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Ues señor, allá una vez tío Conejo se fue a cambiar de clima a la orilla del mar.

Un día que andaba dando brincos por la playa se va encontrando con tía Ballena y tío Elefante que estaban en gran conversona.

Tío Conejo se escondió entre unos charrales y paró la oreja para ver en qué estaban.

Y en lo que estaban era en que el uno al otro no hallaban donde ponerse:

Que, --tía Ballena, a usté sí que no hay quien le gane en fuerzas y eso de que ya se tomara usté tener las mías, es hablar por el hueso de la nuca.

Que, --adió tío Elefante, no me salga con eso. Usté sí que es ñeque. Sí, sí, donde se llora está el muerto...

Y que esto, y que el otro, y que por aquí y que por allá.

Bueno, para no cansarlos con el cuento, llegaron a convenir en que los dos tenían fuerzas y que lo mejor que podían hacer era unirse para gobernar toda la tierra.

Pero a tío Conejo no le hicieron naditica de gracia aquellos planes y se puso a pensar: pues lo que soy yo les voy a dar una buena chamarreadan a ese par de monumentos, ¡Ay! ¡y la enredada de pita que les voy a dar!

Y no fue cuento sino que enseguida se puso en funcia: se fue a buscar una coyunda muy fuerte, muy fuerte y muy larga, muy larga; después yo no sé de dónde se hizo de un tambor que escondió entre unos matorrales y corrió a buscar a Tía Ballena. Por fin dió con ella.

--Tía Ballenita de Dios. ¡Qué a tiempo me la encuentro! ¡Viera qué caballada me ha pasado! ¿Pues no se me metió la única vaquita que tengo entre un barril como a media legua de aquí?

--No diga eso niñó, ¿y eso cómo?

--¡Sepa Judas! El caso es que allí me la tienen en ese atolladero y como es tan poquita, está llora y llora, con el barro hasta el pescuezo. Por vida suyita Tía Ballena, sáqueme de este apuro, usté que es el más fuerte de todos los animales y además tan noble.

Tía Ballena se volvió muy chiquiona al oir estos pericos y al momento se puso a las órdenes de Tío Conejo.

¡No faltaba más, sino que se le fuera a ahogar en barro su vaquita, estando ella allí!

--¡Quién otra lo podía hacer! --dijo Tío Conejo--. Bien me lo habían dicho, que no la vieran tan grande que hasta que da miedo, pero con un corazón que es un alfeñique! Lo que vamos a hacer es que yo voy a amarrarle una punta de esta coyunda de la cola y la otra voy a ver cómo se la amarro a mi vaquita. Cuando todo esté listo toco en mi tambor. Al oir el redoble, se me pone usté a jalar con toda alma.

--Ni diga más Tío Conejo, no me llamo Tía Ballena si no se la saco aunque es´te hundida hasta los cachos.

De veras, Tío Conejo amarró la coyunda de la cola de Tía Ballena y después el muy papelero, cogió tierra adentro haciéndose el afanado. Apenas calculó que la otra no lo veía se puso a baiñar en una pata y a cantar.



Después se fue a buscar a Tío Elefante y cuando lo divisió se hizo el ancontradizo: --¡Ay Tío Elefante, sólo Dios pudo habérmelo reparado! ¡vieras en las que ando!

--¿Qué es la cosa hombré? --preguntó Tío Elefante.

--¿Pues qué me había de pasar? Que le parece que tengo una novillita chúcar que se me ha metido entre un barril a media legua de aquí y no hay modo de sacarla. Allí estoy desde buena mañana sudando la gota gorda y la confisgada cada vez se hunde más. Mire Tío Elefante, usté que es tan fuerte y tan noble, que dicen que nadie le gana, por qué no hace una gracia conmigo y de un tironcillo con su trompa, como quien no quiere la cosa, me la saca.

Tío Elefante le dijo que bueno, que le explicara lo que tenía que hacer.

