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Ministro de la Magia 8 page

¡Expecto patronum!

Su ciervo plateado salió del extremo de la varita mágica y recorrió el comedor a medio galope. Los examinadores giraron la cabeza para verlo, y cuando se disolvió en una neblina plateada, el profesor Tofty aplaudió con entusiasmo con sus nudosas manos, surcadas de venas.

—¡Excelente! —gritó—. ¡Muy bien, Potter, ya puedes marcharte!

Al pasar junto a la profesora Umbridge, Harry y ella se miraron. Una desagradable sonrisa se insinuaba en las comisuras de la ancha y flácida boca de la profesora, pero a Harry no le importó. A menos que se equivocara mucho (y por si así era, no pensaba decírselo a nadie), acababa de conseguir un «Extraordinario» en el TIMO de Defensa Contra las Artes Oscuras.

El viernes, Harry y Ron no tenían ningún examen, mientras que Hermione se presentaba al de Runas Antiguas, y como tenían todo el fin de semana por delante, se permitieron el lujo de no estudiar. Sentados junto a la ventana abierta, por la que entraba una cálida brisa estival, bostezaban y se desperezaban mientras jugaban al ajedrez mágico. A lo lejos, Harry veía a Hagrid, que daba una clase donde se iniciaba el bosque. Estaba intentando adivinar qué criaturas estudiaban los alumnos (dedujo que debían de ser unicornios porque los chicos se mantenían un poco apartados) cuando se abrió el hueco del retrato y Hermione entró muy malhumorada en la sala común.

—¿Cómo te ha ido el examen de Runas? —le preguntó Ron sin parar de bostezar.

—He traducido mal «ehwaz» —dijo Hermione, furiosa—. Significa «asociación», y no «defensa». Lo he confundido con «eihwaz».

—Bueno —comentó Ron perezosamente—, eso es sólo un pequeño error, no creo que...

—¡Cállate, Ron! —saltó Hermione—. Podría ser el error que marcara la diferencia entre un aprobado y un suspenso. Además, alguien ha puesto otro escarbato en el despacho de la profesora Umbridge. No sé cómo habrán conseguido colarlo por la puerta nueva, pero el caso es que ha entrado, y la profesora Umbridge está que se sube por las paredes. Al parecer, el escarbato ha intentado pegarle un mordisco en la pierna.

—¡Genial! —exclamaron Harry y Ron a la vez.

—¡No tiene nada de genial! —los contradijo Hermione acaloradamente—. Ella cree que el responsable es Hagrid, ¿no os acordáis? ¡Y no queremos que lo despidan!

—Hagrid está dando una clase, no puede culparlo a él —argumentó Harry señalando la ventana.

—¡Harry, a veces eres tan ingenuo!... ¿De verdad crees que la profesora Umbridge esperará a tener pruebas? —preguntó Hermione, que parecía decidida a estar de un humor de perros, y se fue con la cabeza erguida hacia su dormitorio, cerrando de un portazo.



—Qué chica tan encantadora y tan dulce —comentó Ron en voz baja a la vez que daba un empujoncito a su reina para que atacara a uno de los caballos de Harry.

Hermione estuvo de mal humor casi todo el fin de semana, aunque a sus amigos no les costó mucho ignorarlo, pues durante gran parte del sábado y del domingo repasaron Pociones para el examen del lunes; era la prueba que Harry más temía y estaba seguro de que significaría el desmoronamiento de su ilusión de llegar a ser Auror. Como era de esperar, encontró difícil el examen escrito, aunque creía que había contestado correctamente a la pregunta sobre la poción multijugos y había sabido describir con precisión sus efectos, pues la había tomado ilegalmente en su segundo año en Hogwarts.

El examen práctico de la tarde no resultó tan espantoso como Harry había imaginado. Snape no estuvo presente, y Harry se sintió mucho más relajado que cuando preparaba sus pociones. Neville, que estaba sentado muy cerca de Harry, también parecía más tranquilo de lo que este lo había visto jamás durante las clases de Pociones. Cuando la profesora Marchbanks dijo: «Separaos de vuestros calderos, por favor. El examen ha terminado», Harry tapó su botella de muestra con la sensación de que quizá no sacase muy buena nota, pero al menos, con un poco de suerte, evitaría el suspenso.

—Sólo nos quedan cuatro exámenes —observó Parvati Patil, suspirando de cansancio, cuando regresaban a la sala común de Gryffindor.

