en el agua.

 

"Pero ...", comenzó.

 

"En marcha, dije. ¿Estaréis allí hablando hasta que oscurezca? Su excelencia os espera." Y con su caña el Coronel golpeó los ijares del caballo tan brutalmente que la bestia saltó casi tirando al suelo a su jinete.

 

Peter Blood partió con un ánimo cercano a la desesperanza. Y había motivos para ello. Posponer la huida hasta mañana era ahora necesario, y un atraso podía suponer el descubrimiento de la transacción de Nutal y la formulación de preguntas de difícil respuesta.

 

Tenía la intención de volver en la noche, una vez que su trabajo en la casa del Gobernador estuviera terminado, y desde fuera del vallado hacer saber a Pitt y los otros su presencia, y así reunirse con él para que su proyecto pudiera ser llevado a cabo. Pero en esto no contó con el Gobernador, a quien encontró realmente con un severo ataque de gota y un ataque casi igual de severo de mal humor por la demora de Blood.

 

El doctor tuvo que quedarse atendiéndolo constantemente hasta bien pasada la medianoche, cuando finalmente pudo aliviarlo un poco mediante una sangría. Después de esto se podría haber retirado. Pero Steed no quería oír hablar de ello. Blood debía dormir en su propia habitación para estar al alcance de la mano en caso de necesidad. Era el Destino jugándole una mala pasada. Por esa noche la huida debía ser definitivamente abandonada.

 

Recién a tempranas horas de la mañana Peter Blood logró hacer una escapada temporaria de la casa del Gobernador sobre la base de que precisaba ciertos medicamentos que debía ir a buscar él mismo.

 

Con este pretexto, hizo una excursión a la ciudad que se despertaba, y fue derecho a buscar a Nuttall, a quien encontró en un estado de pánico lívido. El desafortunado deudor, quien había estado sentado esperando toda la noche, creyó que todo se había descubierto y que su propia ruina estaba involucrada. Peter Blood lo tranquilizó.

 

"Será esta noche," dijo, con más seguridad de la que sentía, "aunque tenga que sangrar al Gobernador hasta la muerte. Estad pronto como la noche pasada."

 

"¿Pero si hay preguntas mientras tanto?" preguntó Nuttall. Era un hombre delgado, pálido, de facciones pequeñas, con ojos débiles que ahora parpadeaban desesperadamente.

 

"Contestad lo mejor que podáis. Usad vuestro ingenio, hombre. No me puedo quedar más." Y Peter fue al boticario por sus pretextadas drogas.

 

Cerca de una hora después de que se había ido vino un oficial de la Secretaría a la mísera casucha de Nuttall. El vendedor del bote había - como lo requería la ley desde la llegada de los rebeldes convictos - debidamente informado la venta en la oficina de la Secretaría, para obtener el reembolso del depósito de diez libras que cada tenedor de un barco pequeño debía depositar. La oficina de la Secretaría pospuso el reembolso hasta obtener confirmación de la transacción.

 

"Nos han informado que habéis comprado una chalana al Sr. Robert Farrell", dijo el oficial.

 

"Es así.", dijo Nuttall, quien consideró que para él esto era el fin del mundo.

 

"No estáis apurado, parece, para declararlo a la oficina de la Secretaría." El emisario tenia la adecuada arrogancia burocrática.

 

Los ojos de Nuttall pestañearon a una velocidad redoblada.

 

"¿De ... declararlo?"

 

"Conocéis la ley."

 

"Yo ... Yo no sabía, con vuestra licencia."

 

"Pero está en la proclama publicada el último enero."

 

"Yo ... yo no sé leer, señor. No ... no sabía."

 

"¡Bah!" El mensajero lo cubrió con su desprecio.

 

"Bueno, ahora estáis informado. Ved de estar en la oficina de la Secretaría antes del mediodía con diez libras para del depósito que estáis obligado a efectuar."

