Home Random Page


CATEGORIES:

BiologyChemistryConstructionCultureEcologyEconomyElectronicsFinanceGeographyHistoryInformaticsLawMathematicsMechanicsMedicineOtherPedagogyPhilosophyPhysicsPolicyPsychologySociologySportTourism






CAPÍTULO 26. M. DE RIVAROL

El Capitán Blood seguía en su mal humor cuando navegaron fuera de Tortuga, y aún así cuando llegaron cerca de la bahía de Petit Goave. Con el mismo estado de ánimo salió al encuentro de M. de Rivarol cuando este noble con su flota de cinco barcos de guerra finalmente ancló al lado de los barcos de los bucaneros, a mediados de febrero. El francés había tenido seis semanas de viaje, anunció, atrasado por un clima desfavorable.

 

Llamado para su encuentro, El Capitán Blood fue al castillo de Petit Goave, donde la entrevista iba a tomar lugar. El Barón, un hombre alto, con rostro de halcón, en sus cuarenta años, muy frío y distante en su trato, midió al Capitán Blood con un ojo de obvia desaprobación. De Hagthorpe, Ybervile y Wolverstone, quienes se mantenían atrás de su capitán, ni siquiera tomó noticias. M. de Cussy le ofreció una silla a Blood.

 

"Un momento, M. de Cussy. No creo que M. le Baron haya observado que no estoy solo. Permitidme presentaros, señor, a mis compañeros: el Capitán Hagthorpe del Elizabeth, el Capitán Wolverstone del Atropos y el Capitán Yberville del Lachesis."

 

El Barón miró duramente y con altivez al Capitán Blood, luego muy distantemente y apenas perceptible inclinó su cabeza a cada uno de los otros tres. Sus maneras implicaban claramente que los despreciaba y que deseaban que lo entendieran enseguida. Tuvo un curioso efecto en el Capitán Blood. Despertó al diablo en él, y despertó al mismo tiempo el respeto a sí mismo que le estaba faltando últimamente. Una repentina vergüenza de su apariencia desordenada y mal cuidada lo hizo tal vez más desafiante. Hubo casi un significado en la forma en que se arregló el cinto del que pendía su espada, para traerla bien a la vista. Hizo seña a sus capitanes a las sillas que había a su alrededor.

 

"Acercaos a la mesa, muchachos. Estamos haciendo esperar al Barón."

 

Lo obedecieron, Wolverstone con una sonrisa llena de entendimiento. La mirada de M. de Rivarol se volvió más arrogante. Sentarse a una mesa con esos bandidos lo ponía en una situación de deshonrosa igualdad. Había sido su idea de que - con la posible excepción del Capitán Blood - ellos debían tomar sus instrucciones de pie, como correspondía a hombres de su baja calidad en presencia de un hombre de la tan alta suya. Hizo lo único que le quedaba para marcar una distinción entre él y ellos. Se puso el sombrero.

 

"Sois muy sabio," dijo Blood amablemente. "Yo también siento la corriente." Y se cubrió con su emplumado sombrero.



 

M. de Rivarol cambió de color. Tembló visiblemente con rabia, y por un instante se controló antes de empezar a hablar. M. de Cussy estaba obviamente incómodo.

 

"Señor," dijo el Barón heladamente," me obligáis a recordaros que tenéis el rango de Capitán de Flota, y estáis en la presencia del General de los Ejércitos de Francia en el Mar y Tierra de América. Me obligáis a recordaros también que hay un respeto debido por vuestro rango al mío."

 

"Me alegra aseguraros," dijo el Capitán Blood,"que vuestro recordatorio es innecesario. Me precio de ser un caballero, aunque no lo parezca al presente, y no soy capaz de nada más que deferencia a quien la fortuna o la naturaleza coloca por encima de mí, o a los que colocados debajo de mí en rango puedan resentir su falta." Era claramente un reproche. M. de Rivarol se mordió el labio. El Capitán Blood siguió adelante sin darle tiempo a responder. "Estando eso claro, ¿pasamos al negocio?"

 

Los duros ojos de M. De Rivarol lo observaron un momento. "Tal vez sea lo mejor," dijo. Tomó un papel. "Tengo acá una copia del contrato que hicísteis con M. de Cussy. Antes de seguir adelante, debo observar que M. de Cussy se ha excedido en sus instrucciones al admitir para vosotros un quinto de los botines tomados. Su autoridad no le permitía ofrecer más de un décimo."

