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Libros de Luz: http://librosdeluz.tripod.com 11 page

«gliptolítico» en dicha operación de «trasplante» de corazón.

—En la primera piedra de esta «serie» dedicada a la operación de cambio de un corazón

enfermo por otro sano, puedes ver cómo el «cirujano» que dirige el «trasplante» —y que se

distingue del resto de los médicos ayudantes por su «sombrero»— comienza por palpar el

pecho donde se encuentra el corazón que va a extraer. Este «paciente» era sin duda el «donante

», tal y como nosotros lo llamamos hoy. Al otro lado de la piedra se encuentra el

«receptor»...

Aquello no podía estar más claro.

—...Pues bien, en síntesis, puesto que el estudio de esta operación nos llevaría horas, lo

que se estaba preparando era el paso de un corazón sano al cuerpo de otro individuo cuyo

órgano motor se encontraba dañado. En esa misma piedra puedes observar cómo uno de

los «ayudantes» prepara junto a la «mesa de operaciones» todo un instrumental quirúrgico.

En la piedra en cuestión podían apreciarse numerosos detalles que uno no podía por

menos que relacionar con los clásicos aparatos que se utilizan siempre en los más

modernos quirófanos.

En otra de las piedras —y como continuación de la primera—, el cirujano» abre el pecho

del «donante» saca el corazón, unido todavía al organismo a través de la vena aorta. Para

abrir el pecho del hombre, aquel «médico» prehistórico había utilizado un instrumento de

apariencia cortante y que cualquiera relacionaría automáticamente con nuestros modernos

bisturíes.

—El «instrumental» —apunté a Javier Cabrera— parece, sin embargo, muy rudimentario.

¿Cómo podían verificar semejantes operaciones con estos «cuchillos» tan burdos?

—No eran «cuchillos burdos» como tú crees. No olvides que todas estas piedras

representan «ideografías». Esto no significa que aquellos cirujanos practicasen tan

complejas operaciones con este «instrumental» tan aparentemente primitivo. Se trata de

mostrar la esencia de lo que habían logrado. Y la forma más elemental de transmitirlo, con

la seguridad de que otros seres pudieran entenderlo, es así, a través de las «ideografías» o

símbolos. Si ellos hubieran grabado en las piedras el verdadero aspecto de sus

«quirófanos», «telescopios», etc., quizá no lo hubiéramos comprendido.

»¿Qué hemos hecho nosotros con la placa o "mensaje" que viaja en estos momentos a

bordo de la sonda espacial Pioneer X? Nuestra civilización ha grabado allí las figuras de un

hombre y de una mujer, ¡desnudos! Tal y como somos. No se les ha ocurrido a los

científicos de la NASA grabar un hombre vestido con corbata y llevando un paraguas en la

mano. ¿Es que si otra civilización extraterrestre encontrara un grabado semejante habría



sabido que aquello era una simple prenda para vestir o un objeto para protegerse de la

lluvia? Lógicamente, no. Esa Humanidad —a poco que fuera inteligente— los hubiera

vinculado necesariamente a la propia forma o estructura de esos seres que enviaban la

sonda espacial.

Lo mismo sucede con estas piedras.

Javier Cabrera prosiguió su explicación sobre el fantástico «trasplante» de corazón:

—Una vez que el corazón ha sido extraído totalmente, como ves en esta otra piedra, el

«cirujano» procede a su limpieza y adecuación para su inmediata entrada en el tórax del

«receptor», que espera sobre otra mesa de operaciones en ese otro ángulo de la piedra.

El investigador se acercó a una nueva y enorme piedra grabada y, poniendo sus manos

sobre la «ideografía», continuó:

—Y ésta, querido amigo español, es posiblemente una de las «lecciones» maestras de

esta «biblioteca». ¿Qué es lo que ves en este grabado?

Centré mi atención y respondí que aquel nuevo ser que entraba en escena parecía una

mujer...

—Efectivamente —prosiguió el científico peruano—. Una mujer embarazada a la que se

está extrayendo sangre.

