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LA ZONA DESMILITARIZADA

Le devolví a Jed sus binoculares y me tumbé de espaldas, todavía embotado por la marihuana de la noche anterior. No obstante la rápida excursión matinal monte arriba, aún no se me había aclarado la vista lo suficiente para enfocar las figuras pequeñas.

-Fue algo así como un viaje espacial -dije, entrelazando las manos detrás de la cabeza-, como si flotase entre montones de estrellas y cometas. Y una de las cosas más asombrosas fue ver cómo se deshacía un cardumen...

-Yo también he visto las fosforescencias -me interrumpió Jed, ajustando los binoculares.

-Pero no bajo el agua.

-No. Deben de ser muy hermosas bajo el agua.

-Ya lo creo... Realmente hermosas... -Suspiré-. ¿Te he contado lo de Bugs y las papayas?

-No.

-Hace un par de semanas di con un campo de papayas, y ahora Bugs dice que es él quien lo ha encontrado. Admito que no podría localizarlo de nuevo, pero fui yo quien lo descubrió. -Me senté para ver la reacción de Jed, pero no me pareció que reaccionase-. Yo no creo que eso sea jugar limpio, ¿no crees?

-Mmm -murmuró Jed, distraído.

-¿Mmm significa que es jugar limpio o que no lo es?

-Probablemente.

Abandoné el intento. Ahí residía el origen de todos los problemas con Bugs. Si uno no era consciente de las sutilezas de su carácter, era difícil que resultara irritante. Me tumbé de nuevo y me puse a mirar las nubes para disipar mi frustración.

Hacía un par de horas que me sentía así, desde que habíamos llegado al punto que nos servía de atalaya, para encontrarnos con que Zeph y Sammy seguían sin moverse de su lugar en la playa, lo cual, a pesar del alivio que podía suponer, a mí me intranquilizaba. Esto constituía una paradoja a la que dediqué buena parte de mis pensamientos matinales. En principio, llegué a la conclusión de que era un efecto de toda aquella incertidumbre. Estaba cansado de esperar y deseaba que pasase algo. Aunque fuera lo peor, es decir, que se pusieran en marcha hacia nuestra isla. Eso, al menos, haría la situación mucho más tangible y la pondría al alcance de lo que decidiéramos hacer.

Aunque tampoco me costó mucho tiempo caer en la cuenta de que mi conclusión era errónea. El hecho de plantear las cosas del peor modo posible me había llevado sin vacilar al mejor de los planteamientos posibles. Imaginé que Zeph y Sammy regresaban a Ko Pha-Ngan o a Phelong y jamás volvía a verlos. Al llegar a ese punto, sin embargo, comprendí mi equivocación, porque tan optimista visión hizo que me sintiera desilusionado. Por curioso que parezca, lo cierto es que no quería que se fueran. Y, desde el fondo de mi frustración, tampoco quería que permanecieran donde estaban. Esto sólo dejaba una posibilidad: cuanto más empeorase la situación, mejor para mí. Yo quería que vinieran a nuestra isla.



-Esto es un aburrimiento -solté como al descuido.

-El aburrimiento está bien, Richard -contestó Jed entre risas-. La seguridad es aburrida.

No dije nada. Aún no había comentado nada acerca de lo que pensaba de Zeph y Sammy, y era poco probable que Jed se mostrara de acuerdo conmigo. Pero no estaba seguro de eso. Quizá Jed veía las cosas del mismo modo que yo. Sabía lo mucho que le gustaba evadir la vigilancia de los centinelas de las plantaciones de marihuana, lo que constituía una travesura peligrosa. Recordé lo que Keaty me había dicho de él y decidí tantear el asunto de una manera un tanto oblicua.

-Jed -dije, bostezando para quitarle hierro a la cosa-, ¿te acuerdas de la Guerra del Golfo?

-Naturalmente.

-Estaba dándole vueltas... ¿Recuerdas los preparativos, cuando amenazábamos a Saddam con hacerlo papilla si no salía de Kuwait y él decía lo que fuera que dijese...?

-Decía que no, si no recuerdo mal.

-Eso. -Me apoyé en los codos-. ¿Qué sentiste en ese momento?

-¿Que qué sentí?

-En los preparativos de la Guerra del Golfo.

