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Libros de Luz: http://librosdeluz.tripod.com 8 page

¿Es que ésta podía ser la explicación a la desconcertante isla del Pacífico?

—Estas tallas encontradas en Perú —le planteé a Javier Cabrera— y las estatuas de la

isla de Pascua tienen una profunda semejanza. ¿Por qué?

—No olvides que esta remotísima civilización que dejó las piedras grabadas cubría y se

extendía por todo el planeta. Había una intercomunicación. Las tallas encontradas en los

desiertos y tumbas del Perú son muy similares, en efecto, a las estatuas de la isla de

Pascua. Sin embargo, ¿por qué los «moais» no son similares a los habitantes actuales de

dicha isla? ¿No te lo has preguntado? La razón confirma una vez más la gran antigüedad de

esta civilización. Los hombres representados en las estatuas de Pascua no se parecen a los

actuales «pascuenses» porque el tiempo transcurrido entre ambos es enorme. Sin embargo,

los «moais» sí son idénticos a los seres representados en el altiplano peruano de

Marcahuasi.

»Ambos son hombres de eras remotas del planeta. Y al igual que sucede con los

animales, también las distintas Humanidades que han ido poblando el mundo han ido

cambiando. El hombre de Tiahuanaco, por ejemplo, era rechoncho, de gran cabeza, piernas

cortas, brazos largos y cuatro dedos en cada mano. Muy parecido, por tanto, al hombre

"gliptolítico". Pero, ¿qué raza actual se asemeja a ese hombre de Tiahuanaco o al de las

piedras grabadas?

»Esto, necesariamente, nos remonta a un pasado de la Tierra del que desconocíamos

casi todo.

»Ahora, con la aparición de esta "biblioteca", la mente del hombre de nuestro "filum"

cambiará».

—¿Y cómo has interpretado los restantes continentes?

—América del Norte y del Sur, que estuvieron positivamente divididas, aparecen ya

unidas. Este «puente» que ahora denominamos Centroamérica coincidió con el

levantamiento de las montañas... pero, ¿dónde estaba aquí Europa?

Cabrera había reservado intencionadamente para el final su descubrimiento sobre

«Atlántida». Señaló el continente que se encontraba a la derecha de las dos Américas y

prosiguió:

—Este continente que hace millones de años se encontraba en mitad del océano Atlántico

fue derivando también hacia el Este. Pero el gran cataclismo de que hablábamos precipitó

los acontecimientos. Y la caída de las Lunas sobre Atlántida hundió parte del continente,

desplazando el resto hacia Oriente. Como consecuencia de ese desplazamiento, Atlántida

se convertiría en Europa y Norte de África...

»En otras palabras: ustedes, los españoles, y buena parte del resto de Europa, ¡son la

Atlántida!»



Recordé entonces uno de los párrafos de las sugerentes obras de Platón —limeo y

Critias—, en las que se hace mención de este continente perdido. En ellas hay una crónica

sobre el desaparecido continente. Se la atribuyen a Solón, legislador de la antigua Hélade,

que viajó a Egipto hacia el año 560 antes de Cristo.

Se cuenta que la asamblea de sacerdotes de la diosa Neithde Sais, protectora de las

ciencias, reveló a Solón que sus archivos se remontaban a millares de años y que se

hablaba en ellos de un continente situado más allá de las Columnas de Hércules y engullido

por las aguas hacia el 9.560 antes de J. C.

Platón no cometió el error de confundir Atlántida con América. Dice claramente que

«existía otro continente al oeste de Atlántida». Y habló de un océano que se extendía más

allá del estrecho de Gibraltar. El Mediterranio —afirmaba— no es más que un puerto.»

En este océano —el Atlántico— situó una isla-continente más extensa que Asia Menor y

Libia juntas. Cuenta Platón que en el centro del Atlántico existía una fértil llanura protegida

de los vientos septentrionales por altas montañas.

El clima era subtropical y sus habitantes podían recoger dos cosechas al año. El país

era rico en minerales, metales y productos agrícolas.

En la Atlántida florecían la industria, los oficios y las ciencias. El país se enorgullecía de

sus numerosos puertos, canales y astilleros. Y al mencionar sus relaciones comerciales

con el mundo exterior, Platón sugiere el empleo de barcos capaces de atravesar el

océano...