Tío Conejo contestó: --Pues nada más que dejarse amarrar el extremo de esta coyunda de su trompa. Enseguida iré yo y con mil y tantos trabajos amarraré mi novillita de la otra punta. Cuando todo esté listo redoblaré en mi tambor y entonces usté se pone a jalar con toda alma porque está muy metida.

--No tengás ciudado y aunque fuera más pesada que mil vacas juntas yo la saco. Si eso es un juguete para mí. Amarrá bien, hombré.

Tío Conejo le requintó bien la coyunda en la trompa y luego se alejó en una pura micada como si fuera muy agradecido.

Así que estuvo a la mitad de la distancia entre los dos, sacó el tambor y se puso a redoblar.

Tía Ballena comenzó a tirar,pero la vaquita no tenñia trazas de salir. Tío Elefante jalaba y jalaba y nada.

--¡Demontres con la vaquita para pesar!

--¡Carasta! Si la novillita chúcara pesa más de lo que yo pensaba.

Y siguieron cada uno por su lado a más y mejor.

En una de tantas, como Tío Elefante se iba arrollando al coyunda en la trompa, se trajo a Tía Ballena a tierra; pero Tía Ballena se calentó tanto, que no supo a qué horas se tiró al agua y fue a dar al fondo y ya me tienen al otro patas arriba corriendo hacia la playa sobre el espinazo.

Del colorón dió tal jalonazo que se volvió a traer a Tía Ballena a la superficie.

--¿Quién es el atrevido que está en ese juguete conmigo? ¡Conque esa era la vaquita?

--¿Quién es el tal por cual que no me respeta? ¡Miren la novillita chúcara! -- gritó Tío Elefante que había hecho a un lado su cachaza y estaba más caliente que un avispero alborotado.

¡En esto se van viendo!

¡Ave María, Gracia Plena! ¡Aquello sí que era contento! ¡Qué bocas y lo que se dijeron!

--¡Yo te contaré, trompudo, labioso, poca pena! ¿No te da verguenza ver que te cogí la maturranga? ¡Creyó que yo me iba a dejar, como soy una triste mujer, para quedarse gobernando solo!

--¡Callate vieja bocona. A vos que no se te puede creer! ¡Quería salir de mí para quedarse reinando ... ! ¡Convidándome para que gobernáramos juntos y ya con su tortón entre la jupa!

Y no fue cuento, sino que se pusieron otra vez a tirar de la coyunda cada uno por su lado. Por fin la coyunda no resistió y ¡Trac! reventó y Tía Ballena bien acardenalada y con la cola desollada fue a parar a los profundos y Tío Elefante fue a dar por allá, otra vez patas arriba, con la trompa bien luyida. Y Tío Conejo que ya no aguantaba el estómago de tanto reir, escondido entre los charrales.

No hay para qué decir que Tío Elefante y Tía Ballena quedaron enemigos y se quitaron el habla para siempre. Y cabalmente eso era lo que Tío Conejo andaba buscando, para que no volvieran a hacer planes de gobarnar ellos dos la tierra.


 

Ues ahora verán: yo no estoy bien en qué fue lo que le hizo tío Conejo a tío Tigre, el caso es que lo dejó muy ardido y con unas grandes ganas de desquitarse y juró que lo que era ese gran trapalmejas no se iba a quedar riendo, y no y no.

El pobre tío Conejo como vió la cosa tan mal parada, se estorrentó por lo pronto de ese lugar, mientras al otro se le iba bajando la cólera. Tío Tigre llamó a varios amigos, y les dijo que cuáles querían ganarse un camaroncito ayudándole a buscar a tío conejo.

Tía Zorra que era muy campanera y muy amiga de quedar bien con los que veía que podía sacarles tajada, y que además le tenía tirria a tío Conejo por las que le había hecho, dijo que adió, que qué era ese cuento de camarón, que ella le ayudaría con mucho gusto sin ningún interes, y que por aquí y que por allá.

Tío Tigre no quería y le dijo: --No, no, Tía Zorra, cómo va a ser que a cuenta de ángeles somos vaya usté a maltratarse, a mí me da pena.

