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La locura del señor Crouch 2 page

El campo de quidditch ya no era llano ni liso: parecía que alguien había levantado por todo él unos muros largos y bajos, que serpenteaban y se entrecruzaban en todos los sentidos.

—¡Son setos! —dijo Harry, inclinándose para examinar el que tenía más cerca.

—¡Eh, hola! —los saludó una voz muy alegre.

Ludo Bagman estaba con Krum y Fleur en el centro del terreno de juego. Harry y Cedric se les acercaron fran­queando los setos. Fleur sonrió a Harry: su actitud hacia él había cambiado por completo desde que había rescatado a su hermana del lago.

—Bueno, ¿qué os parece? —dijo Bagman contento, cuando Harry y Cedric pasaron el último seto—. Están cre­ciendo bien, ¿no? Dentro de un mes Hagrid habrá consegui­do que alcancen los seis metros. No os preocupéis —añadió sonriente, viendo la expresión de tristeza de Harry y Ce­dric—, ¡en cuanto la prueba finalice vuestro campo de quidditch volverá a estar como siempre! Bien, supongo que ya habréis adivinado en qué consiste la prueba, ¿no?

Pasó un momento sin que nadie hablara. Luego dijo Krum:

—Un «laberrinto».

—¡Eso es! —corroboró Bagman—. Un laberinto. La ter­cera prueba es así de sencilla: la Copa de los tres magos es­tará en el centro del laberinto. El primero en llegar a ella recibirá la máxima puntuación.

—¿Simplemente tenemos que «guecogueg» el «labe­guinto»? —preguntó Fleur.

—Sí, pero habrá obstáculos —dijo Bagman, dando salti­tos de entusiasmo—. Hagrid está preparando unos cuantos bichejos... y tendréis que romper algunos embrujos... Ese tipo de cosas, ya os imagináis. Bueno, los campeones que van delante en puntuación saldrán los primeros. —Bagman dirigió a Cedric y Harry una amplia sonrisa—. Luego entra­rá el señor Krum... y al final la señorita Delacour. Pero todos tendréis posibilidades de ganar: eso dependerá de lo bien que superéis los obstáculos. Parece divertido, ¿verdad?

Harry, que conocía de sobra el tipo de animales que Ha­grid buscaría para una ocasión como aquélla, pensó que no resultaría precisamente divertido. Sin embargo, como los otros campeones, asintió por cortesía.

—Muy bien. Si no tenéis ninguna pregunta, volveremos al castillo. Está empezando a hacer frío...

Bagman alcanzó a Harry cuando salían del laberinto. Tuvo la impresión de que iba a volver a ofrecerle ayuda, pero justo entonces Krum le dio a Harry unas palmadas en el hombro.

—¿«Podrríamos hablarr»?

—Sí, claro —contestó Harry, algo sorprendido.

—¿Te «imporrta» si caminamos juntos?

—No.

Bagman parecía algo contrariado.



—Te espero, ¿quieres, Harry?

—No, no hace falta, señor Bagman —respondió Harry reprimiendo una sonrisa—. Podré volver yo solo, gracias.

Harry y Krum dejaron juntos el estadio, pero Krum no tomó la dirección del barco de Durmstrang. En vez de eso, se dirigió hacia el bosque.

—¿Por qué vamos por aquí? —preguntó Harry al pasar ante la cabaña de Hagrid y el iluminado carruaje de Beaux­batons.

—No «quierro» que nadie nos oiga —contestó simple­mente Krum.

Cuando por fin llegaron a un paraje tranquilo, a escasa distancia del potrero de los caballos de Beauxbatons, Krum se detuvo bajo los árboles y se volvió hacia Harry.

—«Quisierra saberr» —dijo, mirándolo con el entrecejo fruncido— si hay algo «entrre» tú y Herr... mío... ne.

Harry, a quien la exagerada reserva de Krum le había hecho creer que hablaría de algo mucho más grave, lo miró asombrado.

