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Libros de Luz: http://librosdeluz.tripod.com 6 page

completo y que denota ya una gran antigüedad.

Pero el profesor Cabrera tenía nuevamente razón. Aunque los análisis petrológicos tienen

un gran valor y cubren una de las etapas en el necesario proceso de investigación de la

«biblioteca», lo verdaderamente valioso y decisivo —y a lo que los arqueólogos cierran sus

ojos— está en el estudio de las «ideografías» que hay en las piedras.

—Es el «lenguaje gliptolítico» —me repitió Javier Cabrera muchas veces— lo que nos va a

comunicar el «mensaje»...

»Debernos "leer" las piedras. Ahí está el secreto de su verdadera antigüedad. Y tú vas a

conocer ahora dos nuevas pruebas del remoto origen de esta "biblioteca. Puedo adelantarte

que uno de estos dos testimonios me sumió durante muchas semanas en la confusión y el

insomnio...

CAPÍTULO 7

EL COMETA KOHOUTEK, GRABADO EN LAS PIEDRAS

Había visto aquella enorme piedra en septiembre de 1974. Uno se fija en ella casi sin

querer. Cabrera la situó hace cinco años frente a su mesa de despacho, en el gabinete de

trabajo que ha dispuesto en su centro de estudio de la plaza de Armas de la ciudad de Ica.

Es una piedra de gran tamaño, aunque no de las más grandes. Javier Cabrera estimaba

su peso en unos 300 kilos.

Aquella mole negra y de más de medio metro de altura iba a ser el centro de nuestras

conversaciones a lo largo de muchas horas.

En mi primer viaje a Ica en el ya mencionado mes de septiembre de 1974, Javier Cabrera

me habló de aquel gliptolito. Pero lo hizo quizá por prudencia facilitándome tan sólo una

mínima parte de la «información» que realmente reunía la piedra.

En parte, aquella versión «convencional» de la piedra de los «tres astrónomos» —como

Javier Cabrera la denominaba entonces— estaba más que justificada. El médico de Ica no

había concluido sus investigaciones, y buena parte de los grabados que allí aparecen se

encontraban en pleno proceso de estudio. De ahí que Cabrera Darquea no se decidiera a

exponerme la totalidad de sus descubrimientos.

En aquella ocasión, y cuando le pregunté sobre el «mensaje» de la piedra, Javier me

comentó:

—Creo que se trata de una «visión telescópica» del Cosmos. Aquí puedes ver tres

hombres que miran al cielo con aparatos que se asemejan a nuestros «telescopios»...

En dos de las caras laterales de la roca pude ver, efectivamente, tres seres —idénticos en

su fisonomía a los que aparecían en las restantes piedras grabadas— que portaban sendos

«catalejos» y que miraban hacia la parte superior de la piedra. Pero, ¿qué había grabado en

dicha zona de la gran piedra?

Allí, antes de que Cabrera se adelantara a explicarme los detalles de las grabaciones,



identifiqué «estrellas», cometas, nebulosas y toda una serie de signos, conocidos ya por mí a

través de libros que hablan de las constelaciones.

Javier Cabrera me diría en aquella ocasión:

—Estamos ante una perfecta representación de las trece constelaciones que ellos

conocieron. Trece constelaciones que son conocidas hoy también por nuestros astrofísicos.

—Sin embargo, creo recordar que nosotros sólo hemos contabilizado doce

constelaciones...

—Sí, así es —respondió el científico iqueño—. Esta Humanidad prehistórica consideraba

a Pléyadescomo una constelación más. Nosotros no. Nosotros la hemos definido como un

«cúmulo estelar abierto»...

Javier Cabrera fue señalándome, una tras otra, las trece constelaciones. No cabía la

menor duda. aquellos tres «astrónomos» observaban la «bóveda celeste», perfectamente

grabada en la parte superior de la piedra.

Pléyades —según Isaac Asimov— es considerado como un pequeño cúmulo de estrellas

de brillo moderado de la constelación de Tauro. Nueve de las estrellas del cúmulo son suficientemente

brillantes como para poder ser observadas a simple vista, aunque algunas de

ellas se encuentran muy juntas y es difícil discernirlas por separado. Un hombre de vista

normal puede distinguir seis o siete. (Este cúmulo ha sido denominado en algunas ocasiones

«Siete Hermanas».)

