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CAPÍTULO DOS

 

 

—Oliver Ames —dijo en voz alta, para ver cómo sonaba en sus labios. Perfecto para un modelo o un playboy—. ¿Es tu nombre... profesional?

—Sí —respondió torciendo los labios.

—¿Y cuál es tu verdadero nombre? —preguntó más dulcemente—. ¿O no se puede saber?

Oliver sonrió abiertamente.

—Sí, sí que se puede saber —contestó alegremente—, mientras no vayas luego difundiéndolo por ahí.

—¿Y a quién se lo iba querer contar yo? —respondió secamente—. Por si no te has dado cuenta, te diré que no estoy muy... cómoda que se diga con esta situación. No es muy probable que vuelva a Manhattan diciendo a voces el nombre del tipo que mi hermano me ha comprado. A ninguna mujer le agrada pensar que no puede conseguir un hombre por sí misma.

Cuando él frunció el ceño, temió que le pudiera haber ofendido. Pero cuando habló, su voz tan sólo encerraba curiosidad.

—¿No puedes conseguirlo?

—No lo estoy buscando.

—¿Y si lo buscaras? Seguro que en Nueva York hay muchos hombres que darían su mano por una «Parish».

Leslie se puso tensa.

—Si un hombre ansiara una Parish tanto como para sacrificar su mano derecha, pensaría que se tiene en muy poca estima. Y sí, hay hombres así por todas partes. Es increíble la cantidad de cosas que la gente puede hacer por dinero.

Cerró los ojos y resbaló sobre las almohadas.

El crujido de la silla de mimbre la indicó que Oliver Ames se había movido. Pero fue cuando la cama se hundió por el lado en el que ella se encontraba, cuando comenzó a inquietarse. Abrió los ojos apresuradamente y se encontró con que él estaba sentado a su lado, con los brazos apoyados a cada lado de su cuerpo.

—Pareces amargada —observó. Su voz era profunda y amable, en absoluto insultante—. ¿Te han herido?

Les se encogió de hombros. No le apetecía dar explicaciones, no podía pensar en su pasado cuando el hombre que había ante ella dominaba su presente. ¿Qué había en él?, se preguntó mientras contemplaba la suave expresión de sus ojos marrones, que le hacían querer olvidar que él era lo que era. ¿Qué era lo que le hacía desear levantarse y acariciar su cabello, recorrer con los dedos la firme línea de sus labios y dibujar la suave curva de sus hombros? ¿Qué era lo que despertaba sus sentidos aletargados desde hacía tanto tiempo? ¿Qué era lo que la afectaba tanto que, incluso ahora, con la cabeza abotargada y los puños apretados, la encantaba hasta la locura?

—Tu nombre —susurró Leslie, y se humedeció los labios con la lengua—, tu verdadero nombre, ¿cuál es?



Su mirada expectante quedó fija en los labios de Oliver, aguardando la respuesta.

—Oliver Ames —pronunció con afectación, y sonrió como lo haría un niño.

—Te estás burlando de mí —afirmó toda seria—. Era una pregunta inocente.

—Que ha tenido una respuesta inocente. Mi verdadero nombre es Oliver Ames. Y mi nombre profesional es también Oliver Ames —se dio unos golpecitos en la sien—. A lo mejor eres tú la que se está burlando. ¿Tiene algo de malo mi nombre?

—¡Oh, no! —respondió—. Es sólo que... bueno... suena tan bien que pensé que te lo habías inventado. Es bonito. Más que bonito. Me gusta.

Estaba hablando más de la cuenta y lo sabía. Estaba tan cerca, su voz era tan suave y profunda, que se puso muy nerviosa.

—Mis padres me lo pusieron. Les puedes dar las gracias cuando quieras.

Avergonzada, Leslie arrugó la nariz.

—¡Oh, yo no me atrevería a hacer eso!

Un amante alquilado y sus padres. ¡Fantástico! Entonces se despertó su curiosidad.