—Nada —contestó. Pero Krum siguió mirándolo ceñu­do, y Harry, que volvía a sorprenderse de lo alto que parecía Krum a su lado, tuvo que explicarse—: Somos amigos. No es mi novia y nunca lo ha sido. Todo se lo ha inventado esa Skeeter.

—Herr... mío... ne habla mucho de ti —dijo Krum, mi­rándolo con recelo.

—Sí —admitió Harry—, porque somos amigos.

No acababa de creer que estuviera manteniendo aque­lla conversación con Viktor Krum, el famoso jugador inter­nacional de quidditch. Era como si Krum, con sus dieciocho años, lo considerara a él, a Harry, un igual... un verdadero rival.

—«Vosotrros» nunca... «vosotrros» no...

—No —dijo Harry con firmeza.

Krum parecía algo más contento. Miró a Harry durante unos segundos y luego le dijo:

—Vuelas muy bien. Te vi en la «prrimerra prrueba».

—Gracias —contestó, sonriendo de oreja a oreja y sin­tiéndose de pronto mucho más alto—. Yo te vi en los Mun­diales de quidditch. El amago de Wronski... la verdad es que tú...

Pero algo se movió tras los árboles, y Harry, que tenía alguna experiencia del tipo de cosas que se escondían en el bos­que, agarró a Krum instintivamente del brazo y tiró de él.

—¿Qué ha sido eso?

Harry negó con la cabeza, mirando al lugar en que algo se había movido, y metió la mano en la túnica para coger la varita. Al instante, de detrás de un alto roble salió tamba­leándose un hombre. Harry tardó un momento en darse cuenta de que se trataba del señor Crouch.

Por su aspecto se habría dicho que llevaba días de un lado para otro: a la altura de las rodillas, la túnica estaba rasgada y ensangrentada; tenía la cara llena de arañazos, sin afeitar y con señales de agotamiento, y tanto el cabello como el bigote, habitualmente impecables, reclamaban un lavado y un corte. Su extraña apariencia, sin embargo, no era tan llamativa como la forma en que se comportaba: murmuraba y gesticulaba, como si hablara con alguien que sólo él veía. A Harry le recordó un viejo mendigo que había visto en una ocasión, cuando había acompañado a los Durs­ley a ir de compras. También aquel hombre conversaba vehementemente con el aire. Tía Petunia había cogido a Dudley de la mano y habían cruzado la calle para evitarlo. Luego tío Vernon dedicó a la familia una larga diatriba so­bre lo que él haría con mendigos y vagabundos.

—¿No es uno de los «miembrros» del «trribunal»? —pre­guntó Krum, mirando al señor Crouch—. ¿No es del «Minis­terrio»?

Harry asintió y, tras dudar por un momento, caminó lentamente hacia el señor Crouch, que, sin mirarlo, siguió hablando con un árbol cercano:

—... y cuando hayas acabado, Weatherby, envíale a Dumbledore una lechuza confirmándole el número de alum­nos de Durmstrang que asistirán al Torneo. Karkarov acaba de comunicarme que serán doce...

—Señor Crouch... —dijo Harry con cautela.

—... y luego envíale otra lechuza a Madame Máxime, porque tal vez quiera traer a algún alumno más, dado que Karkarov ha completado la docena... Hazlo, Weatherby, ¿querrás? ¿Querrás? —El señor Crouch tenía los ojos des­mesuradamente abiertos. Siguió allí de pie mirando al ár­bol, moviendo la boca sin pronunciar una palabra. Luego se tambaleó hacia un lado y cayó de rodillas.

—¡Señor Crouch! —exclamó Harry—, ¿se encuentra bien?

Los ojos le daban vueltas. Harry miró a Krum, que lo ha­bía seguido hasta los árboles y observaba a Crouch asustado.

—¿Qué le pasa?

—Ni idea —susurró Harry—. Será mejor que vayas a buscar a alguien...

—¡A Dumbledore! —dijo el señor Crouch con voz ahoga­da. Agarró a Harry de la tela de la túnica y lo atrajo hacia él, aunque los ojos miraban por encima de su cabeza—. Ten­go... que ver... a Dumbledore...

