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Ministro de la Magia 7 page

—Nos guardaremos la noticia para mañana, ¿de acuerdo? —propuso Harry.

—De acuerdo —convino Hermione cansinamente—. No tengo ninguna prisa.

Luego subieron juntos la escalera de piedra. Al llegar a las puertas del castillo, ambos miraron instintivamente hacia el Bosque Prohibido. Harry no estaba seguro de si se lo había imaginado, pero le pareció ver a lo lejos una pequeña bandada de pájaros que echaban a volar sobre las copas de los árboles, como si alguien hubiera arrancado de raíz el árbol en el que estaban posados.


TIMOS[432]

 

La euforia que embargaba a Ron por haber contribuido a que Gryffindor ganara la Copa de quidditch era tal que al día siguiente no conseguía concentrarse en nada. Lo único que le apetecía era hablar sobre el partido, así que a Harry y Hermione les resultó muy difícil encontrar el momento adecuado para hablarle de Grawp. La verdad es que no pusieron mucho empeño, pues ninguno de los dos quería ser el que devolviera a Ron a la realidad de una forma tan cruel. Como de nuevo hacía un día templado y despejado, lo convencieron de que fuera a repasar con ellos bajo el haya que había junto a la orilla del lago, donde había menos posibilidades de que los oyeran que en la sala común. Al principio a Ron no le hizo mucha gracia la idea (se lo estaba pasando en grande en la sala común de Gryffindor, donde cada vez que alguien pasaba a su lado le daba unas palmadas en la espalda, por no mencionar los espontáneos cantos de «A Weasley vamos a coronar»), pero al cabo de un rato admitió que le sentaría bien un poco de aire fresco.

Esparcieron sus libros bajo la sombra del haya y se sentaron en la hierba mientras Ron les describía su primera parada del partido por enésima vez.

—Bueno, veréis, Davies ya me había marcado un tanto, así que no estaba muy seguro de mí mismo, pero no sé, cuando Bradley vino hacia mí, como salido de la nada, pensé: «¡Tú puedes hacerlo!» Y tuve un segundo para decidir hacia qué lado me lanzaba, porque parecía que Bradley apuntaba hacia el aro de gol de la derecha, mi derecha, es decir, su izquierda, pero de pronto tuve la corazonada de que sólo estaba haciendo una finta[433], así que me arriesgué y me lancé hacia la izquierda, es decir, hacia su derecha, y... Bueno, ya visteis lo que pasó —concluyó con modestia, y aunque no hacía ninguna falta se echó el pelo hacia atrás para que pareciera que se lo había alborotado el viento. Miró alrededor para ver si la gente que tenían más cerca (un grupito de cuchicheantes alumnos de tercero de Hufflepuff) lo habían oído—. Y cinco minutos más tarde, cuando Chambers se me acercó... ¿Qué pasa? —preguntó Ron, que se había interrumpido a media frase al ver la expresión del rostro de Harry—. ¿De qué te ríes?



—No me río —se apresuró a contestar su amigo, y bajó la vista hacia sus apuntes de Transformaciones al tiempo que intentaba borrar la sonrisa de sus labios. La verdad era que Harry acababa de recordar a otro jugador de quidditch de Gryffindor que un día también se alborotó el cabello, sentado bajo aquella misma haya—. Es que estoy contento de que hayamos ganado.

—Sí —afirmó Ron lentamente saboreando sus palabras—, hemos ganado. ¿Te fijaste en la cara de Chang cuando Ginny atrapó la snitch justo debajo de sus narices?

—Seguro que se puso a llorar —comentó Harry con amargura.

—Sí, pero más de rabia que de otra cosa... —Ron frunció levemente el entrecejo—. Pero ¿viste cómo tiraba la escoba cuando llegó al suelo?

—Pues... —balbuceó Harry.

