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La locura del señor Crouch 5 page

—Lo comprendo perfectamente —lo tranquilizó Dum­bledore. Levantó la vasija, la llevó a su escritorio, la puso sobre la superficie pulida y se sentó en la silla detrás de la mesa. Con una seña, le indicó a Harry que tomara asiento enfrente de él.

Harry lo hizo, sin dejar de mirar la vasija de piedra. El contenido había vuelto a su estado original, blanco platea­do, y se arremolinaba y agitaba bajo su atenta mirada.

—¿Qué es? —preguntó con voz temblorosa.

—¿Esto? Se llama pensadero —explicó Dumbledore—. A veces me parece, y estoy seguro de que tú también conoces esa sensación, que tengo demasiados pensamientos y re­cuerdos metidos en el cerebro.

—Eh... —dijo Harry, que en realidad no podía decir que hubiera sentido nunca nada parecido.

—En esas ocasiones —siguió Dumbledore, señalan­do la vasija de piedra— uso el pensadero: no hay más que abrir el grifo de los pensamientos que sobran, verterlos en la vasija y examinarlos a placer. Es más fácil descubrir las pautas y las conexiones cuando están así, ¿me entien­des?

—¿Quiere decir que esas cosas son sus pensamientos? —preguntó Harry, observando la sustancia blanca que gi­raba en la vasija.

—Eso es —asintió Dumbledore—. Déjame que te lo muestre.

Dumbledore sacó la varita de la túnica y apoyó la punta en el canoso pelo de su sien. Al separar la varita, el pelo pa­recía haberse pegado a la punta, pero luego Harry se dio cuenta de que era una hebra brillante de la misma extraña sustancia plateada que había en el pensadero. Dumbledore añadió a la vasija aquel nuevo pensamiento, y Harry, ano­nadado, vio su propia cara en la superficie de la vasija.

Dumbledore colocó sus largas manos a cada lado del pensadero y lo movió de forma parecida a un buscador de oro que buscara pepitas... y Harry vio que su cara se trans­mutaba paulatinamente en la de Snape, que abría la boca y se dirigía al techo con una voz que resonaba ligeramen­te:

—Está volviendo... y la de Karkarov también... mas in­tensa y más clara que nunca...

—Una conexión que yo podría haber hecho sin ayuda —dijo Dumbledore suspirando—, pero no importa. —Miró por encima de sus gafas de media luna a Harry, que a su vez miraba con la boca abierta cómo Snape seguía moviéndose en la superficie de la vasija—. Estaba utilizando el pensa­dero cuando llegó el señor Fudge a nuestra cita, y lo guardé apresuradamente. Supongo que no dejé bien cerrado el ar­mario. Es lógico que atrajera tu atención.

—Lo siento —murmuró Harry.

Dumbledore movió la cabeza a los lados.

—La curiosidad no es pecado —replicó— Pero tenemos que ser cautos con ella, claro...



Frunciendo el entrecejo ligeramente, tocó con la punta de la varita los pensamientos que había en la vasija. Al ins­tante surgió una chica rolliza y enfurruñada de unos dieci­séis años, que empezó a girar despacio, con los pies en la vasija. No vio ni a Harry ni al profesor Dumbledore. Al ha­blar, su voz resonaba como la de Snape, como si llegara de las profundidades de la vasija de piedra:

—Me echó un maleficio, profesor Dumbledore, y sólo le estaba tomando un poco el pelo, señor. Sólo le dije que lo ha­bía visto el jueves besándose con Florence detrás de los in­vernaderos...

—Pero ¿por qué, Bertha? —dijo con tristeza Dumbledo­re, mirando a la chica que seguía dando vueltas, en aquel momento en silencio—. Para empezar, ¿por qué tenías que seguirlo?

—¿Bertha? —susurró Harry, mirándola—. ¿Ésa es... ésa era Bertha Jorkins?