Observé con más atención el grabado y descubrí a otro «cirujano» que sujetaba una

especie de bomba con la que se aspiraba la sangre de aquella embarazada. La muñeca de

la mujer parecía vendada y una fina aguja clavada en la vena radial permitía el paso de la

sangre desde el cuerpo de la «donante» hasta la citada bomba. La sangre —eso estaba

claro como la luz era aspirada y almacenada en otro recipiente.

—Mas, ¿para qué? ¿Qué papel desempeña esta de «trasplante» de corazón?

—Vital. «Transfusión» de sangre en medio de una operación. Esta Humanidad había

descubierto la solución contra el «rechazo». Hoy sabemos que los «trasplantes» de órganos

tropiezan siempre con un «fantasma» para el que la Medicina moderna no ha encontrado

todavía solución: el rechazo de los cuerpos extraños por parte del «receptor». Colocar un

corazón o un riñón o un hígado o un cerebro en otro cuerpo significa la introducción de un

elemento extraño en ese organismo. Y el órgano en cuestión termina siempre por ser

rechazado.

»Pues bien, el hombre "gliptolítico" había remontado ese obstáculo. Aquí tienes la

prueba...»

Me incliné sobre la piedra donde se mostraba la referida «transfusión» de sangre, pero,

por más vueltas que le di, no terminaba de comprenderlo.

Javier Cabrera continuó su apasionante relato:

—La Humanidad que dejó este «mensaje» —un legado en el que rezuma la llamada a la

«supervivencia»— había descubierto lo que pudiéramos calificar como «hormona

antirrechazo».Y había logrado aislarla en la sangre de la mujer embarazada.

»Si examinamos con serenidad el asunto, observaremos que, en efecto, la embarazada

es el único ser humano que no sólo no rechaza un cuerpo extraño, sino que lo asimila y lo

hace suyo. El "espermatozoide" masculino constituye un elemento extraño para la mujer. Y,

sin embargo, es recibido y crece en su interior. En buena lógica debería terminar por ser

igualmente rechazado, tal y como ocurre con cualquier otro órgano que se "trasplanta".

»Pero, ¿por qué no sucede así? Porque la Naturaleza —que es tremendamente sabia—

ha proporcionado a la sangre de la mujer una hormona que evita ese rechazo.

»Y eso lo supieron los seres de la Humanidad prehistórica que nos dejó este maravilloso

"mensaje”.

»Por eso en cada "trasplante" proporcionaban al "receptor" del órgano sangre de una

mujer que se encontraba entre el tercero y quinto mes de gestación.

Eso impedía que el órgano extraño fuera rechazado con el paso del tiempo.

»Nosotros —ya ves tú—, ni siquiera hemos desarrollado esta técnica. Y los cirujanos del

mundo entero luchan denodadamente por encontrar esa solución contra el gran "fantasma"

de la Medicina moderna.

»¿Comprendes, una vez más, por qué solicito a gritos que una comisión de expertos del

mundo entero venga a estudiar esta "biblioteca"?»

Al regresar a España me encontré con una buena sorpresa. Un biólogo de la Universidad

de la Sorbona, el profesor Bohn, había lanzado ya en 1944 una tesis que produjo hilaridad

entre los medios científicos de la época, pasando después al más absoluto olvido. El citado

profesor había presentado una tesis según la cual, al principio de la gestación, el organismo

de la mujer tiene tendencia a rechazar el cuerpo extraño en el que la mitad de los genes

provienen del padre.

Dicha tesis del profesor Bohn fue confirmada de forma terminante y clara por los trabajos

del Instituto Pasteur.

Los profesores Francois Jacob y Robert Fauve llegaron a descubrir que existían

mecanismos comunes que permitían al mismo tiempo la implantación del huevo fecundado

en el útero, la tolerancia por la madre del gen extraño que es su hijo y la resistencia de las

células cancerosas a las defensas naturales del organismo.

Sin embargo —insistí—, ¿cómo sabes que se trata de una mujer embarazada? Podría

tratarse de una simple transfusión, realizada sobre el cuerpo de una Mujer.

