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PARA AQUELLOS QUE ESPERAN

-Conque de aeromodelismo.

-Ajá.

-¿Por alguna razón en particular?

-Simple curiosidad.

-Mira, Mister Duck, acabamos de enterrar a Sten. Sal estuvo formidable. Vamos a celebrar el Tet, del que no me has dicho una palabra, y...

-Spitfire -dijo en tono de impaciencia, dándose la vuelta de lado para mirarme a la cara-. Messerschmitt. ¿Armaste esos modelos?

-Sí -respondí, mirándolo.

-¿Hurricane?

-También.

-¿Bombarderos Lancaster? ¿Lysander? ¿Mosquitos?

-Creo que una vez armé un Lysander.

-Hum. ¿Algún reactor?

-No -contesté, aceptando lo irremediable-. Nunca me gustaron los reactores.

-A mí tampoco. ¡Qué curioso! Nada de reactores... Ni buques, tanques, camiones...

-Ni helicópteros. Eran una pesadilla, y mira que lo siento, porque siempre me gustaron mucho.

-Naturalmente.

-Era por las aspas.

-Esas putas hélices... Siempre se venían abajo antes de que se secara el pegamento.

Guardé silencio. Un ligero cosquilleo me había advertido de la presencia de una hormiga que se paseaba por mi vientre. Tardé un par de segundos en encontrarla, atrapada como estaba entre los pelos. Me chupé un dedo y la atrapé pringándola en la saliva.

-Muy difícil -dije tras arrojar a un lado la hormiga.

Un brillo travieso apareció en los ojos de Mister Duck.

-Así que no se te daba bien el aeromodelismo.

-Yo no he dicho eso.

-De acuerdo. ¿Eras bueno?

-Pues... -Vacilé, sí, lo era.

-¿Nunca te hacías un lío? Demasiado pegamento, piezas que no ajustan como deberían, huecos inesperados en el punto donde las alas se insertan en el fuselaje o al encajar las dos mitades del tren de aterrizaje... Venga, sé sincero.

-Bueno... Sí... Esas cosas solían pasarme.

-A mí también. Me sacaban de quicio. Me ponía a trabajar con la mejor de las intenciones, ponía todo mi empeño en hacerlo a la perfección, pero casi nunca lo conseguía. -Rió entre dientes-. Y al final siempre me encontraba con el mismo problema.

-¿Cuál?

-Qué hacer con aquel desastre. Había un tipo que construía unos modelos perfectos y los colgaba del techo con un hilo. Pero yo no quería colgar los modelos que hacía. ¿Cómo iba a exhibirlos con todas las rebabas del pegamento? ¡Menuda vergüenza!

-Sé a qué te refieres.

-Estaba seguro.

Mister Duck se tumbó en la hierba muy satisfecho, con las manos detrás de la cabeza. Una mariposa pasó volando por su lado. Era grande, con unas franjas alargadas en las alas, que terminaban en unos brillantes círculos azules, como pequeñas plumas de pavo real. Levantó un dedo para ver si la mariposa se posaba, pero ella no le hizo caso y siguió volando por la ladera hacia la Zona Desmilitarizada.



-Bueno, Richard -añadió con voz relajada-. Dime qué hacías con esos modelos tan desastrosos.

-Me lo pasaba muy bien -repuse con una sonrisa.

-¿De veras? ¿Seguro que no te sacaban de quicio?

-Claro. Al principio me daban ataques de ira y terminaba a patadas con las sillas y soltando tacos como un loco, pero después compraba un poco de gasolina y los lanzaba por la ventana. O les hacía unos agujeros en el fuselaje para meter petardos y hacerlos estallar.

-¡Qué divertido!

-Ya lo creo.

-Quemar los modelos mal hechos...

-¿Tú no hacías lo mismo?

-Algo por el estilo. -Mister Duck cerró los ojos para protegerlos del sol-. Yo también quemaba los que me salían bien.