—Sí —contestó Dumbledore, volviendo a tocar con la varita los pensamientos de la vasija; Bertha se hundió nuevamente en ellos, y la sustancia recuperó su aspecto opaco y plateado—. Era Bertha en el colegio, tal como la recuerdo.

La luz plateada del pensadero iluminaba el rostro de Dumbledore, y a Harry le sorprendió de repente ver lo vie­jo que parecía. Sabía, naturalmente, que Dumbledore estaba entrado en años, pero nunca pensaba en él como un viejo.

—Bueno, Harry —dijo Dumbledore en voz baja—, an­tes de que te perdieras entre mis pensamientos, querías de­cirme algo.

—Si. Profesor... yo estaba en clase de Adivinación, y... eh... me dormí.

Dudó, preguntándose si iba a recibir una regañina, pero Dumbledore sólo dijo:

—Lo puedo entender. Prosigue.

—Bueno, y soñé. Un sueño sobre lord Voldemort. Esta­ba torturando a Colagusano... ya sabe usted...

—Sí, lo conozco —dijo Dumbledore enseguida—. Conti­núa.

—A Voldemort le llegó una carta por medio de una le­chuza. Dijo algo como que el error garrafal de Colagusano había quedado reparado. Dijo que había muerto alguien. Y luego dijo que Colagusano no tendría que servir de ali­mento a la serpiente (había una serpiente al lado del sillón). Dijo... dijo que, en vez de a él, la serpiente podría comerme a mí. Luego utilizó contra Colagusano la maldición crucia­tus... y la cicatriz empezó a dolerme. Me desperté porque el dolor era muy fuerte.

Dumbledore simplemente lo miró.

—Eh... eso es todo —concluyó Harry.

—Ya veo —respondió Dumbledore en voz baja—. Ya veo. ¿Te había vuelto a doler la cicatriz este curso alguna vez, aparte de cuando lo hizo en verano?

—No, no me... ¿Cómo sabe usted que me desperté este verano con el dolor de la cicatriz? —preguntó Harry, sor­prendido.

—Tú no eres el único que se cartea con Sirius —explicó Dumbledore—. Yo también he estado en contacto con él des­de que salió el año pasado de Hogwarts. Fui yo quien le su­girió la cueva de la ladera de la montaña como el lugar más seguro para esconderse.

Dumbledore se levantó y comenzó a pasear por detrás del escritorio. De vez en cuando se ponía en la sien la punta de la varita, se sacaba otro pensamiento brillante y plateado, y lo echaba al pensadero. Dentro de éste, los pensamientos empezaron a girar tan rápido que Harry no podía distinguir nada: no era más que un borrón de colores.

—Profesor... —lo llamó después de un par de minutos.

Dumbledore dejó de pasear y miró a Harry.

—Disculpa —dijo, y volvió a sentarse tras el escrito­rio.

—¿Sabe por qué me duele la cicatriz?

Dumbledore lo observó en silencio durante un momento antes de responder.

—Tengo una teoría, nada más... Me da la impresión de que te duele la cicatriz tanto cuando Voldemort está cerca de ti como cuando a él lo acomete un acceso de odio especial­mente intenso.

—Pero... ¿por qué?

—Porque tú y él estáis conectados por una maldición malograda —explicó Dumbledore—. Eso no es una cicatriz ordinaria.

—¿Y piensa que ese sueño... sucedió de verdad?

—Es posible —admitió Dumbledore—. Diría que proba­ble. ¿Viste a Voldemort, Harry?

—No. Sólo la parte de atrás del asiento. Pero... no ha­bría nada que ver, ¿verdad? Quiero decir que... no tiene cuerpo, ¿o sí? Pero... pero entonces, ¿cómo pudo sujetar la varita? —dijo Harry pensativamente.

—Buena pregunta —murmuró Dumbledore—. Buena pregunta...