—No. ¿Por qué digo y sostengo que se trata de una embarazada? ¿Porque su vientre

presenta los síntomas típicos del embarazo? No, en absoluto. Mira bien. Aquí se ve el

esófago, el estómago, el duodeno, el intestino delgado, etc. Se ven también los pezones

turgentes y los senos hipertrofiados. El diagnóstico del embarazo no lo hago porque esta

mujer presente una figura más o menos gruesa. Todos los médicos saben que una mujer

puede estar embarazada y, no obstante, presentar un vientre más o menos abultado.

»Lo que en verdad caracteriza el estado de gestación son los pezones y la glándula

mamaria hipertrofiada. Por eso digo que está embarazada.

»Recuerdo que los que me atacan preguntaron en el poblado de Ocucaje a la campesina

que asegura haber grabado estas piedras "si ella, en efecto, era la autora de esta

ideografía". ¿Sabes qué respondió, la pobre "cholita"?

»—"Sí —dijo—, ésa fue una piedra en la que la señora me ‘salió’ un poco gorda"».

Ni Javier Cabrera ni yo hicimos comentario alguno.

—¿Es que una «lección» tan profunda como ésta —continuó el investigador— puede ser

obra de alguien que ni siquiera sabe leer ni escribir? ¡Por Dios, señores...!

»Si examinamos la sangre de una mujer embarazada —insisto—, podríamos llegar a

descubrir esa "hormona antirrechazo".

Cabrera hizo una pausa y me dejó asimilar lo que, ahora, parecía lógico y natural ante mi

mente.

Después, prosiguió con las piedras del «trasplante» de corazón:

—En este otro «gliptolito» vemos precisamente cómo la sangre de esa mujer embarazada

es inyectada ya en el «receptor».

Mediante una aguja, la sangre que en otra piedras había sido preelevada, era ahora

trasvasada hasta el «receptor» a través de una de las venas de su muñeca.

Sentí escalofríos.

Sobre el corazón del «enfermo», el hombre que grabó esta piedra señaló, incluso, la zona

afectada por el mal.

Un pequeño círculo, efectivamente, resaltaba con una especie de rayado dentro del

corazón.

—¿Y cuál era el problema de dicho corazón?

—En este caso, miocarditis.

Cabrera me señaló una nueva piedra. Y prosiguió:

—En ésta, el corazón del «donante» es irrigado constantemente por la sangre de la mujer

embarazada...

»Aquí, en este nuevo gliptolito —manifestó, indicando otra enorme piedra grabada que se

encontraba junto a las anteriores—, el "cirujano" procede a la abertura de la caja torácica

del enfermo. Todo está a punto para el "trasplante" del órgano.

»Procede, como ves, a la extracción del corazón dañado, juntamente con la totalidad de

sus vasos arteriovenosos al completo, mientras otro "cirujano" sostiene en sus manos —

siempre provistas de "guantes"— el segundo corazón, el del "donante".

Cabrera había vuelto a pasar a otras nuevas piedras. La «escena» proseguía con todo

lujo de detalles. El segundo corazón, efectivamente, esperaba en las manos de otro

«médico», mientras un complejo sistema de tubos y aparatos lo mantenía constantemente

irrigado.

La emoción iba subiendo por segundos en mi pobre corazón, que saltaba violenta y

aceleradamente dentro de mi cuerpo.

Nueva piedra: el corazón es introducido en el tórax del «receptor», siempre irrigado con la

sangre que contiene la «hormona antirrechazo», extraída de la mujer embarazada.

»Los "cirujanos" colocan el nuevo órgano en su lugar y, por último, en esta nueva

"ideografía", el médico procede a "coser" y cerrar la pared torácica y abdominal. El

"trasplante" ha concluido.

»Otro "ayudante" procede a introducir en la boca del "paciente" el oxígeno necesario.

»En aquella piedra, uno de los "cirujanos" "escucha" los latidos del nuevo corazón.

Di un salto. ¡Aquello era «algo» similar a nuestros estetoscopios! Cabrera sonrió cuando

observó mi sorpresa.

—Esa piedra pertenece a lo que nosotros llamaríamos «cuidados postoperatorios». El

médico está controlando el buen funcionamiento del órgano recién «trasplantado»...

