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Ministro de la Magia 9 page

Caminaba otra vez por el oscuro y frío pasillo que conducía al Departamento de Misterios, con paso firme y resuelto; a veces corría un poco, decidido a llegar por fin a su destino... La puerta se abría, como las veces anteriores, y Harry volvía a encontrarse en la sala circular con muchas puertas...

La cruzaba andando por el suelo de piedra y entraba por una segunda puerta... Veía motas de luz danzarina en las paredes y en el suelo, y oía aquel extraño ruido mecánico, pero no había tiempo para investigar, tenía que darse prisa...

Iba corriendo hasta la tercera puerta, que se abría fácilmente, igual que las demás...

Volvía a encontrarse en la habitación del tamaño de una catedral llena de estanterías y esferas de cristal... El corazón le latía muy deprisa... Esta vez iba a entrar... Cuando llegaba al pasillo número noventa y siete torcía a la izquierda y corría por él entre dos hileras de estanterías...

Pero al final del pasillo había una figura en el suelo, una figura negra que se retorcía como un animal herido... A Harry se le contraía el estómago de miedo, de emoción...

Una voz salía por su boca, una voz fría y aguda, vacía de humanidad...

—Cógela... Vamos, bájala... Yo no puedo tocarla, pero tú sí...

La figura negra que había en el suelo se movía un poco. Harry veía cómo una mano blanca de largos dedos cerrados alrededor de una varita se alzaba al final de su propio brazo..., y entonces oía que aquella fría y aguda voz decía: «¡Crucio!»

El hombre que estaba en el suelo gritaba de dolor, intentaba levantarse pero caía hacia atrás y se retorcía. Harry reía. Levantaba la varita, la maldición dejaba de actuar y la figura se quedaba inmóvil gimiendo.

—Lord Voldemort espera...

Muy despacio, el hombre que estaba en el suelo levantaba un poco los hombros, aunque los brazos le temblaban, y miraba hacia arriba. Tenía la cara demacrada y manchada de sangre, contraída de dolor y, sin embargo, desafiante...

—Tendrás que matarme —susurraba Sirius.

—Al final lo haré, indudablemente —decía la fría voz—. Pero antes la cogerás para mí, Black... ¿Crees que lo que has sentido es dolor? Piénsalo bien..., nos quedan muchas horas por delante y nadie te oirá gritar...

Pero alguien gritaba cuando Voldemort bajaba de nuevo la varita; alguien gritaba y caía de lado desde una mesa hasta el frío suelo de piedra; Harry despertó al golpearse contra el suelo. Todavía gritaba, le ardía la cicatriz, y el Gran Comedor apareció a su alrededor.


Por la chimenea

 

 

—No quiero ir... No necesito ir a la enfermería... No quiero...



Harry farfullaba e intentaba soltarse del profesor Tofty, que lo miraba muy preocupado tras ayudarlo a salir al vestíbulo, con un montón de curiosos estudiantes alrededor.

—Me... me encuentro bien, señor —balbuceó Harry secándose el sudor de la cara—. De verdad... Me quedé dormido y... y he tenido una pesadilla...

—¡Es la presión de los exámenes! —aseguró el anciano mago, comprensivo, dándole unas débiles palmaditas en el hombro—. ¡Suele pasar, joven, suele pasar! Bébete un vaso de agua fría y quizá puedas volver al Gran Comedor. El examen casi ha terminado, pero a lo mejor quieres acabar de pulir tu última respuesta, ¿qué te parece?

—Sí —contestó Harry, desesperado—. O sea..., no..., ya he hecho... todo lo que podía, creo...

—Muy bien, muy bien —repuso el anciano mago con amabilidad—. Voy a recoger tu examen, y te sugiero que vayas a descansar un poco.

—Sí, voy a descansar un poco —dijo Harry asintiendo enérgicamente con la cabeza—. Muchas gracias.