Ni Harry ni Dumbledore hablaron durante un rato. Dumbledore tenía la vista fija en el otro lado del despacho, y de vez en cuando se ponía la punta de la varita en la sien y añadía otro pensamiento brillante y plateado a la sustancia en continuo movimiento del pensadero.

—Profesor —dijo Harry al fin—, ¿cree que está cobran­do fuerzas?

—¿Voldemort? —Dumbledore miró a Harry por encima del pensadero. Era la misma mirada característica y pene­trante que le había dirigido en otras ocasiones, y a Harry siempre le daba la impresión de que el director veía a través de él, de una manera en que ni siquiera podía hacerlo el ojo mágico de Moody—. Una vez más, Harry, me temo que sólo puedo hacer suposiciones.

Dumbledore volvió a suspirar, y de pronto pareció más viejo y más débil que nunca.

—Los años del ascenso de Voldemort estuvieron sal­picados de desapariciones —explicó—. Ahora Bertha Jor­kins ha desaparecido sin dejar rastro en el lugar en que Voldemort fue localizado por última vez. El señor Crouch también ha desaparecido... en estos mismos terrenos. Y ha habido una tercera desaparición, que el Ministerio, lamen­to tener que decirlo, no considera de importancia porque es la de un muggle. Se llama Frank Bryce; vivía en la aldea donde se crió el padre de Voldemort, y no se lo ha visto des­de finales de agosto. Como ves, leo los periódicos muggles, cosa que no hacen mis amigos del Ministerio. —Dumbledo­re miró a Harry muy serio—. Creo que estas desapariciones están relacionadas, pero el ministro no está de acuerdo conmigo, como tal vez notaras cuando esperabas a la puerta.

Harry asintió con la cabeza. Volvieron a quedarse en silencio, y Dumbledore, de vez en cuando, se sacaba de la cabeza un pensamiento. Harry pensó que quizá debía mar­charse, pero la curiosidad lo retuvo en la silla.

—Profesor... —repitió.

—¿Sí, Harry?

—Eh... ¿puedo preguntarle por... esos juicios que pre­sencié en el pensadero?

—Puedes —contestó Dumbledore apesadumbrado—. Asistí a muchos juicios, pero algunos regresan a mi memo­ria con más claridad que otros... especialmente ahora...

—¿Recuerda... recuerda el juicio en que me encontró?, ¿el del hijo de Crouch? Bien... ¿se referían a los padres de Neville?

Dumbledore dirigió a Harry una mirada penetrante.

—¿No te ha contado nunca Neville por qué lo ha criado su abuela? —inquirió el director.

Harry negó con la cabeza, preguntándose por qué nun­ca había hablado con Neville del tema en los casi cuatro años que hacía que se conocían.

—Sí, se referían a los padres de Neville —admitió Dum­bledore—. Su padre, Frank, era un auror, igual que el profe­sor Moody. Él y su mujer fueron torturados para sacarles información sobre el paradero de Voldemort después de que éste perdió su poder, tal como oíste.

—Entonces, ¿están muertos? —preguntó Harry en voz baja.

—No —respondió Dumbledore, con una amargura en la voz que nunca antes había notado Harry—, están lo­cos. Se encuentran los dos en el Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas. Creo que Neville va a visitarlos, con su abuela, durante las vacaciones. No lo reconocen.

Harry se quedó horrorizado. No sabía... Nunca, en cua­tro años, se había preocupado por averiguar...

—Los Longbottom eran muy queridos —prosiguió Dumbledore—. El ataque contra ellos fue posterior a la caí­da de Voldemort, cuando todo el mundo se sentía ya a salvo. Aquello provocó una oleada de furia como no he conocido nunca. El Ministerio se sintió muy presionado para captu­rar a los culpables. Por desgracia, y dada la condición en que se encontraban los Longbottom, su declaración no era de fiar.

—O sea ¿que el hijo del señor Crouch podría haber sido inocente? —dijo Harry pensativamente.

—En cuanto a eso, no tengo ni idea.

