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Libros de Luz: http://librosdeluz.tripod.com 9 page

es más que un simple individuo o, incluso, un pequeño grupo de exploradores. Se necesitan

técnicos experimentados, conocedores de la astronomía, así como de los métodos

necesarios para el trazado de mapas."

»Arlington Mallery va aún más lejos: "No comprendemos —dice— cómo pudieron

confeccionarse esos mapas sin la ayuda de la aviación. Además, las longitudes son

absolutamente exactas, cosa que nosotros mismos sólo sabemos hacer desde hace apenas

dos siglos."

»Habría que proceder —concluyen su relato Pauwels y Bergier— a una "revisión

desgarradora" de nuestros conceptos referentes a la historia de la Humanidad. ¿Qué

conjeturas podemos hacer sobre una civilización desarrollada que habría existido hace unos

diez mil años?»

Sólo admitiendo, en definitiva, que en otras épocas del planeta se desarrollaron

civilizaciones de un gran nivel técnico y científico podríamos comprender y encajar la

formidable realidad de los mapas de Piri Reis.

Es la misma conclusión a la que uno llega sin querer después de conocer e investigar la

«biblioteca» gliptolítica del desierto peruano.

El ingeniero Arlington Mallery expresaba precisamente su extrañeza al no entender cómo

habían podido ser trazados estos mapas, sin la ayuda de la aviación...

Esa misma interrogante surgió en mi mente mientras examinaba las piedras de los

«hemisferios».

Pero, en este sentido, yo iba a tener más fortuna que Arlington Mallery. Porque en otras

muchas piedras de la colección del doctor Cabrera estaba, precisamente, la respuesta a

dicha pregunta.

—Aquella civilización dominaba la navegación aérea —me respondió Javier Cabrera

señalándome varias piedras en las que aparecían extraños «pájaros» de apariencia

mecánica, así como otras aves que pertenecían, indudablemente, a diversos tipos de reptiles

voladores de eras muy pretéritas del planeta.

—¿Qué diferencia existe entre estos grabados en los que se representan «pájaros

mecánicos» y aquellos en los que el hombre parece «cabalgar» sobre grandes aves

prehistóricas?

—Esos que tú llamas «pájaros mecánicos» son el más bello y evidente símbolo de que

aquella Humanidad perdida en el tiempo y el espacio podía dominar la navegación aérea... ¿

Por qué quisieron grabar estos «pájaros» que no son naturales? Todo en ellos denota

tecnología. Son, indudablemente, «mecánicos». Es decir, nos están mostrando —a través de

una «ideografía»— que podían surcar los espacios...

Lo más escalofriante, lo más sugerente de aquel «capítulo» o «sección» de la «biblioteca»



era que el número de piedras descubierto, donde aparecían estos «aparatos voladores», era

muy elevado. Sin embargo, como sucede en casi todas las «series», no todos los gliptolitos

están investigados en profundidad. Muchos de ellos, decenas, permanecen ignorados.

—No logro aceptar —le comenté a Javier Cabrera— que una Humanidad tan anterior a la

nuestra haya podido conocer la aviación. Eso resulta fácil de comprender.

—Todos hemos vivido y seguimos haciéndolo bajo el influjo de unas enseñanzas y una

ciencia que rechaza cuanto no se ajusta a esos moldes preconcebidos y convencionales. ¿

Quienes han sido los peores enemigos de la Humanidad? Los hombres que pensaron en

profundidad. Los que no se dejaron arrastrar o lucharon contra «lo tradicional» y aceptado.

»Esta Humanidad gliptolítica nos maravillará con sus conocimientos. Ya lo está logrando.

»Porque estos seres llegaron a salir al espacio, por supuesto. Y lo lograron, no a través de

nuestros sistemas matemáticos o de cálculo. Ellos, como ya te he comentado en otras

ocasiones, eran conceptuales. Llegaban a esos conocimientos casi instantáneamente... Su

mente estaba preparada para ello. ¿Qué nos ocurre hoy a nosotros? Salimos del colegio o

de la Universidad con la mente cuadriculada, dividida. No tenemos una preparación integral

del conocimiento».

—¿Está también en las piedras el sistema que empleaban para salir de la Tierra?

