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Libros de Luz: http://librosdeluz.tripod.com 14 page

que aquel médico pudiera salir en los periódicos y haber realizado semejante descubrimiento.

Y muchos —quizá los que nunca le apreciaron de verdad— terminaban por burlarse de

sus investigaciones y de su propia persona.

Pero esto, insisto, no hacía mella en el ánimo del doctor. Todo lo contrario. Su espíritu

salía robustecido de la prueba.

—Acepto y aceptaré siempre la crítica responsable —decía él cuando tratábamos esta

cuestión—, porque hasta ahora me ha hecho más bien que mal. Me ayuda a serenar el alma.

Y los que me atacan sólo tendrán mi respuesta cuando dé por concluidas mis investigaciones.

A veces me pregunto por qué el ser humano tiene esta tendencia a ridiculizar al hombre

de ciencia...

»¿Qué gana con ello?»

Aquélla iba a ser mi última entrevista con Javier Cabrera. En mi mente, sin embargo,

quedaban cientos de preguntas, cientos de dudas.

Pero todas iban a verse eclipsadas ante una de las revelaciones del médico peruano.

Algo que multiplicaba el interés del descubrimiento. Algo que daba a la «biblioteca» una

nueva y fascinante dimensión.

CAPÍTULO 14

¿MÁS DE UN MILLÓN DE PIEDRAS?

De todas las objeciones que me había enumerado el arqueólogo señor Ravínez sólo una

—en honor a la verdad— había arraigado en mi mente.

«¿Por qué Cabrera no señala el yacimiento de donde afirma que extraen las piedras

grabadas?»

Aquel interrogante —para mí casi un reto— llegó a convertirse, en mis últimos días en

Perú, en una obsesión. ¿De dónde se sacaban realmente tantos miles y miles de rocas

grabadas? ¿Había algún depósito secreto en el desierto de Ocucaje, al que había llegado

Javier Cabrera en sus investigaciones a lo largo de estos años?

Y lo que era más intrigante, ¿por qué no terminar con todas aquellas críticas,

especulaciones y polémicas revelando de una vez por todas el yacimiento donde se ocultaba

la gran «biblioteca»?

Hasta ahora se sabía que muchas de las piedras grabadas procedían de las tumbas

prehispánicas, del fondo del desierto de Ocucaje y de sus suaves cerros volcánicos.

Sabíamos que los campesinos las habían sacado de dichas zonas durante muchos años.

Pero, a pesar de todo, resultaba poco menos que imposible concebir que más de 50.000

piedras —muchas de ellas con un peso superior a los 200 kilos— hubieran podido aparecer

bajo la arena de la Hacienda de Ocucaje. No era lógico.

Y mis pensamientos, como los de casi todas las personas interesadas en desvelar el

misterio, iban y venían tras todas las hipótesis y posibilidades, pendientes de la que ofreciera



más visos de realidad.

A punto estuvimos mi compañero Fernando Múgica y yo de iniciar una expedición de

búsqueda en el desierto de Ocucaje, en compañía de otros dos peruanos, entusiasmados

también con la idea de localizar aquel sanctasanctórum del más remoto testimonio de la

presencia del ser humano sobre la Tierra.

Sólo la falta de tiempo —debíamos regresar a España en breves días— nos obligó a

desistir de tan sugestivo proyecto. Todo había sido pensado meticulosamente.

Nuestra permanencia entre las dunas y cerros amarillos de Ocucaje no podría ser inferior a

20 o 30 días. Provistos de un equipo adecuado, nuestra misión básica consistiría en el

seguimiento, mediante prismáticos de largo alcance, de las diversas familias del poblado, de

las que teníamos fundadas sospechas seguían extrayendo piedras grabadas de algún

escondido lugar del desierto.

Hasta ahora, como habrá deducido el lector, los citados indígenas de la Hacienda de

Ocucaje se habían negado en redondo a facilitar cualquier tipo de información sobre el

referido depósito. En un principio todos pensamos que la razón podía estar en el deseo de

los indios de seguir «explotando» aquel yacimiento en forma privada. Si lo hubieran

revelado, sus ganancias habrían desaparecido irremisiblemente. Tampoco había que olvidar

que la localización de dicho depósito por arqueólogos profesionales o miembros del

Gobierno habría llevado posiblemente a la cárcel a buen número de estos campesinos.

