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La tradición socialista-comunista latinoamericana

 

En el discurso socialista-comunista latinoamericano se pueden distinguir tres grandes fases: la fundacional, dominada por figuras de la talla de Luis Recabarren (1876-1924), Julio Antonio Mella (1903-1929) y José Carlos Mariátegui (1894-1930); la fase dominada por los partidos comunistas (1930); y la que arranca a partir del triunfo de la revolución cubana y el desarrollo de los movimientos de la liberación nacional (1959).

Los tres intelectuales aludidos comparten, como característica común, el esfuerzo por "nacionalizar" las tesis del marxismo que habían logrado asimilar en aquel entonces. Recabarren lo hace en un país, Chile, donde la presencia de los sindicatos mineros es dominante, al igual que son dominantes las prácticas políticas de tipo parlamentario. Como periodista y educador revolucionario, su interés es hacer de la lucha sindical un instrumento de reforma socioeconómica que no deseche los canales institucionales establecidos. La organización de los trabajadores, el partido, no debe reemplazarlos en la lucha, sino orientarlos y encauzar las energías sindicales. Mella, en una dirección distinta aunque no totalmente ajena a la de Martí, quiere la emancipación de Cuba. Pero en Mella esa emancipación pasa por la lucha de clases y por el protagonismo de la clase obrera y el partido comunista. Estos son los propósitos que lo animan en la Universidad de la Habana, desde donde alimenta el compromiso estudiantil con la revolución. Mariátegui -quizás el más universal de los marxistas latinoamericanos en el siglo XX- introduce una reflexión de tipo cultural para entender la formación social peruana de la época. Su formación en el marxismo italiano le permite valorar la complejidad de la cultura -como es el caso del Perú con su población indígena- y su importancia para el cambio social.

De los tres, quien más cerca está de la tradición posterior, dominada por los partidos comunistas, es Mella. Pero ello sólo en parte, pues el marxismo de Mella está comprometido -en la línea de Trotski- con "el triunfo en cada país de la revolución obrera sobre el imperialismo mundial". Los otros dos más bien llegan a sostener relaciones difíciles y tensas con los aparatos partidarios que no tardan en manifestar, a la par de rasgos burocráticos marcados, su sumisión a las directrices de la Internacional Comunista. Con todo, ellos son los exponentes más notables del marxismo funcional latinoamericano, en el que predominan la creatividad y el esfuerzo personal para comprender la realidad que les tocó vivir. No existe un esquema al que todos deban adscribirse; tampoco existe una censura partidaria que ponga límites a los esfuerzos intelectuales que ellos realizan.



En buena medida, esta situación se explica por la misma coyuntura comunista internacional. En efecto, si nos situamos en los años 1920-1923, la efervencencia revolucionaria en Rusia está en pleno auge, las tesis trotskistas acerca de la revolución mundial no han sido descartadas y no se ha impuesto la concepción de socialismo en un sólo país. Dos documentos de la Internacional Comunista de esa época confirman esta apreciación. En el primero,"Sobre la revolución en América" (1921), se discuten, entre otros temas, el vasallaje de América Latina hacia el imperialismo norteamericano; la explotación de los pueblos latinoamericanos por los explotadores nacionales; y la necesidad de una alianza de obreros y campesinos para liberar a los pueblos latinoamericanos de la opresión nacional e imperialista, alianza que debe ser amplia: obreros, campesinos, revolucionarios de Estados Unidos y la Internacional Comunista. "Las masas de América Latina -dice el escrito- deben adquirir su lugar en el ejército de la ´revolución mundial´"

En el segundo documento, A los obreros y campesinos de América del Sur (1923), firmado por el IV Congreso de la Internacional Comunista, realizado con motivo del V Aniversario de la revolución rusa, se hace un llamado a prepararse para la lucha de clases y la acción revolucionaria del proletariado mundial. Asimismo, se señala que América del norte (Estados Unidos) es el centro de la reacción internacional de la burguesía contra el proletariado, por lo cual la lucha de todos los proletarios de América -incluidos los de Estados Unidos- es una necesidad imperiosa. Luchar contra la propia burguesía es luchar contra el imperialismo yanki que encarna a la reacción capitalista mundial. El ejemplo heroico de esta lucha es la revolución rusa, que se enfrenta encarnizadamente al capitalismo internacional. En resumen, el documento concluye con las siguientes expresiones: "¡Viva la Internacional Sindical Roja!, ¡Viva la Internacional Comunista!, ¡Viva la Rusia de los Soviets!, ¡Viva el proletariado revolucionario de América!, ¡Viva la revolución mundial!".

