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INTENSIDAD Y ALTURA

Quiero escribir, pero me sale espuma,

quiero decir muchísimo y me atollo;

no hay cifra hablada que no sea suma,

no hay pirámide escrita, sin cogollo.

Quiero escribir, pero me siento puma;

quiero laurearme, pero me encebollo.

No hay toz hablada, que no llegue a bruma,

no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.

Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,

carne de llanto, fruta de gemido,

nuestra alma melancólica en conserva.

Vámonos! Vámonos! Estoy herido;

Vámonos a beber lo ya bebido,

vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.

 

GUITARRA

El placer de sufrir, de odiar, me tiñe

la garganta con plásticos venenos,

mas la cerda que implanta su orden mágico,

su grandeza taurina, entre la prima

y la sexta

y la octava mendaz, las sufre todas.

El placer de sufrir... ¿Quién? ¿a quién?

¿quién, las muelas? ¿a quién la sociedad,

los carburos de rabia de la encía?

¿Cómo ser

y estar, sin darle cólera al vecino?

Vales más que mi número, hombre solo,

y valen más que todo el diccionario,

con su prosa en verso,

con su verso en prosa,

tu función águila,

tu mecanismo tigre, blando prójimo.

El placer de sufrir,

de esperar esperanzas en la mesa,

el domingo con todos los idiomas,

el sábado con horas chinas, belgas,

la semana, con dos escupitajos.

El placer de esperar en zapatillas,

de esperar encogido tras de un verso,

de esperar con pujanza y mala poña;

el placer de sufrir: zurdazo de hembra

muerta con una piedra en la cintura

y muerta entre la cuerda y la guitarra,

llorando días y cantando meses.

 

Oye a tu masa...]

Oye a tu masa, a tu cometa, escúchalos; no gimas...

de memoria, gravísimo cetáceo;

oye a la túnica en que estás dormido,

oye a tu desnudez, dueña del sueño.

Relátate agarrándote

de la cola del fuego y a los cuernos

en que acaba la crin su atroz carrera;

rómpete, pero en círculos;

fórmate, pero en columnas combas;

descríbete atmosférico, ser de humo,

a paso redoblado de esqueleto.

¿La muerte? ¡Opónle todo su vestido!

¿La vida? ¡Opónle parte de tu muerte!

Bestia dichosa, piensa;

dios desgraciado, quítate la frente.

Luego, hablaremos.

¿Qué me da, que me azoto con la línea

y creo que me sigue, al trote, el punto?

¿Qué me da, que me he puesto

en los hombros un huevo en vez de un manto?

¿Qué me ha dado, que vivo?

¿Qué me ha dado, que muero?

¿Qué me da, que tengo ojos?

¿Qué me da, que tengo alma?

¿Qué me da, que se acaba en mí mi prójimo



y empieza en mi carrillo el rol del viento?

¿Qué me ha dado, que cuento mis dos lágrimas,

sollozo tierra y cuelgo el horizonte?

¿Qué me ha dado, que lloro de no poder llorar

y río de lo poco que he reído?

¿Qué me da, que ni vivo ni muero?

 

ANIVERSARIO

¡Cuánto catorce ha habido en la existencia!

¡Qué créditos con bruma, en una esquina!

¡Qué diamante sintético, el del casco!

¡Cuánta más dulcedumbre

a lo largo, más honda superficie:

¡cuánto catorce ha habido en tan poco uno!

¡Qué deber,

qué cortar y qué tajo,

de memoria a memoria, en la pestaña!

¡Cuanto más amarillo, más granate!

¡Cuánto catorce en un solo catorce!

Acordeón de la tarde, en esa esquina,

piano de la mañana, aquella tarde;

clarín de carne,

tambor de un solo palo,

guitarra sin cuarta ¡cuánta quinta,

y cuánta reunión de amigos tontos

y qué nido de tigres el tabaco!

¡Cuánto catorce ha habido en la existencia!

¿Qué te diré ahora,

quince feliz, ajeno, quince de otros? ,*

Nada más que no crece ya el cabello,

que han venido por las cartas,

que me brillan los seres que he parido,

que no hay nadie en mi tumba -

y que me han confundido con mi llanto.

¡Cuánto catorce ha habido en la existencia!

 

PANTEON

He visto ayer sonidos generales,

mortuoriamente,

puntualmente alejarse,

cuando oí desprenderse del ocaso

tristemente,

exactamente un arco, un arcoíris.