Por último, y como final de aquella «operación prehistórica», otro de los «cirujanos», de

gran cráneo e insólita figura, procedía a desenganchar todos los sistemas que habían

ayudado a la realización del «trasplante».

—La «operación» —concluyó Cabrera— había sido un éxito.

Estaba desconcertado. Y creo que mi reacción era del todo lógica y normal. Costaba lo

suyo aceptar que una civilización prehistórica —a las que siempre hemos considerado como

primitivas e incultas— hubiera podido alcanzar semejante nivel científico y tecnológico.

Quizá influido por este fuerte shock no presté demasiada importancia a los «trasplantes»

de riñón, de hígado o pulmón que también observé fugazmente ente las numerosas piedras.

Envuelto ya por completo en aquel torbellino de emociones, Cabrera me condujo hasta

otro de los extremos de la gran nave donde se amontonaban miles de piedras y me señaló

varias, alineadas sobre una de las estanterías de madera.

¡Eran órganos humanos perfectamente detallados! Corazones, riñones, pulmones, etc.

—Sin un profundo conocimiento de la anatomía, estas piedras no podrían haber sido

grabadas —comentó.

Antes de que hubiera podido recrearme con aquel fantástico espectáculo, Javier me

indicó otras grandes piedras que se alineaban en el suelo de la sala. Por un instante creí

que me encontraba ante otra operación de «trasplante». Pero el investigador me rogó que

no me precipitara, que observara con más atención.

Unos segundos más tarde levanté la vista hacia el médico peruano y murmuré con toda la

extrañeza de que era capaz:

—Esto parece un parto...

—No —corrigió Cabrera—, se trata de una cesárea...

Quedé en silencio. Anonadado. Allí, a mis pies, tenía un completo «cuadro médico» en el

que se mostraba el sistema de extracción de un niño, mediante el proceso conocido hoy

como cesárea.

Uno de los médicos sacaba al bebé por los pies, mientras, con una especie de largo tubo,

lo mantenía conectado con su propia boca...

De esta forma —puntualizó Cabrera— el «cirujano» practicaba una especie de

respiración «boca a boca» con el pequeño. Y evitaba que pudiera fallecer durante la

operación.

En algunas de aquellas piedras dedicadas a las «cesáreas», el investigador me mostró

detalles que señalaban, incluso, si el niño iba a nacer vivo o muerto. De acuerdo con parte

de aquella «clave» que Cabrera no quería revelar aún, podía saberse si el bebé se encontraba

con vida en el momento de practicar la cesárea a la madre.

Un determinado símbolo, situado generalmente al pie de la grabación, señalaba con

precisión la edad exacta del pequeño. En algunas de las piedras, por ejemplo, Cabrera

contó el número de «triángulos» o «placas» que aparecían en dicho símbolo, confirmando si

el bebé estaba vivo o muerto.

—En este caso, por ejemplo, el bebé será extraído sin vida. La «clave» manifiesta que ha

permanecido más de once meses en el vientre de la madre.

»Por otra parte, además, esta afirmación viene corroborada con el signo inequívoco que

expresa "vida" o "muerte": la "hoja".

Y allí estaba, efectivamente, la aludida «hoja», colocada en la posición que —según la

«clave» descubierta por el investigador— indicaba «vida» o «muerte»...

En otras piedras contiguas, el hombre «gliptolítico» había grabado «partos» completos.

En algunos de ellos, la mujer era «anestesiada» mediante sistemas de acupuntura.

En otra piedra negra y redonda como un balón de fútbol, Cabrera me mostró una nueva e

insólita «operación». Otro «cirujano» con un «sombrero» de varias puntas —símbolo de su

profesión e, incluso, de su grado y competencia dentro de dicha profesión— «operaba»

sobre un gran corazón similar a los anteriores.

La diferencia, esta vez, estaba en que dicho corazón había sido aislado del cuerpo al que

perteneció y era sometido a algún proceso de «reparación», que todavía no había sido

descifrado por Javier Cabrera.

Muchas de las piedras —comentó con desaliento— están esparcidas por el país y por el

resto del mundo. Como sabes, todas forman parte de «series» que completan el

conocimiento que —sobre ese tema concreto— quiso legarnos la Humanidad «gliptolítica».