Entonces Tía Zorra le contestó que no se llamaba Tía Zorra si no daba con Tío Conejo.

Y no fue cuento, sino que desde ese día no paró en su casa, sino que dijo a correr por todo, y usté fisgonea por aquí y usté escucha por allá, y lo que le gustaba era pasar por la casa de Tío Tigre con la lengua de fuera haciendo que ya no echaba...

Por fin dió el tuerce que un día pilló a Tío Conejo metiéndose en una cueva, y tío Conejo no la vió.

Estuvo un buen rato a la mira a ver si salía, y como no, se acercó poquito a poco y puso la oreja a la entrada y oyó a tío Conejo ronca y ronca allá dentro.

Entonces paró el rabo y dijo a correr y correr, hasta que llegó donde Tío Tigre con el campanazo de que ya había dado con tío Conejo.

Tío Tigre le dijo: -- Bueno, tía Zorra, cuidado me va a chamarrear, poruqe entonces usté también sale rascando.

--¡Adió, tío Tigre, cómo va a ser eso! Póngaseme atrás y se convencerá. Eso sí queditico,porque si no se pasea en todo.

De veras, el otro se le puso atrás y llegaron. Tía Zorra se volvió una pura monada, para señalarle donde estaba Tío Conejo.

La entrada era muy angosta y tío Tigre lo que hizo fue meter la mano, que era lo que cabía, y echó traca; pero quiso Dios que agarró a Tío Conejo por la pancilla.

Tío Conejo que estaba bien privado se recordó con sobresalto.

¡ Y cuál no sería el susto que se llevó al verse agarrado por la mano, que era de Tío Tigre, porque por un rayito de luz que entrabapudo mirar bien y no le quedó la menor duda de eso!

Pero no quiso dar su brazo a torcer, y hablando lo más hueco que pudo, metió esta gran rajonada: --¿Quién me toca la muñeca?

La voz entre la cueva sonaba muy feo y parecía salir de una boca muy grande.

Tío Tigre, que no había soltado, se frunció toditico.

--¡Ni por la perica! ¿Quién sería el que hablaba así y tenía una muñeca tan galana? ¿De qué tamaño sería entonces la mano? ¿Y el brazo? ¿Y la persona que hablaba?

Porque él se la comparó y creyó que la panza era la muñeca. Y se le puso que era un gigante y que tía Zorra le estaba haciendo cachete a este gigante para salir de él.

Entonces pensó que quién lo mandaba hacerle caso a esa gran lambuza, sinverguenza, y sin aguardar más razones, dijo por aquí es camino, y tía Zorra quedó cuál sus patas.


Na vez tío Conejo cogió una cosecha que consistía en una fanega de maíz y otra de frijoles y como era tan maldito, se propuso sacar de eso todo lo que pudiera.

Pues bueno, un miércoles muy de mañana se puso su gran sombrero de pita, se echó el chaquetón al hombro y cogió el camino. Llegó donde tía Cucaracha y tun, tun. Tía Cucaracha, que estaba tostando café, salió cobijándose con su pañuelo para no pasmarse.

--¿Quién es? ¡Adiós trabajos! ¡si es tío Conejo! ¿Qué se le ofrece? Pase pa dentro y se sienta --y tía Cucaracha limpió la punta de la banca con su delantal.

--Aquí no más-- contestó tío Conejo --si vengo de pasadita a ver si quiere que tratemos. ¿Qué le parece que vendo una fanega de maíz y otra de frijoles en una onza y media? ¡Báileme ese trompo en la uña! Regaladas, tía Cucaracha, pero la necesidá tiene cara de caballo.

--Pues ai vamos a ver, tío Conejo. Si me decido, allá llego.

--No, no, tía Cucaracha. Si se decide es ya, porque si no voy a buscar otro. Vine aquí de primero por ser usté. Y si se decide, llegue a casa el sábado como a las siete de la mañana, porque yo tengo que bajar a la ciudá.

--¡Qué caray! Hago el trato y allá llego el sábado con mi carreta. Pero no se vaya. Ahorita está el café y tengo un tamal asado que acabo de sacar.