—Tus padres... ¿saben de lo que vives?

—Por supuesto.

—Y... ¿no les importa?

—¿Por qué les iba a importar?

Se encogió de hombros titubeando. El que Oliver hubiera introducido disimuladamente sus manos por las mangas de su camiseta, acariciando casi imperceptiblemente la suave piel de sus brazos, no ayudó a tranquilizarla.

—Oh, ya te lo imaginarás. Siendo modelo y... esto...

Leslie agitó un brazo con la esperanza de desalojar la mano que la acariciaba, pero el movimiento sólo sirvió para que la estrechara todavía más. Oliver Ames daba la impresión de estárselo pasando en grande.

—En realidad —la miró a los ojos—, están muy orgullosos de mí.

—Oh.

—Sí —sonrió burlonamente—. El amor de un padre lo perdona todo, ¿no?

—Supongo que sí.

Aquello fue todo lo que la cercanía de Oliver le permitió musitar. Su mirada se clavó por un momento en el pecho de Oliver, pero la vista de la ligera capa de pelo que lo cubría fue tan perturbadora, que volvió a mirarle a los ojos. El calor que la invadía quería atribuirlo a la aspirina que había tomado, pero no podía.

—Te voy a pegar el resfriado si te acercas tanto —le advirtió mientras intentaba protegerse más con las sábanas.

—No me importa.

—Pero... ¿cómo ibas a apañártelas entonces? —dijo inconscientemente, incapaz de sustraerse a su atractivo—. Lo que quería decir es que, ¿quién va a querer un modelo con la nariz colorada y los ojos vidriosos? ¿Quién va a querer un amante con la nariz taponada y estornudando todo el tiempo? Tal como está la cosa, bastantes enfermedades contagiosas puedes coger en tu... trabajo.

—Ah, ¿así que eso es lo que te da miedo, que yo te contagie algo?

—No estoy asustada.

—Entonces, ¿por qué estás temblando?

— Porque... estoy enferma.

Muy a su pesar, él llevó una mano hasta su frente.

—Ya estás menos caliente. Incluso estás menos pálida. No, debe ser otra cosa la que te hace temblar.

—¡No estoy temblando! —gritó, consternada.

Era un profesional, por supuesto. Pero el ser tan fácilmente impresionable la horrorizaba.

—Si estoy así es por tu culpa. Tú eres el que me está poniendo nerviosa. Tendrías que ser un tipo miserable y repugnante, lleno de bichitos pululando por todas partes.

—No lo soy —respondió con toda tranquilidad—. Y no tengo bichitos.

—Lo sé —replicó tristemente.

Era evidente que aquel hombre era muy limpio y estaba sano. No necesitaba preguntar, lo sabía. Además, confiaba en Tony. Aunque su sentido del humor había sido horrible en esa ocasión, él la quería. Y la protegía. ¿No le había ocultado ella su experiencia con Joe Durand, por miedo de lo que pudiera hacer? No, Tony nunca hubiera invitado a un indeseable a pasar una semana con su hermanita pequeña.

—¿Y bien...? —le preguntó Oliver dulcemente, con la cara a menos de un palmo de la suya.

—¿Bien qué? —consiguió susurrar.

—El veredicto. Puedo ver que tu cabeza está dando vueltas y más vueltas a algo. ¿Me dejarás besarte... o voy a tener que usar la fuerza?

—¿Usar la fuerza? ¿Lo dices en serio? —preguntó con voz suave.

Oliver dejó los brazos en reposo sobre la cama y acercó su cuerpo al de Leslie, hasta rozarlo. Leslie contuvo la respiración al sentir el calor de Oliver y pensar que no llevaba nada debajo de la camiseta. Mientras tanto, él empezó a acariciarle los hombros. La reacción instintiva de Leslie fue sentir que una ola de calor la invadía de pies a cabeza. Él nunca tendría que usar la fuerza. No lo necesitaba. Era hábil, demasiado hábil.

