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ATAQUES REGISTRADOS 2 page

 

 

1579 D. C, PACÍFICO CENTRAL

 

Durante su circunnavegación del globo, Francis Drake, el pirata que más tarde se convirtió en un héroe nacional, paró en una isla sin nombre para repostar provisiones de comida y agua fresca. Los nativos le advirtieron que no visitara un cayo pequeño cercano que estaba habitado por «los dioses de la muerte», Según la costumbre, los muertos y enfermos terminales eran puestos en esta isla, donde los dioses se apoderarían de ellos, de su cuerpo y su alma, para vivir eternamente. Drake, fasci­nado por su historia, decidió investigar. Observando desde el barco vio como una partida de nativos en la orilla puso el cuerpo de un hombre muerto en la playa de la isla. Después de gritar varias veces con una caracola, los nativos regresaron al mar. Unos momentos más tarde, varias figuras aparecieron tambaleándose lentamente desde la jungla. Drake vio cómo se alimentaban del cadáver antes de perderlos de vista mientras se alejaban encorvados. Para su asombro, el cuerpo medio comido se levantó sobre sus pies y cojeó tras ellos. Drake nunca habló de este incidente en toda su vida. Los hechos se descubrieron en un diario secreto que mantuvo oculto hasta su muerte. Este diario, que pasó de coleccionista en coleccionista, finalmente encontró su sitio en la biblioteca del almirante Jackie Fischer, el padre de la moderna Marina Real. En 1907, Fischer mandó hacer unas copias y se lo dio a varios de sus amigos como regalo de Navi­dad. Junto a las coordenadas exactas, Drake proclamó esta masa de tierra «la isla de los malditos».

 

 

1583 D. C, SIBERIA

 

Una partida de exploradores del infame cosaco Yermak, perdida y muerta de hambre en la helada naturaleza salvaje, fue refu­giada por una tribu asiática indígena. Una vez que recuperaron las fuerzas, los europeos compensaron la amabilidad de la tribu declarándose ellos mismos los soberanos de aquella aldea y se establecieron allí durante el invierno hasta que llegara la fuerza principal de Yermak. Después de darse el festín varias semanas con la comida que la aldea había reunido, los cosacos destina­ron entonces su apetito a los aldeanos. En un acto salvaje de canibalismo, se comieron a treinta personas, mientras el resto huía selva adentro. Los cosacos agotaron esta nueva fuente de alimento en días. Desesperados, se dirigieron hacia el cemente­rio de la aldea, donde se cree que las bajas temperaturas habían mantenido algunos de los cadáveres frescos. El primer cuerpo exhumado fue una mujer de unos veinte años, que había sido enterrada con las manos y los pies atados y la boca amordazada. Cuando se descongeló, la mujer muerta revivió. Los cosacos estaban estupefactos. Esperando aprender cómo había conse­guido tal proeza, le quitaron la mordaza. La mujer mordió en la mano a uno de los cosacos. Con duradera falta de visión, igno­rancia y brutalidad, los cosacos la desmembraron, la asaron y comieron su carne. Sólo dos se abstuvieron: el guerrero herido (sus camaradas creían que no había que desperdiciar la comida con los moribundos) y un hombre profundamente supersticioso que creía que la carne estaba maldita. En cierta manera, tenía razón. Todos los que comieron la carne del zombi murieron aquella noche. El hombre herido expiró a la mañana siguiente.



El único superviviente intentó quemar los cuerpos. Mientras preparaba la pira funeraria, el cadáver que había sido mordido revivió. Al verse perseguido por este nuevo zombi, el solitario superviviente se dirigió hacia la estepa. Tras una hora de persecución, el zombi se congeló. El cosaco deambuló durante varios días han que fue rescatado por otra partida de exploradores de Yermak. Su relato fue documentado por un historiador ruso, el padre Pielio Georgiavich Vatutin. La obra se mantuvo oculta durante varían generaciones, guardada en un monasterio aislado en la isla de Valam, en el lago Ladoga. Sólo ahora está siendo traducida al inglés. No se sabe nada sobre el destino de los aldeanos asiáticos o incluso sobre cuál es su identidad real. El genocidio posterior contra este pueblo por Yermak dejó pocos supervivientes. Desde un punto de vista científico, este relato representa el primer suceso conocido de un zombi completamente congelado.

