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Primera edición, Febrero 2003

LA SILLA DEL ÁGUILA – CARLOS FUENTES

Editorial ALFAGUARA,

Primera edición, Febrero 2003

 

Impreso en México

 

 

“Hemos vivido con los ojos pelones sin saber qué hacer con la democracia. De los aztecas al PRI, con esa pelota nunca hemos jugado aquí”

 

 

"Te ponen en el pecho la banda tricolor, te sientas en la Silla del Águila y ¡vámonos! Es como si te hubieras subido a la montaña rusa, te sueltan...y haces una mueca que se: vuelve tú máscara..
la Silla del Águila, es nada más y nada menos que un asiento en la montaña rusa que llamamos La República Mexicana."

A los compañeros de la Generación “Medio Siglo”

Facultad de Derecho de la UNAM

La esperanza de un México mejor…

 

 

 

María del Rosario Galván a Nicolás Valdivia

 

Vas a pensar mal de mí. Dirás que soy una mujer caprichosa. Y tendrás razón. Pero, ¿quién iba a ima­ginar que de la noche a la mañana las cosas cambia­rían tan radicalmente? Ayer, al conocerte, te dije que en política no hay que dejar nada por escrito. Hoy, no tengo otra manera de comunicarme contigo. Eso te dará una idea de la urgencia de la situación...

Me dirás que tu interés en mí -el interés que me mostraste tan pronto nos miramos en la antesala del secretario de Gobernación- no es político. Es amoroso, es atracción física, incluso es simpatía hu­mana pura y simple. Debes saber cuanto antes, Nico­lás querido, que para mí todo es política, incluso el sexo. Puede chocarte esta voracidad profesional. No hay remedio. Tengo cuarenta y cinco años y desde los veintidós he organizado mi vida con un solo propósi­to: ser política, hacer política, comer política, soñar política, gozar y sufrir política. Es mi naturaleza. Es mi vocación. No creas que por eso dejo de lado mi gusto femenino, mi placer sexual, mi deseo de acos­tarme con un hombre joven y bello -como tú...

Simplemente, considero que la política es la ac­tuación pública de pasiones privadas. Incluyendo, sobre todo, acaso, la pasión amorosa. Pero las pasio­nes son formas arbitrarias de la conducta y la política es una disciplina. Amamos con la máxima libertad que nos es concedida por un universo multitudinario, incierto, azaroso y necesario a la vez, a la caza del poder, compitiendo por una parcela de autoridad.

¿Crees que es igual en amor? Te equivocas. El amor posee una fuerza sin límites que se llama la imaginación. Encarcelado en el castillo de Ulúa, sigues teniendo la libertad del deseo, eres dueño de tu imaginación erótica. En cambio, ¡qué poco te sirve en



política desear e imaginar sin poder!

El poder es mi naturaleza, te lo repito. El poder es mi vocación. Es lo primero que quiero advertirte. Tú eres un muchacho de treinta y cuatro años. En seguida me atrajo tu belleza física. Te diría, para no envanecerte, que no abundan los hombres deseables y guapos en la antesala de mi amigo el señor secreta­rio de Gobernación don Bernal Herrera. Las bellas mujeres también brillan por su ausencia. Mi amigo el señor secretario apuesta a su fama de asceta. Las ma­riposas no acuden a su arboleda. Más bien, los escor­piones de la traición anidan bajo sus alfombras y las abejas de la ambición acuden a su panal.

La fama de don Bernal Herrera, ¿es merecida o inmerecida? Ya lo averiguarás. Una tarde helada de principios de enero, sin embargo, cruzan miradas en la antesala del secretario en el viejo Palacio de Cobián una mujer aún apetecible -tu mirada lo dice todo­ de casi cincuenta años y un bello joven, igualmente deseable, que apenas rebasa la treintena. La chispa se enciende, querido Nicolás, las hormonas se remue­ven, los jugos vitales corren rápidos.

Y el placer se aplaza. Se aplaza, joven amigo.

Lo admito todo. Tienes la estatura que me gus­ta. Ya viste que yo misma soy alta y no me complace mirar ni hacia arriba ni hacia abajo, sino directo a los ojos de mis hombres. Los tuyos están al nivel de los míos y son tan claros -verdes, grises, mutantes­ como los míos son de una negrura inmóvil, aunque mi piel es más blanca que la tuya. No creas que en un país mestizo, racista, acomplejado por el color de la piel (aunque jamás lo admita) como México, ello me ayuda. Al contrario, me atrae ese vicio nacional, el resentimiento, que es rey mezquino con su corte de enanos envidiosos. Al mismo tiempo, mi apariencia física me otorga la superioridad indecible, el home­naje implícito que le rendimos a la raza del conquis­tador.

Tú, mi amor, tienes la ventaja de la verdadera belleza mestiza. Esa piel dorada, canela, que tan bien le va al mexicano de facciones finas, perfil recto, labios delgados y cabellera lánguida. Observé cómo jugaban las luces en tu cabeza, dándole vida propia a una hermosura varonil que muchas veces, ay, sólo esconde un inmenso vacío mental. Me bastó hablar contigo unos minutos para darme cuenta de que eras tan bello por fuera como inteligente por dentro. Y para colmo tienes la barba partida.

Te seré franca: también estás muy verde, tam­bién eres muy ingenuo. Muy ciruelo, como dicen en mi tierra. Mírate nada más. Conoces todas las pala­bras-talismán. Democracia, patriotismo, régimen de derecho, separación de poderes, sociedad civil, reno­vación moral. Lo peligroso es que crees en ellas. Lo malo es que las dices con convicción. Mi tierno, adorable Nicolás Valdivia. Has entrado a la selva y quie­res matar leones sin antes cargar la escopeta. Me lo dijo el secretario Herrera después de hablar contigo:

-Este chico es sumamente inteligente, pero piensa en voz alta. Aún no aprende a ensayar primero lo que va a decir más tarde. Dicen que escribe bien. He leído sus columnas en los periódicos. Aún no sabe que entre el periodista y el funcionario sólo puede haber un diálogo de sordos. No porque yo, Secretario de Estado, no lea al comentarista y me sienta halaga­do, indiferente u ofendido por sus palabras, sino por­que, para el político mexicano, es regla de oro no dejar nada por escrito y mucho menos comentar las opi­niones que se vierten sobre uno.

¡Deja que me ría!

Hoy, no nos queda más remedio que escribirnos cartas. Todas las demás formas de comunicación se han cortado. Claro, nos queda el recurso de la con­versación privada. Para eso, hay que perder un tiem­po considerable en darse citas e ir de un lugar a otro, sin saber de verdad si lo único que aún funciona es el micrófono escondido donde menos lo pienses. En todo caso, lo primero se presta a una indeseada intimi­dad. Lo segundo, a los más temibles accidentes de la circulación. Y no hay más triste definición de la vida que la de ser un mero accidente de la circulación.

Querido Nicolás, yo desafío al mundo. Yo voy a escribir cartas. Yo me voy a exponer al peor peligro de la política polaca: dejar constancia por escrito. ¿Es­toy loca? No. Simplemente, confío tanto en mi po­der de convocatoria que lo asimilo a mi poder mimético. Cuando la clase política de este país sepa que María del Rosario Galván se comunica por escri­to, todos me imitarán. Nadie querrá ser menos que yo. ¡Mira nomás qué macha es María del Rosario! ¿Seré yo menos que ella?

