Libros de Luz: http://librosdeluz.tripod.com 5 page coloración y textura externas parecen ser entre sí de distinta naturaleza.
»2.° Las piedras proceden de capas de flujos volcán icos correspondientes a series del
Mesozoico, características de la zona.
»3.° La acción del intemperismo ha atacado la super ficie de las piedras, cambiando los
feldespatos en arcilla, debilitando por tanto su grado de dureza externa y formando una
especie de cáscara que rodea la parte interior.
»4.° La dureza exterior corresponde en promedio al grado 3 de la escala de Mohs,*
llegando a ser de hasta 4,5 grados en la parte interna no atacada por el intemperismo.
»5.° Las piedras pueden ser trabajadas prácticament e con cualquier material duro, como
huesos, conchas, obsidianas, etc., y, naturalmente, con cualquier instrumento metálico
prehispánico.»
* La dureza de un mineral se determina por su capacidad para rayar o ser rayado por
otros, de acuerdo con la escala de dureza llamada «escala de Mohs», según el
mineralogista que la propuso hace más de un siglo. Dicha escala es la siguiente: 1 para el
talco; 2 para yeso; 3 para calcita; 4 para fluorita; 5 para apatita; 6 para ortoclasa; 7 para
cuarzo; 8 para topacio; 9 para rindón y 10 para el diamante.
—Según veo, las piedras han sido catalogadas como procedentes de flujos volcánicos de
la Era Mesozoica...
—Así es. Esa era abarcó desde los 65 o 70 millones de años, hasta los doscientos y pico,
según tengo entendido.
Todo iba encajando. Y recordé las palabras de Javier Cabrera sobre el terreno de donde
eran extraídas las piedras grabadas:
«... El plano geológico —había dicho el médico iqueño— confirma que Ocucaje es
Paleozoico y Mesozoico... »
Pero las coincidencias no habían hecho sino empezar. Rogué a Santiago Agurto que
continuara su relato. Y el arquitecto prosiguió:
—Por fin, las pruebas que se hicieron con utensilios de hueso y de piedra de las distintas
culturas iqueñas demostraron que éstos eran perfectamente capaces de dejar en las
piedras las mismas huellas, surcos y trazos que conformaban sus labrados.
»Como estos resultados permitían suponer el origen prehispánico de las piedras, continué
con las investigaciones.
»Y observé, por ejemplo, que la forma de las piedras era, en general, la de cantos
rodados, si bien aquéllas presentaban distintos grados de rodamiento. El tamaño variaba
desde muy pequeño —3 por 2,5 por 1,5 centímetros— hasta el de 40 por 25 y por 20
centímetros en los ejemplares más grandes que yo pude conocer.
»En mi estudio averigüé también que las piedras habían sido trabajadas adecuando la
decoración a su forma. En algunos casos es muy notable el uso escultórico de la forma
básica, la misma que ha sido hábilmente complementada para lograr el efecto deseado.
—Creo que analizó usted también las incisiones...
—Así es. Las figuras que decoran las piedras que yo tuve la oportunidad de estudiar
habían sido trabajadas mediante incisiones de fondo acanalado, mediante chaflanes que
producen la impresión de falsos relieves o mediante el procedimiento de rebajar la superficie
que rodea a las figuras, para lograr un auténtico altorrelieve. En algunas piedras encontré
sólo una de estas técnicas, pero, en muchas de ellas, es frecuente el uso de dos y hasta de
los tres sistemas.
»En cuanto a las herramientas empleadas, parece como si las hubieran utilizado a
manera de buriles y cinceles. En todos los trabajos se nota que las incisiones y rebajos
afectan sólo a la "cáscara" intemperizada, lo cual explica la factibilidad del trabajo y de la
perfección lograda en él.
»La investigación planteada era sumamente interesante y, poco a poco, se iban
obteniendo datos que favorecían la atribución de un origen prehispánico para las piedras.
Pero, lógicamente, el medio más efectivo de despejar las dudas consistía en comprobar
fehacientemente su presencia en restos arqueológicos.
»Fue así como, después de haber visitado repetidas veces la zona de Ocucaje, recogido
abundante información al respecto, conocido gran parte de las colecciones de piedras
existentes y efectuado los estudios preparatorios, juzgué llegado el momento de realizar
trabajos de campo...