Cuando en 1610 enfocó Galileo su telescopio hacia las Pléyades, comprobó que podía

contar sin esfuerzo alguno 36 estrellas en dicho grupo. Los métodos fotográficos modernos

revelan 250 como mínimo y el número total asciende probablemente a cerca de 750.

Las Pléyades constituyen una asociación auténtica de estrellas; no se trata de la imagen

accidental de una serie de estrellas situadas a distancias variables, pero todas ellas cerca de

una misma línea visual. Esto quedó ya demostrado en 1840 cuando Bessel comprobó que el

movimiento propio de todos los miembros de este cúmulo era de 5,5 segundos de arco por

siglo en la misma dirección. Si se tratara de estrellas independientes, sería demasiada

coincidencia que todas ellas se moviesen en la misma dirección y a la misma velocidad.

Los astrónomos han estimado que la distancia media entre las estrellas del cúmulo de las

Pléyades equivale sólo a un tercio de la separación interestelar media en las proximidades

de nuestro sistema solar. Hoy se sabe que el grupo entero se encuentra a unos 400 años-luz

de nosotros y que abarca una región del espacio de unos 70 años-luz de diámetro.

Aun cuando las Pléyades son el cúmulo más grandioso de cuantos se pueden observar a

simple vista, no constituyen sino unamuestra sumamente pálida de los espectáculos que se

nos ofrecen a través del telescopio.

—Pero, fíjate —había proseguido el médico— aquí, en este firmamento, está grabado

también nuestro Sistema Solar.

Y Cabrera dirigió su dedo hacia otros signos que él interpretó como el Sol y los planetas.

—Pero tú me dirás cómo era posible que estos seres pudieran ver las constelaciones con

catalejos o telescopios tan elementales...

»En realidad —y al igual que el resto del "mensaje"— esto es una "ideografía". Estos seres

nos están indicando, simplemente, que "miran" al Cosmos, que "observan" los astros...

»Efectivamente, habría sido imposible observar constelaciones que están tan alejadas de

la Tierra con simples "catalejos". Esta Humanidad nos está señalando que tenían "visión

telescópica", que podían dirigir sus aparatos de astronomía a aquellos lugares del Universo

que desearan, escrutando así las maravillas del espacio.

»En otras palabras: que los telescopios que empleaban no tenían por qué ser

necesariamente así...

»Pero en esta fantástica piedra —prosiguió Javier Cabrera en aquella oportunidad— he

descubierto algo más. Después de estudiarla durante meses, he visto cómo en muchas de

las grabaciones se repiten unos símbolos que constituyen parte de la "clave" de lectura de

las piedras. Esos símbolos son estas "hojitas"... Si las encuentras grabadas en una

determinada posición, significan "vida". Si han sido colocadas en posición contraria,

"muerte". Pues bien, este elemento se encuentra también repartido aquí y allá, entre las

distintas constelaciones y astros que han quedado grabados en esta "bóveda celeste"...

Me fijé con más detenimiento. Así era. Unas diminutas hojas rayadas, así como extraños

rombos Y cuadraditos, aparecían grabados también en las distintas figuras que

representaban las nebulosas y planetas.

—¿Y cuál es su significado?

—Que estos seres tenían conocimiento de la VIDA que existía en el espacio exterior.

Quedé atónito.

—...Estos «astrónomos» —continuó— están observando si hay vida en el firmamento. ¿Y

cuál fue el resultado de sus estudios y conocimientos? Aquí tienes algunos: en esta

«constelación» —en Pléyades— hay VIDA inteligente.

Seguí la dirección del índice del doctor Cabrera y comprobé, en efecto, la presencia de

una «hojita» —en posición de «vida»— en la citada constelación o cúmulo estelar.

Yo no salía de mi asombro. Era superior a mis fuerzas...

—Pero —interrumpí de nuevo al doctor—, ¿cómo has podido llegar a descifrar esto?