—¡Sólo! —repuso Hermione con exasperación—. ¡A mí me queda el de Aritmancia, que seguramente es la asignatura más difícil de todas!

Nadie se atrevió a replicar, así que no pudo desahogar su ira sobre ninguno de sus compañeros y tuvo que contentarse con regañar a unos alumnos de primero por reír demasiado alto en la sala común.

Harry se había propuesto esmerarse al máximo en el examen de Cuidado de Criaturas Mágicas del martes para no hacer quedar mal a Hagrid. El examen práctico tuvo lugar por la tarde en la extensión de césped que había junto a la linde del Bosque Prohibido, donde los estudiantes tuvieron que identificar correctamente al knarl escondido entre una docena de erizos (el truco consistía en ofrecer leche a todos por turnos; los knarls, que son unas criaturas muy desconfiadas cuyas púas tienen propiedades mágicas, se ponían furiosos ante lo que interpretaban como un intento de envenenarlos). Después tuvieron que demostrar que sabían manejar correctamente un bowtruckle, dar de comer y limpiar a un cangrejo de fuego sin sufrir quemaduras de consideración, y elegir, de entre una amplia variedad de alimentos, la dieta que pondrían a un unicornio enfermo. Harry veía que Hagrid miraba, nervioso, por la ventana de su cabaña. Cuando la examinadora de Harry, que esta vez era una bruja bajita y regordeta, le sonrió y le dijo que ya podía irse, Harry le hizo a su amigo una breve seña de aprobación con los pulgares antes de volver al castillo. El examen teórico de Astronomía del miércoles por la mañana le salió bastante bien. Harry no estaba seguro de haber recordado correctamente los nombres de todas las lunas de Júpiter, pero al menos sabía que ninguna estaba cubierta de pelo. Como para hacer la prueba práctica de Astronomía tenían que esperar a que anocheciera, dedicaron la tarde al examen de Adivinación.

Éste, se mirara por donde se mirara, le salió muy mal: no vio ni una sola imagen en movimiento en la bola de cristal, tan lisa como la superficie de su mesa; perdió por completo la cabeza durante la lectura de las hojas de té y dijo que le parecía que en breve la profesora Marchbanks conocería a un redondo, oscuro y empapado extraño; y para rematar la faena confundió la línea de la vida con la de la cabeza en la palma de la mano de la examinadora y le comunicó que debería haber muerto el martes anterior.

—Bueno, ése ya sabíamos que lo suspenderíamos —comentó Ron con pesimismo mientras subían la escalera de mármol.

A Harry le consoló mucho saber que su amigo le había contado con todo detalle al examinador que veía a un hombre feísimo con una verruga en la nariz que había aparecido en su bola de cristal, y que cuando levantó la cabeza se dio cuenta de que había estado describiendo el reflejo del examinador.

—No debimos matricularnos en esa estúpida asignatura —comentó Harry.

—Bueno, al menos ahora podremos dejarla.

—Sí. Y ya no tendremos que fingir que nos interesa lo que pasa cuando Júpiter y Urano hacen demasiadas migas[446].

—Y a partir de ahora no me importará que mis hojas de té digan: «Vas a morir, Ron, vas a morir.» Las voy a tirar a la basura sin miramientos.

Harry rió, y en ese momento Hermione llegó corriendo y los alcanzó. Harry paró de reír al instante, por si eso molestaba a su amiga.

—Bueno, me parece que el de Aritmancia me ha salido bien —comentó, y Harry y Ron suspiraron aliviados—. Aún tenemos tiempo para repasar los mapas celestes antes de la cena, y luego...

A las once, cuando llegaron a la torre de Astronomía, comprobaron que hacía una noche tranquila y despejada, perfecta para la observación de los astros. La plateada luz de la luna bañaba los jardines y soplaba una fresca brisa, Cada alumno montó su telescopio, y cuando la profesora Marchbanks dio la orden, empezaron a rellenar el mapa celeste en blanco que les habían repartido.

El profesor Tofty y la profesora Marchbanks se paseaban entre los alumnos, vigilando mientras éstos anotaban la posición exacta de las estrellas y de los planetas que observaban. Sólo se oía el susurro del pergamino al cambiarlo de posición, el ocasional chirrido de un telescopio al ajustarlo sobre su trípode, y el rasgueo de las plumas. Al cabo de una hora y media, los rectángulos de luz dorada que se proyectaban sobre los jardines fueron desapareciendo conforme se apagaban las luces en el castillo.