—Las distintas leyendas de los pueblos —comenté— hablan de una catástrofe que

sucedió hace miles de años. Un cataclismo que sepultó bajo las aguas a estas tierras

ignoradas hoy. Pero Platón, en su obra... no se remonta a millones de años. Habla de

apenas 10.000 años...

Javier Cabrera captó inmediatamente la intención de mi planteamiento.

—Esa catástrofe, así es, está en el corazón de los pueblos, de las narraciones de los

libros históricos. Y se trata, no me cabe duda, de la misma destrucción mundial a que se

refiere la «biblioteca» lítica.

»Pero, vamos al fondo de tu pregunta. ¿Ocurrió hace 10.000 años o más de 60 millones

de años? Yo te vuelvo a plantear el problema que analizábamos días pasados. ¿Qué

significaban 10.000 años para Platón o para la asamblea de sacerdotes de la diosa Neith? ¿

Es que acaso podían medir algo que quedaba fuera de su tiempo-espacio? El cataclismo

fue de tal magnitud que las Humanidades posteriores a la del hombre gliptolítico

conservaron siempre la huella del desastre. Así supimos —a través del paso de esos

posteriores "fila" humanos— la esencia de aquella horrible destrucción que arrasó

continentes y sumió a la Humanidad en el más penoso de sus períodos. Pero, ¿cómo

podían determinar Solón o Platón la era en que sucedió esto si ellos estaban viviendo en un

espacio-tiempo absolutamente distinto de aquél?

»Nosotros sí hemos podido averiguarlo ahora porque hemos tenido la fortuna de

encontrar esta "biblioteca".

»Los sacerdotes egipcios y Platón sólo disponían de testimonios o relatos que, a su vez,

procedían o se basaban en otros relatos y leyendas. Y éstos, en otros, y así

sucesivamente...

»El conocimiento de la gigantesca destrucción que iba a sufrir aquella Humanidad fue

precisamente, como ya te he indicado en otras ocasiones, lo que movió a dicho "filum"

gliptolítico a dejar este "mensaje".

Me fijé nuevamente en los «hemisferios» y observé que lo que Cabrera denominaba

Arabia y Australia se encontraban unidas. Aquello me extrañó también.

—Ese gran cataclismo —comentó— debió de romper el «puente» que unía ambas masas

continentales. Malasia, precisamente, sí concuerda con la fauna de Arabia. ¿Por qué?

Porque, en el cataclismo, la fractura de dicho «puente» provocaría el nacimiento de lo que

hoy conocemos como Malasia...

Pero Javier Cabrera —además de mostrarme las Piedras grabadas en las que aparecen

los antiguos continentes del globo terráqueo— me puso en antecedentes de una reciente

investigación científica que reforzaba sus hipótesis sobre la forma y situación de las viejas

masas de tierra.

—Se ha hecho un muestreo a nivel mundial —explicó— y se ha comprobado que el tipo

común de sangre en Europa es el llamado A. En Asia, el B, en América es el «cero» o

Universal. Australia tiene también sangre «cero». Y lo mismo sucede con África.

»El porcentaje mayor de sangre "cero" o universal lo tiene América, que llega al cien por

cien. Le siguen África y Australia.

»Pero la tesis actual vigente es que el hombre de América entró por el estrecho de Bering.

Es decir, que, desde el punto de vista racial, los americanos proceden del hombre asiático.

»Pero eso no puede ser... El muestreo ha señalado con claridad que Asia tiene un tipo

común de sangre: B. Entonces, si el mayor índice de sangre "cero" lo arroja América, ¿

cómo puede decirse que el hombre de América desciende del asiático? Es imposible.

»Más bien deberíamos ser descendientes de los negros, que también tienen sangre

"cero". Pero es evidente que no ocurre así. Ni los españoles encontraron negros al

desembarcar en América...

»¿Qué podemos pensar entonces? Que los hombres son autóctonos de cada

continente».

—En los distintos continentes que aparecen grabados en las piedras he observado figuras

que se diferencian entre sí, precisamente por sus rasgos faciales. ¿Tiene esto algo que ver

con la primitiva ubicación de las razas?