Me estoy riendo, mi joven y bello amigo. Verás cómo mi ejemplo cunde porque mi valentía sienta jurisprudencia. ¡Qué gracia! Ayer, en Bucareli, te digo:

-No escribas nunca, Nicolás. Un político no debe dejar huella de sus indiscreciones, que eliminan la confianza, ni de su talento, que alimenta la envidia.

Pero hoy, tras la catástrofe de esta mañana, ya lo ves, tengo que desdecirme, traicionar mi pequeña fi­losofía de toda la vida y pedirte:

-Escríbeme, Nicolás... Estás ante una mujer apostadora. Por algo nací en Aguascalientes durante la Feria de San Marcos. Mis primeros vahídos se con­fundieron con relinchos de caballo, cantos de gallo, navajazos de palenque, barajar de naipes, sones de guitarrón, falsete de cantadoras, trompetas de maria­chis y gritos de "¡Cierren las puertas!"

No van más apuestas. Les jeux sont faits. Ya ves, ayer le aposté toda mi confianza al silencio. Tenía pre­sente la manera como lo escrito en secreto se vuelve públicamente contra nosotros un día. Recordaba la fascinación psicótica del Presidente Richard Nixon por dejar grabadas todas sus intrigas e infamias en el más soez lenguaje imaginable en un cuáquero. Te lo digo a boca de jarro: todo político tiene que ser hipó­crita. Para ascender, todo se vale. Pero hay que ser no sólo falso, sino astuto. Todo político asciende con una cauda de desgracias amarradas, como latas de Coca­Cola a la cola de un gato a la vez rebelde y espanta­do... El gran político es el que llega alto despojándose de amarguras, rencores y malos ratos. El puritano como

Nixon es el político más peligroso para los demás y para sí mismo. Cree que todo el mundo tiene que soportarlo porque él viene de muy abajo. Su humil­dad cabizbaja alimenta su insolente soberbia. Eso es lo que perdió a Nixon: la nostalgia del fango, la des­esperada vocación de regresar al albañal de la nada para purgarse del mal, sin darse cuenta de que sólo volvía a bañarse en el lodo de sus orígenes, al precio de recobrar, lo admito, la ambición de salir del hoyo y ascender de nuevo.

La nostalgie de la boue, dicen los franceses (y en­tre paréntesis, esa es otra cosa que me encantó de ti, que seas francófono, que hayas estudiado en la École Nationale d'Administration de París, que estés a tono con los que abandonamos el inglés por haberse con­vertido en lingua franca, devolviéndole al francés el prestigio de la comunicación casi elitista, secreta, en­tre políticos ilustrados).

Nixon en los USA, Díaz Ordaz en México, Ber­lusconi en Italia, acaso Hitler en Alemania, Stalin en Rusia, aunque estos dos últimos conviertan el mal en grandeza y aquellos lo revierten a la miseria... Estu­dia estos casos, querido Nicolás. Conoce los extremos si deseas ubicarte en el virtuoso medio, amor mío.

Bueno, recuerdo la fascinación psicótica del Pre­sidente Nixon por dejar grabadas todas sus intrigas e infamias, salpicadas de vocablos indecentes, a veces propios de un chiquillo enojado con el mundo, a ve­ces dignas de un endurecido criminal callejero. ¿Y qué decir de nuestros caciquillos tropicales, que filman sus peores hazañas y se deleitan comprobando el ho­rror impune de sus asesinatos? Qué temblor casi eró­tico deben sentir cuando ven caer sangrando a un puñado de campesinos inermes balaceados por la tro­pa del señor gobernador.

México está teñido de ríos ensangrentados y ca­vado de barrancas fúnebres y sembrado de cadáveres insepultos. Ahora que debutas en política, mi bello, deseable amigo, jamás pierdas de vista el desolado panorama de la injusticia que es la sagrada escritura de nuestras tierras latinoamericanas. El secreto priva, es cierto, pero basta una revelación para convertir la ufana impunidad de un gobernador o un Presidente en vergüenza colectiva que el cinismo del poderoso no alcanza a someter.

Nada me preparaba para un giro tan radical como el que hoy nos da la bienvenida al Año Nuevo. Si no funcionan los sistemas de comunicación, si no hay teléfono, ni fax, ni e-mail, ni siquiera el humilde telé­grafo de antaño, vaya, ni palomas mensajeras (enve­nenadas todas como por arte de brujería) y sólo nos quedan las señales de humo de los indios tarahuma­ras agitando sus cobijas de colores, y todo esto sucede no por el cambio de milenio como entonces se espe­raba, el paso del calendario dominado por el 1900 al instalado en el 2000, sino por este extraño seudo­capicúa del año que vivimos, te confieso que mi vida cambia más allá de mis fuerzas hundiéndome en un estupor del cual, como siempre, saco fuerzas para decirme:

-María del Rosario, presta atención a tu amigo Xavier Zaragoza, el llamado "Séneca", el consejero áulico del señor Presidente Lorenzo Terán, cuando dice que, en ausencia de todos los oropeles y parafer­nalias de este mundo traidor, el as de la baraja, la carta escondida en la manga, bien puede ser la que todos desprecian como ilusoria y poco práctica: la fi­gura noble que con su dignidad redime la abyección de todos los demás. El hombre puro que quizá salve al sistema.

Ese hombre, ¿eres tú, Nicolás Valdivia? ¿Tan equi­vocada estoy cuando lo pienso? ¿Tan débil se me ha vuelto mi reputada intuición? ¿Tan afásica me ha vuel­to la política cotidiana que la mitad de mi cerebro -la mitad moral- ya no funciona? ¿O es que tú, mi bello amigo, eres quien la revive? ¿Milagrosamente?

Bueno, de manera que si la regla de la discre­ción se vuelve imposible, quizá las de la hipocresía, la corrupción y la mentira se desvanezcan con ella. De tal manera, te digo, que haré virtud de necesi­dad y me entregaré, con absoluta imprudencia, a la indiscreción.

Esta carta que te escribo, Nicolás Valdivia, es prueba de ello. Ya no hay otra manera de comunicar­se, salvo la verbal, la presencia inmediata que es de­masiado peligrosa, o la mediata, menos arriesgada pero al cabo la única que nos queda. La cuestión, mi muy deseado galán, es saber cuál de las dos maneras -la escrita o la oral- es la que, fatalmente, apresurará lo que ambos deseamos, sólo que a ritmos diferentes. El camino a mi lecho no está despejado, mi querido Nicolás. Hay mil puertas que deberás abrir antes de llegar a él. Es casi como en un cuento oriental, ¿re­cuerdas? Te pondré a prueba día con día. La recom­pensa depende de ti. Sé que te bastaría mi cariño carnal para sentirte satisfecho. Yo admito que deseo tu cuer­po, pero aún más tu éxito. El sexo puede ser inme­diato y luego quedarse en un triste e insatisfactorio

quickie.

En cambio, la fortuna política es un largo orgas­mo, querido. El éxito tiene que ser mediato y lento en llegar para ser duradero. Un largo orgasmo, querido. Ve abriendo las puertas, mi niño, una a una. El último umbral es el de mi recámara. El último candado es el de mi cuerpo.