Sus constantes negativas, por tanto, a proporcionar información sobre la zona exacta

donde se encontraban las piedras grabadas era hasta cierto punto disculpable.

Pero había algo más. Había razones más profundas y oscuras que yo no había visto en

aquellos mis primeros contactos con Ocucaje y con los que traficaban con ellas. Iba a ser

Javier Cabrera quien —durante nuestra última charla en Ica, en una brillante mañana de

enero— nos abriera los ojos. Tenía aquella duda clavada en lo más hondo, y en cuanto tuve

la menor oportunidad la dejé caer ante Cabrera:

—Los arqueólogos —le dije— se preguntan por qué no señalas el lugar o yacimiento de

donde se sacan tantos miles de piedras grabadas. Y tienen razón, pienso. Eso aclararía la

situación y haría progresar la investigación sensiblemente...

Siempre tuve la impresión de que Javier Cabrera esperaba aquella pregunta final. Y no

sabría precisar hasta qué punto nos relató todo lo que realmente conocía en ese momento.

—Siempre que he solicitado permiso para realizar excavaciones —respondió Cabrera

Darquea muy serio— se me ha negado. Ya sé que no soy arqueólogo. Pero, ¿es que acaso

no se están concediendo esas licencias a personas que tampoco lo son?

»Yo he hecho un estudio. Dispongo de un plano y tengo, lógicamente, información que me

pondría en la pista de ese depósito en menos de un mes».

Aquello me dejó atónito. Por un lado, Javier Cabrera reconocía la existencia de ese

yacimiento o depósito. Pero, por otra parte, parecía querer decirnos que él no había entrado

en dicho lugar...

—Pero, ¡ojo! —prosiguió—, yo no haré público jamás dicho yacimiento arqueológico

mientras no tenga la seguridad de que el Ejército lo controla y protege.

—¿El Ejército? —pregunté con extrañeza ¿y por qué precisamente el Ejercito?

Javier Cabrera me miró en silencio e hizo un esfuerzo para no seguir hablando. Fue

precisamente en aquel instante cuando yo supe a ciencia cierta que el doctor había estado

en el gran depósito, que había visto lo que realmente contenía y que —por ello— exigía la

salvaguarda del Ejército.

Pero otros detalles surgidos a lo largo de aquella charla iban a ratificar también estas

deducciones mías.

—¡Ay, querido amigo! —exclamó Cabrera—. Tú eres muy joven. Pareces no darte cuenta

de la ambición humana...

»Si yo exijo la protección previa de las Fuerzas Armadas es porque allí, en ese lugar,

existe un "tesoro" que es patrimonio no sólo del Perú, sino de toda la Humanidad. Y no

puede ser desvalijado. Ni nadie, por muy arqueólogo que sea, puede protegerlo por sí

mismo. Debe y tiene que ser el Ejército quien acordone la zona y convierta aquello en un

recinto prohibido para traficantes, "huaqueros" o contrabandistas.

»Y yo sé que el presidente de la República, cuando sepa verdaderamente qué es lo que

encierra el suelo de Ica, nos proporcionará todo su apoyo».

Aquellas palabras de Javier Cabrera empezaban a ser inteligibles para mí. Días antes, y

en varias conversaciones sostenidas con profesores universitarios y expertos en

Arqueología, había tenido la oportunidad de contemplar la singular panorámica arqueológica

de dicho país.

Perú encierra en cada rincón de sus montañas, de su costa e, incluso, de sus selvas,

innumerables restos arqueológicos de profundo interés. Basta escarbar para tropezar con

tumbas preincaicas, con culturas desaparecidas, con auténticos tesoros...

Y esto lo saben los «huaqueros». Lo saben y lo explotan codiciosamente desde hace

muchos años.

