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es más que un simple individuo o, incluso, un pequeño grupo de exploradores. Se necesitan
técnicos experimentados, conocedores de la astronomía, así como de los métodos
necesarios para el trazado de mapas."
»Arlington Mallery va aún más lejos: "No comprendemos —dice— cómo pudieron
confeccionarse esos mapas sin la ayuda de la aviación. Además, las longitudes son
absolutamente exactas, cosa que nosotros mismos sólo sabemos hacer desde hace apenas
dos siglos."
»Habría que proceder —concluyen su relato Pauwels y Bergier— a una "revisión
desgarradora" de nuestros conceptos referentes a la historia de la Humanidad. ¿Qué
conjeturas podemos hacer sobre una civilización desarrollada que habría existido hace unos
diez mil años?»
Sólo admitiendo, en definitiva, que en otras épocas del planeta se desarrollaron
civilizaciones de un gran nivel técnico y científico podríamos comprender y encajar la
formidable realidad de los mapas de Piri Reis.
Es la misma conclusión a la que uno llega sin querer después de conocer e investigar la
«biblioteca» gliptolítica del desierto peruano.
El ingeniero Arlington Mallery expresaba precisamente su extrañeza al no entender cómo
habían podido ser trazados estos mapas, sin la ayuda de la aviación...
Esa misma interrogante surgió en mi mente mientras examinaba las piedras de los
«hemisferios».
Pero, en este sentido, yo iba a tener más fortuna que Arlington Mallery. Porque en otras
muchas piedras de la colección del doctor Cabrera estaba, precisamente, la respuesta a
dicha pregunta.
—Aquella civilización dominaba la navegación aérea —me respondió Javier Cabrera
señalándome varias piedras en las que aparecían extraños «pájaros» de apariencia
mecánica, así como otras aves que pertenecían, indudablemente, a diversos tipos de reptiles
voladores de eras muy pretéritas del planeta.
—¿Qué diferencia existe entre estos grabados en los que se representan «pájaros
mecánicos» y aquellos en los que el hombre parece «cabalgar» sobre grandes aves
prehistóricas?
—Esos que tú llamas «pájaros mecánicos» son el más bello y evidente símbolo de que
aquella Humanidad perdida en el tiempo y el espacio podía dominar la navegación aérea... ¿
Por qué quisieron grabar estos «pájaros» que no son naturales? Todo en ellos denota
tecnología. Son, indudablemente, «mecánicos». Es decir, nos están mostrando —a través de
una «ideografía»— que podían surcar los espacios...
Lo más escalofriante, lo más sugerente de aquel «capítulo» o «sección» de la «biblioteca»
era que el número de piedras descubierto, donde aparecían estos «aparatos voladores», era
muy elevado. Sin embargo, como sucede en casi todas las «series», no todos los gliptolitos
están investigados en profundidad. Muchos de ellos, decenas, permanecen ignorados.
—No logro aceptar —le comenté a Javier Cabrera— que una Humanidad tan anterior a la
nuestra haya podido conocer la aviación. Eso resulta fácil de comprender.
—Todos hemos vivido y seguimos haciéndolo bajo el influjo de unas enseñanzas y una
ciencia que rechaza cuanto no se ajusta a esos moldes preconcebidos y convencionales. ¿
Quienes han sido los peores enemigos de la Humanidad? Los hombres que pensaron en
profundidad. Los que no se dejaron arrastrar o lucharon contra «lo tradicional» y aceptado.
»Esta Humanidad gliptolítica nos maravillará con sus conocimientos. Ya lo está logrando.
»Porque estos seres llegaron a salir al espacio, por supuesto. Y lo lograron, no a través de
nuestros sistemas matemáticos o de cálculo. Ellos, como ya te he comentado en otras
ocasiones, eran conceptuales. Llegaban a esos conocimientos casi instantáneamente... Su
mente estaba preparada para ello. ¿Qué nos ocurre hoy a nosotros? Salimos del colegio o
de la Universidad con la mente cuadriculada, dividida. No tenemos una preparación integral
del conocimiento».
—¿Está también en las piedras el sistema que empleaban para salir de la Tierra?
—Naturalmente.
Javier Cabrera regresó a su mesa de despacho y extrajo de la caja fuerte un «huaco» de
color tierra a cuyo alrededor aparecían dibujados unos extraños símbolos. Algo así como un
«pájaro». Sí, se trataba de un «pájaro» idéntico al que yo acababa de ver en los grabados de
las piedras...
—¿Cómo puede ser? —interrogué al profesor.
—Es bien simple. Esta civilización dejó su «mensaje», no sólo en las piedras, sino en otros
muchos objetos que hoy, para nosotros, sólo constituyen motivos de «artesanía» o —a lo
sumo— de manifestación artística de otras culturas incas o preincas... ¿Recuerdas el manto
de Paracas? ¿Recuerdas las tallas de madera de las que hablamos cuando tocamos el tema
de la isla de Pascua?
