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Libros de Luz: http://librosdeluz.tripod.com 12 page

»En cada una de estas operaciones de "trasplante" por ejemplo, el individuo que aparece

tumbado sobre la mesa del quirófano era sometido a un complejo sistema que controlaba

hasta sus últimas funciones biológicas».

Javier Cabrera me mostró las zonas de contacto de la nariz, boca, corazón, sistema

nervioso, circulación sanguínea, etc., del enfermo con la mencionada «mesa» de

operaciones. En cada uno de aquellos puntos había grabado un rayado que Cabrera identificó

como «sistemas de controles electrónicos» de cada una de estas funciones vitales.

—Cualquiera que vea o examine estas «mesas de operaciones» no observará en ellas

nada de particular. Quizá, incluso, las considere primitivas y burdas. Pero no es así. Estas

«mesas» nos están revelando todo un proceso de vigilancia en el enfermo. No sólo se le

está practicando un «trasplante» de cerebro, sino que, al mismo tiempo, se controlan todas

sus funciones vitales: respiración, alimentación, sistema neurovegetativo, corazón, etc.

»Es decir, el hombre no entraba en el quirófano, como puede parecer aquí, de una forma

tosca, sin cuidados. Nada de eso.

»No podía haber parálisis respiratoria ni cardíaca... Todo era controlado.

»¿Ocurre hoy lo mismo? No. En la mayor parte de los casos, nuestros pacientes son

operados sin ese necesario y absoluto control de sus funciones biológicas. Y el enfermo

puede morir en plena operación. Pero, ¿por qué? Porque nuestra Humanidad no ha

aprendido a respetar la Vida. Porque no le hemos dado valor .

»Sí lo hemos hecho, en cambio, con un cohete que viaja a la Luna. Todo en él está

controlado y supervisado. No escapa un solo detalle.

»¿Crees que si el hombre actual hubiera otorgado a la vida toda la atención que merece,

habría un solo ser humano que pereciera de hambre?

»Para nuestro "filum" es más trascendental el poder. Y la muerte ha ocupado el lugar que

corresponde a la Vida...

»¿Comprendes ahora por qué deseo que los científicos del mundo entero conozcan esta

"biblioteca"? ¿Comprendes por qué deseo que este descubrimiento se propague a los cuatro

vientos?

—¿Es que consideras que a esta Humanidad puede interesarle dejar lo que sabe y posee

para acercarse a este descubrimiento y aprender de él?

—Quizá mi confianza esté puesta en la juventud. Sólo aquellos cuya mente no está

intoxicada o bloqueada por los prejuicios pueden entender el alcance de este «mensaje».

Hoy resulta ridículo y absurdo considerarse en posesión absoluta de la Verdad.

Antes de cerrar este capítulo dedicado a la Medicina en la gran «biblioteca» lítica del

desierto peruano, creo que convendría hacer mención también del propio aspecto



morfológico que presentaba aquel sin fin de figuras de apariencia humana grabadas en las

rocas. Su aspecto físico me había llamado la atención desde un principio. Resultaba

realmente curioso observar cómo la totalidad de los hombres y mujeres grabados en las

piedras eran idénticos entre sí. Sin embargo, la diferencia con el hombre de nuestra

humanidad era evidente. E interrogué a Cabrera sobre ello.

—Si se trataba de una raza autóctona del planeta, como pienso, ¿por qué tenía que ser

necesariamente igual al hombre del siglo xx de nuestra era? Quiera el hombre de Neandertal

o de Cro-Magnon con sus 150.000 y 40.000 años, respectivamente, son iguales a nosotros.

¿Qué podíamos esperar entonces una Humanidad que vivió hace tantos millones de años?

¿Es que los «moais» de la isla de Pascua son iguales a los hombres de nuestro tiempo? Ni

siquiera los habitantes actuales de dicha isla se asemejan a los seres representados en tales

estatuas.

»A través de mis estudios he podido deducir que el hombre "gliptolítico" poseía un

tremendo cráneo, índice inequívoco de su alto nivel mental. Nosotros, a su lado, seríamos

microcéfalos.

»Por otro lado, sus brazos eran extremadamente largos y carecían —tal y como se aprecia

en casi todas las piedras— de pulgares. Sus manos disponían de cinco, cuatro o tres dedos

largos, pero siempre sin dedo pulgar.