—Lo dicen las mismas piedras. En esa «clave» de que te hablaba se relaciona siempre la

«vida inteligente o consciente» con un rayado en forma de cuadraditos. De tal forma que allí

donde se encuentra dicha «clave», allí, siempre, existe «vida inteligente». Y lo Podemos ver

en otros cientos de piedras y en temas totalmente distintos a éste de Astronomía.

»En la constelación de Cáncer, por ejemplo, las Piedras explican que sólo hay "vida

animal"... Como Puedes ver, han grabado rombos. Este signo siempre expresa lo mismo en

las "ideografías".

"En la constelación de Virgoestá comenzando la vida.

'Pero no debes olvidar un detalle importante. Esto pudo ser hace millones de años... No

sabemos si en la actualidad ocurre lo mismo. No sabemos si hoy sigue habiendo "vida

animal" en esos planetas o si se ha iniciado ya la "vida inteligente". Podría haber ocurrido

también lo contrario: que la "vida consciente" haya desaparecido...

Hasta aquí la versión que Javier Cabrera me proporcionó en septiembre de 1974. Repito

que él no había completado sus estudios sobre la entonces llamada piedra de los «tres

astrónomos».

Al regresar a Perú en enero de 1975 y detenerme ante aquella misma piedra, Javier

Cabrera puso su mano sobre mi hombro y me anunció:

—¿Recuerdas cómo durante mucho tiempo yo defendí la teoría de que esta piedra

representaba una «visión telescópica» del Universo?

Asentí.

—...Sólo había comprendido una mínima parte de la «ideografía» —murmuró Javier con

una creciente excitación—. Después de completar la investigación, quedé atónito.

Aterrorizado.

—Pero, ¿por qué? ¿Qué encierra esa piedra? —pregunté impaciente.

—Cuando hablamos de la edad del terreno donde se han extraído estas piedras,

recordarás que Ocucaje y Nazca pertenecen a una de las placas viejas del planeta. Su

antigüedad, por tanto, sería francamente difícil de precisar. Quizá 200, 300, 400 o hasta 500

millones de años... ¿Quién puede averiguarlo realmente?

»En realidad, y hablando con propiedad, la edad en que vivió esta civilización que grabó

las piedras podría ser contabilizada, más que por años, por "ciclos solares"...

Javier Cabrera descubrió la incomprensión en rostro y se apresuró a añadir:

—Antes de llegar al nnat cte la investigación, como decía antes, yo defendí durante

meses que esta piedra representaba una «visión telescópica» del firmamento. Yo veía aquí

tres «astrónomos» que miraban el cielo con sus «catalejos», y en la parte superior de la

piedra, una serie de elementos celestes que —según aquella primera investigación mía—

conformaban una «visión planetaria». Conté dichos elementos celestes y, al ver que eran

trece, deduje que se trataba de las trece constelaciones conocidas hoy. Se trataba, por tanto,

de un zodíaco...

»Pero, ¿dónde empezaron mis nuevos descubrimientos?

»En el estudio de las piedras yo había tenido la ocasión de ratificar que esta Humanidad

contaba el tiempo en meses de 28 días. Es decir, se basaban en el ciclo menstrual de la

mujer.

»Al multiplicar esos 28 días por 13, obtuve así ¡364 días! Éste era el "año" por el que se

regían estos hombres. Y así aparecía grabado en las piedras. La Tierra empleaba en

tiempos de aquella Humanidad un total de 364 días para cubrir una vuelta completa en torno

al Sol.

»Pero, ¿por qué 364 días? ¿Y por qué nuestro mundo da hoy 365,25 días en completar

esa misma órbita?

ȃsta era la primera de las trascendentales pruebas que me estaba ofreciendo esta

piedra sobre la antigüedad de la Humanidad que la grabó...

No terminaba de entender al médico iqueño. Y así se lo hice saber.

Es simple —respondió—. Nosotros llamamos «año» al tiempo que la Tierra necesita en

dar una vuelta completa alrededor del Sol. Y según los más avanzados cálculos

astronómicos, ese movimiento de traslación se cubre en 365 días más unas pocas horas.