—De acuerdo —contestó Harry—. Si se levanta usted, señor Crouch, podemos ir al...

—He hecho... idioteces... —musitó el señor Crouch. Pa­recía realmente trastornado: los ojos se le movían desorbi­tados, y un hilo de baba le caía de la barbilla. Cada palabra que pronunciaba parecía costarle un terrible esfuerzo—. Tienes que... decirle a Dumbledore...

—Levántese, señor Crouch —le indicó Harry en voz alta y clara—. ¡Levántese y lo llevaré hasta Dumbledore!

El señor Crouch dirigió los ojos hacia él.

—¿Quién... eres? —susurró.

—Soy alumno del colegio —contestó Harry, mirando a Krum en busca de ayuda, pero éste se mostraba indeciso y nervioso.

—¿No eres de... él? —preguntó Crouch, y se quedó con la mandíbula caída.

—No —respondió, sin tener la más leve idea de lo que quería decir Crouch.

—¿De Dumbledore...?

—Sí.

Crouch tiraba de él hacia sí. Harry trató de soltarse, pero lo agarraba con demasiada fuerza.

—Avisa a... Dumbledore...

—Traeré a Dumbledore si me suelta —le dijo Harry—. Suélteme, señor Crouch, e iré a buscarlo.

—Gracias, Weatherby. Y, cuando termines, me tomaría una taza de té. Mi mujer y mi hijo no tardarán en llegar. Va­mos a ir esta noche a un concierto con Fudge y su señora. —Crouch hablaba otra vez con el árbol, completamente ajeno de Harry, que se sorprendió tanto que no notó que lo había soltado—. Sí, mi hijo acaba de sacar doce TIMOS, muy pero que muy bien, sí, gracias, sí, sí que me siento or­gulloso. Y ahora, si me puedes traer ese memorándum del ministro de Magia de Andorra, creo que tendré tiempo de redactar una respuesta...

—¡Quédate con él! —le dijo Harry a Krum—. Yo traeré a Dumbledore. Puedo hacerlo más rápido, porque sé dónde está su despacho...

—Está loco —repuso Krum en tono dubitativo, mirando a Crouch, que seguía hablando atropelladamente con el ár­bol, convencido de que era Percy.

—Quédate con él —repitió Harry comenzando a levan­tarse, pero su movimiento pareció desencadenar otro cam­bio repentino en el señor Crouch, que lo agarró fuertemente de las rodillas y lo tiró al suelo.

—¡No me... dejes! —susurró, con los ojos de nuevo desor­bitados—. Me he escapado... Tengo que avisar... tengo que decir... ver a Dumbledore... Ha sido culpa mía, sólo mía... Bertha... muerta... sólo culpa mía... mi hijo... culpa mía... Ten­go que decírselo a Dumbledore... Harry Potter... el Señor Tenebroso... más fuerte... Harry Potter...

—¡Le traeré a Dumbledore si usted deja que me vaya, señor Crouch! —replicó Harry. Miró nervioso a Krum—. Ayúdame, ¿quieres?

Como de mala gana, Krum avanzó y se agachó al lado del señor Crouch.

—Que no se mueva de aquí —dijo Harry, liberándose del señor Crouch—. Volveré con Dumbledore.

—Date prisa —le gritó Krum mientras Harry se aleja­ba del bosque corriendo y atravesaba los terrenos del cole­gio, que estaban sumidos en la oscuridad.

Bagman, Cedric y Fleur habían desaparecido. Subió como un rayo la escalinata de piedra, atravesó las puertas de roble y se lanzó por la escalinata de mármol hacia el segundo piso. Cinco minutos después se precipitaba hacia una gárgola de piedra que decoraba el vacío corredor.

—«¡Sor... sorbete de limón!» —dijo jadeando.