Debió de ser poco después del mediodía cuando me fijé en lo que hacían Zeph y Sammy. La charla me había distraído del trabajo, que era, quizá, lo que se pretendía. Tomé el sol, adormilado, durante un par de horas, recordando varios intentos de arreglar con plástico quemado mis descuidos en los modelos de Focke-Wulfs. Y habría seguido en ello si no hubiese sido porque Mister Duck me llamó la atención cuando decidió que debía hacerlo.

-Sal se va a poner de morros -comentó.

-¿Cómo? -exclamé, incorporándome.

-Que Sal no se va a poner muy contenta. De hecho, se va a poner de un humor de perros. Y entonces fruncirá el entrecejo... ¿Te has fijado de qué modo tan delicioso frunce el entrecejo?

-No. Pero ¿por qué motivo iba a cabrearse?

-¿Cómo es posible que no lo hayas advertido? Me encanta cuando se cabrea. Sus ojos echan chispas... ¿Crees que Sal es bonita?

-Pues...

-Yo creo que sí.

Lo miré por un instante y me eché a reír.

-Bueno, bueno. Te enamoraste de ella, ¿verdad?

-¿Enamorarme? -Se había puesto colorado-. Yo no diría eso. Éramos muy buenos amigos, nada más.

-Quieres decir que no te hacía caso.

-Lo único que te digo es que éramos muy buenos amigos.

Me reí más todavía.

-¿Nunca llegasteis...?

-Jamás hubo nada físico entre nosotros -me interrumpió, lanzándome una mirada algo aviesa-. Hay amigos, buenos amigos, que no necesitan de un contacto físico.

-Un amor no correspondido -gimoteé al tiempo que me enjugaba unas lágrimas imaginarias-. Ahora comprendo lo tuyo con Bugs.

-Bueno, tú eres el experto en amores no correspondidos.

-¿Perdón?

-¿No te dice nada el nombre de Françoise?

Aquello carecía de gracia.

-¿No te hacen chiribitas los ojos?

-Por favor. No tiene nada que ver. Para empezar, Françoise me hace caso. Y Bugs es un gilipollas, mientras que Étienne es un gran tipo, y ésa es, por cierto, la razón de que las cosas no vayan a más. No queremos herir sus sentimientos.

-Mmm.

-Vamos a dejarlo -dije, mirándolo con dureza-. Volvamos a lo nuestro.

-¿Qué es lo nuestro?

-Decías que Sal se va a poner de un humor de perros. ¿Por qué?

-Ah... Eso. -Me pasó los binoculares-. Por la balsa.

-¿La balsa? -Me arrastré hasta la cima de la atalaya, y estudié la playa a través de los binoculares. Estaba vacía-. No veo nada. ¿A qué te refieres?

-¿Adónde estás mirando? -dijo Mister Duck con toda tranquilidad.

-¡A la playa!

-Busca el hueco entre las palmeras.

-Ya lo tengo.

-Bien. Ahora desplázate hasta las seis en punto. A las seis o las siete.

Bajé lentamente los binoculares dejando atrás la playa y rastreando el mar.

-¿Das con ellos? -preguntó Mister Duck.

-¿Dónde? No veo na... -Tragué saliva-. ¡Mierda!

-Buen trabajo, ¿no te parece? Les ha costado lo suyo, pero finalmente lo han conseguido. -Suspiró mientras yo resollaba-. Dime la verdad, Rich, y no me vengas con bobadas: ¿crees que Sal se acuerda mucho de mí?

BIEN, GRACIAS

El descubrimiento de que Zeph y Sammy habían emprendido la marcha hacia nuestra isla me puso mucho más nervioso y me excitó menos de lo que había supuesto. Era una sensación confusa cuyo sentido aún trataba de explicarme cuando volví al campamento. De hecho, fue entonces cuando me sentí más perplejo.