Curiosamente, este espíritu revolucionario que predomina en los círculos comunistas en los primeros años de 1920, está presente en el movimiento comunista salvadoreño de los años treinta, cuando, en Moscú, el ascenso de Stalin ha puesto en franco retroceso las tesis de la revolución mundial -que han sido reemplazadas por la de los frentes populares antifacistas- y ha impuesto la tesis del socialismo en un solo país, lo cual ha sido aceptado por la mayor parte de las élites comunistas europeas.

Si se revisa la documentación del Partido Comunista Salvadoreño sobre los sucesos de 1932, en los mismos está presente la idea de que la revolución es una tarea que no se puede posponer, pues la hora del socialismo ha llegado. En una terminología tomada de la época heroica de la revolución rusa, se sostiene que los obreros, campesinos y soldados

-dirigidos por el Comité Militar Revolucionario- son los que harán la revolución. Es decir, se trata de hacer una revolución proletaria que, bajo la conducción del Partido Comunista, lleve al poder a los obreros, campesinos y soldados. En consecuencia, uno de sus lemas más queridos es el que dice: "¡Viva el ejército Rojo en el cual el soldado tendrá los derechos del hombre y no será un esclavo como en el ejército manejado por los ricos!". Este espíritu combativo está recogido en una credencial de las usadas por los comunistas durante la revuelta de 1932.

 

 

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"Credencial de Comandante Rojo

PCS

Sección de la Internacional Comunista

Comité Central

Este Comité Central nombra al camarada Inocente Rivas Hidalgo

comandante rojo de las fuerzas que operarán en la zona_______ y en la toma de la ciudad de San Salvador, quedando bajo su absoluta responsabilidad la marcha de la lucha revolucionaria hasta el triunfo final contra la clase explotadora. Extendida en el Cuartel General del Ejército Rojo de El Salvador a los 16 días del mes de enero de 1932.

Por la destrucción implacable de la burguesía nacional y el imperialismo. Por el Comité Central. El Secretario General Interino. Octavio Rodríguez

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Así pues, el Partido Comunista Salvadoreño se inscribe en la oleada del comunismo ruso anterior a la llegada de Stalin al poder. Hacia 1930, éste ya ha llevado adelante varias depuraciones de la vieja guardia del ejército rojo y ha difundido la tesis del socialismo en un solo país con la que desautoriza a Trotsky, posteriormente asesinado en México (1940). El viraje dado por Stalin repercute directamente en la mayoría de partidos comunistas, puesto que la Internacional Comunista -plegada totalmente a los intereses estalinistas- comienza a incididir de forma decisiva en los planteamientos de las organizaciones que se han adscrito a ella.

A partir de los años treinta comienzan a proliferar los Partidos Comunistas en América Latina, y su formato organizativo es copiado, casi mecánicamente, del formato del PCUS: un Secretario General, situado en la cúspide del poder partidario; un Comité Central, subordinado al primero; y los militantes de base, encargados de hacer cumplir los dictados emanados desde la cima del partido. Sus planteamientos ideológicos, rígidos y simples en sus supuestos doctrinarios, varían en la práctica según las directrices de la III Internacional. ¿Cuáles son los supuestos doctrinarios? La lucha de clases como motor de la historia, la inevitabilidad del socialismo y el comunismo, el protagonismo de la clase obrera y el papel del Partido Comunista como organización dirigente por excelencia.

En el plano práctico, el primer viraje de los partidos comunistas latinoamericanos de América Latina respecto de la tesis de la lucha frontal contra la burguesía y el imperialismo se produce hacia 1935, cuando la tesis de losfrentes populares comienza a tomar vigencia con el subsecuente rechazo a las ideas trotskistas que la misma supone. Este es el caso del Partido Comunista Chileno en 1938, que en el texto El frente popular en Chile, firmado por su Secretario General, Carlos C. Labarca, sostiene que la lucha revolucionaria es una lucha por las "libertades democráticas" y en contra de la reacción imperialista que ha tomado la forma de fascismo. Según este documento, para llevar adelante esa lucha se requiere de una alianza en la que tengan presencia los comunistas, los católicos, ciertos grupos burgueses y los intelectuales. Además, se trata de tener una política de "buena vecindad" con Estados Unidos, lo cual supone que la legalidad debe ser respetada por todos los que, en la lucha contra el fascismo, han apostado por la democracia.

