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PN, MUERTO EN COMBATE

 

EL JODIDO EQUIPO A

Bugs y Keaty se fueron pasadas las cinco y media. Quince minutos más tarde Sal me dio las instrucciones.

Era agradable levantarse cuando todos los demás dormían. Yo lo hacía desde que trabajaba en el puesto de vigilancia, y, por lo general, siempre veía algún indicio de vida: un movimiento en una de las tiendas o alguien que se dirigía al Paso de Jaibar. Aquella mañana el campamento estaba tan tranquilo, quieto y frío como nunca antes, lo cual hacía que todo resultara más excitante. Mientras hablaba con Sal y Jed fuera de la tienda hospital, la tensión de la jornada que tenía por delante me obligó a desplazar constantemente el peso del cuerpo de un pie a otro. No podía evitarlo, aun cuando estaba seguro de que ponía nerviosa a Sal. De no haber sido por eso, la energía que sentía en el cuerpo me habría llevado a soltar alaridos o a echar a correr por el perímetro del claro.

Sal y Jed discutieron. Estaban de acuerdo en que lo que yo debía hacer era ir a la Zona Desmilitarizada y vigilar el avance de Zeph y Sammy a través de la isla. El desacuerdo surgía en cuanto al punto de interceptación. Sal no quería situarlo antes de la cascada, pues confiaba en que llegaran a ella. Jed pretendía cortarles el paso lo antes posible, si bien eludía explicar por qué. Yo era de la misma opinión que Sal, aunque mantuve la boca cerrada.

Fuera del punto de intercepción, ambos estaban de acuerdo en qué hacer después. Debería decirles a los balseros que no eran bien recibidos y que tenían que marcharse de inmediato. Si eso no daba resultado, mi deber era evitar que bajasen por la cascada. En palabras de Sal, podía hacer lo que se me ocurriera para retrasar su avance, incluso quedarme con ellos, aun cuando me perdiera el festival del Tet. Ya se lo explicaríamos después a los demás miembros del campamento. Lo más importante era asegurarnos de que no llegasen a éste antes de la muerte de Christo. Después, ya veríamos si los dejábamos pasar o los manteníamos alejados.

Por el modo en que Sal habló, estaba seguro de que se reservaba un plan de emergencia al que no se refirió. Así funcionaba su mente y, además, ella no era de los que dicen: «Ya nos preocuparemos de cruzar ese puente cuando lleguemos a él», sobre todo si lo que estaba en juego era tan importante. Lo que yo no entendía era la idea de hacerlos volver sobre sus pasos. Si no tenía más remedio que interceptarlos, obligarlos a retroceder era algo tan dudoso como forzarlos a permanecer allí. Estaba claro que al volver a Ko Pha-Ngan o a Ko Samui lo contarían todo, y nuestro secreto se haría público al correr de boca en boca.



Le habría dicho mi opinión a cualquiera menos a Sal, con quien no valía la pena discutir. Además, si yo había sido capaz de pensar en ello, ella también podría y, por otro lado, nunca me había preguntado qué pensaba, salvo cuando quería hacer que algo pareciera idea mía. De hecho, jamás la había visto pedir la opinión de nadie. Ni siquiera la de Bugs.

Por si hiciera falta mencionarlo, el debate respecto al punto de interceptación fue ganado por Sal. Menuda sorpresa. Sinceramente, no me explico por qué Jed lo intentó siquiera.

Mister Duck me esperaba en el desfiladero, con uniforme completo de campaña, un M16 al hombro y la cara pintada con las rayas verdes y negras de camuflaje.

-¿Para qué quieres el fusil? -le pregunté en cuanto lo vi.

-Para estar a la altura de las circunstancias.

-¿Funciona?

-Cuando yo quiero.

-Supongo que eso significa que funciona. -Pasé por su lado para observar la Zona Desmilitarizada desde el desfiladero-. ¿Qué tal te encuentras? ¿Nervioso?

-Me encuentro bien. A punto.

-A punto para el reconocimiento.

-Pues... -Sonrió-, A punto. Eso es todo.