Nada en el claro sugería que habíamos enterrado a Sten aquella misma mañana. El ambiente era más dominical que fúnebre. Unos cuantos jugaban al fútbol junto al barracón, Jesse y Cassie silbaban mientras tendían una ropa que habían lavado, Antihigiénix manipulaba su Gameboy mientras Keaty miraba por encima de su hombro, y Françoise... pues me sorprendió de veras. Estaba sentada con Étienne y Gregorio en el lugar que Bugs y los suyos habían ocupado hasta el día anterior. La suponía pendiente de Karl mientras brillase el sol, como había hecho desde el ataque del tiburón. No había que esforzarse mucho para ver que todos estaban allí y nadie se había quedado a hacerle compañía a Karl.

Por un lado, era reconfortante comprobar que, fuera cual fuese mi estado mental, aún podía percatarme de que todo aquello resultaba anormal. Y para confirmar que la conducta de mis compañeros era tan inadecuada como yo suponía, al pasar junto a Cassie me detuve para preguntarle cómo se encontraba. La escogí a ella porque, en primer lugar, estaba más cerca que los otros, pero también porque ése era el modo en que ella había estado incordiándome los días que siguieron a la intoxicación.

-Mmm -respondió sin dejar de tender ropa-. He estado peor.

-¿No te sientes triste?

-¿Lo dices por Sten? Oh, sí, desde luego que me siento triste. Aunque creo que el funeral nos ha venido muy bien. En mi opinión es un modo de enmarcarlo en el pasado, en perspectiva, ¿no te parece?

-Claro.

-Era tan difícil verlo así mientras estaba de cuerpo presente. -Y se echó a reír, algo confusa-. ¡Qué horror lo que estoy diciendo!

-Pero es verdad.

-Sí. Con el entierro nos hemos quitado un peso de encima. Mira cómo se ha aliviado la tensión que padecíamos... Pásame los pantalones, Jesse.

Jesse le pasó los pantalones.

-Y lo que dijo Sal también nos vino muy bien -señaló Cassie-. Necesitábamos que volviera a unirnos. Hemos comentado mucho las palabras de Sal. Estuvieron muy bien, ¿verdad?

El rostro de Jesse permanecía oculto detrás de una pila de camisetas mojadas, pero advertí que asentía.

-Sí -prosiguió Cassie en su vago y estimulante monólogo-. A Sal se le dan muy bien esta clase de cosas... Tiene carisma y... ¿Y qué me dices de ti, Richard? ¿Cómo estás?

-Estoy bien.

-Mmm -comentó, distraída-. Desde luego. Tú siempre lo estás, ¿no es así?

Dejé a Cassie y a Jesse un par de minutos después, tras una charla tan necia que no merecería la pena mencionarla si no hubiese sido porque su propia necedad constituía una prueba más de lo extraño que resultaba todo. El único momento en que estuve a punto de sacar de quicio a Cassie fue cuando pregunté por Karl y Christo. Al oírme dejó caer la camiseta que estaba a punto de tender, pero no lo hizo con la intención de que ese gesto dramático sirviera de respuesta, sino porque se le escurrió de las manos. Mucho más incongruente fue su reacción.

-¡Joder! -exclamó bruscamente.

Aquello era algo inusual en ella, pues casi nunca soltaba tacos. Ruborizada, levantó la camiseta, examinó el lugar donde el tejido húmedo se había manchado de polvo, y la tiró de nuevo al suelo.

-¡Joder! -repitió.

Lo dijo con tanta fuerza que se le escapó de entre los labios un salivazo que le mojó la mejilla. No me molesté en repetir la pregunta.

AGONÍA

Mientras cruzaba el claro me planteé a quién debía informar primero acerca de la balsa, si a Jed o a Sal. Según el reglamento, debía contárselo a ésta, pero como no teníamos reglamento, seguí el dictado de mi instinto y se lo fui a decir a Jed. Noté el mal olor en cuanto entré en la tienda hospital. Era un olor agridulce; agrio por los vómitos y dulce a causa de algo que no estaba tan claro.

-Terminas acostumbrándote -dijo Jed sin volverse hacia mí, por lo que no pudo ver el respingo que había dado. Quizá tan sólo advirtiese que había contenido la respiración-. No te vayas. Al cabo de dos minutos se hace bastante llevadero. Ya verás.