El Partido Comunista Cubano, en 1939, se encamina por la misma dirección. Incluso en el III Congreso del partido se llega a ver en Fulgencio Batista a un defensor de las tendencias progresistas y democráticas que, como cabeza del Frente Fascista Americano en formación, es atacado por la reacción fascista. El Partido Comunista Argentino, en 1939, también se inscribe en esta tendencia, tal como queda de manifiesto en el libro de Ernesto Giudici El imperialismo y la liberación nacional (1940). Para este dirigente comunista, lo políticamente reaccionario -el fascismo- debe ser barrido por la democracia que florecerá con el ascenso de las fuerzas jóvenes, progresistas y revolucionarias. Demócrata es el gobierno que se apoya en las grandes masas contra las oligarquías reaccionarias. En América Latina, la democracia no podrá implantarse de golpe, puesto que se requieren condiciones económicas y sociales básicas para ello. Lo que es más importante: la democracia política requiere de la formación de una burguesía nacional liberal. Por lo demás, la masa popular es consciente de que no puede haber lucha antiimperialista -antifascista- sin lucha correlativa por la democracia; y esta última debe dar cabida a amplios sectores de la población que quieran comprometerse en ella.

El Partido Comunista Mexicano, en 1945, sigue por el mismo camino. En el documento Voz de México celebra el pacto de unidad nacional establecido entre la Central de Trabajadores de México (CTM) y la Confederación de Cámaras Industriales. Según los comunistas mexicanos, el pacto no sólo es para contribuir a una unidad nacional de largo alcance, sino que recoge el clamor de los patriotas de México que lanzaron la idea de la unidad nacional desde que fue lanzada la brutal guerra de conquista de los hitlerianos y desde que el mundo se lanzó contra los bandidos nazis. Antes, en el IX Congreso del Partido Comunista Mexicano (mayo de 1984), el Secretario General del partido, Dionisio Encina, había dicho: "afirmamos que lo que se halla a la orden del día es la independencia y el progreso de México. Declaramos que, enmarcados en ese cauce, es posible e indispensable que todos los sectores, clases, grupos y fuerzas de la nación, todos los hombres de las diversas ideologías o creencias se unan alrededor de su objetivos comunes y sean firmes defensores de esta unidad nacional".

En resumen, según el texto aludido arriba, el Partido Comunista Mexicano apuesta por la perdurabilidad de la alianza obrero-empresarial. Para ello, se tienen que crear comités tripartitos (gobierno-empresarios-trabajadores) que resuelvan los problemas de las fábricas y que permitan una armonía laboral en vistas a facilitar la inversión extranjera, especialmente la proveniente de Estados Unidos.

Por último, tenemos el caso del Partido Comunista Brasileño que en la Declaración sobre la política del Partido Comunista en Brasil, en 1958, plantea claramente el tema de la "vía pacífica de la revolución". La tesis fuerte del Partido Comunista Brasileño es que el desarrollo capitalista corresponde a los intereses de todo el pueblo, por lo que la contradicción principal es la que existe entre la "nación en desarrollo" y el imperialismo norteamericano. En el caso de Brasil, se nos dice, la revolución no es primero socialista, sino antiimperialista y antifeudal, nacional y democrática. Si el desarrollo económico está en contradicción con la explotación imperialista norteamericana, ¿cómo oponerse a esta última? Creando un "frente único" que luche por un gobierno nacionalista y democrático. Ello exige que el proletariado se una con la burguesía, para así luchar juntos por un desarrollo independiente y progresista. Por supuesto, el proletariado debe salvaguardar su especificidad ideológica y política en el interior del frente único, aunque cuidándose de que la salvaguarda de sus propios intereses no conduzcan a una ruptura con la burguesía.