Era la contraseña de la oculta escalera que llevaba al despacho de Dumbledore. O al menos lo había sido dos años antes, porque evidentemente había cambiado, ya que la gár­gola de piedra no revivió ni se hizo a un lado, sino que perma­neció inmóvil, dirigiendo a Harry su aterrorizadora mirada.

—¡Muévete! —le gritó Harry—. ¡Vamos!

Pero en Hogwarts las cosas no se movían simplemente porque uno les gritara: sabía que no le serviría de nada. Miró a un lado y otro del oscuro corredor. Quizá Dumbledo­re estuviera en la sala de profesores. Se precipitó a la carre­ra hacia la escalera.

—¡POTTER!

Snape acababa de salir de la escalera oculta tras la gár­gola de piedra. El muro se cerraba a sus espaldas mientras hacía señas a Harry para que fuera hacia él.

—¿Qué hace aquí, Potter?

—¡Tengo que hablar con el profesor Dumbledore! —res­pondió, retrocediendo por el corredor y resbalando un poco al pararse en seco delante de Snape—. Es el señor Crouch... Acaba de aparecer... Está en el bosque... Pregunta...

—Pero ¿qué está diciendo? —exclamó Snape. Los ojos negros le brillaban—. ¿Qué tonterías son ésas?

—¡El señor Crouch! —gritó—. ¡El del Ministerio! ¡Está enfermo o algo parecido...! Está en el bosque y quiere ver a Dumbledore. ¡Por favor, deme la contraseña!

—El director está ocupado, Potter —dijo Snape curvan­do sus delgados labios en una desagradable sonrisa.

—¡Tengo que decírselo a Dumbledore! —gritó.

—¿No me ha oído, Potter?

Harry hubiera jurado que Snape disfrutaba al negar­le lo que le pedía en un momento en el que estaba tan asustado.

—Mire —le dijo enfadado—, Crouch no está bien... Está... está como loco... Dice que quiere advertir...

Tras Snape se volvió a abrir el muro. Apareció Dumble­dore con una larga túnica verde y expresión de ligera extra­ñeza.

—¿Hay algún problema? —preguntó, mirando a Harry y Snape.

—¡Profesor! —dijo Harry, adelantándose a Snape—. El señor Crouch está aquí. ¡Está en el bosque, y quiere hablar con usted!

Harry esperaba que Dumbledore le hiciera preguntas pero, para alivio suyo, no fue así.

—Llévame hasta allí —le indicó de inmediato, y fue tras él por el corredor dejando a Snape junto a la gárgola, que a su lado no parecía tan fea.

—¿Qué ha dicho el señor Crouch, Harry? —preguntó Dumbledore cuando bajaban apresuradamente por la esca­linata de mármol.

—Dice que quiere advertirle... Dice que ha hecho algo terrible... Menciona a su hijo... y a Bertha Jorkins... y... y a Voldemort... Dice algo de que Voldemort se hace fuerte...

—¿De veras? —dijo Dumbledore, y apresuró el paso para atravesar los terrenos sumidos en completa oscuridad.

—No se comporta con normalidad —comentó Harry, co­rriendo al lado de Dumbledore—. No parece que sepa dónde está. Habla como si creyera que Percy Weasley está con él, y de repente cambia y pide verlo a usted... Lo he dejado con Viktor Krum.

—¿Cómo? ¿Lo has dejado con Krum? —exclamó Dum­bledore bruscamente, y comenzó a dar pasos aún más lar­gos. Harry tuvo que correr para no quedarse atrás—. ¿Sabes si alguien más ha visto al señor Crouch?

—Nadie —respondió—. Krum y yo estábamos hablan­do. El señor Bagman ya había acabado de explicarnos en qué consiste la tercera prueba, y nosotros nos quedamos atrás. Entonces vimos al señor Crouch salir del bosque.

—¿Dónde están? —preguntó Dumbledore, cuando el ca­rruaje de Beauxbatons se hizo visible.

—Por ahí —contestó Harry adelantándose a Dumble­dore y guiándolo por entre los árboles.