—Naturalmente.

Javier Cabrera regresó a su mesa de despacho y extrajo de la caja fuerte un «huaco» de

color tierra a cuyo alrededor aparecían dibujados unos extraños símbolos. Algo así como un

«pájaro». Sí, se trataba de un «pájaro» idéntico al que yo acababa de ver en los grabados de

las piedras...

—¿Cómo puede ser? —interrogué al profesor.

—Es bien simple. Esta civilización dejó su «mensaje», no sólo en las piedras, sino en otros

muchos objetos que hoy, para nosotros, sólo constituyen motivos de «artesanía» o —a lo

sumo— de manifestación artística de otras culturas incas o preincas... ¿Recuerdas el manto

de Paracas? ¿Recuerdas las tallas de madera de las que hablamos cuando tocamos el tema

de la isla de Pascua?

»Todas esas manifestaciones tenían un significado mucho más profundo que la mera

decoración o sentimiento artístico. Aquella Humanidad dejó sus conocimientos en la

"biblioteca de piedra", sí, pero los gliptolitos no fueron su única huella.

»¿Cómo podríamos explicar, si no, esas construcciones megalíticas de Tiahuanaco, de

Sacsahuamán, del mismo Machu Picchu, de la gran pirámide de Keops, de los gigantes de

Pascua, etc.? La Humanidad gliptolítica dominó la totalidad del planeta. Sus restos, por

tanto, se extienden por doquier. Lo que ocurre es que no queremos reconocerlo, no queremos

abrir los ojos...

»Tampoco debemos olvidar que entre aquella Humanidad prehistórica y nuestro "filum"

han podido existir otras civilizaciones que quizá alcanzaron elevadas metas en los distintos

campos del conocimiento. Y su huella se ha mezclado también con la de aquel hombre

gliptolítico.

Cabrera guardó silencio unos instantes y me mostró aquella pequeña vasija de barro. La

hizo girar lentamente sobre la mesa y señaló:

—Este «huaco» nos está mostrando también el sistema que utilizaban para salir al

espacio.

»Estos seres lograron vencer la fuerza de la gravedad. Y sus máquinas voladoras

escapaban a la atracción terrestre sin necesidad de esas potentes cargas de combustible

que hoy exigen nuestros cohetes portadores. La Humanidad gliptolítica anulaba la gravedad,

y era el planeta el que realmente abandonaba a la nave. No al revés, tal y como sucede en la

actualidad con nuestros vuelos espaciales.

»Al producirse esa anulación de la gravedad, los aparatos voladores de aquella

Humanidad eran prácticamente "catapultados" al exterior a una velocidad equivalente a la que lleva nuestro mundo en su viaje a través del Cosmos: 29,6 kilómetros por segundo.

»Esa velocidad de "escape" era más que suficiente para situarse en órbita terrestre o

para seguir rumbo a otros astros de la galaxia.

En la actualidad se ha calculado en 11,2 kilómetros por segundo la velocidad

mínima para que un cohete pueda escapar del campo gravitatorio terrestre. Esta

velocidad es llamado también de «escape» o «fuga».

»Para vencer la fuerza de la gravedad —tal y como he descifrado en los gliptolitos y en

este espléndido "huaco"—, aquella civilización usaba de la fuerza electromagnética que

captaba del exterior de la Tierra a través de las Pirámides.

»¿Comprendes ahora cómo pudieron trazar los "hemisferios" de la Tierra?

»Era sencillo. Sus "pájaros mecánicos" —sus avanzadísimas astronaves— podían

elevarse sobre los continentes y abandonar, incluso, el planeta.

Quizá en este capítulo de la «biblioteca» —más que en ningún otro— resulta vital el

examen de los grabados y altorrelieves de las piedras de Ica.

Y de nuevo volví a situarme frente a aquel bellísimo labrado donde se nos mostraba un

gran «pájaro mecánico» sobre el que navegaban dos de aquellos seres olvidados. Dos

hombres «gliptolíticos» que oteaban la tierra en busca de los mortales enemigos de la

Humanidad prehistórica: los grandes saurios.

