Home Random Page


CATEGORIES:

BiologyChemistryConstructionCultureEcologyEconomyElectronicsFinanceGeographyHistoryInformaticsLawMathematicsMechanicsMedicineOtherPedagogyPhilosophyPhysicsPolicyPsychologySociologySportTourism






Londres, diciembre de 1940 6 page

—Tienes que estar muy orgullosa de él, Gertrude —decía la señorita Perry—. Claro que sí, siempre ha sido un buen muchacho.

—Sí, vale su peso en oro, mi Stephen. Es de más ayuda de lo que lo fue su padre. —La abuela se detuvo, a la espera del resoplido de conformidad que se avecinaba, tras lo cual prosiguió—: Y bondadoso, también. Incapaz de ver una perra callejera y no cuidarla.

Fue entonces cuando Laurel comenzó a interesarse. Las palabras acarreaban los ecos de conversaciones anteriores, y desde luego la señorita Perry parecía saber exactamente a qué se refería la abuela.

—No —dijo—. El pobre no tenía la menor oportunidad. No con una tan bonita como ella.

—¿Bonita? Bueno, supongo, si te gustan así. Un poco demasiado... —la abuela hizo una pausa, y Laurel se estiró para oír qué palabra arrojaba—, un poco demasiado madura, para mi gusto.

—Oh, sí —se retractó la señorita Perry enseguida—, madura en exceso. Sabía quién era un buen partido nada más verlo, ¿eh?

—Pues sí.

—Sabía a quién echarle el guante.

—Sin duda.

—Y pensar que se podía haber casado con una buena vecina, como Pauline Simmonds, que vive ahí mismo. Siempre pensé que debía de estar loca por él.

—Por supuesto que lo estaba —masculló la abuela—, ¿y quién podría culparla? Pero no contábamos con Dorothy, ¿verdad? La pobre Pauline no tenía la menor posibilidad, no con una como esa, que tenía las cosas muy claras.

—Qué lástima. —La señorita Perry sabía bien qué le tocaba decir—. Qué lástima más grande.

—Lo embrujó, vaya que sí. Mi querido muchacho ni lo vio venir. Él creía que ella era una joven inocente, claro, ¿y quién podría culparlo? Apenas unos meses después de volver de Francia ya estaban casados. Le sorbió los sesos. Es una de esas personas que siempre logra lo que quiere, ¿a que sí?

—Y lo quería a él.

—Quería escapar, y mi hijo le dio la oportunidad. En cuanto se casaron, ella lo arrastró lejos de sus seres queridos para comenzar de nuevo en esa casa medio en ruinas. Me culpo a mí misma, por supuesto.

—Pero ¡no deberías!

—Yo fui quien la trajo a esta casa.

—Estábamos en guerra, era casi imposible contratar a alguien de confianza... ¿Cómo ibas a saberlo?

—Pues es eso, precisamente. Debería haberlo sabido: tenía que haberme propuesto saberlo. Fui demasiado confiada. Al menos, al principio. Hice algunas pesquisas sobre ella, pero solo después, y para entonces ya era demasiado tarde.

—¿Qué quieres decir? ¿Demasiado tarde para qué? ¿Qué averiguaste?



Pero el hallazgo de la abuela Nicolson, fuese lo que fuese, siguió siendo un misterio para Laurel, pues salieron del pasillo antes de que su abuela respondiese. En realidad, a Laurel no le preocupó demasiado por aquel entonces. La abuela Nicolson era una mojigata a la que le gustaba ser el centro de atención y martirizar a su nieta, pues, en cuanto miraba a un chico en la playa, se lo decía a sus padres. En cuanto a lo que la abuela creía haber descubierto acerca de su madre, pensó Laurel, acostada en la oscuridad, maldiciendo el dolor de cabeza, no sería más que una exageración o una mentira.

