Home Random Page


CATEGORIES:

BiologyChemistryConstructionCultureEcologyEconomyElectronicsFinanceGeographyHistoryInformaticsLawMathematicsMechanicsMedicineOtherPedagogyPhilosophyPhysicsPolicyPsychologySociologySportTourism






ATAQUES REGISTRADOS 3 page

Tras seis semanas en el mar, el barco echó el ancla en Perth. Los oficiales y la tripulación remaron a tierra para informar al alcalde mayor sobre lo que había ocurrido. Al parecer, nadie creyó las historias de aquellos marineros. Enviaron un contin­gente de tropas regulares para, y sólo por esa razón, que escol­laran a los prisioneros. El RMS Rona permaneció anclado cinco días, esperando a que llegaran dichas tropas. El sexto día, una tormenta rompió la cadena del ancla del barco, lo desplazó varias millas a través de la costa y lo estrelló contra un arre­cife. Los habitantes del pueblo y la antigua tripulación del barco no encontraron rastro alguno de los no muertos. Lo único que quedó fueron huesos de humanos y huellas que llevaban tierra adentro. La historia del Rona era común entre los marineros a finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte. Los regis­tros del almirantazgo indican que el barco se perdió en el mar.

 

 

1882 D. C, PIEDMONT, OREGÓN

 

Las pruebas del ataque provienen de una partida humanitaria enviada para investigar un pequeño pueblo con una mina de hierro después de dos meses de aislamiento. Este grupo encontró Piedmont en ruinas. Muchas de las casas estaban quemadas. Las que aún quedaban en pie estaban llenas de agujeros de bala. Lo peculiar era que los agujeros dejaban ver que todos los tiros se habían dado desde el interior, como si la lucha hubiera tenido lugar entre aquellas paredes. Más impactante aún fue el descu­brimiento de veintisiete esqueletos mutilados y medio comidos. Una primera teoría considerando el canibalismo quedó descartada cuando se encontraron los almacenes del pueblo con suficiente comida para un invierno entero. Cuando investigaron la mina, la partida humanitaria realizó su último y más terrorífico descubrimiento. Habían hecho estallar desde dentro la entrada, Encontraron cincuenta y ocho hombres, mujeres y niños, todos muertos de inanición. Los rescatadores determinaron que habla suficiente comida para varias semanas almacenada y que se había consumido, por lo que sugirió que estuvieron allí encerrados más tiempo. Una vez que se realizó un recuento minucioso de los cadáveres, algunos mutilados y otros muertos de inanición, faltaban al menos treinta y dos de los ciudadanos.

La teoría que acepta un mayor grupo de personas es que, por algún motivo, un gul o un grupo de gules surgieron de los bosques y atacaron Piedmont. Tras una batalla corta y violenta los supervivientes llevaron toda la comida que pudieron a la mina. Después de encerrarse, lo más probable es que estás personas esperaran un rescate que nunca llegó. Se puede sospe­char que, antes de tomar la decisión de refugiarse en la mina, uno o más supervivientes intentaran realizar un viaje complicado a través de los bosques en busca del puesto de vigilancia más cercano. Como no existe ningún registro ni se encontraron los cuerpos, es lógico asumir que estos mensajeros mencionados antes murieran en el bosque o fueran engullidos por los no muertos. Si allí hubo zombis, no se sabe por qué no recuperaron los restos de ninguno. Tras el incidente de Piedmont no hubo un encubrimiento oficial. Los rumores hablan de una plaga, una avalancha, una lucha interna y el ataque de los «indios salvajes» (no hay nativos americanos que vivan allí, ni siquiera cerca de Piedmont). Nunca volvió a abrirse la mina. La compañía minera Patterson (propietaria de la mina de la ciudad) pagó 20 dolares en compensación a cada pariente de los residentes de Piedmont a cambio de su silencio. La prueba de esta transacción aparece en los libros de cuentas de la compañía. Esto se descubrío cuando la corporación se declaró en bancarrota en 1931. No hubo investigaciones posteriores.



