Home Random Page


CATEGORIES:

BiologyChemistryConstructionCultureEcologyEconomyElectronicsFinanceGeographyHistoryInformaticsLawMathematicsMechanicsMedicineOtherPedagogyPhilosophyPhysicsPolicyPsychologySociologySportTourism






CAPÍTULO 7. PIRATAS

El Sr. James Nuttall marchó a toda velocidad, sin hacer caso al calor, desde Bridgetown hasta la plantación del Coronel Bishop, y si algún hombre fue creado para caminar rápido en un clima cálido, ése fue el Sr. James Nuttall, con su corto y delgado cuerpo y su largas y huesudas piernas. Tan enjuto era que era difícil creer que había algún fluido en él, pero fluidos debía haber porque llegó sudando violentamente cuando alcanzó el vallado-

 

A la entrada casi choca con el capataz Kent, un rechoncho animal con las piernas combas, los brazos de Hércules y la quijada de un bulldog.

 

"Busco al Capitán Blood," anunció sin aliento.

 

"Estáis muy apurado," gruñó Kent. "¿Qué demonios ocurre? ¿Mellizos?"

 

"¿Eh? ¡Oh! No, no. No estoy casado, señor. Es un primo mío, señor."

 

"¿Qué le pasa?"

 

"Está muy mal, señor," Nuttall mintió rápidamente sobre la clave que el mismo Kent le había permitido. "¿Está aquí el doctor?"

 

"Aquélla es su cabaña." Kent indicó sin cuidado. "Si no está allí, estará en otro lado." Y se fue. Era una ápera bestia sin gracia en todo momento, más rápido con su látigo que con su lengua.

 

Nuttall lo vio irse con satisfacción, e incluso tomó nota de qué camino había tomado. Luego se dirigió a la cabaña, para verificar con mortificación que el Dr. Blood no estaba. Un hombre con buen sentido se hubiera sentado a esperar, juzgando que era la manera más rápida y segura de lograr su propósito. Pero Nuttal no tenía buen sentido. Corrió afuera del vallado nuevamente, duró por un momento sobre qué dirección tomar, y finalmente decidió ir a cualquier lado menos por donde había salido Kent. Corrió a través de la reseca pradera hacia la plantación de azúcar que se veía sólida como una muralla y brillando dorada en el encandilante sol de junio. Había caminos que se cruzaban dentro de los bloques de la caña madura color ámbar. En la distancia por uno de ellos, vio algunos esclavos trabajando. Nuttal entró por la avenida y se dirigió a ellos. Lo miraron sin expresión cuando pasó a su lado. Pitt no estaba entre ellos, y no se animó a preguntar por él. continuó su búsqueda por casi una hora, yendo y viniendo por esos caminos. Una vez lo vio uno de los custodias y le ordenó que le dijera qué hacía. Buscaba, dijo, al Dr. Blood. Su primo estaba enfermo. El custodia le dijo que se fuera al diablo y saliera de la plantación. Blood no estaba allí. Si estaba en algún lado, sería en su cabaña.



 

Nuttall pasó de largo, aceptando que se iría. Pero fue en la dirección equivocada; fue hacia el lado de la plantación más lejano del vallado, hacia los densos bosques que bordeaban la plantación. El custodia fue muy desdeñoso y tal vez muy cansado por el calor del mediodía que se acercaba para corregir su curso.

 

Nuttal llegó al fin del camino, y dobló por la esquina, para encontrarse con Pitt, solo, trabajando con una pala de madera en un canal de irrigación. Un para de calzoncillos de algodón, sueltos y andrajosos lo vestín de la cintura a la rodilla; por encima y por debajo estaba desnudo, salvo por un ancho sombrero de paja que protegía su dorada cabeza de los rayos del sol tropical. Al verlo, Nuttall dio gracias en voz alta a su Creador. Pitt lo miró, y el constructor de barcos desparramó sus tristes noticias con triste tono. La conclusión era que debía recibir diez libras de Blood esa misma mañana o estaban todos condenados. Y todo lo que logró por sus fatigas y su sudor fue la condenación de Jeremy Pitt.

 

"¡Maldito seáis por tonto!" dijo el esclavo. "Si es a Blood a quien buscáis, por que perdéis el tiempo acá?"

 

"No puedo encontrarlo," se quejó Nuttall. Estaba indignado por el recibimiento. Olvidó el estado de los nervios del otro después de una noche de vigilia ansiosa terminando en un alba de desilusión. "Pensé que vos ...."

