Mapamundi con anotaciones fijadas con alfileres: Paraíso fiscal, Off-shore, Puerto base, Barco nodriza, Transferencia, Desembarco, Alijo… También trazos de rutas y viajes, señalados en diferentes colores. La línea negra indica tabaco y «otros»; la amarilla, hachís; y una tercera, en rojo, cocaína. Una verde, desplazamiento de personas. Entre estas últimas, una con etapas Porto-Río-Bogotá-Medellín-México-Panamá-Miami-Madrid, con el indicativo R &M (Rumbo y Mendoza). En otro panel, fotografías prendidas con alfileres de cabezas de diferentes colores, semejantes a los utilizados por las encajeras. Igualmente hay anotaciones y post-it colocados por colores y de tal manera que configuran una cierta simetría. Esta gráfica imita la forma de un árbol genealógico, con una leyenda en la cima: Sociedad Limitada. En este panel de personajes, en la cúspide aparecen las fotos de Mariscal Brancana, Macro Gamboa, Delmiro Oliveira y Tonino Montiglio, con otras siluetas sin identificar. En un nivel inferior, figuran Óscar Mendoza, con un paréntesis con interrogante, y Víctor Rumbo Brinco, que aparecen como un núcleo central del que derivan conexiones a diferentes apartados. Uno más amplio, Círculo S. L., con docenas de fotografías. Entre los muchos retratados secundarios, Leda Hortas, enmarcada en su ventana de espía, y un Chelín Balboa que parece sonreír a la cámara. En un tercer panel, con la denominación Zona Gris, los establecimientos, propiedades y empresas que sirven de tapadera o lavadero. Por último, un gráfico con la denominación Zona de Sombra, con ramificaciones que llevan a Tribunales, Fuerzas de Seguridad, Comunicaciones, Aduanas y Banca. En este caso, el epígrafe parece proyectarse sobre el contenido. No hay anotaciones concretas, sino números codificados.
El mapa, las fotos, los alfileres y adhesivos de colores, el conjunto todo de los paneles indica una laboriosa construcción artesanal y otorga a la pequeña sala de trabajo un aspecto de aula escolar. Ése es el espacio donde emplea muchas horas la subinspectora Mará Doval. Aunque es más joven que él, y una pionera como mujer en el cuerpo de investigadores, Malpica se refiere a ella en confianza como Mnemosine o también la Profesora. Alta y espigada. Pelo rapado. Un espectro de larga melena parece presente en los movimientos de su cabeza, de una inquieta melancolía. En este momento aprovecha la soledad y trabaja descalza. Está pensando en dónde colocar la foto de Mao-de-Morto.
Cuando oyó el toque en la puerta, y el rechinar que provoca la manilla, su primera reacción fue la de buscar las sandalias y calzarse. Así que cuando levantó la vista se encontró ya con los rostros conocidos de Malpica y el comisario Carro. Y un tercer hombre desconocido, uniformado. La mirada de Mará registró el significado de insignias y galones. Él miró, sólo un instante, un reflejo involuntario, las uñas pintadas de los pies de la mujer.
– Mará Doval, señor.
El teniente coronel se puso los lentes y escudriñó, con mucha atención, con un mirar geológico, todo aquel mundo que emergía de lo oculto. Ella estaba al principio y al final de la mirada.
– Todo este trabajo…
– No, no es sólo cosa mía.
Malpica aprovechó para poner a la flaca por las nubes. Era la primera oportunidad.
– La diosa de la memoria, señor. La mismísima Mnemosine. Todo está en esa cabeza.
Ella quiso callarlo con el lenguaje de los gestos, pero Malpica no obedeció.
– Y además, todo hay que decirlo, es la única aquí que de verdad habla idiomas.
Tomaron asiento en una mesa circular. En el medio hay colocado un aparato magnetofónico Uher, de bobinas. Mará pulsa la tecla de reproducción y la cinta se pone en marcha. Dos voces de mujer. Una de las conversaciones de Leda y Guadalupe. Mará mueve los labios en silencio. Se sabe de memoria cada una de las frases que vienen. La persistente referencia a Lima y a Domingo.
– Explique, Fins, quiénes figuran en el elenco -dijo el comisario al término de la escucha.
– Quien llama es Leda. Leda Hortas es la pareja de Víctor Rumbo, conocido en Brétema como Brinco. Un mítico piloto de lanchas planeadoras. Ahora parece que está en stand-by, pero todo indica que cada vez tiene más poder en la organización. El papel de Leda, en ese momento, era el de espía de los movimientos de los patrulleros de Aduanas. Ella llama a un salón de belleza, de nombre Belissima. La otra voz es la de la dueña. Guadalupe, la mujer del señor Lima. Y Lima, señor, es Tomás Brancana. Para todo el mundo en Brétema, Mariscal. El Viejo. El Patrón. El Deán.
– ¿Y Domingo? ¿Quién es Domingo?
– Domingo o Mingos son los patrulleros de Vigilancia Aduanera, señor.
– ¿A día de hoy seguimos con ésas? -estalló Alisal.
Mará se había levantado para consultar algo en uno de los paneles. Traía una de las fotos para ponerla encima de la mesa. Pero antes respondió a la pregunta escandalizada del teniente coronel.
– Disculpe, señor. Ya no necesitan espía. Contrataron directamente a un jefazo de Aduanas.