Harry se quedó callado una vez más, observando el mo­vimiento de la sustancia del pensadero. Había otras dos preguntas que rabiaba por hacer, pero atañían a la culpabilidad de personas que estaban vivas.

—Eh —dijo—, el señor Bagman...

—Nadie lo ha vuelto a acusar de ninguna actividad te­nebrosa —contestó Dumbledore con su voz impasible.

—Bien —dijo Harry apresuradamente, volviendo a ob­servar el contenido del pensadero, que giraba más despacio porque Dumbledore había dejado de añadir pensamien­tos—. Y... eh...

Pero el pensadero parecía estar haciendo la pregunta por él. El rostro de Snape volvía a flotar en la superficie. Dumbledore lo miró, y luego levantó la vista hacia Harry.

—Tampoco al profesor Snape —respondió.

Harry miró los ojos de color azul claro de Dumbledore, y lo que realmente quería saber le salió de la boca antes de que pudiera evitarlo:

—¿Qué le hizo pensar que Snape había dejado de apo­yar a Voldemort, profesor?

Dumbledore aguantó durante unos segundos la mirada de Harry, y luego dijo:

—Eso, Harry, es un asunto entre el profesor Snape y yo.

Harry comprendió que la entrevista había concluido. Dumbledore no parecía enfadado, pero el tono terminante de su voz daba a entender que era el momento de irse. Se le­vantó, y lo mismo hizo Dumbledore.

—Harry —lo llamó cuando éste se hubo acercado a la puerta—, por favor, no digas a nadie lo de los padres de Ne­ville. Tiene derecho a contarlo él, cuando esté preparado.

—Sí, profesor —respondió, volviéndose para salir.

—Y...

Harry miró atrás.

Dumbledore estaba sobre el pensadero, con la cara ilu­minada desde abajo por la luz plateada, y parecía más viejo que nunca. Miró por un momento a Harry, y le dijo:

—Buena suerte en la tercera prueba.

 

 

La tercera prueba

 

 

—¿También Dumbledore cree que Quien-tú-sabes está re­cuperando fuerzas? —murmuró Ron.

Harry ya había hecho partícipes a Ron y Hermione de todo cuanto había visto en el pensadero y de casi todo lo que Dumbledore le había dicho y mostrado después. Y, natural­mente, también había hecho partícipe a Sirius, a quien había enviado una lechuza en cuanto salió del despacho de Dumble­dore. Aquella noche los tres volvieron a quedarse hasta tarde hablando de todas esas cosas en la sala común, hasta que a Harry empezó a darle vueltas la cabeza y comprendió a qué se refería Dumbledore cuando le había dicho que tenía tantos pensamientos en la cabeza que resultaba un alivio sacarlos.

Ron miraba la chimenea. A Harry le pareció que su amigo temblaba un poco, aunque la noche era cálida.

—¿Y confía en Snape? —preguntó Ron—. ¿De verdad confía en Snape, aunque sabe que fue un mortífago?

—Sí —respondió Harry.

Hermione llevaba diez minutos sin hablar. Estaba sen­tada con la frente apoyada en las manos y mirando al suelo. A Harry se le ocurrió que también a ella le hubiera sido útil un pensadero.

—Rita Skeeter —murmuró al final.

—¿Cómo puedes preocuparte ahora por ella? —exclamó Ron, sin dar crédito a sus oídos.

—No me preocupo por ella —dijo Hermione sin dejar de mirar al suelo—. Sólo estoy pensando... ¿Recordáis lo que me dijo en Las Tres Escobas? «Yo sé cosas sobre Ludo Bag­man que te pondrían los pelos de punta...» Supongo que se refería a eso. Ella hizo la crónica del juicio, sabía que les ha­bía pasado información a los mortífagos. Y Winky también lo sabía, ¿os acordáis? «¡El señor Bagman es un mago malo!» Seguro que el señor Crouch se puso furioso cuando lo deja­ron en libertad y lo comentó en su casa.