 

 

1888 D. C, HAYWARD, WASHINGTON

 

Este pasaje describe la aparición del primer cazador de zombis profesional de América del Norte. El incidente comenzó cuando un cazador de pieles llamado Gabriel Allens llegó dando banda­zos al pueblo con un corte profundo en el brazo. «Allens habló de un espíritu que deambulaba en forma de hombre poseído, con la piel tan gris como la piedra y los ojos fijos en la nada. Cuando Allens se aproximó al desdichado, este liberó un atroz gemido y mordió al cazador en el antebrazo derecho.» Este pasaje procede del diario de Jonathan Wilkes, el doctor del pueblo que trató a Allens después del ataque. Se sabe muy poco sobre cómo se expandió la infección de la primera víctima al resto de miem­bros del pueblo. Algunos datos sugieren que la siguiente víctima fue el doctor Wilkes y a continuación tres hombres que intenta­ron atarlo. Seis días después del ataque inicial, Hayward sufría un asedio. Muchos se escondieron en sus casas y en la iglesia del pueblo mientras los zombis atacaban implacables las barricadas. Aunque había muchas armas de fuego, nadie se dio cuenta de la necesidad de pegarles un tiro en la cabeza. La comida, el agua y la munición se acabaron en seguida. Nadie creía que pudieran aguantar otros seis días.

Al amanecer del séptimo día, llegó un lakota llamado Elija Black. A caballo, con un sable del Ejército de Caballería de EEUU, decapitó a doce gules los primeros veinte minutos. Enton­ces, Black usó un pedazo de madera carbonizado para dibujar un círculo alrededor de la torre de agua del pueblo antes de subir a lo más alto de ella. Entre gritos, una corneta vieja del ejército y su caballo atado como cebo, se las arregló para atraer a todos los muertos andantes que había en el pueblo hacia su posición.

El que entraba en el círculo recibía un tiro en la cabeza con un rifle Winchester. De este modo cuidadoso y disciplinado, Black eliminó a la horda al completo, cincuenta y nueve zombis, en seis horas. Para cuando los supervivientes se dieron cuenta de lo que había ocurrido, su salvador se había ido. Los relatos posterio­res consiguieron reunir los antecedentes de Elija Black. Cuando tenía quince años, él y su abuelo estaban cazando cuando se encontraron con la masacre de la Partida Knudhansen. Al menos uno de los miembros había sido infectado previamente y, una vez reconvertido, había atacado al resto del grupo. Black y su abuelo acabaron con los otros zombis a golpes de tomahawk en la cabeza, decapitándolos y quemándolos. Uno de los supervi­vientes, una mujer de treinta años, explicó cómo se extendió la infección y cómo la mitad de la partida ahora resucitada había deambulado por el bosque. Entonces confesó que sus heridas y las de otras personas eran maldiciones incurables. De común acuerdo, suplicaron su muerte.

Tras este asesinato en masa por compasión, el viejo lakota le reveló a su nieto que le había ocultado la herida de una morde­dura que había sufrido durante la batalla. La última persona a la que dio muerte ese día Elija Black fue su propio abuelo. Desde ese momento, dedicó su vida a cazar el resto de zombis de la Partida Knudhansen. En cada encuentro, aprendía más y conseguía mayor experiencia. Aunque nunca llegó a Piedmont, consiguió eliminar a nueve de los zombis del pueblo que habían deambulado por el bosque. Cuando ocurrió lo de Hayward, Black se había convertido, con toda probabilidad, en el principal estudioso de campo, rastreador y asesino de no muertos del mundo. Se sabe muy poco sobre el resto de su vida o cómo terminó finalmente En 1939 se publicó su biografía tanto en forma de libro como en una serie de artículos que aparecieron en periódicos ingleses Como no se conserva ninguna versión, es imposible saber con exactitud en cuántas batallas luchó Black. Hay en marcha una investigación para localizar las copias perdidas de su libro.