– Supongo que todavía estamos en el terreno de las hipótesis -dijo Alisal.
– Escuche -dijo Fins-. Se mueven con mucha cautela, con muchas complicidades, pero a veces nos dan alguna alegría. Escuche.
Volvió a pulsar la tecla de la escucha. Leda se despide de Guadalupe en tono menos distante del habitual y le dice que será la última conversación.
Se nota que Leda está muy contenta: «Nos vamos a mudar. ¡Ya era hora de dejar esta garita!».
– ¿Y qué será de Domingo?
Hay una pequeña pausa. Al fin, Leda ríe y suelta con espontaneidad: «¡A ése le tocó la lotería!».
– Pues el señor Lima no me dijo nada.
Hay otra pausa. Leda, distante: «Ya sabes que esas cosas no se predican». Dice: «Chao. ¡Hasta pronto!». Cuelga el teléfono.
– ¡Qué joya! -comentó Alisal-. Toda una maravillosa indiscreción.
– Una rareza, señor -dijo Malpica-. Porque también tienen buenos servicios en la Telefónica. Cuando van a ser intervenidos, siempre lo saben antes. En este caso tuvimos suerte. Y mucha paciencia.
– Mucho trabajo de pedicura, ¡eh, Mará! -dijo el comisario.
Ella asintió en silencio.
– ¿Y cómo sabemos que Lima es Mariscal? -preguntó de repente el teniente coronel.
Fins Malpica se levantó, abrió con llave uno de los archivos y puso encima de la mesa una carpeta. Contenía, protegidos con fundas de plástico transparente, muchos papeles manuscritos, algunos arrugados, rotos y reconstruidos.
– ¡La caligrafía del capo!
Malpica se mostraba radiante. La felicidad de un paleólogo ante una escritura arqueológica: «Él nunca llama. Nunca se deja ver en lugar impropio. Mide cada uno de sus pasos. Vive como un ermitaño. Pero aquí tenemos su mano dando órdenes. En estos garabatos está la mente retorcida del Viejo. Un tesoro para la grafología. ¡Por fin!».
Había venido para constatar una denuncia de corrupción en uno de los cuarteles de la Guardia Civil. El comandante Freiré estaba en lo cierto. Pero ahora, con las nuevas revelaciones, la expresión del teniente coronel Alisal era la de un hombre abrumado y desbordado.
– Pero ¿de qué cantidad de cocaína estamos hablando en realidad? Las estadísticas centrales dicen que los mantenemos a raya…
– Las estadísticas son la primera mentira. En este caso, el dicho acierta.
Malpica sentía que se acercaba más a la precisión cuando podía utilizar la ironía: «Tengo entendido que algunas de las estadísticas, por lo menos aquí, fueron corregidas a mano por el letrado predilecto de la organización. Por Óscar Mendoza».
Alisal lo escuchó apesadumbrado. Las miradas siguieron a Mará Doval cuando, después de abrir uno de los armarios metálicos, volvía con otro imprevisto en las manos. Era un tablero de ajedrez. Lo colocó encima de la mesa. Las piezas eran de tamaño desacostumbrado, por lo grandes, y de una cautivadora factura artística, en la que se imitaban figuras medievales. También eran singulares los colores. En rojo y blanco.
– ¡Vaya, qué maravilla! -exclamó Alisal-. Clavado al ajedrez de Lewis.
– Una magistral imitación -dijo la investigadora-. Para exquisitos. Claro que las figuras no son de colmillos de morsa. ¿Juega usted al ajedrez?
– Hay pocas cosas que me gusten más -dijo Alisal-. Incluso en solitario.
– Yo también. Sin piezas.
Mará Doval desenroscó un peón, con la forma de un obelisco.
– Aquí se piensa todavía que la cocaína es esto…
Vació el interior y sobre una de las cuadrículas cayeron unos gramos de polvo blanco. Hizo lo mismo con el alfil, la figura de un obispo, y el guerrero que hacía las veces de torre. Hasta llegar al rey y a la reina.
– Pero lo cierto es que es esto y esto y esto…
Levantó de repente el tablero y quedó al descubierto un doble fondo lleno de droga.
– ¡Y esto! Todo harina. ¡Harina!
– Estamos hablando de toneladas, señor -dijo Malpica-. De miles de kilos de cocaína en cada alijo. Y de miles de millones de beneficios. Perico, farlopa… Quieren hacer de esta costa la punta de desembarco para toda Europa. Tal vez ya lo es.
Y Mará Doval añadió:
– Comprarán las voluntades de la gente, el territorio… Comprarán todo. ¡Un auténtico capitalismo mágico!
Alisal, meditabundo, tenía la mirada fija en el ajedrez.
– Me preocupan mucho las instituciones. Una oruga es sólo una oruga. El problema es cuando el gusano pudre la manzana. Comisario, es hora de tener un informe contundente, definitivo. Ellos pueden hacerlo sin medias tintas. Y yo me comprometo a que se tome en serio donde debe tomarse.
– Ya hemos escrito alguna resma, señor -dijo Malpica.
– Esta vez no deje nada. Como si escribiese un ultimátum. Surtirá efecto. ¡Se lo juro!
Y el teniente coronel Alisal golpeó con el puño en la mesa: «Si es por mí, ¡temblará Babilonia!».