—»En el manto de Paracas —me recordó Javier Cabrera—, aquella civilización explicó el

porqué de esta anomalía.

»Recuerdo que en cierta ocasión —y conversando sobre este tema con médicos

compañeros míos en el Hospital Obrero de Ica—, me exponían la tremenda dificultad que

tiene que suponer para un ser humano carecer del dedo pulgar. Ellos hacían hincapié en la

absoluta necesidad de la oponibilidad, a fin de poder utilizar libremente la mano.

»Sin embargo, poco tiempo después de esta discusión tuve la gran fortuna de poder

demostrarles que estaban equivocados.

»Un día llegó hasta mi consulta en el Hospital una "cholita" muy joven que tenía cierta

dolencia. constantemente con gran timidez, ocultaba constantemente sus manos a las

miradas de los que la rodeábamos y le pregunté por qué. La "cholita" se resistía y, al tomar

sus manos entre las mías, observé con gran sorpresa que sólo tenía tres dedos largos en

cada ano

»Comprendí al instante que mis deducciones respecto a la Humanidad de las piedras

tenían, incluso, una base real y demostrable hoy día. Así que pedí inmediatamente tijeras,

aguja e hilo y rogué a la joven india que me cortara las uñas y cosiera un botón.

»Y ante los atónitos ojos de médicos y enfermeras, aquella "cholita" llevó a cabo la tarea

con tanta rapidez como precisión.

»Quedaba demostrado, pues, que el dedo pulgar no es absolutamente necesario para un

normal desenvolvimiento de las manos».

Javier Cabrera, satisfecho por esta ratificación de sus investigaciones en relación con los

hombres «gliptolíticos», mandó sacar fotografías de las manos de la joven, así como de las

diversas operaciones que podía llevar a cabo.

Yo mismo pude ver dichas diapositivas.

—¿Y por qué aquella civilización tenía unas manos tan extrañas?

—El hombre constituye uno de los grupos de mamíferos que ha experimentado mayores

cambios en sus extremidades superiores. Y cien millones de años son muchos años...

Javier prosiguió su explicación sobre las características físicas de estos seres.

Las piernas, al contrario que los brazos, eran cortas. Y el tórax y abdomen, más bien

globulosos.

»Su altura media no creo que fuera superior a un metro quince o un metro veinte

centímetros. Hoy los hubiéramos calificado como "humanoides".

«¿Humanoides?», pensé. Cabrera había expuesto claramente que no compartía el criterio

de que aquella civilización supertecnificada y extraña hubiera llegado del exterior.

Sin embargo, las preguntas en torno a este apasionante punto comenzaron a bullir en mi

cerebro.

Si habían logrado huir del planeta antes de su destrucción, ¿podían haber retornado

millones de años después? ¿Qué relación podían tener los actuales OVNIS con esta

Humanidad desaparecida del globo?

Éstas y otras muchas interrogantes, sencillamente fascinantes, iban a plantearse en una

cena que nunca olvidaré y que iba a tener lugar aquella noche en el tranquilo jardín de la

casa de Javier Cabrera.

CAPÍTULO 12

LOS INCAS CONOCIERON LAS PIEDRAS

Tengo que acusarme de ello. Ensimismado con aquellos miles de piedras, apenas si

presté atención a la persona del doctor Javier Cabrera. Y he deseado mil veces poder

regresar de nuevo a Perú para adentrarme mucho más en la personalidad de este hombre

que lucha solo contra todos.

Quizá uno de los momentos en que más cerca me encontré de su realidad personal y

familiar fue a lo largo de una cena entrañable, en el jardín de su casa de lea.

Después de una jornada agotadora, en la que Javier Cabrera Darquea nos había hablado

durante más de siete horas de sus últimos hallazgos, tuve la oportunidad —inmejorable, por

supuesto— de asistir a un nuevo coloquio. Pero, esta vez, sin la tirantez de la precisión de la

investigación. Sin la concentración y la responsabilidad del trabajo. Sólo con la paz de una

amistad. Con el respaldo de una luna blanca que hacía brillar el oro de las dunas. Con mis

amigos...