Nicolás Valdivia: yo seré tuya cuando tú seas Pre­sidente de México.

Y te lo aseguro: yo te haré Presidente de México. Por esta cruz de mis dedos te lo juro. Por la santísima Virgen de Guadalupe, te lo prometo con santidad, mi amor.

 

 

Xavier Zaragoza "Séneca" a María del Rosario Galván

 

No pretendo que me hagan caso. Un "consejero áu­lico" cumple con su deber aconsejando con buena voluntad -no basta- y buena información -no se nos da-. Si logro sobrevivir esta desgracia será, precisamente, porque en esta ocasión el señor Presi­dente, desgraciadamente, sí me hizo caso.

Como es mi costumbre, dilecta amiga, invoqué los principios, que para eso tengo la oreja del Presi­dente. Soy el Pepito Grillo de su conciencia. Saco del armario mi colección de principios éticos. Acaso mi esperanza secreta, María del Rosario, es que mi con­ciencia quede a salvo aunque la realpolitik se vaya por el lado del pragmatismo. La realpolitik, sabes, es el culo por donde se expele lo que se come -caviar o nopalito, pato á l’orange o taco de nenepil-. Los principios, en cambio, son la cabeza sin ano. Los prin­cipios no van al excusado. La realpolitik atasca los ino­doros del mundo y en el mundo del poder tal como es, no tienes más remedio que rendirle tributo a la madre naturaleza.

Pero hoy, por una vez, vencieron los principios. El Presidente decidió, quizá como regalo de Año Nuevo 2020 a una población ansiosa, más que de buenas noticias, de satisfacciones morales, que pedi­ría en su Mensaje al Congreso el abandono de Co­lombia por las fuerzas de ocupación norteamericanas y, de pilón, prohibir la exportación de petróleo mexi­cano a los Estados Unidos, a menos que Washington nos pague el precio demandado por la OPEP. Para colmo, anunciamos estas decisiones en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU. La respuesta, ya lo viste, no se hizo esperar. Amanecimos el 2 de enero con nuestro petróleo, nuestro gas, nuestros princi­pios, pero incomunicados del mundo. Los Estados Unidos, alegando una falla del satélite de comunica­ciones que amablemente nos conceden, nos han de­jado sin fax, sin e-mail, sin red y hasta sin teléfonos. Estamos reducidos al mensaje oral o al género episto­lar -como lo comprueba esta carta que te escribo con ganas de comerla y tragarla-, ¿por qué demo­nios me hizo caso el señor Presidente y puso los prin­cipios por encima de la cabrona realidad? Ahora me doy de cabezazos contra el muro y me digo:

-Séneca, ¿quién te manda ser hombre de prin­cipios?

-Séneca, ¿qué te cuesta ser un poquito más prag­mático?

-Séneca, ¿por qué vas en contra de la mayoría del gabinete presidencial?

Pues aquí me tienes, mi querida María del Rosa­rio, aquí tienes a Séneca el cabezón dándose de cabe­zazos contra la pared de la República -nuestro eterno muro de las lamentaciones mexicanas.

Menos mal, querida amiga, que el muro no es de piedra. Está acolchado, como en los manicomios, que es donde debería estar tu amigo Xavier Zaragoza, bien llamado "Séneca:" por excelentes y pésimas razo­nes. Natural de Córdoba, el filósofo del estoicismo (aprende si no lo sabes y aguanta con paciencia si ya lo sabes pero aún me quieres), acabó suicidándose en la corte de Nerón. Sus principios no se avenían con la práctica imperial. En cambio, hasta el día de hoy "Sé­neca", en su nativo solar andaluz, significa "sabio", "filósofo".

¿Cuál crees que sea mi destino en la corte presi­dencial de México, querida María del Rosario? ¿La vida del encanto o la muerte del desencanto? Pues mira que tenemos motivos de desaliento en nuestro país al debutar este año del Señor del 2020 -comunicaciones cortadas, aislamiento mundial, alzamien­tos aquí y allá, alarmas de fractura social y geográfica... y un Presidente bueno, bien intencionado, débil... y pasivo.

No me culpes de nada, María del Rosario. Tú sabes que mis consejos son sinceros y a veces hasta brutales. Nadie le habla a nuestro Presidente con la franqueza que tú me conoces. Creo apasionadamen­te que el país necesita por lo menos una voz desinteresada cerca del oído del Presidente Lorenzo Terán. Tal es nuestro acuerdo, querida amiga, el tuyo y el mío. Yo estoy para decir:

-Señor Presidente, usted sabe que yo soy su amigo totalmente desinteresado.

Lo cual no es totalmente cierto. Mi interés es que el Presidente se sacuda la fama de abúlico que en sus casi tres años de gobierno se ha venido creando, falazmente convencido, como lo está, de que los pro­blemas se resuelven solos, de que un gobierno entro­metido acaba creando más problemas de los que resuelve y de que la sociedad civil debe ser la primera en actuar. Para él, el gobierno es la última instancia. Ahora habrá que darle la razón. Quién sabe qué bi­cho le picó para iniciar el Año Nuevo invocando prin­cipios de soberanía y no intervención, en vez de dejar que los frutos se desprendieran del árbol, así cayesen descompuestos. ¿Qué nos va ni nos viene Colombia? ¿Y por qué no atender a que el trabajo sucio del mer­cado del petróleo lo hagan, como siempre, Venezuela y los árabes, en vez de solidarizarnos con una pandi­lla de jeques corruptos? Siempre hemos sabido bene­ficiarnos de los conflictos ajenos, sin necesidad de tomar partido. Pero uno nunca sabe por dónde va a salir el tiro de la escopeta cuando se andan dando consejos y a mí, lo admito, esta vez me salió por la culata.

-Suelte ideas, señor, antes de que se las suelten a usted. A la larga, si usted no tiene ideas, será arrolla­do por las ideas de los demás.

-¿Como las tuyas? -me dijo con cara de ino­cente don Lorenzo.

-No -tuve la osadía de contestar-. No. Como las de su lambiscón Tácito de la Canal.

Le pegué al amor propio, ahora me doy cuenta, y acabó haciendo lo contrario de lo que le aconseja su valido, el jefe de Gabinete Tácito de la Canal, que no es un simple lacayo, sino el hombre que inventó el servilismo.

Un día, querida amiga, te sentarás a explicarme por qué un hombre inteligente, digno, bueno como nuestro Primer Mandatario, tiene a la vera de la Silla del Águila a un siervo adulador como Tácito de la Canal. ¡Basta ver cómo se restriega las manos y las junta humildemente a los labios, con la cabeza incli­nada, para ver, con transparencia, que se trata de un vicioso cuya hipocresía sólo es comparable a la ambi­ción que la falta de sinceridad malamente oculta!

Ve nada más, amiga mía (la más dilecta), qué paradoja: mis buenos consejos acarrean malos resul­tados y los malos consejos de Tácito nos hubieran evitado los desastres. Y es que me había adormecido, María del Rosario, acostumbrado a dar buenos con­sejos con la convicción de que, una vez más, no se­rían atendidos. Mis palabras, lo sé, acarician el ego moral del jefe del Estado y ello basta para que él pien­se, sólo porque me oyó y se sintió muy "ético", que le ha pagado su óbolo a los principios y ahora puede actuar con buena conciencia siguiendo los consejos, opuestos a los míos, de Tácito de la Canal.