—¿No te has preguntado el porqué de esa diferencia entre el «año» de aquella

Humanidad gliptolítica —con 364 días— y el nuestro, con 365,25 días?

Javier Cabrera guardó silencio unos minutos. y esperó nuestras respuestas. Pero nadie

supo qué contestar...

En aquellos momentos recuerdo que llegó hasta el centro-museo de Javier Cabrera el

embajador italiano en Perú. Le acompañaba su esposa y algunos familiares. El señor

embajador, al igual que otras muchas personas inquietas por los grandes y revolucionarios

descubrimientos, había querido conocer in situ la colección de piedras labradas del popular

médico de lea.

Y asistió vivamente interesado a las exposiciones de Cabrera.

—...Está demostrado que el Sol pierde materia —prosiguió el investigador—. Y está

demostrado también que esa pérdida de materia —aunque mínima— tiene unos efectos

concretos sobre los planetas que giran alrededor del astro rey. Al perder materia, la atracción

ejercida por el Sol sobre los astros que se mueven en torno suyo es ligeramente menor.

»Esto provoca un alargamiento de la elipse que dibuja la Tierra en su órbita alrededor del

Sol. ¿Y qué sucede cuando la elipse de la Tierra se alarga? Lógicamente, que el "año"

también se alarga...

»Entonces, ¿no será que ese día y esas horas de más nos están midiendo realmente el

tiempo transcurrido entre el hombre que grabó estas piedras y nosotros?

»Si llevamos estos razonamientos a cifras matemáticas sabemos que cada 100 siglos se

produce un segundo de diferencia. O, lo que es lo mismo, ¡840 millones de años!

—¿Insinúa, doctor, que esta Humanidad pudo vivir, incluso, hace 840 millones de años?

—Lo único que puedo decirte es que este «filum» humano vivió en otro tiempo-espacio.

Nosotros, nuestra Humanidad, está viviendo su propio tiempo-espacio. Y este «filum»

gliptolítico tuvo el suyo. ¿Cuándo? Las piedras nos lo están repitiendo constantemente...

»Las piedras nos están cuantificando el tiempo transcurrido entre aquella Humanidad y la

nuestra. Podemos percibirlo a través de la fauna ya extinguida, de los continentes que

desaparecieron y por la propia diferencia de la morfología de aquellos hombres...

»Pero, si hace tantos millones de años hubo otro "filum" humano, ¿cuántas civilizaciones

—todavía desconocidas y olvidadas— poblaron igualmente nuestro mundo entre el «filum»

gliptolítico y nosotros? ¿O es que vamos a seguir pensando que somos los primeros?

Ninguno de los presentes se atrevió a responder.

—Sin embargo, la mayor y más escalofriante prueba de la antigüedad de estas piedras la

descubrí aquí...

Y Javier Cabrera señaló con su dedo uno de los signos que aparecían grabados en la

«bóveda celeste» de la piedra de los «tres astrónomos». Aquello era un corneta...

Sin saber por qué presentí que me encontraba ante algo mucho más profundo y

trascendental que lo anterior. Y me dispuse a seguir las explicaciones del investigador con

toda la atención de que era capaz.

—«Esto» que ahora voy a explicarles ha constituido mí motivo de sufrimiento, de insomnio

y de terrible duda durante meses...

»Como apuntaba antes, yo había considerado esta "ideografía" como una "visión

cósmica" del firmamento, como una representación de las constelaciones y de la vida

existente en las mismas.

»Esto lo sabía yo en 1971. Sabía que aquí se había grabado un zodíaco, con trece

constelaciones.

»Pero en esa exhaustiva investigación de la piedra descubrí otro elemento que me iba a

dar la clave del más impresionante hallazgo encontrado hasta el momento en esta

"biblioteca" lítica: la nebulosa Cabeza de Caballo.

Cabrera señaló hacia otro de los puntos de aquella «bóveda celeste» en piedra. Y allí se

encontraba —no cabía duda— la nebulosa Cabeza de caballo, denominada así,

precisamente, por su semejanza con la cabeza del caballo... Una nebulosa que la Astronomía

califica como «oscura» y que se encuentra situada en las proximidades de una de las

estrellas del cinturón de Orión.