 

 

1893 D. C, FORT LOUIS PHILIPPE, COLONIA FRANCESA DEL NORTE DE ÁFRICA

 

El diario de un oficial subalterno en la legión extranjera francesa relata uno de los brotes más serios de la historia:

 

Llegó tres horas después del amanecer; un árabe solita­rio a pie, al borde de la muerte por el sol y la sed. [...] Tras un día de reposo, con un tratamiento y agua, relató la historia de una plaga que convirtió a las víctimas en bestias caníbales. [...] Antes de que nuestra expedición pudiera ir a investigar, los vigías de la muralla sur avista­ron lo que parecía ser un rebaño de animales al horizonte. [....] A través de mis lentes, pude ver que no se trataba de bestias sino de hombres. Su piel carecía de color, sus ropas estaban raídas y andrajosas. Cuando el viento cambió en nuestra dirección, primero nos trajo un gemido marchito y, a continuación, el hedor de la descomposición de aque­llas personas. [...] Supusimos que estos pobres misera­bles venían pisando los talones a nuestro superviviente. No podemos saber cómo se las arreglaron para cruzar tal distancia, sin comida ni agua. [...] Las llamadas y los avisos no produjeron respuesta alguna. [...] Las explo­siones de nuestros cañones no consiguieron dispersar­los. [...] ¡Parecía que los disparos de los rifles de largo alcance no surtían efecto! [...] En seguida, enviamos a caballo al cabo Strom a Bir-El-Ksaib mientras cerrába­mos las puertas y nos preparábamos para un ataque.

 

El ataque pasó a ser el asedio no muerto más largo jamás registrado. Los legionarios fueron incapaces de llegar a enten­der el hecho de que sus atacantes estuvieran muertos y gastaban la munición propinando disparos al torso. Los tiros que acci­dentalmente daban a la cabeza no eran suficientes para persuadirles de esta táctica victoriosa. Nunca volvieron a saber nada del cabo Strom, el hombre que enviaron en busca de ayuda. Se ha supuesto que encontró su destino con los árabes hostiles o en el desierto. ¡Sus camaradas en el fuerte permanecieron asedia­dos durante tres años! Por suerte, acababa de llegar una carreta con provisiones. Había agua disponible del pozo que impulsó la construcción del fuerte. Los animales y los caballos al final tuvieron que sacrificarse y los racionaron como último recurso. Durante este tiempo, el ejército de no muertos, algo más de quinientos, continuaban rodeando las murallas. El diario cuenta que, con el tiempo, algunos fueron derribados con explosivos caseros, cócteles Molotov improvisados e incluso arrojaban piedras grandes desde el pretil. Sin embargo, no era suficiente para terminar con el asedio. Los gemidos constantes volvie­ron locos a algunos hombres e hizo que dos de ellos se suici­daran. Varios intentaron saltar la muralla y correr para salvarse. Todos los que lo intentaron fueron rodeados y despedazados. Un intento de motín redujo aún más sus filas, dejando el número de supervivientes en sólo veintisiete personas. En ese momento, el comandante de la unidad decidió intentar un plan más desesperado:

 

Todos los hombres se equiparon con todo el agua que pudieron y la poca comida que quedaba. Destruyeron todas las escaleras y escalinatas del pretil. [...] Nos reuni­mos en la muralla sur y empezamos a llamar a nuestros torturadores, reuniéndolos a casi todos a las puertas. El coronel Drax, con la valentía de un hombre poseído, bajo a la plaza de armas y quitó el cerrojo. De repente, la multitud hedionda entró en tropel en la fortaleza. El coronel se aseguró de proporcionarles el señuelo perfecto y los miserables lo siguieron a través de la plaza de armas, por los barracones y el comedor, por la enfermería [...] estaba a punto de ponerse a salvo cuando una mano, mutilada y podrida se aferró a su bota. Nosotros continuábamos llamando a las criaturas con abucheos y silbidos, saltando como monos salvajes. ¡Llamábamos a aquellas criatu­ras para que entraran en nuestro fuerte! [...] Dorset y O 'Toóle bajaron a la muralla norte [...] corrieron hacia la puerta y la cerraron. [...] Las criaturas que había dentro, rabiosas e irreflexivas, ¡no pensaron en abrirlas de nuevo! Al empujarse entre ellas hacia las puertas que se abrían hacia el interior, lo único que consiguieron fue quedarse más atrapadas aún.