 

 

1587 D. C, ISLA ROANOKE, CAROLINA DEL NORTE

 

Los colonos ingleses, aislados de cualquier apoyo de Europa, enviaban partidas de caza regulares al continente en busca de comida. Una de estas partidas desapareció durante tres semanas Cuando volvió un único superviviente, describió que les habían atacado «una pandilla de salvajes [...] con la carne pútrida y piel minada con gusanos; insensibles a la pólvora y a los disparos». Aunque sólo mataron a uno de los once hombres de la partida, cuatro de ellos fueron desfigurados salvajemente. Esos hombres murieron al día siguiente, los enterraron y a continua­ción, unas horas después, se levantaron de sus poco profundas tumbas. El superviviente juró que los que antes eran camaradas se habían comido vivos al resto de la partida y que sólo él pudo escapar. El juez de la colonia acusó al hombre de mentiroso y de asesino. Lo ahorcaron a la mañana siguiente.

Enviaron una segunda expedición para que recogiera los cuer­pos «por miedo a que sus restos fueran profanados por los paga­nos». La partida de cinco hombres volvió en un estado cercano al colapso, con mordeduras y arañazos que les cubrían el cuerpo. En el continente, les habían atacado los «salvajes» que descri­biera el superviviente muerto al que ahora justificaban y también algunos de los miembros de la primera partida de caza. Estos nuevos supervivientes, tras un periodo de examen médico, falle­cieron con algunas horas de diferencia. Los entierros se celebra­rían al amanecer del día siguiente. Esa noche, resucitaron. Los detalles no son muy precisos, al igual que el resto de la histo­ria. Una versión describe la infección final y la destrucción de la ciudad entera. Otra describe a la población de Croatan recono­ciendo el peligro por lo que era, cercando y quemando a todos los colonos de la isla. En un tercer relato, estos mismos nati­vos americanos rescataron a los habitantes supervivientes de la ciudad y mataron a los no muertos y a los que estaban heridos. Estas tres historias han aparecido en relatos de ficción y textos históricos durante los últimos dos siglos. Ninguna presenta una explicación irrefutable a por qué el primer asentamiento inglés en América del Norte se desvaneció literalmente sin dejar rastro.

 

 

1611 D. C, EDO, JAPÓN

 

Enrique da Silva, un comerciante portugués que hacía negocios en las islas, escribió este pasaje en una carta a su hermano:


 

El padre Mendoza, que volvía a saborear el vino caste­llano de nuevo, habló de un hombre que se había convertido recientemente a su fe. Este salvaje era miembro de una de las órdenes más secretas en esta tierra bárbara y exótica, «La hermandad de la vida». De acuerdo con el clérigo anciano, esta sociedad secreta entrena a asesinos, y hablo con todo sinceridad, con el propósito de ejecutar demonios. […] Estas criaturas, según su explicación, fueron en el pasado seres humanos. Después de morir, unos demonios invisibles los hacían revivir [...] y se alimentaban de la carne de los vivos. Para combatir este terror, «La hermandad de la vida» había sido formada, según Mendoza, por el propio shogim. [...] Existen desde hace mucho [...] entrenados en el arte

 

de la destrucción. [...] Tienen una extraña manera de ir a la batalla sin armas dedicando la mayor parte del tiempo a evitar que los demonios les capturen, retorciéndose igual que una serpiente cuando los intentan capturar. [...] Las armas, que de forma extraña tienen la forma de las cimitarras orientales, se diseñaron para cortar cabezas. [..,] Su templo, aunque el lugar donde se localiza queda en secreto, parece poseer una habitación donde las cabezas cortadas de los monstruos que han abatido vivas y aím gimiendo adornan las paredes. Los reclutas de alto rango, preparados para formar parte de la hermandad, deben pasar una noche entera en esta habitación, sin ninguna compa­ñía excepto la de estos objetos profanos. [...] Si la histo­ria del padre Mendoza es cierta, esta es, tal y como sospe­chábamos, la tierra de un demonio impío. [...] De no ser por el atractivo de la seda y las especias, haríamos bien en evitarla a toda costa. [...] Pregunté al anciano cura dónde se encontraba este converso, para poder escuchar las pala­bras de este relato de sus propios labios. Mendoza me dijo que lo habían encontrado muerto hacía casi dos semanas. «La hermandad» no permite que se desvelen sus secretos ni que los miembros renuncien a su lealtad.