Allí, mejor que en ninguna otra piedra, mi espíritu pudo sentir la proximidad del misterio. Y

la imaginación terminó por desbordarse, incapaz de resignarse a una realidad como la

nuestra, tan convencional como limitada.

Pero tan remota civilización no sólo utilizó «pájaros mecánicos».

También mi imaginación tembló al detenerme ante decenas de piedras donde hombres

«gliptolíticos» volaban a lomos de enormes y extrañas aves.

Aquellas eran aves de carne y hueso. De eso no cabía la menor duda. La diferencia con

los «pájaros mecánicos» era evidente. Algunos de aquellos reptiles voladores —así los

calificó Javier Cabrera— resultaban hoy desconocidos, incluso, para la Paleontología.

Algunas de aquellas formas de animales antediluvianos me recordaron, por ejemplo, al

pteranodom, con su cráneo en forma de martillo. Sin embargo, ¿cómo podían transportar

estos extraños «pájaros» a los hombres «gliptolíticos»? Si no recordaba mal, y a pesar de

sus nueve metros de envergadura, estos reptiles voladores —como en toda la «familia» de

los pterosaurios— apenas si podían remontar el vuelo. Ni los músculos de sus alas ni las

débiles patas traseras eran capaces de levantarse del suelo. La Paleontología asegura que

debió vivir posiblemente en los acantilados, donde las corrientes de aire le ayudarían a

elevarse...

Cuando le planteé este dilema a Javier Cabrera, me respondió:

—Muchos de estos animales prehistóricos están sin clasificar. Lo ignoramos todo de

ellos. No podríamos pronunciarnos sobre sus posibilidades para transportar a los seres de

aquella Humanidad sobre los aires...

»HOY, nuestra civilización aprovecha y se ha servido hasta la saciedad de los grandes

paquidermos, de los camellos y dromedarios y hasta de los delfines.

»¿Por qué no pudieron hacer lo mismo los hombres de entonces con los animales que

resultaban dóciles o fáciles de domesticar? Hoy no tenemos posibilidad de comprobarlo

porque carecemos de grandes reptiles voladores o, simplemente, de aves de las

dimensiones de aquéllas. Pero, ¿qué habría ocurrido si los hubiéramos tenido? ¿No los

hubiéramos utilizado?»

El planteamiento del médico e investigador de la «biblioteca» lítica de Ica no carecía de

base. Además, ¿qué significaban sino aquellas piedras grabadas donde parecían

representarse escenas de luchas, de exploración, de caza y hasta de observación de cometas?

Por indicación de Cabrera —y en una de mis visitas a la capital peruana— visité el Museo

Aeronáutico. Allí, el director del mismo, el ya mencionado coronel Omar Chioino, me mostró

amablemente lo que en realidad constituye la más insólita y remota manifestación de la

«navegación aérea», si es que se me permite esta expresión.

Javier Cabrera, amigo del coronel Chioino, había donado, hacía ya tiempo, al citado

Museo de Lima más de sesenta piedras de todos los tamaños y pesos, exclusivamente

grabadas con grandes «pájaros mecánicos» o reptiles voladores sobre los que, como señalaba

anteriormente, viajaban hombres «gliptolíticos».

Allí quedé maravillado una vez más con los grabados y altorrelieves que formaban lo que

hemos dado en llamar el «capítulo» de los «pájaros mecánicos».

Conscientes de lo espectacular de aquella colección, el Museo había solicitado de

expertos dibujantes del Ejército del Aire el traslado al papel de cada uno de los grabados

que figuraban en las sesenta y tantas piedras. La laboriosa tarea había sido Ya concluida y

los visitantes podían apreciar de un solo vistazo la escena que se representaba en cada

piedra. Este procedimiento —utilizado ya por Javier Cabrera para otras muchas piedras—

daba siempre un resultado magnífico. Uno de los grandes obstáculos con que,

precisamente, tropiezan cuantos contemplan los gliptolitos es la dificultad para percatarse

con rapidez de las imágenes contenidas en las rocas. La curvatura de las mismas hace

imposible contemplar la totalidad del altorrelieve o grabado a un mismo tiempo. De ahí que

los dibujos-desarrollo siempre constituyan un eficaz sistema de comprensión del «gliptolito».