—Mira, Ron, la verdad es que no, no lo vimos —confesó Hermione tras suspirar profundamente. Dejó el libro que tenía en las manos y miró a Ron como si se disculpara—. De hecho, lo único que Harry y yo vimos del partido fue el primer gol de Davies.

En ese momento, el pelo de Ron, cuidadosamente desordenado, pareció ponerse mustio de la desilusión.

—¿No visteis el partido? —preguntó débilmente mirando primero al uno y luego a la otra—. ¿No visteis ninguno de mis paradones[434]?

—Pues... no —repuso Hermione, y extendió una mano hacia él en un gesto apaciguador—. Nosotros no nos habríamos ido por nada del mundo, Ron, pero no tuvimos más remedio.

—¿Ah, sí? —dijo Ron, que se estaba poniendo muy colorado—. ¿Y cómo es eso?

—Fue Hagrid —intervino Harry—. Decidió contarnos por qué va cubierto de heridas desde que regresó de su misión con los gigantes. Quería que lo acompañáramos al bosque; no teníamos elección, ya sabes cómo se pone de pesado. Pues bien...

Le contaron la historia en cinco minutos, y pasado ese tiempo la indignación de Ron había sido reemplazada por una expresión de absoluta incredulidad.

—¿Que se trajo uno y lo escondió en el bosque?

—Sí —confirmó Harry con gravedad.

—No —dijo Ron, como si con aquella palabra pudiera invalidar la afirmación de Harry—. No, no puede ser.

—Pues es —aseguró Hermione con firmeza—. Grawp mide unos cinco metros, se divierte arrancando pinos de seis metros y me conoce —dio un resoplido— como «Hermy».

Ron soltó una risita nerviosa.

—¿Y decís que Hagrid pretende que nosotros...?

—Le enseñemos nuestro idioma, sí —sentenció Harry.

—Se ha vuelto loco —concluyó Ron, sobrecogido.

—Sí —coincidió Hermione con cara de fastidio; pasó una página de Transformación, nivel intermedio y se quedó mirando, rabiosa, una serie de diagramas que representaban a una lechuza que se convertía en unos anteojos de teatro—. Sí, empiezo a pensar que eso es lo que le sucede. Pero, desgraciadamente, hizo que Harry y yo lo prometiéramos.

—Pues mira, tendréis que faltar a vuestra promesa[435], así de sencillo —dijo Ron con vehemencia—. Pero ¿cómo se le ocurre...? Tenemos exámenes, y nos faltó esto —levantó una mano y juntó casi el pulgar y el índice— para que nos expulsaran del colegio. Además..., ¿os acordáis de Norberto? ¿Os acordáis de Aragog? ¿Alguna vez hemos salido bien parados después de liarnos con alguno de los monstruos amigos de Hagrid?

—Ya lo sé, pero es que... se lo prometimos —repuso Hermione con voz queda.

Ron volvió a aplastarse el pelo. Parecía preocupado.

—Bueno —comentó con un suspiro—, a Hagrid todavía no lo han despedido, ¿no? Si ha aguantado hasta ahora, quizá aguante hasta final de curso y no tengamos que acercarnos a Grawp.

 

Los jardines del castillo relucían bajo la luz del sol como si acabaran de pintarlos; el cielo, sin una nube, se sonreía a sí mismo en la lisa y brillante superficie del lago; y una suave brisa rizaba de vez en cuando las satinadas y verdes extensiones de césped. Había llegado el mes de junio, pero para los alumnos de quinto curso eso sólo significaba una cosa: que se les habían echado encima[436] los TIMOS.