Sin embargo, yo me resistí durante mucho tiempo. ¿Cómo podía demostrar que aquel

grabado era, efectivamente, la citada nebulosa? ¿Por qué no podía tratarse de una

coincidencia...?

»Algunos meses después, la prensa del mundo entero aireó una noticia que me abrió los

ojos: "Un cometa singular —el Kohoutek— se aproximaba a la Tierra a gran velocidad." En

julio de 1973, los astrónomos localizaron dicho cometa entre las estrellas Sirio y Régulo. Y

aseguraron además que el paso del cometa coincidiría con una clara visión de los planetas

Venus y Júpiter. Todos estos elementos estaban en la piedra. El cometa, tal y como pueden

observar en la grabación, se encuentra entre dos estrellas. Y los planetas Venus y Júpiter

aparecen igualmente en la posición que señalaron los astrónomos...

»Por otra parte, los astrónomos dijeron en un principio que el cometa del "siglo" tenía una

órbita de 10.000 años. Poco después rectificaron y la incrementaron hasta los 40.000. Por

último dejaron sentado que la órbita del Kohoutek era parabólica y que, por tanto, no

regresaría jamás... Si recuerdan, algunos astrónomos barajaron, incluso, cifras de millones

de años.

»Todo aquello me empujó aún con más fuerza a seguir investigando en tan enigmática

piedra.

»Allí, además de las constelaciones, del cometa ya citado, de los planetas y de la

nebulosa Cabeza de caballo había otros elementos. Y uno de ellos parecía un eclipse

anular de Sol...

El doctor Cabrera nos señaló el nuevo elemento. Aquel signo —evidentemente el Sol—

estaba «cubierto» por una especie de anillo...

—Este nuevo factor —continuó Javier— me despistó al principio. Los astrónomos no

habían señalado que el «paso» del cometa Kohoutek fuera a coincidir también con un

eclipse anular de Sol...

»Sin embargo, ante mi asombro, el 2 de noviembre de 1973, la prensa hizo público otro

dato relacionado con Kohoutek: ¡habría también un eclipse...! ¿Cómo podría describirles mi

emoción? ¿Cómo explicarles mis largas horas de insomnio, investigando, investigando,

investigando sin cesar...?

»Los astrónomos habían previsto el "avistamiento" del cometa del "siglo" para el 24 de

diciembre de ese año: 1973. Pues bien, en septiembre de ese mismo año —y cuando yo

tenía ya muy avanzado el descubrimiento— vino a visitarme el coronel Omar Chioino,

director del Museo Aeronáutico del Perú. Yo había donado más de sesenta piedras grabadas

al museo y quiso agradecérmelo.

»—Omar —le dije—, tengo fundadas sospechas de que en esta piedra fue grabado el

"paso" del cometa Kohoutek.... ¡hace millones de años!

»El coronel, lógicamente, aceptó la hipótesis con más escepticismo que convicción. Y era

natural...

»Pero yo seguí trabajando en ello. Estaba convencido de que me encontraba ante "algo"

extraordinario. "Aquella Humanidad supo del paso y de la existencia de este mismo

cometa." Esta idea iba ganando terreno, día a día, en mi mente.

»Pero, ¿cómo era posible? Sólo cabía esperar a que llegara el 24 de diciembre de 1973.

Si el paso del Kohoutek coincidía con todos aquellos fenómenos siderales —eclipse anular

de Sol, visión de Venus y Júpiter y posición de la nebulosa Cabeza de caballo—, no cabía la

menor duda de que nos encontrábamos con la grabación de un "hecho" que ya había tenido

lugar en otra época y que ahora se repetía ...