-Eso es todo -murmuré, tan desconfiado como siempre que lo veía con el gesto torcido-. Daffy, no estaría bien que yo ignorara algo de lo que pasa aquí.

-Mmm.

-Mmm ¿qué?

-Mmm... Vamos.

-Estoy hablando en serio. No me montes uno de tus numeritos. Hoy, no.

-El tiempo apremia, Rich. Tenemos todo un Reconocimiento Visual por delante.

Vacilé, pero asentí con la cabeza.

-De acuerdo.

-Si tú estás listo.

-Lo estoy.

-Entonces, vamos.

-El jodido Equipo A.

SU GRAN ERROR

Nos pusimos en marcha muy temprano, para intentar localizar a Zeph y Sammy antes de que abandonasen la balsa, ya que una vez que se adentraran en la selva sería mucho más difícil hacerlo. También esperaba que hubieran desembarcado en la misma zona de la playa donde lo habíamos hecho Françoise, Étienne y yo, aunque tampoco confiaba mucho en eso. Quizá se habían puesto a rodear la isla al ignorar que ése era el único espacio abierto de la costa. En cualquier caso, cuanto más tiempo me dieran, mejor.

Al menos, los centinelas no nos plantearían el menor problema. Si se tiraban casi todo el rato amodorrados, era lógico que a las siete de la mañana aún estuvieran durmiendo los colocones de la marihuana. Mi mayor problema, en realidad, era Mister Duck. Estaba verdaderamente bajo de forma, resollaba como un minero a punto de jubilarse y tenía que apoyarse continuamente en los árboles para recuperar el aliento. Aunque intentaba hacerme a la idea de que debido a su condición de fantasma era muy improbable que alguien lo oyese, lo cierto es que cada vez que maldecía me daba un vuelco el corazón, y él lo sabía, pues respondía a mis miradas coléricas levantando las manos en señal de disculpa.

-Lo siento -murmuraba tras soltar una ristra chirriante de juramentos-. No estoy tan preparado para la guerra en la selva como suponía.

Pocos minutos después tropezó y como consecuencia de ello se le disparó el fusil. El muy imbécil llevaba el seguro quitado y caminaba con el dedo en el gatillo, así que decidimos que abandonara su arma -aun cuando no matase de verdad- escondida en la maleza.

Cuando nos faltaban treinta metros para la línea de árboles, le dije que me esperara. Aunque nadie pudiera verlo u oírlo, su presencia me distraía, y eso constituía un riesgo que no quería correr al acercarme a los balseros. Se tragó su amor propio y se avino a mi demanda.

-Lo comprendo, Richie -dijo estoicamente-. Te caigo fatal.

-No me caes fatal -susurré-, pero ya te advertí que esto es muy serio.

-Lo sé. Lo sé. Sigue adelante. -Entornó los ojos y desvió la mirada-. Sé por experiencia que a esta clase de misiones es mejor ir en solitario.

-Eso es.

Lo dejé bajo un cocotero, limpiándose las uñas con un machete de combate con el filo serrado.

El madrugón mereció la pena. Los balseros aún estaban en la playa.

Aunque llevaba meses observándolos, me impresionó verlos desde tan cerca y confirmar que de verdad eran Zeph y Sammy a quienes había estado vigilando, que nuestros pronósticos se cumplían y que yo era el único culpable de que estuviesen allí. También me sorprendió comprobar que, después de tanto tiempo esperando aquel momento, su presencia no me producía excitación alguna. Me esperaba algo más dramático que aquellas figuras desharrapadas alrededor de la balsa. Algo bastante más siniestro y a la altura de unos intrusos que constituían una amenaza tanto para el secreto del campamento como para mí. Aún no sabía qué iba a decirle a Sal acerca del mapa. Careciendo, como carecía, del valor necesario para contravenir sus órdenes, no tenía otro remedio que confiar en que los obstáculos de la isla resultaran suficientes. En caso contrario, mi única esperanza era que Zeph y Sammy atendiesen a mis explicaciones mientras los entretenía cerca de la cascada.