—Ya, pero Bagman no pasó la información a sabiendas, ¿o sí?

Hermione se encogió de hombros.

—¿Y Fudge cree que Madame Máxime atacó a Crouch? —preguntó Ron, volviéndose hacia Harry.

—Sí —repuso Harry—, pero sólo porque Crouch desa­pareció junto al carruaje de Beauxbatons.

—Nosotros nunca sospechamos de ella —comentó Ron pensativo—. Tiene sangre de gigante, y no quiere admi­tirlo...

—Claro que no quiere admitirlo —dijo Hermione brus­camente, levantando la mirada—. Mira lo que le pasó a Ha­grid cuando Rita se enteró de lo de su madre. Mira a Fudge, llegando a rápidas conclusiones sobre ella, sólo porque es semigigante. ¿Para qué iba a querer que lo supieran?, ¿para hacerse víctima de ese tipo de prejuicios? En su lugar, sa­biendo lo que me esperaba por decir la verdad, también yo diría que tengo el esqueleto grande. —De pronto Hermione miró el reloj y exclamó asustada—: ¡No hemos practicado nada! ¡Tendríamos que haber preparado el embrujo obsta­culizador! ¡Mañana tendremos que ponernos a ello muy en serio! Vamos, Harry, tienes que dormir.

Harry y Ron subieron despacio al dormitorio. Al poner­se el pijama, Harry miró la cama de Neville. Fiel a la pala­bra que le había dado a Dumbledore, no había contado a Ron ni a Hermione nada sobre los padres de Neville. Mien­tras se quitaba las gafas y se metía en la cama adoselada, se imaginó cómo sería tener unos padres aún vivos pero inca­paces de reconocer a su hijo. A menudo él inspiraba conmi­seración por ser huérfano, pero mientras escuchaba los ronquidos de Neville pensó que éste se la merecía más. Allí acostado, a oscuras, Harry sintió un acceso de ira y odio con­tra los que habían torturado al señor y la señora Longbot­tom. Recordó los insultos de la multitud mientras el hijo de Crouch y sus compañeros eran retirados de la sala por los dementores... y comprendió cómo se sentía la gente. Luego recordó las súplicas del muchacho y su cara blanca como la leche, y con un estremecimiento pensó que había muerto un año más tarde...

Era Voldemort, se dijo Harry mirando en la oscuridad el dosel de su cama, todo era culpa de Voldemort: él había roto aquellas familias y arruinado todas aquellas vidas...

 

 

Ron y Hermione tenían que estudiar para los exámenes, que terminarían el día de la tercera prueba, pero gastaban la mayor parte de sus energías en ayudar a Harry a prepararse.

—No te preocupes por nosotros —le dijo Hermione, cuando Harry se lo hizo ver y les aseguró que no le importa­ba entrenarse él solo por un rato—. Al menos tendremos so­bresaliente en Defensa Contra las Artes Oscuras: en clase nunca habríamos aprendido tantos maleficios.

—Es un buen entrenamiento para cuando seamos auro­res —comentó Ron entusiasmado, utilizando el embrujo obstaculizador contra una avispa que acababa de entrar en el aula, que quedó paralizada en pleno vuelo.

Al empezar junio, volvieron la excitación y el nerviosis­mo al castillo. Todos esperaban con impaciencia la tercera prueba, que tendría lugar una semana antes de fin de cur­so. Harry aprovechaba cualquier momento para practicar los maleficios, y se sentía más confiado ante aquella prueba que ante las anteriores. Aunque indudablemente sería difícil y peligrosa, Moody tenía razón: él ya se las había apaña­do en ocasiones anteriores con engendros monstruosos y barreras encantadas, y por lo menos aquella vez lo sabía de antemano y tenía posibilidades de prepararse para lo que le esperaba.