Pero cuando Harry estaba completando la constelación de Orión en su mapa celeste, las puertas del castillo se abrieron, justo debajo del parapeto donde se encontraba él, y la luz se esparció por los escalones de piedra hasta alcanzar el césped. Harry miró hacia abajo, fingiendo que ajustaba un poco la posición de su telescopio, y vio unas cinco o seis alargadas siluetas que avanzaban por la hierba iluminada; entonces se cerraron las puertas y el césped se convirtió de nuevo en un mar de oscuridad.

Harry volvió a pegar el ojo al telescopio y lo enfocó para examinar Venus. Luego dirigió la vista hacia su mapa para anotar la posición del planeta, pero algo lo distrajo; se quedó quieto, con la pluma suspendida sobre la hoja de pergamino, miró hacia los oscuros jardines entrecerrando los ojos, y vio a media docena de personas que caminaban por ellos. Si aquellas figuras no hubieran estado en movimiento, y si la luz de la luna no hubiera hecho que les brillara la coronilla, Harry no habría podido distinguirlas del oscuro suelo por el que andaban. Incluso desde aquella distancia, al chico le pareció reconocer los andares[447] de la figura más baja, que al parecer era la que guiaba al grupo.

No se le ocurría ninguna razón por la que la profesora Umbridge hubiera salido a pasear por los jardines pasada la medianoche, y menos aún acompañada de otras cinco personas. Entonces alguien tosió detrás de él, y Harry recordó que estaba en medio de un examen. Se le había olvidado por completo la posición de Venus. Pegó el ojo al telescopio, la encontró de nuevo e iba a anotar su posición en el mapa cuando, atento a cualquier ruido extraño, oyó unos golpecitos lejanos que resonaron por los desiertos jardines, seguidos inmediatamente por los amortiguados ladridos de un perro.

Levantó la cabeza; el corazón le latía muy deprisa. Había luz en las ventanas de la cabaña de Hagrid, y las siluetas de las personas a las que había visto cruzar la extensión de césped se destacaban contra ellas. Se abrió la puerta y entonces Harry vio claramente a seis figuras muy bien definidas que cruzaban el umbral. La puerta volvió a cerrarse y ya no se oyó nada más.

Harry estaba muy trastornado. Miró a su alrededor para comprobar si Ron o Hermione habían visto lo mismo, pero en ese momento la profesora Marchbanks caminaba hacia él, y como no quería que pareciera que intentaba copiar el examen de algún compañero, se apresuró a inclinarse sobre su mapa celeste y fingió que escribía, cuando en realidad miraba por encima del parapeto hacia la cabaña de Hagrid. En ese instante las figuras se movían detrás de las ventanas de la cabaña y tapaban la luz.

Notaba los ojos de la profesora Marchbanks clavados en su nuca; pegó de nuevo el ojo al telescopio y lo dirigió hacia la luna, pese a que hacía una hora que había anotado su posición; pero cuando la profesora Marchbanks pasó de largo, Harry oyó un rugido procedente de la lejana cabaña que resonó en la oscuridad y llegó hasta lo alto de la torre de Astronomía. Varios alumnos que Harry tenía cerca se separaron de sus telescopios y miraron hacia la cabaña de Hagrid.

El profesor Tofty volvió a toser.

—Chicos, chicas, intentad concentraros —dijo en voz baja. Casi todos los alumnos siguieron escudriñando el cielo con sus telescopios. Harry echó un vistazo a la izquierda. Hermione miraba, petrificada, hacia la cabaña de Hagrid—. Ejem..., veinte minutos... —anunció el profesor Tofty.

Hermione pegó un brinco y volvió a concentrarse de inmediato en su mapa celeste; Harry dirigió la mirada hacia el suyo y vio que había escrito «Marte» donde debía haber escrito «Venus», así que se apresuró a corregir el error.

Entonces se oyó un fuerte ¡PUM! que procedía de los jardines y varios estudiantes exclamaron «¡Ay!» al golpearse la cara con el extremo de la mira de sus telescopios cuando se apresuraron a observar lo que estaba pasando abajo.

La puerta de la cabaña de Hagrid se había abierto, y la luz que salía de dentro les permitió verlo con bastante claridad: una figura de gran tamaño rugía y enarbolaba los puños, rodeada de seis personas, las cuales intentaban aturdirlo a juzgar por los finos rayos de luz roja que proyectaban hacia él.

—¡No! —gritó Hermione.

—¡Señorita! —exclamó escandalizado el profesor Tofty—. ¡Esto es un examen!