Por desgracia, muchas de estas «series» jamás podrán ser completadas. Y éste es el caso

de esta piedra en la que uno de los «cirujanos» trabaja sobre la mencionada víscera

cardíaca.

¿Qué pretendió decirnos con ella la Humanidad prehistórica?

Aquel hecho —comprobado por mí en numerosas ocasiones, especialmente cuando visité

el poblado de Ocucaje—, producía un agudo desaliento en el investigador. ¿Cuántos miles

de piedras grabadas, cuántas y trascendentales «series», se habían perdido ya...?

Aquella piedra, la única de su «serie» que había sido recuperada por el investigador

peruano, era como un permanente grito de alerta para el profesor. Aquello significaba un

constante aliciente para seguir en la lucha y en la búsqueda de nuevas piedras.

Precisamente aquella tenacidad de Javier Cabrera había hecho posible que entre sus

11.000 piedras grabadas se encontrase una de las «series» más audaces sin duda de la

«biblioteca».

Creo recordar que pude contar más de 18 piedras dedicadas a la operación de

«trasplante» de cerebro.

Ni la más avanzada cirugía actual hubiera podido lañar aquella perfecta y sistemática

intervención, en que el cerebro de un hombre era sustituido por el de otro.

Al ver las piedras de dicho «trasplante» me vinieron a la memoria otras grabaciones que

había tenido oportunidad de contemplar en algunas de las piedras que integran la pequeña

pero también interesante colección de mi amigo Tito Aisa, en Lima.

Y noté una clara variante. Mientras en unas piedras se practicaba el «trasplante» con el

«receptor y «donante» colocados «boca abajo» sobre la mesa de operaciones, en otras, en

cambio, aquella postura variaba. Y los «pacientes» habían sido grabados «boca arriba»

sobre las mismas mesas del «quirófano».

¿A qué podía obedecer esta diferencia en la posición de los «receptores» y «donantes»?

Sin saberlo había formulado una pregunta esencial. Una pregunta que iba a abrirme otro

fascinante horizonte.

—Cuando el «paciente» se encuentra boca arriba sobre la mesa de operaciones —

comenzó a explicar Cabrera— eso indica que la «serie» nos está mostrando un «trasplante»

de claves cognoscitivas. En el caso contrario, la operación corresponde a un cambio de la

totalidad del cerebro.

Me quedé aterrado. Cabrera —yo no sé si por la fuerza de la costumbre o por los muchos

años que lleva ya investigando estos «documentos» en piedra— había pronunciado aquellas

frases con la más absoluta de las normalidades.

—¿«Trasplante» de claves cognoscitivas? Pero, ¿sabes lo que eso significa?

—Desde luego que sí.

—Pero eso no podría ser —subrayé—. Sería como hacer «vivir» a dos individuos en un

solo cuerpo...—. Me negué a aceptar aquello. Pero Javier Cabrera insistió:

—Sí, así sucedería si tratáramos de aplicar este «trasplante» a los individuos que forman

nuestra Humanidad, pero no ocurriría lo mismo con los hombres "gliptolíticos” .

No entendía a dónde quería ir a parar el investigador

—Aquella Humanidad podía efectuar el cambio de claves cognoscitivas porque todos

los seres eran iguales entre sí. Ésa era otra de las grandes diferencias con nuestra

civilización. Nosotros somos distintos. Cada hombre constituye un mundo. Y no entendemos

que pueda haber existido una Humanidad donde todos los seres sean idénticos

entre sí. Pero esto lo he podido descifrar a lo largo de estos muchos años de estudio de

la «biblioteca».

»Las claves cognoscitivas pasaban desde el cerebro de un hombre al de otro, y eso no

representaba choque o contraposición de personalidades. Era del todo imposible, puesto

que ningún ser era distinto a otro. Muy al contrario, las mentes experimentaban una suma

de conocimientos o una "multiplicación" cognoscitiva. Porque el "trasvase" de claves

podía verificarse en número ilimitado. Es decir, en un solo cerebro podían ser encajados

los conocimientos de otros hombres.

