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ATAQUES REGISTRADOS 4 page

 

 

1942-45 D. C, HARBIN, GOBIERNO TÍTERE DE JAPÓN DE MANCHUKUO (MANCHURIA)

 

En 1951, en su libro El sol se levantó en el Infierno, el que fuera oficial del Ejército de Inteligencia de EEUU, David Shore, deta­llaba una serie de experimentos biológicos durante la guerra dirigidos por una unidad del ejército japonés conocida como Dragón Negro. Uno de los experimentos, denominado «Flor de cerezo», se organizó especialmente para crear y entrenar zombis para introducirlos en el ejército. Según Shore, cuando las fuerzas japonesas invadieron las Indias Orientales holandesas en 1941-42, descubrieron una copia del trabajo de Jan Vanderhaven en una biblioteca médica en Surabaya. Enviaron el trabajo al cuar­tel general de Dragón Negro en Harbin para realizar estudios adicionales. Aunque se mandó realizar un plan teórico, no pudie­ron encontrar muestras de Solanum (prueba de que la ancestral Hermandad de la Vida para acabar con los zombis había hecho su trabajo muy bien). Todo esto cambió seis meses después con el incidente en la isla de Atuk. Enviaron a Harbin a los cuatro zombis retenidos. Se llevaron a cabo experimentos con tres de ellos y el cuarto se utilizó para crear otros zombis. Shore afirma que usaban a los disidentes japoneses (todo aquel que no apoyara el régimen militar) como conejillos de indias. Cuando resucitaron a un pelotón de cuarenta zombis, los operativos de Dragón Negro intentaron entrenarlos como zánganos obedientes. Obtuvieron unos resultados muy sombríos: los mordiscos convirtieron a diez de los dieciséis instructores en zombis. Tras dos años de intentos frustrados, se tomó la decisión de liberar la fuerza de los cincuenta zombis con los que ahora contaban contra el enemigo sin importar en qué condiciones estuvieran. Lanzaron en paracaídas a diez gules sobre las fuerzas británi­cas en Birmania. Atacaron el avión con fuego antiaéreo antes de que llegaran a su destino, y lo convirtieron en una bola de fuego que destruyó toda prueba de la carga no muerta. Se intentó por segunda vez enviando a diez zombis por submarino a la zona del canal de Panamá en la que EEUU participaba (esperaban que el consiguiente caos frenara la construcción en el Atlántico y la limitación en el Pacífico de los buques de guerra estadouni­denses). El submarino se hundió por el camino. Hubo un tercer intento (de nuevo en submarino) liberando a veinte zombis en el océano cerca de la costa occidental de Estados Unidos. A medio camino, mientras recorrían el Pacífico norte, el capitán del submarino informó por radio de que los zombis se habían liberado de sus ataduras y estaban atacando a la tripulación y que no tenía más opción que hundir la nave. Cuando la guerra terminó, se envió un cuarto y último ataque. Soltaron en paracaídas al resto de zombis en una madriguera de guerrillas chinas en la región de Yunnan. Nueve de los zombis que se lanzaron en paracaídas recibieron un tiro en la cabeza de los francotiradores chinos. Los tiradores de élite no se dieron cuenta de la impor­tancia que tenían sus disparos. Habían recibido siempre la orden de disparar a la cabeza. El último zombi fue capturado, atado y llevado al cuartel general personal de Mao Tse-Tung para estu­diarlo. Cuando la Unión Soviética invadió Manchukuo en 1945, todos los registros y las pruebas del proyecto «Flor de cerezo» habían desaparecido.



Shore afirma que su libro se basa en los relatos de los testimo­nios de dos operativos de Dragón Negro, hombres que él perso­nalmente interrogó después de que se rindieran ante el ejér­cito de EEUU en Corea del Sur al finalizar la guerra. Al princi­pio, Shore encontró quien le publicara su libro, una compañía pequeña e independiente conocida como Green Brothers Press. Antes de que llegara a las librerías, el gobierno ordenó confis­car todos los ejemplares. A Green Brothers Press directamente se la acusó, de manos del senador Joseph McCarthy, de publicar «material obsceno y subversivo». A causa del peso de las deudas legales la compañía quebró. David Shore fue acusado de violar la seguridad nacional y sentenciado a cadena perpetua en Fort Leavenworth, Kansas. Lo absolvieron en 1961, pero murió de un ataque al corazón dos meses después de su puesta en liber­tad. Su viuda, Sara Shore, mantuvo una copia secreta e ilegal de su manuscrito hasta su muerte en 1984. Su hija, Ana, ganó hace poco un pleito que le ha otorgado el derecho a publicarlo.