—No... —se oyó decir a sí misma, absolutamente confundida.

—¿No qué? ¿Que no te toque? ¿Que no te bese? ¿Que no te cuide?

—Simplemente no...

—Pero es que lo tengo que hacer —susurró él.

«¿Por qué te han pagado?» Las palabras se le atragantaron en la garganta, como una espina. Tragó saliva para intentar soltarla, pero lo único que profirió fue un débil quejido. Le habían alquilado para amarla... y eso le dolía.

—¿Qué te pasa? —murmuró él, acariciándole suavemente el cuello.

Leslie sólo sacudió la cabeza y apretó los ojos con más fuerza.

—Vamos, Les, cuéntamelo.

Su dedo pulgar resbaló por su mejilla hasta llegar al mentón.

—Esto es... humillante...

—¿Por qué?

—Porque lo ha planeado Tony —dijo, sintiéndose repugnante, enferma y sin ningún atractivo.

—¿Y si yo te dijera que eso no tiene nada que ver con esto?

—Me preguntaría si esto no es parte de la actuación también.

Abrió los ojos cautelosamente, para encontrarse con que Oliver la estaba observando con atención. De pronto dio un chasquido de desaprobación con la lengua.

—Tan joven... y tan desconfiada.

—Me siento como si tuviera doce años. Y sí, soy desconfiada. Yo... yo supongo que espero algo más de la vida que la compra y venta de favores.

Él se quedó pensativo durante un instante.

—¿Y qué tal si te imaginaras que esto es un juego? ¿Nunca has tenido una cita a ciegas?

—Oh, sí —torció los labios—. Un invento maravilloso eso de una cita a ciegas.

—A veces funciona...

—No en mi opinión.

—¿Y por qué no?

—Porque una cita a ciegas nunca es realmente a ciegas. Es decir, que la persona que consiente la cita, lo hace como un vendedor que vende su mercancía disfrazadamente.

Cuando Oliver frunció el ceño, ella insistió:

—Y la otra persona resulta que tiene treinta años y pico, es alto, moreno y bien parecido, es agente de bolsa, conduce un Porsche y tiene una finca de cría de caballos.

—Parece interesante —asintió Oliver.

—¡Suena asqueroso! ¿A quién le importa un rábano si es alto, moreno y bien parecido, y tiene el suficiente dinero como para reírse de los Rockefeller? ¡A mí no, ciertamente! Y me disgusta el pensamiento de que estoy siendo utilizada de manera similar.

—Ah... el orgullo de los Parish.

—Entre otras cosas —refunfuñó. Respiró y, envalentonada por la indignación, se enfrentó a él—. Así que, Oliver Ames, si quieres besarme, hazlo sabiendo que trabajo como maestra de pre-escolar, que tengo un Volkswagen «Rabbit» desde hace cuatro años, que odio las fiestas, adoro los picnics y sólo de muy mala gana, tolero las intromisiones en mi vida privada.

Como su energía disminuía, bajó el tono de voz:

—También te convierte saber que soy muy conservadora y que no me acuesto con cualquiera.

Oliver apretó los labios para contener la risa.

—¿Entonces no tengo que temer que me contagies ninguna enfermedad?

—Sí, un catarro.

—A eso me arriesgaré...

Segura de que su discurso le iba a desanimar, sus palabras la cogieron desprevenida. Procuró pensar en quién era él y lo que era, pero su presencia no la dejaba pensar. Él estaba tan cerca, era tan vibrante... Cuando Oliver bajó la cabeza, cerró los ojos. Su respiración se aceleró, parecía trabajosa. Seguramente que eso le desanimaría... pero no. Sus labios rozaron su párpado izquierdo y fueron deslizándose lentamente hasta la sien opuesta, besándola dulcemente durante todo el recorrido.