Dime si no es como para desesperarse y sentir ganas de arrojar el arpa. ¿Qué me detiene?, me pre­guntarás. Una vaga esperanza filosófica. Si yo no es­toy allí, con todos mis defectos, alguien peor, mucho peor, ocupará mi lugar. Soy el Simón Peres de la casa presidencial. Por graves que sean mis derrotas, al menos puedo dormir tranquilo: aconsejé con hones­tidad. Si no me hacen caso, no es mi culpa. Demasia­das voces reclaman la atención del poderoso. Pero algún sedimento, un ápice de mi verdad, debe anidar en el ánimo del señor Presidente Terán. Sólo que en ocasiones como ésta, querida amiga, pienso que hu­biese sido preferible que el Presidente escuchase, no a mí, sino a mis enemigos...

 

 

María del Rosario Galván a Nicolás Valdivia

 

Insistes, querido y guapo Nicolás. Veo que mi carta no te convenció. Me duele menos tu falta de inteli­gencia que mi falta de persuasión. Por eso no te cul­po. Debo ser espesa, muy lerda en verdad, muy inarticulada. Te digo directamente mis razones y tú, un muchacho tan listo, no me entiende. La falta, te repito, ha de ser mía. Admito, sin embargo, que tu pasión no me es indiferente y me mueve a desdecir­me. No, no creas que con tu ardiente prosa has de­rrumbado los muros de mi fortaleza sexual -si así puedes llamarla-. No, el puente levadizo sigue ele­vado, las cadenas de la puerta tienen candado. Pero hay una ventana, hermoso y joven Nicolás, que se ilumina todas las noches a las once.

Allí, una mujer que tú deseas se desnuda lenta­mente, como si la observase un testigo más carnal y cálido que el frío azogue de su espejo. Esa mujer no es vista por nadie y sin embargo se desviste con una sensual lentitud que su imaginación puebla de testi­gos. Es delectable esa hembra, Nicolás. Y para ella es delectable desnudarse ante un espejo con la lentitud de los artistas de la escena o de la corte (una capri­chosa evocación, lo admito), imaginando que ojos más ávidos que los del propio espejo que la refleja la están mirando con deseo -ese deseo ardiente que tu mirada comunica, niño malvado, chiquillo travieso, objeto tan deseable de mi deseo sólo porque eres objeto aplazable. Pues el deseo consumado, ¿todavía no lo sabes?, nos condena a la virtud subsiguiente o, lo que es peor, a la indiferencia.

Dirás que una mujer de casi cincuenta años se defiende -con derecho, admítelo- de la pasión ju­venil, ardiente, pero acaso pasajera y frívola de un garcon que apenas rebasa los treinta. Piénsalo si así lo deseas. Pero no me detestes. Estoy dispuesta a aplazar tu odio y alentar tu esperanza, mi casi pero ya no imberbe amiguito. Esta noche, a las once, procederé a mi deshabillé. Dejaré abiertas de par en par las cor­tinas de mi recámara. Las luces estarán prendidas -con sabiduría, recato e insinuación parejas, te lo aseguro.

Asiste a la cita. No puedo ofrecerte más por el momento.

 

 

Andino Almazán a Presidente Lorenzo Terán

 

Señor Presidente, si alguien se ve afectado por las re­cientes restricciones a la comunicación soy yo, su se­guro servidor. Sabe usted que mi costumbre inveterada ha sido la de consignar por escrito mis re­comendaciones. Opiniones, las llaman algunos miem­bros de su Gabinete, mis colegas, como si la ciencia económica fuese materia de mera opinión. Dogmas, las llaman mis enemigos dentro del propio Gabine­te, muestras de la insufrible certeza pontificia del se­cretario de Hacienda, Andino Almazán su leal servidor, señor Presidente. Pero, ¿es una ley un dog­ma? ¿Es dogmática la manzana que le cae en la cabe­za a Newton, revelándole la ley de la gravedad? ¿Es una mera opinión de Einstein establecer que la ener­gía es igual a la masa por la velocidad de la luz en el vacío elevada al cuadrado?

De la misma suerte, no es una ocurrencia mía, señor Presidente, que los precios determinen el volu­men de los recursos empleados o que las ganancias dependan del flujo monetario o que la productividad de un empleado determine el límite de su demanda en el mercado de trabajo. Pero usted ya conoce eso que mis enemigos -quiero decir, mis colegas- llaman mi "cantinela" y sin embargo, señor Presidente, hoy más que nunca, dada una situación que nos castiga y que usted ha decidido, sin duda sabiamente, abordar con medidas populistas (que sus críticos, se lo advier­to, llamarán meros desplantes y sus amigos, como yo, concesiones tácticas), hoy más que nunca, digo, yo le reitero mi Evangelio para la salud económica del país.

Primero, evite la inflación. No permita que se pongan a funcionar las maquinitas de billetes so pre­texto de emergencia nacional. Segundo, aumente los impuestos para sufragar la emergencia sin sacrificar los servicios. Tercero, mantenga bajos los salarios en nombre de la emergencia misma: más trabajo pero menos sueldo es, si así lo sabe presentar usted, la fór­mula patriótica. Y por último, precios fijos. No tole­re, castigue severamente a quien se atreva, en situación de emergencia, a aumentar precios.

Una vez me dijo usted que la economía nunca ha detenido a la historia y quizá tenga razón. Pero que la economía hace historia (si no la historia) es igualmente cierto. Usted ha decidido adoptar dos políticas que le aseguran apoyo popular (¿por cuánto tiempo?) y conflicto internacional (con la única gran potencia mundial). En cuanto al apoyo popular, vuel­vo a preguntarle, ¿por cuánto tiempo? En cuanto a la tensión internacional, pues para que vea que no soy tan dogmático como proclaman mis enemigos, no voy a decirle que durará más que el fugaz apoyo pa­triótico que siempre nos será dado si nos enfrenta­mos a los gringos, sin calcular las consecuencias. Pondré la otra mejilla y le diré, señor Presidente, bajo pena de cinismo, que México y la América Latina sólo avanzan si se dedican a crear problemas.

La importancia de México y de Latinoamérica es que no sabemos administrar nuestras finanzas. En consecuencia, somos importantes porque les creamos problemas a los demás.

Espero con impaciencia su informe al Congreso mañana y quedo, como siempre, a sus órdenes.

 

 

Nicolás Valdivia a María del Rosario Galván

 

No sé qué admirar más, señora, si su belleza o su crueldad. La belleza sólo tiene un nombre y no hay sinónimo que valga. ¿Con qué puedo comparar lo incomparable? No me juzgue usted inocente ni cie­go. He visto a muchas (¿demasiadas?) mujeres des­nudas. Y sin embargo, viéndola a usted, por primera vez vi de verdad a una hembra plenamente despoja­da de ropa.