Jed bajó los binoculares y se acarició la barbilla.

-Pues, bien pensado, te diré que todo me parecía un montaje asquerosamente hipócrita.

-No. Me refiero a la posibilidad de que se declarara la guerra. ¿Te importaba?

-Pues... no mucho.

-¿No te apetecía un poco... que se organizara un buen follón?

-¿Que se organizara un buen follón?

-Sí... Es un modo de hablar... -Suspiré profundamente-. Como si esperaras que Saddam no se arrugara... Quiero decir, para ver qué pasaba...

Jed entornó los ojos.

-Lo único que puedo decirte es que no tengo ni idea de por qué se te ocurren ciertas cosas.

-Yo tampoco -repuse, y noté que me ruborizaba-. Se me pasó por la cabeza, eso es todo.

-Ya. Bueno, supongo que de algún modo me apetecía que se armara un lío. Era todo tan espectacular y excitante... Es posible que, como tú dices, tuviera ganas de comprobar qué pasaba. Pero cuando vi las fotografías de la carretera de Basora y aquel refugio de civiles destrozado, se me revolvieron las tripas. Me sentí como si no me hubiera percatado de lo que significaba aquello hasta que fue demasiado tarde. ¿Contesta eso a tu pregunta?

-Sí -me apresuré a responder-. Desde luego.

-Bien -dijo Jed con una risita-. De modo, Richard, que estás aburrido.

-Aburrido no es la palabra...

-Encuentras esto algo tedioso.

-Quizás.

-En cualquier caso, te apetece hacer algo. Muy bien. Podríamos ir a buscar un poco de hierba.

-¿Qué me dices? -tartamudeé, sorprendido y anhelante a la vez. Desde que trabajábamos juntos, Jed había ido siempre solo a recoger marihuana, y me dejaba vigilando-. ¿Tú y yo?

-Sí. Tenemos el tiempo suficiente para volver, y estoy seguro de que mientras tanto esos tipos no harán nada. Además, queda muy poca hierba en el campamento.

-¡Me parece una idea genial!

—De acuerdo -dijo, poniéndose en pie-. Vamos.

El desfiladero entre los dos picos de la isla era el único punto desde el que se veía la ubicación de las plantaciones de marihuana, guarecidas tras los árboles, de modo que se distinguían perfectamente los declives en la foresta que marcaban el límite de las terrazas. Vistas desde más arriba, éstas formaban una ladera continua con claros ocasionales que no llamaban la atención. Supuse que las cultivaban así para evitar que fuesen detectadas desde el aire.

Cuando llegamos al desfiladero, Jed señaló hacia abajo y comenzamos nuestro descenso a lo que yo había decidido que era la Zona Desmilitarizada. Aproveché para fijarme en cómo andaba Jed. Había notado que lo hacía de un modo mucho más silencioso que yo, aun cuando los dos caminábamos sobre la misma capa de ramas y hojas secas, y quería averiguar su truco. Jed pisaba con toda la planta del pie en vez de hacerlo sólo con la punta, en tanto que yo hacía lo contrario por la simple razón de que mi instinto me llevaba a andar de puntillas cuando se trataba de no hacer ruido. Al observarlo, comprendí que mi forma de caminar no tenía sentido. Al pisar Jed distribuía la presión del pie a lo ancho de la planta, con lo que el impacto sobre la hojarasca era menor, como comprobé en cuanto lo apliqué a mi andar. Otra cosa que hacía Jed era levantar mucho los pies, con lo que evitaba el deslizamiento sobre las ramas caídas y las hojas secas.

Para aprovechar tales lecciones dediqué nuestra intrusión en la Zona Desmilitarizada a la práctica de un juego. Si partía una ra-mita significaba que había pisado una mina, y el crujido de una hoja que destacase por encima de los demás sonidos habituales en la selva equivalía al disparo de un francotirador.

También decidí que las telarañas que cruzaban nuestro sendero eran minas, y me cuidaba muy bien de evitarlas, a no ser que Jed las hubiera destrozado antes. Me asigné tres vidas en homenaje a los videojuegos, y una vida adicional si veía un animal mayor que un escarabajo antes de que él descubriera mi presencia. El juego, sin embargo, tenía un inconveniente, y es que no había pena ni castigo alguno, a excepción de la vergüenza que pudiese sentir si perdía todas mis vidas, lo que me pasó más de una vez. Aparte de eso, el juego resultó muy divertido.