 

 

1943 D. C, COLONIA FRANCESA AL NORTE DE ÁFRICA

 

Este extracto proviene del interrogatorio al primer soldado raso Anthony Marno, ametrallador de cola en el bombardero B-24 del ejército de EEUU. Al regresar de una incursión nocturna contra las concentraciones de tropas alemanas en Italia, la aero­nave empezó a descender sobre el desierto de Argelia. Tenían poco combustible; el piloto vio lo que parecía ser un asenta­miento civil y ordenó a su tripulación que saltara en paracaídas. Lo que habían encontrado era Fort Louis Philippe.

 

Parecía sacado de la pesadilla de un crío. [...] Abrimos las puertas, no había tranca ni nada. Caminamos hacia el patio y nos encontramos con todo aquel montón de esqueletos. Montañas de ellos, ¡no bromeo! Amontonados por todas partes, como en una película. Nuestro capitán, que parecía sacudir la cabeza, dijo: «Parece que haya un tesoro enterrado aquí, ¿sabéis?». Menos mal que no había ningún cuerpo en el pozo. Nos las arreglamos para llenar las cantimploras y cogimos algunas provisiones. No había comida, pero ¿quién la querría?, ¿eh?

 

Marno y el resto de la tripulación fueron rescatados por una caravana árabe a ochenta kilómetros del fuerte. Cuando pregun­taron sobre aquel lugar, los árabes no respondieron. En aquel momento, el ejército de EEUU tampoco tenía los medios ni el interés para investigar unas ruinas abandonadas en mitad del desierto. Más tarde no se llevó a cabo ninguna expedición.

 

 

1947 D. C, JARVIE, COLUMBIA BRITÁNICA

 

Una serie de artículos de cinco periódicos diferentes cuentan los acontecimientos sangrientos y el heroísmo individual asociado con esta pequeña aldea canadiense. Los historiadores sospe­chan que el transportista Mathew Morgan, un cazador de la zona, regresó a la aldea una noche con un misterioso mordisco en el hombro. Al amanecer del día siguiente, veintiún zombis merodeaban por las calles de Jarvie. Devoraron por completo a nueve personas. Los quince humanos que quedaban hicieron una barrera en la oficina del sheriff. Un disparo fortuito de uno de los ciudadanos aguerridos demostró lo que podía hacer una bala en el cerebro. Pero para entonces la mayoría de las venta­nas estaban cubiertas, por lo que nadie podía apuntar con sus armas. Planearon trepar hasta el tejado, contactar con la oficina de teléfono y telégrafo y avisar a las autoridades en Victoria. Los supervivientes estaban a mitad de camino por la calle cuando los gules percibieron su presencia y les dieron caza. Un miembro del grupo, Regina Clark, les dijo a los otros que continuaran mien­tras ella detenía a los no muertos. Clark, armada únicamente con una carabina MI de EEUU, dirigió a los zombis hasta un callejón sin salida. Los testigos insisten en que Clark lo hizo a propósito, reuniendo a los no muertos en un lugar limitado que le permi­tiera alcanzar a un máximo de cuatro objetivos a la vez. Con una puntería fantástica y un tiempo de recarga pasmoso, Clark eliminó a todo el grupo. Varios testigos aseguran que vació un peine de quince balas en doce segundos sin fallar un solo tiro. Más pasmoso aún resultó que el primer zombi al que derribó fuera su marido. Fuentes oficiales tachan el suceso de «exposi­ción inexplicable de violencia pública». Todos los artículos que salieron en el periódico se basan en lo que dijeron los ciudadanos de Jarvie. Regina Clark se negó a ser entrevistada. Sus memorias siguen siendo un secreto guardado por su familia.

 

 

1954 D. C, THAN HOA, INDOCHINA FRANCESA

 

Este pasaje se tomó de una carta escrita por Jean Beart Lacoutour, un hombre de negocios francés que vivió en la antigua colonia.