 

"Eso es un tema entre vos y M. de Cussy, mi General."

 

"Oh, no. Es un tema entre vos y yo."

 

"Con vuestro perdón, mi General. El contrato está firmado. En lo que nos concierte, el tema está cerrado. Además, por respeto a M. de Cussy, no deseamos ser testigos de los reproches que consideréis que merece."

 

"Lo que debo decir a M. de Cussy no os concierne."

 

"Es lo que os estoy diciendo, mi General."

 

"Pero - ¡nom de Dieu! - os concierne, supongo, que no podemos daros más que una décima parte." M. de Rivarol golpeó la mesa con exasperación. Este pirata era infernalmente hábil.

 

"¿Estáis totalmente seguro de eso, M. le Baron - de que no podéis?"

 

"Estoy totalmente seguro de que no lo haré."

 

El Capitán Blood se encogió de hombros, y miró hacia abajo a su nariz. "En ese caso," dijo," solo me resta presentar mi pequeña cuenta por nuestros desembolsos, y fijar una suma que nos compense nuestra pérdida de tiempo y molestias en venir aquí. Arreglado eso, podemos separarnos siendo amigos, M. le Baron. Ningún daño se ha hecho."

 

"¿Qué demonios queréis decir?" El Barón estaba de pie, inclinándose a través de la mesa.

 

"¿Es posible que no sea claro? MI francés, tal vez, no es de lo más puro, pero ..."

 

"Oh, vuestro francés es bastante fluido, demasiado fluido en ciertos momentos, si me puedo permitir la observación. Ahora, mirad, M. le filibustier, no soy un hombre con el que sea seguro hacerse el loco, como muy pronto descubriréis. Habéis aceptado el servicio del Rey de Francia - vos y vuestros hombres; tenéis el rango y recibís la paga de Capitaine de Vaisseau, y estos vuestros oficiales tienen el rango de lugartenientes. Estos rangos llevan obligaciones que haríais bien en estudiar, y penalidades por faltar en su cumplimiento, que deberíais estudiar al mismo tiempo. Son algo severas. La primera obligación para un oficial es la obediencia. Os llamo la atención sobre ello. No os debéis considerar, como aparentemente estáis haciendo, mis aliandos en las empresas que tengo en vista, sino mis subordinados. En mí tenéis un comandante que os dirigirá, no un compañero ni un igual. Me comprendéis, espero."

 

"Oh, estad seguro que entiendo," rió el Capitán Blood. Estaba recobrando su normalidad bajo el estímulo inspirador del conflicto. Lo único que ensombrecía su cpacidad de disfrutarlo era la reflexión de que no se había afeitado. "No olvido nada, os lo aseguro, mi General. No olvido, por ejemplo, como aparentemente vos lo hacéis, que el contrato que hemos firmado representa las condiciones de nuestro servicio; y el contrato adjudica una quinta parte. Si nos negáis eso, canceláis el contrato; si canceláis el contrato, canceláis nuestros servicios con él. Desde ese momento cesamos en el honor de tener rangos en los navíos del Rey de Francia."

 

Hubo algo más que un murmullo de aprobación de sus tres capitanes.

 

Rivarol los miró, en jaque mate.

 

"En efecto ..." M. de Cussy comenzaba tímidamente.

 

"En efecto, monsieru, esto es por vuestra causa," el Barón le disparó, feliz de tener alguien en quien descargar su irritación. "Debéis ser consciente de ello. Colocáis el servicio del Rey en problemas; me forzáis a mí, el representante de Su Majestad, a una situación imposible."

 

"¿Es imposible darnos la quinta parte?" preguntó el Capitán Blood con suavidad de seda. "En ese caso, no hay necesidad de injurias a M. de Cussy. M. de Cussy sabe que no hubiéramos venido por menos. Nos vamos por vuestra aseveración de que no nos podéis asegurar más. Y las cosas están como hubieran estado si M. de Cussy se hubiera adherido rígidamente a sus instrucciones. He probado, creo, a vuestra entera satisfacción, M. le Baron, que si repudiáis el contrato no podéis exigir nuestros servicios ni detener nuestra partida - no actuando con honor."

 

"¿No actuando con honor, señor? ¡Al diablo con vuestra insolencia! ¿Suponéis que cualquier curso que no fuera con honor sería posible para mí?"