Vi el tiempo generoso del minuto,

infinitamente

atado locamente al tiempo grande,

pues que estaba la hora

suavemente,

premiosamente henchida de dos horas.

Dejóse comprender, llamar, la tierra

terrenalmente;

negóse brutalmente, así a mi historia,

y si vi, que me escuchen, pues, en bloque,

si toqué esta mecánica, que vean

lentamente,

despacio, vorazmente, mis tinieblas.

Y si vi en la lesión de la respuesta,

claramente,

la lesión mentalmente de la incógnita,

si escuché, si pensé en mis ventanillas

nasales, funerales, temporales,

fraternalmente,

piadosamente echadme a los filósofos.

Mas no más inflexión precipitada

en canto llano, y no más

el hueso colorado, el son del alma

tristemente

erguida ecuestremente en mi espinazo,

ya que, en suma, la vida es

implacablemente,

imparcialmente horrible, estoy seguro.

LA CÓLERA QUE QUIEBRA AL HOMBRE EN NIÑOS,

que quiebra al niño en pájaros iguales,

y al pájaro, después, en huevecillos;

la cólera del pobre

tiene un aceite contra dos vinagres.

La cólera que al árbol quiebra en hojas,

a la hoja en botones desiguales

y al botón, en ranuras telescópicas;

la cólera del pobre

tiene dos ríos contra muchos mares.

La cólera que quiebra al bien en dudas,

a la duda, en tres arcos semejantes

y al arco, luego, en tumbas imprevistas;

la cólera del pobre

tiene un acero contra dos puñales.

La cólera que quiebra al alma en cuerpos,

al cuerpo en órganos desemejantes

y al órgano, en octavos pensamientos;

la cólera del pobre

tiene un fuego central contra dos cráteres.

 

UN HOMBRE ESTÁ MIRANDO A UNA MUJER,

está mirándola inmediatamente,

con su mal de tierra suntuosa

y la mira a dos manos

y la tumba a dos pechos

y la mueve a dos hombres.

Pregúntome entonces, oprimiéndome

la enorme, blanca, acérrima costilla:

Y este hombre

¿no tuvo a un niño por creciente padre?

¿ Y esta mujer, a un niño

por constructor de su evidente sexo?

Puesto que un niño veo ahora,

niño ciempiés, apasionado, enérgico;

veo que no le ven

sonarse entre los dos, colear, vestirse;

puesto que los acepto,

a ella en condición aumentativa,

a él en la flexión del heno rubio.

Y exclamo entonces, sin cesar ni uno

de vivir, sin volver ni uno

a temblar en la justa que venero:

¡Felicidad seguida

tardíamente del Padre,

del Hijo y de la Madre!

¡Instante redondo,

familiar, que ya nadie siente ni ama!

¡De qué deslumbramiento áfono, tinto,

se ejecuta el cantar de los cantares!

¡De qué tronco, el florido carpintero!

¡De qué perfecta axila, el frágil remo!

¡De qué casco, ambos cascos delanteros!

 

DOS NIÑOS ANHELANTES

No. No tienen tamaño sus tobillos; no es su espuela

suavísima, que da en las dos mejillas.

Es la vida no más, de bata y yugo.

No. No tiene plural su carcajada,

ni por haber salido de un molusco perpetuo, aglutinante,

ni por haber entrado al mar descalza,

es la que piensa y marcha, es la finita.

Es la vida no más; sólo la vida. .

Lo sé, lo intuyo cartesiano, autómata,

moribundo, cordial, en fin, espléndido.

Nada hay

sobre la ceja cruel del esqueleto;

nada, entre lo que dio y tomó con guante

la paloma, y con guante,

la eminente lombriz aristotélica;

nada delante ni detrás del yugo;

nada de mar en el océano

y nada

en el orgullo grave de la célula.

Sólo la vida; así: cosa bravísima.

Plenitud inextensa,

alcance abstracto, venturoso, de hecho,

glacial y arrebatado, de la llama;

freno del fondo, rabo de la forma.

Pero aquello

para lo cual nací ventilándome

y crecí con afecto y drama propios,

mi trabajo rehúsalo,

mi sensación y mi arma lo involucran.

Es la vida y no más, fundada, escénica.

Y por este rumbo,

su serie de órganos extingue mi alma

y por este indecible, endemoniado cielo,

mi maquinaria da silbidos técnicos,

paso la tarde en la mañana triste

y me esfuerzo, palpito, tengo frío.

 


Date: 2016-01-05; view: 626


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