No me refiero sólo a su belleza, señora -de eso tendré tiempo de hablar-, sino a la totalidad obsce­na de su desnudez. Tampoco quiero jugar con las palabras (usted me atribuye más inteligencia de la que mis años acumulan apenas: una torrecilla corta de referencias cultas), pero cuando digo que su desnu­dez es obscena, fuera de escena, incomparable e in­visible, inimaginable si no apareciese fuera del escenario de su -mi- habitual existencia, de su -nuestra­ vida cotidiana, de la manera como usted se viste y se muestra en el mundo, desnuda, fuera del escenario, obscena y de mal augurio, repito, es usted otra, la misma, ¿me entiende?, pero transfigurada, como si al despojarse de la ropa anticipase usted, señora, una hermosura final, la de una muerte eternamente viva.

Una adorable paradoja. Como la estoy viendo, así será siempre, incluso en la muerte.

No, permítame corregirme. Debí decir Hasta en la muerte o Sólo en la muerte. Intuía en usted desde que la conocí el placer exaltado, la sensualidad mayor de mi vida, en nada comparable a mi experiencia ni a mi imaginación anteriores. El premio inmerecido de verla desde un bosque mientras, en el único cuadro iluminado de la casa, se despojaba usted del vestido negro de coctel y enseguida, con los brazos retraídos hasta la espalda, desabrochaba el brassiere negro tam­bién con un movimiento sombrío y audaz para des­enganchar el sostén y en seguida, cupo de las copas, póker de copas, retirar la parte frontal del sostén y li­berar los senos con una doble caricia para quedar sólo con las pantimedias negras también, retiradas cuando se sentó al borde de un lecho que imagino -per­dón- demasiado frío, solitario, absurdo, irguiéndo­se en seguida, usted, señora mía, con todo el esplendor de su madurez sexual, blanca toda, rosada dos veces, negra una sola, dándome la cara y enseguida la espal­da para admirar las nalgas de la Venus calipígea, la Venus admirada hasta hundirse en la tierra con glúteos temblorosos y lograr lo que me dijo el otro día: la vi­sión del placer que debo conquistar a un precio -me río de mí mismo, señora- acaso inalcanzable.

Sí, no me haría falta nada más. Guardaría para mí solo el obsequio que usted se dignó hacerme, María del Rosario, porque me dije:

-Es sólo para mí. Esta escena de medianoche, desde la única estancia iluminada en una casa escon­dida en medio de un bosque de pinos, ella me la ofre­ce a mí...

¿Por qué, señora, por qué crueldad infinita, por qué resabio del mal, me obligó usted a compartir la visión que juzgué incomparablemente mía, con otro mirón, otro voyeur como yo, apostado unos cuantos metros más adelante de mí, descubierto por un crujir de ramas, imperceptible normalmente, pero estruen­doso para mi finísimo oído enamorado? ¿Por qué, señora? ¿Por qué ese intruso en una visión que creía sólo mía, o sólo de nosotros dos, usted y yo solos?

¿Quién era el segundo voyeur? ¿Era sólo un aza­roso intruso? ¿Conoce sus costumbres, mi ama? ¿Acu­dió, como yo, a su cruel cita -perdóneme el insulto-­ de cortesana profesional, de puta de lujo? ¿Puede de­cirme la verdad? ¿Puede salvarme, al menos, de la su­cia y triste condición de mirón, de enfermo psíquico, de amante burlado?

 

 

Bernal Herrera a Presidente Lorenzo Terán

 

Te escribo, señor Presidente, para desearte el mayor de los éxitos en tu informe anual al Congreso, ade­lantado a principios de enero para dar la cara a la emergencia nacional y anticipándote así, con valor que admiro, al propio mensaje sobre el Estado de la Unión de la Presidenta de los Estados Unidos. Tus decisiones de Navidad y San Silvestre -mantener los altos precios del petróleo y pedir el término de la ocu­pación norteamericana de Colombia- han provo­cado una reacción de la Casa Blanca que sólo puede ser considerada como un castigo. Te recomiendo que no la califiques como tal en tu informe, sino que acep­tes el pretexto de una caída del sistema internacional de comunicaciones. Bueno, no digas "se cayó el sis­tema", primero porque trae malos recuerdos de los superados y arcaicos fraudes de la "dictadura perfec­ta" del PRI. Y segundo porque el verbo "caer" tiene la mala costumbre de convertirse en profecía que aca­ba por cumplirse (self-fulfilling prophecy dicen nues­tros primos del Norte). Yo te recomiendo pasar por alto cualquier crítica al gobierno de los USA, aceptar que se trata de una falla técnica pasajera del sistema global de comunicaciones vía satélite que afecta a todo el mundo y tiene que ver con la imprevista reacción a los dígitos duplicados -el año 2020-. Algo así como una reacción retardada pero explicable al fe­nómeno temido en 2000, cuando todas las compu­tadoras del mundo -personales, oficiales, de bancos y aeropuertos, públicas y privadas- iban a volverse locas al abandonar la referencia al "19" sin saber cómo pasar a la nueva capitular del "20". No importa que mañana no te crean si hoy se tragan ese anzuelo. úsa­lo. Nada pierdes. No menciones al gobierno norte­americano, Presidente. Habla de una simple falla técnica. Perdona mi insistencia. Más que un recor­datorio a ti, son memos que me dirijo a mí mismo, tú me conoces. Tu confianza sabrá comprender y perdonar a tu amigo de siempre. Sigo: refiérete sólo de pasada a los temas de Colombia y los precios del petróleo y céntrate en nuestros problemas internos. Sé que algunos miembros del gabinete -sobre todo los que se dicen "técnicos"- me culparán como se­cretario de Gobernación. Quiero llevar agua a mi mo­lino. Me posiciono -perdona la franqueza, para eso somos no sólo superior e inferior, Presidente y em­pleado de confianza sino, así lo tengo siempre pre­sente, viejos amigos-, me posiciono, digo, para la sucesión presidencial dentro de (menos de) tres años, etc. Tú me conoces y sabes que siempre te he acon­sejado en virtud de dos consideraciones. Soy tu cola­borador leal y pongo por encima de todo los intereses de México. No sería secretario de Gobernación si no confundiese, por lo demás, las dos obligaciones. Leal­tad a México y lealtad al Presidente. En ese orden de cosas, me permito reiterarte con la máxima convic­ción que los verdaderos problemas que debemos aten­der con celeridad y buen juicio son las tres huelgas pendientes.

Primero, la de los estudiantes que se niegan a pagar matrícula o a pasar exámenes de admisión en las universidades públicas y que en protesta están ocu­pando las instalaciones de la Ciudad Universitaria.

Segundo, la de los trabajadores en la fábrica de inversión japonesa mayoritaria en San Luis Potosí.

Y tercero, la marcha de los campesinos de La Laguna pidiendo restitución de las tierras que les dio la reforma agraria del Presidente Cárdenas, y que, poco a poco, les han sido arrebatadas por caciques corrup­tos del norte de México.

Mis recomendaciones, señor Presidente, son las siguientes:

A los estudiantes, no hacerles caso. Que sigan adueñados de la Rectoría y de las instalaciones uni­versitarias hasta el Día del Juicio Final. Con los estu­diantes, todo menos la represión. Recuerda siempre la matanza de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas y cómo, creyendo haber triunfado, el sistema se suici­dó, provocó la repulsa pública, el llanto colectivo y, al cabo, la desaparición del autoritarismo y del partido único, amén de la desgracia eterna del Presidente en turno y la obligación de sus sucesores de diferenciar­se del carnicero de Tlatelolco, aun a costillas de la racionalidad económica. Resultado: rodamos de cri­sis en crisis por andar matando estudiantes. Deja que la situación se pudra. Son más los estudiantes que, por solidarios que sean hoy con sus compañeros, más fieles serán mañana a sus propias carreras y a la nece­sidad de entrar con buena preparación al mercado de trabajo.