Que lejos se encuentran los planteamientos de los partidos comunistas examinados de las ideas que animaron al movimiento revolucionario en los años veinte. Aunque aparentemente imperceptible, el influjo de la III Internacional y, con ella, de los intereses soviéticos es indudable. Primero, muy a tono con la pretensión de Stalin de consolidar el modelo soviético -socialismo en un solo país- y de eliminar a sus posibles adversarios, los partidos comunistas latinoamericanos retroceden respecto de las ideas de la revolución permanente. Segundo, en los años treinta y en el marco de las purgas estalinistas, emerge la amenaza fascista en Europa que es asumida, primero sólo de manera retórica y después en serio cuando estalla la segunda guerra mundial, como bandera de lucha por Stalin y de quienes se pliegan a sus designios: los partidos comunistas latinoamericanos, al seguir las directrices de la Internacional Comunista, hacen suya la bandera antifascista, sacan a Estados Unidos de la mira de sus ataques -que en forma súbita se convierte en un aliado- y colocan a Alemania en su lugar, de manera simultánea proclaman la necesidad de una alianza antifascista en la que tiene cabida la burguesía, que doctrinariamente todavía constituye la enemiga irreconciliable de la clase obrera. Tercero, después de la segunda guerra mundial -en que la necesidad de un frente popular es proclamada con vehemencia por los comunistas-, y una vez que se ha disipado el peligro de la Alemania nazi, en el discurso de la Internacional Comunista aparece de nuevo Estados Unidos como el enemigo de la revolución. Los partidos comunistas, con la mayor facilidad, aunque conservando la terminología de los frentes populares e incluyendo a la burguesía en sus propósitos transformadores, hacen suyo ese cambio de objetivo.

En resumen, entre 1930 y 1960, los partidos comunistas latinoamericanos institucionalizan una práctica política cuya doctrina tiene poca relación con el modo en que se insertan en la realidad que les ha tocado vivir. Se impone en la práctica la idea de las etapas: para llegar al socialismo y al comunismo -doctrinariamente inexorables- se tienen que crear las condiciones democrático burguesas que hagan posible ese salto. De esta manera se está ante una heterodoxia respecto de las tesis defendidas por los revolucionarios rusos, Lenin y Trotsky, quienes, a su vez, fueron heterodoxos respecto de Marx al plocamar la revolución en uno de los países capitalistas más atrasados.

En la década de los cincuenta, la relación ortodoxia-heterodoxia resurge con fuerza en los círculos de la izquierda comunista latinoamericana. Surge una nueva heterodoxia: la representada por la revolución cubana y los movimientos armados de liberación nacional. Ambos experiencias suponen una cierta ruptura con las tesis defendidas por los partidos comunistas, incluso, en muchos aspectos, se vuelve a la ortodoxia rusa de principios de siglo: la revolución no sólo es una tarea del presente, sino que la misma debe tener un alcance internacional. Se impone la idea de que la estrategia de la lucha armada (guerrillera) es la que se debe privilegiar sobre otras formas de lucha; asimismo, surge una nueva vanguardia de naturaleza político militar, articulada por núcleos armados y regida en muchos casos por el centralismo democrático. Su base de sustentación social son los sectores oprimidos, especialmente los obreros y los campesinos, quienes deben aliarse para luchar por la transformación social.

La lección de la revolución cubana a los partidos comunistas se puede resumir así: estos últimos han buscado el socialismo siguiendo una ruta equivocada, pues la ruta correcta es la lucha armada, a la cual tienen que sumarse si quieren ser protagonistas en el proceso revolucionario. Por la lucha armada, el socialismo y el comunismo se revelan como ideales realizables aquí y ahora no por burócratas regordetes y acomodados, sino por guerrilleros sacrificados y heroicos como Ernesto "Che" Guevara.

El Che, asesinado en Bolivia en 1967, es el símbolo emblemático de un socialismo ético en cuya mira está la creación de un hombre nuevo. Simboliza también al estratega militar, cuyo genio se plasmó tanto en el campo de batalla como en textos destinados a difundir sus enseñanzas guerreras. Dos escritos sobresalen en este punto: La guerra de guerrillas (1961) y Guerra de guerrillas, un método (1963), claves en la difusión de la estrategia guerrillera en la mayor parte de América Latina a partir de la experiencia cubana. En el primer escrito -en el que se fundamenta la tesis de los focos guerrilleros-, Guevara se interesa por exponer las lecciones de la revolución cubana a los movimientos revolucionarios de América. Tres son a su juicio esas lecciones: (a) las fuerzas populares pueden ganar la guerra al ejército; (b) las condiciones de la revolución pueden ser creadas por el foco insurreccional; y (c) el terreno de la lucha armada es el campo. Los dos primeros aspectos están encaminados a rechazar a los "quietistas" revolucionarios o pseudorevolucionarios. El tercero encierra una crítica a los dogmáticos que apuestan por la ciudad.