—Por supuesto que sí. Ésa es otra de las grandes maravillas de estas piedras. Cada

continente tiene perfectamente señalado el tipo de raza que lo poblaba. Y así ves

negroides, blancos y mongoloides en los distintos continentes. Éstos eran los tres grupos

puros iniciales de la Tierra.

Según esto, Mu tenía sangre B, puesto que fue a engrosar el continente asiático. Atlántida

sería del tipo A, tal y como sucede y se demuestra hoy en Europa y África, en el otro

"hemisferio", con sangre "cero". Todo concuerda.

—Si tenían capacidad para viajar por todo el planeta, ¿cómo es que no se produjo una

mezcla?

—También ahora tenemos capacidad para viajar y, sin embargo, ya ves, en este reciente

muestreo seguían predominando unos tipos concretos de sangre por continente...

Me acerqué de nuevo a las piedras de los «hemisferios» y comprobé, en efecto, las

afirmaciones de Cabrera. En lo que él señalaba como la antigua África habían grabado unas

figuras «negroides». En Mu, sin embargo, los rostros tenían claros perfiles «mongólicos».

Por último, en el resto de las masas continentales, aquellos hombres «gliptolíticos» se

asemejaban al hoy llamado hombre «blanco»...

¿Cómo podía ser? ¿Es que realmente me encontraba ante los «hemisferios» de una

Tierra perdida en la nebulosa de millones de años? Mi mente —lo reconozco— se resistía

en múltiples ocasiones a aceptarlo. Era excesivo...

En aquel instante, mientras contemplaba los trazos seguros y profundos de aquellos

grabados, pasó veloz por mi cerebro un pensamiento que iba a dar pie a una de las

afirmaciones más audaces por parte de Javier Cabrera Darquea:

—¿Qué habría pensado Darwin si hubiera conocido esta «biblioteca»? Creo que no se

habría atrevido a lanzar su teoría sobre la evolución...

—Pero, ¿es que el hombre no se ha visto sometido a ese Proceso inevitable de la

evolución?

—La evolución —tal y como he descubierto en estas Piedras— no es natural en el caso

del ser humano, del fenómeno humano. ¡Es dirigida!

»A Darwin le ocurrió lo mismo que al espectador que sólo "ve la mitad de la película"...

»Si Darwin hubiera conocido e investigado estas piedras no habría desarrollado su

célebre teoría evolucionista. Como tampoco lo habría hecho si hubiera conocido las teorías

de Mendel...

—Pero Mendel —repuse— fue anterior a Darwin...

—Sí, querido amigo. Pero te olvidas que era capuchino... Y su descubrimiento

permaneció oculto mucho tiempo en su convento. Si los enemigos de Darwin hubieran

conocido las leyes de Mendel, lo habrían destrozado.

Aquella afirmación de Javier Cabrera sobre la «evolución dirigida»del ser humano fue

ganando terreno en mi corazón y casi iba a decir que en mi cerebro. No era la primera vez

tampoco que escuchaba algo similar. Hoy un buen puñado de científicos y estudiosos está

convencido de que el fenómeno humano nació en la Tierra como consecuencia de una «intervención

» directa de otros seres del espacio.

Para ser más exactos, a raíz de una acción perfectamente programada y meditada por

otros seres inteligentes —posiblemente pertenecientes a la misma «familia» a la que

nosotros pertenecemos— que «esparcen» por el Universo la «semilla» de esto que

nosotros hemos dado en llamar «fenómeno humano».

Esa «intervención» directa pudo efectuarse en algún momento determinado en que las

distintas formas «prehumanas» —llámense homínidos, póngidos, etc.— poblaban ya el

planeta. El «salto» de esa situación «no inteligente» a otra en la que el cerebro comienza a

desplegar una acción que ninguna de las especies animales ha alcanzado en tantos

millones de años sólo podría explicarse —afirman muchos de estos investigadores—

mediante esa «intervención de otros miembros de la inmensa «familia humana» que se

extiende por la galaxia.

La «evolución», en este caso, pasaría, indudablemente, de la llamada fase natural a la

dirigida. Una «evolución» que podría ser, incluso, controlada durante sus comienzos por

esos seres de otros mundos.

