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UNA APUESTA CON EL DIABLO

Hace muchos años, el diablo se puso a tentar a San Crispín, que era labrador. Para eso, adquirió un campo junto al de San Crispín, y lo sembró. Le propuso lo siguiente: si acertaba con lo que había sembrado, le entregaría[45] su cosecha, pero si no lo acertaba al tercer intento, él se quedaría[46] con la suya. Estaba seguro de que ganaría[47] la apuesta, y de que San Crispín iba a desesperarse y blasfemiar, e iba a entregarle su alma.

San Crispín aceptó, aunque veía la intención del diablo. Sin embargo, cuando empezaron a brotar las plantas en el campo del demonio, se dio cuenta de que no las conocía: y ningún labrador de los alrededores sabía qué era aquello. Pero se le ocurrió una idea. Dijo al diablo:

− Ten cuidado[48] con el campo, porque anoche di una vuelta por allí y vi cerca de tu campo una bestia muy extraña.

Todo el contento del diablo desapareció enseguida, y se propuso velar el campo de noche. En cuanto llegó la noche, se metió San Crispín en un cubo de miel, se revolcó luego en un montón de plumas y se fue al campo enemigo. Su aspecto desconcertaba. Tenía traza de animal, de hombre y de pájaro. Llegó al campo, se agachó, y en cuanto el diablo comenzó la vigilancia, se puso a caminar a cuatro patas, meterse por los surcos y roncar tremendamente. El diablo, que lo vio en la oscuridad, tuvo que santiguarse. Él no sabía que en el mundo había monstruos así. Temblaba de miedo, y empezó a sentirse mal, pero pudo sacar fuerzas para espantar al monstruo:

− ¡Eh, monstruo – gritó, − que me vas a estropear las lentejas[49]!

Y el monstruo, pesadamente, desapareció en la noche.

Llegó el día terrible. El diablo se acicaló para visitar al santo, y se presentó ante él con una arrogancia muy provocativa.

− ¿Sabe usted a qué vengo? – le preguntó.

− Sí, señor.

− ¿Y recuerda usted la apuesta?

− Sí, señor.

− Si a la tercera vez no acierta usted, toda su cosecha es mía. Entonces, ¿qué es lo que sembré en mi campo?

− Lino.

− No.

− Mijo.

− Tampoco.

El diablo bailaba de alegría:

− Por última vez, Crispín; ¿qué es lo que tengo en mi campo?

− ¡Lentejas, hombre, lentejas!

Y el diablo soltó un bufido, y salió más corrido que una liebre.

 

Preguntas del texto:

1. ¿Qué era San Crispín?

2. ¿Qué hizo el diablo para tentarle?

3. ¿Qué apuesta hicieron?

4. ¿Sabía San Crispín o algún otro labrador cómo se llamaban las plantas en el campo del demonio?



5. ¿Qué le dijo San Crispín a su enemigo una vez?

6. ¿Qué hizo San Crispín para convertirse en un monstruo?

7. ¿Qué sintió el diablo cuando le vio?

8. ¿Qué gritó entonces?

9. ¿Cómo se presentó el diablo ante San Crispín el día fijado?

10. ¿Cómo salió el diablo cuando San Crispín dio la respuesta correcta?

 

 

LA NUBE Y LA DUNA

Todo el mundo sabe que la vida de las nubes es muy agitada, pero también muy corta. De esto nos cuenta una historia.

Una joven nube nació en medio de una gran tempestad en el mar Mediterráneo. Pero casi no tuvo tiempo de crecer allí, pues un fuerte viento empujó a todas las nubes en dirección a África.

Pero allí el clima cambió: un sol generoso brillaba en el cielo y abajo se extendía la arena dorada del desierto del Sáhara. El viento las empujó más allá en dirección a los bosques del sur porque en el desierto casi no llueve.

Y como con las jóvenes nubes sucede lo mismo que con los jóvenes humanos, la nuestra decidió desgarrarse de sus amigas para conocer el mundo.

− ¿Qué piensas hacer? – protestó el viento. − ¡El desierto es todo igual y nosotros vamos hasta el centro de África donde existen montañas y árboles deslumbrantes!

Pero la joven nube, rebelde por naturaleza, no obedeció. Bajó de altitud y planeó en una brisa suave cerca de las arenas doradas. Después de pasear mucho, se dio cuenta de que una de las dunas le sonreía. Ella también era joven, recién formada por el viento que acababa de pasar. Y a la nube le gustó mucho su cabellera dorada.

− Buenos días – dijo. − ¿Cómo se vive allá abajo?

− Tengo compañía de las otras dunas, del sol, del viento y de las caravanas que de vez en cuando pasan por aquí. A veces hace mucho calor pero se puede aguantar. ¿Y cómo se vive allí arriba?

− También existen el viento y el sol, pero la ventaja es que puedo pasear por el cielo y conocer muchas cosas.

− Para mí la vida es corta – dijo la duna. – Cuando el viento vuelva[50] de las selvas, desapareceré.

− Yo también – contestó la nube – siento lo mismo. Con un viento nuevo iré hacia el sur y me transformaré en lluvia. Pero éste es mi destino.

− Sabes, aquí en el desierto decimos que la lluvia es el Paraíso. Después de la lluvia quedamos cubiertas por hierbas y flores.

La nube pensó un poquito y dijo:

− Si quieres puedo cubrirte de lluvia. Me gustaría[51] convertirte en un oasis con flores frescas.