Calma, señor Presidente. Más impasibles que Juárez.

En cambio, con los obreros huelguistas de la au­tomotriz que piden exagerados aumentos de salarios y se atreven a comparar sus sueldos con los de sus pares en Japón, rompe la huelga por la fuerza y dile al mundo que México recibe con los brazos abiertos la inversión extranjera. Tenemos mano de obra abun­dante y barata, todos salimos ganando y a los obreros descontentos que les pongan una sala de cine gratis y un hospital decentón.

Podrías argumentar que una intervención de la fuerza pública en San Luis Potosí jugaría a favor del eterno cacique local, Rodolfo Roque Maldonado, pero yo argumentaría que el mero despliegue de fuerza nuestra intimidaría a Maldonado y pondría de nues­tro lado a los sagaces nipones. Es una apuesta. Consi­dérala, señor Presidente. Y recuerda que con lo de comer no se juega. ¿Te acuerdas de la vieja canción de Pedro Infante, "Mira Bartola, ai te dejo esos dos pe­sos, pagas la renta, el teléfono y la luz"? Qué nostalgia de nuestros tiempos preinflacionarios. Bueno, más vale ganar poco que nada y las propias familias de los operarios en San Luis pondrán en orden a los pater­familias que no traen el gasto a la casa. Las compa­ñías extranjeras verán que aquí hay autoridad en defensa de la inversión. ¿Prosperaron de otra manera los tigres de Asia? Pregúntaselo al ánima de Le Kwan Yu. En Singapur hay seguridad porque le cortaron las manos a los ladrones. Además, querido Presidente, la presencia de la fuerza pública en la región potosina serviría a un segundo propósito, que es el de someter a los pequeños caciques que se aprovechan de los va­cíos de poder regional creados por nuestra prolonga­da transición democrática. Sé que estoy repitiendo algo que ya dije líneas arriba. Perdona que sea ma­chacón. A menudo, donde hemos dado democracia hemos perdido autoridad, hemos creado huecos de anarquía que llenan, propiciados, los eternos caciques y sus "fuerzas vivas" -Maldonado en San Luis, Félix Elías Cabezas en Sonora, "Chicho" Delgado en Baja California, José de la Paz Quintero en Tamaulipas...- . Y por último, señor Presidente, y en respaldo a mi anterior consideración, atiende a los campesinos de La Laguna. Aprovecha la situación para recuperar ban­deras agraristas que hemos dejado, -por mero prag­matismo-, caer. Dale a tu gobierno el apoyo de la masa campesina que nuestros enemigos, empezando por los multicitados caciques, siempre han manipulado a partir del aislamiento y la ignorancia, contando con que la vecindad fronteriza con los USA nos ata las manos, como si democracia y autoridad no se lleva­ran. Ya conoces mi consigna: autoridad sí, autorita­rismo no. Aprovecha la situación para darle en la torre a los caciques. Te lo agradecerán los empresarios na­cionales del norte de la República, porque ellos sí sa­ben que la pobreza es la peor inversión y que el campesino muerto de hambre no compra en el su­permercado ni se viste en la sucursal de Benetton.

En cuanto al tema que secretamente preocupa a todos, el asesinato de Tomás Moctezuma Moro, te aconsejo que siga donde está, en el secreto que nos conviene a todos.

Señor Presidente, espero que consideres mis con­sejos con el espíritu de patriotismo y apoyo a tu ges­tión con que los ofrezco. "Esto", dijo un filósofo alemán, "Esto", la palabra "Esto", es la más difícil de decir. Pues bien, señor Presidente yo te lo digo: Haz ESTO. Di, atrévete a decir ESTO.

 

Bernal Herrera

Secretario de Gobernación

 

Posdata: Te adjunto el memo que le encargué a Xa­vier Zaragoza para explicar la parálisis de las comu­nicaciones.

 

MEMORÁNDUM

 

Nuestro sistema de comunicaciones moderno ha su­frido de una grave paradoja. Por un lado, hemos que­rido integrarnos al más vasto sistema global. Por el otro, monopolizar el acceso a la información en be­neficio del gobierno. Para alcanzar lo primero, cedi­mos el manejo de los medios televisivos, radiales, telefónicos, así como la red, los aparatos móviles, etc., al Centro Satélite de la Florida y a la llamada "capital de Latinoamérica", Miami. Nuestra esperanza fue que esta decisión asegurase nuestro acceso global a las comunicaciones. Cedimos nuestras operaciones mun­diales a compañías privadas como la B4M y la X9N en busca de la máxima eficacia con el máximo alcan­ce. No sabíamos que estas empresas privadas de las cuales dependíamos dependían a su vez de la infraes­tructura controlada por el departamento de la De­fensa de los EEUU de América y que el Centro Satélite de Florida era gobernado por el Pentágono, el cual modulaba la eficacia, la ineficacia, las crisis actuales, potenciales o programadas del sistema en­tero, mediante un acceso exclusivo a las órbitas sin­crónicas ubicadas en satélites fijos a cuarenta mil ki­lómetros sobre el nivel del mar. El antecedente fue el llamado Y2K del Año Nuevo 1999-2000, el llamado "bicho milenario" que pudo provocar el caos del sis­tema global de comunicaciones si la computación acostumbrada a partir del número "19" pasaba súbi­tamente a la ordenación del número "20". La alarma no pasó de ser, lo sabemos hoy, una advertencia del Pentágono y su capacidad de descentralizar la infor­mación en caso de un ataque a la infraestructura o de desestabilizar voluntariamente el sistema, pero ar­guyendo un ataque (inexistente) contra el mismo. El error nacional mexicano consistió en entrar con los ojos cerrados y la esperanza de globalizarnos rápida­mente a un sistema que no controlábamos en tanto que, internamente, politizamos las comunicaciones para evitar su uso pluralista y democrático. El gobier­no del PRI Restaurado (2006) optó por la moderni­dad externa vía la Florida y la anacronía interior mediante el monopolio oficial de la red. Los gobier­nos tienen organización vertical. La red, en cambio, funciona horizontalmente. El Presidente César León decidió verticalizar todas las operaciones de comuni­cación interna, arrebatándole el acceso a los sindica­tos, los caciques, las universidades, los gobiernos locales y la sociedad civil en general y admitiendo la comunicación horizontal sólo a las empresas favori­tas del Estado y, fatalmente, al entretenimiento. Mu­cho Hermano Mayor. Ninguna Huelga Mayor (que de hecho no hemos evitado, aunque las declaremos inexistentes de derecho; lo importante es que ningu­na huelga se sienta apoyada o emulada por otra huel­ga). Pero el hecho es que mientras los sistemas mundiales empezaron pequeño, escalaron rápido y entregaron valor, el gobierno mexicano empezó gran­de, escaló lento y entregó basura. Internamente, nos restringimos a un portal estrecho. Internacionalmen­te, nos abrimos a un portal inmenso. De allí nuestra doble vulnerabilidad. Los EEUU nos han cerrado el portal grande afectando la totalidad de las comuni­caciones no sólo internacionales sino nacionales, dado que éstas también dependían, por minúsculas que fuesen, del Centro Satélite de la Florida. El hipotéti­co "bicho" del milenio 2000 fue simplemente susti­tuido por el bicho 2020 para efectos exclusivamente mexicanos, castigándonos por nuestra política adversa a la ocupación de Colombia por las fuerzas armadas de los EEUU y favorable al aumento de precios del petróleo determinados por la OPEP Es la llamada "Operación Cucaracha". Y como usted sabe, señor Presidente, la cucaracha sólo camina dependiendo de lo que fume, marihuana, mota, chocolate de Fu Man­chú... Veinte/Veinte, por lo demás, es la manera como los gringos designan como claridad de la mirada a una distancia de veinte pies. Pero lo que nos separa de ellos es una frontera de dos mil kilómetros. Saque usted, señor Presidente, las debidas conclusiones. Y piense por cuánto tiempo podemos mantener tran­quilos a los japoneses de Coahuila, aunque se dice que ellos tienen maneras secretas y propias de darse a entender.