En cuanto el anciano mago desapareció por el umbral y entró en el Gran Comedor, Harry subió a toda prisa la escalera de mármol, corrió por los pasillos (iba tan deprisa que, al verlo pasar, los personajes de los retratos murmuraban reproches e imprecaciones), siguió subiendo escaleras y finalmente irrumpió como un huracán por las puertas de la enfermería; la señora Pomfrey, que le estaba administrando un líquido azul y brillante a Montague, gritó alarmada.

—¿Qué significa esto, Potter?

—Necesito ver a la profesora McGonagall —gritó Harry, que jadeaba y sentía un fuerte dolor en el tórax—. ¡Es urgente!

—La profesora McGonagall no está aquí, Potter —dijo la señora Pomfrey con tristeza—. La han trasladado a San Mungo esta mañana. ¡Cuatro hechizos aturdidores de lleno en el pecho, a su edad! Es un milagro que no la mataran.

—¿No está... aquí? —repitió Harry, horrorizado.

Entonces sonó la campana y el chico oyó el clásico estruendo de los alumnos al salir en tropel de las aulas en los pisos de arriba y abajo. Se quedó muy quieto mirando a la señora Pomfrey. El terror se estaba apoderando de él por momentos.

No quedaba nadie a quien pudiera contárselo. Dumbledore se había ido, Hagrid se había ido, pero él siempre había contado con que la profesora McGonagall estuviera allí, irascible e inflexible, sí, pero siempre digna de confianza, ofreciendo su sólida presencia...

—No me extraña que estés conmocionado, Potter —continuó la señora Pomfrey, comprensiva e indignada—. ¡Como si alguno de ellos hubiera podido aturdir a Minerva McGonagall en igualdad de condiciones y a la luz del día! Cobardía, eso es lo que es, vil cobardía. Si no me preocupara lo que podría sucederos a los alumnos si yo no estuviera aquí, dimitiría para manifestar mi protesta.

—Sí... —repuso Harry, atontado.

Se alejó de la enfermería sin saber adonde iba y echó a andar por el bullicioso pasillo, zarandeado por la multitud; el pánico se extendía por su cuerpo como un gas venenoso, la cabeza le daba vueltas y no se le ocurría qué podía hacer...

«Ron y Hermione», dijo una voz dentro de su cabeza.

Echó a correr de nuevo, apartando a los alumnos a empujones, sin prestar atención a sus quejas. Bajó dos pisos, y cuando estaba en lo alto de la escalera de mármol, vio que sus amigos corrían hacia él.

—¡Harry! —exclamó Hermione enseguida; parecía muy asustada—. ¿Qué ha pasado? ¿Te encuentras bien? ¿Estás enfermo?

—¿Dónde estabas? —inquirió Ron. —Venid conmigo —contestó Harry—. ¡Vamos, tengo que contaros una cosa!

Los guió por el pasillo del primer piso mientras asomaba la cabeza en varias aulas hasta que al final encontró una vacía; entró en ella y cerró la puerta en cuanto Ron y Hermione hubieron entrado también. Harry se apoyó en la puerta y miró a sus amigos.

—Voldemort tiene a Sirius.

-¿Qué?

—¿Cómo lo...?

—Lo he visto. Ahora mismo. Cuando me he quedado dormido en el examen.

—Pero... pero ¿dónde? ¿Cómo? —preguntó Hermione, que se había puesto muy pálida.

—No sé cómo —respondió Harry—. Pero sé exactamente dónde. En el Departamento de Misterios hay una sala con un montón de hileras de estanterías llenas de pequeñas esferas de cristal, y ellos están al final del pasillo número noventa y siete... Voldemort intenta utilizar a Sirius para conseguir eso que quiere coger de allí dentro... Está torturándolo. ¡Dice que acabará matándolo! —Harry se dio cuenta de que le temblaban la voz y las rodillas, así que se acercó a una mesa y se sentó, tratando de serenarse—. ¿Cómo vamos a ir hasta allí? —les preguntó a sus amigos.