-No pensaba irme -repuse, subiéndome la camiseta para taparme la nariz y la boca.

-¿Me crees si te digo que no ha venido nadie en todo el día? Nadie. -Cuando me miró, no pude evitar un gesto de sorpresa al verle la cara. Estaba pagando un alto precio por su casi absoluta permanencia en aquella tienda. Aunque su bronceado aún era intenso (habrían sido necesarios más de cinco días para que desapareciese), la piel mostraba un tono grisáceo por debajo, como si se le hubiera descolorido la sangre-. Llevo oyéndolos ahí fuera desde las dos -murmuró—. Todos regresaron a esa hora, hasta los carpinteros, y se pusieron a jugar a fútbol.

-Los he visto.

-¡A jugar a fútbol! Sin preocuparse para nada de Christo.

-Bueno, después de la arenga de Sal todo el mundo piensa en volver a...

-Tampoco venían por aquí antes de la arenga de Sal... Pero si fuese ella la que estuviera aquí... Si fuese cualquier otro... Aparte de mí... -Titubeó, miró fijamente a Christo y se echó a reír-. No sé. Quizá me esté volviendo paranoico... Es todo tan raro. Ellos ahí fuera, jugando, y yo aquí, preguntándome por qué no muestran el menor interés...

Asentí con la cabeza, aunque apenas si prestaba atención a sus palabras. Era obvio que su confinamiento con Christo comenzaba a afectarle, y estaba claro que quería hablar de ello, pero yo tenía que decirle lo de la balsa. Sammy y Zeph atravesarían el brazo de mar entre las dos islas antes de que cayera la noche, según había calculado con Mister Duck de acuerdo con lo que habíamos tardado en cubrir a nado la misma distancia. Eso significaba que si a la mañana siguiente se disponían a cruzar la isla, era probable que llegasen a la playa por la tarde.

Un espasmo de Christo nos distrajo a los dos. Abrió los ojos por un instante, con la mirada extraviada, y una bilis negra le corrió por la comisura de los labios. A continuación se le hinchó el pecho, y perdió de nuevo la conciencia.

Jed le limpió la bilis con una sábana.

-Intento que no se mueva, pero es imposible... No sé qué hacer.

-¿Cuánto tiempo estará así?

-Dos días a lo sumo... Hasta el Tet.

-Bien. Será el regalo perfecto para el aniversario del campamento, y quizá nos venga bien para que Karl salga de su...

Jed sacudió la cabeza.

-No -me interrumpió en voz baja-. No he querido decir eso. Christo no mejora.

-Pero según tú en dos días...

-En dos días habrá muerto.

-¿Se está muriendo? -pregunté, tras una pausa.

-Sí.

-Pero... ¿cómo lo sabes?

Jed me tomó la mano. Confuso y nervioso ante la idea de que trataba de consolarme o algo así, la retiré de golpe.

-¿Cómo lo sabes, Jed? -insistí.

-Chist. Sal no quiere que la gente lo sepa.

Volvió a tomar mi mano, y esta vez la apretó y la condujo hacia el vientre de Christo.

-¿Qué cojones estás haciendo? -exclamé.

-Sólo quiero que veas.

Jed apartó la sábana. El vientre de Christo estaba casi tan negro como el de Keaty.

-Toca aquí.

-¿Por qué? -quise saber, sin apartar la vista de aquella piel.

-Tú toca.

-No quiero -protesté, aunque de hecho no opuse la menor resistencia.

Fuera de la tienda, el alboroto del partido de fútbol era un ronroneo sordo y regular como el de las hélices de un helicóptero. Alguien soltó un grito de ánimo, o de terror, o quizá fuese un simple gorgoteo. Los fragmentos de conversación sonaban monótonos y extraños a través de la lona.

Jed guió suavemente mi mano hasta apoyarla sobre el torso de Christo.

-¿Qué notas? -preguntó.

—Está duro -murmuré-. Como una piedra.

-Ha estado sangrando por dentro. Ha sangrado mucho. No estuve seguro hasta anoche. Lo sabía... O creo que lo sabía, pero...