 

En aquel momento los legionarios bajaron de un salto al desierto, mataron a los pocos zombis que había a las afueras de las murallas en un combate cuerpo a cuerpo depravado y a continuación recorrieron casi cuatrocientos kilómetros hasta el oasis más cercano, en Bir Ounane. Los registros del ejército no hablan de este asedio. No existe una explicación sobre por qué, cuando los despachos regulares dejaron de llegar de Fort Louis Philippe, no se enviaron equipos de investigación. El único gesto oficial hacia cualquiera de los involucrados en el incidente fue la corte marcial y el encarcelamiento del coronel Drax. La tras­cripción de su juicio, incluyendo los cargos, no se han revelado. Hubo rumores sobre el brote en la legión, el ejército y la socie­dad francesa durante décadas. Se escribieron muchos cuentos sobre «el asedio del Diablo». A pesar del rechazo del incidente, la legión extranjera francesa nunca volvió a enviar otra expedi­ción a Fort Louis Philippe.

 

 

1901 D. C, LU SHAN, FORMOSA

 

Según Bill Wakowski, un marinero americano que servía en la flota asiática, varios campesinos de Lu Shan se levantaron de sus camas y atacaron al pueblo. Debido a la lejanía y a la falta de comunicación por cable (teléfono/telégrafo), en Taipei no pudieron recibir noticias hasta siete días después.

 

Misioneros estadounidenses, rebaño del pastor Alfred, pensaron que se trataba del castigo de Dios hacia los chinos por no aceptar Su palabra. Sabían que la fe y el Santo Padre sacarían al diablo que llevaban dentro. Nuestro maestro les ordenó no moverse de allí hasta que pudiera reunir una escolta armada. El pastor Alfred no supo de ella. Mientras el viejo hombre enviaba un tele­grama para pedir ayuda, se dirigieron al río. [...] Nues­tra partida en tierra y un pelotón de tropas nacionalistas llegaron al pueblo a mediodía. [...] Había cuerpos y restos de ellos por todas partes. El suelo estaba pegajoso. Y el olor, por Dios santo, ¡qué olor! [...] Entonces una de esas cosas surgió de entre la niebla, unas criaturas desagrada­bles, unos diablos con forma humana. Les bloqueamos el paso durante al menos noventa metros. No funcionó nada. Ni los rifles Krag, ni el cañón Gatling. [...] Creo que Rilev perdió el juicio. Preparó su bayoneta e intentó ensartar a una de aquellas bestias. A su alrededor se unieron doce más. ¡Con la velocidad del rayo pasó a ser sólo huesos! ¡Resultaba espantoso! [...] Y llegó, como un brujo calvo, un doctor o un monje, como quieras llamarlo [...] balanceando lo que al parecer era una pala lisa con una cuchilla en forma de luna menguante [...] debía de haber diez, tal vez veinte cadáveres a sus pies [...] corría, hablando sin cesar como un loco, señalando a su cabeza y más tarde a la del resto. El viejo hombre, sólo Dios sabe cómo reco­noció lo que el chino estaba murmurando: nos ordenó que consiguiéramos todas las cabezas de las bestias. [...] Les disparamos a quemarropa. [...] Mientras recogíamos los cuerpos, descubrimos entre los chinos unos cuantos hombres blancos, nuestros misioneros. Uno de los nuestros encontró un monstruo con la columna aplastada por ­las balas. Aún estaba vivo, agitando los brazos, separando sus dientes sangrientos ¡dejando escapar aquel gemido nauseabundo! El viejo hombre lo reconoció: era el pastor Alfred. Rezó un padrenuestro y a continuación le pegó un tiro al padre en la sien.

 

Wakowski vendió su relato a la revista sobre misterios Cuen­tos macabros, un acto que le supuso la expulsión de su cargo y el encarcelamiento. Cuando salió de la cárcel, Wakowski se negó a concertar más entrevistas. En la actualidad, la Marina de EEUU niega la historia.