Tío Conejo se sentó y al poco rato estaba allí tía Cucaracha con un buen jarro de café acabadito de chorrear y una gran ración de tamal asado.

Con ese puntalito entre el estómago, siguió tío Conejo su camino. Llegó donde tía Gallina y tun, tun.

--¿Quién es? gritó desde adentro tía Gallina, que estaba enredada con el almuerzo.

--Yo, tío Conejo, que vengo a ver si hacemos un trato.

--Pase pa dentro y se sienta. A ver, ¿qué es el trato?

--Es que vendo una fanega de maíz y otra de frijoles en onza y media. ¡Vea qué mamada! Como quien dice, echar el maicillo y los frijoles a la calle... Pero estoy en un gran aprieto y tengo que venderlos por esa miseria. Me vine derecho a buscarla, tía Gallina, porque al fin y al cabo somos buenos amigos y uno debe preferir a los amigos.

Tía Gallina fue a volver la tortilla al comal, y mientras fue y vino, pensó que era un buen negocio y prometió a tío Conejo ir el sábado como a las ocho con su carreta, por el maíz y los frijoles. También le dió un queso hecho en la casa para que probara.

Tío Conejo siguió su camino y llegó donde tía Zorra que estaba pelando unos pollos.

--¡Hola, tía Zorra! ¿Qué hace Dios de esa vida?

--¡Pero hombre, tío Conejo! ¡Buenas patas tiene su caballo! Pase adelante, pase adelante y ahorita almorzamos.

Tío Conejo entró y propuso el negocio del maíz y de los frijoles a tía Zorra, metiéndole una larga y otra corta: que la había preferido a todos y que por aquí y por allá, y que si se decidía, llegara como a las nueve el sábado, porque él tenía que bajar a la ciudad. Tía Zorra dijo que bueno, y prometió llegar el sábado con su onza y media donde tío Conejo.

Después que dió una gran almorzada, tío Conejo se despidió y siguió su camino. Llegó donde tío Coyote, que estaba quitando del fuego una gran olla de conserva de chiverre.

--¡Upe! Tío Coyote. ¿Cómo le va yendo?

--¡Dichosos ojos, tío Conejo! Vale más llegar a tiempo que ser convidado. Entre pa dentro y prueba esta conservita que está muy rica.

Mientras se comía su plato de conserva, tío Conejo ofreció sus fanegas de maíz y de frijoles a tío Coyote por onza y media. En seguida cerraron el trato y tío Coyote quedó en llegar por ellas el sábado como a las diez de la mañana, con su carreta.

Tío Conejo se despidió y siguió adelante. Llegó a casa de tío Tirador, que estaba en el corredor aceitando su escopeta.

--Tío Tirador, aquí vengo a que crea que he perdido los bartolos, a ofrecerle una fanega de maíz y otra de frijoles en onza y media. ¡Un disparate! Pero es que ando cogiéndolas del rabo con una jaranilla que me ha caído encima.

Tío Tirador trató, y quedó de llegar el sábado con sus dos mulas, por el maíz y los frijoles. Tío Conejo le propuso que llegara como a medio día, porque en la mañana tenía que estar en la ciudad, de precisa, y no volvería a casa sino hasta por ahí de la una.

Luego tío Conejo regresó a su casa. El sábado se levantó de mañanita y se sentó en la tranquera. Apenas había salido el sol, cuando vió venir a tía Cucaracha con su carreta.

Tío Conejo la hizo llevar la carreta detrás de la casa. Le enseñó el maíz y los frijoles; tía Cucaracha sacó del seno el pañuelo en que traía anudado el dinero, lo desanudó y puso en manos del vendedor la onza y media.

El muy labioso de tío Conejo invitó a entrar a tía Cucaracha, descolgó la hamaca que estaba prendida de la solera de la sala y le dijo: --Venga, tía Cucaracha, y se da una mecidita mientras se fuma este puro habano. Y tía Cucaracha se echó en la hamaca y se puso a fumar.

Tío Conejo estaba para adentro y para afuera. De pronto apareció con las manos en la cabeza.