-¿Eso... es una hemorragia?

-Ajá.

Asentí con la cabeza, impresionado. Nunca había visto una hemorragia.

-¿Quién más lo sabe?

-Sólo tú y Sal... y Bugs, probablemente. A Sal se lo he dicho hoy. Me pidió que no se lo contara a nadie. No quiere que se sepa antes de que las cosas hayan vuelto a la normalidad. Supongo que le preocupa que Étienne se entere.

-Porque Étienne quería llevar a Karl a Ko Pha-Ngan.

-Sí. Y motivos para preocuparse no le faltaban. Étienne insistiría en llevar a Christo a Ko Pha-Ngan, lo que no serviría de nada.

-¿Estás seguro de eso?

-Habría servido de algo si lo hubiéramos llevado al día siguiente del ataque, o incluso dos días después. Yo mismo lo habría hecho, aun a costa del riesgo de quedarnos sin la playa, y creo que Sal también, pero ahora... ya no tiene sentido.

-No tiene sentido...

Jed suspiró y pasó una mano por el hombro de Christo antes de volver a taparlo con la sábana.

-Ningún sentido.

Nos sentamos y permanecimos en silencio durante un par de minutos, observando la débil e irregular respiración del hombre. Era curioso lo evidente que se me hacía su agonía tras la revelación de Jed. El olor que había notado al entrar en la tienda era el de la muerte emboscada, y el aspecto de Jed constituía el efecto de su cercanía.

Me estremecí al pensarlo y solté de repente:

-Zeph y Sammy han fabricado una balsa. Eso era lo que hacían detrás de los árboles. Están de camino hacia aquí.

Jed ni siquiera pestañeó.

-Si llegan a la playa asistirán a la muerte de Christo -dijo-. Será el fin de la historia.

Eso fue todo.

SECRETOS

Pasé por delante de la puerta del barracón, donde Sal estaba sentada hablando con Bugs y Jean, y seguí hacia el sendero que conducía a la playa. Me detuve en el primer recodo, me apoyé contra uno de los árboles cohete y encendí un cigarrillo. Sal apareció cuando quedaban un par de centímetros para que la brasa llegara al filtro.

-¿Qué hay de nuevo? -preguntó sin pérdida de tiempo-. Vamos, suéltalo.

Enarqué las cejas.

-Lo sé por tu modo de andar y de mirar; ¿cómo, si no? Venga, Richard, dime qué ha pasado.

Iba a contárselo, pero se me adelantó.

-Se han puesto en marcha.

-Sí.

-Mierda. -Tras guardar silencio por unos instantes, con la mirada perdida, preguntó-: ¿Cuándo estarán aquí?

-Mañana por la tarde aproximadamente, si no se echan atrás cuando vean a los centinelas.

-O cuando tropiecen con la cascada.

-Ajá.

-No me puedo creer que avancen tan rápido. ¿Cómo lo hacen?

-Pues resulta que han fabricado una balsa.

-Una balsa. Naturalmente. Algo tenían que estar tramando... -Se llevó una mano a la frente-. Supongo que sabes lo de Christo.

Me lo pensé un momento, y asentí con la cabeza. No quería crearle complicaciones a Jed, pero cuando Sal se ponía así era mejor no engañarla.

-¿No te importa que lo sepa? -pregunté, algo intranquilo.

-No. No hay modo de guardar un secreto si no lo compartes con alguien. La presión es excesiva. De modo que no me extraña que te lo haya dicho. Estaba segura de que lo haría.

-Se encogió de hombros-. Dado que guardas tus propios secretos, imaginé que así tendríamos todos los secretos en el mismo saco.

-Vaya.

-Sí. Una buena idea, ¿no te parece? A menos que...

Aguardé sin abrir la boca.

-A menos que no sea Jed la persona con quien has hablado de quienes vienen hacia aquí -añadió-. Después de todo, Jed ya lo sabía.

-No habría servido para aliviar la presión.