(por la trascripción: Xavier Zaragoza)

 

 

María del Rosario Galván a Nicolás Valdivia

 

¿Te molestó mucho mi cita antenoche? ¿Te sentiste humillado de que te colocara en situación de voyeur? No seas impaciente ni corajudo. Más dulzura, cariño, mas equidad, más simpatía hacia tu pobre amiga. Ten­go una vida anterior al día en que nos conocimos, ¿sabes? Y tú, mi buen Nicolás, eres como la letra del bolero, quieres imaginar "que no existe el pasado y que nacimos el mismo instante en que nos conoci­mos". Pues no, figúrate. Yo te llevo una ventaja de once años antes de que no sólo nos conociéramos, sino de que siquiera nacieras. Si vas a reprocharme la vida que viví antes de conocerte, te expones a varias cosas. Primero, a muchas sorpresas. Algunas desagra­dables. Otras un poco más amenas. Segundo, vas a incendiarte de celos hacia los hombres que han sido mis amantes. Y tercero, vas a impacientarte con los plazos que te he puesto para ser tuya.

-¿Por qué ellos y no yo?

De las tres posibilidades, sólo la segunda me agra­da. A una mujer -y yo no soy excepción- le encan­ta provocar celos. Atizan la pasión. Le ponen fuego a la espera fría. Aseguran gloriosas culminaciones eró­ticas. Pero voy al grano. Vas a ver. Ahora seré voyeuse contigo. Nos vamos a sentar juntos, lado a lado, aquí en la sala de mi casa, a ver y comentar mi propia ver­sión del Informe Presidencial de anoche. Mandé fil­mar el evento, con énfasis, no tanto en las palabras del señor Presidente de la República como en los ros­tros de los asistentes, a fin de que conozcas mejor al personal político que nos gobierna.

Perdona si mis comentarios son un tanto acer­bos. Prefiero que conozcas a esta fauna sin maquilla­je. A veces el que parece George Clooney es apenas Mickey Rooney y la que da un aire de Minnie Driver en realidad no pasa de Minnie Mouse.

Permíteme despachar sin muchas consideracio­nes al presidente del Congreso que dio respuesta al Informe Presidencial. Se llama Onésimo Canabal y es menor en todo: pasado, presente y futuro; tamaño físico, estatura política y altura moral. Es uno entre mil, pero hoy se siente único. ¿Cómo sabrá la verdad? Nadie se la dirá. Tendría que darse un porrazo para enterarse de su propia estupidez. Pero hay idiotas -la mayoría- que mueren sin enterarse de que fue­ron pendejos.

Vamos con el Gabinete, sentado en las primeras filas del Congreso.

El señor secretario de Gobernación, Bernal He­rrera, es mi amigo y confidente. Tiene experiencia, serenidad y sentido práctico. Es consciente de que el orden tiene límites, pero el desorden carece de fron­teras. Su política de equilibrios consiste, pues, en evi­tar el desorden endémico y los males extremos que lo alimentan (valga la paradoja): el hambre, la desmora­lización, la desconfianza pública. Herrera sabe muy bien que el desorden provoca las acciones irraciona­les y protege las aventuras -que pronto se revelan como desventuras- políticas. La amargura abre muchas heridas y otorga escaso tiempo para cerrar­las. Herrera promueve leyes de tres clases: las que pueden practicarse, las que jamás se pondrán en prác­tica y las que le dan esperanza a la gente, practíquen­se o no, sean más para mañana que para hoy. Es nuestro más excelente ministro y político.

El secretario de Relaciones Exteriores, Patricio Palafox, sentado al lado de Herrera, es otro hombre experimentado, idealista pero práctico. Entiende que somos vecinos de la única gran potencia y que pode­mos escoger a nuestros amigos, pero no a nuestros vecinos (ni, dicho sea de paso, a nuestros familiares, que tan incómodos pueden resultarnos a veces). Pa­lafox colabora dignamente con los gringos pero es muy hábil para hacerles entender que México. tam­bién es una democracia y debe hacerle caso a su pro­pia opinión pública. A veces, les explica, no podemos ir en contra de la opinión pública, igual que ustedes, entiéndanme. Lo malo es que ellos se pliegan sin con­secuencias a esa verdad. Los gobiernos norteamerica­nos navegan con las encuestas, la oposición en el Congreso, los editorialistas de la gran prensa y el Eje­cutivo sólo se sale con la suya en la medida en que se compone con todos estos factores.

Nosotros, a veces, pagamos caro nuestras deci­siones independientes, como ahora en el caso colom­biano. Nos vimos obligados a apoyar al nuevo Presidente Juan Manuel Santos pidiendo que salgan las tropas yanquis de Colombia. No nos bastó ceder en tratos comerciales, apoyos contra el terrorismo, votos de respaldo en organismos internacionales, desprotección de mexicanos agredidos, injustamente encarcelados y aun condenados a muerte en los USA. Bastaron dos botones rojos -Colombia y petróleo-­ para provocar esta cruel y extrema reacción de Washington: dejarnos incomunicados, en una espe­cie de desierto de la globalización.

No verás, sin embargo, signo alguno de preocu­pación en el rostro del señor secretario Palafox. Des­ciende de una muy vieja familia que ha atestiguado tres siglos de turbulenta historia nacional. Nada lo altera. No tiene nervios. Es un profesional. Aunque no faltan las malas lenguas que dicen:

-La serenidad inmutable del canciller Palafox no se debe a su sangre azul, sino a su bien ganada fama de jugador de póker.

Parece que no son los salones de Versalles la es­cuela del señor secretario, sino los salones de juego, las piezas llenas de humo de cigarrillo, luces pardas y tapetes verdes. El reino, digamos, del azar. Y dime tú, mi bello aprendiz, ¿cómo conciliar la necesidad con el azar? Es la gran pregunta irresuelta de todos los tiempos, me indica mi gran amigo Xavier Zaragoza, a quien no sin error han motejado "Séneca" y de quien, debes saberlo, he aprendido más que en la Sorbona, donde estudié Ciencias Políticas. Lee, al respecto, el gran artículo de ayer de don Federico Reyes Heroles. Son sus reflexiones al cumplir 65 años.

