Home Random Page


CATEGORIES:

BiologyChemistryConstructionCultureEcologyEconomyElectronicsFinanceGeographyHistoryInformaticsLawMathematicsMechanicsMedicineOtherPedagogyPhilosophyPhysicsPolicyPsychologySociologySportTourism






A MI HERMANO MIGUEL

In memoriam

HERMANO, hoy estoy en el poyo de la casa.

Donde nos haces una falta sin fondo¡

Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá

nos acariciaba: "Pero, hijos...

Ahora yo me escondo,

como antes, todas estas oraciones

vespertinas, y espero que tú no des conmigo.

Por la sala, el zaguán, los corredores.

Después, te ocultas tú, y yo no doy contigo.

Me acuerdo que nos hacíamos llorar,

hermano, en aquel juego. ,

Miguel, tú te escondiste

una noche de agosto, al alborear; ,

pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste.

Y tu gemelo corazón de esas tardes

extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya

cae sombra en el alma.

Oye, hermano, no tardes

en salir. Bueno? Puede inquietarse mamá.

 

ENEREIDA

Mi padre, apenas

en la mañana pajarina, pone

sus setentiocho años, sus setentiocho

ramos de invierno a solear.

El cementerio de Santiago, untado

en alegre año nuevo, está a la vista.

Cuántas veces sus pasos cortaron hacia él,

y tornaron de algún entierro humilde. '

Hoy hace mucho tiempo que mi padre no sale(

Una broma de niños se desbanda.

Otras veces le hablaba a mi madre

de impresiones urbanas, de política;

y hoy, apoyado en su bastón ilustre

que sonara mejor en los años de la Gobernación,

mi padre está desconocido, frágil,

mi padre es una víspera.

Lleva, trae, abstraído, reliquias, cosas,

recuerdos, sugerencias.

La mañana apacible le acompaña

con sus alas blancas de hermana de la caridad.

Día eterno es éste, día ingenuo, infante '

coral, oracional;

se corona el tiempo de palomas,

y el futuro se puebla

de caravanas de inmortales rosas.

Padre, aún sigue todo despertando;

es enero que canta, es tu amor

que resonando va en la Eternidad.

Aún reirás de tus pequeñuelos,

y habrá bulla triunfal en los Vacíos.

Aún será año nuevo. Habrá empanadas;

y yo tendré hambre, cuando toque a misa

en el-beato campanario

el buen ciego mélico con quien

departieron mis sílabas escolares y frescas,

mi inocencia rotunda.

Y cuando la mañana llena de gracia,

desde sus senos de tiempo,

que son dos renuncias, dos avances de amor

que se tienden y ruegan infinito, eterna vida,

cante, y eche a volar Verbos plurales,

jirones de tu ser,

a la borda de sus alas blancas

de hermana de la caridad, ¡oh, padre mio!

ESPERGESIA

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,

que soy malo; y no saben

del diciembre de ese enero.

Pues yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

Hay un vacío

en mi aire metafísico

que nadie ha de palpar:

el claustro de un silencio



que habló a flor de fuego.

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

Hermano, escucha, escucha...

Bueno. Y que no me vaya

sin llevar diciembres,

sin dejar eneros.

Pues yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,

que mastico... Y no saben

por qué en mi verso chirrían,

oscuro sinsabor de féretro,

luyidos vientos

desenroscados de la Esfinge

preguntona del Desierto.

Todos saben... Y no saben

que la luz es tísica,

y la Sombra gorda...

Y no saben que el Misterio sintetiza...

que él es la joroba

musical y triste que a distancia denuncia

el paso meridiano de las lindes a las Lindes.

Yo nací un día

que Dios estuvo enfermo,

grave.

 

TRILCE

 

I

Quién hace tanta bulla y ni deja

Testar las islas que van quedando.

Un poco más de consideración

en cuanto será tarde, temprano,

y se aquilatará mejor

el guano, la simple calabrina tesórea

que brinda sin querer,

en el insular corazón,

salobre alcatraz, a cada hialóidea

grupada.

Un poco más de consideración,

y el mantillo líquido, seis de la tarde

de los más soberbios bemoles.

Y la península párase

por la espalda, abozaleada, impertérrita

en la línea mortal del equilibrio.

 

II

Tiempo Tiempo.

Mediodía estancado entre relentes.

Bomba aburrida del cuartel achica

tiempo tiempo tiempo tiempo.

Era Era.

Gallos cancionan escarbando en vano.

Boca del claro día que conjuga

era era era era.

Mañana Mañana.

El reposo caliente aún de ser.

Piensa el presente guárdame para

mañana mañana mañana mañana

Nombre Nombre.

¿Qué se llama cuanto heriza nos?

Se llama Lomismo que padece

nombre nombre nombre nombrE.

 

III

Las personas mayores

¿a qué hora volverán?

Da las seis el ciego Santiago,

y ya está muy oscuro

Madre dijo que no demoraría.

Aguedita, Nativa, Miguel,

cuidado con ir por ahí, por donde

acaban de pasar gangueando sus memorias

dobladoras penas,

hacia el silencioso corral, y por donde

las gallinas que se están acostando todavía,

se han espantado tanto.

Mejor estemos aquí no más.

Madre dijo que no demoraría.

Ya no tengamos pena. Vamos viendo

los barcos ¡el mío es más bonito de todos!

con los cuales jugamos todo el santo día,

sin pelearnos, como debe de ser:

han quedado en el pozo de agua, listos,

fletados de dulces para mañana.

Aguardemos así, obedientes y sin más

remedio, la vuelta, el desagravio

de los mayores siempre delanteros

dejándonos en casa a los pequeños,

como si también nosotros

no pudiésemos partir.

Aguedita, Nativa, Miguel?

Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.

No me vayan a haber dejado solo,

y el único recluso sea yo.

 

IV

Rechinan dos carretas contra los martillos

hasta los lagrimales trifurcas,

cuandonunca las hicimos nada.

A aquella otra sí, desamada,

amargurada bajo túnel campero

por lo uno, y sobre duras ájidas

pruebas espiritivas.

Tendime en són de tercera parte,

mas la tarde -qué la bamos a hhazer

se anilla en mi cabeza, furiosamente

a no querer dosificarse en madre. Son

los anillos.

Son los nupciales trópicos ya tascados.

El alejarse, mejor que todo,

rompe a Crisol.

Aquel no haber descolorado

por nada. Lado al lado al destino y llora

y llora. Toda la canción

cuadrada en tres silencios.