-Eso es -repuso sin darle importancia, aunque sin quitarme la vista de encima-. Entonces, ¿no se lo has dicho a nadie aparte de Jed? ¿A Keaty o a Françoise, por ejemplo? Espero que no se lo hayas dicho a Françoise, Richard. Me enfadaría mucho si lo hubieras hecho.

Negué con la cabeza.

-No he hablado de ello con ningún bicho viviente -contesté en el tono más firme de que fui capaz, y no faltaba a la verdad, pues mis palabras dejaban aparte a Mister Duck.

-Bien -dijo Sal, desviando la mirada y claramente satisfecha-. He de reconocer que me preocupaba mucho que hubieras hablado de este asunto con Françoise. Ella se lo hubiera dicho a Étienne, ¿te das cuenta? Tampoco habrás hablado con ella de Christo, supongo.

-Me he enterado de lo de Christo hace veinte minutos.

—Si Étienne lo sabe...

-Lo tengo en cuenta. No te preocupes. No se lo diré a nadie.

-Estupendo. -Hizo una pausa-. Bien, parece que tenemos un pequeño problema con esos balseros... Así que no crees que lleguen aquí antes de mañana.

-No. No lo creo.

-¿Estás absolutamente seguro?

-Sí.

-Entonces lo consultaré con la almohada. Necesito tiempo para pensarlo. Mañana por la mañana te diré qué he decidido hacer con ellos.

-Muy bien.

Ignoraba si debía irme o no, pero pasó un minuto entero sin que Sal dejara de mirar a la nada, así que me largué.

NUBARRÓN

Yo también necesitaba tiempo para pensar, de modo que, en vez de volver al campamento, me encaminé hacia la playa. Estaba muy liado y quería aclararme las ideas con respecto a los acontecimientos del día.

Desde mi punto de vista había un detalle en el que ni Sal ni Jed habían reparado: aparte de que los balseros llegaran o no a la playa, no debíamos olvidarnos de Karl.

Dicho de otro modo: para Sal y Jed la perspectiva era la peor posible. Sólo pensaban en lo que pasaría si los balseros llegaban hasta nosotros. Lo más probable era que Zeph y Sammy apareciesen en plena celebración del Tet. Nadie tendría entonces la menor duda acerca del riesgo que su presencia significaba si se pretendía mantener en secreto la playa, y cundiría el pánico. Zeph y Sammy se iban a ver metidos en un buen problema, y yo también, a menos que antes hablara con ellos. Los ánimos que la arenga de Sal había estimulado se vendrían abajo. Y, además, nos veríamos en el brete de explicar a unos extraños qué hacíamos allí con un sueco demente y otro moribundo entre nosotros. Sería una verdadera catástrofe.

Yo, por mi parte, creía que aún era posible que los balseros no nos encontrasen. Sin embargo, en el fondo casi tenía ganas de que Zeph y Sammy llegaran de una vez. Me apetecía el reto de pararles los pies, y estaba completamente seguro de que ese reto se plantearía de un modo u otro; el asunto era controlarlo. Su triunfo significaría un tremendo revés para nosotros. Ignoraba cómo íbamos a hacerlo, pero mi instinto me decía que con Sal de por medio no había forma de que fracasáramos.

Vistas así las cosas, el peor planteamiento posible se desplazaba a favor de un planteamiento de riesgo medio.

Los balseros no llegaban hasta nosotros. Nadie en la playa se enteraba siquiera de que lo habían intentado. La conmemoración del Tet nos daba menos bríos para afrontar el nuevo año, y resolvíamos la muerte de Christo como habíamos resuelto la de Sten. Sí, pero ¿y Karl? Karl no estaba a punto de morir. Karl iba a quedarse allí indefinidamente como recordatorio constante de nuestros problemas, igual que un albatros colgado de nuestro cuello.

Y eso me molestaba mucho.

Me agaché para ver el rostro amarillento de Karl a través de las hojas de palmera de su tejadillo. Su delgadez daba pena. Estaba en los huesos, y eso que en los últimos días había consentido en tomar alimentos. Las clavículas le sobresalían tanto que parecían las asas de sendos maletines, y uno casi habría podido levantarlo por ellas.

