Home Random Page


CATEGORIES:

BiologyChemistryConstructionCultureEcologyEconomyElectronicsFinanceGeographyHistoryInformaticsLawMathematicsMechanicsMedicineOtherPedagogyPhilosophyPhysicsPolicyPsychologySociologySportTourism






La vida hospitalaria en el Hospital Universitario de Nagoya

En abril de 1980, terminé mi tesis doctoral en la Universidad de Nagoya. Me mudé al Hospital Universitario de Nagoya -ahora llamado Hospital Universitario Fujita- en Toyoake, prefectura de Aichi, para ocupar un nuevo puesto. Por aquel entonces, Aya ya necesitaba una silla de ruedas eléctrica y solo podía ir al hospital en coche. Como Toyoake estaba más cerca de su casa que Nagoya, se trasladó al mismo hospital en el que yo estaba. Mientras examinaba a Aya en la sala de consulta, empecé a comparar su estado con el de la primera vez que la vi en Nagoya. Entonces, sus mejillas estaban más llenas y podía entender mejor lo que decía. Aunque decía que se balanceaba, caminaba de una forma normal a ojos de los demás… Después de solo cinco años, sin embargo, necesitaba a alguien que empujara su silla de ruedas, solo podía hablar si se esforzaba mucho, tensando mucho el cuello y su modo de hablar resultaba difícil para alguien que no estuviera acostumbrado… Me sorprendió su estado de deterioro.

Después de dejar el internado para discapacitados, Aya se quedaba en casa mientras los otros miembros de su familia iban a trabajar o al colegio. Comía sola y cuidaba de sí misma. A su madre le preocupaba que ocurriera algún accidente cuando estaba sola; Aya a menudo se caía en casa aunque estuviera agarrada a algo. De hecho, cada vez que venía a Urgencias, tenía heridas en su cara, en sus piernas y en sus brazos. Tenía más que antes y cada vez eran más serias.

Ingresó en la sala de medicina interna, en la octava planta del edificio 2 del hospital para recibir tratamiento y rehabilitación por segunda vez. Era la primera paciente con ataxia espinocerebelar en esa ala. Yo estaba a cargo de otros siete u ocho pacientes, todos ellos con problemas cardiacos o neurológicos. Muchas de las enfermeras eran jóvenes y algunas incluso más que Aya. Yo había cogido la costumbre de llamarla “Aya-chan”. Era curioso escuchar cómo las enfermeras jóvenes también la llamaban “Aya-chan”. Pero mostraba el aprecio que todos sentían por ella. Aya manejaba su silla de ruedas. Se lavaba la cara con sus manos discapacitadas, iba al baño y limpiaba la mesa para comer. Nunca faltó a una sesión de rehabilitación y leía libros sentada en una silla o en su cama durante el día. Le interesaba la artesanía y el origami que otros pacientes se enseñaban unos a otros. Pero estaba afligida porque no podía hacerlo como ella quería. La enfermera jefe se conmovía al observarla. Pero los pacientes que más se conmovían con Aya eran los más ancianos. Estaban paralizados de un lado porque habían tenido derrames cerebrales. No podían mover sus manos ni sus piernas como querían. A veces se molestaban y se saltaban las sesiones de rehabilitación. Algunos de ellos no solo habían perdido las ganas de curarse sino de vivir. Sin embargo, cuando veían los esfuerzos que realizaba Aya, que podría haber sido su nieta, se sentían animados para volver a la rehabilitación. Empezaban doblando y estirando sus piernas y sus brazos en sus camas. Tanto las familias como las enfermeras estaban encantadas. Como médico suyo, yo no podía pedir más. Les había explicado una y otra vez los beneficios de la rehabilitación en mis rondas. Había intentado varias cosas para motivarles. Pero me di cuenta de que lo que yo decía tenía menos efecto que la visión de Aya intentando mover su silla de ruedas con todas sus fuerzas.



El examen y el tratamiento de los pacientes no es el único papel de un hospital universitario. También lleva a cabo investigaciones y educa a los estudiantes de medicina para que se conviertan en buenos médicos. Después de estudiar las enfermedades en general, los estudiantes se dividen en grupos de seis o siete. Hacen rondas de visitas a los pacientes de distintos departamentos cada una o dos semanas. Leen los libros de texto más relevantes y reciben orientación del médico al cargo de los pacientes. Este curriculum se llama “porikuri” (policlínico). Dos grupos a menudo se quedan en el hospital por la noche, e incluso a veces duermen en sus habitaciones “porikuri”: los estudiantes de cirugía, que tienen que observar las operaciones y los de obstetricia, que tienen que atender a los bebés.

Yo lo siento por los pacientes que cooperan con este currículum, pero siempre se lo pido porque creo que es un buen modo de formar buenos médicos. Todos los pacientes aceptan gustosamente. Cuando las visitas se repiten, los pacientes se acostumbran. Incluso adquieren conocimientos al echar un vistazo a los libros de texto que llevan los estudiantes y al escuchar lo que el médico les explica. Cambiando los puestos, los pacientes a veces les enseñan cosas a los estudiantes al siguiente grupo – algo que no es de risa. Aya estaba en el mismo grupo de edad que los estudiantes. Me preocupaba su estado de ánimo, pero quería que los estudiantes entendieran su enfermedad. Me decidí a pedirle su colaboración. Ella asintió con una pequeña sonrisa.