»Pues bien. Después de varios y frustrados intentos, el 20 de agosto de 1966 tuve la
suerte de hallar una piedra labrada en una tumba de un cementerio prehispánico del sector
llamado Tomaluz, en la Hacienda Cayango del departamento de Ica».
Don Santiago Agurto se incorporó y abandonó el patio donde nos encontrábamos. A los
pocos instantes regresaba con un «huaco» de color tierra entre sus manos. Pero no mostró
su contenido hasta pasado un buen rato...
—El cementerio, situado en una zona arqueológica profusamente excavada desde hacía
tiempo —prosiguió—, acababa de ser descubierto. Pertenecía, según parece, a un pequeño
sector de un gran complejo necrológico.
»La tumba en cuestión se encontraba en la parte superior, orientada Norte-Sur según su
eje longitudinal.
»Al excavar dicha tumba encontramos restos humanos, ceramios, y dentro de uno de
éstos, una piedra labrada.
En aquel instante, el arquitecto metió la mano en el pequeño «huaco», sacando
juntamente con un trozo de tela burda y de varios y diminutos restos huanos, una piedra
grabada que pude ver una especie de Pájaro que llevaba un «choclo» entre sus patas.
—Los ceramios hallados tenían la forma, colores y decoración característicos de la
llamada cultura Huari Tiahuanaco, que se da en el departamento de Ica, por lo que el origen
de las piezas no ofrecía lugar a dudas, estimando su edad entre unos 600 y 900 años
aproximadamente...
»Esta piedra que usted ve aquí —continuó el ex rector— es un pequeño canto rodado
achatado, de 5,5 por 4 y por 2 centímetros. Tiene, como ve, un color pardo y su textura es
algo rugosa.
»El labrado se llevó a cabo mediante incisiones y rebajos achaflanados que producen la
impresión de altorrelieve. El diseño es fuerte y seguro. Hermosamente trazado.
—¿Y qué hizo usted?
—Informé del hecho al director del Museo Regional de Ica, señor Bermúdez, y al
conservador del mismo, el arqueólogo Alejandro Pezzia. Se interesaron vivamente en él,
confirmaron la clasificación de los restos encontrados y acordaron conmigo la forma y
oportunidad más conveniente para dar a conocer el descubrimiento.
»Y el 10 de septiembre de ese mismo año, esta vez en compañía del doctor Pezzia,
volvimos al desierto de Ocucaje, trabajando durante todo un día en el cementerio de
Tomaluz. Pero, a pesar de haber encontrado abundante material arqueológico tiahuanaco,
no logramos hallar ni una sola piedra más...
»Al día siguiente nos dirigimos al sector llamado La Banda, en la Hacienda de Ocucaje, y
escogimos como sitio de trabajo el cementerio llamado Max Uhle, en memoria de este
famoso arqueólogo.
»Allí, después de un trabajo intenso, encontramos en otra tumba una nueva piedra
labrada.
»En aquella segunda ocasión, la tumba, ubicada en la parte inferior del cementerio,
correspondía a la cultura Paracas, que también se da en Ocucaje.
»Esta segunda piedra «mágica» —como yo las llamo— era un canto rodado, igualmente
con forma achatada y textura semirrugosa.
»En una de las caras tiene representada una figura estrellada casi simétrica, que bien
podría ser la estilización de una flor. El grabado consiste probablemente en un burilado que
dibuja la forma a base de incisiones de distinto grosor y profundidad.
»El diseño era elegante y preciso, con refinamiento en ciertos detalles y buen uso de la
cara superior de la piedra.
»De acuerdo también con las evidencias que se encontraron junto a ella, la piedra
corresponde a la cultura Paracas-Cavernas de Ocucaje, y su edad podría estimarse entre los
1.500 y 2.300 años...
Santiago Agurto tomó entre sus manos esta segunda piedra y me rogó que la examinara.
Era algo más irregular que la primera. Medía 7 por 6 y por 2 centímetros.
Pero, aunque el señor Agurto Calvo había aportado a mi investigación un punto clave en
pro de la autenticidad de las piedras de la «biblioteca» lítica de Ica, en mi opinión había dos
cuestiones que no resultaban nítidas y tajantes.