Los resultados son fáciles de adivinar: cientos de miles de objetos de gran valor

arqueológico e histórico salen clandestinamente del país cada año, rumbo a mercados

europeos o americanos. Allí son bien remunerados. Espléndidamente remunerados...

Pero esa «industria» ha adquirido en los últimos años tal auge que la Mafia —auténtica

coordinadora en estos momentos del lucrativo «negocio»— ha ido más lejos que nunca. Y

ha llegado a montar aeropuertos clandestinos en diversas partes del país, a fin de sacar

durante la noche miles y miles de «huacos», piezas de oro y otros incontables tesoros

arqueológicos de incalculable valor.

Y los «huaqueros» —a miles por todo el Perú— han terminado trabajando para dicha

Mafia.

Por eso, ahora, las palabras de Javier Cabrera no resultaban tan extrañas en mis oídos. Y

comenzaba a descubrir esas otras oscuras y nada despreciables razones que empujaban

también a los «huaqueros» y campesinos de Ocucaje a seguir en silencio.

Pero ¿es que la Mafia sabía ya la existencia de las piedras grabadas de Ica?

Indudablemente que sí. Pero, a lo largo de nuestras conversaciones, llegamos a una

conclusión realmente interesante.

Era casi seguro que la Mafia «huaquera» tenía conocimiento, no sólo de la existencia de

las piedras grabadas de Ocucaje, sino también —y esto era lo más importante— del lugar

donde se ocultaba el gran legado y de «algo» más que se encontraba juntamente con las

piedras grabadas.

El deseo, por tanto, de Cabrera de solicitar la protección del Ejército no era vano...

Sin embargo, cuantas veces interrogamos a Javier Cabrera sobre este particular, tantas

evasivas obtuvimos por parte del investigador.

No cabía duda de que Javier se había dado cuenta también de lo profundamente peligroso

que se estaba volviendo aquel asunto.

—...¿Es que crees que puedo acudir al desierto con la única protección de mis hijos? —

había comentado el doctor en un momento de nuestra entrevista.

—¿Qué le parecería —comentó uno de nuestros amigos— si nosotros nos dedicamos a

buscar ese yacimiento?

Javier Cabrera nos miró con manifiesta preocupación. Y se limitó a responder: —¿

Tienes hijos?

—Sí —añadió nuestro acompañante.

—Pues entonces, ve armado...

Aquellas palabras de Cabrera —pronunciadas con toda la sinceridad y espontaneidad de

que era capaz— fueron definitivas. La Mafia estaba detrás.

Pero, si a la Mafia no le interesaban las piedras grabadas —y prueba de ello era que miles

de estos «gliptolitos» se encontraban desperdigados por todo el país y el extranjero, siendo

vendidos a precios irrisorios—, ¿por qué su presencia allí?

—¿Es que el yacimiento oculta algo más? interrogamos a Cabrera.

Javier volvió a guardar silencio. Un silencio tenso. Cargado de dramatismo.

—¿Es que hay también oro, tal y como sospechamos todos?

Cabrera se limitó a esbozar una significativa y elocuente sonrisa.

—Sabemos que tú has estado en el depósito —insistimos—. E imaginamos que ese lugar

es precisamente un túnel. Un túnel que fue construido también por esa Humanidad

gliptolítica y que ya fue señalado en mapas muy antiguos por los conquistadores españoles.

Pero, lo que no entendemos es por qué no se han llevado ya el oro...

Aquella pequeña estratagema dio resultado. Y Javier Cabrera comentó:

—Muy simple. Parte de ese túnel donde se encuentran las piedras sufrió los efectos de un

movimiento sísmico y quedó inclinado. La mayor parte de las piedras que constituyen la

«biblioteca» gliptolítica rodaron y ocultaron gran parte de lo que acompañaba a las piedras

grabadas...

Nuestras sospechas, por tanto, no eran infundadas.

—¿Cuántas piedras grabadas pueden quedar allí dentro?

—Más de un millón.

Quedé sin aliento.

—Es decir —insinué—, ¡casi toda la «biblioteca»!