 

"¿Pensasteis que puedo largar mi pala e ir a buscarlo para vos? ¿Eso es lo que pensasteis? ¡Mi Dios! que nuestras vidas puedan depender de un cabeza dura. Mientras perdéis el tiempo aquí, las horas pasan. Y si un custodia os coge hablando conmigo, ¿cómo lo explicareis?"

 

Por un instante Nuttal quedó sin habla por tanta ingratitud. Luego explotó.

 

"Le pediría al Cielo no haber tenido nada que ver en este tema. ¡Lo desearía! Deseo que ..."

 

Qué otra cosa deseaba nunca se supo, porque en ese momento del bloque de cañas surgió un hombre grande vestido de tafeta color caramelo seguido por dos negros con calzoncillos de algodón armados con machetes. No estaba ni a diez yardas, pero su aproximación sobre el suave pasto no había sido escuchada.

 

El Sr. Nuttall miró desorbitado hacia ese lado e inmediatamente corrió como un conejo hacia el bosque, haciendo lo más estúpido y delatador que en esas circunstancias era posible para él hacer. Pitt gimió y se quedó quieto, apoyándose en su pala.

 

"¡Alto ahí!" rugió el Coronel Bishop al fugitivo, y añadió horribles amenazas junto con otras retóricas indecencias.

 

Pero el fugitivo siguió su carrera, sin siquiera girar su cabeza. Su última esperanza era que el Coronel Bishop no hubiera visto su cara; porque el poder y la influencia del Coronel Bishop era más que suficiente para colgar a cualquier hombre que él pensara que estaba mejor muerto.

 

Recién cuando el fugitivo desapareció en el chaparral el hacendado se recuperó lo suficiente de su asombro indignado como para recordar a los dos negros que seguían sus talones como sabuesos. Era una custodia sin la que nunca se movía en sus plantaciones desde que un esclavo lo había atacado y casi estrangulado un par de años atrás.

 

"¡Tras él, negros marranos!" les rugió. Pero en cuanto arrancaron, los detuvo. "¡Esperad! ¡Maldito sea!"

 

Se le había ocurrido que para capturar al sujeto no era necesario ir tras él, y tal vez perder un día cazándolo en ese bosque endemoniado. Estaba Pitt al alcance de la mano, y Pitt le debía dar la identidad de su vergonzoso amigo, y también el motivo de la conversación íntima y secreta que él había perturbado. Pitt, por supuesto, no estaría dispuesto. Peor para Pitt. El ingenioso Coronel Bishop conocía una docena de maneras - algunas muy entretenidas - de vencer la terquedad de esos perros convictos.

 

Dirigió al esclavo un rostro inflamado por calor interno y externo, y un para de ojos alumbrados por cruel inteligencia. Caminó hacia delante balanceando su ligero bastón de bambú.

 

"¿Quién era ese fugitivo?" preguntó con terrible suavidad. Jeremy Pitt dejó caer su cabeza un poco y movió con incomodidad sus pies descalzos. Vanamente buscó una respuesta en una mente que no podía hacer otra cosa que maldecir la idiotez del Sr. James Nuttall.

 

La caña de bambú cayó en los desnudos hombros del muchacho con fuerza lacerante.

 

"¡Contéstame, perro! ¿Cuál es su nombre?"

 

Jeremy miró al corpulento hacendado con ojos huraños, casi desafiantes.

 

"No sé," dijo, y en su voz había un indicio de la rebeldía nacida en él por el golpe que no se animaba, por salvar su vida, a devolver. Su cuerpo había permanecido sin doblegarse bajo él, pero su espíritu se sacudía en tormento.

 

"¿No sabes? Bueno, esto es para apurar tu memoria." Nuevamente descendió la caña. "¿Has pensado en su nombre ya?"

 

"No lo he hecho."

 

"Testarudo, ¿eh?" Por un momento el Coronel lo miró de reojo. Luego su pasión lo dominó. "¡Tú perro desvergonzado! ¿Juegas conmigo? ¿Crees que te puedes burlar de mí?"

 

Pitt se encogió de hombros, movió sus pies nuevamente, y se encerró en un silencio tenaz. Pocas cosas son más provocativas; y el temperamento del Coronel Bishop no requería nunca mucha provocación. Furia bestial se despertó en él. Fieramente ahora azotó esos hombros sin defensa, acompañando cada golpe con una blasfemia, hasta que, golpeado más allá de lo tolerable, los rescoldos de su hombría se despertaron en una llama momentánea y Pitt saltó sobre su torturador.