El punto desde el que los espiaba -tendido bajo unos helechos y a unos veinte metros de distancia- no me permitía ver más que a cuatro de ellos. La embarcación ocultaba al quinto. De los dos alemanes visibles, uno era un chico y el otro, una chica. No sin cierta satisfacción, observé que ésta era guapa, aunque no tanto como Françoise. En la playa no había ninguna que superase en belleza a Françoise, y no me daba la gana de que una forastera llegase a usurparle el puesto. La chica habría sido más guapa si no hubiese sido por su nariz, pequeña y respingona, que le daba el aspecto de un cráneo bronceado. El tipo, sin embargo, era otra cosa. Aunque parecía muy cansado y casi sin fuerzas para sacar de la balsa su mochila (de un color rosa pastel), su aspecto y complexión recordaban los de Bugs. Podrían haber sido hermanos, incluso tenían el pelo largo y se lo apartaban continuamente de los ojos. Me cayó mal de inmediato.

Entonces apareció el quinto que completaba el grupo. Era una chica, y confieso que me molestó no encontrar nada que decir en su contra. Bajita y curvilínea, su tranquila y atractiva sonrisa cruzó flotando el espacio hasta el lugar donde me encontraba. También tenía el cabello muy largo, y por algún motivo que se me escapaba se envolvía el cuello con él como si fuera una bufanda. Fue una visión surrealista que me hizo sonreír, hasta que recordé que debía mantenerme muy serio y ceñudo.

También me molestó un poco el que los balseros no incurriesen en el mismo error que habíamos cometido Françoise, Étienne y yo, esto es, investigar en cada extremo de la playa antes de caer en la cuenta de que el único modo posible de llegar al otro lado de la isla era atravesándola. Pero mi fastidio se vio compensado por otro tipo de error mucho más importante.

Advertí que iban a meter la pata antes incluso de que sucediera. En primer lugar, no ocultaron la balsa como debían, sino que se limitaron a arrastrarla hasta más allá de la línea de la marea. En segundo lugar, se pusieron a hablar a voces en cuanto echaron a andar, y lo hicieron en alemán, lo que me infundió un envidioso respeto. (Envidioso en relación con Zeph y Sammy, obviamente, no con los alemanes.) Estaba claro que ni por un instante se les había pasado por la imaginación que fuese necesario conducirse con cautela. Y hasta Mister Duck, que se acercó a mí en cuanto el grupo entró en la espesura, lo comprendió así.

-No son muy sagaces, la verdad -comentó al cabo de una hora de marcha.

Asentí con la cabeza al tiempo que me llevaba un dedo a los labios. Los seguíamos tan de cerca que yo no quería hablar. Bien, no tan cerca como para verlos a través del follaje, pero sí para oírlos.

-Como sigan así los atraparán -prosiguió Mister Duck, impertérrito.

Volví a asentir con la cabeza.

-Quizá deberíamos hacer algo, ¿no te parece?

-No -susurré-. Y ahora, cállate.

Me sorprendió el interés de Mister Duck, aunque debo admitir que no mucho. Cuando volvió a abrir la boca, llevé el dedo a sus labios en vez de llevarlo a los míos, y al fin pareció entender que quería que cerrara el pico.

Qué se le va a hacer. Tal fue el gran error de los balseros, una cuestión de falta de perspicacia. Cuando llegaron al primer repecho, ninguno de ellos se percató de que estaban en una plantación.

DISCULPAS

Sammy se puso a dar gritos como había hecho seis meses antes en Ko Samui, bajo la lluvia.

-¡Joder, tíos! ¡Vamos a fumar toda la puta hierba que nos salga de los putos cojones! ¡En mi vida había visto tanta maría!

Se puso a arrancar hojas a puñados para lanzarlas por el aire, como los atracadores de bancos cuando desparraman el botín para festejarlo. Estaba completamente fuera de sus cabales. Carne de cañón. Eran las diez de la mañana. Los centinelas debían de llevar dos horas patrullando, por lo menos, y si no los habían oído al cruzar la selva, ahora lo harían.