No se oía la voz de Crouch, pero sabía hacia dónde tenía que ir. No era mucho más allá del carruaje de Beauxba­tons... más o menos por aquella zona...

—¡Viktor! —gritó Harry.

No respondieron.

—Los dejé aquí —explicó—. Tienen que estar por aquí...

¡Lumos! —dijo Dumbledore para encender la varita, y la mantuvo en alto.

El delgado foco de luz se desplazó de un oscuro tronco a otro, iluminando el suelo. Y al final hizo visible un par de pies.

Harry y Dumbledore se acercaron aprisa. Krum estaba tendido en el suelo del bosque. Parecía inconsciente. No ha­bía ni rastro del señor Crouch. Dumbledore se inclinó sobre Krum y le levantó un párpado con cuidado.

—Está desmayado —dijo con voz suave. En las gafas de media luna brilló la luz de la varita cuando miró entre los árboles cercanos.

—¿Voy a buscar a alguien? —sugirió Harry—. ¿A la se­ñora Pomfrey?

—No —dijo Dumbledore rápidamente—. Quédate aquí. Levantó en el aire la varita y apuntó con ella a la caba­ña de Hagrid. Harry vio que algo plateado salía de ella a gran velocidad y atravesaba por entre los árboles como un pájaro fantasmal. A continuación Dumbledore volvió a in­clinarse sobre Krum, le apuntó con la varita y susurró:

¡Enervate!

Krum abrió los ojos. Parecía confuso. Al ver a Dumble­dore trató de sentarse, pero él le puso una mano en el hom­bro y lo hizo permanecer tumbado.

—¡Me atacó! —murmuró Krum, llevándose una mano a la cabeza—. ¡Me atacó el viejo loco! Estaba «mirrando» si ve­nía Potter, y me atacó por «detrrás»!

—Descansa un momento —le indicó Dumbledore. Oyeron un ruido de pisadas antes de ver llegar a Ha­grid jadeando, seguido por Fang. Había cogido su ballesta.

—¡Profesor Dumbledore! —exclamó con los ojos muy abiertos—. ¡Harry!, ¿qué...?

—Hagrid, necesito que vayas a buscar al profesor Kar­karov —dijo Dumbledore—. Han atacado a un alumno suyo. Cuando lo hayas hecho, ten la bondad de traer al profesor Moody.

—No hará falta, Dumbledore —dijo una voz que era como un gruñido sibilante—. Estoy aquí.

Moody se acercaba cojeando, apoyándose en su bastón y con la varita encendida.

—Maldita pierna —protestó furioso—. Hubiera llegado antes... ¿Qué ha pasado? Snape dijo algo de Crouch...

—¿Crouch? —repitió Hagrid sin comprender.

—¡Hagrid, por favor, ve a buscar a Karkarov! —excla­mó Dumbledore bruscamente.

—Ah, sí... ya voy, profesor —dijo Hagrid, y se volvió y de­sapareció entre los oscuros árboles. Fang fue trotando tras él.

—No sé dónde estará Barty Crouch —le dijo Dumbledo­re a Moody—, pero es necesario que lo encontremos.

—Me pondré a ello —gruñó Moody. Sacó la varita, y pe­netró en el bosque cojeando.

Ni Dumbledore ni Harry volvieron a decir nada hasta que oyeron los inconfundibles sonidos de Hagrid y Fang, que volvían. Karkarov iba muy aprisa tras ellos. Llevaba su lus­trosa piel plateada, y parecía nervioso y pálido.

—¿Qué es esto? —gritó al ver en el suelo a Krum, y a Dumbledore y Harry a su lado—. ¿Qué pasa?

—¡Me ha atacado! —dijo Krum, incorporándose en aquel momento y frotándose la cabeza—. El «señorr Crrouch» o como se llame.

—¿Que Crouch te atacó? ¿Que Crouch te atacó? ¿El miembro del tribunal?

—Igor... —comenzó Dumbledore, pero Karkarov se ha­bía erguido, agarrándose las pieles con que se cubría.