Lo que más la sorprendió fue que sus besos la tranquilizaron. Eran suaves y ligeros, y la hicieron sentirse inesperadamente contenta. Desde la sien bajaron hasta el pómulo, salpicando su contorno de ligeros roces, antes de pasar a acariciar la delicada curva de su oído. La calidez de su aliento la hizo estremecer. Inconscientemente, Leslie inclinó la cabeza hacia un lado, para facilitarle el acceso.

—¿Agradable? —susurró, con los labios pegados a su mejilla.

—Mucho.

—Me alegro —murmuró mientras le mordisqueaba cariñosamente la barbilla, antes de levantar la cabeza.

Aturdida de placer, Leslie abrió los ojos para encontrarse con los de Oliver, cálidos y llenos de vida, fijos en sus labios.

—No debería permitirte... —susurró.

—Pero no lo puedes evitar... y yo tampoco —la interrumpió, e inmediatamente la besó en los labios.

Leslie se quedó paralizada al principio, impresionada por la total intimidad de la acción. Sólo un beso... y había puesto a prueba todo su ser.

—Relájate, Les —musitó—. Todo está bien.

Sacó las manos de las mangas de Leslie para acariciarle sus hombros por fuera.

—No... no... —era demasiado agradable. Leslie no se lo creía.

Él levantó la cabeza de nuevo, y ella encontró su mirada. Sus ojos brillaban ahora con más intensidad; Leslie no quería creer que hubiera sido capaz de excitarle.

—Bésame —dijo él con voz trémula, mirando primero sus labios y después sus ojos—. Bésame y luego decide.

Cuando Leslie sacudió la cabeza negativamente, cambió de táctica. Bajó las manos desde los hombros hasta el cuello. Desde allí, fue lentamente hasta sus senos, duros y exuberantes.

Incapaz de apartarle, incapaz también de responder a sus insinuaciones, Leslie se mordió los labios para no gritar. Le pidió con la mirada que la librara de la prisión en que la tenía acorralada, aunque sus senos se habían erguido, revelando su estado de excitación.

Para defenderse, agarró a Oliver de las muñecas y puso fin al tormento apretando sus manos con fuerza contra su propio cuerpo.

—Oliver, por favor, no.

—¿Por qué no me besas?

—Porque no quiero.

—Puede que te guste.

—¡Eso es lo que me preocupa!

El silencio reinó en la habitación. Su argumento era de una sinceridad absoluta. Oliver, con el ceño fruncido, la contempló como si fuera una criatura distinta de todas las que había conocido. A su vez, ella le miraba en silencio, suplicante.

—Tienes los ojos de una cierva —dijo al final—. ¿Te lo han dicho antes?

El hechizo se rompió. Con una sonrisa tímida de alivio, Leslie movió la cabeza.

—No.

—Bueno, pues los tienes —se irguió—. Los ojos de una cierva. Yo nunca podría herir a una cierva. Tan libre y viva, tan suave y vulnerable.

—Todo un poeta. Curioso. ¿No se suponía que eras escultor?

—Pura ilusión.

Suspiró hondamente y se levantó de un salto de la cama. Sólo entonces Leslie supo lo que ansiaba saber. Muy sutilmente y con el rabillo del ojo, vio que él también estaba excitado. ¿Ilusión? No. Era un pensamiento embriagador, adecuado para darse la vuelta y ponerse a dormir.

Durmió durante toda la tarde, hasta después de anochecer, y se despertó tan sólo para comer la tortilla que Oliver le había preparado, para tomar la aspirina que él le proporcionó y para beber el zumo que él había hecho. Se sentía demasiado lánguida y mimada como para protestar por las atenciones y como para sacar a relucir de nuevo el tema de que se tenía que marchar de la villa. Habría mucho tiempo para discutir lo último cuando se sintiera mejor. Por ahora, tener alguien que la cuidara era bastante agradable.