Calor. Ovario. Casi transparencia.

Háse llorado todo. Háse entero velado

en plena izquierda.

 

V

Grupo dicotiledón. Oberturan

desde él petreles, propensiones de trinidad,

finales que comienzan, ohs de ayes

creyérase avaloriados de heterogeneidad.

¡Grupo de los dos cotiledones!

A ver. Aquello sea sin ser más.

A ver. No trascienda hacia afuera,

y piense en són de no ser escuchado,

y crome y no sea visto.

Y no glise en el gran colapso.

La creada voz rebélase y no quiere

ser malla, ni amor.

Los novios sean novios en eternidad.

Pues no deis 1, que resonará al infinito.

Y no deis 0, que callará tánto,

hasta despertar y poner de pie al 1.

Ah grupo bicardiaco.

 

VI

El traje que vestí mañana

no lo ha lavado mi lavandera:

lo lavaba en sus venas otilinas,

en el chorro de su corazón, y hoy no he

de preguntarme si yo dejaba

el traje turbio de injusticia.

A hora que no hay quien vaya a las aguas,

en mis falsillas encañona

el lienzo para emplumar, y todas las cosas

del velador de tánto qué será de mí,

todas no están mías

a mi lado.

Quedaron de su propiedad,

fratesadas, selladas con su trigueña bondad.

Y si supiera si ha de volver;

y si supiera qué mañana entrará

a entregarme las ropas lavadas, mi aquella

lavandera del alma. Que mañana entrará

satisfecha, capulí de obrería, dichosa

de probar que sí sabe, que sí puede

¡CÓMO NO VA A PODER!

azular y planchar todos los caos.

 

VII

Rumbé sin novedad por la veteada calle

que yo me sé. Todo sin novedad,

de veras. Y fondeé hacia cosas así,

y fui pasado.

Doblé la calle por la que raras

veces se pasa con bien, salida

heroica por la herida de aquella

esquina viva, nada a medias.

Son los grandores,

el grito aquel, la claridad de careo,

la barreta sumersa en su función de

¡ya!

Cuando la calle está ojerosa de puertas,

y pregona desde descalzos atriles

trasmañanar las salvas en los dobles.

Ahora hormigas minuteras

se adentran dulzoradas, dormitadas, apenas

dispuestas, y se baldan,

quemadas pólvoras, altos de a 1921.

 

VIII

Mañana esotro día, alguna

vez hallaría para el hifalto poder,

entrada eternal.

Mañana algún día,

sería la tienda chapada

con un par de pericardios, pareja

de carnívoros en celo.

Bien puede afincar todo eso.

Pero un mañana sin mañana,

entre los aros de que enviudemos,

margen de espejo habrá

donde traspasaré mi propio frente

hasta perder el eco

y quedar con el frente hacia la espalda.

 

IX

Vusco volvvver de golpe el golpe.

Sus dos hojas anchas, su válvula

que se abre en suculenta recepción

de multiplicando a multiplicador,

su condición excelente para el placer,

todo avía verdad.

Busco volvver de golpe el golpe.

A su halago, enveto bolivarianas fragosidades

a treintidós cables y sus múltiples,

se arrequintan pelo por pelo

soberanos belfos, los dos tomos de la Obra,

y no vivo entonces ausencia,

ni al tacto.

Fallo bolver de golpe el golpe.

No ensillaremos jamás el toroso Vaveo

de egoísmo y de aquel ludir mortal

de sábana,

desque la mujer esta

¡cuánto pesa de general!

Y hembra es el alma de la ausente.

Y hembra es el alma mía.

 

X

Prístina y última piedra de infundada

ventura, acaba de morir

con alma y todo, octubre habitación y encinta.

De tres meses de ausente y diez de dulce.

Cómo el destino,

mitrado monodáctilo, ríe.

Cómo detrás desahucian juntas

de contrarios. Cómo siempre asoma el guarismo

bajo la línea de todo avatar.

Cómo escotan las ballenas a palomas.

Cómo a su vez éstas dejan el pico

cubicado en tercera ala.

Cómo arzonamos, cara a monótonas ancas.

Se remolca diez meses hacia la decena,

hacia otro más allá.

Dos quedan por lo menos todavía en pañales.

Y los tres meses de ausencia.

Y los nueve de gestación.

No hay ni una violencia.

El paciente incorpórase,

y sentado empavona tranquilas misturas.

 

XI

He encontrado a una niña

en la calle, y me ha abrazado.

Equis, disertada, quien la halló y la halle,

no la va a recordar.

Esta niña es mi prima. Hoy, al tocarle

el talle, mis manos han entrado en su edad

como en par de mal rebocados sepulcros.

Y por la misma desolación marchóse,

delta al sol tenebloso,

trina entre los dos.

«Me he casado»,

me dice. Cuando lo que hicimos de niños

en casa de la tía difunta.

Se ha casado.

Se ha casado.

Tardes años latitudinales,

qué verdaderas ganas nos ha dado

de jugar a los toros, a las yuntas,

pero todo de engaños, de candor, como fue.

 

XII

Escapo de una finta, peluza a peluza.

Un proyectil que no sé dónde irá a caer.

Incertidumbre. Tramonto. Cervical coyuntura.

Chasquido de moscón que muere

a mitad de su vuelo y cae a tierra.

¿Qué dice ahora Newton?

Pero, naturalmente, vosotros sois hijos.

Incertidumbre. Talones que no giran.

Carilla en nudo, fabrida

cinco espinas por un lado

y cinco por el otro: Chit! Ya sale.

 

XIII

Pienso en tu sexo.

Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,

ante el hijar maduro del día.

Palpo el botón de dicha, está en sazón.

Y muere un sentimiento antiguo

degenerado en seso.

Pienso en tu sexo, surco más prolífico

y armonioso que el vientre de la Sombra,

aunque la Muerte concibe y pare

de Dios mismo.

Oh Conciencia,

pienso, sí, en el bruto libre

que goza donde quiere, donde puede.

Oh, escándalo de miel de los crepúsculos.

Oh estruendo mudo.

Odumodneurtse!

 

XIV

Cual mi explicación.

Esto me lacera de tempranía.

Esa manera de caminar por los trapecios.

Esos corajosos brutos como postizos.

Esa goma que pega el azogue al adentro.

Esas posaderas sentadas para arriba.

Ese no puede ser, sido.

Absurdo.

Demencia.