 

 

1905 D. C, TABORA, TANGANICA, COLONIA ALEMANA AL ESTE DE ÁFRICA

 

Las trascripciones del juicio afirman que un guía nativo al que sólo se conocía como «Simón» fue arrestado e imputado por decapitar a un famoso cazador blanco, Kart Seekt. El abogado defensor de Simón, un terrateniente holandés llamado Guy Voorster, explicó que su cliente creía que en realidad había reali­zado una hazaña heroica. En palabras de Voorster:

 

El pueblo de Simón cree que existe una enfermedad que arrebata la fuerza de la vida a los hombres. En su lugar queda el cuerpo, muerto aunque aún con vida, sin sentido de uno mismo ni de sus alrededores y cuya única fija­ción es el canibalismo. [...] Además, las víctimas de este monstruo no muerto se levantan de la tumba para devo­rar a más víctimas. Este ciclo se repetirá, una y otra vez, hasta que no quede nadie sobre la faz de la Tierra excepto estas abominables criaturas. [...] Mi cliente afirma que la víctima en cuestión regresó a su campamento base con dos días de retraso, deliraba y tenía una herida inexplica­ble en el brazo. Horas más tarde fallecía. [...] Entonces mi cliente me explicó que Herr Seerkt se levantó de su lecho de muerte para morder al resto de su partida. Mi cliente usó un cuchillo indígena para decapitar a Herr Seerkt y quemó su cabeza en la hoguera.

 

El señor Voorster añadió rápidamente que no estaba de acuerdo con el testimonio de Simón y lo utilizó para probar que estaba loco y que no debían ejecutarlo. Como la defensa de un demente sólo se aplicaba a los hombres blancos y no a los africa­nos, Simón fue condenado a morir en la horca. Todos los regis­tros del juicio se conservan todavía, aunque en muy malas condi­ciones, en Dares Salaam, Tanzania.

 

 

1911 D. C, VITRE, LUISIANA

 

Esta leyenda americana común contada en bares y en vestua­rios de instituto por todo el Sur Profundo, tiene sus raíces en un hecho histórico documentado. La noche de Halloween, varios jóvenes cajún tomaron parte en un reto que consistía en quedarse en el pantano desde medianoche hasta el amanecer. En la zona se decía que originariamente los zombis descendían desde la plantación de una familia y merodeaban por la ciénaga, consumiendo o reanimando a cualquier humano que se cruzara en su camino. A las doce de la mañana del día siguiente, ninguno de las adolescentes había regresado de su reto. Se organizó una partida de búsqueda para explorar la ciénaga. Se vieron atacados por al menos treinta gules, entre los que se encontraban los jóvenes. La partida se retiró y sin darse cuenta mostraron el camino de vuelta a Vitre a los no muertos. Mientras los habitantes formaban barricadas en sus casas, un ciudadano, Henri de la Croix, creyó que empapar a los no muertos con melaza atraería a millones de insectos que se encargarían de devorarlos. El plan falló, y De la Croix escapó vivo a duras penas. Empaparon a los no muertos de nuevo, esta vez con queroseno, y les prendie­ron fuego. Sin percatarse de las consecuencias de este acto, los habitantes de Vitre vieron con horror cómo los gules prendían fuego a todo lo que tocaban. Varias víctimas, atrapadas dentro de edificios con barricadas, se quemaron vivas mientras otras huían al pantano. Varios días después, unos voluntarios para el rescate contaron un total de cincuenta y ocho supervivientes (en el pueblo vivían 114). Vitre se había quemado por completo. Había no muertos y humanos entre los cadáveres. Cuando las bajas de Vitre se añadieron a la cantidad de cadáveres de zombis que encontraron, al menos faltaban quince cuerpos. Los regis­tros oficiales del gobierno en Baton Rouge describen el ataque como «un comportamiento alborotado de la población negra», una explicación curiosa ya que el pueblo de Vitre era entera­mente blanco. Cualquier prueba de un brote zombi proviene de cartas privadas y diarios que se hallan entre los descendientes de los supervivientes.