No sé bien cuántos nos reunimos aquella noche cálida del verano sudamericano en torno

a la figura batalladora de Javier. Recuerdo las notas de una canción entonada con timidez

por su esposa Paulina, el tintineo del hielo en su choque con el Pisco y el ir y venir servicial

de algunos de los ocho hijos de Cabrera.

Recuerdo una primera pregunta, lanzada al azar y que no fue esquivada, ni mucho menos,

por el investigador de la «biblioteca» de piedra:

—Hace unos meses, el mayor Donald Keyhoe, de la Armada norteamericana, lanzaba a

los cuatro vientos un informe que —hasta el momento— había sido considerado como «alto

secreto militar». Decía así:

»"Según los científicos y oficiales de la Inteligencia de la Fuerza Aérea de los EE.UU., los

OVNIS son naves espaciales de algún mundo más avanzado, que están dedicados a una

extensa observación de nuestro planeta."

»Si en las piedras grabadas se plasmó la salida de la Tierra de las elites de aquella

Humanidad, ¿cabe la posibilidad de que estos OVNIS que hoy nos observan puedan

pertenecer a los descendientes de aquella civilización que partió del globo hace millones de

años?

Javier Cabrera, como digo, no esquivó la cuestión. Y se enfrentó, valiente, a tan sugestiva

hipótesis:

—Pudieran ser ellos, sí. O pudieran ser otros...

»Lo único que puedo decirte es que la Humanidad se está preparando para uno de los

más trascendentales momentos de su Historia: el de su enfrentamiento —cara a cara— con

"hombres" de otros astros.

»¿No habéis observado el tremendo giro que está experimentando nuestra civilización en

ese sentido?

»¿No habéis notado el gran cambio de las personas cuando se trata el tema del Universo

y de la Vida en el espacio? Si hace cinco años nos hubiéramos reunido en este mismo

jardín, a dialogar sobre la posibilidad de un contacto o de una comunicación con habitantes

de otros mundos, todos nos habrían tachado de locos o psicópatas.

»Hoy, por el contrario, a todos nos preocupa este tema. Intuimos algo. En el fondo de

nuestros corazones sentimos la presencia de otras civilizaciones extraterrestres.

Civilizaciones que son superiores a la nuestra. Humanidades, a fin de cuentas, que quizá estén

más cerca que nosotros de la Verdad. Hombres o seres inteligentes que llegaron a

metas ni siquiera soñadas por nosotros.

—¿Qué podría ocurrir si un día —quizá no muy lejano—, el hombre de la Tierra se

encontrara frente a otro «hombre» de la galaxia?

—Es posible que ése sea el comienzo de la verdadera unidad de este «filum» humano.

Hasta ahora sólo hemos sido tribus, países, imperios, individualismos, egoísmo, doctrinas,

guerras, divisiones y muerte.

»Quizá en ese instante histórico nuestra Humanidad comprenda que sólo la unidad

profunda, sin credos, sin religiones, sin partidos, sin naciones, sin diferencias, puede

conducir a la realización auténtica del hombre que forma esta Humanidad concreta. Y sólo

habrá una civilización. Un único fin: la integración en el Cosmos.

¿Has descubierto en la «biblioteca» lítica alguna forma de vida inteligente que no sea el

hombre? No, por ahora, no. Los seres de aquella Humanidad «gliptolítica» pertenecían al

llamado «género humano». Solo uno de los personajes de las piedras grabadas no era de

este planeta. Pero ése también pertenecía a dicho «género humano». Su apariencia física

era muy similar a la de los hombres «gliptolíticos», pero procedía de otro lugar del Cosmos.

Aquello me intrigó extraordinariamente. Javier Cabrera, feliz junto a los suyos, parecía

dispuesto a revelar algunos de los misterios que —indudablemente— conocía y que, sin

embargo, nadie había escuchado aún.

—¿Quién era? —pregunté.

—Tú lo conoces, puesto que lo has identificado en lo que tú llamas «cuarto secreto»...

Eso fue todo lo que pude sonsacarle a Javier. Y no era poco...

La cena proseguía, animada con la presencia de nuevos amigos de Javier Cabrera y con

el sabor picante del «cebiche».