 

Pero cuando saltó, también saltaron los negros guardianes. Brazos de músculos de bronce se enroscaron haciendo crujir el frágil cuerpo blanco, y en un momento el infeliz esclavo estuvo impotente, sus muñecas atadas a su espalda con una correa de cuero.

 

Respirando con dificultad, su cara veteada, Bishop lo estudió un momento. Luego: "Llévenlo." dijo

 

Por la larga avenida, entre los dorados paredones de caña de unos ocho pies de altura, el desgraciado Pitt fue empujado por sus negros captores, observado con ojos llenos de miedo por su compañeros esclavos trabajando allí. La desesperación iba con él. Qué tormentos lo esperaban inmediatamente le importaba poco, aunque sabía que serían horribles. La fuente real de su angustia mental residía en la convicción de que el elaborado plan de fuga de este insoportable infierno se había frustrado ahora en el mismo momento de su ejecución.

 

Llegaron a la verde pradera y se dirigieron al vallado y a la blanca casa del capataz. Los ojos de Pitt miraron a la bahía Carlisle, de la que había una vista clara desde esta pradera. Amarradas al muelle había una serie de pequeños botes y Pitt se encontró a sí mismo preguntándose cuál de esas sería la chalana en la que con un poco de suerte estarían ahora en el mar. Con enorme tristeza miró ese mar.

 

En la entrada al puerto, empujada por una brisa suave que escasamente rizaba la superficie color zafiro del Caribe, llegaba una fragata de rojo maderamen, con la bandera Inglesa en alto.

 

El Coronel Bishop se detuvo a mirarla, haciéndose sombra con su carnosa mano. Aunque la brisa era muy leve, el navío no desplegaba velas más allá de la principal, Las demás estaban arriadas, dejando una clara vista de sus líneas majestuosas, desde su torre de mando hasta su espolón que brillaba en el enceguecedor sol.

 

Un avance tan tranquilo suponía un patrón poco conocedor de estas aguas, quien prefería arrastrarse con cautela, sondeando su camino. A este ritmo demoraría una hora, tal vez, antes de anclar en el puerto. Y mientras el Coronel la observaba, tal vez admirando su graciosa belleza, Pitt fue llevado al vallado y atado al palo que esperaba a los esclavos que necesitaban corrección.

 

El Coronel Bishop lo siguió prontamente, con paso tranquilo.

 

"Un perro amotinado que muestra sus colmillos a su amo debe aprender buenas maneras con un látigo," fue todo lo que dijo antes de ubicarse en el lugar del verdugo.

 

Que con sus propias manos llevara a cabo lo que la mayoría de los hombres de su posición dejarían, por respeto a sí mismos, en manos de los negros, da la medida de su bestialidad. Fue casi saboreando, como gratificando algún salvaje instinto de crueldad, que ahora azotó a su víctima en la cabeza y hombros. Pronto su caña se fue rompiendo por la violencia. Conocéis, tal vez, el golpe de un bambú flexible cuando está entero, ¿Pero os dais cuenta su cualidad asesina cuando se ha quebrado en varios filos, cada uno como afilado como un cuchillo?

 

Cuando, finalmente, por puro cansancio, el Coronel Bishop tiró los pedazos en los que la caña se había transformado, la espalda del infeliz esclavo sangraba en carne viva desde el cuello a la cintura.

 

Mientras tuvo la total conciencia, Jeremy Pitt no hizo ningún sonido. Pero a medida que sus sentidos se fueron piadosamente durmiendo, se inclinó hacia delante, y ahora colgaba en un acurrucado montón, gimiendo débilmente.

 

El Coronel Bishop, se acercó y se inclinó sobre su víctima, una sonrisa cruel en su grosero rostro.

 

"Que eso te enseñe la adecuada sumisión," dijo. "Y ahora, en relación a ese tímido amigo tuyo, te quedarás aquí sin comida ni agua - sin comida ni agua, ¿me oyes? - hasta que dispongas decirme su nombre y ocupación." Sacó su pie de la baranda. "Cuando tengas suficiente de esto, avísame, que tenemos los hierros candentes para ti."

 

Con eso giró sobre sus talones, y salió caminando del vallado, seguido de sus negros.

 

Pitt lo había escuchado, como escuchamos en un sueño. Por el momento estaba tan quebrado por su cruel castigo, y tan honda era la desesperación en la que había caído, que no el importaba si vivía o moría.

 

Pronto, sin embargo, del sopor en que el dolor piadosamente inducía, una nueva variedad de dolor lo despertó. El poste se encontraba en un predio abierto bajo los rayos inclementes del sol tropical que se hundían en su carne lacerada hasta que sintió como si la cruzaran con fuego. Y pronto, se sumó otro tormento aún más indecible. Moscas, las crueles moscas de las Antillas, atraídas por el olor de la sangre, bajaron como una nube sobre él.