—En efecto. Prácticamente, el «cuerpo» general del «mensaje». ¿Imaginas cuántos

secretos encerrará ese millón largo de piedras grabadas? Hasta ahora, los campesinos —

que un día descubrieron la forma de entrar en el túnel— han ido sacando las piedras más

pequeñas, puesto que son las más fáciles de transportar. Pero las más voluminosas, y por

tanto, más valiosas e importantes, siguen allí dentro.

En aquel instante recordé una frase de Javier Cabrera, pronunciada mientras

contemplábamos la gran piedra de 500 kilos en la que fue grabada una matanza de hombres

por parte de los dinosaurios.

«Para sacar y transportar esta piedra fueron necesarios diez hombres...»

El lugar donde se encontraba aquella gigantesca piedra tenía que ser necesariamente

espacioso. De lo contrario, ¿cómo podían haber llegado hasta ella los diez hombres

mencionados por el investigador?

No tenía la menor duda: Javier Cabrera Darquea —aunque se empeñaba en demostrar lo

contrario— conocía el lugar donde se encontraba el gigantesco depósito de piedras

grabadas. Y era casi seguro también que lo había visitado en más de una ocasión.

Sin embargo, él siguió negándolo.

—Pero, ¿ni siquiera la curiosidad pudo empujarte a entrar en el yacimiento?

—Curiosidad no me falta. ¿Quién puede desear más que yo contemplar e investigar todas

esas piedras que quedan por sacar?

»Pero se debe saber siempre hasta dónde se puede y hasta dónde no se puede llegar.

Muchas veces, un acto inmediato anula toda una vida. Ahora me encuentro en una etapa

previa. Tengo más que suficiente con la investigación de esos miles de piedras.

A pesar de aquellas palabras, mis sospechas seguían creciendo. Javier Cabrera conocía

la ubicación exacta del depósito o túnel donde se encontraba el gran «corazón» de la

«biblioteca» prehistórica. Razones de seguridad, quizá, le impedían de momento hacerlo

público.

Pero, ¿qué había de cierto en aquella historia del antiquísimo túnel donde, al parecer, se

encontraba oculto más de un millón de piedras grabadas?

Yo había tenido noticias ya de la existencia de dicho gran túnel. Me habían llegado por

distintos conductos. Todas mis informaciones coincidían en algo: el túnel era conocido en

tiempos de los incas, aunque resultaba difícil creer que hubiera sido construido por dicho

pueblo.

Investigaciones relativamente recientes han demostrado que bajo el suelo de Ecuador,

Perú y posiblemente parte de Chile existe toda una red de túneles y galerías.

En 1971, la revista Bild der Wissenchaft informaba sobre una expedición que había

querido explorar las cuevas descritas ya por Francisco Pizarro y que se encontraban sobre la

montaña inca de Huascarán, a más de 6.700 metros sobre el nivel del mar.

A 62 metros bajo tierra, los científicos que formaban aquella expedición se encontraron

con algo fuera de serie. Al final de la cueva tropezaron súbitamente con unas compuertas

formadas por gigantescas losas de piedra de ocho metros de altura por cinco de anchura y

dos y medio metros de espesor. Aquellas formidables compuertas —a pesar del extraordinario

peso— fueron movidas por cuatro hombres. ¿Cómo? ¡Las enormes losas

descansaban sobre un sistema de rodamientos con bolas de piedra!

La citada revista informaba así sobre el desconcertante descubrimiento:

«Detrás de las "seis puertas" parten grandes túneles que harían palidecer de envidia a

nuestros modernos ingenieros civiles. Estos túneles conducen, con un declive de un 14 por

ciento en algunos trechos, hacia la costa, en trayectoria oblicua. El suelo está cubierto con

baldosas graneadas y acanaladuras transversales que impiden el patinazo. ¡Si hoy día es

una aventura internarse por esta vía de transporte de 90 a 105 kilómetros para llegar

finalmente a un nivel de 25 metros bajo el nivel del mar, cuáles no serían las dificultades

entonces, en el siglo XIV o XV, para transportar mercancías a fin de ponerlas fuera del

alcance de Pizarro y los vizcondes españoles!