--¡Tía Cucaracha de Dios! Allá viene tía Gallina, y es para acá.

--¡No diga eso, tío Conejo! --dijo tía Cucaracha tirándose de la hamaca--. ¡Dios libre sepa que estoy aquí! ¡Escóndame por vida suyita, tío Conejo! Ya me parece que estoy en el buche de tía Gallina.

Tío Conejo la escondió entre el horno y salió a recibir a tía Gallina, a la que hizo llevar la carreta al galerón, le enseño las fanegas de maíz y de frijoles y recibió la onza y media. Después por señas la hizo asomarse al horno y tía Gallina se va encontrando con mi señora tía Cucaracha, que pasó a su buche en un decir amén. En seguida la llevó a la sala, la hizo subir a la hamaca y aceptar un puro habano.

Cuando tía Gallina estaba en lo mejor, meciéndose y fumando, entró tío Conejo con las manos en la cabeza: --¿Tía Gallina de Dios? ¿Adivíneme quién viene allí no masito?

--¿Quién, tío Conejo?

--Pues tía Zorra, y no sé si es por usté o por mí.

--Por mí, tío Conejo. ¿Por quién había de ser? ! Escóndame por vida suya! --Y la pobre tía Gallina, más muerta que viva, corría de aquí y de allá sin saber qué camino tomar.

Tío Conejo la escondió en el horno y salió a recibir a tía Zorra. La llevó a dejar la carreta en el potrero, para que no viera las otras, recibió su onza y media y en lo demás hizo como antes. Le señaló el horno con mil malicias y tía Zorra se zampó a tía Gallina. Mientras se estaba meciendo en la hamaca y fumándose su puro habano, tío Conejo estaba como una lanzadero, para adentro y para afuera. En una de tantas, entró haciéndose el asustado:

--!Tía Zorra de Dios! ¿Adivine quién viene para acá?

Tía Zorra pegó un brinco--. ¿Quién, tío Conejo?

--Pues tío Coyote... Y no se sabe si es por usté o por mí.

--¡Ah, tío Conejo más sencillo! ¿por quién había de ser si no por mí? ¡Escóndame y Dios quiera no me huela!

Tío Conejo la escondió en el horno y salió a recibir a tío Coyote. Después que éste le entregó la onza y media, lo llevó a la sala.

--Echese en la hamaca, tío Coyote, y descansa. Mientras tanto fúmese este purito habano.

No hay qye apurarse por nada. ¡Adió! De repente, cuando uno menos lo piensa llega la Pelona y adiós mis flores, se acabó quien te quería. Yo por eso nunca me apuro por nada.

Así que se fumó el puro, tío Conejo le dijo al oido: --Vaya y dese una asomadita al horno y verá la que le tengo allí. --Fue tío Coyote y halló a tía Zorra haciendo zorro. En un momento la dejó difunta y se la comió. Estaba todavía relamiéndose, cuando entró tío Conejo:

--¡Tío Coyote de Dios! ¿Adivíneme quién viene allí no más?

--Diga, tío Conejo-- contestó tío Coyote asustado al ver la cara que hacía tío Conejo.

--¡Pues tío Tirador, con así fusil! Y no se sabe si es por usté o por mí.

--¡Ay, tío Conejo! ¡Ese viene por mí, porque me lleva una gana! Escóndame, por la que más quiera.

--Pues métase entre ese horno y yo cierro la puerta.

Tío Coyote se metió, con el corazón que se le salía y tío Conejo se fue a la tranquera a recibir a tío Tirador.

--Ya creí que no venía, tío Tirador --dijo el muy sepulcro blanqueado--. Pase, pase y descansa en esa hamaca, que debe de venir muy rendido. Fúmese este purito habano y luego viene a ver su maíz y sus frijoles.

Cuando tío Tirador hubo descansado, tío Conejo le dijo al oído:

--Prepare la guápil, tío Tirador, y vaya a darse una asomadita por el horno.