Esta hipótesis, como digo, no es nueva. Ha sido esgrimida ya por algunos autores,

aunque siempre ha tenido que ser apoyada en simples teorías.

Ahora, en cambio, el hecho de una «evolución dirigida» aparecía en este documento

único en el mundo: las miles de piedras grabadas de Ica.

Cabrera, sin embargo, como ya he mencionado en ocasiones anteriores, se resistió una

vez más a proseguir en tan fascinante asunto.

—Es preciso esperar. Las investigaciones no han concluido...

CAPÍTULO 9

UN TESTIMONIO DESCONCERTANTE:

«PÁJAROS MECÁNICOS» Y REPTILES VOLADORES

«TRIPULADOS»

Pienso yo que cualquiera que pudiera contemplar aquellos «hemisferios» terrestres de

hace millones de años, grabados en dos enormes piedras, se haría la misma pregunta:

«¿Cómo llegó a conocer aquella remota Humanidad las formas y contornos de los

continentes?».

Pero antes de pasar a la apasionante «serie» de los «pájaros mecánicos»—pieza

fundamental para descifrar el misterio del trazado de estos «mapas»— he querido

detenerme primero en otros famosos y revolucionarios «mapas» de los continentes del planeta.

Unos «mapas» que en estos momentos ratifican de forma decisiva esa convicción de

Javier Cabrera sobre la existencia de otras Humanidades que, desde hace millones de años,

han venido sucediéndose en la Historia real del planeta: los mapas de Piri Reis.

Louis Pauwels y Jacques Bergier los denominan los «mapas imposibles». He aquí, en

síntesis, la asombrosa realidad de estos documentos:

Los mapas llamados hoy de «Piri Reis»fueron desempolvados, y hasta cierto punto

«descubiertos», el 9 de noviembre de 1929, cuando el director de los Museos Nacionales

turcos, Malil Edhem, procedía al inventario y a la clasificación de todo lo que reunía el

conocido museo Topkapi de Estambul.

Malil Edhem se encontró de pronto con dos mapas en los que se reproducía parte del

mundo. Dos mapas que los expertos turcos daban como perdidos y que el famoso

navegante turco Piri Reis había descrito en su libro de memorias Bahriye, en el siglo XVI.

Piri Reis había sido un piloto notable. Perteneció a una familia de navegantes turcos de

gran raigambre y proporcionó al Imperio otomano días de gran gloria al extender la

supremacía naval de dicho pueblo por todo el Mediterráneo y mares vecinos. Piri Reis

conocía a la perfección las costas de aquel Mediterráneo y se especializó en la difícil técnica

del trazado de cartas y mapas marinos.

En el prólogo de su obra —Bahriye— habla ya prolijamente de su primer mapa, trazado en

su ciudad natal, Gelibolu, entre el 9 de marzo y el 7 de abril de 1513. En dicho prólogo, Piri

Reis expresa que, para trazarlo, cotejó todos los mapas que conocía —aproximadamente

una veintena—, algunos de ellos muy secretos y muy antiguos, comprendidos ciertos mapas

orientales que, al parecer, nadie más poseía en Europa.

Su conocimiento del griego, del italiano, del español y del portugués le ayudó

extraordinariamente a la hora de sacar el mayor partido posible de las indicaciones

contenidas en todos los mapas que consultó. Por otra parte, Piri Reis disponía de una caria

confeccionada por el propio Cristóbal Colón Y que había llegado a su poder merced a uno de

los miembros de la tripulación del célebre genovés. Este marino había sido hecho prisionero

por Kemal Reis, tío de Piri Reis, y pudo por ello completar de viva voz los conocimientos del

cartógrafo turco.