 

No sorprende que el Coronel Bishop, quien conocía tan bien el arte de soltar lenguas testarudas, no consideró necesario otro tipo de tortura. Toda su cruel naturaleza no podía configurar un tormento más cruel que el que la naturaleza le procuraba a un hombre en la condición de Pitt.

 

El esclavo se dobló en el poste hasta que estuvo en peligro de quebrarse las piernas, y gritando en agonía.

 

Así lo encontró Peter Blood, como si se materializara ante sus ojos. El Sr. Blood llevaba una gran hoja de palma. Habiendo sacudido con ellas las moscas que devoraban la espalda de Jeremy, la colgó del cuello de Pitt con una tira de fibra, y así lo protegió de futuros ataques como de los rayos del sol. Luego, sentándose a su lado, colocó la cabeza del sufriente en su propio hombro y baño su cara con agua fresca de una vasija. Pitt se estremeció y se quejó con un gran respiro.

 

"¡Bebe!" murmuró. "¡Bebe, por amor de Cristo1" La vasija fue llevada a sus labios temblorosos. Bebió avída, ruidosamente, y no paró hasta haber vaciado el recipiente. Más freso y revivido por el agua, intentó sentarse.

 

"¡Mi espalda!" gritó.

 

Había una luz inusual en los ojos del Sr. Blood; sus labios estaban apretados. Pero cuando los separó para hablar, su voz llegó fría y calma.

 

"Tranquilo, ahora. Una cosa por vez. Tu espalda no se está lastimando más al presente, porque la cubrí. Quiero saber qué te pasó. ¿Crees que podemos estar sin un navegante que vas y provocas a la bestia de Bishop hasta que casi te mata?"

 

Pitt se sentó y se quejó nuevamente. Pero esta vez su angustia era mental más que física.

 

"No creo que se necesite un navegante ahora, Peter."

 

"¿Qué es eso?" exclamó el Sr. Blood.

 

Pitt explicó la situación tan brevemente como pudo, con un habla entrecortada y sin aliento. "Debo pudrirme aquí hasta que le diga la identidad de mi visitante y el motivo."

 

El Sr. Blood se puso de pie, gruñendo en su garganta. "¡Maldito sea el sucio negrero!" dijo. " Pero debemos ingeniarnos, sin embargo. ¡Al diablo con Nuttall! Dé o no la fianza para el bote, lo explique o no, el bote está, y nos vamos, y tú vienes con nosotros."

 

"Sueñas, Peter," dijo el prisionero. "No nos vamos esta vez. Los magistrados confiscarán el bote porque la fianza no está paga, aun cuando Nuttal no confiese el plan por la presión, y terminemos todos con una marca en nuestra frente."

 

El Sr. Blood se dio vuelta, y con agonía en sus ojos miró al mar sobre cuyas aguas azules había esperado con tanta ansiedad estar pronto viajando a la libertad.

 

El gran navío rojo se había acercado considerablemente por ahora. Lenta, majestuosamente, estaba entrando a la bahía. Ya una o dos chalanas estaban zarpando del muelle para abordarla. Desde donde se encontraba, el Sr. Blood pudo ver el brillo de sus cañones de bronce montados en la proa sobre el curvado mascarón, y pudo vislumbrar la figura de un marino inclinándose para dirigir la maniobra.

 

Una voz enojada lo sacó de sus desdichados pensamientos.

 

"¿Qué diablos estás haciendo?"

 

El Coronel Bishop volvía al vallado, sus negros lo seguían siempre.

 

El Sr Blood volvió su cara a él, y sobre las oscuras facciones - que, realmente, estaban ahora bronceadas al marrón dorado de un Indio - cayó una máscara.

 

"¿Haciendo?" dijo suavemente. "Pues, las obligaciones de mi oficio."

 

El Coronel, avanzando furiosamente, observó dos cosas. La vasija vacía en el asiento al lado de su prisionero, y la hoja de palma protegiendo su espalda. "¿Te has animado a hacer esto?" Las venas en al frente del hacendado sobresalían como cuerdas.

 

"Por supuesto que lo he hecho." El tono del Sr. Blood era de una débil sorpresa.

 

"Dije que no tendría comida ni agua hasta que yo lo ordenara."

 

"Pero yo no os escuché decirlo."

 

"¿No me escuchaste? ¿Cómo me habrías escuchado cuando no estabas acá?