Pero he venido de Trujillo a Lima.

Pero gano un sueldo de cinco soles.

 

XV

En el rincón aquel, donde dormimos juntos

tantas noches, ahora me he sentado

a caminar. La cuja de los novios difuntos

fue sacada, o talvez qué habrá pasado.

Has venido temprano a otros asuntos,

y ya no estás. Es el rincón

donde a tu lado, leí una noche,

entre tus tiernos puntos,

un cuento de Daudet. Es el rincón

amado. No lo equivoques.

Me he puesto a recordar los días

de verano idos, tu entrar y salir,

poca y harta y pálida por los cuartos.

En esta noche pluviosa,

ya lejos de ambos dos, salto de pronto...

Son dos puertas abriéndose cerrándose,

dos puertas que al viento van y vienen

sombra a sombra.

 

XVI

Tengo fe en ser fuerte.

Dame, aire manco, dame ir

galoneándome de ceros a la izquierda.

Y tú, sueño, dame tu diamante implacable,

tu tiempo de deshora.

Tengo fe en ser fuerte.

Por allí avanza cóncava mujer,

cantidad incolora, cuya

gracia se cierra donde me abro.

Al aire, fray pasado. Cangrejos, zote!

Avístase la verde bandera presidencial,

arriando las seis banderas restantes,

todas las colgaduras de la vuelta.

Tengo fe en qué soy,

y en que he sido menos.

Ea! Buen primero!

 

XVII

Destílase este 2 en una sola tanda,

y entrambos lo apuramos.

Nadie me hubo oído. Estría urente

abracadabra civil.

La mañana no palpa cual la primera,

cual la última piedra ovulandas

a fuerza de secreto. La mañana descalza.

El barro a medias

entre sustancias gris, más y menos.

Caras no saben de la cara, ni de la

marcha a los encuentros.

Y sin hacia cabecee el exergo.

Yerra la punta del afán.

Junio, eres nuestro. Junio, y en tus hombros

me paro a carcajear, secando

mi metro y mis bolsillos

en tus 21 uñas de estación.

Buena! Buena!

 

XVIII

Oh las cuatro paredes de la celda.

Ah las cuatro paredes albicantes

que sin remedio dan al mismo número.

Criadero de nervios, mala brecha,

por sus cuatro rincones cómo arranca

las diarias aherrojadas extremidades.

Amorosa llavera de innumerables llaves,

si estuvieras aquí, si vieras hasta

qué hora son cuatro estas paredes.

Contra ellas seríamos contigo, los dos,

más dos que nunca. Y ni lloraras,

di, libertadora!

Ah las paredes de la celda.

De ellas me duele entretanto, más

las dos largas que tienen esta noche

algo de madres que ya muertas

llevan por bromurados declives,

a un niño de la mano cada una.

Y sólo yo me voy quedando,

con la diestra, que hace por ambas manos,

en alto, en busca de terciario brazo

que ha de pupilar, entre mi dónde y mi cuándo,

esta mayoría inválida de hombre.

 

XIX

A trastear, Hélpide dulce, escampas,

cómo quedamos de tan quedarnos.

Hoy vienes apenas me he levantado.

El establo está divinamente meado

y excrementido por la vaca inocente

y el inocente asno y el gallo inocente.

Penetra en la maría ecuménica.

Oh sangabriel, haz que conciba el alma,

el sin luz amor, el sin cielo,

lo más piedra, lo más nada,

hasta la ilusión monarca.

Quemaremos todas las naves!

Quemaremos la última esencia!

Mas si se ha de sufrir de mito a mito,

y a hablarme llegas masticando hielo,

mastiquemos brasas,

ya no hay donde bajar,

ya no hay donde subir.

Se ha puesto el gallo incierto, hombre.

 

XX

Al ras de batiente nata blindada

de piedra ideal. Pues apenas

acerco el 1 al 1 para no caer.

Ese hombre mostachoso. Sol,

herrada su única rueda, quinta y perfecta,

y desde ella para arriba.

Bulla de botones de bragueta,

libres,

bulla que reprende A vertical subordinada.

El desagüe jurídico. La chirota grata.

Mas sufro. Allende sufro. Aquende sufro.

Y he aquí se me cae la baba, soy

una bella persona, cuando

el hombre guillermosecundario

puja y suda felicidad

a chorros, al dar lustre al calzado

de su pequeña de tres años.

Engállase el barbado y frota un lado.

La niña en tanto pónese el índice

en la lengua que empieza a deletrear

los enredos de enredos de los enredos,

y unta el otro zapato, a escondidas,

con un poquito de saliba y tierra,

pero con un poquito

no má-

s.

 

XXI

En un auto arteriado de círculos viciosos

torna diciembre qué cambiado,

con su oro en desgracia. Quién le viera:

diciembre con sus 31 pieles rotas,

el pobre diablo.

Yo le recuerdo. Hubimos de esplendor,

bocas ensortijadas de mal engreimiento,

todas arrastrando recelos infinitos.

Cómo no voy a recordarle

al magro señor Doce.

Yo le recuerdo. Y hoy diciembre torna

qué cambiado, el aliento a infortunio,

helado, moqueando humillación.

Y a la temurosa avestruz

como que la ha querido, corno que la ha adorado.

Pero ella se ha calzado todas sus diferencias.

 

XXII

Es posible me persigan hasta cuatro

magistrados vuelto. Es posible me juzguen pedro.

¡Cuatro humanidades justas juntas!

Don Juan Jacobo está en hacerio,

y las burlas le tiran de su soledad,

como a un tonto. Bien hecho.

Farol rotoso, el día induce a darle algo,

y pende

a modo de asterisco que se mendiga

a sí propio quizás qué enmendaturas.

Ahora que chirapa tan bonito

en esta paz de una sola línea,

aquí me tienes,

aquí me tienes, de quien yo penda,

para que sacies mis esquinas.

Y si, éstas colmadas,

te derramases de mayor bondad,

sacaré de donde no haya,

forjaré de locura otros posillos,

insaciables ganas

de nivel y amor.

Si pues siempre salimos al encuentro

de cuanto entra por otro lado,

ahora, chirapado eterno y todo,

heme, de quien yo penda,

estoy de filo todavía. Heme!

 

XXIII

Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos

pura yema infantil innumerable, madre.

Oh tus cuatro gorgas, asombrosamente

mal plañidas, madre: tus mendigos.

Las dos hermanas últimas, Miguel que ha muerto

y yo arrastrando todavía

una trenza por cada letra del abecedario.