Ahora empezamos a degenerar, mi querido dis­cípulo Nicolás Valdivia. Al contralor de la República don Domingo de la Rosa le dicen "El Flamingo" por­que no sabe sobre cuál pierna pararse, la derecha o la izquierda. Como el gobierno del señor Presidente es de Unidad Nacional, a veces hay que favorecer a los conservadores y a veces a los progresistas. Lo malo es que unos y otros sólo son honrados en la oposición. Apenas llegan al gobierno, fraternizan y se confun­den en el antiquísimo mandato del pintoresco perso­naje de nuestro truculento pasado, el llamado "Tlacuache" Garizurieta:

-El que vive fuera del presupuesto, vive en el error.

De él te digo que quien busca ganarse la amistad de todos haciéndoles concesiones, nunca tendrá bas­tante dinero. ¿Él no, pero la República sí?

Tienes razón, mi querido Nicolás. El secretario de Educación Ulises Barragán es un desastre. Dicen que es más mentiroso que un dentista y que su per­petuo e interminable monólogo tiene una sola vir­tud: vuelve catatónico a cualquier auditorio, cosa útil tratándose del Sindicato de Trabajadores de la Edu­cación y sus dos millones de temibles adherentes cuan­do se reúnen en el Auditorio "Elba Esther Gordillo". Lo malo del señor secretario Barragán es que su dis­curso es tan aburrido que no sólo pone a dormir a quienes lo escuchan. Se duerme a sí mismo. Se cono­ce el caso de salas de conferencias sorprendidas en pleno sueño al terminar de hablar el señor secretario. Durmió a los asistentes y se durmió a sí mismo. El prolongado silencio atrajo por ello una vez al conser­je de El Colegio Nacional, quien encontró perfecta­mente dormidos a todos: los sesenta y seis asistentes y el propio conferenciante, el secretario Barragán.

El secretario de Salud, Abundio Colmenares, lleva con cierta galanura y hasta fantasía su puesto. Es un cachondo bien hecho y se aprovecha de su función para gozar con el pretexto de curar. Todo un caso, bien simpático a veces. Dicen que es duro y ardiente: no se le escapa ni un hombre que odia ni una mujer que desea.

La señora secretaria del Medio Ambiente, Gui­llermina Guillén, brilla por sus buenos deseos. Es tan fantasiosa que le basta hacer lo contrario de lo que piensa para ser realista. Protege los santuarios de aves fumigándolos hasta matar cualquier cosa que vuela. Se hace taruga dando concesiones de tala de bosques porque así ya no hay bosques que proteger. Problema resuelto. Acaba de divorciarse de su marido porque descubrió que el buen señor sólo se ponía la denta­dura postiza cuando visitaba a su amante.

El señor secretario del Trabajo, Basilio Tarace­na, es todo lo contrario de lo que parece ser. Mira sus ojos de criollo tapatío: claros, pero no serenos. Encapotados, velados, brumosos, y si algo le da tra­bajo es su propio cuerpo. Observa la serie intermi­nable de sus tics, su constante rascarse los costados, el cuello, las axilas, la entrepierna, como si lo asedia­sen las ladillas...

El señor secretario de Agricultura, don Epifanio Alatorre, anda en la política nacional desde tiempos de López Mateos y es famoso por sus predicciones sobre las cosechas y el clima:

-Dependiendo de las lluvias, las cosechas este año pueden ser buenas, pueden ser malas o pueden ser todo lo contrario.

Como lleva más de medio siglo en la política, algunos le preguntan cómo ha sobrevivido tanto cam­bio, de López Mateos a Fox a Terán. Entonces don Epifanio se moja el dedo índice con saliva y lo levan­ta para indicar que él sabe siempre por dónde sopla el viento. Nunca te metas en un argumento con él. Es cómo discutir con una banda de mariachis.

Desconfía también del señor secretario de Comunicaciones Felipe Aguirre. Fíjate que su cara es del mismo color que sus calcetines, signo inequívoco de bajeza. O de falta de imaginación. Lo comprueba su famoso dicho conyugal:

-¿Quieres hacerte viejo? Entonces vive siempre con la misma vieja.

Si el consejo es amoral, su conducta no lo es. El señor secretario se ha hecho viejo con la misma vieja, una voluminosa señora que inspira pavor porque ca­mina con los ojos cerrados, como un gordo vampiro cegado por el sol. Prueba de que el encargado de las comunicaciones se comunica mejor en silencio, a os­curas, y expidiendo, como lo hace, concesiones y con­tratos mediante jugosas comisiones. ¿Por qué lo tolera el señor Presidente, a sabiendas de que el señor secre­tario no ve nada para robarlo todo? Singular y anti­quísima teoría, mi querido Nicolás: no hay gobierno que funcione sin el aceite de la corrupción.

La corrupción lubrica, pero mira nada más la cara compungida del director general de Petróleos Mexicanos, don Olegario Santana. Se da entrada al capital norteamericano sin desnacionalizar la indus­tria, pero a la hora de defender el precio del petróleo, el gobierno de los USA nos sanciona, sancionando a sus propios inversionistas. Es la perpetua contradic­ción de Washington entre sus proclamas internacio­nales y sus pequeños intereses locales: el textilero de Carolina del Norte siempre le ganará al textilero bra­sileño y a la Organización Mundial del Comercio, dado que éstos no votan... ¿Qué cara pones? El director general, como podrás observar, pone cara de violador de niñas de diez años. ¿Cómo puede apare­cer en público con ese semblante de culpable? Tenle compasión.

Ahora dirige tu mirada a los dos militares senta­dos lado a lado. El secretario de la Defensa se llama Mondragón von Bertrab y parece precisamente eso, un junker prusiano. Se formó en la escuela militar alemana, la Hochschule, lleva una relación magnífica con el Pentágono y ha leído y se sabe de memoria las campañas de César en Galia y la correspondiente de Bonaparte en Italia, te recita a Von Clausewitz y no hay página de la Germania de Tácito o de las Histo­rias de Livio que no haya cursado. Es el fruto más acabado del mando culto y responsable, serio y leal, que la Heroica Escuela Militar lleva generaciones for­mando. Pero no te apresures a meter la mano en el fuego, mi querido Nicolás Valdivia. Precisamente por su formación y seriedad, Von Bertrab es un autómata disciplinado que cumplirá al pie de la letra sus obli­gaciones: lealtad al señor Presidente mientras juzgue que el señor Presidente es leal a las instituciones de la República, pero más lealtad al espíritu de la Patria -whatever that means- que al propio Presidente si, a juicio del general, el Presidente no le cumple a la Patria -exactly what that mean!-. Pero nuestro ad­mirable junker local no se mancha las manos nunca, Nicolás, eso se lo deja al torvo individuo que ves sen­tado a su lado, el general Cícero Arruza, jefe de la Policía Federal.

Mucho cuidado con él, te lo digo en serio. Von Bertrab es la cara amable de la fuerza. Arruza es la cara odiosa. Su lema es Sangre, Muerte y Fuego. Es un lobo con piel de lobo. Su única barrera es Von Ber­trab,


Date: 2016-01-05; view: 724


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LA MUERTE DE ARTEMIO CRUZ | Carlos Ruiz Zafón Marina
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