Así lo hizo tío Tirador, quien se va hallando con tío Coyote que estaba con las canillas en un temblor. Tío Tirador apuntó y ¡Pun! ..., ¡Adiós, tío Coyote! ...

Después fueron a cargar en las mulas el maíz y los frijoles, y así fue como éste fue el único comprador que recibió la cosecha de tío Conejo, quien cobró sisete onzas y media por una fanega de maíz y otra de frijoles, y se quedó con cuatro carretas y cuatro yuntas de bueyes y muy satisfecho de su mala fe.

Cuando terminaba este cuento la tía Panchita, siempre añadía con tristeza: --¡Achará que tío Conejo fuera a salir con acción tan fea! Yo más bien creo que fue tía Zorra y que quien me lo contó se equivocara... porque tío Conejo era amigo de dar qué hacer, pero amigo de la plata y sin temor de Dios, eso sí que no.


 

Ues señor, es el caso que tío Conejo se nos había vuelto muy melindres para comer, y a mi amo no le gustaban sino cositas buenas. Decía que ya el churristate lo tenía hasta el copete y a los quelites les hacía ché. Ultimamente andaba antojado de comer queso tierno. ¿Y cómo hago? ¿Y cómo hago? Por fin quién sabe cómo averiguó que un carretero bajaba todos los viernes de una hacienda, --por un camino de la vecindad--, con madera y quesos.

Allá el viernes a la nochecita --que era la hora en que pasaba la carreta--, se tiró Tío Conejo en medio camino y se hizo el muerto. Dichosamente hacía una luna como el día y el carretero se agachó para ver qué era aquel bultico.

--¡Miren allá-- dijo a un compañero-- si es un conejito! ¡Ah señor, qué le pasaría!... ¡Pobrecito! Pero no está muerto, todavía resuella. Lo voy a echar en la carreta y quien quita que vuelva en sí.

Y lo que el sapo quería... El carretero acomodó a Tío Conejo entre los sacos de queso, y la carreta se puso otra vez en marcha. Entonces abrió un ojo, después el otro, y como vió que no había nada que temer, hizo un buen boquete al saco de gangoche en que venían los quesos bien envueltos en tusa. Se puso a sacarlos y a arrojarlos al camino. Así que el saco estuvo vacío, se tiró él y salió como un cachiflín a recoger los quesos y a llevarlos a su casa. Luego se dió tal atipada de queso que quedó que no podía moverse.

Otro día se sentó a la puerta a relamerse y a hacer la boca agua a cuantos pasaban. Iba Tío armadillo a hacer diligencia, a ver si encontraba algo qué comer y el muy mal corazón lo detuvo:

--Asómese compadrito y espíe para adentro y me cuenta un cuento.

Y tío Armadillo se hizo cruces cuando vió aquel gran montón de quesos que llegaba hasta el techo.

Pasó Tía Iguana y lo mismo:

--Venga acá viejita y dese una asomadita.

Tía Iguana se fue llena de envidia.

Pasó Tía Ardilla y Tío Conejo le gritó:

--Vení acá niñá y cuidado con caerte para atrás cuando veas lo que vas a ver.

Y de veras, la pobre tía Ardilla que andaba en ayunas se quedó como quien ve visiones, y no se atrevía a recoger unas boronitas que estaban en el suelo.

A tío Conejo se le movió el corazón y le hizo un gallito de queso con tortilla: --Tomá niñá para que no se te reviente la hiel.

--Dios se lo pague tío Conejo --dijo tía Ardilla-- que Dios me lo guarde y me le dé salud y me le repare de donde menos piense.

--Tía Ardilla, tía Iguana y tío Armadillo se fueron por los campos a contar de la maravilla de quesos que tenía tío Conejo. Oirlo tía Zorra y corre para donde tío Conejo, todo fue uno.

Apenas la divisó, se metió corriendo tío Conejo, y atrancó bien la puerta.

Llegó tía Zorra y se puso a tocar: --Upe, tío Conejo, ¿qué hace Dios de esa vida?

Tío Conejo se asomó por la ventanita alta.