Harta de pillarlos por todas partes, la profesora McGo­nagall había dado permiso a Harry para usar el aula vacía de Transformaciones durante la hora de comer. No tardó en do­minar el embrujo obstaculizador, un conjuro que servía para detener a los atacantes; la maldición reductora, que le permi­tiría apartar de su camino objetos sólidos, y el encantamiento brújula, un útil descubrimiento de Hermione que haría que la varita señalara justo hacia el norte y, por lo tanto, le per­mitiría comprobar si iba en la dirección correcta hacia el cen­tro del laberinto. Sin embargo, seguía teniendo problemas con el encantamiento escudo. Se suponía que creaba alrede­dor del que lo conjuraba un muro temporal e invisible capaz de desviar maldiciones no muy potentes, pero Hermione lo­gró romperlo con un embrujo piernas de gelatina bien lanza­do. Harry anduvo tambaleándose durante diez minutos por el aula antes de que ella diera con el contramaleficio.

—Pero si lo estás haciendo estupendamente —lo animó Hermione, comprobando la lista y tachando los encanta­mientos que ya tenían bien aprendidos—. Algunos de éstos te pueden ir muy bien.

—Venid a ver esto —dijo Ron desde la ventana. Estaba observando los terrenos del colegio—. ¿Qué estará haciendo Malfoy?

Fueron a ver. Malfoy, Crabbe y Goyle estaban abajo, a la sombra de un árbol. Los dos últimos sonreían de satisfac­ción, al parecer vigilando algo, mientras Malfoy hablaba cu­briéndose la boca con la mano.

—Parece como si estuviera usando un walkie-talkie —comentó Harry intrigado.

—Es imposible —repuso Hermione—. Os lo he dicho: ese tipo de aparatos no funcionan en Hogwarts. Vamos, Harry —añadió enérgicamente, dejando la ventana y volviendo al centro del aula—, repitamos el encantamiento escudo.

 

 

Por aquellos días, Sirius les enviaba lechuzas a diario. Al igual que Hermione, parecía que su interés primordial era ayudar a que Harry pasara la tercera prueba, antes de preocuparse por otros asuntos. En cada carta le recordaba que, ocurriera lo que ocurriera fuera de los muros de Hog­warts, ni era asunto suyo, ni podía hacer nada al respecto.

 

Si Voldemort está realmente recobrando fuerzas —escribía—, lo primero para mí es tu seguridad. No te puede ponerlas manos encima mientras estés bajo la protección de Dumbledore; pero, aun así, es mejor no arriesgarse: entrénate para el laberinto, y luego ya nos ocuparemos de otros asuntos.

 

Harry fue poniéndose más nervioso conforme se acerca­ba el 24 de junio, pero no tanto como ante las dos pruebas anteriores: por un lado, tenía la confianza de que, esta vez, había hecho cuanto estaba en su mano para prepararse para la prueba; por otro, aquél era el último tramo, y, lo hi­ciera bien o mal, el Torneo iba a finalizar, lo que sería un gran alivio.

 

 

El desayuno fue muy bullicioso en la mesa de Gryffindor la mañana de la tercera prueba. Las lechuzas llevaron a Harry una tarjeta de Sirius para desearle buena suerte. No era más que un trozo de pergamino doblado con la huella de una pata de perro, pero Harry la agradeció de todas maneras. Llegó una lechuza para Hermione llevándole su acostumbrado ejemplar de El Profeta. Lo desplegó, miró la primera página y escupió sin querer el zumo de calabaza que tenía en la boca.

—¿Qué...? —preguntaron al mismo tiempo Harry y Ron, mirándola.

—Nada —se apresuró a contestar ella, intentando reti­rar el periódico de la vista. Pero Ron lo cogió.

Miró el titular, y dijo:

—No puede ser. Hoy no. Esa vieja rata...

—¿Qué? —preguntó Harry—. ¿Otra vez Rita Skeeter?

—No —dijo Ron, e, igual que había hecho Hermione, in­tentó retirar el periódico.

—Es sobre mí, ¿verdad?

—No —contestó Ron, en un tono nada convincente.