A la vista de aquella espléndida «serie» —con todo tipo de «pájaros mecánicos» y de

reptiles voladores antediluvianos—, uno no podía olvidarse de aquel otro no menos

profundo misterio que se extiende a unos 200 kilómetros al sur de la ciudad de Ica y que

todos conocemos ya como las «pistas» de Nazca.

Esas enigmáticas figuras de cientos de metros de longitud e, incluso, hasta kilómetros,

que nos han recordado siempre las pistas de despegue y aterrizaje de nuestros

aeropuertos.

¿Qué relación podía tener la «biblioteca» encontrada en el desierto de Ocucaje con la

pampa donde se entrecruzan gigantescos dibujos de una araña, un mono, pájaros, figuras

geométricas y un sinfín de líneas rectas?

Javier Cabrera conocía el secreto. Lo había descifrado a través de las piedras grabadas.

No cabía duda, por tanto, de que existía una vinculación directa entre los seres que

grabaron la «biblioteca» lítica y los que dejaron impresas en la pampa nazqueña aquellas

misteriosas huellas.

¿Y cuál era esa vinculación?

—Se trataba de los mismos hombres «gliptolíticos» —me comentó Cabrera cuando

comenzamos a conversar sobre tan apasionante tema—. Yo he descubierto en estas

piedras la explicación de las figuras y pistas de Nazca. ¡Están acá!

Ardía en deseos de conocer esa «explicación».

—Como te comenté antes, esta Humanidad logró anular la gravedad, procurándose así

un inmejorable sistema de salida al espacio. Un sistema que ni siquiera nuestros científicos

han conseguido aún.

»Nazca, con su pampa, era uno de esos "espaciopuertos". Por allí entraban y salían de la

Tierra y por allí se catapultaban en sus viajes por el planeta.

»¿Cómo lo lograban?

»En la actualidad sabemos que bajo gran parte de Perú y del continente sudamericano

existe un gigantesco filón de hierro. Ese yacimiento va desde Nazca hasta Paracas,

alcanzando también Machu Picchu.

»Pues bien, según mis descubrimientos —todos ellos basados en las piedras grabadas y

en los "huacos"—, la Humanidad prehistórica construyó sobre dicho filón de hierro su

"espaciopuerto". ¿Qué razón tenían para llevar allí semejante obra? Nosotros sabemos hoy

que el hierro concentra el campo magnético. ¿Y qué sucedería si electrizásemos la zona?

Contando siempre con la existencia del campo magnético propio del planeta, aquel lugar se

transformaría automáticamente en un "electroimán": un gigantesco "electroimán".

»Eso fue lo que sucedió. Estos seres conocían la existencia del gran filón de hierro y

construyeron su "espaciopuerto" sobre la pampa de Nazca.

»Las pistas y algunos de los dibujos fueron sometidos a sistemas de electrificación que les

permitían "ingresar" o "salir" de la Tierra cuando lo deseaban.

»Bastaba regular ese campo magnético para "aterrizar" o "despegar". El mecanismo era

sencillo.

»Existía un lugar de "embarque" y una zona inicial de recorrido —a base de motores

electromagnéticos— que concluía en una "caída libre", aprovechando el desnivel del terreno.

En un tercer tramo, las naves eran aceleradas mediante un "cojín magnético" y los motores

lineales. Por último, en una plataforma angulable se llevaba a cabo la deflexión, incrementando

la velocidad».

Una mañana tórrida me decidí a comprobar por mí mismo la magnificencia de aquellas

figuras y pistas de la pampa de Nazca. Después de casi 200 kilómetros por la carretera

Panamericana, logré divisar el Valle del Ingenio.Allí, y sobre un «lienzo» de tierra arenosa y

sembrada de guijarros marrones y negros, se extendían 50 kilómetros de misterio. Allí,

después de caminar durante horas sobre la pampa, me senté a esperar el crepúsculo. Un

crepúsculo que se produciría con la misma pureza y color durante millones de años. Allí, en

fin, comprendí con desolación que nuestro pasado es algo tan oscuro como nuestro futuro.