Como no estaba acostumbrada a dormir tanto, se despertó varias veces durante la noche. Oliver estaba siempre en una silla al lado de la cama, a veces tranquilamente sentado, otras leyendo, y, al final, dormitando. Aunque Leslie podría haber disfrutado contemplando lo encantador que estaba dormido, su más leve movimiento siempre le despertaba.

—¿Qué tal te encuentras? —preguntó, inclinándose hacia delante para tocar su frente.

—Algo mejor.

—¿Te apetece un zumo?

—Acabo de tomar uno.

—Eso fue hace dos horas. Otro te sentaría bien —razonó, saltando de la silla para ir a la cocina a por más zumo.

Durante su ausencia, Leslie reconoció asombrada que había algo cálido y tranquilizador en su trato con él.

Entonces volvió Oliver y la vigiló mientras apuraba el vaso hasta la última gota.

—Me pondré a flote muy pronto.

—Yo soy tu ancla y no irás muy lejos hasta que no estés completamente restablecida. Ahora sé una buena chica y vuélvete a dormir.

—Hmmm. Sé una buena chica. Has tenido suerte de que sea más bien dócil. ¿Qué habrías hecho si te hubieras encontrado con una fiera entre tus manos?

—Supongo que la hubiera tenido que atar de pies y manos a la cama. ¿Te vas a dormir de una vez?

—Enseguida. ¿Qué hora es?

—Las dos y veinte.

—¿Tú no te acuestas?

—¿Es una proposición?

—No. Sólo algo de preocupación. Si te debilitas, puede que te pegue el resfriado, pero bueno...

—Eh... ¿quién de los dos es el médico?

—Curioso, yo creía que no había ninguno.

—Sí que tenemos uno ¡y soy yo! Ahora, ¡a dormir!

—No estoy cansada.

—¿Que no estás cansada? ¡Tienes que estar Cansada! ¡Estás enferma!

—Pero ya he dormido durante muchas horas —Leslie comenzó a levantarse—. Lo que verdaderamente me apetece es dar un paseo por la playa.

En el mismo instante en que se erguía, él la detuvo.

—De ninguna manera, encanto. Esta noche sólo vas a poder pasear hasta la puerta.

—Oye... pasear por la habitación no es nada divertido. No hay arena... ni conchas... ni olas...

—¡Seguro que eso te iba a sentar muy bien!

—De verdad, doctor Ames. No estoy cansada.

Él se quedó callado. Incluso en la oscuridad, Leslie podía sentir su mirada fulminante. Un instante después, le vio levantarse de la silla y dirigirse hacia el magnetofón.

—Entonces escucharás algo de música. ¿Qué te apetece oír?

Leslie volvió a recostarse, resignada.

—Elige tú.

Entonces, temiendo que su elección fuera algo estridente, vaciló:

—Bueno, pensándolo bien...

—Demasiado tarde. Ahora elijo yo.

Poco después los dulces y tranquilos compases de una melodía de Debussy flotaban en el aire. Leslie sólo aguantó unos cinco minutos antes de volverse a quedar dormida.

Cuando se despertó estaba amaneciendo. Estaba sola. Sola y sin vigilancia. Desperezándose rápidamente, se levantó. Con catarro o sin catarro, ya había tenido suficiente cama. Eran sus vacaciones. El interés que Oliver Ames mostraba por ella era muy de agradecer, pero ella se iba a la playa.

Andando sigilosamente, por miedo de que su guardián surgiera detrás de la primera esquina y la volviera a meter en la cama, abandonó el cuarto. Como el estudio también estaba vacío, se dirigió hacia las escaleras blancas de madera. Las bajó andando de puntillas y se detuvo al llegar al último peldaño. Todavía no había señales de vida de Oliver. La cocina estaba vacía. Se apresuró hacia las puertas corredizas de cristal, sintiendo la frialdad de las baldosas en sus pies descalzos. Al abrir, el ruido de la cerradura la hizo quedarse inmóvil. Miró cautelosamente hacia atrás y esperó. Todavía nada. Sin más demora, corrió la puerta y salió a la terraza.