En primer lugar, el hecho de que las piedras fueran encontradas en tumbas
prehispánicas, con 600, 900 o 2.300 años de antigüedad, no tiene por qué significar que
dichas piedras labradas —o mejor dicho, las incisiones— tengan esa misma edad.
¿Por qué habían sido colocadas en dichas tumbas? ¿Por qué el hombre de aquella cultura
Paracas o Tiahuanaco se había hecho enterrar juntamente con un «huaco» de arcilla repleto
de maíz y con estas piedras labradas?
Sólo cabe una explicación. Aquel hombre —que posiblemente tenía la edad señalada por
Agurto— creía en un «viaje» a otra vida. Su religión y creencias le decían que, después de la
muerte, se pasaba a una nueva y enigmática existencia. Y en su ignorancia, procuraba
rodearse de alimentos (maíz) y de «algo» que le ayudara a ser reconocido por los dioses... Y
ese «algo» —en este caso concreto— eran las piedras «mágicas» grabadas por alguien —
muy anterior a él— y que el pobre y rudimentario hombre de las cavernas o del desierto
prehispánico no entendía y relacionaba por tanto con alguien superior: posiblemente, con los
«dioses»...
La funesta costumbre de la Arqueología de «asociar» los restos humanos o fosilizados con
lo que encuentran en las tumbas o junto a dichos restos ha servido hasta ahora, más que
como motivo de esclarecimiento, como siembra de permanente confusión y error.
¿Por qué una piedra labrada o cualquier otro objeto inorgánico tiene que tener la misma
edad de los huesos que hallamos en una tumba?
Pero, pongamos un ejemplo revelador.
En mi primer viaje a Perú conocí otro hecho desconcertante y que sería, por sí mismo,
motivo de toda una profunda investigación.
El Ministerio de Turismo del Perú ha distribuido por todo el mundo un «afiche» que
corresponde a un bellísimo y multicolor manto desenterrado en una de las tumbas de la
zona llamada Paracas. En el cartel o «póster» se reproduce un extraño y, a primera vista,
complicado dibujo. Nadie sabía de qué se trataba. Nadie supo explicarme aquella magnífica
muestra de la antigua artesanía peruana...
Pero, he aquí que un día, en una de mis visitas al museo del doctor Javier Cabrera,
observé dicho «afiche» en una de las paredes del centro de investigación del médico iqueño.
Y comenté con él el curioso hecho de que nadie en Perú parecía conocer o preocuparse por
el contenido de dicho «afiche».
Javier Cabrera —que para entonces tenía muy adelantada su investigación sobre las
piedras grabadas— tomó un puntero y me anunció:
—...Sin embargo, ya ves, tienes ante tus ojos un manto que podría ser premio Nobel.
Javier Cabrera, ayudado por la «clave» de las piedras grabadas de Ica, había
desentrañado también el significado de dicho manto.
—Escucha —me pidió el profesor—. Este manto constituye toda una «lección» de
Genética. Este manto —desenterrado hace 45 años en una tumba situada en Paracas, al sur
de Lima— nos «explica» la enfermedad conocida hoy como sindactilia o falta del dedo
pulgar...
—Pero, no entiendo... ¿Cómo has llegado a esas conclusiones?
Javier Cabrera comenzó su explicación.
(He de advertir que, a fin de comprender la exposición del investigador peruano, el lector
deberá seguir los sucesivos pasos del científico sobre los grabados que, previamente, han
sido numerados y que ofrecemos fuera de texto.)
—Los arqueólogos que lo sacaron de la tumba donde se encontraba, juntamente con los
restos de un hombre de hace 3.000 años, sólo han elogiado su extraordinario colorido —
inexplicablemente vivo durante miles de años—, así como su elevado número de hilos por
centímetro cuadrado, que revela ya una tecnología textil...
»Pero todo ha quedado ahí. ¿Es que este dibujo no quiere decir nada más? ¿Es que fue
hecho porque sí?
»No, claro que no. Y aquí está lo maravilloso y enigmático del manto.
ȃsta es una mujer... Una mujer que tiene cinco dedos en los pies y cuatro en cada mano.