 

"No lo supongo, porque no sería posible," dijo el Capitán Blood. "Estaríamos atentos aello. Queda en vos, mi General, decir si el contrato es repudiado."

 

El Barón se sentó. "Consideraré el tema," dijo agriamente. "Se os informará lo que resuelva."

 

El Capitán Blood se puso de pie, sus oficiales se levantaron junto con él. El Capitán Blood se inclinó, saludando.

 

"¡M. le Baron!" dijo.

 

Luego él y sus bucaneros se retiraron de la augusta y airada presencia del General de los Ejércitos del Rey por Tierra y Mar en América.

 

Podéis suponer que siguió allí un muy mal cuarto de hora para M. de Cussy. M. de Cussy, de hecho, merece vuestra simpatía. Su autosufciencia fue despedazada por el arrogante M. de Rivaron, como una hoja en el viento del otoño. El General de los Ejércitos del Rey lo insultó - a este hombre que era el Gobernador de Hispaniola - como si fuera un lacayo.M. de Cussy se defendió con el argumento que el Capitán Blood tan admirablemente le había ofrecido - que si los términos acordados con los bucaneros no se confirmaban no había daño hecho. M. de Rivarol lo amedrentó hasta hacerlo callar.

 

Habiendo agotado los insultos, el Barón prosiguió con indignidades. Dado que veía que M. de Cussy había demostrado no tener el mérito necesario para su cargo, M. de Rivarol se ocuparía de las responsabilidades del mismo mientras estuviera en Hispaniola, y para hacerlo efectivo comenzó por traer soldados de sus barcos, y poner su propia guardia en el castillo de M. de Cussy.

 

A partir de esto, los problemas siguieron rápidamente. Wolverstone llegó a la orilla la mañana siguiente con el pintoresco atuendo que normalmente llevaba, su cabeza envuelta en un colorido pañuelo, y fue objeto de burlas por un oficial de las tropas francesas recientemente desembarcadas. No acostumbrado a las mofas, Wolverstone respondió. El oficial pasó al insulto, y Wolverstone lo golpeó con tanta fuerza que lo hizo caer, y lo dejó con la mitad de sus escasos sentidos. Antes de una hora el incidente fue informado a M. de Rivarol, y antes del mediodía, por orden de M. de Rivarol, Wolverstone estaba bajo arresto en el castillo.

 

El Barón se había sentado recién al almorzar con M. de Cussy cuando el negro que los atendía anunción al Capitán Blood. Con malhumor, M. de Rivarol le ordenó que lo admitiera, y allí llegó a su presencia un pulido caballero, muy a la moda, vestido con cuidado y severa riqueza en negro y plata, su moreno rostro escrupulosamente afeitado, su largo cabello negro en rizos que caían a un cuello de fino encaje. En su mano derecha el caballero llevaba un ancho sombrero negro con una pluma roja, y en su mano izquierda un bastón de ébano. Sus medias eran de seda, un lazo de cintas ocultaban sus ligas, y las negras hebillas de sus zapatos estaban finamente ribeteadas con oro.

 

Por un instante, M. de Rivarol no lo reconoció. Porque Blood parecía diez años más joven que ayer. Pero los vívidos ojos azules bajo las cejas negras no eran fáciles de olvidar, y lo proclamaban el mismo hombre que había sido anunciado antes incluso de hablar. Su orgullo resucitado le había exigido ponerse en pie de igualdad con el barón y establecer esa igualdad en su exterior.

 

"Vengo en un momento inoportuno," cortésmente se exusó. "Mis disculpas. Mi asunto no podía esperar. Concierne, M. de Cussy, al Capitán Wolverstone del Lachesis, a quien habéis colocado bajo arresto."

 

"Fui yo quien lo puso bajo arresto," dijo M. de Rivarol.

 

"¡De verdad! Pero yo creía que M. de Cussy era el gobernador de Hispaniola."

 

"Mientras yo esté aquí, monsieur, soy la suprema autoridad. Es bueno que lo entendáis así."

 

"Perfectamente. Pero no es posible que no veáis el error que se ha cometido."

 

"¿Error, decís?"

 

"Digo error. En vista de todo, es cortés mi uso de esa palabra. También es expeditivo. Ahorraré discusiones. Vuestros hombres han arrestado a la persona equivocada, M. de Rivarol. En lugar del oficial francés, que usó las provocaciones más groseras, arrestaron al Capitán Wolverstone. Es un tema que os ruego corrijáis sin demora."