 

Existieron muchas sociedades secretas en el Japón feudal. «La hermandad de la vida» no aparece en ningún texto, pasado o presente. Da Silva comete algunas imprecisiones históricas en su carta, como cuando se refiere a la espada japonesa como «cimita­rra». (No estaría mal que los europeos aprendieran algunos deta­lles de la cultura japonesa.) La descripción de las cabezas que siguen gimiendo también es una imprecisión, porque una cabeza cortada no podría producir ningún sonido sin el diafragma, los pulmones y las cuerdas vocales. Si esta historia es cierta, sin embargo, podría explicar por qué ha habido tan pocos brotes registrados en Japón a diferencia del resto del mundo. O bien la cultura japonesa ha creado un muro de silencio muy eficaz alrededor de sus brotes o «La hermandad de la vida» cumplió su misión. De cualquier forma, no se encontraron informes de brotes relativos a Japón hasta la segunda mitad del siglo XX.

 

 

1690 D. C, ATLÁNTICO SUR

 

El buque mercante Marialva abandonó Bissau, al oeste de África, con un grupo de esclavos para Brasil. Nunca llegó a su destino. Tres años después, en mitad del Atlántico sur, el navío danés Zeebrug divisó el Marialva a la deriva. Enviaron una partida con el propósito de salvarlos. Al llegar, encontraron una mercancía de no muertos africanos que aún estaban encadenados a sus camas, retorciéndose y gimiendo. No había rastro de la tripulación y cada uno de los zombis tenía por lo menos un mordisco en el cuerpo. Los daneses, que creían que el barco estaba maldito, remaron a toda prisa hacia su navío y contaron lo que habían encontrado al capitán. Inmediatamente, este mandó hundir al Marialva a cañonazos. Como no hay forma de saber exactamente cómo llegó a bordo la infección, todo lo que sabemos en pura especulación. No se encontraron botes salvavidas abordo Sólo se encontró el cuerpo del capitán, encerrado en su camarote, con una herida en la cabeza de haberse pegado un tiro él mismo. Muchos creen que, como los africanos estaban todos encadenados, la primera persona infectada debió de ser un miembro de la tripulación portuguesa. De ser cierto esto, los desafortunados esclavos tuvieron que soportar ver cómo sus captores se devora­ban e infectaban los unos a los otros tras la lenta transformación en muertos vivientes, el virus abriéndose camino a través de sus sistemas. Incluso peor es la horrible posibilidad de que uno de los miembros de la tripulación atacara e infectara a un esclavo enca­denado. Este nuevo gul, sucesivamente, mordería a la persona encadenada y gritando a su lado. Continuando fila abajo hasta que finalmente los gritos se apagaran y se llenara todo de zombis. Imaginar a los que se encontraban al final de la fila, viendo cómo su futuro se arrastraba lenta y directamente hacia ellos, cada vez más cerca, basta para evocar las peores pesadillas.

 

 

1762 D. C, CASTRIES, SANTA LUCÍA, EL CARIBE

 

La historia de este brote todavía es contada hoy tanto por los isleños del Caribe como por los inmigrantes del Caribe en Reino Unido. Funciona como una poderosa advertencia, no sólo del poder de los muertos vivientes, sino también de la frustrante incapacidad de los humanos para unirse y luchar contra ellos. Un brote de origen impreciso comenzó en la zona blanca pobre de la pequeña y superpoblada ciudad de Castries en la isla de Santa Lucía. Varios negros liberados y residentes mulatos se dieron cuenta del origen de la enfermedad e intentaron alertar a las autoridades. Fueron ignorados. El brote fue diagnos­ticado como una forma de rabia. El primer grupo de personas que se infectó fue encerrado en la cárcel de la ciudad. A los que mordieron mientras intentaban contenerlos los enviaron a casa sin ofrecerles tratamiento alguno. En cuarenta y ocho horas, todo Castries era un caos. La milicia local, al no saber cómo detener el ataque, fue aplastada y consumida. Los blancos que quedaban consiguieron huir a las plantaciones de las afueras. Como a muchos de ellos les habían mordido, al final extendie­ron la infección a la isla entera. Diez días después, el 50 % de la población blanca había muerto. El cuarenta por ciento, más de varios cientos de individuos, merodeaban por la isla convertidos en zombis resucitados. El resto escapó en las diferentes embar­caciones que pudieron encontrar o permanecieron escondidos en las dos fortalezas de Vieux Fort y Rodney Bay. Esto dejó una considerable fuerza de esclavos negros que se encontraron ahora libres pero a merced de los no muertos.