Pero ya nadie prestaba atención a los mapas celestes. Todavía se veían haces de luz roja junto a la cabaña de Hagrid, aunque parecían rebotar en él; el guardabosques aún estaba en pie y a Harry le pareció que no había dejado de defenderse. Por los jardines resonaban gritos y un hombre bramó: «¡Sé razonable, Hagrid!»

—¿Razonable? —rugió él—. ¡Maldita sea, Dawlish, no me llevaréis así!

Harry vio la silueta de Fang, que intentaba defender a su amo y saltaba repetidamente sobre los magos que rodeaban a Hagrid, hasta que el rayo de un hechizo aturdidor alcanzó al animal, que cayó al suelo. Hagrid soltó un furioso aullido y cogió al culpable y lo lanzó por el aire; el hombre recorrió unos tres metros volando y no volvió a levantarse. Hermione soltó un grito de horror, tapándose la boca con ambas manos; Harry miró a Ron y vio que su amigo también estaba muy asustado. Ninguno de los tres había visto jamás a Hagrid enfadado de verdad.

—¡Mirad! —gritó Parvati, que se había apoyado en el parapeto y señalaba las puertas del castillo, que habían vuelto a abrirse; la luz iluminaba de nuevo el oscuro jardín, y una silueta cruzaba la extensión de césped.

—¡Por favor, chicos! —exclamó el profesor Tofty, muy alterado—. ¡Sólo os quedan dieciséis minutos!

Pero nadie le hizo caso: todos observaban a la persona que en ese momento corría hacia la cabaña de Hagrid, donde se estaba librando la batalla.

—¿¡Cómo se atreven!? —gritaba la solitaria figura mientras corría—. ¿¡Cómo se atreven!?

—¡Es la profesora McGonagall! —susurró Hermione.

—¡Déjenlo en paz! ¡He dicho que lo dejen en paz! —repetía la profesora McGonagall en la oscuridad—. ¿Con qué derecho lo atacan? Él no ha hecho nada, nada que justifique este...

Hermione, Parvati y Lavender gritaron a la vez, pues las figuras que había junto a la cabaña de Hagrid lanzaron al menos cuatro rayos aturdidores contra la profesora McGonagall. A medio camino entre la cabaña y el castillo, los rayos chocaron contra ella; en un primer momento, la profesora se iluminó y desprendió un brillo de un extraño color rojo; luego se despegó del suelo, cayó con fuerza sobre la espalda y no volvió a moverse.

—¡Gárgolas galopantes! —gritó el profesor Tofty, que también parecía haber olvidado por completo el examen—. ¡Eso no es una advertencia! ¡Es un comportamiento vergonzoso!

—¡COBARDES! —bramó Hagrid; su voz llegó con claridad hasta lo alto de la torre, y varias luces volvieron a encenderse dentro del castillo—. ¡MALDITOS COBARDES! ¡TOMA ESTO! ¡Y ESTO!

—¡Ay, madre! —gimió Hermione.

Hagrid intentó dar un par de fuertes golpes a los agresores que tenía más cerca, a quienes, a juzgar por cómo se derrumbaron, dejó inconscientes. Pero luego Harry vio que Hagrid se doblaba por la cintura, como si finalmente el hechizo lo hubiera vencido. Sin embargo, se equivocaba: al cabo de un instante, Hagrid volvía a estar de pie y llevaba algo que parecía un saco a la espalda. Entonces Harry se dio cuenta de que se había colocado sobre los hombros el cuerpo inerte de Fang.

—¡Deténganlo! ¡Sujétenlo! —gritaba la profesora Umbridge, pero el único ayudante que le quedaba se mostraba muy reacio a ponerse al alcance de los puños de Hagrid; empezó a retroceder, tan deprisa que tropezó con uno de sus inconscientes colegas, y también cayó al suelo.

Hagrid, mientras tanto, se había dado la vuelta y había echado a correr con Fang sobre los hombros. La profesora Umbridge le echó un último hechizo aturdidor, pero no dio en el blanco; y Hagrid, corriendo a toda velocidad hacia las lejanas verjas, desapareció en la oscuridad.

Hubo un largo minuto de silencio; los alumnos, temblorosos y boquiabiertos, contemplaban los jardines. Entonces la débil voz del profesor Tofty anunció: —Humm..., cinco minutos, chicos. Harry estaba impaciente porque terminara el examen, pese a que sólo había llenado dos terceras partes de su mapa. Cuando por fin se agotó el tiempo, Ron y Hermione guardaron de cualquier manera los telescopios en sus fundas y bajaron todo lo deprisa que pudieron por la escalera de caracol. Ningún alumno había ido a acostarse; todos estaban hablando con gran excitación y en voz alta al pie de la escalera sobre lo que acababan de presenciar.