Por pura casualidad Mister Duck y yo estábamos escondidos detrás del mismo arbusto en que nos habíamos ocultado con Françoise y Étienne, lo que confería un encanto especial a la escena. Observar a Zeph y a Sammy era como observarme a mí mismo y ver qué habría pasado seis meses antes si no hubiese sido por la sangre fría de Étienne. Eso provocó en mí una intensa oleada de simpatía hacia Scrooge. Recuerdo -con el estómago atenazado por la memoria del miedo- que en aquel momento pensé que quizá Mister Duck fuese mi Fantasma de las Navidades Futuras. También me sentía algo frenético, pues daba la impresión de que el problema planteado por nuestros importunos huéspedes estaba a punto de resolverse y, por si eso fuera poco, yo iba a saber, de una vez por todas, qué ocurría cuando los centinelas de la plantación de marihuana atrapaban a alguien. Más que saberlo, iba a verlo con mis propios ojos.

No pretendo dar a entender que no me compadecía de aquellos chicos por la situación en que se encontraban. Yo no quería que Zeph y Sammy estuvieran en la isla, y sabía que nos convenía que desapareciesen, pero eso no significa que desease que las cosas fueran así. El planteamiento ideal hubiera sido que ellos llegasen a la isla y que yo los siguiera mientras la atravesaban, hasta que alcanzaran la cascada, desistieran de su propósito y volvieran sobre sus pasos. En ese caso, yo me lo habría pasado muy bien sin necesidad de que se derramaran lágrimas ni sangre.

Zeph sangraba igual que un cerdo al que hubiesen degollado. Cuando aparecieron los centinelas, echó a andar hacia ellos como si se tratara de unos viejos amigos. Eso fue lo que hizo, por inexplicable que resulte. Ni siquiera dio la menor importancia al hecho de que los centinelas le apuntaran con sus armas mientras parloteaban en tailandés. Es posible que los tomara por los custodios de una comunidad paradisíaca, o quizás estuviese tan impresionado que le resultara imposible imaginar el peligro que corría. Como quiera que fuese, el caso es que uno de los centinelas le partió la cara con la culata del fusil en cuanto lo tuvo a mano. Era lógico. El centinela parecía muy nervioso y tan perplejo ante el comportamiento de Zeph como yo mismo.

A continuación transcurrieron unos cuantos segundos de silenciosas miradas por encima de las plantas de marihuana, mientras Zeph retrocedía lentamente e intentaba enjugarse la sangre que le brotaba de la nariz. Era imposible decir cuál de los dos grupos estaba más azorado. Los balseros se esforzaban por hacerse a la idea de que habían pasado del Cielo al Infierno en el espacio de segundos. Los centinelas parecían estupefactos ante alguien tan estúpido como para esquilmarlos delante de sus propias narices.

Durante tan breve interludio reparé en que la mayoría de los centinelas tenía más pinta de jóvenes campesinos que de mercenarios, y que sus cicatrices más parecían el resultado de las zambullidas entre los afilados bancos de coral que de las luchas a cuchilladas. Un poco como los verdaderos guerrilleros del Vietcong. Aunque estoy seguro de que semejantes observaciones habrían interesado muy poco a Zeph y a Sammy, también pensé que las condiciones hacían de los centinelas gente bastante más peligrosa de lo que hubieran sido en otras circunstancias. Es probable que, de haber tenido más experiencia, no se hubiesen puesto tan nerviosos como para romperle la cara a Zeph. ¿No dicen que lo único más peligroso que un hombre con una pistola es un hombre nervioso con una pistola? Si no se dice, se debería decir. Al cabo del breve intercambio de miradas, los centinelas entraron en acción. Avanzaron y comenzaron a deshacerse de aquellos huéspedes importunos, pues ya no eran los míos, sino los suyos.

Podrían haberlos matado a palos allí mismo y sin demora, pero justo cuando comenzaba a sentarme mal el espectáculo apareció otro grupo de centinelas, y esta vez con lo que parecía un jefe. Jamás lo había visto. Era más viejo que los demás y en lugar de fusil sólo llevaba una pistola enfundada en la cartuchera: el signo tradicional del mando entre la gente armada. La paliza cesó en cuanto el tipo abrió la boca.

Mister Duck dio un paso adelante y me apretó la mano.

-Rich, creo que van a matarlos.