 

El juego se llama «La danza del Diablo». Una persona viva es puesta en una jaula con una de estas criaturas. Nuestro humano sólo tiene un cuchillo pequeño, de unos ocho centímetros de largo a lo sumo. [...] ¿Sobrevivirá a su vals con el cadáver viviente? De no ser así, ¿cuánto tiempo resistirá? Se realizan apuestas sobre esta y otras variables. [...] Mantenemos un establo para ellos, los gladiadores fétidos. La mayoría son víctimas de contien­das fallidas. A algunos los cogemos de la calle. [...] Paga­mos bien a sus familias. [...] Que Dios me perdone por este pecado inimaginable.

 

Esta carta, junto a una considerable fortuna, llegó a La Rochelle, Francia, tres meses después de la pérdida de la Indochina francesa contra las guerrillas comunistas de Ho Chi Minh. El destino de la «Danza del Diablo» de Lacoutour se desconoce. No se ha descubierto nueva información. Un año después, el cuerpo de Lacoutour llegó a Francia, muy descompuesto, con una bala en el cerebro. La explicación del coronel norvietnamita fue el suicidio.

 

1957 D. C, MOMBASA, KENIA

 

Este extracto fue tomado del interrogatorio que realizó un oficial del ejército británico a un rebelde kikuyu capturado durante la insurrección de Mau Mau (todas las respuestas provienen de un traductor):

 

P: ¿A cuántos viste?

R: A cinco.

P: Descríbelos.

R: Hombres blancos, con la piel gris y llena de grietas. Algu­nos tenían heridas, marcas de mordiscos en algunas partes de su cuerpo. Todos tenían orificios de bala en el pecho. Se tambaleaban y gemían. Sus ojos no veían. La sangre chorreaba por sus dientes. El olor a carroña anunciaba su llegada. Los animales huyeron.

 

El intérprete masai y el prisionero comenzaron a hablar. El prisionero se quedó en silencio.

 

P: ¿Qué ocurrió?

R: Vinieron a por nosotros. Sacamos nuestras lalems (un arma masai, parecida al machete) y les cortamos las cabe­zas y las enterramos.

P: ¿Enterrasteis las cabezas?

R: Sí.

P: ¿Por qué?

R: Porque el fuego nos habría dado ventaja.

P: ¿No fuiste herido?

R: No estaría aquí.

P: ¿No estabas asustado?

R: Sólo tememos a los vivos.

P: ¿Así que eran espíritus diabólicos?

 

El prisionero ríe entre dientes.

 

P: ¿De qué te ríes?

R: Los espíritus diabólicos se han inventado para asustar a los niños. Estos hombres eran muertos vivientes.

 

El prisionero dio poca información el resto de la entrevista. Cuando le preguntaron si había más zombis sueltos, se quedó callado. La trascripción completa apareció en un tabloide britá­nico poco después ese mismo año. No se hizo nada al respecto.

 

 

1960 D. C, BYELGORANSK, UNIÓN SOVIÉTICA

 

Se sospecha, desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, que las tropas soviéticas que invadieron Manchuria capturaron a la mayoría de los científicos japoneses, los datos y los experimen­tos realizados (los zombis) involucrados en el proyecto especial Dragón Negro. Recientes revelaciones han confirmado que estos rumores son ciertos. El propósito de este nuevo proyecto sovié­tico era crear un ejército secreto de muertos andantes para usarlos en la inevitable Tercera Guerra Mundial. «Flor de cerezo», rebautizada con el nombre de «Esturión», fue llevada cerca de una pequeña ciudad al este de Siberia donde había únicamente un gran edificio que servía como prisión a disidentes políticos. El emplazamiento no sólo garantizaba una total discreción sino también la disponibilidad directa de los experimentos realiza­dos. Basándonos en descubrimientos recientes, somos capa­ces de determinar que, por alguna razón, los experimentos se descontrolaron y causaron un brote de varios cientos de zombis. Algunos científicos lograron escapar a la prisión. Seguros tras los muros, se asentaron creyendo que sería un asedio de poco tiempo hasta que llegara la ayuda. Nadie vino. Algunos historia­dores creen que el aislamiento del pueblo (no había carreteras y las provisiones venían por aire) impidieron una respuesta inme­diata. Otros creyeron que como el proyecto lo había comenzado Yósif Stalin, el KGB era reacio a informar al primer ministro Nikita Khrushchev de su existencia. Una tercera teoría sostiene que el líder soviético conocía el desastre y había cercado el área con tropas para evitar una evasión, y vigilaba y esperaba para ver el resultado del asedio. Dentro de los muros de la prisión, una coalición de científicos, personal del ejército y prisioneros sobrevivían de manera bastante cómoda. Construyeron inverna­deros, cavaron pozos; consiguieron producir energía con moli­nos de viento y dinamos humanas. Se mantenía el contacto por radio con la base prácticamente a diario. Los supervivien­tes cuentan que, gracias a aquella situación, podrían aguantar hasta el invierno, cuando, con algo de suerte, los no muertos se congelaran. Tres días antes de la primera helada de otoño, un avión soviético lanzó un artilugio termonuclear tosco sobre Byelgoransk. La explosión de un megatón destruyó el pueblo, la prisión y los alrededores.

