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Consideraciones preliminares: filiaciones ideológicas del discurso político latinoamericano

Entre las filiciaciones ideológicas más relevantes del discurso político latinoamericano ocupan un lugar destacado las siguientes: nación, nacionalismo, antiimperialismo, desarrollismo, colonialismo interno, nacionalismo revolucionario, socialismo y comunismo. Todas esas nociones tienen en común no sólo el haber sido parte de elaboraciones intelectuales más o menos sistemáticas, sino el haber servido de instrumentos de movilización política. Así, América Latina gozó de la presencia de intelectuales de renombre que no sólo hacían grandes esfuerzos para articular los conceptos aludidos, a modo de formar una cosmovisión coherente de la realidad social latinoamericana y de las condiciones para su transformación, sino que, al mismo tiempo, muchos se hacían protagonistas de una práctica política tendiente a hacerlos realidad.

Del conjunto de nociones apuntadas, cuatro son las básicas: nacionalismo, antiimperialismo, nacionalismo, revolucionario y socialismo-comunismo.

(a) La primera nace en el marco de las luchas independentistas con el subsiguiente proceso de formación de los estados nacionales a que las mismas dan lugar. Se destaca en ella el problema de la identidad nacional, la integración de los actores sociales diversos que conforman la sociedad y la alianza multiclasista (pacto social) en torno a las clases medias. Es una filiación ideológica que pierde su fuerza a principios del siglo XX, en buena medida por las transformaciones mundiales y regionales que la penetración del capital extranjero y la expansión de los países centrales traen consigo.

(b) La segunda comienza a ganar fuerza hacia los años veinte, cuando las discusiones sobre el imperialismo han cobrado fuerza en los círculos de la izquierda -motivados en buena medida por el libro de V. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo. Su punto fuerte es la defensa del patrimonio nacional (recursos naturales), a lo que se suma la defensa del patrimonio cultural y del pasado prehispánico.

(c) El nacionalismo y el antiimperialismo confluyen, hacia los años treinta, en el nacionalismo revolucionario, que encuentra, primero, en la revolución méxicana y, después, en los regímenes populistas –como el peronista y el aprista- a sus mayores portavoces. Sus rasgos básicos son: recuperación de los recursos naturales para la nación, educación y cultura para todos, integración cultural, inversión pública, anitiimperialismo, rechazo a la oligarquía y fomento a la organización y movilizaciones sociales. Todo ello inserto en un proyecto de unidad nacional en torno a un Estado gestionado por las clases medias.

(d) La cuarta llega a América Latina con los inmigrantes italianos y españoles, aunque tiene un sustrato de clase importante la formación de los sindicatos urbanos y los sindicatos mineros. Ambos –socialismo y comunismo—no adquieren en un principio la distinción que, por el contrario los caracteriza y enfrenta en Europa, donde son tajantes las líneas divisorias existentes entre la socialdemocracia y el marxismo-leninismo en ciernes. Los rasgos que predominan en el comunismo-socialismo latinoamericano tienen, en la época que nos ocupa, un fuerte predominio del marxismo-leninismo, con notables elementos anarquistas y anarcosindicalistas. De ese modo, para esta filiación ideológica, la dinámica social se explica por la lucha de clases, la oposición de la clase obrera al desarrollo capitalista y la penetración imperialista que hace que la lucha contra el capitalismo sea una lucha contra el imperialismo.



El comunismo-socialismo latinoamericano, pues, abandona la idea de que la unidad nacional es el principio actuante de la política, ya que el mismo radica en las clases sociales y su lucha. Además, la sociedad termina por ser contemplada como una estructura heterogénea con grupos subordinados a los intereses de unas élites económicamente dominantes. Como no podía ser para menos, entre los grupos subordinados está la población indígena, que comparte con los demás grupos explotados dicha condición. Sin embargo, dentro de todos estos grupos subordinados, el proletariado –léase la clase obrera— es el más importante a la hora de hacer avanzar la lucha anticapitalista y antiimperialista.

Es importante hacer notar que, desde muy temprano, la filiación socialista-comunista trata de aplicar a América Latina las ideas de modo de producción precapitalista y capitalista, entendiendo al primero como feudal, colonial e indígena, y al segundo como dependiente del imperialismo. Ello introduce una novedad respecto a la ortodoxia que comienza a propagarse desde la Rusia bolchevique desde donde suele hablarse de un capitalismo y un proletariado a secas. Igualmente novedosa resulta la idea de un actor indígena, cuando la ortodoxia insiste en que sólo hay una clase revolucionaria -la clase obrera- que es la única depositaria de la transformación social.

En parte, es por estos elementos "novedosos" que el socialismo-comunismo latinoamericano tiene dificultades para ser aceptado por el movimiento comunista internacional, en cuyo seno la determinación de quién es un verdadero comunista y quién no lo es depende cada vez más de los dirigentes rusos. Habrá que esperar hasta los años treinta, cuando comienzan a establecerse los partidos comunistas, para que el socialismo-comunismo latinoamericano logre institucionalizarse. Ello obviamente supuso aceptar las 21 condiciones impuestas por la III Internacional a sus nuevos miembros, con el subsiguiente abandono –o paso a segundo plano- de los elementos más polémicos de la visión de la realidad que los socialistas-comunistas latinoamericanos comenzaban a elaborar.