—¡Qué mujer tan perversa! —exclamó entrecortadamente Hermione, a la que al parecer le costaba hablar debido a la rabia—. ¡Mira que intentar detener a Hagrid en plena noche!

—Es evidente que quería evitar otra escena como la de la profesora Trelawney —explicó sabiamente Ernie Macmillan, que se había abierto paso entre los alumnos para unirse a Harry, Ron y Hermione.

—Cómo se ha defendido Hagrid, ¿eh? —observó Ron pese a que parecía más asustado que impresionado—. ¿Por qué todos los hechizos rebotaban en él?

—Debe de ser su sangre de gigante —repuso Hermione con voz temblorosa—. Es muy difícil aturdir a un gigante, son muy resistentes, como los trols... Pero pobre profesora McGonagall... ¡Ha recibido cuatro rayos aturdidores en el pecho! Y no es muy joven que digamos, ¿verdad?

—Espantoso, espantoso —añadió Ernie moviendo con pomposidad la cabeza— Bueno, voy a acostarme. Buenas noches a todos.

Los chicos que había alrededor de los tres amigos empezaron a dispersarse, pero ellos siguieron hablando con agitación sobre lo que acababan de ver.

—Al menos no han conseguido llevarse a Hagrid a Azkaban —comentó Ron—. Supongo que habrá ido a reunirse con Dumbledore, ¿no?

—Supongo que sí —replicó Hermione, llorosa—. ¡Qué horror, estaba convencida de que Dumbledore no tardaría n volver al colegio, pero ahora nos hemos quedado también sin Hagrid!

Regresaron a la sala común de Gryffindor y la encontraron llena de gente. El alboroto que se había armado en los jardines había despertado a varias personas, que no habían dudado en despertar también a sus compañeros. Seamus y Dean, que habían llegado antes que Harry, Ron y Hermione, estaban relatando a todos lo que habían visto y oído desde lo alto de la torre de Astronomía.

—Pero ¿por qué tenía que despedir a Hagrid ahora? —preguntó Angelina Johnson—. ¡Su caso es diferente del de la profesora Trelawney, él había mejorado mucho este año!

—La profesora Umbridge odia a los semihumanos —le recordó Hermione con amargura, y se dejó caer en una butaca—. Estaba decidida a hacer todo lo posible para que echaran a Hagrid.

—Y además creía que Hagrid le ponía escarbatos en el despacho —intervino Katie Bell.

—¡Ostras! —exclamó Lee Jordan, y se tapó la boca con una mano—. Era yo el que le ponía escarbatos en el despacho. Fred y George me dejaron un par. Los hacía levitar y entrar por la ventana.

—Lo habría despedido de todos modos —comentó Dean—. Hagrid está demasiado cerca de Dumbledore.

—Eso es verdad —coincidió Harry, y se sentó en una butaca junto a la de Hermione.

—Espero que la profesora McGonagall se encuentre bien —dijo Lavender con lágrimas en los ojos.

—La han subido al castillo, lo hemos visto por la ventana del dormitorio —apuntó Colin Creevey—. No tenía buen aspecto.

—Seguro que la señora Pomfrey la curará —dijo Alicia Spinnet con firmeza—. Hasta ahora nunca ha fallado.

La sala común no se vació hasta casi las cuatro de la madrugada. Harry no tenía nada de sueño; la imagen de Hagrid corriendo hasta perderse en la oscuridad lo perseguía; estaba tan furioso con la profesora Umbridge que no se le ocurría ningún castigo lo bastante cruel para ella, aunque la sugerencia de Ron de ofrecérsela a una caja de hambrientos escregutos de cola explosiva para que se la comieran no estaba del todo mal. Finalmente se quedó dormido ideando venganzas horribles y se levantó tres horas más tarde con la sensación de no haber descansado nada.

El último examen, el de Historia de la Magia, no tendría lugar hasta la tarde. A Harry le habría encantado volver a la cama después de desayunar, pero contaba con la mañana para repasar un poco más, así que en lugar de acostarse se sentó con la cabeza entre las manos junto a la ventana de la sala común, intentando no quedarse dormido, mientras leía por encima la montaña de apuntes de un metro de alto que Hermione le había dejado.