Los profesores ya no les ponían[437] deberes y las clases estaban íntegramente dedicadas a repasar los temas que ellos creían que con mayor probabilidad aparecerían en los exámenes. Aquella atmósfera de febril laboriosidad casi había conseguido apartar de la mente de Harry cualquier otra cosa que no fueran los TIMOS, aunque a veces, durante las clases de Pociones, se preguntaba si Lupin le habría dicho a Snape que debía seguir dándole clases particulares de Oclumancia. Si lo había hecho, Snape había ignorado a Lupin igual que a Harry, aunque a él eso no le importaba: ya estaba bastante ocupado y nervioso sin las clases adicionales de Snape, y por suerte Hermione estaba demasiado absorta últimamente para darle la lata con las clases de Oclumancia; su amiga pasaba mucho rato murmurando para sí, y llevaba varios días sin tejer ninguna prenda para elfos.

Sin embargo, Hermione no era la única persona que se comportaba de forma extraña a medida que los TIMOS se iban acercando. Ernie Macmillan había adoptado la molesta costumbre de interrogar a sus compañeros sobre las técnicas de estudio que empleaban.

—¿Cuántas horas al día crees que dedicas a repasar? —preguntó con una chispa de locura en los ojos a Harry y Ron mientras hacían cola para entrar en la clase de Herbología.

—No lo sé —contestó Ron—. Unas cuantas.

—¿Más o menos de ocho?

—Creo que menos —dijo Ron un tanto alarmado.

—Yo, ocho —aseguró Ernie hinchando el pecho—. Ocho o nueve. Estudio una hora todos los días antes del desayuno. Mi promedio son ocho horas. El fin de semana, si estoy inspirado, llego hasta diez. El lunes hice nueve y media. El martes no estuve tan fino: sólo conseguí llegar a siete y cuarto. Y el miércoles...

Harry se alegró muchísimo de que la profesora Sprout los hiciera entrar en aquel momento en el invernadero número tres, lo que obligó a Ernie a interrumpir su recital.

Entre tanto, Draco Malfoy había encontrado otra manera de provocar el pánico.

—Lo que importa no es lo que hayas estudiado —oyeron que les decía a Crabbe y Goyle en voz alta frente al aula de Pociones unos días antes de que empezaran los exámenes—, sino si estás bien relacionado. Mira, mi padre es íntimo amigo de la jefa del Tribunal de Exámenes Mágicos, Griselda Marchbanks, ha ido varias veces a cenar a mi casa y todo...

—¿Creéis que eso es verdad? —les susurró una alarmada Hermione a Harry y Ron.

—Aunque lo sea, nosotros no podemos hacer nada —contestó Ron con pesimismo.

—Yo no me lo creo —opinó Neville, que estaba detrás de ellos—. Porque Griselda Marchbanks es amiga de mi abuela, y nunca ha mencionado a los Malfoy.

—¿Cómo es, Neville? —le preguntó de inmediato Hermione—. ¿Es muy estricta?

—La verdad es que se parece bastante a mi abuela —admitió Neville con voz apagada.

—Pero al menos el hecho de conocerla no te perjudicará, ¿no? —intentó animarlo Ron.

—Bah, no creo que tenga ninguna importancia —repuso Neville más apesadumbrado todavía—. Mi abuela siempre le dice a la profesora Marchbanks que no soy tan buen mago como mi padre... Y, bueno, ya visteis cómo está la situación en San Mungo...

Neville fijó la vista en el suelo. Harry, Ron y Hermione se miraron unos a otros, pero no supieron qué decir. Era la primera vez que Neville admitía que se habían encontrado en el hospital de los magos.

Entre tanto, un próspero mercado negro de artículos para facilitar la agilidad mental y la concentración y para combatir el sueño había nacido entre los alumnos de quinto y séptimo. Harry y Ron estuvieron tentados de comprar una botella de elixir cerebral Baruffio que les ofreció un alumno de sexto de Ravenclaw, Eddie Carmichael, quien aseguró que ese remedio era el único responsable de los nueve «Extraordinarios» que había sacado en los TIMOS del curso anterior y les ofrecía medio litro por sólo doce galeones. Ron aseguró a Harry que le devolvería el dinero en cuanto salieran de Hogwarts y consiguiera un empleo, pero, antes de que pudieran cerrar el trato, Hermione le había confiscado la botella a Carmichael y había tirado el contenido por un váter[438].