En la sala de arriba nos repartías

de mañana, de tarde, de dual estiba,

aquellas ricas hostias de tiempo, para

que ahora nos sobrasen

cáscaras de relojes en flexión de las 24

en punto parados.

Madre, y ahora! Ahora, en cuál alvéolo

quedaría, en qué retoño capilar,

cierta migaja que hoy se me ata al cuello

y no quiere pasar. Hoy que hasta

tus puros huesos estarán harina

que no habrá en qué amasar

¡tierna dulcera de amor,

hasta en la cruda sombra, hasta en el gran molar

cuya encía late en aquel lácteo hoyuelo

que inadvertido lábrase y pulula ¡tú lo viste tánto!

en las cerradas manos recién nacidas.

Tal la tierra oirá en tu silenciar,

cómo nos van cobrando todos

el alquiler del mundo donde nos dejas

y el valor de aquel pan inacabable.

Y nos lo cobran, cuando, siendo nosotros

pequeños entonces, como tú verías,

no se lo podíamos haber arrebatado

a nadie; cuando tú nos lo diste,

¿di, mamá?

 

XXIV

Al borde de un sepulcro florecido

transcurren dos marías llorando,

llorando a mares.

El ñandú desplumado del recuerdo

alarga su postrera pluma,

y con ella la mano negativa de Pedro

graba en un domingo de ramos

resonancias de exequias y de piedras.

Del borde de un sepulcro removido

se alejan dos marías cantando.

Lunes.

 

XXV

Alfan alfiles a adherirse

a las junturas, al fondo, a los testuces,

al sobrelecho de los numeradores a pie.

Alfiles y cadillos de lupinas parvas.

Al rebufar el socaire de cada caravela

deshilada sin ameracanizar,

ceden las estevas en espasmo de infortunio,

con pulso párvulo mal habituado

a sonarse en el dorso de la muñeca.

Y la más aguda tiplisonancia

se tonsura y apeálase, y largamente

se ennazala hacia carámbanos

de lástima infinita.

Soberbios lomos resoplan

al portar, pendientes de mustios petrales

las escarapelas con sus siete colores

bajo cero, desde las islas guaneras

hasta las islas guaneras.

Tal los escarzos a la intemperie de pobre

fe.

Tal el tiempo de las rondas. Tal el del rodeo

para los planos futuros,

cuando innánima grifalda relata sólo

fallidas callandas cruzadas.

Vienen entonces alfiles a adherirse

hasta en las puertas falsas y en los borradores.

 

XXVI

El verano echa nudo a tres años

que, encintados de cárdenas cintas, a todo

sollozo,

aurigan orinientos índices

de moribundas alejandrías,

de cuzcos moribundos.

Nudo alvino deshecho, una pierna por allí,

más allá todavía la otra,

desgajadas, y

péndulas.

Deshecho nudo de lácteas glándulas

de la sinamayera,

bueno para alpacas brillantes,

para abrigo de pluma inservible

¡más piernas los brazos que brazos!

Así envérase el fin, como todo,

como polluelo adormido saltón

de la hendida cáscara,

a luz eternamente polla.

Y así, desde el óvalo, con cuatros al hombro,

ya para qué tristura.

Las uñas aquellas dolían

retesando los propios dedos hospicios.

De entonces crecen ellas para adentro,

mueren para afuera,

y al medio ni van ni vienen,

ni van ni vienen.

Las uñas. Apeona ardiente avestruz coja,

desde perdidos sures,

flecha hasta el estrecho ciego

de senos aunados.

Al calor de una punta

de pobre sesgo ESFORZADO,

la griega sota de oros tórnase

morena sota de islas,

cobriza sota de lagos

en frente a moribunda alejandría,

a cuzco moribundo.

 

XXVII

Me da miedo ese chorro,

buen recuerdo, señor fuerte, implacable

cruel dulzor. Me da miedo.

Esta casa me da entero bien, entero

lugar para este no saber dónde estar.

No entremos. Me da miedo este favor

de tornar por minutos, por puentes volados.

Yo no avanzo, señor dulce,

recuerdo valeroso, triste

esqueleto cantor.

Qué contenido, el de esta casa encantada,

me da muertes de azogue, y obtura

con plomo mis tomas

a la seca actualidad.

El chorro que no sabe a cómo vamos,

dame miedo, pavor.

Recuerdo valeroso, yo no avanzo.

Rubio y triste esqueleto, silba, silba.

 

XXVIII

He almorzado solo ahora, y no he tenido

madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,

ni padre que, en el facundo ofertorio

de los choclos, pregunte para su tardanza

de imagen, por los broches mayores del sonido.

Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir

de tales platos distantes esas cosas,

cuando habráse quebrado el propio hogar,

cuando no asoma ni madre a los labios.

Cómo iba yo a almorzar nonada.

A la mesa de un buen amigo he almorzado

con su padre recién llegado del mundo,

con sus canas tías que hablan

en tordillo retinte de porcelana,

bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;

y con cubiertos francos de alegres tiroriros,

porque estánse en su casa. Así, ¡qué gracia!

Y me han dolido los cuchillos

de esta mesa en todo el paladar.

El yantar de estas mesas así, en que se prueba

amor ajeno en vez del propio amor,

torna tierra el brocado que no brinda la

MADRE,

hace golpe la dura deglución; el dulce,

hiel; aceite funéreo, el café.

Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,

y el sírvete materno no sale de la

tumba,

la cocina a oscuras, la miseria de amor.

 

XXIX

Zumba el tedio enfrascado

bajo el momento improducido y caña.

Pasa una paralela a

ingrata línea quebrada de felicidad.

Me extraña cada firmeza, junto a esa agua

que se aleja, que ríe acero, calla.

Hilo retemplado, hilo, hilo binómico

¿por dónde romperás, nudo de guerra?

Acoraza este ecuador, Luna.

 

XXX

Quemadura del segundo

en toda la tierna cabecilla del deseo,

picadura de ají vagoroso,

a las dos de la tarde inmoral.

Guante de los bordes borde a borde.

Olorosa verdad tocada en vivo, al conectar

la antena del sexo

con lo que estamos siendo sin saberlo.

Lavaza de máxima ablución.

Calderas viajeras

que se chocan y salpican de fresca sombra

unánime, el color, la fracción, la dura vida,

la dura vida eterna.

No temamos. La muerte es así.

