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SEGUNDA PARTE SIERVOS DE LA NOBLEZA 14 page

– ¿Cómo que nada? -continuó Gastó atropelladamente, sin apartarse un milímetro de Joan-. Entonces, ¿para qué quieres hablarme de Aledis? Dime la verdad, ¿qué ha hecho?

– Nada, no ha hecho nada, de verdad.

– ¿Nada? Y tú -dijo volviéndose hacia Arnau para tranquilidad de su hermano-, ¿qué tienes que decir?, ¿qué sabes de Aledis?

– Yo…, nada… -El titubeo de Arnau azuzó las obsesivas sospechas de Gastó.

– ¡ Cuéntamelo!

– No hay nada…, no…

– ¡Eulàlia! -Gastó no esperó más y gritando como un energúmeno el nombre de su mujer, volvió a casa de Pere.

Esa noche los dos muchachos, con la culpa en la garganta, oyeron los gritos que Eulàlia lanzaba mientras Gastó, a palos, intentaba obtener de ella una confesión imposible.

Lo probaron en dos ocasiones más, pero ni siquiera pudieron empezar a explicarse. Al cabo de unas semanas, descorazonados, le contaron su problema al padre Albert, quien, sonriendo, se comprometió a hablar con Gastó.

 

– Lo siento, Arnau -le anunció pasada una semana el padre Albert. Había citado a Arnau y a Joan en la playa-. Gastó Segura no aprueba tu matrimonio con su hija.

– ¿Por qué? -preguntó Joan-. Arnau es una buena persona.

– ¿Pretendéis que case a mi hija con un esclavo de la Ribera? -le contestó el curtidor-; un esclavo que no gana lo suficiente para alquilar una habitación.

El padre trató de convencerlo:

– En la Ribera ya no trabaja ningún esclavo; eso era antes. Bien sabes que está prohibido que los esclavos trabajen en…

– Un trabajo de esclavos.

– Eso era antes -insistió el cura-. Además -añadió-, he conseguido una buena dote para tu hija. -Gastó Segura, que ya daba por terminada la conversación, se volvió de repente hacia el sacerdote-. Con ella podrían comprar una casa…

Gastó lo interrumpió de nuevo:

– ¡Mi hija no necesita la caridad de los ricos! Guardad vuestros oficios para otros.

Tras escuchar las palabras del padre Albert, Arnau miró hacia el mar; el reflejo de la luna rielaba desde el horizonte hasta la orilla y se perdía en la espuma de las olas que rompían en la playa.

El padre Albert dejó que el rumor de las olas los envolviese. ¿Y si Arnau le preguntaba sobre las razones? ¿Qué le diría entonces?

– ¿Por qué? -balbuceó Arnau sin dejar de mirar el horizonte.

– Gastó Segura es…, es un hombre extraño.

– ¡No podía entristecer aún más al muchacho!-. ¡Pretende un noble para su hija! ¿Cómo puede un oficial curtidor pretender tal cosa?

Un noble. ¿Se lo habría creído el chico? Nadie podía sentirse menospreciado ante la nobleza. Hasta el rumor de las olas, constante, paciente, parecía esperar la respuesta de Arnau.



Un sollozo retumbó en la playa.

El sacerdote pasó un brazo por encima del hombro de Arnau y notó las convulsiones del muchacho. Después hizo lo mismo con Joan y los tres permanecieron frente al mar.

– Encontrarás una buena mujer -le dijo el cura al cabo de un rato.

«No como ella», pensó Arnau.

 

 


Date: 2016-03-03; view: 533


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