¿Qué representaban en verdad aquellas simétricas —atormentadoramente simétricas—

figuras de cientos de metros, de kilómetros, que se perdían en el horizonte? Mis

pensamientos estaban confundidos. Recordaba las palabras de Javier Cabrera, y mis dudas

parecían crecer.. Si aquello había sido un «espaciopuerto» en el pasado, ¿qué había sido de

tanta grandeza?

Recuerdo bien cómo mi confusión se vio mezclada con la impaciencia cuando, al principio,

al comenzar a caminar por la achicharrada pampa de nazca, las famosas pistas y figuras

parecían haberse difuminado. Tardé horas en comprender. Era imposible percatarse desde

allí abajo de la presencia de las líneas. El «guía» me advirtió: «Es preciso subir en avión

para divisar las figuras en toda su dimensión... »

Pero antes de seguir los consejos del nazqueño me aproximé a un pequeño cerro de no

más de 15 metros de altura. Al llegar a lo más alto del peñasco comprobé asombrado que

había estado caminando durante horas sobre las mismas líneas que forman los dibujos

gigantes. ¡Pero yo no lo había notado desde el suelo!

Un total de 50 líneas rectas nacían de aquella roca y se perdían en todas direcciones,

rumbo al horizonte.

Sentí una curiosidad infinita. Y casi de un salto me situé sobre una de aquellas líneas que

arrancaban del peñasco. La examiné con detenimiento. Recogí tierra y algunos pequeños

guijarros...

En realidad, nada parecía distinto. Sólo un detalle me llamó poderosamente la atención.

Regresé nuevamente a lo alto del cerro a fin de percatarme, y comprobé que mis

deducciones eran acertadas. La pampa, como comentaba anteriormente, se encontraba

cubierta casi por completo de guijarros de pequeño y mediano tamaño. Sin embargo,

ninguna de las líneas presentaba el mismo número de guijarros que el resto de la pampa.

Era como si un chorro gigantesco de aire a presión hubiera ido apartando del trazado de

cada figura los miles o millones de guijarros negros y parduscos que en buena lógica deberían

cubrir también las figuras y las pistas. ¿Cómo podían haber desaparecido tantos miles

de piedras de cada una de las superficies que formaban las anchas rayas?

Al regresar a Ica comenté con Cabrera este hecho y la circunstancia de que las figuras no

hubieran sido borradas en tantos siglos, a pesar de que aquellas llanuras fueron hasta hace

muy pocos años paso obligado de grandes manadas de mulas y caballos.

El profesor fue directo al grano:

—Aquella Humanidad nos dejó con estas figuras de Nazca la infraestructura, el esquema,

de toda una tecnología. Esas figuras —como en el caso del mononos— están revelando el

mecanismo que impulsaba a una nave a salir de la Tierra.

Sin embargo, no todos los estudiosos y científicos de la pampa de Nazca opinan como el

profesor Cabrera.

María Reiche—la llamada «bruja del desierto», que lleva más de treinta años estudiando

las pistas y figuras— asegura que aquella formidable obra pudiera ser un «calendario

astronómico». El más grande y ambicioso de cuantos ha construido el ser humano.

Y defiende su teoría basándose en el hecho de que la civilización que trazó las líneas —

por supuesto desde tierra y valiéndose de cuerdas— estaba profundamente interesada en

conocer con exactitud la entrada y salida de las distintas estaciones del año.

«Esto —opina la alemana— era vital para sus cosechas.»

Pero la hipótesis de María Reiche —aunque, en efecto, el Sol coincida en su caso con

algunas de las rayas— no es suficiente para sostener ese cúmulo de enigmáticas y

gigantescas figuras.

Para Javier Cabrera, sin embargo, el misterio dispone tiempo que está resuelto. Y lo está

porque él pone del valiosísimo documento que representan 11.000 piedras grabadas por la

misma Humanidad que, al parecer, construyó las pistas de la pampa.

—Si uno estudia al hombre prehistórico con el criterio convencional o tradicional de la

Arqueología —añadió el investigador— jamás encontrará nada de valor...

»Con estas figuras de la pampa nazqueña sucede lo mismo. Hay que ser demasiado

ingenuo o ignorante para pensar que un dibujo tan complicado podía ser obra de un hombre

prehistórico. Y, ya ves, sin embargo, podemos reconocer en él valiosos elementos de física.