En el segundo escrito, Guevara se pregunta qué es la guerra de guerrillas y cuál es su utilización correcta. Sus ideas al respecto son las siguientes: la guerra de guerrillas es una guerra del pueblo, es una guerra de masas; la guerrilla es la vanguardia del pueblo, situada en un lugar determinado de algún territorio dado. Desarrolla una serie de acciones bélicas tendientes a un fin estratégico: la toma del poder, para lo cual se apoya en los campesinos y obreros. Siguiendo a Lenin, el Che afirma que no se debe temer a la violencia, que es la partera de sociedades nuevas. La violencia revolucionaria debe desatarse en el momento preciso, es decir, en el momento en que los conductores del pueblo hayan encontrado las circunstancias más favorables, cuales son la conciencia de la necesidad del cambio y la certeza de que ese cambio es posible (condiciones subjetivas), aunado a las condiciones objetivas existentes en América Latina, favorables a la revolución: pobreza, marginalidad, represión, agresión imperialista.

Detrás de estas elaboraciones teórico militares, está el supuesto de que la lucha guerrillera es la plataforma de creación del hombre nuevo, solidario, universal, honesto y limpio. En consecuencia, la lucha armada debe estar dominada por un sentimiento humanista, en el cual la verdad y la justicia son los ejes centrales. Ya en poder, la actividad de Guevara no es ajena a esta pretensión humanista, como lo demuestra su defensa de la libertad ideológica de los trabajadores en el texto Contra el sectarismo (1961). Mientras que en el documento El cuadro columna vertebral de la revolución (1963) defiende la igualdad civil y la dignidad de los trabajadores, al tiempo que apuesta por un desarrollo político de los cuadros revolucionarios que tiene que ver no sólo con el aprendizaje del marxismo, sino también con la responsabilidad individual por los actos que cada uno realiza. Se trata de un socialismo ético, antiburocrático, que resalta la responsabilidad individual por encima de la sujeción impuesta por el partido. "El revolucionario cabal, el miembro del partido dirigente de la revolución debería trabajar a todas horas, todos los minutos de su vida con un interés siempre renovado y siempre creciente y siempre fresco".

Estamos, pues, ante un planteamiento humanista que resalta el respeto a la individualidad y a los méritos de cada persona. Pero Guevara no termina de ser totalmente coherente con su posición, puesto que él es uno de los que alimentan la idea de que Fidel Castro es el Jefe revolucionario identificado totalmente con el pueblo cubano. Hablando de Camilo Cienfuegos, dice el Che: "Camilo practicaba la lealtad como una religión, era devoto de ella; tanto la lealtad personal hacia Fidel, que encarna como nadie la lealtad del pueblo, como la de ese mismo pueblo; pueblo y Fidel marchan unidos y así marchaban las devociones del guerrillero invicto".

 

 

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El Che, asesinado en Bolivia en 1967, es el símbolo emblemático de un socialismo ético en cuya mira está la creación de un hombre nuevo. Simboliza también al estratega militar, cuyo genio se plasmó tanto en el campo de batalla como en textos destinados a difundir sus enseñanzas guerreras.

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La revolución cubana marca el punto de partida de la última fase del socialismo-comunismo latinoamericano que parece agotarse con los casos nicaragüense y salvadoreño en las décadas de los ochenta y noventa. El Che Guevara es el portavoz de una orientación práctico política que renovó el quehacer de los militantes revolucionarios latinoamericanos. Sin embargo, Guevara no fue un marxista teórico, sino un hombre de acción. Por el lado de la teoría, quizás el mejor y último exponente del socialismo-comunismo latinoamericano es Adolfo Sánchez Vázquez, español que llegó a México en 1939, a la edad de 23 años, y asumió, desde ese entonces, los retos y problemas de América Latina.