¿Ves estas rayas negras? Marcan precisamente las diferencias entre las extremidades
inferiores y superiores.
»El manto se va a encargar de explicar esta anormalidad, precisamente a través de los
dibujos. Se trata, como te decía, de una anormalidad conocida hoy como sindactilia o
agenesia del dedo pulgar. Una anormalidad que también se da hoy día y para la que la
Ciencia no ha encontrado aún una explicación...
»Esta enfermedad congénita —tal y como revela el manto— es transmitida por el hombre y
actualizada por la mujer. Y ahí, como señalo, está revelado el origen de esa malformación
congénita.
»Ésta —prosiguió Cabrera señalando otras partes del enigmático dibujo— es una célula
que se encuentra en el testículo. Y esta otra, en el ovario...
»Eso se llama "espermatogonia", "espermatozoide de primer orden", de "segundo orden" y
"espermátides"... Pene, "ovogonia", "ovocito de primer orden", de "segundo orden", "óvulo",
vagina y "espermatozoide".
»Con el pene, introducido en la vagina, el óvulo es fecundado por los espermatozoides. El
óvulo, una vez fecundado, reunirá el material cromosómico. Es decir, los materiales de los
núcleos del espermatozoide y del óvulo, respectivamente. Ambos elementos cromosómicos
están aquí fusionados. Y al cabo de nueve meses, ese nuevo ser que mica sufrirá también
la sindactilia.
»Pero, ¿cómo se demuestra que la enfermedad es congénita? Porque, simplemente,
podemos ver cómo los colores que están en el núcleo de la línea masculina se encuentran
también en las células que representan la unión de la célula masculina y femenina. Y me
estoy refiriendo al color negro. Éste se encuentra en el espermatozoide. Por tanto, como te
decía, el hombre es genéticamente responsable. Y la mujer la actualiza. Pero sabemos más:
»El manto indica que esa enfermedad será heredada a lo largo de tres generaciones. Esta
cinta que se ve aquí revela que la enfermedad va ser actualizada durante esas tres
generaciones.
»¿Ves ahora el color blanco de los dedos? Eso significa que el citado color blanco está
separando el cuerpo de la mujer de la línea sexual femenina. Eso quiere decir que la
enfermedad es independiente de la mujer. La enfermedad, insisto, depende del hombre.
»¿Cómo comprobar la existencia de esta enfermedad durante tres generaciones? La
explicación está en esos tres riñones. Ahí tienes el uréter, la pelvis, médula y la corteza
renal.
»Si llevamos las células renales al microscopio observaremos el cromosoma responsable
de la enfermedad.
»Pues bien. Esta enfermedad de la sindactilia —que no figura todavía en ningún libro de
Medicina— se encuentra, sin embargo, en un manto extraído en una tumba de Paracas. Y
yo pregunto: ¿cómo es Posible que un hecho científico que revela la más avanzada
tecnología en el campo de la Genética esté considerado simplemente como un "afiche"?
»A este manto habría que concederle el premio Nobel!
»Pero, ¿qué antigüedad le han dado los arqueólogos? ¡Tres mil años...! ¿Por qué?
Porque fue encontrado junto a un hombre que, posiblemente, tenía esa edad... Pero, si ese
hombre que se encontró momificado en cuclillas se hallaba junto a un cántaro rudo y tosco
y a un puñado de maíz —puesto que estaba convencido de que después de muerto se iba
a comer dicho maíz—, ¿cómo creer que pudo ser el autor de este manto?
ȃste es nuestro error. Creemos que el hombre de Paracas fue el autor de esta maravilla.
Pero, ¡no!
»Él, posiblemente, lo encontró o se lo donaron sus antepasados y, al no comprenderlo, lo
atribuyó quizá a los "dioses". Y quiso que lo enterraran con él. Deseaba llevar en ese "viaje
eterno" algo que hubiera sido hecho por los dioses...
»Es igual que si los hombres del futuro, al descubrir un ataúd de un campesino de 1975, lo
atribuyeran a él la elaboración del crucifijo de bronce que fue clavado en la caja y que hoy
todos sabemos fue realizado posiblemente por toda una avanzada industria de la que el
campesino quizá ni oyó hablar jamás...