—¡Se la íbamos a comprar, Hermione! —protestó Ron.

—No seas estúpido —gruñó ella—. Para el caso podías haberle comprado a Harold Dingle su polvo de garra de dragón.

—¿Polvo de garra de dragón? —preguntó Ron, interesadísimo.

—Olvídalo, ya no queda —contestó Hermione—. También lo he confiscado. ¿No sabes que nada de eso funciona?

—¡El polvo de garra de dragón sí funciona! —la contradijo Ron—. Dicen que es increíble: estimula mucho el cerebro, y durante unas horas te vuelves de lo más ingenioso. Vamos, Hermione, déjame probar un pellizquito[439], no puede ser malo...

—Ya lo creo que puede ser malo —aseguró Hermione con severidad—. Le he echado un vistazo y en realidad son excrementos de doxy secos.

Aquella información calmó un poco las ansias de Harry y de Ron por tomar estimulantes cerebrales.

Durante la siguiente clase de Transformaciones, recibieron los horarios de los exámenes y las normas de funcionamiento de los TIMOS.

—Como veréis —explicó la profesora McGonagall a la clase mientras los alumnos copiaban de la pizarra las fechas y las horas de sus exámenes—, vuestros TIMOS están repartidos en dos semanas consecutivas. Haréis los exámenes teóricos por la mañana y los prácticos por la tarde. El examen práctico de Astronomía lo haréis por la noche, como es lógico.

»Debo advertiros que hemos aplicado los más estrictos encantamientos antitrampa a las hojas de examen. Las plumas autorrespuesta están prohibidas en la sala de exámenes, igual que las recordadoras, los puños para copiar de quita y pon[440] y la tinta autocorrectora. Lamento tener que decir que cada año hay al menos un alumno que cree que puede burlar las normas impuestas por el Tribunal de Exámenes Mágicos. Espero que este año no sea nadie de Gryffindor. Nuestra nueva... directora... —al pronunciar esa palabra, la profesora McGonagall puso la misma cara que ponía tía Petunia cuando contemplaba una mancha particularmente tenaz— ha pedido a los jefes de las casas que adviertan a sus alumnos que si hacen trampas serán severamente castigados porque, como es lógico, los resultados de vuestros exámenes dirán mucho de la eficacia del nuevo régimen que la directora ha impuesto en el colegio... —La profesora McGonagall soltó un pequeño suspiro y Harry vio cómo se le inflaban las aletas de la afilada nariz—. Aun así, ése no es motivo para que no lo hagáis lo mejor que podáis. Tenéis que pensar en vuestro futuro.

—Por favor, profesora —dijo Hermione, que había levantado la mano—, ¿cuándo sabremos los resultados?

—Os enviarán una lechuza en el mes de julio —contestó la profesora McGonagall.

—Estupendo —comentó Dean Thomas en voz baja pero audible—. Así no tendremos que preocuparnos hasta las vacaciones.

Harry se imaginó sentado en su dormitorio de Privet Drive seis semanas más tarde, esperando los resultados de sus TIMOS. Bueno, pensó, al menos aquel verano seguro que recibía una carta.

Su primer examen, Teoría de Encantamientos, estaba programado para el lunes por la mañana. El domingo después de comer, Harry accedió a preguntarle[441] la lección a Hermione, pero enseguida lo lamentó: su amiga estaba muy nerviosa y no paraba de quitarle el libro de las manos para comprobar si había contestado correctamente a la pregunta, y al final le dio un fuerte golpe en la nariz con el afilado borde de Últimos avances en encantamientos.

—¿Por qué no estudias tú sola? —le propuso Harry con firmeza, y le devolvió el libro con los ojos llorosos.