El sexo sangre de la amada que se queja

dulzorada, de portar tánto

por tan punto ridículo.

Y el circuito

entre nuestro pobre día y la noche grande,

a las dos de la tarde inmoral.

 

XXXI

Esperanza plañe entre algodones.

Aristas roncas uniformadas

de amenazas tejidas de esporas magníficas

y con porteros botones innatos.

¿Se luden seis de sol?

Natividad. Cállate, miedo.

Cristiano espero, espero siempre

de hinojos en la piedra circular que está

en las cien esquinas de esta suerte

tan vaga a donde asomo.

Y Dios sobresaltado nos oprime

el pulso, grave, mudo,

y como padre a su pequeña,

apenas,

pero apenas, entreabre los sangrientos algodones

y entre sus dedos toma a la esperanza.

Señor, lo quiero yo...

Y basta!

 

XXXII

999 calorías

Rumbbb... Trrraprrrr rrach... chaz

Serpentínica u del bizcochero

engirafada al tímpano.

Quién como los hielos. Pero no.

Quién como lo que va ni más ni menos.

Quién como el justo medio.

1,000 calorías

Azulea y ríe su gran cachaza

el firmamento gringo. Baja

el sol empavado y le alborota los cascos

al más frío.

Remeda al cuco; Roooooooeeeis ......

tierno autocarril, móvil de sed,

que corre hasta la playa.

Aire, aire! Hielo!

Si al menos el calor (_______Mejor

no digo nada.

Y hasta la misma pluma

con que escribo por último se troncha.

Treinta y tres trillones trescientos treinta

y tres calorías.

 

XXXIII

Si lloviera esta noche, retiraríame

de aquí a mil años.

Mejor a cien no más.

Como si nada hubiese ocurrido, haría

la cuenta de que vengo todavía.

O sin madre, sin amada, sin porfía

de agacharme a aguaitar al fondo, a puro

pulso,

esta noche así, estaría escarmenando

la fibra védica,

la lana védica de mi fin final, hilo

del diantre, traza de haber tenido

por las narices

a dos badajos inacordes de tiempo

en una misma campana.

Haga la cuenta de mi vida

o haga la cuenta de no haber aún nacido

no alcanzaré a librarme.

No será lo que aún no haya venido, sino

lo que ha llegado y ya se ha ido,

sino lo que ha llegado y ya se ha ido.

 

XXXIV

Se acabó el extraño, con quien, tarde

la noche, regresabas parla y parla.

Ya no habrá quien me aguarde,

dispuesto mi lugar, bueno lo malo.

Se acabó la calurosa tarde;

tu gran bahía y tu clamor; la charla

con tu madre acabada

que nos brindaba un té lleno de tarde.

Se acabó todo al fin: las vacaciones,

tu obediencia de pechos, tu manera

de pedirme que no me vaya fuera.

Y se acabó el diminutivo, para

mi mayoría en el dolor sin fin,

y nuestro haber nacido así sin causa.

 

XXXV

El encuentro con la amada

tánto alguna vez, es un simple detalle,

casi un programa hípico en violado,

que de tan largo no se puede doblar bien.

El almuerzo con ella que estaría

poniendo el plato que nos gustara ayer

y se repite ahora,

pero con algo más de mostaza;

el tenedor absorto, su doneo radiante

de pistilo en mayo, y su verecundia

de a centavito, por quítame allá esa paja.

Y la cerveza lírica y nerviosa

a la que celan sus dos pezones sin lúpulo,

y que no se debe tomar mucho!

Y los demás encantos de la mesa

que aquella núbil campaña borda

con sus propias baterías germinales

que han operado toda la mañana,

según me consta, a mí,

amoroso notario de sus intimidades,

y con las diez varillas mágicas

de sus dedos pancreáticos.

Mujer que, sin pensar en nada más allá,

suelta el mirlo y se pone a conversarnos

sus palabras tiernas

como lancinantes lechugas recién cortadas.

Otro vaso, y me voy. Y nos marchamos,

ahora sí, a trabajar.

Entre tanto, ella se interna

entre los cortinajes y ¡oh aguja de mis días

desgarrados! se sienta a la orilla

de una costura, a coserme el costado

a su costado,

a pegar el botón de esa camisa,

que se ha vuelto a caer. Pero hase visto!

 

XXXVI

Pugnamos ensartarnos por un ojo de aguja,

enfrentados, a las ganadas.

Amoniácase casi el cuarto ángulo del círculo.

¡Hembra se continúa el macho, a raíz

de probables senos, y precisamente

a raíz de cuanto no florece.

¿Por ahí estás, Venus de Milo?

Tú manqueas apenas, pululando

entrañada en los brazos plenarios

de la existencia,

de esta existencia que todaviiza

perenne imperfección.

Venus de Milo, cuyo cercenado, increado

brazo revuélvese y trata de encodarse

a través de verdeantes guijarros gagos,

ortivos nautilos, aunes que gatean

recién, vísperas inmortales.

Laceadora de inminencias, laceadora

del paréntesis.

Rehusad, y vosotros, a posar las plantas

en la seguridad dupla de la Armonía.

Rehusad la simetría a buen seguro.

Intervenid en el conflicto

de puntas que se disputan

en la más torionda de las justas

el salto por el ojo de la aguja!

Tal siento ahora al meñique

demás en la siniestra. Lo veo y creo

no debe serme, o por lo menos que está

en sitio donde no debe.

Y me inspira rabia y me azarea

y no hay cómo salir de él, sino haciendo

la cuenta de que hoy es jueves.

¡Ceded al nuevo impar

potente de orfandad!

 

XXXVII

He conocido a una pobre muchacha

a quien conduje hasta la escena.

La madre, sus hermanas qué amables y también

aquel su infortunado < tú no vas a volver».

Como en cierto negocio me iba admirablemente,

me rodeaban de un aire de dinasta florido.

La novia se volvía agua,

y cuán bien me solía llorar

su amor mal aprendido.

Me gustaba su tímida marinera

de humildes aderezos al dar las vueltas,

y cómo su pañuelo trazaba puntos,

tildes, a la melografía de su bailar de juncia.

Y cuando ambos burlamos al párroco,

quebróse mi negocio y el suyo

y la esfera barrida.

 

XXXVIII

Este cristal aguarda ser sorbido

en bruto por boca venidera

sin dientes. No desdentada.

Este cristal es pan no venido todavía.

Hiere cuando lo fuerzan

y ya no tiene cariños animales.