—Algunas personas se extrañan al ver en las piedras objetos que pertenecen a nuestra

civilización...

—¿Por ejemplo? —preguntó a su vez el investigador.

—Tijeras, lupas, cuchillos...

—Dime una cosa. Si un hombre tuviera que cortar algo ahora y en la Prehistoria, ¿cómo

crees que lo haría? ¿Con un cuchillo diferente o con uno igual? Si tú deseas cortar algo

debes buscar un objeto cortante, ¿no es así? ¿Y cómo sería ese objeto?

»No debemos olvidar que este "filum" humano que dejó el "mensaje" alcanzó algo que

nosotros todavía no hemos imaginado siquiera: se concretó en un cien por cien, a través de

su evolución, en su espacio-tiempo. Y en ese cien por cien de su espacio-tiempo realizó todo

lo que el hombre de hoy está tratando de conseguir.

»Tú has reconocido, por ejemplo, una cosa nueva en algo viejo. Tú has visto cuchillos,

lupas, tijeras etc., pero también has visto cosas desconocidas. "Trasplantes» de cerebro, de

claves genéticas, en algo viejo...

»Es la figura contraria.

»¿Por qué? Porque cada Humanidad, cada "filum", tiene que realizar lo que, en cierto

modo, está predeterminado. Tú harás lo mismo que ya hizo otro hombre. Y no es

precisamente una casualidad o una "lotería" que tú —ahora— estés "ocupando" el lugar de

ese otro hombre...

—¿Qué quieres decir?

—Lo mismo que ya he repetido en anteriores oportunidades. La investigación de la

«biblioteca» de piedra me ha demostrado que el hombre es increado. Pertenecemos al

«género humano», y ese género ocupa y significa en el Cosmos mucho más de lo que

nuestra corta mente puede imaginar.

»Por eso decía hace un momento que el encuentro de este "filum" con otro "hombre" de la

galaxia será vital».

A veces era realmente difícil seguir las explicaciones del médico de Ica. Uno se

encontraba desarmado, sin el espíritu lo suficientemente despejado como para dejar entrar

la luz de aquellas nuevas afirmaciones. Uno presentía que Javier Cabrera había llegado al

fondo de múltiples problemas, precisamente a través de aquella apasionante investigación.

Pero el profesor peruano se resistía —quizá por prudencia— a vaciar su mente.

—¿Es quizá éste —el «capítulo» de la antropología del hombre «gliptolítico»— el más

difícil?

—No es que sea el más difícil —respondió Cabrera—. Quizá lo que sucede es que se trata

de uno de los más trascendentales. Pero lo revelaré a su debido tiempo Cuando el mundo

entero sepa que existe esta gran «biblioteca».

»No es fácil, lo reconozco, cambiar de la noche a la mañana los esquemas mentales de

toda una vida y de toda una educación. Por eso deseo dar tiempo al tiempo.

—¿Crees que habrá algún otro Iugar con el mundo donde posean algo semejante a esta

formidable «biblioteca»?

—Quizá en el Tíbet. Los famosos «discos» de piedra de Baian Kara Ulapodrían ser otro

documento legado por alguna Humanidad remota...

(Según se dice, en la frontera chino-tibetana, el arqueólogo Chi-Pu-tei descubrió en 1938

un total de 716 «platos» o discos de granito de dos centímetros de espesor. En el centro

presentaban un agujero desde el cual parte en espiral una escritura a doble surco hasta el

borde del plato. Dichos «platillos» de Baian Kara Ula son muy semejantes a nuestros

actuales discos microsurco. Durante años trabajaron los especialistas tratando de descifrar

el misterio de los mencionados platos de granito, hasta que en 1962, el profesor Tsum Um

Nui, de la Academia de Prehistoria de Pekín, logró descifrar una parte importante de la

escritura acanalada. Los análisis revelaron importantes cantidades de cobalto, y los físicos

comprobaron que las piezas tenían un elevado ritmo vibratorio, lo que hace suponer que en

algún momento estuvieron expuestos a altas tensiones eléctricas. Los descubrimientos de

Baian Kara Ula causaron sensación cuando el filólogo soviético, doctor Viacheslav Saizev,

publicó textos descifrados de los platos de granito. En ellos se afirmaba que «hace unos

doce mil años, un grupo de seres de procedencia desconocida llegó a parar al tercer planeta,

pero su vehículo espacial no tenía energía suficiente para abandonar este mundo extraño».