Ahora, sin embargo (Laurel se secó la cara y las manos), ya no estaba tan segura. Las sospechas de la abuela (que Dorothy buscaba una escapatoria, que no era tan inocente como parecía, que se había casado por conveniencia) parecían concordar, de algún modo, con lo que su madre le acababa de contar.

¿Huía Dorothy Smitham de un compromiso roto cuando apareció en la pensión de la señora Nicolson? ¿Era eso lo que la abuela había descubierto? Era posible, pero debía de haber algo más. Quizás una relación habría bastado para que su abuela se agriara (qué poco se necesitaba para eso), pero, con certeza, su madre no lo seguiría lamentando sesenta años más tarde (y se sentía culpable, creía Laurel: hablaba de errores, de no haberlo pensado bien), a menos que, tal vez, hubiese huido sin decirle nada a su novio. Pero ¿por qué, si lo amaba tanto, habría hecho tal cosa? ¿Por qué no se casó con él? Y ¿qué tenía que ver todo esto con Vivien y Henry Jenkins?

Había algo que se le escapaba; muchas cosas, probablemente. Dejó escapar un suspiro de exasperación que retumbó por las paredes del baño. La frustración se apoderó de ella. Cuántos indicios dispares que no significaban nada por sí mismos. Laurel arrancó un pedazo de papel higiénico y frotó el maquillaje que se le había corrido bajo los ojos. El misterio era como el comienzo de un juego infantil de unir los puntos o una constelación en el cielo nocturno. Su padre una vez los llevó a observar el cielo cuando Laurel era pequeña. Acamparon en lo alto del bosque del Ciego y, mientras esperaban que el ocaso terminase y surgiesen las estrellas, les contó que una vez se perdió de niño y siguió las estrellas para volver a casa.

—Solo hay que buscar los dibujos —dijo, ajustando el telescopio en el trípode—. Si alguna vez estáis solas en la oscuridad, os mostrarán el camino de vuelta.

—Pero yo no veo ningún dibujo —protestó Laurel, que frotaba los mitones y escudriñaba las estrellas, que titilaban en el cielo.

Papá sonrió con cariño.

—Eso es porque te estás fijando en las estrellas —dijo— y no en el espacio que hay en medio. Tienes que trazar las líneas en tu mente, así es como se ve el dibujo completo.

Laurel se observó en el espejo del hospital. Parpadeó y ese recuerdo adorable de su padre se disolvió. Lo reemplazó un repentino dolor de tristeza mortal: cómo lo echaba de menos, se estaba haciendo vieja, su madre decaía.

Tenía un aspecto desastroso. Laurel sacó el peine y se arregló el pelo como pudo. Era un comienzo. Encontrar dibujos en las constelaciones nunca fue su punto fuerte. Fue Gerry quien los impresionó a todos al darle sentido al cielo nocturno; ya de pequeño señalaba imágenes y formas donde Laurel solo veía estrellas dispersas.

Los recuerdos de su hermano arremetieron contra Laurel. Deberían estar juntos en esta búsqueda, maldita sea. Era de ambos. Sacó el teléfono y miró si tenía llamadas perdidas.

Nada. Todavía nada.

Recorrió la libreta de direcciones hasta llegar al número de su despacho y llamó. Esperó mordiéndose las uñas y lamentando (no por primera vez) que su hermano se negase en redondo a comprarse un móvil, mientras sonaba y sonaba un teléfono lejano sobre un escritorio desordenado de Cambridge. Al fin, un clic seguido de un mensaje: «Hola, ha llamado a Gerry Nicolson. En estos momentos estoy en otra galaxia. Por favor, deje su número».

Sin embargo, no prometía que fuese a llamar, observó Laurel, irónica. No dejó mensaje. Tendría que seguir sola por ahora.

 


Capítulo 14

 

 


Date: 2016-03-03; view: 477


<== previous page | next page ==>
Londres, diciembre de 1940 5 page | Londres, enero de 1941
doclecture.net - lectures - 2014-2024 year. Copyright infringement or personal data (0.011 sec.)