Mas si se le apasiona, se melaría

y tomaría la horma de los sustantivos

que se adjetivan de brindarse.

Quienes lo ven allí triste individuo

incoloro, lo enviarían por amor,

por pasado y a lo más por futuro:

si él no dase por ninguno de sus costados;

si él espera ser sorbido de golpe

y en cuanto transparencia, por boca ve

nidera que ya no tendrá dientes.

Este cristal ha pasado de animal,

y márchase ahora a formar las izquierdas,

los nuevos Menos.

Déjenlo solo no más.

 

XXXIX

Quién ha encendido fósforo!

Mésome. Sonrío

a columpio por motivo.

Sonrío aún más, si llegan todos

a ver las guías sin color

y a mí siempre en punto. Qué me importa.

Ni ese bueno del Sol que, al morirse de gusto,

lo desposta todo para distribuirlo

entre las sombras, el pródigo,

ni él me esperaría a la otra banda.

Ni los demás que paran solo

entrando y saliendo.

Llama con toque de retina

el gran panadero. Y pagamos en señas

curiosísimas el tibio valor innegable

horneado, trascendiente.

Y tomamos el café, ya tarde,

con deficiente azúcar que ha faltado,

y pan sin mantequilla. Qué se va a hacer.

Pero, eso sí, los aros receñidos, barreados.

La salud va en un pie. De frente: marchen!

 

XL

Quién nos hubiera dicho que en domingo

así, sobre arácnidas cuestas

se encabritaría la sombra de puro frontal.

(Un molusco ataca yermos ojos encallados,

a razón de dos o más posibilidades tantálicas

contra medio estertor de sangre remordida).

Entonces, ni el propio revés de la pantalla

deshabitado enjugaría las arterias

trasdoseadas de dobles todavías.

Como si nos hubiesen dejado salir! Como

si no estuviésemos embrazados siempre

a los dos flancos diarios de la fatalidad!

Y cuánto nos habríamos ofendido.

Y aún lo que nos habríamos enojado y peleado

y amistado otra vez

y otra vez.

Quién hubiera pensado en tal domingo,

cuando, a rastras, seis codos lamen

de esta manera, hueras yemas lunesentes.

Habríamos sacado contra él, de bajo

de las dos alas del Amor,

lustrales plumas terceras, puñales,

nuevos pasajes de papel de oriente.

Para hoy que probamos si aún vivimos,

casi un frente no más.

 

XLI

La Muerte de rodillas mana

su sangre blanca que no es sangre.

Se huele a garantía.

Pero ya me quiero reír.

Murmúrase algo por allí. Callan.

Alguien silba valor de lado,

y hasta se contaría en par

veintitrés costillas que se echan de menos

entre sí, a ambos costados; se contaría

en par también, toda la fila

de trapecios escoltas.

En tanto; el redoblante policial

(otra vez me quiero reír)

se desquita y nos tunde a palos,

dale y dale,

de membrana a membrana,

tas

con

tas.

 

XLII

Esperaos. Ya os voy a narrar

todo. Esperaos sossiegue

este dolor de cabeza. Esperaos.

¿Dónde os habéis dejado vosotros

que no hacéis falta jamás?

Nadie hace falta! Muy bien.

Rosa, entra del último piso.

Estoy niño. Y otra vez rosa:

ni sabes a dónde voy.

¿Aspa la estrella de la muerte?

O son extrañas máquinas cosedoras

dentro del costado izquierdo.

Esperaos otro momento.

No nos ha visto nadie. Pura

búscate el talle.

¡A dónde se han saltado tus ojos!

Penetra reencarnada en los salones

de ponentino cristal. Suena

música exacta casi lástima.

Me siento mejor. Sin fiebre, y ferviente.

Primavera. Perú. Abro los ojos.

Ave! No salgas. Dios, como si sospechase

algún flujo sin reflujo ay.

Paletada facial, resbala el telón

cabe las conchas.

Acrisis. Tilia, acuéstate.

 

XLIII

Quién sabe se va a ti. No le ocultes.

Quién sabe madrugada.

Acaríciale. No le digas nada. Está

duro de lo que se ahuyenta.

Acaríciale. Anda! Cómo le tendrías pena.

Narra que no es posible

todos digan que bueno,

cuando ves que se vuelve y revuelve,

animal que ha aprendido a irse... No?

Sí! Acaríciale. No le arguyas.

Quién sabe se va a ti madrugada.

¿Has contado qué poros dan salida solamente,

y cuáles dan entrada?

Acaríciale. Anda! Pero no vaya a saber

que lo haces porque yo te lo ruego.

Anda!

 

XLIV

Este piano viaja para adentro,

viaja a saltos alegres.

Luego medita en ferrado reposo,

clavado con diez horizontes.

Adelanta. Arrástrase bajo túneles,

más allá, bajo túneles de dolor,

bajo vértebras que fugan naturalmente.

Otras veces van sus trompas,

lentas asias amarillas de vivir,

van de eclipse,

y se espulgan pesadillas insectiles,

ya muertas para el trueno, heraldo de los génesis.

Piano oscuro ¿a quién atisbas

con tu sordera que me oye,

con tu madurez que me asorda?

Oh pulso misterioso.

 

XLV

Me desvinculo del mar

cuando vienen las aguas a mi.

Salgamos siempre. Saboreemos

la canción estupenda, la canción dicha

por los labios inferiores del deseo.

Oh prodigiosa doncellez.

Pasa la brisa sin sal.

A lo lejos husmeo los tuétanos

oyendo el tanteo profundo, a la caza

de teclas de resaca.

Y si así diéramos las narices

en el absurdo,

nos cubriremos con el oro de no tener nada,

y empollaremos el ala aún no nacida

de la noche, hermana

de esta ala huérfana del día,

que a fuerza de ser una ya no es ala.

 

XLVI

La tarde cocinera se detiene

ante la mesa donde tú comiste;

y muerta de hambre tu memoria viene

sin probar ni agua, de lo puro triste.

Mas, como siempre, tu humildad se aviene

a que le brinden la bondad más triste.

Y no quieres gustar, que ves quien viene

filialmente a la mesa en que comiste.

La tarde cocinera te suplica

y te llora en su delatal que aún sórdido

nos empieza a querer de oírnos tánto.

Yo hago esfuerzos también; porque no hay

valor para servirse de estas aves.

Ah! qué nos vamos a servir ya nada.

 

XLVII

Ciliado arrecife donde nací,

según refieren cronicones y pliegos

de labios familiares historiados

en segunda gracia.