—¡Traición! —gritó, señalando a Dumbledore—. ¡Es una confabulación! ¡Tú y tu Ministerio de Magia me habéis atraído con falsedades, Dumbledore! ¡No es una competi­ción justa! ¡Primero cuelas a Potter en el Torneo, a pesar de que no tiene la edad! ¡Ahora uno de tus amigos del Ministe­rio intenta dejar fuera de combate a mi campeón! ¡Todo este asunto huele a corrupción y a trampa, y tú, Dumbledore, tú, con el cuento de entablar lazos entre los magos de distintos países, de restablecer las antiguas relaciones, de olvidar las diferencias... mira lo que pienso de ti!

Karkarov escupió a los pies de Dumbledore. Con un rau­do movimiento, Hagrid agarró a Karkarov por las pieles, lo levantó en el aire y lo estampo contra un árbol cercano.

—¡Pida disculpas! —le ordenó, mientras Karkarov in­tentaba respirar con el puño de Hagrid en la garganta y los pies en el aire.

—¡Déjalo, Hagrid! —gritó Dumbledore, con un destello en los ojos.

Hagrid retiró la mano que sujetaba a Karkarov al ár­bol, y éste se deslizó por el tronco y quedó despatarrado en­tre las raíces. Le cayeron algunas hojas y ramitas en la cabeza.

—¡Hagrid, ten la bondad de acompañar a Harry al castillo! —le dijo Dumbledore con brusquedad.

Resoplando de furia, Hagrid echó una dura mirada a Karkarov.

—Creo que sería mejor que me quedara aquí, director...

—Llevarás a Harry de regreso al colegio, Hagrid —le repitió Dumbledore con firmeza—. Llévalo hasta la torre de Gryffindor. Y, Harry, quiero que no salgas de ella. Cual­quier cosa que tal vez quisieras hacer... como enviar alguna lechuza... puede esperar a mañana, ¿me has entendido?

—Eh... sí —dijo Harry, mirándolo. ¿Cómo había sabido Dumbledore que precisamente estaba pensando en enviar a Pigwidgeon sin pérdida de tiempo a Sirius contándole lo su­cedido?

—Dejaré aquí a Fang, director —dijo Hagrid, sin dejar de mirar amenazadoramente a Karkarov, que seguía des­patarrado al pie del árbol, enredado con pieles y raíces—. Quieto, Fang. Vamos, Harry.

Caminaron en silencio, pasando junto al carruaje de Beauxbatons, y luego subieron hacia el castillo.

—Cómo se atreve —gruñó Hagrid cuando iban a la altu­ra del lago—. Cómo se atreve a acusar a Dumbledore. Como si Dumbledore fuera a hacer algo así, como si él deseara tu entrada en el Torneo. Creo que nunca lo había visto tan preocupado como últimamente. ¡Y tú! —le dijo de pronto, en­fadado, a Harry, que lo miraba desconcertado—. ¿Qué ha­cías paseando con ese maldito Krum? ¡Es de Durmstrang, Harry! ¿Y si te echa un maleficio? ¿Es que Moody no te ha enseñado nada? Imagina que te atrae a su propio...

—¡Krum no tiene nada de malo! —replicó Harry mien­tras entraban en el vestíbulo—. No ha intentado echarme ningún maleficio. Sólo hemos hablado de Hermione.

—También tendré unas palabras con ella —declaró Ha­grid ceñudo, pisando fuerte en los escalones—. Cuanto me­nos tengáis que ver con esos extranjeros, mejor os irá. No se puede confiar en ninguno de ellos.

—Pues tú te llevabas muy bien con Madame Máxime —señaló Harry, disgustado.

—¡No me hables de ella! —contestó Hagrid, y su aspec­to se volvió amenazador por un momento—. ¡Ya la tengo ca­lada! Trata de engatusarme para que le diga en qué va a consistir la tercera prueba. ¡Ja! ¡No hay que fiarse de ningu­no!