Gracias a estas informaciones, Piri Reis llegó a unas sustanciosas conclusiones, que

reflejó en uno de los capítulos de su libro. Al referirse al «Mar Occidental» —como se

denominaba antiguamente al océano Atlántico—, Piri Reis cuenta:

«Un infiel llamado Colombo, y que era genovés, fue quien descubrió estas tierras. Un libro

llegó a las manos del susodicho Colombo, el cual vio que se decía en el libro que, al otro

lado del "mar occidental", precisamente hacia el Oeste, había costas e islas y toda clase de

metales, así como piedras preciosas. El susodicho, después de estudiar largamente el libro,

fue a suplicar, uno tras otro, a todos los notables de Génova, diciéndoles: "Dadme dos

barcos para ir allá y descubrir esas tierras." Ellos le respondieron: "¡Oh, hombre vano! ¿

Cómo puede encontrarse un límite al mar occidental? Éste se pierde en la niebla y en la

noche."

»El susodicho Colombo vio que nada sacaría de los genoveses y se apresuró a ir al

encuentro del rey de España, para contarle detalladamente la historia. Le respondieron lo

mismo que en Génova. Pero suplicó durante tanto tiempo a los españoles, que su rey acabó

por darle dos barcos, muy bien pertrechados, y le dijo: "¡Oh, Colombo! Si sucede lo que tú dices,

te haré Rapudán de aquel país." Dicho lo cual, el rey envió a Colombo al "mar

occidental"».

Aquel libro que encontraría Cristóbal Colón data según figura en la obra de Piri Reis de la

época Alejandro Magno...

Según esto, existía ya —mucho antes que Cristóbal Colón desembarcara en América— un

conocimiento de dicho lugar. Pero las sorpresas no terminan ahí. Porque, entre los 215

mapas que Piri Reis incluyó en su libro, había varios que —cuatro siglos después— iban a

conmocionar al mundo.

En realidad, sólo se poseen fragmentos de estos mapas. Pero en ellos figura la totalidad

del Atlántico y sus costas americanas, europeas, africanas, árticas y antárticas. Aparecen

trazados sobre pergamino de color, iluminados y enriquecidos con numerosas ilustraciones

los retratos de los soberanos de Portugal, de Marruecos y de Guinea. En África se ven un

elefante y un avestruz. En América del Sur, una llama y un puma. En el océano, y junto a las

costas, barcos... y en las islas, pájaros.

Los pies de las ilustraciones están escritos en turco. Las montañas aparecen señaladas

con su perfil, y los ríos, con líneas gruesas.

Para los parajes rocosos, el autor o autores de aquellos mapas emplearon el color negro.

Las aguas arenosas y poco profundas fueron señaladas con puntos rojos, y los escollos

ocultos bajo la superficie del mar, con cruces.

Pero el hallazgo no iba a cobrar su verdadera dimensión hasta que en 1953, un oficial de

la Marina turca envió una copia al ingeniero jefe de la oficina Hidrográfica de la Marina de los

Estados Unidos. Éste, interesado por los extraños mapas, los mostraría a un experto en

mapas antiguos: Arlington H. Mallery. Y en ese instante comenzó a desvelarse el tremendo

misterio.

Mallery, ingeniero de profesión, se dedicó de lleno al estudio de los singulares mapas. Y

sus largas investigaciones se iban a ver coronadas por el éxito. Un éxito que iba a hacer

temblar toda la Historia de nuestra civilización...

Según Mallery, la porción del mapa comprendida entre Terranova y el sur del Brasil, al

margen de su exactitud, verdaderamente asombrosa para aquella época, no planteó

demasiados problemas a la hora de descifrarla. En lo que respecta al norte y sur del mapa —

y una vez «traducidas» las indicaciones al lenguaje cartográfico moderno— Mallery

comprendió que Piri Reis había trazado las costas de la ¡Antártida! Pero eso no era todo.

Mallery observó que, tanto Groenlandia como el continente antártico, habían sido dibujados

antes de la glaciación de los polos...

Aquel revolucionario e inquietante descubrimiento fue defendido con gran vigor y no

menos valor por el ingeniero y «traductor» de los mapas de Piri Reis en la Universidad de

Georgetown.

«La Groenlandia que Piri Reis llevó a los mapas —afirmó Mallery— correspondía a las

líneas de relieve descubiertas por las expediciones polares francesas. En cuanto a la costa

que prolonga en gran manera la de América del Sur, no se trataba de otra cosa que la de la

Antártida... »

Mallery trabajó intensamente en el hallazgo. Siguió milímetro a milímetro el mapa,

comparándolo constantemente con las cartas modernas. Los resultados fueron tan

sorprendentes como criticados.

