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LA VERDAD POR EXTRAÑA QUE PAREZCA

Creo que debo contar cómo fue nuestro regreso, aunque no sea más que un breve resumen, porque la historia ha terminado. Esto es un simple epílogo.

Hablamos mucho. Eso es lo que mejor recuerdo del viaje: que hablamos. Se me ha quedado grabado en la memoria porque no me lo esperaba. Uno se imagina el silencio, cada uno de nosotros sumido en sus propios horrores. Y así transcurrió, en silencio, la primera parte del viaje, la caminata nocturna hasta llegar a la balsa. Pero eso fue así porque teníamos miedo de que nos oyeran los centinelas. En cuanto nos hicimos a la mar comenzamos a hablar y ya no cerramos la boca. Lo divertido es que no me acuerdo de qué. Quizá porque hablamos de todo, o porque no hablamos de nada.

Debo admitir que en mi estado no resulté de mucha ayuda, pero ellos se turnaron por parejas para remar y nadar, mientras yo sufría unos ataques de temblor que no me permitían otra cosa que acurrucarme hasta que se me pasaban. Aunque no duraban más de un par de minutos, Jed resolvió que era mejor que permaneciese en el centro de la balsa, para evitar que cayera al mar. De hecho, casi me ahogo el día en que decidí cruzar a nado la laguna con dirección a las cuevas. En cualquier caso, sufrí unos dolores de muerte en cuanto mis heridas, ninguna de las cuales era de gravedad, entraron en contacto con el agua salada.

No fue necesario remar mucho. Pocas horas después del amanecer un pesquero se acercó para ver qué nos pasaba, y tras bromear con nosotros un rato nos remolcó hasta Ko Samui. Fue extraordinario. Los del pesquero no se molestaron mucho en saber quiénes éramos y qué hacíamos con una balsa en el golfo de Tailandia. Sólo enarcaron las cejas cuando vieron que yo estaba cubierto de heridas. Quiero decir que ésa fue toda su reacción.

Para ellos no constituíamos más que otro hatajo de estrafalarios farang haciendo la clase de extravagancias propias de los farang.

En Ko Samui tuvimos algún que otro inconveniente debido a la falta de dinero, pero como viajeros que éramos, los solventamos con rapidez. Keaty y yo vendimos nuestros relojes. Fue entonces cuando Étienne robó un billetero. Nunca dejaba de sorprendernos, Étienne. Un gilipollas se olvidó la llave de su habitación debajo de la camiseta mientras se daba un baño, así que le quitamos una camisa de manga larga y unos pantalones que me vinieron muy bien para ocultar las heridas. La pasta alcanzó para seguir viajando, comer y recuperar el reloj de Keaty.

De Ko Samui nos fuimos a Surat Thani, donde tomamos un autobús a Bangkok, no sin antes vender otra vez el reloj de Keaty. Todo ello charlando sin cesar e irritando a nuestros compañeros de viaje, incapaces de conciliar el sueño a nuestro lado.



De regreso en la ciudad, lo único que nos quedaba era telefonear a casa, y lo hicimos tras guardar cola en una cabina con aire acondicionado de Khao San Road. No tengo la mínima intención de dejarme llevar por el sentimentalismo en este último capítulo, pero todos colgamos el auricular llorando. Debíamos de parecer unos verdaderos estúpidos, yo con mi camisa nueva jaspeada de sangre, y los demás con sus harapos, todos hechos un mar de lágrimas.

Setenta y dos horas después teníamos los billetes de avión y unos pasaportes nuevos proporcionados por nuestras respectivas embajadas. Sufrí mi último ataque de temblores mientras compraba cigarrillos en las tiendas libres de impuestos del aeropuerto de Bangkok.

En cuanto subimos al avión me sentí estupendamente.

En este preciso instante estoy sentado ante el procesador de textos. En este preciso instante, mecanografío esta frase. En este preciso instante hace un año y un mes que aquel avión despegó de Tailandia.

No he vuelto a ver a Françoise ni a Étienne. Algún día los veré. Será por casualidad, pero sé que volveremos a encontrarnos, porque el mundo es muy pequeño y Europa aún más.

Veo a Keaty y a Jed muy a menudo. Nadie se lo hubiese esperado, lo sé, como la charla incesante durante el viaje de regreso.

Lo normal habría sido que me negase a volver a verlos, precisamente para evitar el recuerdo de la historia que compartimos, pero no ha sido así.

Somos buenos amigos.

De modo que veo a Keaty y a Jed a menudo, y ellos el uno al otro con mayor frecuencia todavía. Es verdad, por extraño que parezca. Trabajan en el mismo sitio. En diferentes empresas, pero en el mismo edificio. Y no sólo eso, sino que consiguieron sus empleos sin que ninguno de los dos supiese dónde trabajaba el otro, algo así como lo que les pasó, hace años, en la misma pensión de Indonesia, aquella a la que Keaty prendió fuego. Falta que prendan fuego a sus oficinas, lo que sería la guinda del pastel.

Es una posibilidad que no hay que descartar, pues Keaty detesta su mierdoso trabajo administrativo, así que no mencionaré el nombre de la empresa, por si acaso.

¿Qué más?

Hace unos tres meses, quizá cuatro, echándole una ojeada al Ceefax, topé con la noticia de una «británica arrestada por contrabando en Malaisia». Unas noches después apareció Cassie en los noticiarios. Estaba sentada en la parte trasera de una furgoneta Isuzu, flanqueada por policías de uniforme color caqui. La furgoneta estaba al lado de un juzgado de mala muerte. La pillaron en el aeropuerto de Kuala Lumpur con medio kilo de heroína, y se dice que será la primera contrabandista occidental ejecutada en seis años. El reportero de la BBC consiguió hacerle llegar un micrófono antes de que se la llevaran.

«Diga a mis padres que siento mucho haber dejado pasar tanto tiempo sin escribirles.»

Pobre Cassie. Probablemente lo hizo para pagarse el viaje. Su mamá y su papá, que parecen buenos tipos, buscan clemencia y salen en la tele.

Pero están perdiendo el tiempo. Es carne de cañón. O de freiduría.

El caso es que logró salir de la isla, así que los demás quizá también lo consiguieron. Me gustaría saber quiénes. Me digo a mí mismo que debieron de ser Gregorio y Jesse y Antihigiénix y Ella. Seguro. Tampoco me cabe duda de que Bugs murió, y me gusta pensar que Sal la palmó con él. No es que les desee mal alguno, sino que la mera idea de verlos aparecer por aquí cualquier día de éstos me resulta insoportable.

En cuanto a mí...

Estoy bien. Sufro pesadillas, aunque no he vuelto a ver a Mis-ter Duck. Me distraigo con videojuegos. Fumo marihuana de vez en cuando. He adquirido una mirada penetrante. Tengo muchas cicatrices.

Me gusta cómo suena.

Tengo muchas cicatrices.

 

 

FIN


Date: 2015-12-11; view: 707


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