Hubo un momento de silencio. Entonces Ron balbuceó:

—¿Ir ha... hasta allí?

—¡Ir al Departamento de Misterios para rescatar a Sirius! —dijo Harry en voz alta.

—Pero Harry... —empezó Ron con un hilo de voz.

—¿Qué? ¡Qué! —exclamó Harry, impaciente. No entendía por qué Ron y Hermione lo miraban con la boca abierta, como si les estuviera preguntando algo que no tuviera sentido.

—Harry —dijo Hermione con una voz que delataba su miedo—, Harry, ¿cómo... cómo quieres que Voldemort haya entrado en el Ministerio de la Magia sin que nadie lo haya descubierto?

—¿Y yo qué sé? —bramó él—. ¡Lo que importa ahora es cómo vamos a entrar nosotros allí!

—Pero... Harry, piénsalo bien —continuó Hermione, y dio un paso hacia él—, son las cinco de la tarde... El Ministerio de la Magia debe de estar lleno de empleados... ¿Cómo quieres que Voldemort y Sirius hayan entrado allí sin ser vistos? Harry..., deben de ser los dos magos más buscados del mundo... ¿Crees que podrían entrar en un edificio lleno de Aurores sin que detectaran su presencia?

—¡No lo sé, Voldemort debe de haber utilizado una capa invisible o algo así! —gritó Harry—. Además, el Departamento de Misterios siempre ha estado completamente vacío cuando he ido...

—Tú nunca has ido allí, Harry —afirmó Hermione con serenidad—. Sólo has soñado que ibas.

—¡Lo que yo tengo no son sueños normales y corrientes! —le gritó Harry, levantándose y dando también un paso hacia Hermione. Le habría gustado agarrarla por los hombros y zarandearla—. Entonces, ¿cómo explicas lo del padre de Ron? ¿Qué fue aquello? ¿Cómo supe lo que le había pasado?

—En parte tiene razón —intervino Ron mirando a Hermione.

—¡Pero eso es tan..., tan inverosímil! —insistió ella, desesperada—. Harry, ¿cómo quieres que Voldemort haya atrapado a Sirius si él no se ha movido de Grimmauld Place?

—Quizá Sirius no pudo aguantar más y salió a tomar un poco el aire —apuntó Ron con gesto de preocupación—. Se moría de ganas de salir de esa casa...

—Pero ¿por qué, por qué demonios iba a querer Voldemort que Sirius cogiera el arma o lo que sea? —preguntó Hermione.

—¡No lo sé, podría haber montones de razones! —le gritó Harry—. A lo mejor se trata simplemente de que a Voldemort no le importa ver a Sirius herido...

—¿Sabéis qué? —dijo Ron en voz baja—. Se me acaba de ocurrir una cosa. El hermano de Sirius era un mortífago, ¿verdad? ¡Quizá él le revelase a Sirius el secreto de cómo conseguir el arma!

—¡Sí, y por eso Dumbledore estaba empeñado en que Sirius no saliera de la casa! —exclamó Harry.

—Mirad, lo siento —gritó Hermione—, pero nada de lo que decís tiene sentido, y no tenemos pruebas de nada, no tenemos pruebas de que Voldemort y Sirius estén siquiera...

—¡Harry los ha visto, Hermione! —intervino Ron volviéndose hacia ella.

—De acuerdo —cedió ella por fin, asustada pero decidida—, sólo quiero decir una cosa...

—¿Qué?

—¡Mira, Harry, no lo interpretes como una crítica! Pero es verdad que... estás un poco..., un poco... ¿No crees que estás un poco obsesionado con la idea de..., de... salvar a la gente?