Javier Cabrera apuró su vaso de whisky.

—Después de encontrar esta «biblioteca» en piedra, no tengo la menor duda: al menos,

desde el hombre «gliptolítico», la Tierra ha sido poblada también por otras civilizaciones.

Todas ellas han cubierto una fase de la historia del planeta y del propio «género humano».

Y es muy posible que, al final de sus días, o quizá mucho antes, algunas de esas

Humanidades pretéritas descubrieran igualmente la existencia de otras civilizaciones

anteriores a ellas mismas. E incluso supieran de la Vida en el Universo.

»¿Por qué empecinarnos en ser los primeros y los más tecnificados de toda la historia del

mundo? La Tierra tiene miles de millones de años de existencia... ¿Cómo podemos

pretender semejante disparate? ¿Qué sabemos de nuestro propio pasado? Hace 10.000

años fue "ayer"...»

Aquellas palabras de Cabrera me transportaron hasta las páginas de un libro que acababa

de leer. Un libro que dejó una profunda huella en mi espíritu. En él, su autor, el célebre

Hoimar von Ditfurth, profesor de Psiquiatría y Neurología de la Universidad de Heidelberg,

hablaba también de lo inconmensurable que es en realidad el Cosmos. Y ponía un ejemplo

que podría aplicarse perfectamente a este largo pasado de la Tierra.

Decía Von Ditfurth: «No podemos imaginarnos lo que representan 3.000 millones de años.

Pero acudamos a una de esas "muletas" que permitirá a nuestra imaginación "aproximarse"

a la verdadera magnitud del término expresado:

"A razón de un número por segundo, podemos contar hasta 1.000 en un cuarto de hora,

poco más o menos.

"Para alcanzar el millón, presuponiendo una jornada de ocho horas, se necesitaría todo un

mes, contando en las mismas condiciones.

»Y para llegar a los 1.000 millones, sería necesaria toda una vida, dedicando ocho horas

cada día y contando un número por segundo. Tendríamos que alcanzar, además, una edad

aproximada de 80 años para conseguir este empeño».

¿Cómo podemos, por tanto, creer que nuestra Humanidad es la única?

—Dijo usted, profesor, en cierta ocasión —intervino otro de los asistentes a la cena—, que

el hallazgo y posterior investigación de esta «biblioteca» de piedra había cambiado su vida.

Pero, fundamentalmente, ¿por qué?

—Quizá por el simple hecho de haber comprendido que la mente humana debe estar

permanentemente preparada para el cambio, para lo nuevo.

»En el Universo, nada es absoluto. Y hay que sentirse lo suficientemente humilde como

para aceptar que podemos estar equivocados. Equivocados, incluso, en lo que hemos

considerado como más sagrado».

—¿A qué horas estudia, profesor?

—¡Ay, hijo!, cuando puedo. Mi trabajo en el Hospital no me da demasiado margen. Ésa es

una de mis grandes amarguras. Yo desearía volcar todo mi tiempo y todo mi esfuerzo en

esta investigación. Pero tengo ocho hijos y debo darles de comer.

—Por cierto, ¿cuánto dinero lleva gastado en estas piedras?

Javier Cabrera sonrió e hizo un gesto de impotencia:

—Ni yo mismo podría decírtelo. Son nueve años comprando piedras a los campesinos.

Aquí he dejado parte de mi vida...

—Todos hemos visto que la «biblioteca» esta integrada por «series» de piedras. ¿Cómo

logró reunir dichas series? ¿Buscaba, pedía piedras concretas a los campesinos de Ocucaje

o las ha ido acumulando conforme llegaban?

—No, yo compraba siempre las que me traían. Cualquiera se hubiera dado cuenta desde

un principio de que aquello era una «biblioteca». Por tanto, lo importante era reunir un

máximo de «libros» o piedras.

»Lo que nunca imaginé fue que allí iba a encontrarme con "capítulos" como el del cometa

Kohoutek...»

Alguien se dirigió entonces a la joven esposa de Cabrera y pidió su opinión sobre las

piedras.