Junto a la abertura del tejadillo -por la que gozaba de una amplia vista de las cuevas al otro lado de la laguna- había una corteza de coco medio llena de agua y una hoja de banano con una ración de arroz. Me fijé en que lo que quedaba de éste tenía un color tostado, por lo que supuse que se trataba de la ración que Françoise le había llevado el día anterior, seca después de estar tanto rato al sol y aún no repuesta. Atribuí este hecho a la posibilidad de que Françoise estuviera sometiéndolo a alguna nueva terapia, la de no hacer caso de él, y ver si así daba alguna señal de vida, aunque me pareció dudoso. Lo más probable era que, angustiada por la súbita e irritante oleada de locura que se había extendido por el campamento, Françoise sencillamente se hubiera olvidado de Karl. Recordé la conversación que habíamos mantenido la víspera. Entonces se había mostrado preocupada por él. Era interesante observar lo poco que había tardado el funeral de Sten en poner las cosas patas arriba.

-Karl.

Quizá fue el sonido de su nombre, o quizá la brisa al agitar las hojas de palmera e inquietar las sombras sobre su cara, pero el caso es que me pareció que se movía, y lo tomé como una reacción.

-Karl, eres un puto albatros.

No me molestó que fuese incapaz de entenderme. De algún modo, era algo que le beneficiaba.

-Karl, eres un nubarrón.

Esta vez se movió. Sin duda alguna. Fue un movimiento espasmódico, hacia delante, como si estuviera entumecido por llevar tanto tiempo tumbado. Después tendió la mano hacia la corteza de coco.

-Bebe -le indiqué-. Es bueno. -Me froté el vientre-. Mmm.

Tomó un pequeño sorbo -de hecho, apenas se mojó los labios-y dejó la corteza en su lugar. Eché un vistazo y vi que había dejado casi toda el agua.

-Aún queda. ¿No te la vas a beber toda? -Me froté de nuevo el estómago-. Mmm. Mmm. Está deliciosa. ¿Seguro que no quieres un poco más?

No se movió. Permanecí mirándolo un buen rato; finalmente sacudí la cabeza y dije:

-No, Karl. No quieres un poco más. Eso es justamente lo que me temía. Estás dispuesto a pasarte así todos los días. Te debilitarás tanto que cuando quieras beber ya no podrás hacerlo. Y entonces tendremos que alimentarte a la fuerza o algo por el estilo, y el incidente del tiburón se ceñirá sobre nuestras cabezas durante semanas... Quizá más.

Suspiré y, tras pensarlo mejor, derribé el tejadillo de un puntapié.

-Ponte bien, Karl. Ponte bien cuanto antes, porque Christo está a punto de morir.

 

 

CHIST

Mis temores acerca del nubarrón se vieron confirmados cuando regresé al claro y vi los problemas que suscitaba. Françoise, Étienne y Keaty estaban sentados en círculo, y los dos últimos repetían la discusión que ya les había oído.

-Pero ¿a qué viene todo esto? -preguntaba Keaty sin apartar la mirada de su Gameboy-, Ya bebe agua. Eso es una buena señal, ¿no?

-¿Buena? -dijo Étienne en tono sarcástico-, ¿Por qué va a ser una buena señal el que tome un poco de agua? En sus condiciones nada puede ser bueno. Karl no debería estar aquí. Para mí es tan obvio que me resulta increíble que no lo sea para los demás.

-Descansa de una puta vez, Étienne. Hemos discutido esto cientos de ve... ¡Mierda! -Guardó silencio, profundamente concentrado en lo que tenía entre manos. Luego, de pronto, se relajó y dejó caer la Gameboy en el regazo-. Uno cinco trescientos. Iba todo bien hasta que me distrajiste.

Étienne escupió en el suelo.

-Lo lamento. No caí en que podía distraerte de tu juego electrónico si te decía que un amigo nuestro necesita ayuda.