 

 

1913 D. C, PARAMARIBO, SURINAM

 

Mientras el doctor Ibrahim Obeidallah puede que fuera el primero en expandir el conocimiento humano sobre los no muer­tos, no fue (afortunadamente) el último. El doctor Jan Vanderhaven, muy conocido en Europa por su estudio de la lepra, llegó a la colonia de América del Sur para estudiar un extraño brote de esta familiar enfermedad.

 

Los cuerpos infectados muestran síntomas similares a los que se dan por todo el planeta: úlceras purulentas, piel moteada, la carne, al parecer, en proceso de descomposi­ción, etc. Sin embargo, todas las similitudes con las afecciones convencionales terminan aquí. Estas pobres almas parecen haber perdido por completo la cabeza. [...] No dan muestra de ningún pensamiento racional ni recono­cen nada que les sea familiar: [...] Tampoco duermen ni beben agua. Rechazan todo tipo de comida excepto aquella que esté viva. [...] Ayer, un enfermero en el hospital, por puro juego, y desobedeciendo mis órdenes, arrojó una rata herida a la celda de los pacientes. Inmediatamente, uno de ellos agarró al bicho y se lo tragó entero. [...] El infectado se volvió casi de inmediato rabioso y hostil. [...] Mordía a todo lo que se le acercaba, enseñando los dientes como si fuera un animal. [...] Una visitante, una mujer influyente que desafió todas las normas del hospi­tal, fue posteriormente mordida por su esposo infectado. A pesar de que se utilizaron todos los métodos de trata miento conocidos, ella entró en colapso rápidamente a causa de la herida y murió horas más tarde ese mismo día. [...] Llevaron el cuerpo a la plantación de la familia. [...] A pesar de mis súplicas, no me permitieron realizarle la autopsia por la falta de decoro que suponía. [...] Anoche denunciaron el robo del cadáver. [...] Los experimentos con alcohol, formalina y una tela a 90 grados centígrados han eliminado la posibilidad de que se trate de una bacteria. [...] Además, debo deducir que el agente es un fluido vivo contagioso [...] apodado «Solanum».

 

(«Fluido vivo contagioso» era un término común antes de adoptar la palabra latina virus.) Estos extractos provienen de un estudio de doscientas páginas, realizado durante un año por el doctor Vanderhaven, sobre este nuevo descubrimiento. En dicho estudio, está documentada la tolerancia del zombi al dolor, su aparente falta de respiración, el lento proceso de descomposición, la falta de rapidez, la agilidad limitada y la ausencia de cicatrización. Debido al comportamiento violento de estos sujetos y al miedo aparente de los enfermeros del hospital, Vander­haven nunca fue capaz de acercarse lo suficiente para hacer una autopsia completa. Por este motivo, fue incapaz de descubrir que los muertos vivientes eran sólo eso. En 1914, regresó a Holanda y publicó su trabajo. De forma irónica, ni recibió alabanzas ni quedó en ridículo con la comunidad científica. Su historia, como muchas otras de la época, quedó eclipsada por el estallido de la Primera Guerra Mundial. Existen copias olvidadas de este trabajo en Amsterdam. Vanderhaven volvió a practicar la medi­cina convencional en las Indias Orientales holandesas (Indone­sia), donde posteriormente murió de malaria. El mayor adelanto de Vanderhaven fue el descubrimiento de un virus como culpa­ble de la creación de los zombis y fue la primera persona en atribuirle el nombre de «Solanum». No se sabe por qué eligió este término. Aunque su trabajo no fue aplaudido por sus contempo­ráneos europeos, ahora se lee en todo el mundo. Desafortunada­mente, un país dio a los hallazgos del buen doctor un uso devas­tador. (Véase «1942-45 d. C, Harbin», pp. 272-274.)