—Yo fui uno de los más enconados enemigos de estas piedras —comentó ante la

sorpresa de todos—. Durante los tres primeros años las consideré una simple colección, una

pérdida de tiempo, casi un juego de Javier. Hasta que un día comprendí lo equivocada que

estaba.

—Ella y mi madre, precisamente —añadió Javier Cabrera—, fueron las que, en un

principio, más se opusieron a que yo prosiguiera mi investigación...

—¿Y el resto del pueblo de Ica?

—Tú lo ves. Nadie es profeta en su tierra. Y yo tampoco. Las críticas me asaltan por todas

partes. En los periódicos me tachan de loco. Se burlan de mí y de la «biblioteca». Pero no

importa. Esa crítica es mi mejor aliada. Me obliga a hacer un alto en el camino y a serenar la

mente. ¿Es que estaré equivocado? —pienso en algunos momentos—. ¿Es que todo será

una pérdida de tiempo?

»Pero no. Después de esos instantes de reposo espiritual, mi voluntad se ve fortalecida.

Sé que esta investigación es auténtica y que algún día dará los frutos deseados. Además, ¿

es que no comprendéis? Estas piedras nos sobrevivirán a todos. Y otros seguirán el

estudio».

—Me pregunto qué habría sucedido si, en lugar de en pleno siglo XX, esta «biblioteca»

hubiera sido desenterrada hace siglos...

—Fue encontrada y conocida por los remotos indios incas del Perú. Así consta en las

crónicas de algunos jesuitas que acompañaron a los conquistadores españoles en 1550. Las

denominaban «piedras Manco». ¿Y quién sabe si no fueron conocidas mucho antes?

—Pero, si los incas tuvieron conocimiento de su existencia, ¿cómo es que no las tocaron?

¿Cómo es que no aprendieron de ellas?

—Las consideraban «cosa de los dioses», ya te lo dije. Y, a lo sumo, tocaron algunas

pequeñas. Nunca se ha encontrado una piedra grande junto a una momia inca.

»En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, ¿de dónde crees que aprendieron los incas

su perfecto sistema teocrático-socialista? Los grandes sacerdotes de aquel imperio que ni

siquiera conocía la rueda, tuvieron acceso al lugar donde se hallaba la "biblioteca" y durante

años lograron descifrar y entender determinados aspectos de las grabaciones. Ellos también

eran inteligentes, aunque no podían comprender, lógicamente, muchas de las ideografías de

tipo técnico y científico de los gliptolitos.

»¿Por qué y cómo sabían los indios que los hombres blancos llegarían en barcos a través

de los grandes mares? ¿Quién había hablado a los incas de la existencia de los caballos,

antes de que los conquistadores hispanos los llevaran a América? ¿Por que crees que un

imperio tan poderoso como el incaico se dejó dominar tan fácilmente por un simple puñado

de españoles? Los indios habían visto los barcos y los caballos y hasta al propio hombre

blanco en las grabaciones de las piedras. Tú mismo lo has comprobado. Los incas sabían

que existían y no se extrañaron cuando los vieron aparecer en sus playas y montañas. ¡Los

tomaron por «dioses»!

»Pero no sé si te diste cuenta de un detalle cuando observábamos las piedras donde

aparecen caballos.

Traté de recordar algo que me hubiera llamado la atención.

—Sí —repuse—, aquellos caballos no eran normales... Tenían dedos en lugar de cascos.

—¿Y por qué? —planteó nuevamente el investigador.

—Creo que, dentro del proceso evolutivo de este animal, hubo una época remota en la que

sus patas terminaban en dedos.

—Exacto. Pero eso fue hace millones de años. ¿Por qué se le representó entonces en las

piedras con dedos en lugar de cascos? Los caballos que llegaron con los españoles no

tenían dedos...

»¿O es que podríamos atribuirlo —como dicen muchos arqueólogos— a la imaginación" y

sentido artístico de los campesinos de Ocucaje?».

En realidad, pocos comentarios podían hacerse a aquella observación.

—De esas 11.000 ó 15.000 piedras que posees en la Plaza de Armas, ¿cuántas han sido

estudiadas totalmente?


Date: 2016-01-05; view: 1679


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