»Todas esas manifestaciones tenían un significado mucho más profundo que la mera
decoración o sentimiento artístico. Aquella Humanidad dejó sus conocimientos en la
"biblioteca de piedra", sí, pero los gliptolitos no fueron su única huella.
»¿Cómo podríamos explicar, si no, esas construcciones megalíticas de Tiahuanaco, de
Sacsahuamán, del mismo Machu Picchu, de la gran pirámide de Keops, de los gigantes de
Pascua, etc.? La Humanidad gliptolítica dominó la totalidad del planeta. Sus restos, por
tanto, se extienden por doquier. Lo que ocurre es que no queremos reconocerlo, no queremos
abrir los ojos...
»Tampoco debemos olvidar que entre aquella Humanidad prehistórica y nuestro "filum"
han podido existir otras civilizaciones que quizá alcanzaron elevadas metas en los distintos
campos del conocimiento. Y su huella se ha mezclado también con la de aquel hombre
gliptolítico.
Cabrera guardó silencio unos instantes y me mostró aquella pequeña vasija de barro. La
hizo girar lentamente sobre la mesa y señaló:
—Este «huaco» nos está mostrando también el sistema que utilizaban para salir al
espacio.
»Estos seres lograron vencer la fuerza de la gravedad. Y sus máquinas voladoras
escapaban a la atracción terrestre sin necesidad de esas potentes cargas de combustible
que hoy exigen nuestros cohetes portadores. La Humanidad gliptolítica anulaba la gravedad,
y era el planeta el que realmente abandonaba a la nave. No al revés, tal y como sucede en la
actualidad con nuestros vuelos espaciales.
»Al producirse esa anulación de la gravedad, los aparatos voladores de aquella
Humanidad eran prácticamente "catapultados" al exterior a una velocidad equivalente a la que lleva nuestro mundo en su viaje a través del Cosmos: 29,6 kilómetros por segundo.
»Esa velocidad de "escape" era más que suficiente para situarse en órbita terrestre o
para seguir rumbo a otros astros de la galaxia.
En la actualidad se ha calculado en 11,2 kilómetros por segundo la velocidad
mínima para que un cohete pueda escapar del campo gravitatorio terrestre. Esta
velocidad es llamado también de «escape» o «fuga».
»Para vencer la fuerza de la gravedad —tal y como he descifrado en los gliptolitos y en
este espléndido "huaco"—, aquella civilización usaba de la fuerza electromagnética que
captaba del exterior de la Tierra a través de las Pirámides.
»¿Comprendes ahora cómo pudieron trazar los "hemisferios" de la Tierra?
»Era sencillo. Sus "pájaros mecánicos" —sus avanzadísimas astronaves— podían
elevarse sobre los continentes y abandonar, incluso, el planeta.
Quizá en este capítulo de la «biblioteca» —más que en ningún otro— resulta vital el
examen de los grabados y altorrelieves de las piedras de Ica.
Y de nuevo volví a situarme frente a aquel bellísimo labrado donde se nos mostraba un
gran «pájaro mecánico» sobre el que navegaban dos de aquellos seres olvidados. Dos
hombres «gliptolíticos» que oteaban la tierra en busca de los mortales enemigos de la
Humanidad prehistórica: los grandes saurios.
Allí, mejor que en ninguna otra piedra, mi espíritu pudo sentir la proximidad del misterio. Y
la imaginación terminó por desbordarse, incapaz de resignarse a una realidad como la
nuestra, tan convencional como limitada.
Pero tan remota civilización no sólo utilizó «pájaros mecánicos».
También mi imaginación tembló al detenerme ante decenas de piedras donde hombres
«gliptolíticos» volaban a lomos de enormes y extrañas aves.
Aquellas eran aves de carne y hueso. De eso no cabía la menor duda. La diferencia con
los «pájaros mecánicos» era evidente. Algunos de aquellos reptiles voladores —así los
calificó Javier Cabrera— resultaban hoy desconocidos, incluso, para la Paleontología.
Algunas de aquellas formas de animales antediluvianos me recordaron, por ejemplo, al
pteranodom, con su cráneo en forma de martillo. Sin embargo, ¿cómo podían transportar
estos extraños «pájaros» a los hombres «gliptolíticos»? Si no recordaba mal, y a pesar de
sus nueve metros de envergadura, estos reptiles voladores —como en toda la «familia» de
los pterosaurios— apenas si podían remontar el vuelo. Ni los músculos de sus alas ni las
débiles patas traseras eran capaces de levantarse del suelo. La Paleontología asegura que
debió vivir posiblemente en los acantilados, donde las corrientes de aire le ayudarían a
elevarse...
Cuando le planteé este dilema a Javier Cabrera, me respondió:
—Muchos de estos animales prehistóricos están sin clasificar. Lo ignoramos todo de
ellos. No podríamos pronunciarnos sobre sus posibilidades para transportar a los seres de
aquella Humanidad sobre los aires...