Durante décadas, el gobierno soviético explicaba el desas­tre como una prueba nuclear de rutina. No se supo la verdad hasta 1992, cuando comenzó a filtrarse la información hacia Occidente. Los rumores sobre el brote también surgieron entre los siberianos más viejos, entrevistados por primera vez por la reciente prensa libre de Rusia. Los testimonios de los oficiales de alto rango soviéticos insinuaban la verdadera naturaleza de la devastación. Muchos reconocen que Byelgoransk existió. Otros confirman que se trataba de una prisión militar y de un centro de armas biológicas. Algunos incluso van más lejos y admiten algún tipo de «brote», aunque ninguno describe exactamente lo que lo desató. La prueba más perjudicial surgió cuando Artiom Zenoviev, un gángster ruso y antiguo archivero del KGB, entregó todas las copias del informe oficial del gobierno a una fuente anónima occidental (algo por lo que le pagaron maravillosa­mente). El informe contiene transcripciones de radio, fotogra­fías aéreas (del antes y el después) y los testimonios tanto de las tropas de tierra como de la tripulación del bombardero aéreo, junto a las confesiones firmadas de los que estaban al mando del proyecto Esturión. Incluidas con este informe hay 643 páginas con datos de laboratorio en relación a la fisiología y a los patro­nes de comportamiento de los experimentos realizados con los no muertos. Los rusos se toman esta revelación como una patraña. Si esto es cierto y Zenoviev no es más que un oportunista con una imaginación brillante, entonces ¿por qué las personas que había en una lista que los hacía responsables según los infor­mes oficiales, entre los que se encontraban científicos de altura, comandantes del ejército y miembros de Politburo, fueron ejecu­tados por el KGB después de que incineraran Byelgoransk?

 

 

1962 D. C, CIUDAD SIN IDENTIFICAR, NEVADA

 

Los detalles de este brote son sorprendentemente incompletos, ya que ocurrieron en una zona relativamente acomodada del planeta en la segunda mitad del siglo veinte. Según fragmentos de los relatos de testigos de segunda mano, recortes de periódicos viejos y un informe de policía sospechosamente impreciso, un pequeño brote de zombis atacó y asedió a Hank Davis, un gran­jero de la zona, y a tres de sus empleados en un establo durante cinco días y noches. Cuando la policía acabó con los gules y entró en el establo, encontraron a todos los ocupantes muertos. La investigación posterior determinó que los cuatro hombres se mataron entre ellos. Más concretamente, tres hombres fueron asesinados, mientras que el cuarto se quitó la vida. No hay una razón concreta para este acontecimiento. El establo era más que seguro para soportar un ataque y sólo habían consumido la mitad de una pequeña provisión de agua y comida que tenían. La teoría actual es que el incesante gemido de los zombis, mezclado con el sentimiento de total aislamiento e impotencia, les provocó una completa crisis psicológica. No se dio una explicación oficial al brote. El caso aún «se está investigando».

 

 

1968 D. C, LAOS ORIENTAL

 

Esta historia la contó Peter Stavros, un paciente drogadicto y anti­guo francotirador de las Fuerzas Especiales. En 1989, mientras le evaluaban psicológicamente en el hospital para veteranos de Los Ángeles, contó esta historia al psiquiatra que le atendía. Stavros afirmaba que su equipo estaba en una misión rutinaria de búsqueda y destrucción en la frontera vietnamita. Su objetivo era un pueblo del que se sospechaba que era una zona de preparación de Pathet Lao (guerrillas comunistas). Cuando entraron en el pueblo, descu­brieron que los habitantes estaban en mitad de un asedio contra varias docenas de muertos andantes. Por razones que se desco­nocen, el líder del equipo les ordenó la retirada y luego pidió un ataque aéreo. Los bombarderos, armados con napalm, destrozaron la zona, acabando con los muertos vivientes y los supervivien­tes humanos. No existen pruebas documentadas que corroboren la historia de Stavros. Los otros miembros de su equipo están o muertos, o perdidos en combate, o perdidos en Estados Unidos, o simplemente se negaron a que les entrevistaran.