Me lo pasaba tan bien que me disgusté un poco cuando llegamos a la plantación de marihuana, por cuyo perímetro nos arrastramos silenciosamente durante varios minutos hasta cerciorarnos de que no había nadie. Jed se volvió entonces hacia mí para indicarme con el pulgar en alto que todo estaba en orden y que avanzara para recoger la hierba.

Enarqué las cejas y me toqué el pecho, ante lo que él asintió. Hice una mueca y él levantó ambos pulgares. Me encorvé todo lo que pude sin llegar a ponerme a cuatro patas y eché a correr.

Entre los árboles y el campo se extendía una franja de tierra batida de unos tres metros de ancho por la que patrullaban los centinelas, que crucé a toda velocidad en cuanto comprobé que no había nadie a la vista. Sabía que el centinela podía aparecer en cualquier momento, así que me puse a la tarea sin pérdida de tiempo. Y entonces comenzaron las dificultades. Aquellas plantas de marihuana eran muy resistentes, y por mucho que lo intentaba me resultaba imposible arrancar las ramas. Además, no podía agarrarlas con firmeza, pues tenía las palmas cubiertas de sudor. Miré a Jed y vi que estaba tirándose de los pelos.

Le pregunté por señas qué hacía a continuación. Él sacó su cuchillo y lo movió con expresión sarcástica. Comprendí que con las prisas no le había dado tiempo a ofrecérmelo. Maldije mi preocupación, junté las manos y le indiqué que me lo tirara. El cuchillo llegó hasta mí por los aires y al fin conseguí arrancar las condenadas ramas, y al cabo de un rato volví junto a Jed con una excelente cosecha.

-¿Qué tal, Richard? -preguntó él cuando estábamos de nuevo en la seguridad de nuestra atalaya, mientras me daba unas cariñosas palmadas en la espalda-. Supongo que te sentirás feliz después de tanta excitación. ¿No vas a cantar la ridícula canción del ratoncito?

Sacudí la cabeza y dejé caer al suelo la brazada de ramas.

-Estoy bien, Jed.

-No pienses en lo del cuchillo. La culpa no fue tuya sino mía. Te dije que fueras sin habértelo entregado.

-Lo del cuchillo no me importa, o en cualquier caso no me importa mucho... Y no fue tuya la culpa. Debería haberme parado a pensarlo antes. Pero estoy bien. De verdad.

Jed no pareció muy convencido.

-Ya sé qué te pasa. Te habría gustado ver a algún centinela, ¿no es cierto?

-Bueno... -respondí, encogiéndome de hombros-. Habría sido interesante.

-No deberías dejar que ciertas cosas te preocupasen, Richard. Escucha lo que te digo: tienes suerte de que no hayamos topado con ninguno.

-Seguro -dije pensativo, arrancando distraídamente un par de brotes-. Por curiosidad, ¿qué crees que habría pasado si nos hubieran visto?

-Mmm... Pues no lo sé. En cualquier caso, no quisiera averiguarlo.

-¿Crees que nos habrían matado?

-Es posible. Claro que... por un lado lo dudo, pues no tendría sentido. Ellos conocen nuestra presencia tanto como nosotros la suya, y ninguna de las dos partes quiere que el secreto se descubra, así que...

-He oído que Daffy habló con ellos en una ocasión.

-¿A quién se lo oíste? -preguntó Jed, sorprendido.

-Oh... Creo que a Greg.

-Me parece que Greg está equivocado. Si hubiese habido algún contacto con ellos, Sal me lo habría dicho, y nunca lo hizo.

-Entonces, ¿qué podría pasarles a Zeph y Sammy si los descubrieran? Eso sería diferente porque ellos no tienen nada que ver con nosotros.

-Así es. Lo más probable es que los mataran.

-Eso, al menos, resolvería nuestro problema -comenté con cierta cautela esperando que Jed me lo echara en cara de algún modo, pero no lo hizo. Sólo se limitó a asentir con la cabeza.

-Sí -admitió al cabo de unos momentos-. Lo resolvería.


Date: 2015-12-11; view: 737


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