Harry se quedó mirándola.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Pues... que... —Hermione estaba aún más acongojada—. Quiero decir que... el año pasado, por ejemplo, en el lago... durante el Torneo... no debiste... Es decir, tú no tenías por qué salvar a aquella chica, Delacour... Te dejaste llevar por... —Una oleada de rabia inundó a Harry; ¿cómo se le ocurría a Hermione recordarle ahora aquel error garrafal?—. Mira, estuviste muy bien y todo eso —prosiguió su amiga, acobardada por la mirada de Harry—, todo el mundo creyó que lo que hiciste fue fabuloso...

—Tiene gracia[449] —replicó Harry con voz temblorosa—, porque recuerdo perfectamente que Ron dijo que había perdido el tiempo haciéndome el héroe... ¿Es eso lo que piensas que estoy haciendo ahora? ¿Crees que quiero volver a hacerme el héroe?

—¡No, no, no! —contestó Hermione, aterrada—. ¡Eso no es lo que quiero decir!

—¡Bueno, pues suelta ya lo que quieras decir, porque estamos perdiendo el tiempo! —gritó Harry.

—Lo que trato de decirte es que... ¡Voldemort te conoce, Harry! ¡Llevó a Ginny a la Cámara Secreta porque sabía que tú irías a buscarla allí, es lo que suele hacer, sabe que tú eres el tipo de persona que...! ¡Sabe que irías a socorrer a Sirius! ¿Y si sólo intenta que tú vayas al Departamento de Mis...?

—¡Hermione, no importa que sólo lo haya hecho para engañarme, se han llevado a la profesora McGonagall a San Mungo, en Hogwarts ya no queda nadie de la Orden a quien podamos contárselo, y si no vamos, podemos dar por muerto a Sirius!

—Pero Harry, ¿y si tu sueño sólo ha sido... eso, un sueño?

Harry soltó un rugido de frustración y Hermione dio un paso hacia atrás, alarmada.

—¡No lo entiendes! —gritó Harry—. ¡No tengo pesadillas, no son sólo sueños! ¿Para qué crees que eran las clases de Oclumancia, por qué crees que Dumbledore quería impedir que viera esas cosas? Porque son verdad, Hermione. Voldemort ha atrapado a Sirius, ¡yo lo he visto! Y no lo sabe nadie más, y eso significa que somos los únicos que podemos salvarlo, y si tú no quieres hacerlo, me parece muy bien, pero yo voy a ir, ¿entendido? Y si no recuerdo mal, no pusiste objeciones a mi obsesión por salvar a la gente cuando eras tú a la que tenía que salvar de los Dementores, ni... —se volvió hacia Ron— cuando tuve que salvar a tu hermana del basilisco...

—¡Yo nunca me he quejado! —saltó Ron acaloradamente.

—Pero si tú mismo lo has dicho, Harry —insistió Hermione con vehemencia—, Dumbledore quería que aprendieras a cerrar tu mente a esas cosas; si hubieras practicado Oclumancia como es debido nunca habrías visto est...

—SI PIENSAS QUE VOY A HACER COMO QUE NO HE VISTO NADA...

—¡Sirius te dijo que lo más importante era que aprendieras a cerrar tu mente!

—PUES MIRA, SEGURO QUE OPINARÍA OTRA COSA SI SUPIERA LO QUE ACABO DE...

De pronto se abrió la puerta del aula y Harry, Ron y Hermione se volvieron rápidamente. Ginny entró con aire de curiosidad, seguida de Luna, que, como de costumbre, parecía estar allí por error.

—¡Hola! —saludó Ginny, vacilante—. Hemos reconocido la voz de Harry. ¿Por qué gritabas?

—No es asunto tuyo —contestó él con aspereza.

Ginny arqueó las cejas.

—No tienes por qué emplear ese tono conmigo —repuso fríamente—. Sólo quería saber si podía ayudar en algo.

—Pues no, no puedes —le espetó Harry.

—Eres bastante maleducado, ¿sabes? —comentó Luna con serenidad.

Harry soltó una palabrota y se dio la vuelta. No le apetecía nada hablar con Luna Lovegood.