Tres estudiantes, dos chicos y una chica, eran responsables de Aya. La examinaban con cuidado y estudiaron mucho su enfermedad. Aunque sus visitas terminaban en una semana, uno de los chicos pasaba a ver a Aya por las noches mientras estudiaba en otro departamento. Era un chico con buena salud y provenía de una familia para la que era natural que él estudiara medicina. Yo imaginaba que le sorprendían las circunstancias de Aya: entrar en el hospital aspirando a ir a la universidad y después tener que trasladarse a un internado para discapacitados a causa de su enfermedad. Y él sabía que la enfermedad era “lenta pero progresiva”. A mí me gustaba saber que encontraba tiempo para visitar a Aya no solo por su interés en la enfermedad sino por su amabilidad. Me aseguró que sería un buen médico.

Un día, mientras caminaba por el pasillo después de haber terminado mis rondas, Aya apareció de repente de su ala en su silla de ruedas como si me hubiera estado esperando. Se paró al lado de un extintor y de repente me hizo una pregunta: “Doctora Yamamoto, ¿podré… casarme?”. Yo contesté automáticamente: “No, Aya-chan, no podrás.” Después me detuve a pensar por qué había hecho esa pregunta. Quizá le gustaba alguien… ¿Podría ser ese estudiante que la visitaba? Pensando que debería escuchar atentamente lo que tenía que decirme, me puse en cuclillas y la miré a los ojos. Me sorprendió su mirada de sorpresa. Obviamente mi respuesta directa le había impactado. Aya estaba en un estado en el que tenía que luchar con todo y sabía que su estado estaba empeorando. Yo asumí que ella no se había planteado el matrimonio en general, aunque hubiera pensado si podría hacerlo o no. Ahora me doy cuenta de que estaba equivocada, que la realidad era diferente: había crecido, sus pechos se habían desarrollado y tenía el periodo con regularidad. Siempre le había molestado porque pronunciaba su balanceo. Yo había visto cómo Aya pasaba de niña a mujer. ¿Así que por qué asumía que nunca había pensando en casarse y en tener una familia? Me sentí avergonzada. Lo había decidido dogmáticamente. Aunque habíamos estado unidas durante mucho tiempo, no supe entenderla. Eso me hizo reflexionar sobre mi conducta. Fue la mayor conmoción que me ha provocado un paciente. Nunca olvidaré los ojos grandes y temblorosos y la expresión de sorpresa de Aya en ese momento. Supongo que mi respuesta la dejó fuera de juego. “¿Por qué no?”, preguntó. “¿Mis hijos pueden tener la misma enfermedad?”. “Bueno, primero necesitas alguien con quien casarte”, le contesté lo más alegre que pude. “Primero, tienes que encontrar a alguien que entienda tu estado por completo y que quiera casarse contigo. ¿Tienes a alguien en mente?”. Fue una respuesta muy cruel, pero no quería darle una respuesta vaga que animaría sus ilusiones que pronto se irían al traste. Me conmovió hasta las lágrimas ver como negaba con la cabeza y decía, “no”. No sé qué fue primero, si su cara envuelta en bruma por mis lágrimas o sus ojos llenos de lágrimas. Durante un momento, no pude moverme. Durante varios días después de esto, todavía podía escuchar su voz preguntándome: “Doctora Yamamoto, ¿podré… casarme?”.

El estudiante que había visitado a Aya dejó de hacerlo gradualmente. Supongo que estaba demasiado ocupado. Quizás en parte gracias a eso, Aya se centró en su rehabilitación como si nada hubiera pasado. Y parecía estar alegre. Al final de su estancia en el hospital, Aya empezó a sufrir de hipotensión. Le dolía la cabeza y tenía náuseas cuando se levantaba. Después uno de los pacientes de su habitación murió de repente. Eso provocó que la ansiedad hacia la muerte de Aya aumentara. Pasó varios días deprimida. De nuevo volví a explicarle lo que pasaría si su enfermedad progresaba, pero le dije que todavía faltaba mucho tiempo antes de que tuviera que enfrentarse a la muerte. Ella asintió. Poco a poco, recuperó su alegría.

Sin embargo, empezó a necesitar de otros para cuidar de ella. Se trasladó a un hospital que permitía tener un cuidador para cada paciente. A veces voy a ese hospital a ver a algunos pacientes de mi especialidad. Después se trasladó a otro hospital cerca de su casa en Toyohashi. Aunque no he visto a su madre desde hace más de dos años, me mantiene informada sobre el estado de Aya. Nos consulta a mí y a un doctor joven que trabaja en el hospital en el que está. Así que tengo buena información de su estado. Me he enterado de que todo el mundo la quiere, esté donde esté, y que su cuidadora cuida de ella con ternura y compasión. Siempre que mis pacientes se sienten desanimados, yo les animo a que hablen de Aya. Últimamente he empezado a pensar que, en realidad, yo soy la que más ánimo ha recibido de ella.

Hiroko Yamamoto

Ayudante del Profesor (ahora Profesora).

Departamento de Neurología. Hospital Universitario Fujita.

 


Date: 2016-01-14; view: 698


<== previous page | next page ==>
Primer encuentro con Aya-chan | EPÍLOGO POR SHIOKA KITOU
doclecture.net - lectures - 2014-2024 year. Copyright infringement or personal data (0.007 sec.)