Aspiró larga y profundamente contemplando el paisaje. Su catarro estaba mejor.

Sonriendo, pasó bajo las palmeras de la terraza, bajó los pocos peldaños que llevaban al nivel más bajo, se detuvo una vez más para disfrutar del paisaje y, de un salto, dejó atrás el último tramo. ¡Por fin en la playa! Sonrió con la mejor de sus sonrisas. ¡No había nada igual!

Leslie se sentó en la arena y se apoyó sobre los codos. Situada de cara al oeste, el sol salía a sus espaldas. En la lejanía sólo se podían discernir diminutos reflejos rosas del sol naciente, perceptibles tan sólo para ojos muy observadores.

Estaba contenta de haber ido. Lo necesitaba. Sentir la calidez familiar y relajante. Siempre había podido pensar con tranquilidad allí, pasear por su cuenta o sentarse en la playa y ordenar sus pensamientos. Lo necesitaba. Había tenido problemas últimamente. Su trabajo le gustaba, pero algunas veces sentía que le faltaba algo... tenía que aclarar qué era ese algo.

Sin darse cuenta, había ido girando hasta volver la cara hacia la villa. ¿Dónde estaría él? No era probable que se hubiera rendido tan fácilmente y se hubiera marchado. Seguramente estaría durmiendo en uno de los dormitorios del piso superior.

¿Qué iba a hacer con él? Sus planes no incluían compañía, especialmente la de un hombre tan atractivo como Oliver Ames. La simple mención de su nombre la estremecía. Quería pasar sus vacaciones descansando, olvidándose de todo.

Momentos después se levantó con dificultad y comenzó a caminar lenta y pensativamente por la orilla de la playa. Entonces se quedó mirando el océano, deseando poder encontrar algo, cualquier cosa ofensiva en Oliver Ames. Muy a su pesar, encontró sólo una: su profesión. Una sonrisa pagana. Un ensueño artificial. Una virilidad prefabricada. Y, oh sí, un profesional en la cama. Sin duda alguna, era todo un experto en su trabajo.

Perturbada, regresó a la arena fina de la playa, con la cabeza echada hacia atrás, las manos en la nuca y los ojos cerrados. La luz del sol, no muy lejano, llenaba el cielo. Un bronceado. Era una de las cosas que quería conseguir esa semana: un bronceado suave y uniforme. Por todo el cuerpo.

¡Oliver Ames tendría que marcharse! ¡Así de claro! ¿Cómo iba a tomar el sol desnuda con él tan cerca?

Miró hacia el tejado de la casa, con los ojos casi cerrados por el sol. Una hora más y el sol lo sobrepasaría. ¿Estaría durmiendo todavía Oliver? Cerrando los ojos de nuevo, le imaginó desnudo, tomando el sol en la playa y la sensación de inquietud que le produjeron esos pensamientos hizo que abriera bruscamente los ojos. Entonces su mirada captó un ligero movimiento, y levantó la vista hacia la villa.

Estaba allí, en la ventana del cuarto de Leslie, con las manos en las caderas y el pelo revuelto por la brisa. Ella le contempló un momento y bajó la cabeza de nuevo. Se imaginaba lo que le diría. «¿Qué estás haciendo fuera de la cama? ¿Y sentada en la playa antes de salir el sol? Si lo que quieres es coger una pulmonía, lo vas a conseguir».

Al oír sus pisadas en los tablones que comunicaban los dos niveles de la terraza, Leslie se levantó a toda velocidad y adoptó una postura de lo más beligerante.

—¡No me importa lo que digas, Oliver Ames! —le gritó mientras se aproximaba—. ¡Estoy aquí! ¡Me encuentro bien! ¡Y tengo todas las intenciones de pasármelo lo mejor posible!

Oliver se dirigía rápidamente hacia ella.