Miembro de la Juventud Comunista, luchó en la guerra civil española. Ante la derrota de la República se acogió al asilo ofrecido por Lázaro Cárdenas a los españoles

-intelectuales en su mayoría- que se vieron forzados a abandonar su país. En una primera etapa -durante la guerra civil y en sus primeros años en México-, Sánchez Vázquez fue más un militante que un filósofo -se doctoró en 1966 con su tesis Sobre la praxis-, y para él tenían validez las tesis clásicas del marxismo-leninismo recogidas en el Diamat soviético. En un segunda etapa, Sánchez Vázquez se ve influenciado por el proceso de desestalinización emprendido por Nikita Kruschef en el marco del XX Aniversario del Partido Comunista de la Unión Soviética, en 1956. A esto se añaden la invasión a Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia (1968) y el triunfo de la revolución cubana (1959).

Los dos primeros acontecimientos lo llevan a acercarse al marxismo humanista que, con autores como Karel Kosik, Adam Schaff, Gajo Petrovic, Mihailo Markovic y otros, pugna por hacerse un lugar en el debate marxista. El tercer acontecimiento lo lleva a reivindicar la necesidad de superar las prácticas burocráticas de los partidos comunistas, uniendo pensamiento y acción, tal como lo hizo el Che Guevara.

Sánchez Vázquez, por opción y por vocación, es un marxista latinoamericano. Su marxismo se desarrolla, esencialmente, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), desde donde establece relaciones con el marxismo humanista europeo. Al igual que el que cultivan los europeos, el de Sánchez Vázquez es un marxismo crítico y abierto. En su libro fundamental, Filosofía de la praxis (1967), defiende, siguiendo a Gramsci, que la reflexión sobre la praxis es lo que caracteriza al marxismo. Llega incluso a definir la praxis como la unidad de conocimiento, crítica de lo existente y proyecto de transformación. Según él , esos son los elementos esenciales del pensamiento de Marx, mismos que pueden ser rastreados a lo largo de su obra que es una sola desde los Manuscritos de 1844 hasta El Capital. El estalinismo (el marxismo-leninismo) no toma en cuenta las tres dimensiones de la praxis señaladas, con lo cual termina por convertirse en una cortina ideológica tendida para legitimar el poder de una burocracia partidaria sobre el conjunto de la sociedad.

Sobre el Che Guevara, Sánchez Vázquez tiene una opinión bien particular. En sus escritos El socialismo y el Che (1967) y Diez años después: la gran lección del Che (1977) destaca el humanismo de Guevara, su capacidad para privilegiar lo moral sobre lo material y el haber logrado vincular en su vida personal pensamiento y acción. En su primer texto se encuentran ecos de las tesis de Trotsky acerca de la revolución universal, pues el Che prosiguió su lucha fuera de Cuba "como parte de una lucha total que sólo podría terminar con la disolución del imperialismo y la instauración a escala mundial del socialismo". En el segundo texto critica a los que consideran la lucha del Che como una aventura. A estos los llama "cautelosos estrategas burocratizados". Destaca que Guevara es un modelo para la creación del hombre nuevo, pues con él ese ideal se hizo viable.

Haciendo un recorrido sobre el significado de su obra filosófica, Sánchez Vázquez reitera su confianza en el marxismo. "Sigo convencido -dice en el artículo Postescriptum político filosófico a mi obra filosófica (1985)- de que el marxismo sigue siendo la teoría más fecunda para quienes están convencidos de la necesidad de transformar el mundo en el que no sólo se genera hoy como ayer la explotación de los hombres y los pueblos, sino también un riesgo mortal para la supervivencia de la humanidad".

Con el esfuerzo intelectual de Adolfo Sánchez Vázquez se cierra, para el socialismo-comunismo latinoamericamo, el siglo XX. ¿Qué más puede decirse filosóficamente sobre el marxismo latinoamericano -desde el interior del marxismo y respetando los supuestos que le son propios- más allá de lo dicho y escrito por Sánchez Vázquez? ¿Acaso con él finalizan los intentos de sistematizar rigorosamente los diversos ámbitos de la realidad social, política y económica desde esta filosofía de la praxis? Si alguien más quiere hacer el intento, ¿qué novedad podría aportar? Estas son las preguntas pendientes para el socialismo-comunismo latinoamericano en un momento en el cual los éxitos han terminado siendo opacados por los fracasos.

 


Date: 2016-01-05; view: 563


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