Fruncí el entrecejo y le hice señas de que se callase.

-Escúchame -insistió-. No quiero que los maten.

Le tapé la boca, pero esta vez con toda la mano. El jefe de los centinelas se estaba dirigiendo a los intrusos.

Hablaba en inglés, aunque sin demasiada fluidez. No lo hacía tan bien como ese comandante nazi de un campo de prisioneros de guerra a quien le gustaba la poesía inglesa y decía a sus prisioneros: «Sepan que ustedes y yo somos muy parecidos», pero se defendía.

-¿Quiénes son ustedes? -preguntó en voz alta y clara.

Vaya cuestión espinosa. ¿Cómo responder a eso? ¿Debe uno presentarse del modo más formal, contestar «nadie», implorar por su vida? Creo que Sammy lo hizo bastante bien, considerando que le habían saltado los dientes.

-Venimos de Ko Pha-Ngan -contestó entre boqueadas y efluvios sangrientos-. Buscamos a unos amigos y nos hemos perdido. No sabíamos que esta isla fuera de su propiedad.

El jefe asintió con cierta deferencia.

-Sí que están perdidos ustedes.

-Compréndalo, por favor. Lo sentimos... -Sammy tuvo que hacer una pausa para tragar saliva-. Lo sentimos mucho.

-¿Han venido solos? ¿Han encontrado a sus amigos?

-Estamos solos. No hemos dado con nuestros amigos. Creíamos que estaban aquí y nos hemos perdido...

-¿Por qué los buscaban aquí?

-Nos dieron un mapa.

-¿Qué mapa? -preguntó el jefe, ladeando aviesamente la cabeza.

-Se lo puedo en...

-Ya me lo enseñará luego.

-Compréndalo, por favor. Lo sentimos mucho.

-Sí. Comprendo que lo sienten mucho.

-Déjenos marchar. Nos iremos de su isla y no se lo diremos a nadie.

-No se lo dirán a nadie. Eso ya lo sé.

Sammy intentó sonreír. Los dientes que le quedaban eran un cuajaron al rojo vivo.

-Déjenos salir de aquí. Por favor.

-Saldrán de aquí-dijo el jefe, sonriendo.

-¿De veras?

-Sí.

-Gracias. -Haciendo un esfuerzo, Sammy consiguió ponerse de rodillas-. Gracias, señor. Le prometo no decirle a nadie...

-Saldrán de aquí con nosotros.

-No -imploró Sammy-. Créame, por favor. Nos hemos perdido. ¡Lo sentimos muchísimo! ¡No se lo diremos a nadie!

Uno de los alemanes comenzó a incorporarse, levantando los brazos.

-¡No hablaremos! -gritó-, ¡No hablaremos!

El jefe miró con gesto impasible al alemán, y dio una orden rápida y seca. Tres de sus hombres avanzaron, tomaron a Zeph por los brazos y empezaron a tirar de él. Zeph intentó ofrecer resistencia y otro de los centinelas le hundió el cañón del fusil en el estómago.

-Escúchame, Richard -dijo Mister Duck, tras apartar la mano con que le tapaba la boca-. Van a matarlos.

Permanecí impertérrito.

-Haz algo, Richard.

Al no obtener respuesta, me dio un fuerte codazo en las costillas que me hizo soltar un gemido, afortunadamente ahogado por los gritos de los balseros.

-¡Me cago en Dios! -susurré-. ¿Qué demonios te pasa?

-¡Haz algo por ellos!

-¿Qué puedo hacer?

-No lo sé. -Mientras lo pensaba, los centinelas se abalanzaron sobre la chica alemana, que intentó huir pero fue derribada a los pocos metros- ¡No lo sé!

-¡Yo tampoco! ¡Así que cierra el pico! ¿O es que quieres que me maten a mí también?

-Pero...

Aguantándome las ganas de gritar, lo agarré por las solapas de su zamarra de campaña y lo atraje hacia mí.

-Por última vez, ¡deja ya de joderme! -le dije al oído.

Mister Duck escondió el rostro entre las manos, y los centinelas se llevaron a rastras a sus aterrorizados cautivos.


Date: 2015-12-11; view: 721


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