 

 

1971 D. C, VALLE NONG'ONA, RUANDA

 

Jane Massey, reportera dedicada a la vida salvaje para La Tierra viviente, fue como enviada por la revista a documentar la vida de los gorilas de lomo plateado en peligro de extinción. Este extracto es sólo una pequeña anécdota de las muchas y popula­res historias de los primates raros y exóticos:

 

Cuando cruzamos el valle escarpado, vi moverse algo entre el follaje. Nuestro guía también lo vio y nos conven­ció de que aligeráramos el paso. En aquel momento oí algo bastante extraño en aquella zona del planeta: completo silencio. Ningún pájaro, ningún animal, ni siquiera insec­tos, y hablamos de insectos de un tamaño considerable. Le pregunté a Kengeri y lo único que me dijo fue que bajara la voz. Desde la zona más baja del valle, pude oír un gemido espeluznante. Kevin (el fotógrafo de la expedi­ción) se puso más blanco de lo normal y continuó diciendo que debía de ser el viento. Un dato, yo he oído el viento en Sarawak, Sri Lanka, el Amazonas e incluso en Nepal y ¡eso NO es viento! Kengeri puso una mano en el machete y nos dijo que nos calláramos. Le dije que quería bajar al valle para echar un vistazo. El se negó. Cuando insistí, me dijo: «Los muertos andan sueltos por aquí» y se marchó.

 

Massey nunca exploró el valle ni descubrió la fuente del gemido. La historia del guía podría tratarse de una superstición de la zona. El gemido pudo haber sido simplemente el viento. Sin embargo, hay mapas del valle que revelan que está rodeado por acantilados escarpados, lo que hace imposible que los gules escapen. En teoría, este valle podría servir como receptáculo para las tribus que quieran atrapar pero no destruir a los muer­tos andantes.

 

 

1975 D. C, AL-MARQ, EGIPTO

 

La información relativa a este brote proviene de varias fuentes: entrevistas a los habitantes del pueblo que fueron testigos de lo ocurrido, nueve declaraciones juradas del personal militar egip­cio de bajo rango y los relatos de Gassim Farouk (un antiguo oficial de inteligencia de las fuerzas aéreas egipcias que emigró hace poco a Estados Unidos), además de la información sobre la investigación de varios periodistas internacionales que han preferido mantener sus identidades en secreto. Todas las fuen­tes corroboran la historia sobre un brote de origen desconocido que atacó e invadió este pequeño pueblo egipcio. Las llamadas pidiendo ayuda no obtuvieron respuesta, a la policía de otros pueblos y al comandante de la base de la Segunda División Armada de Egipto en Gabal Garib a tan sólo cincuenta y siete kilómetros. En un extraño giro de los acontecimientos, el opera­dor de teléfono de Gabal Garib también era un agente israelí del Mossad que pasó la información a los cuarteles generales de la FDI en Tel Aviv. Tanto el Mossad como los integrantes de la Fuerza de Defensa de Israel se tomaron la información como una patraña y la hubieran olvidado rápidamente si no hubiera sido por el general Jacob Korsunsky, un ayudante de la primera ministra Golda Meir. Judío estadounidense que fue colega de David Shore, Korsunsky estaba al tanto de la existencia de los zombis y de la amenaza que suponían si no les ponían obstácu­los. De forma impresionante, Korsunsky convenció a Meir para que formara una misión de reconocimiento para investigar Al-Marq. La infección se encontraba en aquel momento en su día catorce. Nueve supervivientes habían formado una barricada en la mezquita del pueblo con un poco de agua y sin comida. Con el consentimiento de Korsunsky, una patrulla de paracai­distas descendió al centro de Al-Marq y, tras doce horas de bata­lla, eliminaron a todos los zombis. Se sospecha que esta histo­ria tuvo un final salvaje. Algunos creen que el ejército egipcio rodeó Al-Marq, capturó a los israelíes y preparó su ejecución allí mismo. Cuando suplicaron a los supervivientes, que mostra­ron a los soldados los cadáveres de los zombis, los egipcios permitieron a los israelíes pasar de un modo seguro hasta sus hogares. Otros llevaron esta posibilidad más lejos, dando lugar a que la tomaran como una de las razones de la tregua egipcio-israelí. No existen pruebas consistentes que sostengan esta histo­ria. Korsunsky murió en 1991. Sus memorias, relatos persona­les, comunicados del ejército, los consiguientes artículos en los periódicos e incluso películas sobre la supuesta batalla grabadas por un cámara del Mossad, han quedado ocultos por el gobierno israelí. Si esto es cierto, se presenta una cuestión interesante y, posiblemente, perturbadora. ¿Por qué tendría que convencerse el ejército egipcio de que los muertos vivientes existen a través de testimonios y, al parecer, cadáveres humanos? ¿No tendría que existir un espécimen (o varios) intacto y con las funciones activas para probar una historia tan impresionante? De ser así, ¿dónde están ahora esos especímenes?