Pero, antes de que Harry pudiera pedirles el periódico, Draco Malfoy gritó desde la mesa de Slytherin:

—¡Eh, Potter! ¿Qué tal te encuentras? ¿Te sientes bien? ¿Estás seguro de que no te vas a poner furioso con nosotros?

También Malfoy tenía en la mano un ejemplar de El Profeta. A lo largo de la mesa, los de Slytherin se reían y se volvían en las sillas para ver cómo reaccionaba Harry.

—Déjame verlo —le dijo Harry a Ron—. Dámelo.

A regañadientes, Ron le entregó el periódico. Harry le dio la vuelta y vio su propia fotografía bajo un titular muy destacado:

 

HARRY POTTER, «TRASTORNADO Y PELIGROSO»

 

El muchacho que derrotó a El-que-no-debe-ser-nombrado es inestable y probablemente peligroso, escribe Rita Skeeter, nuestra corresponsal espe­cial. Recientemente han salido a la luz evidencias alarmantes del extraño comportamiento de Harry Potter que arrojan dudas sobre su idoneidad para competir en algo que exige tanto de sus participan­tes como el Torneo de los tres magos, e incluso para estudiar en Hogwarts.

Potter, como revela en exclusiva El Profeta, pierde el conocimiento con frecuencia en las clases, y a menudo se le oye quejarse de que le duele la cicatriz que tiene en la frente, vestigio de la maldición con la que Quien-ustedes-saben intentó matarlo. El pasado lunes, en medio de una clase de Adivina­ción, nuestra corresponsal de El Profeta presenció que Potter salía de la clase como un huracán, gri­tando que la cicatriz le dolía tanto que no podía se­guir estudiando.

Es posible (nos dicen los máximos expertos del Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas) que la mente de Potter quedara afectada por el ataque infligido por Quien-ustedes-saben, y que la insistencia en que la cicatriz le sigue doliendo sea expresión de una alteración arraigada en lo más profundo del cerebro.

«Podría incluso estar fingiendo —ha dicho un especialista—. Podría tratarse de una manera de reclamar atención.»

Pero El Profeta ha descubierto hechos preocupantes relativos a Harry Potter que el director de Hogwarts, Albus Dumbledore, ha ocultado cuidadosamente a la opinión pública del mundo mágico.

«Potter habla la lengua pársel —nos revela Draco Malfoy, un alumno de cuarto curso de Hog­warts—. Hace dos años hubo un montón de ataques contra alumnos, y casi todo el mundo pensaba que Potter era el culpable después de haberlo visto per­der los estribos en el club de duelo y arrojarle una serpiente a otro compañero. Pero lo taparon todo. También ha hecho amistad con hombres lobo y con gigantes. En nuestra opinión, sería capaz de cual­quier cosa por conseguir un poco de poder.»

La lengua pársel, con la que se comunican las serpientes, se considera desde hace mucho tiempo un arte oscura. De hecho, el hablante de pársel más famoso de nuestros tiempos no es otro que el mismí­simo Quien-ustedes-saben. Un miembro de la Liga para la Defensa contra las Fuerzas Oscuras, que no desea que su nombre aparezca aquí, asegura que consideraría a cualquier mago capaz de hablar en pársel «sospechoso a priori: personalmente, no me fiaría de nadie que hablara con las serpientes, ya que éstas son frecuentemente utilizadas en los peores tipos de magia tenebrosa y están tradicionalmente relacionadas con los malhechores». De forma semejante, añadió: «Cualquiera que busque la compañía de engendros tales como gigantes y hombres lobo parece revelar una atracción por la violencia.»

Albus Dumbledore debería tal vez considerar si es adecuado que un muchacho como éste compita en el Torneo de los tres magos. Hay quien teme que Potter pueda recurrir a las artes oscuras en su afán por ganar el Torneo, cuya tercera prueba tendrá lugar esta noche.


Date: 2015-12-11; view: 487


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