 

El rostro aguileño de M. de Rivarol se puso escarlata. Sus oscuros ojos se salían de sus órbitas.

 

"Señor, ¡sois ... sois insolente! ¡Pero de una insolencia intolerable!" Normalmente era un hombre de extremo auto control pero estaba tan rudamente escandalizado que hasta tartamudeaba.

 

"M. le Baron, desperdiciáis palabras. Este es el Nuevo Mundo. No es solamente nuevo; es desconocido para alguien tan aferrado a las supersticiones del Viejo. Esto tal vez no hayáis tenido tiempo de ver; así que voy a ignorar el ofensivo epíteto que habéis usado. Pero la justicia es la justicia en el Nuevo Mundo tanto como en el Viejo, y la injusticia es tan intolerable aquí como allá. Ahora, la justicia exige que se deje libre a mi oficial y se arreste y castigue al vuestro. Esta justicia es la que os invito, con toda obediencia, a que administréis."

 

"¿Con obediencia?" resopló el Barón con furiosa burla.

 

"Con la mayor obediencia, monsieur. Pero al mismo tiempo recordaré a M. le Baron que mis bucaneros suman ochocientos; vuestras tropas quinientos; y M. de Cussy os informará del interesante dato de que cualquier bucanero en acción iguaa a tres soldados de línea por lo menos. Soy perfectamente franco con vos, monsieur, para ahorrar tiempo y palabras duras. O el Capitán Wolverstone es inmediantamente puesto en libertad, o tomaremos medidas para ponerlo en libertad nosotros mismos. Las consecuencias pueden ser terribles. Pero será como queráis, M. le Baron. Sois la suprema autoridad. Queda a vuestra decisión."

 

M. de Rivarol estaba blanco hasta en sus labios. En toda su vida nunca lo habían desafiado así. Pero se controló.

 

"Me haréis el favor de esperar en la antesala, M. le Capitaine. Quisiera tener unas palabras con M. de Cussy. Seréis oportunamente informado de mi decisión."

 

Cuando la puerta se cerró, el barón descargó su ira sobre la cabeza de M. de Cussy.

 

"Así que estos son los hombres que habéis enrolado en el servicio del Rey, los hombres que van a servir bajo mis órdenes - hombres que no sólo no sirven sino que dictan sus condiciones, ¡y esto aún antes de que la empresa que me trajo de Francia haya siquiera comenzado! ¿Qué explicaciones me podéis ofrecer, M. de Cussy? Os advierto que no estoy contento con vos. Estoy, de hecho, como podéis percibir, excesivamente enojado."

 

El Gobernador pareció sacudirse su inacción. Se sentó tiesamente erguido.

 

"Vuestro rango, monsieur, no os da el derecho a reprocharme; tampoco los hechos. He enrolado para vos los hombres que deseabais que enrolara. No es mi culpa que no sepáis como manejarlos. Como el Capitán Blood os ha dicho, éste es el Nuevo Mundo."

 

"¡Así que sí!" M de Rivarol sonrió malignamente. "No solamente no ofrecéis explicación alguna, sino que os animáis a ponerme a mí en falta. Casi admiro vestra temeridad. ¡Pero así es!" dejó el tema de lado con un gesto. Estaba superlativamente sardónico. "Me decís que es el Nuevo Mundo y - nuevos mundos, nuevos métodos, supongo. Con tiempo adaptaré mis ideas a este nuevo mundo, o adaptaré este nuevo mundo a mis ideas." Estaba amenazante. "Por el momento debo aceptar lo que encuentro. Queda en vos, monsieur, que tenéis experiencia en estos salvajes modales, aconsejarme por vuestra experiencia cómo debo actuar."

 

"M. le Baron, fue una locura haber arrestado al capitán bucanero. Lo sería aún más persistir. No tenemos la fuerza para enfrentarnos a la de ellos."

 

"En ese caso, monsieur, tal vez me diréis que haremos con respecto al futuro. ¿Debo rendirme en cada oportunidad a lo que dicta este hombre Blood? ¿Acaso la empresa en la que nos embarcamos va a ser dirigida por lo que él dicte? ¿Voy a estar yo, para resumir, el representante del Rey en América, a la merced de estos bandidos?

 

"Oh, en ningún caso. Estoy enrolando voluntarios aquí en Hispaniola, y estoy levantando un cuerpo de negros. Creo que cuando esto esté terminado tendremos una fuerza de mil hombres, sin contar con los bucaneros."