 

 

1979 D. C, SPERRY, ALABAMA

 

Durante su jornada diaria, Check Bernard, el cartero de la zona, paró en la granja de los Henrichs y vio que no habían recogido el correo del día anterior. Como nunca había ocurrido antes, Bernard decidió llevar el correo a la casa. A quince metros de la puerta principal, oyó lo que parecían disparos, gritos de dolor y llamadas de socorro. Bernard se fue, condujo dieciséis kiló­metros hasta el teléfono público más cercano y llamó a la poli­cía. Cuando dos ayudantes del sheriff y un equipo paramédico llegaron, encontraron a la familia Henrichs completamente descuartizada. La única superviviente, Freda Henrichs, estaba sufriendo, como se podía ver a la perfección, los síntomas de una infección avanzada. Golpeó a los paramédicos antes de que los ayudantes del sheriff pudieran atarla. Un tercer ayudante, el último en llegar y novato en el cuerpo, sufrió un ataque de pánico y disparó a la mujer en la cabeza. A los dos hombres a los que había mordido los llevaron al hospital del condado para que los trataran y poco después murieron. Tres horas después, resu­citaron durante la autopsia, atacaron al coronel y a su ayudante y salieron a la calle. Alrededor de medianoche la ciudad estaba aterrorizada. Había veintidós zombis y devoraron por completo a quince personas. Muchos supervivientes buscaron refugio en sus casas. Otros intentaron huir del pueblo. Tres colegiales se las arreglaron para subir a lo alto de la torre de agua. Aunque estaban rodeados (varios gules intentaron escalar la torre pero volvieron a caerse al suelo), estos niños permanecieron a salvo hasta que los rescataron. Un hombre, Harland Lee, tenía en su casa un subfusil Uzi modificado, una escopeta paralela recor­tada y dos pistolas mágnum del 44 (una era un revólver y la otra una automática). Los testigos afirman que vieron a Lee atacar a un grupo de doce zombis, disparando con la Uzi en primer lugar y a continuación con las otras armas. Cada vez, Lee disparaba al torso de los zombis, provocándoles gran daño pero sin matarlos. Como se le terminaba la munición y a su espalda había un montón de coches destrozados, Lee intentó disparar a la cabeza con una pistola en cada mano. Como las manos le temblaban mucho, Lee no acertaba ningún tiro. El autoproclamado salvador de la ciudad terminó siendo devorado al instante. Por la mañana, los ayudantes del sheriff de los pueblos colin­dantes, con la policía del estado y con grupos de voluntarios, se reunieron en Sperry. Iban armados con rifles de caza con miras y sabían que el tiro en la cabeza era mortal (un cazador de la zona había aprendido esto al defender su casa), así que rápidamente acabaron con la amenaza. La explicación oficial (proporcionada por el Departamento de Agricultura) fue la «histeria colectiva a causa de un escape de pesticida en el nivel freático del pueblo». El Centro de Control de Enfermedades se deshizo de todos los cuerpos antes de que pudieran realizarse las autopsias. La mayo­ría de las grabaciones de radio, las imágenes de las noticias y las fotografías de los particulares se confiscaron inmediatamente.

Varios supervivientes rellenaron ciento setenta y cinco declara­ciones juradas. Noventa y dos de esos casos se han llevado a la corte, cuarenta y ocho aún están por resolver y el resto han sido retirados misteriosamente. Se ha presentado recientemente una declaración con motivo del acceso a las imágenes de los medios de comunicación que fueron confiscadas. Al parecer, para que se tome una decisión habrá que esperar años.


Date: 2015-12-24; view: 741


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