Mientras tanto, Ron leía los apuntes de Encantamientos de aquel curso y del anterior, tapándose los oídos con los índices y moviendo los labios sin emitir ningún sonido; Seamus Finnigan estaba tumbado boca arriba en el suelo y recitaba la definición del encantamiento sustancial mientras Dean comprobaba si había acertado con ayuda del Libro reglamentario de hechizos, 5° curso; y Parvati y Lavender, que practicaban encantamientos de locomoción básicos, intentaban que sus plumas hicieran carreras[442] alrededor del borde de la mesa.

Aquella noche reinaba un ambiente muy apagado durante la cena. Harry y Ron no hablaban mucho, pero comían con ganas, pues habían estudiado con intensidad todo el día. Hermione, por su parte, dejaba una y otra vez el tenedor y el cuchillo y escondía la cabeza debajo de la mesa, donde tenía la mochila, para sacar un libro o comprobar un dato o alguna cifra. Mientras Ron le decía que si no comía como era debido no podría pegar ojo en toda la noche, a Hermione le resbaló de los temblorosos dedos el tenedor, que fue a parar sobre el plato y produjo un fuerte tintineo.

—¡Ay, madre! —exclamó ella por lo bajo mirando hacia el vestíbulo—. ¿Son ellos? ¿Son los examinadores?

Harry y Ron se dieron rápidamente la vuelta en el banco. Más allá de las puertas abiertas del Gran Comedor vieron a la profesora Umbridge de pie con un pequeño grupo de brujas y magos que parecían muy ancianos. Harry se alegró al ver que la profesora Umbridge parecía muy nerviosa.

—¿Vamos a verlos más de cerca? —propuso Ron.

Harry y Hermione asintieron con la cabeza, y los tres se apresuraron hacia las puertas del vestíbulo, pero caminaron más despacio después de cruzar el umbral para pasar lentamente junto a los examinadores. Harry pensó que la profesora Marchbanks debía de ser la bruja bajita y encorvada con la cara tan arrugada que parecía que la hubieran cubierto de telarañas; la profesora Umbridge se dirigía a ella con deferencia. Por lo visto, la profesora Marchbanks estaba un poco sorda y contestaba a la profesora Umbridge en voz muy alta, teniendo en cuenta que sólo las separaba un palmo.

—¡Hemos tenido buen viaje, hemos tenido buen viaje, ya lo hemos hecho muchas veces! —decía con impaciencia—. ¡Bueno, últimamente no he tenido noticias de Dumbledore! —añadió, y escudriñó el vestíbulo como si albergara esperanzas de que éste apareciera de pronto del interior de un armario para guardar escobas—. Supongo que no tiene ni idea de dónde está.

—No, ni idea —contestó la profesora Umbridge, y lanzó una mirada asesina a Harry, Ron y Hermione, que se habían quedado al pie de la escalera de mármol mientras Ron fingía que se ataba los cordones de un zapato—. Pero me atrevería a decir que el Ministerio de la Magia dará con él muy pronto.

—¡Lo dudo! —gritó la diminuta profesora Marchbanks—. ¡No lo encontrarán si Dumbledore no quiere que lo encuentren! Se lo digo yo... Lo examiné personalmente en Transformaciones y Encantamientos cuando hizo sus ÉXTASIS... Hacía unas cosas con la varita que yo jamás había visto hacer.

—Sí, bueno... —balbuceó la profesora Umbridge mientras Harry, Ron y Hermione arrastraban los pies por la escalera con toda la parsimonia de que eran capaces—, déjeme que le enseñe la sala de profesores. Seguro que le apetece tomar una taza de té después de un viaje tan largo.