 

El pomposo oficial partió, dejando a Nuttall con un sudor frío a pesar del calor de la mañana. Agradecía que el sujeto no había hecho la pregunta que más temía, que era cómo él, un deudor, tenía dinero para pagar una chalana. Pero sabía que era solamente una tregua. La pregunta sería formulada con toda seguridad, y el infierno se abriría para él. Maldijo la hora en que había sido tan tonto como para escuchar la charla sobre la huida de Peter Blood. Pensaba que era muy posible que todo la conspiración fuera descubierta, y el probablemente sería ahorcado, o por lo menos marcado y vendido como esclavo, tal como esos otros malditos rebeldes convictos, con quienes había sido tan loco como para asociarse. Si sólo tuviera las diez libras para la infernal fianza, que hasta el momento no había entrado en sus cálculos, era posible que todo fuera hecho rápidamente y las preguntas pospuestas hasta más tarde. Tanto como el mensajero de la Secretaría había pasado por alto el hecho de que era un deudor, también podían los otros de la oficina de la Secretaría, por lo menos por un día o dos; y en ese tiempo el podría, esperaba, estar fuera del alcance de sus preguntas. ¿Pero mientras tanto qué podía hacer sobre este dinero? ¡Y lo tenía que encontrar antes del medio día!

 

Nuttall pescó su sombrero, y salió a buscar a Peter Blood. ¿Pero a dónde? Vagando sin rumbo por la irregular callejuela sin pavimento, se animó a preguntar a uno o dos si habían visto a Blood esa mañana. Pretendió no estar sintiéndose muy bien, y realmente su apariencia lo sostenía. Nadie le pudo dar información; y como Blood nunca le había contado la parte de Whacker en el negocio, pasó con su triste ignorancia por delante de la puerta del único hombre en Barbados que gustosamente lo habría salvado de su problema.

 

Finalmente se determinó a ir a la plantación del Coronel Bishop. Probablemente Blood estaría allí. Si no, Nuttal encontraría a Pitt, y le dejaría un mensaje con él. Conocía a Pitt y sabía de su participación en el negocio. Su pretexto para ver a Blood sería que necesitaba asistencia médica.

 

Al mismo tiempo que salía, insensible en su ansiedad al hirviente calor, para subir a las alturas del norte de la ciudad, Blood dejaba la casa del Gobernador finalmente, habiendo aliviado tanto la condición del Gobernador que le permitieron irse. Teniendo un caballo, hubiera podido, si no fuera por un inesperado retraso, llegar al vallado antes de Nuttal, en cuyo caso muchos eventos infelices se podrían haber evitado. El inesperado retraso fue ocasionado por la Srta. Arabella Bishop.

 

Se encontraron en el portón del exhuberante jardín de la casa del Gobernador, y la Srta. Bishop, que iba a caballo, se sorprendió de ver a Peter Blood también montando. Sucedió que él estaba de buen humor. El hecho de que la condición del Gobernador había mejorado tanto como para devolverle su libertad de movimiento había bastado para eliminar la depresión bajo la que había estado trabajando hacía más de doce horas. En su rebote, el mercurio de su ánimo se había elevado más de lo que las circunstancias merecían. Estaba dispuesto a ser optimista. Lo que había fallado la noche anterior ciertamente no fallaría esta noche. ¿Qué era un día, después de todo? La oficina de la Secretaría podía dar inconvenientes, pero no reales inconvenientes por otras veinticuatro horas por lo menos, y por entonces estarían muy lejos.

 

Esta alegre confianza fue su primer desgracia. La segunda fue que su buen humor era compartido por la Srta. Bishop, y que ella no tenía rencor. Las dos cosas se unieron para provocar el retraso con sus deplorables consecuencias.

 

"Buenos días, señor," lo saludó ella agradablemente. "Hace cerca de un mes que no os veo."

 

"Veintiún días exactamente", dijo él. "Los he contado"

 

"Os aseguro que estaba empezando a creer que habíais muerto."

 

"Os agradezco la corona."

 

"¿La corona?"

 

"Para adornar mi tumba," explicó.

 

"¿Siempre debéis bromear?" preguntó con curiosidad, y lo miró gravemente, recordando que sus bromas en la última ocasión la había llevado al enojo.

 

"Un hombre debe a veces reírse de sí mismo o se vuelve loco", dijo. "Pocos se dan cuenta. Por esto hay tantos hombres locos en el mundo."

 

"Podéis reíros de vos a vuestro gusto, señor. Pero a veces creo que os reís de mí, lo que no es amable."

 

"Entonces, por mi fe, estáis equivocada. Sólo me río de lo cómico, y vos no sois para nada cómica."

 

"¿Qué soy, entonces?", preguntó, riendo.

 

Por un momento la observó, tan fresca y bella, tan completamente femenina y sin embargo tan completamente franca y sin dobleces.

 

"Vos sois," dijo, "la sobrina del hombre que me posee como su esclavo." Pero hablaba con tono ligero. Tan ligero que ella se sintió animada a insistir.