 

"¿Y entonces cómo esperáis que conozca vuestras órdenes?" El tono del Sr Blood estaba realmente agraviado. "Todo lo que vi es que uno de vuestros esclavos estaba siendo asesinado por el sol y las moscas. Y entonces me dije, éste es uno de los esclavos del Coronel y yo soy el doctor del Coronel, y seguramente es mi deber cuidad la propiedad del Coronel. Entonces le di al joven un poco de agua y cubrí su espalda del sol. ¿No estuve acertado, entonces?"

 

"¿Acertado?" El Coronel estaba casi sin habla.

 

"¡Calma, ahora, calma!" El Sr. Blood le imploró. "Tendréis una apoplejía si os dejáis llevar con un calor como éste."

 

El hacendado lo sacó de su camino con una imprecación, y sacó la hoja de palma de la espalda de su prisionero.

 

"En nombre de la humanidad, ahora ..." Blood comenzaba.

 

El Coronel giró hacia él con furia. "¡Fuera de esto!" ordenó. "Y no te acerques a él si no te lo ordeno, si no quieres ser tratado de la misma manera."

 

Estaba terrorífico en su amenaza, en su arrogancia conociendo su poder. Pero Blood nunca se amilanaba. Se le ocurrió al Coronel, cuando se vio mirado fijamente por esos ojos azules que parecían tan raros en esa cara tostada - como pálidos zafiros colocados en cobre - que este bribón se estaba volviendo presuntuoso de un tiempo a esta parte. Era algo que debía corregir. Mientras tanto, Blood estaba hablando nuevamente, su tono calmado e insitente.

 

"En nombre de la humanidad," repitió, "me permitiréis hacer lo que puedo para aliviar su sufrimiento, u os juro que olvidaré al instante mis deberes de médico, y no atenderé ningún otro paciente en esta isla infecta."

 

Por un instante, el Coronel estaba demasiado sorprendido para hablar. Luego -

 

"¡Por Dios!", rugió. "¿Osas tomar ese tono conmigo, perro? ¿Osas imponerme condiciones?"

 

"Lo hago". Los firmes ojos azules miraban de frente a los del Coronel, y había un demonio asomándose en ellos, el demonio de la temeridad que nace de la deseperanza.

 

El Coronel Bishop lo consideró por un largo momento en silencio. "He sido muy blando contigo, dijo finalmente. "Pero se corregirá." Apretó sus labios. "Os golpearán con una varilla, hasta que no haya una pulgada de piel en su sucia espalda?"

 

"¿Haréis eso?¿Y que hará el Gobernador Steed, entonces?

 

"No eres el único doctor en la isla."

 

Blood rió. "¿Y le diréis eso a su excelencia, con la gota tan mal en sus pies que no puede estarse en pie? Sabéis perfectamente que no tolerará otro doctor, siendo un hombre inteligente sabe lo que es bueno para él."

 

Pero la pasión bestial del Coronel tan removida no era fácilmente aplacada. "Si estás vivo cuando mis negros terminen contigo, tal vez recuperarás la razón."

 

Se volvió a sus negros para dar una orden. Pero nunca fue dada. En ese momento un terrible trueno ahogó su voz y sacudió el aire. El Coronel Bishop saltó, sus negros saltaron con él, y o mismo hizo el aparentemente imperturbable Sr. Blood. Luego los cuatro miraron juntos hacia el mar.

 

Allá abajo en la bahía todo lo que se podía ver del gran barco, ahora a distancia de un cable del fuerte, eran sus mástiles envueltos en una nube de humo. De los riscos una bandada de asustadas gaviotas se habían levantado y volaban gritando su alarma.

 

Mientras estos hombres miraban desde la altura en la que se encontraban, sin entender lo que había sucedido, vieron la bandera de Inglaterra bajar del mástil principal y desaparecer en la nube que crecía. Un instante más tarde, y a través de la nube se vio en reemplazo de ella la bandera roja y dorada de Castilla. Y entonces entendieron.

 

"¡Piratas!" rugió el Coronel, y nuevamente, "¡Piratas!"

 

Miedo e incredulidad sonaban en su voz. Había palidecido bajo su bronceado sol hasta que su cara estuvo del color de arcilla, y había una furia salvaje en sus ojillos. Sus negros lo miraban, sonriendo estúpidamente, todo dientes y pupilas.

 


Date: 2016-01-03; view: 495


<== previous page | next page ==>
CAPÍTULO 6. PLANES DE FUGA | CAPÍTULO 8. ESPAÑOLES
doclecture.net - lectures - 2014-2024 year. Copyright infringement or personal data (0.017 sec.)