A diferencia de los habitantes blancos, los antiguos escla­vos tenían un profundo conocimiento cultural de su enemigo, una ventaja que reemplazó al pánico con la determinación. Los esclavos de todas las plantaciones se organizaron en equipos de caza muy disciplinados. Armados con antorchas y machetes (los blancos que huyeron se habían llevado con ellos todas las armas de fuego) y aliados con los negros y los mulatos liberados que quedaban (Santa Lucía tenía comunidades pequeñas pero importantes de ambas razas), rastrearon la isla de norte a sur. Se comunicaban con tambores, por lo que los equipos compartían la inteligencia y las tácticas de batalla coordinadas. Como una ola, lenta y premeditada, limpiaron Santa Lucía en siete días. Los blancos que se encontraban aún en los fuertes se negaron a unirse a la pelea, porque su intolerancia racial se unía a su cobardía. Diez días después de acabar con el último zombi, las tropas de las colonias británica y francesa llegaron. Inmediata­mente, todos los que habían sido esclavos volvieron a ser enca­denados. Los que se resistieron fueron ahorcados. Como el inci­dente se registró como una sublevación de los esclavos, todos los negros y mulatos que habían sido liberados volvieron a ser esclavizados o ahorcados por ayudar en la supuesta rebelión. Aunque no existen registros escritos, un relato oral ha llegado hasta nuestros días. Se rumorea que existe un monumento en algún lugar de la isla. Ningún residente declarará dónde está localizado. Si uno puede sacar una lección positiva de Castries es que un grupo de civiles, motivados y disciplinados, con las armas más primitivas y una comunicación básica, puede formar un equipo formidable para cualquier ataque zombi.

 

 

1807 D. C, PARÍS, FRANCIA

 

Un hombre fue admitido en el Cháteau Robinet, un hospital para criminales dementes. El informe oficial archivado por el doctor Reynard Boise, administrador jefe, relata: «El paciente parece incoherente, casi animal, con un deseo insaciable de violencia. [...] Tiene una mandíbula que muerde como la de un perro rabioso. Consiguió herir con éxito a uno de los pacientes antes de que lo ataran». Lo historia que siguió consiste en el interno herido recibiendo un tratamiento escaso (le vendaron las heridas y le dieron un trago de ron) y entonces siendo colocado en una celda común con más de cincuenta hombres y mujeres. Lo que siguió días después fue una orgía de violencia. Los guardas y los doctores, demasiado asustados por los gritos que salían de la celda, se negaron a entrar hasta que hubo pasado una semana. Para enton­ces, lo único que quedaba eran cinco infectados, zombis parcial­mente devorados y las partes diseminadas de varias docenas de cadáveres. Boise pronto dimitió de su puesto y se retiró a la vida privada. Poco sabemos sobre lo que les pasó a los muertos andantes o al primer zombi que llevaron a la institución. El propio Napo­león Bonaparte ordenó que cerraran el hospital, lo purificaran y lo convirtieran en una casa de convalecencia para los veteranos del ejército. Además, no se sabe nada sobre la procedencia del primer zombi, cómo contrajo la enfermedad o, de hecho, si infectó a alguien más antes de ser enviado al Cháteau Robinet.

 

 

1824 D. C, SUDAFRICA

 

Este extracto fue tomado del diario de H. F. Fynn, miembro de la expedición británica original que conoció, viajó y negoció con el gran rey zulú Shaka.

 

El kraal era un hervidero de vida. [...] El joven noble se adelantó en dirección al centro del establo. [...] Cuatro de los mejores guerreros del rey trajeron un cuerpo; lo traían atado de pies y manos [...] una bolsa hecha de piel de vaca le cubría la cabeza. Este tejido servía para cubrir también las manos y los antebrazos de los guardias, de modo que su piel nunca tocara la del condenado. [...] El joven noble agarró su azagaya (una lanza punzante de más de un metro de longitud) y se lanzó de un salto al establo. [...] El rey dio la orden con un grito y ordenó a sus guerreros que arrojaran la carga al kraal. El conde­nado se pegó contra la dura tierra, haciendo ademanes como un hombre borracho. La bolsa de piel se le escurrió de la cabeza [...] su cara, para mi asombro, estaba terri