»Al final de las vías subterráneas de Guanape, así llamadas por la isla que hay frente a la

costa peruana —ya que se supone que en otra época los túneles conducían a dicha isla por

debajo del mar—, asoma el océano. Después de muchas subidas y bajadas en la más

completa oscuridad, empieza a escucharse un rumor y el oleaje con un singular timbre de

oquedad. A la luz de los reflectores, termina la última pendiente al borde de una corriente

oscura que resulta ser agua del mar. Aquí empieza la actual costa. ¿Era antes otra cosa?».

Pero algo todavía mucho más sorprendente fue descubierto en tierras de Ecuador por

Juan Moricz en 1965.

Según consta en una escritura legalizada, el señor Moricz había localizado en la región

oriental del país —en la provincia de Morona-Santiago— la entrada a todo un laberinto de

túneles, excavados a muchos metros de profundidad.

Estos túneles han sido investigados y fotografiados posteriormente, descubriéndose que

están formados por grandes bloques de piedra, perfectamente cortados en escuadra y que

en muchos lugares presentan un claro aspecto «vidriado».

Según parece, estos túneles se prolongan kilómetros y kilómetros bajo la superficie

ecuatoriana, enlazando, incluso, con otra ciclópea red de galerías que recorre Perú. Túneles

similares se han descubierto en la actualidad bajo Cuzco y Machu Picchu.

Pues bien, un antiquísimo plano que se remonta a la mencionada época de los

conquistadores españoles y que, según parece, fue confeccionado con informaciones

proporcionadas por los incas, establece una clara conexión entre estos túneles de Ecuador y

Perú. ¡y, casualmente, esa formidable obra de infraestructura pasa por la región de Ica!

No era, pues, descabellada la posibilidad de que el fabuloso «tesoro» dejado por aquella

Humanidad «gliptolítica» se encontrara en ese túnel que atravesaba la región de Ica y de

Ocucaje.

Era muy posible también que parte del túnel —fracturado por algún movimiento sísmico—

hubiera quedado aislado del resto de la red, basculando, incluso, y dando lugar a que la

mayor parte de la «biblioteca» prehistórica rodase hacia el fondo, ocultando lo que pudiera

acompañar a los gliptolitos.

Y todo eso lo sabía Javier Cabrera. Pero él aguardaba el momento oportuno para declarar

públicamente el lugar donde había sido localizada dicha «biblioteca» lítica.

¿Cuándo llegará ese trascendental instante?

El investigador respondió así a esta última e importante cuestión:

—Sólo en el momento en que me conste que el Ejército va a proteger y salvaguardar lo

que yo considero el más formidable descubrimiento de todos los tiempos. Y ese instante está

muy próximo.

CONCLUSIÓN

Muchos interrogantes —estoy seguro— habrán quedado en el aire. El hallazgo en sí es de

tal calibre que habrían sido necesarios tantos años como lleva dedicados el propio profesor

Javier Cabrera Darquea para situarnos tan sólo en el umbral de la «biblioteca» lítica.

Como dejé constancia al iniciar esta sucesión de entrevistas y vivencias personales en

torno a las piedras grabadas de Ica, mi intención básica era dar a conocer el hallazgo.

Divulgarlo al máximo.

Mucho queda por hacer. En realidad, casi todo. Si el gran depósito donde, al parecer, se

oculta el «corazón» de este «mensaje» se hace público en breve plazo, los científicos del

mundo tendrán ante sí el más apasionante reto lanzado jamás contra la Ciencia moderna.

Sea como fuere, la existencia en estos momentos de esas 11.000 piedras grabadas que

posee el doctor Cabrera, más las otras 40.000 que, aproximadamente, se encuentran

desperdigadas por el mundo, son ya un fascinante motivo de investigación y estudio.

Lentamente, con la timidez y desconfianza que siempre suscitan estos asuntos, científicos

de todos los países se van acercando a la ciudad de lca, y conversan con el hombre que ha

sabido luchar contra todos los vientos y todas las mareas del escepticismo, de la envidia o

del empecinamiento cultural.