--¿Qué se le ofrece tía Zorra?-- le preguntó. Y perdone que no salgo a abrirle, pero es que me acabo de calentar la nuca con manteca de chancho y me puse un trapo zahumado porque estoy rabiando de un oído.

--Lo siento mucho, tío Conejo. Y hablando de otra cosa: ¿no me querrías vender un diezde queso?

--No comadrita, no tengo venta.

--Andan diciendo que tenés la casa llena de quesos. Contame cómo hiciste; por qué no me decís.

--Con mucho gusto tía Zorra. Viera qué sencillez. Fue así y así --y tío Conejo le explicó todo.

--Así quien no... ¡Qué mamada! --dijo tía Zorra--. Y decime, hombré, ¿vos crees que si yo me hago la muerta en el camino me pasa la misma?

--¡Uh! Pues cómo no --contestó tío Conejo--. Otra cosa tendría duda, ¿pero eso? Si la veo ya con la casa llena de quesos. Anímese viejita...

--Sí, hijó, voy a ver si hago el ánimo. El que no se arriesga no pasa el mar. Habiaos que no saque algo. Ai encomendame a Dios para que me vaya bien.

Y tía Zorra se fue.

De veras, allá el viernes a la nochecita se puso a la mira y cuando sintió venir carretas se tiró a lo largo en medio camino, en el mismo sitio en que lo hizo el otro. Y para quedar mejor se estiró bien y se puso tieso. El carretero deonde la vió, dijo: --¡Adiós trabajos! Hoy hace ocho era un conejo y hoy es esta lambuza hedionda. ¿No querrá también dejarme sin quesos? Aguardate ai y verás... Gui, buey viejo, gui...

Y diciendo y haciendo, el muy ingrato chuceó los bueyes y la carreta le pasó por encima a la infeliz tía Zorra.

Sólo porque Dios es muy grande y porque las zorras tienen la vida muy dura, tía Zorra quedó contando el cuento. Pero cuando la pobre volvió en sí, no valía un cinco, todos los huesos le dolían y como pudo, regresó a su casa y tuvo que estar un mes en cama.

A los días pasó por donde tío Conejo, todavía en muletas. Apenas lo vió le torció los ojos y le hizo tan mal modo que parecía se lo quería tragar.

--Vas a ver mechudo, orejón, me las has de pagar. Yo te contaré --le gritó en un temblor.

--¡Eso sí que está bonito! ¿Y yo qué le ha hecho? --preguntó tío Conejo.

--Sí, ¿yo que le he hecho? Pero con esa no te quedás--, y le quiso meter su muletazo.

--¡Eh! ¡diantres la vieja revesera! --le dijo tío Conejo--, y tuvo que meterse corriendo y pasar el picaporte a la puerta; y por torear a tía Zorra se asomó por la ventanita alta y se puso a comerse un buen tuco de queso, y a arrojarle boronitas en la cara.

A tía Zorra de la cólera le dió un ataque y tuvieron que llevársela a la casa en silla de manos, tío Armadillo y tío Coyote.


 

N día estaba tío Conejo en la montaña, metiéndole mil virutas a tía Palomita Yuré, que lo oía sin pestañear: que él era hijo del rey y que vivía en un palacio de oro y plata: que su padre y su madre usaban una corona más alta que el palo en que estaba parada tía Palomita, con ser que era un palo de guanacaste; que tenía mil ochocientos criados y que cuando le hablaban se ponían de rodillas y le besaban los pies.

Estaba en lo mejor, y la otra con la baba caída, cuando sintió que le echaban garra por detrás y al mismo tiempo un vocerrón gritaba: --¡Ah! Tía Palomita Yuré, ¡Tan vieja y en cartilla! ¿Usté es capaz de comprarle las mentiras a este gran zamarro? ¿No ve que es tío Conejo, más conocido que la ruda?

Tío Conejo volvió a ver y se quedó sin resuello al toparse con tío Tigre, que le dijo:

--Hola, amigó, ¿qué hace Dios de esa vida?

Ajá, ¿con que te cogí asando elotes? Gran tal por cual, lo que es ahora te amolaste. Yo te contaré.