Ciliado archipiélago, te desislas a fondo,

a fondo, archipiélago mío!

Duras todavía las articulaciones

al camino, como cuando nos instan,

y nosotros no cedemos por nada.

Al ver los párpados cerrados,

implumes mayorcitos, devorando azules bombones,

se carcajean pericotes viejos.

Los párpados cerrados, correo si, cuando nacemos,

siempre no fuese tiempo todavía.

Se va el altar, el cirio para

que no le pasase nada a mi madre,

y por mí que sería con los años, si Dios

quería, Obispo, Papa, Santo, o talvez

sólo un columnario dolor de cabeza.

Y las manitas que se abarquillan

asiéndose de algo flotante,

a no querer quedarse.

Y siendo ya la 1.

 

XLVIII

Tengo ahora 70 soles peruanos.

Cojo la penúltima moneda, la que sue-

na 69 veces púnicas.

Y he aquí, al finalizar su rol,

quemase toda y arde llameante,

llameante,

redonda entre mis tímpanos alucinados.

Ella, siendo 69, dase contra 70;

luego escala 71, rebota en 72.

Y así se multiplica y espejea impertérrita

en todos los demás piñones.

Ella, vibrando y forcejeando,

pegando grittttos,

soltando arduos, chisporroteantes silencios,

orinándose de natural grandor,

en unánimes postes surgentes,

acaba por ser todos los guarismos,

la vida entera.

cerrándonos os esternones, en guanos

que entendemos perfectamente.

Con los fundillos lelos melancólicos,

amuchachado de trascendental desaliño,

parado, es adorable el pobre viejo.

Chancea con los presos, hasta el tope

los puños en las ingles. Y hasta mojarrilla

les roe algún mendrugo; pero siempre

cumpliendo su deber.

Por entre los barrotes pone el punto

fiscal, inadvertido, izándose en la falangita

del meñique,

a la pista de lo que hablo,

lo que como,

lo que sueño.

Quiere el corvino ya no hayan adentros,

y cómo nos duele esto que quiere el cancerbero.

Por un sistema de relojería, juega

el viejo inminente, pitagórico!

a lo ancho de las aortas. Y sólo

de tarde en noche, con noche

soslaya alguna su excepción de metal.

Pero, naturalmente,

siempre cumpliendo su deber.

 

XLIX

Murmurado en inquietud, cruzo,

el traje largo de sentir, los lunes

de la verdad.

Nadie me busca ni me reconoce,

y hasta yo he olvidado

de quién seré.

Cierta guardarropía, sólo ella, nos sabrá

a todos en las blancas hojas

de las partidas.

Esa guardarropía, ella sola,

al volver de cada facción,

de cada candelabro

ciego de nacimiento.

Tampoco yo descubro a nadie, bajo

este mantillo que iridice los lunes

de la razón;

y no hago más que sonreir a cada púa

de las verjas, en la loca búsqueda

del conocido.

Buena guardarropía, ábreme

tus blancas hojas:

quiero reconocer siquiera al 1,

quiero el punto de apoyo, quiero

saber de estar siquiera.

En los bastidores donde nos vestimos,

no hay, no Hay nadie: hojas tan sólo

de par en par.

Y siempre los trajes descolgándose

por sí propios, de perchas

como ductores índices grotescos,

y partiendo sin cuerpos, vacantes,

hasta el matiz prudente

de un gran caldo de alas con causas

y lindes fritas.

Y hasta el hueso!

 

L

El cancerbero cuatro veces

al día maneja su candado, abriéndonos

cerrándonos los esternones, en guiños

que entendemos perfectamente.

Con los fundillos lelos melancólicos,

amuchachado de trascendental desaliño,

parado, es adorable el pobre viejo.

Chancea con los presos, hasta el tope

los puños en las ingles. Y hasta mojarrilla

les roe algún mendrugo; pero siempre

cumpliendo su deber.

Por entre los barrotes pone el punto

fiscal, inadvertido, izándose en la falangita

del meñique,

a la pista de lo que hablo,

lo que como,

lo que sueño.

Quiere el corvino ya no hayan adentros,

y cómo nos duele esto que quiere el cancerbero.

Por un sistema de relojería, juega

el viejo inminente, pitagórico!

a lo ancho de las aortas. Y sólo

de tarde en noche, con noche

soslaya alguna su excepción de metal.

Pero, naturalmente,

siempre cumpliendo su deber.

 

LI

Mentira. Si lo hacía de engaños,

y nada más. Ya está. De otro modo,

también tú vas a ver

cuánto va a dolerme el haber sido así.

Mentira. Calla.

Ya está bien.

Como otras veces tú me haces esto mismo,

por eso yo también he sido así.

A mí, que había tánto atisbado si de veras

llorabas,

ya que otras veces sólo te quedaste

en tus dulces pucheros,

a mí, que ni soñé que los creyeses,

me ganaron tus lágrimas.

Ya está.

Mas ya lo sabes: todo fue mentira.

Y si sigues llorando, bueno, pues!

Otra vez ni he de verte cuando juegues.

 

LII

Y nos levantaremos cuando se nos dé

la gana, aunque mamá toda claror

nos despierte con cantora

y linda cólera materna.

Nosotros reiremos a hurtadillas de esto,

mordiendo el canto de las tibias colchas

de vicuña ¡y no me vayas a hacer cosas!

Los humos de los bohíos ¡ah golfillos

en rama! madrugarían a jugar

a las cometas azulinas, azulantes,

y, apañuscando alfarjes y piedras, nos darían

su estímulo fragante de boñiga,

para sacarnos

al aire nene que no conoce aún las letras,

a pelearles los hilos.

Otro día querrás pastorear

entre tus huecos onfalóideos

ávidas cavernas,

meses nonos,

mis telones.

O querrás acompañar a la ancianía

a destapar la toma de un crepúsculo,

para que de día surja

toda el agua que pasa de noche.

Y llegas muriéndote de risa,

y en el almuerzo musical,

cancha reventada, harina con manteca,

con manteca,

le tomas el pelo al peón decúbito

que hoy otra vez olvida dar los buenos días,

esos sus días, buenos con b de baldío,

que insisten en salirle al pobre

por la culata de la v

dentilabial que la vela en él.

 

LIII

Quién clama las once no son doce!

Como si las hubiesen pujado, se afrontan

de dos en dos las once veces.