Pero Javier Cabrera, anonadado por la inmensidad de su descubrimiento, quiso advertir

del hecho al presidente de la República, general Velasco. Y mucho antes del «paso» del

cometa le escribía:

«...Si llegara, como pienso, a comprobar que el que vamos a observar es el cometa

prehistórico, o sea, el Kohoutek, habremos demostrado no sólo que se trata del mismo

cometa, sino que los gliptolitos o "libros" de piedra de la "biblioteca" prehistórica de Ica han

registrado conocimientos del saber universal que tienen una exactitud tan asombrosa como

lo demuestra el cumplimiento de la matemática newtoniana, al probar la realidad del pasaje

del cometa, de la producción del eclipse y del cortejo cósmico de planetas, estrellas y

nebulosas que se encontrarán juntos en un lugar de la bóveda celeste durante algunos

minutos, a pesar de haber partido de sus lugares de origen desde hace 100 millones de años

para volver nuevamente a constituir el espectáculo que asombre otra vez más, no ya a

nosotros, sino a la próxima y remota Humanidad del futuro... »

Javier Cabrera dejó la copia de la carta sobre la mesa y comentó:

—Por supuesto, esta carta no llegó nunca a manos del presidente Velasco. Él lo hubiera

comprendido. Pero los que le rodeaban no supieron captar la trascendencia de dicha

comunicación...

»Pero hay más —añadió Cabrera—. Consciente del hallazgo, consciente de lo que tenía

entre mis manos, lo puse en conocimiento también de mi amigo y periodista Francisco

Miroquesada, director de El Comercio de Lima. Y me contestó a los pocos días que "no lo

publicaba por prudencia"...

Javier Cabrera, sin embargo, no se rindió. Y el 11 de diciembre de 1973 —dos semanas

antes del paso del Kohoutek— enviaba una carta a París. Una carta de la que dio fe el

notario de Ica, por expreso deseo del profesor Cabrera Darquea.

Aquella misiva, dirigida al escritor francés Robert Charroux, que también había conocido

la «biblioteca» lítica, debía ser entregada por éste al Observatorio Astronómico de París. Y

así se hizo. Pero, ¿qué contenía aquella carta notarial que había escrito el investigador de

Ica? Él mismo, sacando una copia de sus archivos, nos lo leyó:

Era preciso atar todos los cabos. Por eso formulé al Observatorio las siguientes

preguntas:

1ª ¿Es o no periódico el cometa Kohoutek?

2ª ¿Es cierto que el eclipse anular de Sol del 24 diciembre de 1973 volverá a producirse

dentro de 100 millones de años?

3ª ¿Es igualmente correcto que el eclipse será visible en Centroamérica?

4ª ¿Es correcto —y aquí viene lo más importante— que el 24 de diciembre, al producirse

el citado eclipse, estará presente la nebulosa Cabeza de caballo al opuesto del Sol?

5ª ¿Los planetas Venus y Júpiter estarán en una posición de 45 grados en relación al

Sol?».

Quedamos todos en suspenso. Por fin, el embajador italiano preguntó:

—¿Y cuál fue la respuesta del Observatorio de París?

—Mi amigo Charroux me había comunicado que los astrónomos necesitaban dejar pasar

algunos meses desde el momento que se producía el máximo acercamiento de un cometa a

la Tierra, a fin de realizar mejor sus cálculos, especialmente en lo que a la órbita del mismo

se refiere...

»Y el 31 de julio de 1974 me llegó la respuesta del citado Observatorio. Escuchen:

»"El cometa Kohoutek —decían los astrofísicos de París— no es periódico."

»¡Maravilloso, queridos amigos! Con esto, el Observatorio había respondido ya a lo más

importante... Pero sigamos:

»" ... La forma de su órbita —decía el Observatorio— es una parábola; ligeramente una

hipérbola.

»"Yo no le puedo asegurar si el eclipse del 24 de diciembre se producirá dentro de 100

millones de años. Ni hay persona alguna que lo pueda afirmar. Eso es matemáticamente

imposible de predecir.

»"En lo que concierne a la posición de la nebulosa Cabeza de caballo, de Venus y de

Júpiter, sus informaciones son correctas."

Todos los asistentes a la lectura de aquella carta habíamos quedado como paralizados.

Yo seguía con los ojos fijos en los grabados de la piedra, forzando mi mente al máximo...

«El Observatorio de París ratificó la posición de la nebulosa Cabeza de caballo!», me

repetía a mí mismo una y otra vez. Pero, entonces, la información astronómica de aquella


Date: 2016-01-05; view: 732


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