—Espera —saltó de pronto Hermione—. Espera... Harry, ellas pueden ayudarte. —Harry y Ron miraron a Hermione—. Escuchad —dijo ella con urgencia—, Harry, tenemos que saber si es verdad que Sirius ha salido del cuartel general.

—Ya te lo he dicho, lo he visto...

—¡Por favor, Harry, te lo suplico! —exclamó Hermione, desesperada—. Déjanos comprobar si Sirius se ha marchado de su casa antes de salir en estampida hacia Londres. Si no está en Grimmauld Place, te juro que no haré nada para impedir que vayas. Iré contigo, haré... lo que sea para ayudarte a salvarlo.

—¡Voldemort está torturando a Sirius AHORA MISMO! —gritó Harry—. No podemos perder más tiempo.

—Pero todo esto podría ser una trampa de Voldemort, Harry, tenemos que comprobarlo.

—¿Cómo? —preguntó Harry—. ¿Cómo vamos a comprobarlo?

—Tendremos que utilizar la chimenea de la profesora Umbridge e intentar hablar con él —propuso Hermione, pese a que aquella idea la aterraba—. Volveremos a despistar a la profesora Umbridge, pero necesitaremos alguien que vigile, y ahí es donde pueden ayudarnos Ginny y Luna.

Pese a que todavía no había entendido del todo lo que estaba pasando, Ginny dijo inmediatamente:

—Sí, contad con nosotras.

Y Luna inquirió:

—¿Cuando dices «Sirius», te refieres a Stubby Boardman?

Nadie le contestó.

—Está bien... —le respondió Harry en tono agresivo a Hermione—. Está bien , si se te ocurre una forma de hacerlo deprisa, estoy de acuerdo, pero si no, me voy ahora mismo al Departamento de Misterios.

—¿Al Departamento de Misterios? —preguntó Luna con un deje de sorpresa—. Pero ¿cómo piensas ir hasta allí?

Harry la ignoró una vez más.

—Muy bien —continuó Hermione mientras se retorcía las manos y se paseaba entre los pupitres—. Muy bien... Bueno, uno de nosotros tiene que ir a buscar a la profesora Umbridge y... y conseguir que vaya hacia otro lado, alejarla de su despacho. Podríamos decirle, no sé, que Peeves ha hecho alguna de las suyas...

—De eso ya me encargo yo —se ofreció Ron—. Le diré que Peeves está destrozando el departamento de Transformaciones o algo así; está muy lejos de su despacho. Ahora que lo pienso, si me lo encuentro por el camino podría convencer a Peeves de que lo haga.

—Muy bien —dijo con la frente fruncida mientras seguía paseándose arriba y abajo; el hecho de que Hermione no pusiera reparos a que se destrozara el departamento de Transformaciones indicaba la gravedad de la situación—. También tendremos que mantener a los estudiantes lejos de su despacho mientras forzamos la puerta, porque si no alguno de Slytherin iría a chivarse.

—Luna y yo podemos montar guardia en cada uno de los extremos del pasillo —propuso Ginny—, y avisar a la gente de que no entre en él porque alguien ha soltado gas agarrotador. —A Hermione le sorprendió la rapidez con que a Ginny se le había ocurrido aquella mentira; Ginny se encogió de hombros y añadió—: Fred y George pensaban hacerlo antes de marcharse.

—Vale —dijo Hermione—. Entonces, Harry, tú y yo nos pondremos la capa invisible y entraremos en el despacho, y podrás hablar con Sirius...

—¡Te digo que no está allí, Hermione!

—Bueno, podrás... comprobar si Sirius está en casa o no mientras yo vigilo. No creo que debas quedarte allí solo, pues Lee ya ha demostrado que la ventana es un punto débil porque coló los escarbatos por ella.

Pese a la rabia y la impaciencia que sentía, Harry reconoció el ofrecimiento de Hermione de acompañarlo al despacho de la profesora Umbridge como una muestra de solidaridad y lealtad.

—Sí, gracias —murmuró.