-De amigo mío, nada. Apenas he hablado con él.

-¿Significa eso que no te preocupa lo que le pase?

-Claro que me importa, pero me importa más la playa. Y a ti también debería importarte. Bien. Esta vez voy a conseguirlo, así que no quiero que me molestéis con vuestras chorradas.

Étienne se puso en pie.

-Keaty, por favor, dime qué podría molestarte. Quiero rezar para que no ocurra.

La pregunta quedó sin respuesta.

-Siéntate, Étienne -intervine, tratando de quitarle hierro al asunto-. Recuerda lo que dijo Sal en el funeral. Tenemos que esforzarnos en superar nuestros problemas.

-Problemas -repitió fríamente.

-Todos están intentándolo.

-¿Ah, sí? Me sorprende oírte hablar de problemas.

-¿Qué quieres decir con eso?

-Quiero decir que me pareces un desconocido, Richard. Reconozco tu cara cuando te acercas a mí, pero cuando estás a mi lado no reconozco el modo en que me miras.

Deduje que intentaba traducir algún refrán francés.

-Venga, Étienne. Dejémonos de tonterías. Recuerda lo que dijo Sal...

-¡Sal! ¡Que la follen! -exclamó, interrumpiéndome, y echó a andar en dirección al sendero que conducía a la cascada.

-Dudo mucho que Sal pudiera controlarlo -masculló Keaty en tono pensativo, sin apartar la mirada de la pequeña pantalla monocroma.

Françoise se marchó también un par de minutos después. Parecía confusa, por lo que supuse que no era de la misma opinión que Étienne.

Cuando Keaty dio por concluido su intento de superar su marca en el Tetris, le pregunté qué le parecía acompañar a Bugs para buscar arroz. Respondió que no le preocupaba en absoluto. Añadió que al principio se había asustado un poco, pero que se había hecho a la idea de que se trataba de algo beneficioso para el campamento. Aparte de ese noble gesto de reconciliación, quería asegurarse de que íbamos a contar con algo realmente bueno para el Tet.

Yo hubiera seguido hablando del Tet, pero Sal les había indicado que regresaran con el arroz en el mismo día, de modo que tuvo que irse a dormir porque debía madrugar. Me senté a solas durante unos veinte minutos, liando cuidadosamente un canuto con la idea de que me ayudase a conciliar el sueño, hasta que decidí irme a la cama. Con Zeph y Sammy en camino, Keaty no era el único a quien le esperaba un día ajetreado.

Mientras me dirigía hacia el barracón, asomé la cabeza en la tienda hospital, pensando que Jed agradecería una visita. Me bastó un solo vistazo para desear no haberlo hecho.

Jed dormía profundamente, tendido al lado de Christo, quien, para mi sorpresa, estaba medio despierto. Incluso me reconoció.

-Richard -susurró, antes de balbucear unas palabras en sueco que concluyeron en un gorgoteo.

Vacilé por un instante, sin saber si debía hablar con él. -Richard.

-Sí-repuse en voz baja-. ¿Cómo te encuentras?

-Muy mal, Richard. Muy mal.

-Lo sé. Mañana estarás mejor.

-Estrellas...

-¿Las ves?

-Fos... Fos...

-Fosforescencias. ¿Puedes verlas?

-Me encuentro muy mal.

-Debes dormir un poco.

-Sten...

-Ya lo verás por la mañana.

-Mi pecho...

-Cierra los ojos.

-Duele...

-Lo sé. Cierra los ojos.

-Me siento... muy mal.

-Chist.

Jed se agitó a su lado, y Christo volvió a duras penas la cara hacia él.

-¿Karl?

-Está ahí, junto a ti. No te muevas o lo despertarás.

Asintió con la cabeza y, finalmente, cerró los ojos.

-Que duermas bien -dije, en voz quizá demasiado baja para que me oyera.

Al irme dejé abierta la puerta de la tienda para que se renovase un poco el aire mortuorio que Jed respiraba.

 

 


Date: 2015-12-11; view: 750


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