 
 

blemente desfigurada. Una gran protuberancia de carne había desaparecido de su cuello como si se la hubiera arrancado una bestia inmunda. Le habían arrancado los ojos, y el abismo que quedaba en ellos miraba fijamente al Infierno. De sus heridas ni siquiera fluía una gota diminuta de sangre. El rey levantó la mano, acallando a la multitud frenética. El silencio llenaba el kraal; un silencio tan completo que los pájaros parecieron obedecer la poderosa orden del rey. [...] El joven noble alzó su azagaya hasta el pecho y pronunció una palabra. Su voz era demasiado sumisa, demasiado suave para alcanzar mis oídos El hombre sin embargo, el pobre diablo, debió escuchar la voz solitaria. Volvió la cabeza lentamente, con la boca muy abierta. De sus labios magullados y rajados salió un aullido tan aterrador que hizo que me temblaran todos los huesos. El monstruo, ahora estaba convencido de que era un monstruo, se dirigió encorvado hacia el noble. El joven zulú blandió su azagaya. La agitó delante de él incrustando la oscura cuchilla en el pecho del monstruo El demonio no calló, no murió, no parecía que le hubieran agujereado el corazón. Simplemente continuó acercándose firme, imparable. El noble se retiró, temblando como una hoja cuando la lleva el viento. Se tropezó y cayó sobre la tierra que se unió a su cuerpo sudado. La multitud permaneció en silencio, mil estatuas de ébano observaban aquella trágica escena. [...] Entonces Shaka, de un salto, entró al establo y bramó: «¡Sóndela, sóndela!». Enseguida el monstruo dejó al noble que yacía en el suelo y se dirigió al rey. Con la rapidez de la bala de un mosquete, Shaka agarró la azagaya del pecho del monstruo y la dirigió hacia una de las vacías cuencas de los ojos. Entonces giró el arma como lo haría un campeón de esgrima, dando vueltas a la punta de la cuchilla dentro del cráneo del monstruo. La criatura abominable cayó de rodillas ante él, luego se tumbó, enterrando su abominable cara en la roja tierra africana.

 

La historia acaba bruscamente aquí. Fynn nunca explicó qué le pasó al noble condenado o al zombi que aniquilaron. Natu­ralmente, este rito de paso ceremonial plantea varias preguntas interesantes: ¿Cuándo comenzó a utilizarse a los zombis de este modo? ¿Los zulúes tienen más de un gul para este propósito? De ser así, ¿de qué modo los consiguen?

 

 

1839 D. C, ESTE DE ÁFRICA

 

El diario de viaje de Sir James Ashton-Hayes, uno de los muchos incompetentes europeos en busca del nacimiento del Nilo, revela la probabilidad de un ataque zombi y una respuesta organizada y culturalmente aceptada.

 

Llegó al pueblo muy temprano aquella mañana, era un joven negro con una herida en el brazo. Evidentemente al pobre salvaje le había fallado la lanza y la cena que espe­raba se había esfumado. Por muy gracioso que parezca, los acontecimientos que siguieron me parecieron tremen­damente bárbaros. [...]En el pueblo, tanto el doctor como el jefe de la tribu examinaron la herida, oyeron la histo­ria del joven hombre y asintieron con la cabeza sobre una decisión secreta. El hombre herido, entre lágrimas, se despidió de su mujer y su familia [...] obviamente, según sus costumbres, el contacto físico no está permitido, luego se arrodilló ante el jefe. [...]El anciano cogió un garrote largo con la punta de hierro y entonces lo clavó en la cabeza del condenado, aplastándola como a un gigante huevo negro. Casi de inmediato, diez guerreros de la tribu tiraron sus lanzas, desenvainaron los primitivos sables y pronunciaron un cántico extraño: «Nagamba ekwaga mili eereeah enge». A continuación, simplemente se dirigieron hacia la sabana. El cuerpo del desgraciado salvaje, para horror mío, fue desmembrado y quemado mientras las mujeres de la tribu sollozaban frente a la columna de humo. Cuando consulté a nuestro guía para que me diera algún tipo de explicación, simplemente encogió su diminuta figura y respondió: «¿Quiere que se levante de nuevo esta noche?». Un pueblo raro, estos salvajes.

 

Hayes se niega a decir exactamente qué tribu era y los estudios posteriores han revelado que todos sus datos geográficos, lamentablemente, no son precisos. (No es de extrañar que nunca encontrara el Nilo.) Por suerte, el grito de guerra se identifico más tarde como «Njamba egoaga na era enge», una frase kikuyi que significa «Juntos peleamos y juntos ganamos o expiramos» Esto dio a los historiadores una pista de que se encontraba al menos en lo que actualmente en la moderna Kenia.