—Bueno, aunque hagamos todo lo que hemos dicho, no creo que consigamos más de cinco minutos —comentó Hermione un poco aliviada después de que Harry hubiera aprobado su plan—; no hemos de olvidarnos de Filch ni de esa maldita Brigada Inquisitorial.

—Tendré suficiente con cinco minutos —aseguró Harry—. Y ahora, vamos...

—¿Ya? —dijo Hermione, sorprendida.

—¡Pues claro! —estalló Harry con enojo—. ¿Qué creías, que íbamos a esperar hasta después de la cena o algo así? ¡Hermione, Voldemort está torturando a Sirius en estos precisos momentos, mientras nosotros estamos aquí charlando!

—Está bien, está bien. Ve a buscar la capa invisible, yo te espero al final del pasillo de la profesora Umbridge, ¿de acuerdo?

Harry no contestó: salió a todo correr del aula y empezó a abrirse camino entre la marea de estudiantes que llenaban los pasillos. Dos pisos más arriba se cruzó con Seamus y Dean, que lo saludaron alegremente y le comunicaron que habían organizado una fiesta en la sala común para celebrar el final de los exámenes. Harry no les hizo ni caso. Se coló por el hueco del retrato mientras ellos seguían discutiendo sobre cuántas cervezas de mantequilla tenían que comprar en el mercado negro, y luego salió otra vez por el retrato, con la capa invisible y la navaja de Sirius en la mochila, sin que ellos se dieran ni cuenta.

—Harry, ¿quieres contribuir con un par de galeones? Harold Dingle dice que puede conseguirnos un poco de whisky de fuego...

Pero Harry ya había echado a correr por el pasillo, y un par de minutos más tarde saltaba los últimos escalones para reunirse con Ron, Hermione, Ginny y Luna, que estaban apiñados al final del pasillo de la profesora Umbridge.

—Ya lo tengo todo —dijo entrecortadamente—. ¿Estáis preparados?

—Ron, tú ve a distraer a la profesora Umbridge —le ordenó Hermione en un susurro, pues en ese momento pasaba a su lado un ruidoso grupo de alumnos de sexto—; Ginny, Luna, empezad a alejar a la gente del pasillo... Harry y yo nos pondremos la capa y esperaremos hasta que todo esté despejado.

Ron se marchó con paso decidido y los demás pudieron ver su reluciente pelo rojo hasta que llegó al final del pasillo; entre tanto Ginny, con su llamativa melena, se alejó en dirección opuesta, asomando entre el tumulto de estudiantes que llenaban el pasillo, seguida de la rubia Luna.

—Ven aquí —murmuró Hermione, tirando de Harry por la muñeca hasta un hueco donde la cabeza de piedra de un mago medieval, feísimo, hablaba sola sobre una columna—. ¿Seguro que estás bien, Harry? Todavía te veo muy pálido.

—Sí, estoy bien —afirmó él, y sacó la capa invisible de la mochila.

La verdad era que le dolía la cicatriz, pero no tanto como para pensar que Voldemort ya le hubiera asestado un golpe mortal a Sirius; el día que Voldemort castigó a Avery le había dolido muchísimo más...

—Venga —dijo, y se echó la capa invisible por encima tapando también a Hermione. Ambos se quedaron escuchando atentamente tratando de aislarse del sermón en latín del busto que tenían delante.

—¡Por aquí no podéis pasar! —decía Ginny a los alumnos—. Lo siento, tendréis que dar la vuelta por la escalera giratoria porque alguien ha soltado gas agarrotador en este pasillo.

Oyeron que algunos se quejaban, y una voz antipática dijo:

—Yo no veo gas por ninguna parte.

—Porque es incoloro —contestó Ginny con un convincente tono de exasperación—, pero si quieres pasar, adelante, así tendremos tu cuerpo como prueba para el siguiente idiota que no nos crea.