Cabezazo brutal. Asoman

las coronas a oír,

pero sin traspasar los eternos

trescientos sesenta grados, asoman

y exploran en balde, dónde ambas manos

ocultan el otro puente que les nace

entre veras y litúrgicas bromas.

Vuelve la frontera a probar

las dos piedras que no alcanzan a ocupar

una misma posada a un mismo tiempo.

La frontera, la ambulante batuta, que sigue

inmutable, igual, sólo

más ella a cada esguince en alto.

Veis lo que es sin poder ser negado,

veis lo que tenemos que aguantar,

mal que nos pese.

¡Cuánto se aceita en codos

que llegan hasta la boca!

 

LIV

Forajido tormento, entra, sal

por un mismo forado cuadrangular.

Duda. El balance punza y punza

hasta las cachas.

A veces doyme contra todas las contras,

y por ratos soy el alto más negro de los ápices

en la fatalidad de la Armonía.

Entonces las ojeras se irritan divinamente,

y solloza la sierra del alma,

se violentan oxígenos de buena voluntad,

arde cuanto no arde y hasta

el dolor dobla el pico en risa.

Pero un día no podrás entrar

ni salir, con el puñado de tierra

que te echaré a los ojos, forajido!

 

LV

Samain diría el aire es quieto y de una contenida

tristeza.

Vallejo dice hoy la Muerte está soldando cada

lindero a cada hebra de cabello perdido, desde la cu

beta de un frontal, donde hay algas, toronjiles que

cantan divinos almácigos en guardia, y versos anti

sépticos sin dueño.

El miércoles, con uñas destronadas se abre las

propias uñas de alcanfor, e instila por polvorientos

harneros, ecos, páginas vueltas, sarros,

zumbidos de moscas

cuando hay muerto, y pena clara esponjosa y cierta

esperanza.

Un enfermo lee La Prensa, como en facistol.

Otro está tendido palpitante, longirrostro,

cerca a estarlo sepulto.

Y yo advierto un hombro está en su sitio

todavía y casi queda listo tras de éste, el otro lado.

Ya la tarde pasó diez y seis veces por el subsue-

lo empatrullado,

y se está casi ausente

en el número de madera amarilla

de la cama que está desocupada tanto tiempo

allá ..........................................

enfrente.-

 

LVI

Todos los días amanezco a ciegas

a trabajar para vivir; y tomo el desayuno,

sin probar ni gota de él, todas las mañanas.

Sin saber si he logrado, o más nunca,

algo que brinca del sabor

o es sólo corazón y que ya vuelto, lamentará

hasta dónde esto es lo menos.

El niño crecería ahito de felicidad

oh albas,

ante el pesar de los padres de no poder dejarnos

de arrancar de sus sueños de amor a este mundo;

ante ellos que, como Dios, de tanto amor

se comprendieron hasta creadores

y nos quisieron hasta hacernos daño.

Flecos de invisible trama,

dientes que huronean desde la neutra emoción,

pilares

libres de base y coronación,

en la gran boca que ha perdido el habla.

Fósforo y fósforo en la oscuridad,

lágrima y lágrima en la polvareda.

 

LVII

Craterizados los puntos más altos, los puntos

del amor, de ser mayúsculo, bebo, ayuno ab

sorbo heroína para la pena, para el latido

lacio y contra toda corrección.

¿Puedo decir que nos han traicionado? No.

¿Qué todos fueron buenos? Tampoco. Pero

allí está una buena voluntad, sin duda,

y sobre todo, el ser así.

Y qué quien se ame mucho! Yo me busco

en mi propio designio que debió ser obra

mía, en vano: nada alcanzó a ser libre.

Y sin embargo, quién me empuja.

A que no me atrevo a cerrar la quinta ventana.

Y el papel de amarse y persistir, junto a las

horas y a lo indebido.

Y el éste y el aquél.

 

LVIII

En la celda, en lo sólido, también

se acurrucan los rincones.

Arreglo los desnudos que se ajan,

se doblan, se harapan.

Apéome del caballo jadeante, bufando

líneas de bofetadas y de horizontes;

espumoso pie contra tres cascos.

Y le ayudo: Anda, animal!

Se tomaría menos, siempre menos, de lo

que me tocase erogar,

en la celda, en lo líquido.

El compañero de prisión comía el trigo

de las lomas, con mi propia cuchara,

cuando, a la mesa de mis padres, niño,

me quedaba dormido masticando.

Le soplo al otro:

Vuelve, sal por la otra esquina;

apura ...aprisa,... apronta!

E inadvertido aduzco, planeo,

cabe camastro desvencijado, piadoso:

No creas. Aquel médico era un hombre sano.

Ya no reiré cuando mi madre rece

en infancia y en domingo, a las cuatro

de la madrugada, por los caminantes,

encarcelados,

enfermos

y pobres.

En el redil de niños, ya no le asestaré

puñetazos a ninguno de ellos, quien, después,

todavía sangrando, lloraría: El otro sábado

te daré de mi fiambre, pero

no me pegues!

Ya no le diré que bueno.

En la celda, en el gas ilimitado

hasta redondearse en la condensación,

¿quién tropieza por afuera?

 

LIX

La esfera terrestre del amor

que rezagóse abajo, da vuelta

y vuelta sin parar segundo,

y nosotros estamos condenados a sufrir

como un centro su girar.

Pacifico inmóvil, vidrio, preñado

de todos los posibles.

Andes frío, inhumanable, puro.

Acaso. Acaso.

Gira la esfera en el pedernal del tiempo,

y se afila,

y se afila hasta querer perderse;

gira forjando, ante los desertados flancos,

aquel punto tan espantablemente conocido,

porque él ha gestado, vuelta

y vuelta,

el corralito consabido.

Centrífuga que sí, que sí,

que Sí,

que sí, que sí, que sí, que sí: NO!

Y me retiro hasta azular, y retrayéndome

endurezco, hasta apretarme el alma!

 

LX

Es de madera mi paciencia,

sorda, vejetal.

Día que has sido puro, niño, inútil,

que naciste desnudo, las leguas

de tu marcha, van corriendo sobre

tus doce extremidades, ese doblez ceñudo

que después deshiláchase

en no se sabe qué úl


Date: 2016-01-05; view: 898


<== previous page | next page ==>
LOS ANILLOS FATIGADOS | POEMAS NO INCLUIDOS EN TRILCE
doclecture.net - lectures - 2014-2024 year. Copyright infringement or personal data (0.203 sec.)