Hagrid estaba de tan mal humor que Harry se alegró de despedirse de él delante de la Señora Gorda. Traspasó el hueco del retrato para entrar en la sala común, y se apresuró a reunirse con Ron y Hermione para contarles todo lo ocurrido.

 

 

El sueño

 

 

—Hay dos posibilidades —dijo Hermione frotándose la frente—: o el señor Crouch atacó a Viktor, o algún otro los atacó a ambos mientras Viktor no miraba.

—Tiene que haber sido Crouch —señaló Ron—. Por eso no estaba cuando llegaste con Dumbledore. Ya se había dado el piro.

—No lo creo —replicó Harry, negando con la cabeza—. Estaba muy débil. No creo que pudiera desaparecerse ni nada por el estilo.

—No es posible desaparecerse en los terrenos de Hog­warts. ¿No os lo he dicho un montón de veces? —dijo Her­mione.

—Vale... A ver qué os parece esta hipótesis —propuso Ron con entusiasmo—: Krum ataca a Crouch... (esperad, es­perad a que acabe) ¡y se aplica a sí mismo el encantamiento aturdidor!

—Y el señor Crouch se evapora, ¿verdad? —apuntó Hermione con frialdad.

Rayaba el alba. Harry, Ron y Hermione se habían levan­tado muy temprano y se habían ido a toda prisa a la lechu­cería para enviar una nota a Sirius. En aquel momento contemplaban la niebla sobre los terrenos del colegio. Los tres estaban pálidos y ojerosos porque se habían quedado hasta bastante tarde hablando del señor Crouch.

—Vuélvelo a contar, Harry —pidió Hermione—. ¿Qué dijo exactamente el señor Crouch?

—Ya te lo he dicho, lo que explicaba no tenía mucho sentido. Decía que quería advertir a Dumbledore de algo. Desde luego mencionó a Bertha Jorkins, y parecía pensar que estaba muerta. Insistía en que tenía la culpa de unas cuantas cosas... mencionó a su hijo.

—Bueno, eso sí que fue culpa suya —dijo Hermione malhumorada.

—No estaba en sus cabales. La mitad del tiempo pare­cía creer que su mujer y su hijo seguían vivos, y le daba ins­trucciones a Percy.

—Y... ¿me puedes recordar qué dijo sobre Quien-tú-sabes? —dijo Ron con vacilación.

—Ya te lo he dicho —repitió Harry con voz cansina—. Dijo que estaba recuperando fuerzas.

Se quedaron callados. Luego Ron habló con fingida calma:

—Pero si Crouch no estaba en sus cabales, como dices, es probable que todo eso fueran desvaríos.

—Cuando trataba de hablar de Voldemort parecía más cuerdo —repuso Harry, sin hacer caso del estremecimiento de Ron—. Tenía verdaderos problemas para decir dos pala­bras seguidas, pero en esos momentos daba la impresión de que sabía dónde se encontraba y lo que quería. Repetía que tenía que ver a Dumbledore.

Se separó de la ventana y miró las vigas de la lechuce­ría. La mitad de las perchas habían quedado vacías; de vez en cuando entraba alguna lechuza que volvía de su cacería nocturna con un ratón en el pico.

—Si el encuentro con Snape no me hubiera retrasado —dijo con amargura—, podríamos haber llegado a tiempo. «El director está ocupado, Potter. Pero ¿qué dice, Potter? ¿Qué tonterías son ésas, Potter?» ¿Por qué no se quitaría de en medio?

—¡A lo mejor no quería que llegaras a tiempo! —excla­mó Ron—. Puede que... espera... ¿Cuánto podría haber tar­dado en llegar al bosque? ¿Crees que podría haberos adelantado?

—No a menos que se convirtiera en murciélago o algo así —contestó Harry.

—En él no me extrañaría —murmuró Ron.

—Tenemos que ver al profesor Moody —dijo Hermio­ne—. Tenemos que saber si encontró al señor Crouch.

—Si llevaba con él el mapa del merodeador, no pudo serle difícil —opinó Harry.


Date: 2015-12-11; view: 507


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