Los alumnos de quinto curso entraron en el Gran Comedor a las dos en punto y se sentaron frente a las hojas de examen. Harry estaba agotado. Sólo deseaba una cosa: que terminara aquel examen, porque así podría irse a dormir; y al día siguiente Ron y él bajarían al campo de quidditch (Harry volaría con la escoba de Ron) y celebrarían que ya no tenían que repasar más.

—Dad la vuelta a las hojas —indicó la profesora Marchbanks desde su mesa, colocada frente a las de los alumnos, y giró el gigantesco reloj de arena—. Podéis empezar.

Harry se quedó mirando fijamente la primera pregunta. Pasados unos segundos, cayó en la cuenta de que no había entendido ni una palabra; había una avispa zumbando distraída contra una de las altas ventanas. Lenta, tortuosamente, Harry empezó por fin a escribir la respuesta.

Le costaba mucho recordar los nombres y confundía con frecuencia las fechas. Decidió saltarse la pregunta número cuatro («En su opinión, ¿qué hizo la legislación sobre varitas en el siglo XVIII: contribuyó a un mejor control de las revueltas de duendes o las permitió[448]?»), y contestarla si tenía tiempo cuando hubiera terminado de responder las demás. Probó con la pregunta número cinco («¿Cómo se infringió el Estatuto del Secreto en 1749 y qué medidas se tomaron para impedir que volviera a ocurrir?»), pero sospechaba que se había dejado varios puntos importantes: le parecía recordar que los vampiros participaban en algún momento de la historia.

Siguió buscando una pregunta que pudiera contestar sin vacilar y sus ojos se detuvieron en la número diez: «Describa las circunstancias que condujeron a la formación de la Confederación Internacional de Magos y explique por qué los magos de Liechtenstein se negaron a formar parte de ella.»

«Esto lo sé», se dijo Harry, aunque notaba que tenía el cerebro aletargado y torpe. Podía visualizar un título escrito con la letra de Hermione: «La formación de la Confederación Internacional de Magos.» Había leído esos apuntes aquella misma mañana.

Empezó a escribir, levantando de vez en cuando la vista para mirar el reloj de arena que la profesora Marchbanks tenía encima de su mesa. Harry estaba sentado justo detrás de Parvati Patil, cuyo largo pelo castaño caía por detrás del respaldo de su silla. En un par de ocasiones, Harry se encontró mirando con fijeza las diminutas luces doradas que brillaban en la melena de Parvati cada vez que ella movía ligeramente la cabeza, y tuvo que cambiar un poco de posición la suya para salir del ensimismamiento.

«... el Jefe Supremo de la Confederación Internacional de Magos fue Pierre Bonaccord, pero la comunidad mágica de Liechtenstein protestó contra su nombramiento porque...»

Alrededor de Harry las plumas rasgueaban el pergamino como ratas que corretean y escarban en sus madrigueras. Notaba el calor del sol en la nuca. ¿Qué había hecho Bonaccord para ofender a los magos de Liechtenstein? Harry creía recordar que tenía algo que ver con los trols... Volvió a clavar los ojos en la parte de atrás de la cabeza de Parvati. Le habría gustado practicar la Legeremancia y abrir una ventana en la nuca de su compañera para descubrir qué habían tenido que ver los trols con la ruptura de Pierre Bonaccord y Liechtenstein...

Harry cerró los ojos y se tapó la cara con las manos para descansar la vista. Bonaccord quería prohibir la caza de trols y otorgarles derechos..., pero Liechtenstein tenía desavenencias con una tribu de trols de montaña especialmente brutales... Sí, eso era.

Entonces abrió los ojos, pero al fijarlos en el blanco resplandeciente del pergamino, le dolieron y se le empañaron. Lentamente, Harry escribió dos líneas sobre los trols; entonces leyó lo que había escrito hasta el momento. Su respuesta no era muy extensa ni muy detallada, y, sin embargo, estaba seguro de que Hermione tenía un montón de hojas de apuntes sobre la Confederación.

Volvió a cerrar los ojos e intentó visualizar las páginas de Hermione, intentó recordar... La Confederación se había reunido por primera vez en Francia, sí, eso ya lo había escrito...

Los duendes querían asistir, pero no se lo habían permitido... Eso también lo había puesto...

Y ningún representante de Liechtenstein quiso tomar parte en la reunión...

«Piensa», se dijo, con la cara tapada, mientras a su alrededor las plumas rasgueaban redactando respuestas interminables, y la arena del reloj de la profesora Marchbanks caí a lentamente...


Date: 2015-12-11; view: 455


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