 

"No, señor, eso es una evasión. Debéis contestarme con la verdad esta mañana."

 

"¿Con la verdad? Contestaros ya es un esfuerzo. ¡Pero con la verdad! Bueno, debo decir de vos que será afortunado quien se cuente como vuestro amigo." En su mente había algo más para agregar. Pero lo dejó allí.

 

"Eso es muy amable," dijo ella. "Tenéis un buen gusto para los cumplidos, Sr. Blood. Otro en vuestro lugar ..."

 

"Por mi fe, vamos, ¿acaso no sé lo que otro hubiera dicho? ¿Acaso no conozco a los hombres?"

 

"A veces creo que sí, y a veces creo que no. De todos modos, no conocéis a las mujeres. Estuvo ese caso de los españoles."

 

"¿Nunca os olvidaréis?"

 

"Nunca."

 

"Mala elección de vuestra memoria. ¿No hay nada bueno en mí que rescatar en su lugar?"

 

"¡Oh, muchas cosas!"

 

"¿Por ejemplo?" Estaba casi ansioso.

 

"Habláis excelente Español."

 

"¿Eso es todo?" dijo con desilusión.

 

"¿Dónde lo aprendisteis? ¿Habéis estado en España?"

 

"Eso sí. Estuve dos años en una prisión española."

 

"¿En prisión?" Su tono demostraba reservas con las que no quería dejarla.

 

"Un prisionero de guerra," explicó. "Fui apresado peleando con los franceses - al servicio de Francia, quiero decir."

 

"¡Pero sois un doctor!" exclamó ella.

 

"Eso es meramente una diversión, creo. De profesión son un soldado - por lo menos es una profesión que seguí por diez años. No me dio gran cosa, pero me sirvió mejor que la medicina, la que, como podéis observar, me llevó a la esclavitud. Creo que a los Cielos les resulta más agradable que se mate gente que que se la cure. Seguro debe ser así."

 

"¿Pero cómo llegasteis a ser un soldado, y servir a los franceses?"

 

"Soy irlandés, como veis, y estudié medicina. Por lo tanto - como estamos en una nación perversa - ... Oh, pero es una larga historia, y el Coronel espera mi regreso." Pero ella no iba a aceptar ser defraudada en su entretenimiento. Si esperaba un momento cabalgarían juntos de regreso. Había venido solamente para preguntar por la salud del Gobernador, a pedido de su tío.

 

Así que la esperó, y volvieron juntos a la casa del Coronel Bishop. Marchaban muy lentamente, al paso, y alguno que pasó se maravilló de ver al doctor-esclavo aparentemente en términos tan íntimos con la sobrina de su dueño. Uno o dos tal vez se prometió dejarle caer algún comentario al Coronel. Pero los dos marchaban olvidados de todos los demás esa mañana. Él le contaba la historia de sus turbulentos días de joven, y al final explicó más completamente de lo que había hecho hasta ahora cómo había sido arrestado y juzgado.

 

La historia estaba apenas terminada cuando llegaron a la puerta del Coronel y desmontaron, Peter Blood devolviendo su jaca a uno de los mozos de cuadra negros, quien informó que el Coronel no estaba en la casa de momento.

 

Incluso entonces se demoraron un momento, al detenerlo ella.

 

"Lamento, Sr. Blood, que no supe antes," dijo, y había una sospechosa humedad en sus claros ojos almendra. Con una directa amigabilidad le tendió su mano.

 

"¿Por qué, qué diferencia hubiera hecho?" preguntó él.

 

"Alguna, creo. Habéis sido duramente tratado por el Destino."

 

"Och, pero.." Se detuvo. Sus agudos ojos de zafiro la observaron fijamente un momento bajo sus frente oscura. "Podría haber sido peor," dijo, con un significado que trajo un tinte de color a las mejillas de ella y un temblor a sus párpados.

 

Se inclinó a besar su mano antes de liberarla, y ella no se lo prohibió. Luego se dio vuelta y caminó hacia el vallado una media milla de distancia, y la visión de su rostro fue con él, teñida con un rubor creciente y una timidez inusual. Olvidó en ese pequeño instante que era un rebelde convicto con diez años de esclavitud por delante; olvidó que había planeado escapar, lo que debía ser llevado a cabo esa noche, olvidó incluso el peligro de ser descubierto que debido a la gota del Gobernador ahora lo rondaba.

 


Date: 2016-01-03; view: 557


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