—Bien —levantó una mano—. Te agradezco todo lo que has hecho por mí, pero yo estoy bien. Así que no creo que tengas que seguir sintiéndote responsable de mí por más tiempo.

Se quedó sin respiración cuando Oliver la abrazó de una forma llena de fuerza y espontaneidad.

—Estás preciosa —dijo, entonces la besó con tanta dulzura que acabó con toda pretensión de lucha—. Buenos días —susurró junto a la boca de Leslie segundos después—. ¿Has dormido bien?

Leslie le miró alucinada.

—¿Buenos días? —repitió sin comprender.

—Esta es una mañana, creo. Y una hermosa mañana, además.

Sus brazos rodeaban su cintura, sosteniendo el cuerpo de Leslie muy cerca de él.

—Pero... ¿Qué haces levantado a estas horas? Estaba segura de que estarías durmiendo hasta el mediodía. No te acostaste hasta después de las dos y media.

—Casi a las tres y media para ser exactos. Pero me gusta madrugar. La mañana es lo mejor del día.

¿Era el tono aterciopelado de su voz, o el brillo de su mirada lo que le daba un significado más profundo a sus palabras? Ella no lo sabía. Y no quería averiguarlo. Tenía miedo.

Se soltó débilmente de los brazos de Oliver. Cuando él no opuso resistencia y la dejó, se tranquilizó. Luego él, sin decir una palabra, salió corriendo hacia el agua y Leslie se sintió decepcionada.

Casi con ganas de llorar, se hundió en la arena y observó cómo nadaba él en la distancia.

Momentos después, Oliver salió del agua. Su cuerpo mojado brillaba con la luz de la mañana. Leslie le observó acercarse con el corazón palpitante.

—Es estupendo —dijo jadeante, frotándose el pecho con la mano.

Cogió una esterilla de una de las sillas plegadas que había tras las rocas, la llevó a rastras y la extendió junto a Leslie. En un instante, estaba tumbado boca arriba, con los ojos cerrados y las manos sobre el estómago.

Incapaz de evitarlo, Leslie se quedó contemplándole. Su cuerpo era hermoso. Bueno, perfecto del todo no era; tenía un lunar en el hombro izquierdo y una pequeña cicatriz bajo las costillas. ¿Sería tal vez el regalo de un marido celoso? ¿O de una amante despreciada?

Vio también otra cicatriz que quedaba por encima del bañador ajustado que llevaba. ¿Un golpe bajo de alguna cliente insatisfecha?

—Apendicetomía —dijo él oportunamente.

Cuando la mirada de Leslie se disparó hacia arriba, se encontró con su sonrisa burlona.

—Me estaba preguntado —dijo acaloradamente—, si sería una herida de guerra.

Pegó la barbilla al pecho para mirarse.

—Esta lo es —dijo, tocándose con el dedo la pequeña marca que tenía bajo las costillas.

Entonces movió el dedo hacia abajo, hacia la otra cicatriz.

—Esta está todavía sin cicatrizar del todo. Creía que estaría mejor por estas fechas.

—¿Cuándo te la hiciste?

Volvió a echar la cabeza hacia atrás, cerró los ojos de nuevo y se rió.

—El pasado invierno. No soy el mejor de los pacientes. Fue un fastidio tan grande para la gente del hospital como para mí.

—¿Te refieres a que las enfermeras no apreciaron tu presencia?

—En absoluto. Supongo que no puse demasiado de mi parte, pero después de dos días siendo llevado de un sitio a otro, pinchado y manoseado, desvestido, bañado y empolvado, tuve más que suficiente —respiró profundamente por la nariz—. Creo que no estoy acostumbrado a ser mimado.

Una lástima, pensó Leslie, pues parecía un hombre ideal para ello. Las enfermeras habían tenido suerte de tener libre acceso a aquel cuerpo.

—Así que prefieres ser tú el que mime, ¿no? Supongo... si la recompensa es lo suficientemente grande...