Poco a poco la multitud fue dispersándose. Por lo visto, la noticia del gas agarrotador se había difundido y la gente ya no intentaba pasar por aquel pasillo. Cuando la zona quedó prácticamente vacía, Hermione dijo en voz baja:

—Creo que ésta es la máxima tranquilidad que podremos conseguir, Harry. ¡Vamos!

Y echaron a andar cubiertos con la capa. Luna estaba de pie, de espaldas a ellos, al final del pasillo. Al pasar junto a Ginny, Hermione susurró:

—Bien hecho... No olvides la señal...

—¿Cuál es la señal? —murmuró Harry cuando se acercaban a la puerta del despacho de la profesora Umbridge.

—Si ven acercarse a la profesora Umbridge se pondrán a cantar «A Weasley vamos a coronar» —le contó Hermione mientras Harry introducía la hoja de la navaja de Sirius en la rendija que había entre la puerta y el marco. La cerradura se abrió enseguida, y los chicos entraron en el despacho.

Los estridentes gatitos disfrutaban del sol de la tarde que calentaba sus platos, pero por lo demás el despacho estaba vacío y silencioso como la última vez. Hermione suspiró aliviada.

—Temía que hubiera añadido alguna otra medida de seguridad después del segundo escarbato —comentó.

Se quitaron la capa y Hermione se dirigió deprisa hacia la ventana y se quedó de pie junto a ella escudriñando los jardines con la varita en ristre[450]. Harry, por su parte, corrió hacia la chimenea, cogió el tarro de polvos flu, echó un pellizco dentro y consiguió que aparecieran unas llamas de color esmeralda. Se arrodilló rápidamente, metió la cabeza en el fuego y gritó:

—¡Número doce de Grimmauld Place! La cabeza empezó a girarle como si acabara de bajarse de una atracción de feria, aunque las rodillas permanecían firmemente plantadas en el frío suelo del despacho. Harry cerró con fuerza los ojos para protegerlos del remolino de ceniza, y cuando todo dejó de dar vueltas, los abrió y ante él apareció la larga y fría cocina de Grimmauld Place.

No había nadie allí. Harry ya se lo había imaginado, pero aun así no estaba preparado para el pánico y el terror que lo invadieron cuando se encontró ante la desierta habitación.

—¿Sirius? —gritó—. ¿Estás ahí, Sirius? —Su voz resonó en la cocina, pero nadie le contestó. Únicamente oyó un débil susurro a la derecha de la chimenea—. ¿Quién hay ahí? —preguntó, aunque creía que debía de ser tan sólo un ratón.

Entonces apareció Kreacher, el elfo doméstico. Parecía muy satisfecho por algo, pese a que debía de haberse lastimado gravemente ambas manos, porque las llevaba muy vendadas.

—La cabeza de Potter ha aparecido en la chimenea —informó a la vacía cocina al tiempo que lanzaba furtivas miradas de triunfo a Harry—. ¿A qué habrá venido, se pregunta Kreacher?

—¿Dónde está Sirius, Kreacher? —inquirió Harry.

El elfo doméstico chasqueó la lengua.

—El amo ha salido, Harry Potter.

—¿Adonde ha ido? ¡Adonde ha ido, Kreacher! —Por toda respuesta, el elfo soltó una risotada que pareció un cacareo—. ¡Te lo advierto! —gritó Harry, consciente de que desde su posición no podía castigar a Kreacher—. ¿Dónde está Lupin? ¿Y Ojoloco? ¿Dónde están todos?

—¡Kreacher se ha quedado solo en la casa! —informó el elfo con regocijo; a continuación, dio la espalda a Harry y echó a andar lentamente hacia la puerta que había al fondo de la cocina—. Kreacher cree que ahora irá a charlar un rato con su dueña, sí, hace mucho tiempo que no puede hacerlo, el amo de Kreacher se lo impedía...

—¿Adonde ha ido Sirius? —le gritó Harry—. ¿Ha ido al Departamento de Misterios, Kreacher?


Date: 2015-12-11; view: 429


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