 

"Pero, en ese caso, ¿por qué no prescindir de ellos?"

 

"Porque siempre serán el filo agudo de cualquier arma que forjemos. En el tipo de guerra que tenemos por delante tienen tanta habilidad que lo que el Capitán Blood acaba de decir no es una exageración. Un bucanero iguala a tres soldados de línea. Al mismo tiempo, tendremos la suficiente fuerza como para mantenerlos bajo control. Por el resto, monsieur, tienen ciertas nociones del honor. Se atendrán al contrato, si jugamos leamente con ellos, jugarán leamente con nostros, y no nos darán problemas. Tengo experiencia con ellos, y os doy mi palabra de esto."

 

M. de Rivarol aceptó ablandarse. Era necesario salvar su posición, y en cierto grado el Gobernador le dio los medios para hacerlo, así como una cierta garantía para el futuro con las fuerzas que estaba levantando.

 

"Muy bien," dijo. "Sed tan amable y llamad a este Capitán Blood."

 

El Capitán entró, seguro y muy digno. M. de Rivarol lo encontró detestable; pero lo disimuló.

 

"M. le Capitaine, he tomado consejo con M. le Governeur. Por lo que me dice, es posible que se haya cometido un error. Seguramente se hará justicia. Para asegurarme de ello, yo mismo presidiré un consejo formado por dos de mis oficiales mayores, vos mismo y un oficial vuestro. Este consejo llevará a cabo una investigación imparcial en el asunto, y el ofensor, el culpable de la provocación, será castigado."

 

El Capitán Blood inclinó su cabeza. No era su deseo ser extremista. "Perfectamente, M. le Baron. Y ahora, señor, habéis tenido la noche para refexionar en la materia del contrato. ¿Debo entender que lo confirmáis o lo repudiáis?"

 

Los ojos de M. de Rivarol se entornaron. Su mente estaba llena con lo que le había dicho M. de Cussy - que estos bucaneros eran el filo de cualquier arma que pudieran forjar. No podía dejarlos ir. Percibió que había cometido un error táctico al intentar reducir la parte acordada. Retirarse de una posición de ese tipo siempre lleva una pérdida de dignidad. Pero estaban esos voluntarios que M. de Cussy estaba enrolando para reforzar las manos del General del Rey. Su presencia podría dar motivo para reabrir esta cuestión. Mientras tanto debería retirarse con el mayor orden posible.

 

"He considerado eso también," anunció. "Y aunque mi posición permanece inalterada, debo confesar que dado que M. de Cussy ha dado su palabra por nosotros, debemos cumplir lo que ha prometido. El contrato se confirma, señor."

 

El Capitán Blood se inclinó nuevamente. En vano M. de Rivarol buscó la menor indicación de una sonrisa de triunfo en esos labios. El rostro del bucanero permanecía extremadamente grave.

 

Wolversone fue puesto en libertad esa tarde, y su atacante fue sentenciado a dos meses de detención. Así la armonía se restauró. Pero había sido un mal comienzo, y había más del mismo tipo de discordias para seguir pronto.

 

Blood y sus oficiales fueron citados una semana más tarde a un consejo para determinar las operaciones contra España. M. de Rivarol desplegó un proyecto de invasión sobre la acaudalada ciudad española de Cartagena. El Capitán Blood demostró asombro. Agriamente invitado por M. de Rivarol a explicar sus motivos para ello, lo hizo con total franqueza.

 

"Si yo fuera General de los Ejércitos del Rey en América," dijo, "no tendría dudas sobvre el mejor camino para servir a mi real señor y a la nación francesa. Lo que pienso debe ser obvio para M. de Cussy, como lo es para mí, y es que debemos inmediatamente invadir la Hispaniola española y así poner toda esta espléndida y provechosa isla en posesión del Rey de Francia."

 

"Eso podrá ser más adelante," dijo M. de Rivarol. "Es mi deseo comenzar con Cartagena."

 

"Queréis decir, señor, que navegaremos a través del Caribe en una arriesgada expedición, despreciando lo que tenemos aquí en nuestra propia puerta. En nuestra ausencia, es posible una invasión española sobre la Hispaniola francesa. Si comenzamos por reducir a los españoles aquí, esa posibilidad desaparece. Habremos añadido a la Corona francesa la más codiciada posesión de las Indias Occidentales. La empresa no ofrece ninguna dificultad en particular; puede ser llevada a cabo rápidamente, y una vez terminada, tendremos tiempo para mirar hacia delante. Ese sería el orden lógico para llevar adelante esta campaña."