 

 

1923 D. C, COLOMBO, CEILAN

 

Este relato procede de The Oriental, un periódico para los britá­nicos que vivían alejados de su patria en la colonia del océano Indico. Christopher Wells, copiloto de las líneas aéreas British Imperial, fue rescatado de una balsa hinchable después de pasar catorce días en el mar. Antes de morir debido a tal exposición, Wells explicó que habían transportado un cadáver descubierto por una expedición británica en el monte Everest. El cadáver era de un europeo, sus ropas pertenecían al siglo pasado y no tenía documentos identificativos. Como se encontraba congelado, el líder de la expedición decidió llevarlo en el avión a Colombo para estudiarlo en profundidad. Por el camino, el cadáver se derritió, resucitó y atacó a la tripulación de la aeronave. Los tres hombres lograron vencer al asaltante aplastándole el cráneo con un extintor de incendios (como no sabían a qué se enfrenta­ban, simplemente se centraron en incapacitar al zombi). Ahora que estaban a salvo de este peligro inmediato, tenían que vérse-

las con una aeronave estropeada. El piloto mandó por radio un mensaje de socorro, pero no tuvo tiempo de enviar las coor­denadas de posición. Los tres hombres se lanzaron en paracaídas al océano, pero el comandante de la tripulación no se había dado cuenta de que el mordisco que había sufrido tendría graves consecuencias. Al día siguiente, falleció, resucitó pocas horas después e inmediatamente atacó a los otros dos hombres. Mien­tras el piloto luchaba contra el asaltante no muerto, Wells, en un ataque de pánico, echó a patadas por la borda a los dos. Después de contar -algunos dirían que confesar- su historia a las autori­dades, Wells se quedó inconsciente y murió al día siguiente. Su historia fue tomada como el delirio de un maniaco con insola­ción. Investigaciones posteriores no encontraron pruebas ni del avión, ni de la tripulación, ni del supuesto zombi.

 

 

1942 D. C, PACÍFICO CENTRAL

 

Durante el avance inicial de Japón, enviaron un pelotón de los marines imperiales para establecer una guarnición en Atuk, una isla de las Islas Carolinas. Varios días después de su llegada, el pelotón se vio atacado por un enjambre de zombis que procedían de la jungla. Al principio hubo muchas bajas. Al no tener ninguna información sobre la naturaleza de sus atacantes o la manera correcta de destruirlos, los marines se dirigieron a la cima de una montaña fortificada al norte de la isla. De forma un tanto irónica, como dejaban morir a los heridos, los marines que iban sobreviviendo se evitaban el peligro de llevar a los camaradas infec­tados con ellos. El pelotón se quedó atrapado en la fortaleza de la cima de la montaña varios días, sin comida, con poca agua y sin poder comunicarse con el exterior. Durante este tiempo, los gules asediaban su posición, incapaces de escalar los acantilados empinados pero impidiendo cualquier posibilidad de escapar. Después de dos semanas de encarcelamiento, Ashi Nakamura, el francotirador del pelotón, descubrió que un tiro en la cabeza resultaba fatal para el zombi. Saber esto permitió a los japoneses combatir por fin a sus atacantes. Después de acabar con los gules que había alrededor a tiro de rifle, avanzaron hasta la jungla para realizar un rastreo completo de la isla. Los relatos de los testigos cuentan que el oficial al mando, el teniente Hiroshi Tomonaga, decapitó a once zombis sólo con su catana de oficial (un argu­mento para el uso de este arma). Tras la guerra, las investigacio­nes que se realizaron y la comparación de los registros demos­tró que Atuk se trataba, con toda probabilidad, de la misma isla que Sir Francis Drake describió como «la isla de los malditos». El propio testimonio de Tomonaga, ofrecido a las autoridades estadounidenses después de la guerra, afirmaba que, una vez que pudieron comunicarse por radio con Tokio, el Alto Mando japonés envió instrucciones precisas de capturar, sin matar, los zombis que quedaran. Una vez realizada tal tarea (consiguieron atar y amordazar a cuatro gules), enviaron el submarino imperial 1-58 para recuperar los prisioneros no muertos. Tomonaga confesó que desconocía lo que había ocurrido con los cuatro zombis. Le ordenaron a él y a sus hombres no hablar sobre lo ocurrido, bajo pena de muerte.


Date: 2015-12-24; view: 681


<== previous page | next page ==>
ATAQUES REGISTRADOS 2 page | ATAQUES REGISTRADOS 4 page
doclecture.net - lectures - 2014-2024 year. Copyright infringement or personal data (0.015 sec.)