Fue una noche incómoda. Todo el mundo intentaba repasar un poco más en el último momento, aunque no parecía que nadie avanzara mucho. Harry se acostó temprano, pero permaneció despierto durante lo que a él le parecieron horas. Recordó su entrevista sobre orientación académica con la profesora McGonagall, y cómo ésta había afirmado, enfurecida, que lo ayudaría a ser Auror aunque eso fuera lo último que hiciera en la vida. Ahora que había llegado el momento de examinarse, lamentaba no haber dicho que tenía un objetivo más fácil de alcanzar. Sabía que no era el único que no podía conciliar el sueño, pero ninguno de sus compañeros de dormitorio comentaba nada, y al final, uno a uno, se fueron quedando dormidos.

Al día siguiente tampoco ningún alumno de quinto curso habló demasiado durante el desayuno. Parvati practicaba conjuros por lo bajo mientras el salero que tenía delante daba sacudidas; Hermione releía Últimos avances en encantamientos a tal velocidad que sus ojos se veían borrosos; y Neville no paraba de dejar caer su tenedor y su cuchillo y de volcar el tarro de mermelada de naranja.

Cuando terminó el desayuno, los alumnos de quinto y de séptimo se congregaron en el vestíbulo mientras los demás estudiantes subían a sus aulas; entonces, a las nueve y media, los llamaron clase por clase para que entraran de nuevo en el Gran Comedor, que entonces ofrecía el mismo aspecto que Harry había visto en el pensadero cuando su padre, Sirius y Snape hacían sus TIMOS; habían retirado las cuatro mesas de las casas y en su lugar habían puesto muchas mesas individuales, encaradas hacia la de los profesores, desde donde los miraba la profesora McGonagall, que permanecía de pie. Cuando todos se hubieron sentado y se hubieron callado, la profesora McGonagall dijo:

—Ya podéis empezar. —Y dio la vuelta a un enorme reloj de arena que había sobre la mesa que tenía a su lado, en la que también había plumas, tinteros y rollos de pergamino de repuesto.

Harry, a quien el corazón le latía muy deprisa, le dio la vuelta a su hoja (tres filas hacia la derecha y cuatro asientos hacia delante, Hermione ya había empezado a escribir) y leyó la primera pregunta: a) Nombre el conjuro para hacer volar un objeto, b) Describa el movimiento de varita que se requiere.

Harry recordó fugazmente cómo un garrote se elevaba y caía produciendo un fuerte ruido sobre la dura cabeza de un trol... Sonriendo, se inclinó sobre el papel y empezó a escribir.

 

—Bueno, no ha estado del todo mal, ¿verdad? —comentó Hermione en el vestíbulo, nerviosa, dos horas más tarde. Todavía llevaba en la mano la hoja con las preguntas del examen—. Aunque no creo que me haya hecho justicia en encantamientos regocijantes[443], no tuve suficiente tiempo. ¿Habéis puesto el contraencantamiento del hipo? Yo no estaba segura de si debía ponerlo, me parecía excesivo... Y en la pregunta número veintitrés...

—No seas pesada, Hermione —dijo Ron severamente—, sabes de sobra que no nos gusta repasar todas las preguntas, ya tenemos bastante con responderlas una vez. Los alumnos de quinto comieron con el resto de los estudiantes (las cuatro mesas de las casas habían vuelto a aparecer a la hora de la comida) y luego entraron en masa en la pequeña cámara[444] que había junto al Gran Comedor, donde tenían que esperar a que los avisaran para hacer el examen práctico. Los llamaban en reducidos grupos y por orden alfabético; los que se quedaban atrás murmuraban conjuros y practicaban movimientos de varita, metiéndosela de vez en cuando los unos a los otros en un ojo o dándose con ella golpes en la espalda sin querer.

Por fin llamaron a Hermione, quien, temblorosa, salió de la cámara con Anthony Goldstein, Gregory Goyle y Daphne Greengrass. Los alumnos que ya se habían examinado no regresaban a esa sala, así que Harry y Ron no supieron cómo le había ido a su amiga.

—Seguro que lo hace bien. ¿Te acuerdas de cuando sacó un ciento doce por ciento en un examen de Encantamientos? —dijo Ron.