− Es una idea muy linda, − repuso la duna – pero si tú transformas tu linda cabellera blanca en lluvia, morirás.

− La amistad nunca muere pero se transforma. Además, quiero mostrarte el Paraíso.

Las primeras gotas empezaron a caer sobre la duna y después de un rato apareció un arco iris. Al día siguiente la pequeña duna estaba cubierta de flores. Otras nubes que pasaban en dirección a África pensaron que allí estaba el bosque y soltaron más lluvia. Veinte años después la duna se convirtió en un oasis que refrescaba a los viajeros con la sombra de sus árboles. Y todo porque un día una nube pequeña no tuvo miedo de dar su vida por amistad.

 

Preguntas del texto:

1. ¿Cómo es la vida de las nubes?

2. ¿Dónde nació una joven nube? ¿A dónde la empujó el viento?

3. ¿Por qué la nube decidió desgarrarse de sus amigas?

4. ¿A quién conoció la nube en el desierto?

5. ¿Cómo es la vida de las dunas?

6. ¿Qué dicen de las lluvias en el desierto?

7. ¿Qué decidió hacer la nube entonces?

8. ¿En qué se convirtió la duna después de la lluvia?

 

 

LOS DESEOS

Había un matrimonio anciano que era muy pobre. Una noche de invierno estaban sentados el marido y la mujer a la lumbre de su tranquilo hogar en amor y compañía. Y en lugar de dar gracias a Dios por el bien y la paz de que disfrutaban, estaban enumerando los bienes de mayor cuantía que tenían otros y que ellos deseaban gozar también.

− ¡A mí en lugar de nuestro huerto pobre me gustaría tener el rancho del tío Polainas! – exclamaba el viejo.

− ¡ A mí en lugar de nuestra casita vieja y sucia me gustaría mucho tener la casa grande y bonita de nuestra vecina! – añadía la mujer.

− ¡ Y a mí me gustaría tener el mulo del tío Polainas!

− ¡ Y a mí me encantaría tener vestidos elegantes y muy de moda como los de nuestra vecina! Mira, marido, ¡quién tuviera la dicha de ver cumplidos sus deseos![52]

Apenas dijo la vieja estas palabras, cuando vieron que bajaba por la chimenea una mujer hermosísima. Era muy pequeña y traía, como una reina, una corona de oro en la cabeza. En la mano traía un cetro chiquito de oro, que remataba en un carbunclo deslumbrador.

− Soy hada Fortunata, − les dijo, − pasaba por aquí y he oído vuestras quejas. Entonces, cumpliré tres deseos vuestros: uno, tuyo, − dijo al marido, − otro, tuyo, − dijo a la mujer, − y el tercero debe ser mutuo, éste último lo otorgaré mañana por la mañana. Hasta allá tenéis tiempo de pensar cuál ha de ser. – Y la bella hechicera desapareció.

El buen matrimonio decidió dejar la elección de deseos definitiva para la mañana y se puso a hablar de otras cosas. Dijo el marido:

− Ayer estuve en la casa del tío Polainas. Estaban haciendo morcillas. Pero, ¡qué morcillas, sabrosas y de primera calidad!

− ¡Asaría una de ellas aquí para cenar![53] – exclamó la mujer.

Y en seguida apareció sobre las brasas una morcilla rica. La mujer la miraba con la boca abierta y los ojos asombrados. Pero el marido estaba desesperado y dijo:

− ¡Tú, mujer, eres más golosa y comilona que la tierra! ¡Por ti hemos gastado uno de los deseos! No quiero hablar contigo, ni comer esta morcilla, ¡que se te pegue a las narices![54]

E inmediatamente estaba la morcilla colgando del sitio indicado. Ahora tocó asombrarse al viejo y desesperarse a la vieja:

− ¡Hay que ver qué tonto eres! Si yo empleé mal mi deseo, al menos fue en perjuicio propio y no en perjuicio ajeno. Ahora sólo quiero quitarme la morcilla de las narices.

− Mujer, por Dios, ¿y el rancho?

− Nada.

− Mujer, ¿y la casa?

− ¡Ni pensarlo!

− Pues qué, ¿vamos a quedarnos como estábamos?

− Sí, es todo mi deseo.

El marido siguió rogando pero nada alcanzó de su mujer que estaba muy desesperada por su doble nariz y apartaba a duras penas al perro y al gato que querían abalanzarsε hacia ella.

Cuando por la mañana apareció el hada Fortunata y los esposos le dijeron cuál era su último deseo, les contestó:

− Ya veis qué ciegos y necios son los que creen que la satisfacción de sus deseos les hará felices. La felicidad está en no tener deseos, pues, el rico es el que posee, pero feliz, el que nada desea.

 

Preguntas del texto:

1. ¿Cómo era este matrimonio?

2. ¿ De qué hablaban una noche de invierno?

3. ¿Qué bienes les gustaría tener?

4. ¿Quién apareció en la chimenea? ¿Cómo era?

5. ¿Para qué vino el hada? ¿Cuántos deseos de los viejos iba a cumplir?

6. ¿De qué se pusieron a hablar los esposos? ¿Qué deseó la mujer?

7. ¿Cuál fue el deseo de su marido?

8. ¿Cuál fue el tercer deseo suyo de ellos?

9. ¿Qué les dijo el hada Fortunata la mañana siguiente?

 

 


Date: 2015-12-11; view: 841


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