 

 

1848 D. C, CORDILLERA OWL CREEK, WYOMING

 

Aunque probablemente no se trate del primer ataque zombi en EEUU, se trata del primero que fue registrado. Un grupo de cincuenta y seis pioneros conocidos como la Partida Knudlian desapareció en la zona central de las Montañas Rocosas de camino a California. Un año después, una segunda expedición descubrió los restos de un campamento base que se creyó que había sido su último lugar de descanso.

 

Las señales de la batalla eran obvias. Restos de equipo roto estaban desparramados entre los carros calcinados. También descubrimos los restos de al menos cuarenta y cinco personas. Entre las muchas heridas, todos compartían una fractura en el cráneo. Algunos de los agujeros parecían de bala, otros de instrumentos romos como marti­llos e incluso rocas. [...] Nuestro guía, un hombre con muchos años de experiencia en aquellos bosques, creía que no se trataba de la obra de indios salvajes. Después de todo, decía, ¿por qué habrían de matar a nuestra gente sin llevarse los caballos y los bueyes? Contamos los esquele­tos de todos los animales y tuvimos que darle la razón. [...] Hubo otro factor que encontramos más alarmante y era el número de heridas por mordeduras que tenían los muertos. Como ningún animal, ni el lobo blanco aulla­dor ni la hormiga diminuta, había tocado sus cadáveres, obviamos su participación en lo acontecido. En la fron­tera siempre contaban historias sobre caníbales, pero nos horrorizaba creer que tales cuentos sobre un salvajismo tan impío pudieran ser ciertos, especialmente después de un cuento tan horrible como el de la Expedición. [...] Sin embargo, lo que no pudimos comprender fue por qué se habían comido entre ellos tan rápido si aún no se habían acabado las provisiones de comida.

 

Este pasaje proviene de Arne Svenson, una maestra que se convirtió en colonizadora y granjera de la segunda expedición, Esta historia en sí misma no prueba necesariamente que se trate de un brote de Solanum. Aparecerán pruebas más sólidas, pero habrá que esperar otros cuarenta años.

 

 

1852 D. C, CHIAPAS, MÉXICO

 

Un grupo de cazadores de tesoros americanos de Boston, James Millar, Luke MacNamara y Willard Donglass, viajaron a esta región remota en la jungla con el propósito de saquear unas supuestas ruinas mayas. Mientras permanecían en el pueblo de Tzinteel, fueron testigos del entierro de un hombre al que tacha­ban de ser «un bebedor de la sangre de Satán». Vieron que el hombre estaba herido, amordazado y aún vivo. Al creer que se trataba de una ejecución bárbara, los estadounidenses lograron rescatar al condenado. Una vez que le quitaron las cadenas y la mordaza, el prisionero atacó al instante a los liberadores. Loa disparos no hacían efecto alguno. Mató a MacNamara; los otros dos fueron heridos levemente. Un mes más tarde, sus familias recibieron una carta fechada el día después del ataque. En sus páginas, los dos hombres relataban los detalles de su aventura, incluyendo una declaración jurada de que su amigo asesinado había «vuelto a la vida» después del ataque. También escri­bieron que sus heridas superficiales de mordedura se estaban ulcerando y que empezaban a tener una horrible fiebre. Prometían descansar unas semanas en Ciudad de México para que les tratara un médico y luego volverían a Estados Unidos lo antes posible. Nunca más se supo de ellos.

 

 

1867 D. C, OCÉANO ÍNDICO

 

Un barco de vapor inglés para el correo, el RMS Rona, que transportaba a 137 convictos a Australia, ancló en Bijoutier Island para ayudar a un barco sin identificar que apareció varado en un banco de arena. La partida que enviaron descubrió a un zombi con la espalda rota, arrastrándose por las cubiertas desiertas del barco. Cuando intentaron ofrecerle ayuda, el zombi se inclinó hacia delante y mordió en los dedos a uno de los marineros Mientras otro marino cortaba la cabeza al zombi con su sable los otros cogieron al camarada herido para llevarlo de vuelta al barco. Aquella noche, colocaron al marinero herido en su litera y le dieron un trago de ron y el cirujano del barco le prometió que lo examinaría al amanecer. Aquella noche, el nuevo zombi resucitó y atacó a sus compañeros de abordo. El capitán, con un ataque de pánico, ordenó que taparan con tablas la carga, que encerraran dentro a los convictos con el gul y que conti­nuaran el viaje a Australia. El resto del viaje, el resonar cons­tante de los gritos se convirtió en gemidos. Varios tripulantes juraron oír los chillidos de agonía de las ratas mientras se las comían vivas.


Date: 2015-12-24; view: 788


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