El ingeniero descubrió, por ejemplo, que las islas indicadas por Piri Reis frente a las costas

coinciden con los que parecen ser picos montañosos subglaciales descubiertos por la

expedición antártica noruego-británica en la Tierra de la Reina Maud y cuyo trazado fue

publicado en el Geographic Journal de junio de 1954.

Sin embargo, los científicos soviéticos que investigaron igualmente los mapas no se

mostraron del todo de acuerdo con las teorías de Mallery. Basándose en sus propios

trabajos de transposición llegaron a la conclusión de que el trazado de Piri Reis no

correspondía a la Antártida, sino al extremo sur de la Patagonia y de la Tierra de Fuego.

Esta hipótesis —lejos de reducir el valor de dichos mapas— reafirmó en el fondo la

autenticidad de los mismos. ¿Por qué? Muy sencillo: estas regiones no empezaron a ser

oficialmente conocidas hasta ¡1520!

Sea como fuere, la realidad es que Piri Reis tenía sobre el continente americano datos

anteriores al «descubrimiento» de Cristóbal Colón.

Algunos autores han apuntado la posibilidad de que dichos datos procediesen de los

vikingos. Sin embargo, esta teoría no pudo sostenerse mucho tiempo. Los vikingos sólo

conocieron —según consta en numerosos relatos— una diminuta zona de América del

Norte. ¿Cómo explicar en este caso los trazados del continente sudamericano y de la

Antártida?

¿Quién y cómo pudo trazar entonces estos insólitos mapas?

Los citados autores —Louis Pauwels y Jacques Bergier— responden así a este

interrogante:

«Según Mallery, Piri Reis, heredero de una larga serie de tradiciones secretas, debió de

tener conocimiento de datos geográficos que, en lo tocante a Groenlandia y a la Antártida,

databan de antes de la glaciación. Pero, ¿cuándo se produjo dicha glaciación?

»El Año Geofísico Internacional dio vivo impulso entre otras, a estas investigaciones. En

1957, los trabajos convergentes del doctor J. L. Hough, de la Universidad de Illinois, por

medio de sondeos, y del doctor W. D. Hurry, de los laboratorios de geofísica del Instituto

Carnegie, por el método del radiocarbono, empezaron a delimitar el problema: el período de

glaciación actual de los polos empezó entre 6.000 y 15.000 años atrás. Este margen de

incertidumbre ha sido posteriormente muy reducido. Los especialistas y en particular Claude

Lorius, —jefe glaciólogo de las expediciones polares francesas— fijan el comienzo del

período glacial entre 9.000 y 10.000 años atrás. Además, están de acuerdo en que acaba de

empezar un período de desglaciación. Parece, pues, posible que, hace unos diez milenios,

Groenlandia y la Antártida tuviesen la configuración que se observa en los mapas de Piri

Reis.

»Su relieve se manifiesta libremente; una parte de las tierras actualmente cubiertas por el

hielo o sumergidas era entonces visible.

»En vista de esto, parece que se podría concluir diciendo que los conocimientos que

sirvieron para el trazado de estos mapas datan de unos 10.000 años atrás.

»Después de todo lo que acabamos de decir, esta conclusión es inevitable; pero

contradice todas las teorías clásicas actuales sobre la historia de la civilización y debe ser

considerada con gran cautela. ¿Qué dicen los manuales de Prehistoria? Hace diez mil años

reinaba —si podemos expresarnos así— el hombre de Cro-Magnon, al cual se atribuyen las

pinturas de Lascaux, pero que no conocía el trabajo de los metales, ni el cultivo de la tierra,

ni la domesticación de los animales.

»Ahora bien, Arlington H. Mallery el gran especialista, dice de los mapas de Piri Reis: "En

la época en que se confeccionó el mapa, no era solamente preciso que hubiera

exploradores, sino también técnicos en hidrografía particularmente competentes y organizados

Pues no se puede dibujar el mapa de continentes o territorios tan extensos como la

Antártida, Groenlandia o América, como por lo visto se dibujó hace algunos milenios, si no se


Date: 2016-01-05; view: 933


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