Diez minutos más tarde, el profesor Flitwick llamó a: «Parkinson, Pansy; Patil, Padma; Patil, Parvati; Potter, Harry.»

—Buena suerte —le deseó Ron por lo bajo. Harry entró en el Gran Comedor asiendo tan fuerte su varita que le temblaba la mano.

—El profesor Tofty está libre, Potter —le indicó con su voz chillona el profesor Flitwick, que se hallaba de pie junto a la puerta. Y señaló al examinador más anciano y más calvo, que estaba sentado detrás de una mesita, en un rincón alejado, a escasa distancia de la profesora Marchbanks, quien por su parte examinaba a Draco Malfoy.

—Potter, ¿verdad? —preguntó el profesor Tofty consultando sus notas, y miró a Harry por encima de sus quevedos al verlo acercarse—. ¿El famoso Potter?

Con el rabillo del ojo Harry vio claramente cómo Malfoy le lanzaba una mirada mordaz; la copa de vino que éste estaba haciendo levitar cayó al suelo y se hizo añicos.

Harry no pudo contener una sonrisa; a su vez, el profesor Tofty le sonrió como si quisiera animarlo.

—Eso es —dijo con su temblorosa voz—, no tienes por qué ponerte nervioso. Bueno, me gustaría que cogieras esta huevera y le hicieras dar unas cuantas volteretas.

Harry salió del examen con la impresión de que, en general, lo había hecho bastante bien. El encantamiento levitatorio le salió mucho mejor que a Malfoy, aunque lamentaba haber confundido el encantamiento de cambio de color con el de crecimiento, haciendo que la rata que tenía que poner de color naranja se hinchara de forma asombrosa hasta alcanzar el tamaño de un tejón, antes de que pudiera rectificar su error. Se alegró de que en ese momento Hermione no estuviera en el comedor, y después no se lo comentó. En cambio, a Ron podía explicárselo; por su parte, Ron había logrado que un plato se convirtiera en una enorme seta[445] y no tenía ni idea de cómo había pasado.

Aquella noche no tuvieron tiempo para relajarse; después de cenar, subieron directamente a la sala común y se pusieron a repasar para el examen de Transformaciones que tenían al día siguiente. Harry fue a acostarse con la cabeza llena de complicados ejemplos y teorías de hechizos.

Por la mañana, Harry olvidó la definición de hechizo permutador en su examen escrito, pero le pareció que el examen práctico habría podido irle mucho peor. Al menos consiguió hacer desaparecer por completo su iguana mediante un hechizo desvanecedor, en tanto que la pobre Hannah Abbott, que se examinaba en la mesa de al lado, perdía el control y convertía su hurón en una bandada de flamencos. Tuvieron que interrumpir los exámenes durante diez minutos hasta que capturaron a todas las aves y las desalojaron del comedor.

El miércoles hizo el examen de Herbología (si no tenía en cuenta el pequeño mordisco que recibió de un geranio colmilludo, Harry creía que lo había hecho muy bien), y luego, el jueves, Defensa Contra las Artes Oscuras. Aquel día Harry se convenció por primera vez de que había aprobado. No tuvo ninguna dificultad con las preguntas escritas, y durante el examen práctico disfrutó especialmente realizando los contraembrujos y los hechizos defensivos delante de la profesora Umbridge, que lo miraba con frialdad desde cerca de las puertas que daban al vestíbulo.

—¡Bravo! —exclamó el profesor Tofty, que volvía a examinar a Harry, cuando éste realizó a la perfección un hechizo repulsor de boggarts—. ¡Excelente! Bueno, creo que eso es todo, Potter... A menos que... —El hombre se inclinó un poco hacia delante—. Mi buen amigo Tiberius Ogden me ha dicho que sabes hacer un Patronus. Si quieres subir la nota...

Harry alzó su varita, miró directamente a la profesora Umbridge y se imaginó que la echaban del colegio.


Date: 2015-12-11; view: 432


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