»Pero hay algo más que los arqueólogos no quieren comprender. Si estos dibujos fueron

ejecutados hace 3.000 años por los pueblos preincaicos, ¿por qué no se han borrado

todavía?

»Porque sigue vigente la infraestructura de siempre. La alemana cree que las líneas se

mantienen vivas porque pasa su escoba de vez en cuando sobre ellas. Pero María Reiche

llegó a Nazca hace treinta años y las líneas —según ella, incluso— tienen 3.000...»

¿Qué quería decir Javier Cabrera con la afirmación de que seguía vigente la

infraestructura de las pistas y figuras de Nazca? ¿Es que si procediésemos a una

sistemática excavación encontraríamos algo fantástico?

Javier Cabrera sonrió maliciosamente y prefirió dejarme con la duda. Había llegado su

hora de entrada, como médico, en el Hospital Obrero de Ica.

—Ésta sí es una gran tragedia para mí —concluyó, mientras nos despedíamos a la puerta

de su museo—. Yo tengo que seguir en el Hospital, y todas esas horas que dedico a mi

profesión las resto de esta urgente y trascendental investigación... Por eso estoy

constantemente pidiendo que llegue hasta Ica una comisión oficial de científicos.

—Por cierto —le pregunté en el último instante— ¿sabe María Reiche que las pistas y

figuras de Nazca están en las piedras grabadas de Ica?

Por supuesto que lo sabe. Por eso sus ataques son más furibundos... Pero lo importante,

de cara a la opinión mundial, es aportar pruebas. Y yo las estoy mostrando...

De eso no había la menor duda. Cabrera me había dejado sin aliento después de

mostrarme la más sensacional y remota colección de «pájaros mecánicos» del mundo. ¡

«Pájaros mecánicos» de hace millones de años!

Algunos días después de aquella última charla, Javier Cabrera pondría ante mis ojos otras

piedras que completaban el fascinante «capítulo» de la gran catástrofe y de la posterior

huida del planeta por parte de algunas minorías...

CAPÍTULO 10

HUYERON A PLÉYADES

«Hace 10.000 años —afirma Much—, la Tierra sufrió uno de los más espantosos

"bombardeos" cósmicos de su historia.»

—Según las leyendas, la caída de un gran meteorito —tal y como hacía referencia en el

capítulo tercero— provocó la desolación y la muerte a lo largo y ancho del planeta. El

impacto del asteroide fue tan violento, tan desgarrador, que aquella alucinante destrucción

quedó como prisionera en el espíritu y en la memoria colectiva de los escasos pueblos

que sobrevivieron. Y se transmitió con fuerza de unas razas a otras, a pesar del

impresionante lapso de tiempo transcurrido.

Esa catástrofe, como digo, sigue en pie hoy en el fondo de los libros llamados sagrados

o santos. En el fondo de los libros de las culturas del mundo y en el fondo del «cuerpo»

redondo y azul de la propia «víctima»: la Tierra.

Sigamos, por ejemplo, las documentadas afirmaciones del mencionado Much, recogidas

con detalle por P. Kolosim.

«El asteroide —afirmó Much aportando una imponente documentación astronómica y

geológica— se presentó por el Noroeste, penetrando en la capa atmosférica a una

velocidad de 15 a 20 kilómetros por segundo.

»A unos 400 kilómetros de la Tierra empezó a enrojecer, para volverse luego, a causa

del roce con el aire, tan incandescente como para cegar a quien lo hubiese mirado.

»A poca distancia del Atlántico, superada una temperatura de 20.000 grados, el cuerpo

celeste estalló. Primero voló, hecha añicos, su parte exterior, que, reducida a un enjambre

de gigantescos meteoros, se abatió sobre la América septentrional; después, el núcleo se

partió en dos, golpeando a nuestro globo con un peso de medio billón de toneladas, cerca

de los 30 grados oeste y 40 grados Norte, en el centro del arco formado por Florida y las

Antillas. La zona directamente afectada puede ser identificada con un tramo del llamado


Date: 2016-01-05; view: 767


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