Algún día le será reconocido su gran mérito a Javier Cabrera Darquea. Quizá ocurra como

con el gran geólogo alemán Wegener que, en 1921, tuvo la «osadía» de anunciar en sus

libros que los «continentes se movían». Cuando los científicos del mundo entero supieron de

la tesis lanzada por Wegener se rasgaron igualmente las vestiduras y lo condenaron al

ridículo y al olvido. Cincuenta años después —en el año Geofísico Internacional—, los

geólogos de este viejo planeta levantaron su voz con humildad y tuvieron que reconocer que

el sabio germano tenía razón, que nuestros continentes «derivan»...

Pero no deseo concluir este libro-reportaje sin hacer antes un breve balance de todo lo que

acabo de exponer y que considero digno de mención a la hora de valorar el hallazgo.

He aquí dichos puntos:

Primero.- El doctor Javier Cabrera Darquea dispone en su centro de estudio de la plaza de

Armas, en la ciudad peruana de lca, de más de 11.000 piedras grabadas, reunidas a lo largo

de unos nueve años.

Además de esta impresionante colección de «gliptolitos», calcula que hay otras 40.000

piedras grabadas, desperdigadas por Perú y numerosos países.

Segundo.- Estas piedras se encuentran «seriadas», según los temas desarrollados por los

autores de la «biblioteca» lítica. De esas 11.000 piedras citadas, el doctor Cabrera lleva

investigadas a fondo unas 500.

Tercero.– La mayor parte de las «series» de piedras analizadas hasta el momento se

encuentran vinculadas entre sí.

Cuarto.- Ninguna de estas piedras tiene un carácter «profético», tal y como han afirmado

determinadas personas que no conocen a fondo el «mensaje». Todos los conocimientos y

hechos reflejados en los miles de rocas labradas forman parte de algo que ocurrió en otra

era.

Quinto.- A través de las «ideografías» que aparecen en muchos de estos «gliptolitos», el

hombre que dejó este legado conoció y convivió con animales prehistóricos, desaparecidos

—según la Paleontología— hace millones de años.

Sexto.- Las formas físicas de los seres que formaban esta Humanidad desconocida y

remota eran sensiblemente distintas a las del hombre de hoy.

Séptimo. -Dicho «mensaje» demuestra una serie de conocimientos científicos y

tecnológicos no alcanzados, incluso, por nuestra propia civilización.

Octavo.- Las rocas donde se encuentran grabadas las «ideografías» corresponden a flujos

volcánicos de la Era Mesozoica(hace más de 65 millones de años).

Noveno.- Los terrenos donde han aparecido dichas piedras han sido reconocidos como de

las Eras Primariao Paleozoicay Secundariao Mesozoica.

Décimo.- La Universidad de Bonn —tras un análisis de tres de estas piedras— manifestó

que, «aunque nadie puede determinar su antigüedad, las incisiones NO SON RECIENTES».

Undécimo.- La Universidad de Ingeniería de Lima estudió también las piedras grabadas,

exponiendo que —tanto la piedra como las incisiones— aparecen recubiertas por una pátina

que denota una gran antigüedad.

Duodécimo.- Cuatro años antes de que Cabrera iniciara sus investigaciones, otras

personas tenían conocimiento de estas piedras y llegaron, incluso, a encontrarlas en tumbas

prehispánicas.

Decimotercero.- Al parecer, existe un depósito o yacimiento donde se conservan más de

un millón de piedras grabadas, similares a las ya conocidas, y que constituyen el «corazón»

de esta formidable «biblioteca».

Decimocuarto.- A pesar de los múltiples llamamientos del doctor peruano, ninguna

comisión oficial de científicos ha acudido hasta la ciudad de Ica, a fin de conocer las piedras

grabadas e iniciar un estudio en profundidad.

Sólo el tiempo, pienso yo, podrá dar al descubrimiento de Javier Cabrera su verdadera

dimensión.

FIN

* * *


Date: 2016-01-05; view: 665


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