»Es por ello —concluyó Javier Cabrera— por lo que el manto de Paracas nos está
demostrando, una vez más, todo un desfase entre los hombres primitivos y muchas de las
obras que les hemos atribuido. En otras palabras: este manto es una irrefutable prueba de
que en la Tierra ha habido otras civilizaciones anteriores a todas las conocidas y que superaba
con mucho nuestro propio nivel tecnológico y científico.
Una vez concluida la exposición del investigador permanecí largo tiempo contemplando
aquel manto de colores vivísimos y que ofrecían, en todo Perú como —simplemente— una
«muestra más de la imaginación del hombre prehistórico»...
¿Cómo confiar entonces en esa convencional forma que tiene la Arqueología de medir la
antigüedad?
Tengo que reconocer que desde ese instante mi ya endeble confianza en el sistema de
«asociación» de los arqueólogos se vio mucho más comprometida.
Pero no quiero olvidar un segundo punto —esgrimido en muchas ocasiones por
arqueólogos profesionales— con el que tampoco estoy de acuerdo.
«Muchas de estas piedras de la colección de Cabrera tienen en sus grabaciones motivos
característicos de las llamadas culturas Huari Tiahuanaco, Paracas, etc. Esto demuestra
claramente —concluían dichos arqueólogos— que las piedras son falsas o, a lo sumo,
prehispánicas... »
Este argumento, sin embargo, no tiene consistencia. Y volvemos casi al asunto del manto
de Paracas. ¿Por qué las piedras grabadas de Ica —que efectivamente disponen de dichos
motivos o dibujos de las citadas culturas— tienen que ser necesariamente simultáneas o
posteriores a dichas culturas prehispánicas? ¿Por qué no puede suceder todo lo contrario? ¿
Por qué no puede ocurrir que esas culturas o pueblos prehispánicos hayan asimilado o
copiado esos rasgos y características que conocieron, precisamente, en las piedras
grabadas y que existían mucho antes que todas esas culturas?
En la «biblioteca» lítica aparecen constantemente motivos e «ideografías» muy anteriores
en el tiempo a la existencia de los hombres de Huari Tiahuanaco o Paracas.
En la «biblioteca» de piedra se ha dejado constancia de cientos de conocimientos con los
que no podían siquiera soñar las culturas de hace 5.000 o 6.000 años.
Los propios religiosos y cronistas que acompañaron a los conquistadores hispanos por
Perú relatan que los indios conocían estas piedras desde antiguo y que eran denominadas
por ellos «piedras Manco»...
Pero voy mucho más allá. Los indios prehispánicos sabían de la existencia de estas
piedras. Conocían el lugar donde se encontraban enterradas. y algunos de ellos, los
sacerdotes generalmente, las interpretaron y descifraron en la medida de sus posibilidades.
De lo contrario, ¿cómo explicarse el sistema teocrático-socialista del pueblo inca?
¿Cómo entender que las leyendas de los indios que encontraron los españoles hablaran
ya de caballos y de barcos...?
Recuerdo que Javier Cabrera me habló de esto poco tiempo después:
—Los hombres antiguos del Perú —me diría— conocieron estas piedras, sí. Y las supieron
guardar y respetar porque las consideraban hechas por los «dioses». Allí supieron los incas
de la existencia de caballos, de barcos, de monstruos, etc.
»Por eso, cuando los españoles desembarcaron en Perú, los indios los tomaron por los
"dioses" que regresaban, tal y como habían visto en estas piedras grabadas. Porque, de no
ser así, ¿cómo explicar tantas y tantas leyendas inexplicables? ¿Tantos y tantos hechos que
tendrían lugar mucho después?
—Pero, si no tocaron esas piedras, ¿cómo se explica que fueran encontradas también en
tumbas?
—Sólo algunas piedras muy pequeñas han sido halladas en los cementerios
prehispánicos. Las gigantes, las piedras grandes, nunca fueron sacadas del lugar donde
actualmente siguen... Fue allí, en el gran depósito, donde pudieron ser consultadas posiblemente
por los únicos hombres que tuvieron acceso a dicho conocimiento gliptolítico: los
sacerdotes y hechiceros. Y sólo unas pocas cosas, insisto, lograron entender. El resto, la
mayor parte del «mensaje», pasó inadvertido. No disponían de conceptos como para
asimilar lo que allí se estaba revelando...