»El hombre "gliptolítico" —tal y como se desprende a todo lo largo del estudio de la

"biblioteca" lítica— no era personal. No existía el actual concepto de propiedad. No

estaba sujeto al egoísmo. Su finalidad era única: el conocimiento.

»Pero, cada vez que estudiaba esta "serie" de piedras terminaba por hacerme la misma

pregunta:

»"¿Dónde va a parar el cuerpo, una vez concluido el trasplante de cerebro o de claves

cognoscitivas? No lograba averiguarlo. No figuraba por ninguna parte el símbolo de la

muerte o destrucción para aquel cuerpo que constituía el "donante" del cerebro...

»Hasta que un día logré descifrarlo. La Humanidad prehistórica que dejó

este "mensaje" había logrado también la técnica de la conservación de los

cuerpos. ¿Qué representaba esto?

»Algo inconmensurable.

»Al poder mantener con vida esos cuerpos, las distintas claves cognoscitivas que

habían sido multiplicadas o fundidas en un único cerebro podían seguir viviendo

ininterrumpidamente.

»Bastaba con volverlas a "trasplantar" a cada uno de estos cuerpos, conforme el

anterior —el que le servía de soporte— se iba degradando con el paso del tiempo.

»De esta forma no se perdía el conocimiento. Al contrario, era sostenido y enriquecido sin

cesar.

»Hoy sabemos ya, por ejemplo, que un individuo es lo que es precisamente su clave de

conocimiento. Y eso existe físicamente. Es algo real. Cada uno de nosotros podría ser

reducido en la actualidad a nuestra clave genética o de conocimiento. Sería nuestro

conocimiento "transformado" en materia.

»Esa "clave" ha sido expresada por nuestros científicos en ácidos nucleicos.

»Pues bien, eso era lo que el hombre "gliptolítico" derivaba de un cerebro a otro,

multiplicando e incrementando el poder mental».

Resultaba difícil de comprender. Sin embargo, los más avanzados especialistas en

genética —entre ellos el profesor Severo Ochoa— han demostrado que dicha clave de

conocimiento es visible, incluso, al microscopio.

Cuando un niño nace, por ejemplo, su cerebro comienza a crecer. ¿Qué ocurre entonces?

Simplemente, que la neurona empieza a asimilar materia. Una materia que, a su vez,

servirá para «inscribir» en el sistema nervioso cada una de las vivencias que experimente. Y

eso tiene un nombre: proteínas. La celulosa nerviosa, por tanto, «inscribe» en un código

proteínico lo que realmente es el individuo.

Javier Cabrera añadió:

—Si logramos aislar todo ese sistema proteínico que es y representa el conocimiento de

un individuo y los «trasplantamos» al cerebro de otro hombre, éste lo asimilará,

incrementando así su poder cognoscitivo.

»Y eso fue lo que hizo el hombre "gliptolítico". Pero esto, insisto, no podría ser efectuado

en la actualidad. Nuestra Humanidad es básicamente distinta de aquélla.

»En los hombres que dejaron grabadas las piedras no existía esa posibilidad de choque de

dos o más personalidades. Eran mentes cuyo único objetivo era el conocimiento. No estaban

orientadas a la ejecución, tal y como sucede con nosotros. No eran matemáticos.

»Quizá la finalidad de nuestro "filum" esté precisamente ahí. Y ya parece que tendemos a

una progresiva despersonalización, a un dominio del grupo y de la sociedad sobre el líder o

el individualismo. Quizá nuestro "filum" esté llegando a una última fase, donde la vinculación

con aquella Humanidad y con todas las que han podido poblar el planeta sea evidente y

obligada. Quizá nuestra Humanidad esté cerca de su auténtica "realización".

»Hay algo, sin embargo, que esta Humanidad nuestra no ha conseguido. Algo que era

esencial para la civilización "gliptolítica": el respeto a la Vida, por encima de cualquier otra

cosa. Este "mensaje" es un mensaje" de supervivencia. En cada piedra, en cada “serie” el

hombre de entonces nos grita que amemos la Vida, que la conservemos. Y se nota, incluso,

hasta en los más nimios detalles de la "biblioteca".


Date: 2016-01-05; view: 885


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