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JULISKA SE PONE TRISTE

Después de la muerte de nuestra madre el viejo contrató a una yugoeslava para todos los quehaceres domésticos. Era una mujer cuarentona, llamada Juliska. Juliska formaba parte de una migración de mujeres eslavas, que huyendo de la miseria y otras bagatelas, llegaban en los años treinta en barco a Montevideo.

A Elenita y a mí nos trataba con bastante severidad y un rudimentario castellano, cuya confusión de géneros derivaba en un involuntario efecto humorístico. Sus caballitos de batalla eran frases como ésta[61]: “¿Qué diría madre tuya si te viera[62] con el camiso sucio?” Pero madre mía ya no estaba.

Nunca había visto llorar a Juliska. Ella tenía una excepcional vitalidad, una gran energía y actividad.

Pero aquella vez la encontré llorando, en el patio, y estaba tan recluida en su tristeza que no se dio cuenta de que yo había entrado en la casa, normalmente sin gente a esa hora de la tarde. Le puse una mano en el hombro y la pobre dio un salto, sorprendida y sobre todo avergonzada.

− ¿Qué ocurre, Juliska? ¿Te duele algo? – pregunté.

Juliska estalló en sollozos aún más desconsolados. De pronto se contuvo y me dirigió una mirada que convocaba la compasión.

− ¿Me das permisa para darte una abraza?

− Pero, Juliska, por favor. − Y la abracé. Y este gesto provocó nuevos sollozos.

Volví a preguntarle qué ocurría, si le dolía algo.

− ¡El almo me duele! ¡Eso es lo que me duele!

En esta ocasión, extrañamente, su humor involuntario no me hizo gracia. Verdad que era imposible reírse de aquella congoja desenfrenada.

− ¿Tuviste alguna mala noticia de tu país?

Juliska negaba con la cabeza:

− Toda es muy rara. Nunca tení antes esta tristeza.

Le traje una silla y le alcancé un vaso de agua. Ya no sabía qué hacer. Me di cuenta de que tenía que solucionar con urgencia este problema, porque de lo contrario yo mismo iba a empezar a llorar y eso me iba a desprestigiar ante Juliska, porque uno de sus dogmas había sido siempre: “Las hombras no lagriman”.

Por fortuna, su confidencia empezó antes que mi llanto. Reconocía que estaba desorientada, que se hallaba a gusto con nosotros como con “familio mío”, pero le había entrado una nostalgia terrible de su tierra. Quiso recordar el gusto de sus frutas silvestres, el olor del campo cuando anochecía, el rostro de su madre, el canto del ruiseñor, las ondas verdiazules del lago Skadar, el firmamento como un techo. Morriña clásica, diagnostiqué.

− Aquí también hay cielo, − sentí la necesidad de aclararle.

− Sí, − balbuceó, − pero demasiados estrellos. No parece techa, parece teatra.



Le pregunté si lo que quería era volver a su país. Pero dijo que no, de ninguna manera, porque iba a echar de menos Uruguay, sus playas y su gente.

− No es nada, − aclaró, − no decir nada a señor papá y a señorita Elenita. Yo soy un poquito loca. Mañana estar contentísima. Nostalgia de Montenegro[63], pero no por eso viajar a Montenegro para sentir allí nostalgia de Montevideo. ¿Tú comprender?

Yo comprender. De todos modos, noté con asombro que su castellano estaba mejorando. Evidentemente, en su caso la tristeza estaba cumpliendo una función docente. De pronto se me encendió una lamparita. Le pregunté cuántos años tenía. Me tomó una mano y con su dedo índice dibujó en mi palma un 52.

Entonces sentí un gran alivio. El problema era que Juliska acababa de cumplir cincuenta y dos y claro que con la edad y al extranjero la nostalgia se hace más profunda.

 

Preguntas del texto:

1. ¿Quién era Juliska? ¿Qué hacía en la casa de Claudio?

2. ¿Cómo y por qué llegó a Montevideo?

3. ¿Cómo trataba a los niños?

4. ¿Qué de especial tenía su manera de hablar?

5. ¿Por qué Claudio se sorprendió al ver llorar a Juliska?

6. ¿Qué le preguntó? ¿Cómo trató de consolarla?

7. ¿Qué le dolía a Juliska?

8. ¿Por qué, según Claudio, su llanto iba a desprestigiarle ante Juliska?

9. ¿Cómo explicó Juliska sus lágrimas y su estado emocional?

10. ¿Se sentía bien en Montevideo?

11. ¿Qué, según el chico, era la causa de la nostalgia profunda de Juliska?


Date: 2015-12-11; view: 1015


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