 

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A partir de los años sesenta, la filiación socialista-comunista atraviesa por un viraje importante: en ruptura con los partidos comunistas emergen los movimientos revolucionarios armados, con los cuales la relación ortodoxia-heterodoxia en la ideología socialista-comunista hace nuevamente su aparición.

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Desde los años treinta hasta los años sesenta, la filiación socialista-comunista no sólo se enfrentó ideológica y políticamente al nacionalismo revolucionario, sino que fue adquiriendo una presencia social y política importante. Adquirida la institucionalidad de partido, se impusieron tanto el formato del partido comunista soviético -partido-Jefe = clase obrera- como la aceptación de las tesis dictadas por la III Internacional. A partir de los años sesenta, la filiación socialista-comunista atraviesa por un viraje importante: en ruptura con los partidos comunistas emergen los movimientos revolucionarios armados, con los cuales la relación ortodoxia-heterodoxia en la ideología socialista-comunista hace nuevamente su aparición. El viraje en cuestión tiene relación directa con la revolución cubana y se produce en un contexto en el que emergen las dictaduras militares de los años sesenta y setenta.

Se está ante una nueva fase del socialismo-comunismo latinoamericano, misma que añade nuevas características a un modo de hacer política que no por ello pierde algunos de sus rasgos tradicionales. Los rasgos que caracterizan esta nueva fase son los siguientes: creación de una nueva organización de vanguardia, sin abandonar la idea del partido y el centralismo democrático; formación de organizaciones político-militares; conquista del poder estatal que debe realizarse ahora mismo y por la vía armada; aceptación de las tesis básicas del marxismo-leninismo, pero también las tesis de León Trotski (por ejemplo, que la revolución debe extenderse por el mundo) y Mao Tse Tung (por ejemplo, que los campesinos son aliados estratégicos de los obreros) . No se olvidan, por lo demás, la tesis de la lucha de clase como motor de la historia, la instauración del socialismo como fase previa del comunismo y que la clase obrera es la clase portadora de la nueva sociedad.

Adicionalmente, a partir de los años sesenta, de manera simultánea a la postulación de la lucha armada como mecanismo de acceso al poder por parte de las nuevas organizaciones marxista-leninistas, aparece una cierta distinción entre quienes optan por socialismo desde la socialdemocracia y quienes lo hacen desde posturas comunistas (al estilo soviético) o desde la lucha armada. Es decir, aparece la distinción entre marxismo-leninismo y socialdemocracia, en una situación ligeramente semejante a la dibujada en Europa a principios de siglo. Quienes defienden posturas socialdemócratas se oponen a la lucha armada; defienden la tesis de una economía mixta; aceptan la competencia electoral -de hecho tratan de insertarse en sus respectivos sistemas políticos-; apuestan, pues, por un socialismo democrático. Pese a todo, a medida que los movimientos revolucionarios se radicalizan -y a medida que la represión estatal y paraestatal se agudiza- muchos socialdemócratas terminan subordinándose a los grupos revolucionarios, aportándoles fondos y relaciones a nivel internacional.

En definitiva, entre los años sesenta y setenta se perfilan en la filiación comunista-socialista los siguientes rasgos: cuestionamiento a los partidos comunistas y a su tesis de la "maduración" de las condiciones burguesas; emergencia de grupos político-militares (movimiento armado); y una cierta distinción entre socialismo y comunismo al estilo de la que emergió en Europa a principios de siglo, aunque sin llegar al anatema y a la condena recíproca propios de la experiencia europea.

En los años ochenta se abre paso la discusión sobre la transición a la democracia. Ello supone la aceptación, por parte de la gran mayoría de actores sociopolíticos, de que la democracia (occidental) es algo que conviene lograr. A esas alturas, los movimientos armados o han sido derrotados o están en vías de incorporarse a la "legalidad burguesa". A finales de los ochenta, el derrumbe del bloque del Este y la crisis del marxismo-leninismo ponen en una situación difícil a la filiación socialista-comunista. En cierto modo, en un contexto en el que el socialismo real ha demostrado su absoluta inviabilidad, la poca oportunidad que le queda a la filiación socialista-comunista camina, con todos los reparos que se le puedan poner a la misma, por su vertiente socialdemócrata, porque "al fin y al cabo la socialdemocracia proporciona el único ‘material de laboratorio’ que tenemos para diseñar políticas apoyadas en la clase obrera y guiadas por los ideales morales tradicionales de la izquierda".

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en un contexto en el que el socialismo real ha demostrado su absoluta inviabilidad, la poca oportunidad que le queda a la filiación socialista-comunista camina, con todos los reparos que se le puedan poner a la misma, por su vertiente socialdemócrata,

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Date: 2016-01-05; view: 926


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Introducción | Nacionalismo, antiimperialismo y nacionalismo revolucionario
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