»HOY, nuestra civilización aprovecha y se ha servido hasta la saciedad de los grandes
paquidermos, de los camellos y dromedarios y hasta de los delfines.
»¿Por qué no pudieron hacer lo mismo los hombres de entonces con los animales que
resultaban dóciles o fáciles de domesticar? Hoy no tenemos posibilidad de comprobarlo
porque carecemos de grandes reptiles voladores o, simplemente, de aves de las
dimensiones de aquéllas. Pero, ¿qué habría ocurrido si los hubiéramos tenido? ¿No los
hubiéramos utilizado?»
El planteamiento del médico e investigador de la «biblioteca» lítica de Ica no carecía de
base. Además, ¿qué significaban sino aquellas piedras grabadas donde parecían
representarse escenas de luchas, de exploración, de caza y hasta de observación de cometas?
Por indicación de Cabrera —y en una de mis visitas a la capital peruana— visité el Museo
Aeronáutico. Allí, el director del mismo, el ya mencionado coronel Omar Chioino, me mostró
amablemente lo que en realidad constituye la más insólita y remota manifestación de la
«navegación aérea», si es que se me permite esta expresión.
Javier Cabrera, amigo del coronel Chioino, había donado, hacía ya tiempo, al citado
Museo de Lima más de sesenta piedras de todos los tamaños y pesos, exclusivamente
grabadas con grandes «pájaros mecánicos» o reptiles voladores sobre los que, como señalaba
anteriormente, viajaban hombres «gliptolíticos».
Allí quedé maravillado una vez más con los grabados y altorrelieves que formaban lo que
hemos dado en llamar el «capítulo» de los «pájaros mecánicos».
Conscientes de lo espectacular de aquella colección, el Museo había solicitado de
expertos dibujantes del Ejército del Aire el traslado al papel de cada uno de los grabados
que figuraban en las sesenta y tantas piedras. La laboriosa tarea había sido Ya concluida y
los visitantes podían apreciar de un solo vistazo la escena que se representaba en cada
piedra. Este procedimiento —utilizado ya por Javier Cabrera para otras muchas piedras—
daba siempre un resultado magnífico. Uno de los grandes obstáculos con que,
precisamente, tropiezan cuantos contemplan los gliptolitos es la dificultad para percatarse
con rapidez de las imágenes contenidas en las rocas. La curvatura de las mismas hace
imposible contemplar la totalidad del altorrelieve o grabado a un mismo tiempo. De ahí que
los dibujos-desarrollo siempre constituyan un eficaz sistema de comprensión del «gliptolito».
A la vista de aquella espléndida «serie» —con todo tipo de «pájaros mecánicos» y de
reptiles voladores antediluvianos—, uno no podía olvidarse de aquel otro no menos
profundo misterio que se extiende a unos 200 kilómetros al sur de la ciudad de Ica y que
todos conocemos ya como las «pistas» de Nazca.
Esas enigmáticas figuras de cientos de metros de longitud e, incluso, hasta kilómetros,
que nos han recordado siempre las pistas de despegue y aterrizaje de nuestros
aeropuertos.
¿Qué relación podía tener la «biblioteca» encontrada en el desierto de Ocucaje con la
pampa donde se entrecruzan gigantescos dibujos de una araña, un mono, pájaros, figuras
geométricas y un sinfín de líneas rectas?
Javier Cabrera conocía el secreto. Lo había descifrado a través de las piedras grabadas.
No cabía duda, por tanto, de que existía una vinculación directa entre los seres que
grabaron la «biblioteca» lítica y los que dejaron impresas en la pampa nazqueña aquellas
misteriosas huellas.
¿Y cuál era esa vinculación?
—Se trataba de los mismos hombres «gliptolíticos» —me comentó Cabrera cuando
comenzamos a conversar sobre tan apasionante tema—. Yo he descubierto en estas
piedras la explicación de las figuras y pistas de Nazca. ¡Están acá!
Ardía en deseos de conocer esa «explicación».
—Como te comenté antes, esta Humanidad logró anular la gravedad, procurándose así
un inmejorable sistema de salida al espacio. Un sistema que ni siquiera nuestros científicos
han conseguido aún.
»Nazca, con su pampa, era uno de esos "espaciopuertos". Por allí entraban y salían de la
Tierra y por allí se catapultaban en sus viajes por el planeta.
»¿Cómo lo lograban?
»En la actualidad sabemos que bajo gran parte de Perú y del continente sudamericano
existe un gigantesco filón de hierro. Ese yacimiento va desde Nazca hasta Paracas,
alcanzando también Machu Picchu.
»Pues bien, según mis descubrimientos —todos ellos basados en las piedras grabadas y
en los "huacos"—, la Humanidad prehistórica construyó sobre dicho filón de hierro su