Leslie respiró profundamente, cerró la boca y exhaló el aire por la nariz. Oliver abrió un ojo.

—¿Qué ibas a decir?

—Nada.

—¿Respiras de esta manera muy a menudo? —se burló amablemente.

—Solamente cuando es preferible a meter la pata.

—Vamos, puedes decirme lo que te dé la gana —él volvió la cabeza para mirar las olas y la sujetó levemente por la muñeca—. Vamos, Leslie. Cualquier cosa...

—Realmente —comenzó con timidez—, me estaba preguntando por qué lo haces.

—¿Por qué el qué?

—Ser modelo. Alquilarte. Creí que te gustaría algo más... más duradero.

—¿No apruebas mi... vocación?

—Quizás no lo entiendo. Yo estoy más relacionada con las profesiones como la mía. Horarios fijos y demás.

—¿Y la diversión? —preguntó incorporándose bruscamente y apoyándose sobre un codo—. Supongo que tendrás otros intereses. Habrá ciertas cosas que hagas para divertirte.

—¿Es eso lo que es esto para ti... una diversión?

Por primera vez, hubo un indicio de impaciencia en la voz de Oliver.

—Es mucho más que eso, Leslie, y tú lo sabes.

Por supuesto. Tony le había alquilado.

—Mira —comenzó evasivamente, mirándose a los pies—, toda esta situación es extremadamente absurda. Yo agradezco el detalle que tuvo Tony enviándote aquí, pero ahora que ya nos hemos divertido, puedes volver a Nueva York.

—No puedo.

—¿Por qué no?

—Porque no nos hemos divertido. Llegaste ayer completamente enferma. Todo lo que he podido hacer hasta ahora es preparar limonadas. A Tony no le gustaría eso.

—Tony no tiene por qué saberlo. Puedes volver a Nueva York discretamente y yo le diré a Tony lo bien que nos lo hemos pasado. No tiene por qué enterarse.

—¿Y yo qué? Estaba deseando pasar diez días en la playa.

—Haré una llamada y te reservaré un cuarto en un hotel.

—No quiero un cuarto en un hotel.

—¿Es que no te das cuenta? —exclamó, frustrándose más a cada momento—. ¡No puedes quedarte!

Durante un minuto Oliver permaneció en silencio. Su mirada vagó por el rostro de Leslie, volviendo una y otra vez a sus ojos.

—¿De qué tienes miedo, Leslie? —preguntó al fin—. Debe ser que te preocupa algo.

—No hay nada —dijo silenciosamente, pensando todo el tiempo en lo dulce y suave que era la voz de Oliver.

—Mírame a los ojos y repítemelo.

—No hay nada —respondió Leslie con los ojos fijos en el horizonte.

—Mírame a los ojos —susurró, apretando casi imperceptiblemente la muñeca de Leslie.

De repente, le dio un pequeño tirón y la tumbó sobre la arena. Antes de que se recobrase, la obligó a hablar.

—Mírame, y dime qué tienes en la cabeza.

—¡Tú! —exclamó—. ¡Tú! ¡Tú no deberías estar aquí, Oliver Ames! ¡Yo necesito otra cosa! Lo que yo necesito es... es...

Se le atragantaron las palabras mientras la húmeda calidez del cuerpo de Oliver se filtraba al suyo propio.

—Necesito... —murmuró, hipnotizada por el brillo profundo de su mirada.

—Yo sé lo que necesitas —murmuró Oliver a su vez, llevando los labios hasta el cuello de Leslie—. Necesitas el amor de un hombre.

Su boca se posó en la garganta de Leslie y ella se agitó convulsivamente. Entonces, recorrió con la lengua una línea imaginaria hasta su barbilla. Cuando levantó la cabeza para encontrarse una vez más con la mirada de Leslie, se tumbó encima de ella.

—Me necesitas a mí...


 


Date: 2015-12-18; view: 549


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