Resulta, en fin, mucho más lógico pensar que las culturas prehispánicas conocieron este
tesoro e hicieron suyos muchos motivos y características que aparecían en las «ideografías»
y grabaciones.
Pero no quisiera concluir este capítulo sin referirme a otro estudio que considero de gran
importancia y que se refiere directísimamente a la antigüedad de las incisiones.
Cuando al comienzo de mis conversaciones con Cabrera le planteé si disponía de análisis
o estudios científicos que ratificaran esa antigüedad a la que él hacía alusión, el profesor
respondió afirmativamente. Y comenzó por mostrarme algunos documentos en los que el
ingeniero Erich Wolf, de la Sección de Minas de la importante compañía minera Hochschild,
señalaba a Javier Cabrera que —después de analizar los especímenes que éste le había
proporcionado para llevar a cabo tal investigación— «había podido comprobar que las
piedras —petrológicamente— podían clasificarse como milonitas andesíticas. Las milonitas
son rocas cuyos componentes han sido afectados mecánicamente a causa de altas
presiones con simultánea transformación química. En este caso —se refiere a las piedras
que le enviara Javier Cabrera— quedan patentes los efectos de una intensa sericitación o
transformación del feldespato en sericita. Este proceso ha incrementado la compacidad y el
peso específico, creando por otra parte la suavidad que los antiguos artistas sabían apreciar
en la ejecución de sus obras».
Las Piedras, en efecto, tienen un gran peso, aunque, en muchos casos, su tamaño y
volumen no son excesivos...
Pero la carta del ingeniero afirmaba también:
«... Cabe mencionar que las piedras están envueltas por una fina pátina de oxidación
natural que cubre por igual las incisiones de los grabados, circunstancia que permite deducir
su antigüedad.»
Este último extremo era importante en verdad. Para que dicha capa de pátina cubra por
igual los grabados y el resto de la superficie de la piedra, es preciso que haya transcurrido
un tiempo muy considerable...
Si esos grabados o incisiones fueran recientes, la pátina no cubriría por igual la totalidad
de la piedra, tal y como señalaban los informes del ingeniero.
Pero, tanto Cabrera como Wolf, deseosos de obtener el máximo de garantías de la
autenticidad de las piedras que forman la «biblioteca» prehistórica, acudieron, incluso, a
universidades de Argentina y Alemania.
En esta última, el profesor Trimborn —de Bonn—, una de las grandes autoridades
mundiales en etnología indígena del Perú y Bolivia, analizó tres de estas piedras labradas.
Una de ellas, precisamente, con la figura de uno de estos desconcertantes saurios de la Era
Secundaria.
¿Y cuál fue el resultado?
La Universidad de Bonn respondió:
«No se puede determinar la edad del surco, ni la era en que se rellenó el grabado. (Estas
incisiones se encuentran siempre rellenas de tierra.) Ni creemos que haya nadie en el
mundo que pueda atestiguar con exactitud la antigüedad exacta de estas grabaciones. La
oxidación, efectivamente, cubre la totalidad de la piedra. Sin embargo, repetimos, no se
puede determinar su antigüedad. Sin embargo, los grabados o incisiones NO SON
RECIENTES.»
Aquello era más que suficiente para Javier Cabrera. Y la verdad es que —si hemos de
considerar el hallazgo fríamente, sin apasionamientos—, el mero hecho de que el
investigador de Ica se haya preocupado tan intensamente por el análisis y estudio de estas
piedras, enviando ejemplares de estos gliptolitos a distintas Universidades y centros
especializados, dice ya mucho en favor de la autenticidad de dichos «libros» de piedra...
Si comparamos los dictámenes de los anteriormente citados centros donde se ha llevado a
cabo, de momento, una investigación más intensa —Universidad de Ingeniería de Lima,
Universidad de Bonn y Sección de Minas de la empresa Hochschild— observaremos que, en
los tres casos, hay una coincidencia en cuanto a la oxidación que cubre la piedra por
Date: 2016-01-05; view: 881
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