--¡Ah caballada! --pensó tío Conejo--, ¡Y la que me fue a pasar! ¡Aquí sí que no hay tu tía!

Por un si acaso y para ganar tiempo, se hincó con las manos puestas al frente de tío Tigre y se puso a rogarle:

--¿Idiay, tío Tigre, y eso qué es? ¿Acaso yo le he faltado en lo más mínimo? Hágame el favor de decirme si usté no ha sabido que yo siempre con todo el mundo no tengo en la boca sino buenas ausencias suyas. Ayer cabalmente no me lo apié de la boca en todo el santo día: que tío Tigre sí que es valiente, que tío Tigre sí que es nonis para brincar, que tío Tigre sí que es muy gallo...

--Sí, callate labioso. Lo que es conmigo no la socás--. Y dejate de andarme vainas y ajesusiate porque estás en las últimas. Encomiéndelo a Dios, tía Palomita Yuré.

--Bueno, tío Tigre, ¡Qué caray! Yo no le tengo miedo a la muerte. Vea, lo único que le pido es que vaya conmigo a mi casilla para disponer de los cuatro chunches que tengo. Eran de mi abuela y al fin uno le tiene cariñillo a esas cosas y no quiero que un particular vaya a ser el logrado.

--No, no, no. Ya te dije que a mí no me vengás con solfas. Quien no te conoce que te compre. Ajesusiate, te digo.

--¡Is, tío Tigre! No creí que fuera tan mal corazón. A un moribundo no se le niega un capricho, contimás una necesidad como es la de dejar dispuesto los cuatro realillos y los cuatro chunches que uno tiene. Mire, tal vez le guste alguna cosilla y entonces se la deja en mi nombre, lo mismo que la platilla; es una nada, pero de algo le sirve, aunque sea para candelas.

--Es que ya me has hecho muchas, confisgado.

--Vea, tío Tigre, vamos, y usté ve que me puedo zafar, no me deja entrar.

Tío Tigre convino y se llevó a tío Conejo al trompicón.

Tío Conejo iba pensando en el camino: --¡Ay tatica Dios! ¡Ayúdame, a ver cómo me las campaneo para salir se este apuro!

Llegaron a la casilla de tío Conejo y tío Tigre la registró minuciosamente por fuera, y cuando vió que sólo una puerta tenía y que no había otra salida por donde pudiera escabullirse, dejó a tío Conejo entrar y él se echó a la entrada, porque en el interior no cabía.

Convinieron en que tío Conejo pondría las cosas en la puerta para que tío Tigre las tirara del otro lado y las fuera amontonando.

Tío Conejo se puso a hacer que hacía. Al ratito tiró un trapo más sucio que un terrón.

--Allá va el camisón de mi abuela. Si no le sirve, tírelo bien lejos.

Tío Tigre lo cogió con asco y lo tiró bien lejos.

En esto entrecerró los ojos porque hacía mucho sol.

--Allá van las enajuas de mi abuela. Si no le sirven, tírelas bien lejos.

Tío Tigre las cogió y las tiró bien lejos.

--Allá va la petaca de mi abuela. Si no le sirve, tírela bien lejos.

Tío Tigre la tiró bien lejos.

Tío Conejo se echó por el suelo y sacando las orejas, gritó: --Allá van los caites de mi abuela.

Si no le sirven, tírelos bien lejos. Tío Tigre sin fijarse los agarró y tiró lo que era, lejos. Cuando oyó tío Tigre fue que le gritaron de un montazal:

--Adiós, tío Tigre... y que le aproveche... Volvió la cabeza tío Tigre y ¡Va viendo! los caites de la abuela que se las caiteaban por entre un potrero.


 


Date: 2016-01-14; view: 810


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Iexcl;Pues qué era! Pues el pobre tío Coyote, que llevaba la panza como una timba, había reventado en la carrera. | Llá en un verano, todos los rios se secaron y sólo quedo un yurro con una miseritica de agua. Allí iban todos los animales a beber.
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