 

Se calló, y se hizo un silencio. M. de Roivarol se echó hacia atrás en su silla, con una pluma entre sus dientes. Se aclaró la garganta y preguntó:

 

"¿Alguien más comparte la opinión del Capitán Blood?"

 

Ninguno contestó. Sus propios oficiales estaban dominados por él; los seguidores de Blood naturalmente preferían Cartagena, porque tenía mucha mejor perspectiva en el botín. La lealtad a su jefe los mantuvo en silencio.

 

"Parece que estáis solo con vuestra opinión," dijo el Barón con su avinagrada sonrisa.

 

El Capitán Blood rió prontamente. Había leido la mente del Barón. Sus aires y modales y arrogancia se habían impuesto tanto en Blood que recién ahora pudo ver a través de ellos, en el frívolo espíritu del sujeto. Así que rió; no había otra cosa que hacer. Pero su risa estaba cargada con más rabia incluso que desprecio. Se había estado convenciendo que había terminado con la piratería. La convicción de que este serrvicio a Francia estaba libre de cualquier mancha fue la única consideración que lo indujo a aceptarlo. Pero aquí estaba este arrogante, altanero caballero, que se presentaba como el General del los Ejércitos de Francia, proponiendo un pillaje, una invasión saqueadora, que despojada de su máscara de légitimo acto de guerra, se revelaba piratería de la más flagrante.

 

M. de Rivarol, intrigado por su jovialidad, lo miró con el ceño fruncido en desaprobación.

 

"¿Por qué reís, monsieur?"

 

"Porque descubro aquí una ironía de lo más jocosa. Vos, M. le Baron, General de los Ejércitos del Rey por Tierra y Mar en América, proponéis una empresa de carácter puramente bucanero; mientras que yo, el bucanero, propongo una que concierne a mantener el honor de Francia. Podéis percibir lo jocosa que es."

 

M. de Rivarol no percibía nada de ese estilo. De hecho, M. de Rivarol estaba extremadamente enojado. Se puso de pie, y cada hombre en la habitación se levantó con el - salvo sólo M. de Cussy, quien permaneció sentado con una triste sonrisa en sus labios. Él también ahora leía los pensamientos del Barón como en un libro abierto, y leyéndolos, lo despreciaba.

 

"M. le filibustier," gritó Rivarol con una voz gruesa, "me parece que debe nuevamente recordaros que soy vuestro oficial superior."

 

"¡Mi oficial superior! ¡Vos! ¡Señor del Mundo! ¡Si sois simplemente un pirata común! Pero oiréis la verdad de una vez por todas, y eso ante estos caballeros que tienen el honor de servir al Rey de Francia. Debo ser yo, un bucanero, un ladrón de los mares, el que se coloque aquí a deciros cuál es el interés del honor de Francia y de la Corona Francesa. Mientras que vos, el General delegado del Rey de Francia, ignorando esto, pensáis gastar los recursos del Rey contra una población que no cuenta, vertiendo sangre francesa tomando un lugar que no puede ser retenido, y sólo porque se os ha informado que hay mucho oro en Cartagena, y que su saqueo os enriquecerá. Esto concuerda con el sujeto que buscó regatear nuestra parte, y quitarnos nuestros derechos establecidos en un contrato ya firmado. Si estoy equivocado - que lo diga M. de Cussy. Si estoy equivocado, que me lo prueben, y os pediré perdón. Mientras tanto, monsieur, me retiro de este consejo. No tendré más parte en vuestras deliberaciones. Acepté el servicio del Rey de Francia con la intención de honrar ese servicio. No puedo honrar ese servicio aceptando un desperdicio de vidas y recursos en invasiones sobre poblaciones sin importancia, con el saqueo como su único objeto. La responsabilidad de esas decisiones queda en vosotros, y en vosotros solamente. Deseo que M. de Cussy reporte esto a los Ministros de Francia. Por lo demás, monsieur, sólo queda que me déis mis órdenes. Las espero abordo de mi barco - y cualquier otra cosa, de naturaleza personal, que sintáis que he provocado por los téminos que me he sentido con la necesidad de usar en este consejo. M. le Baron, tengo el honor de desearos un buen día."

 

Se retiró con largas zancadas, y sus tres capitanes - aunque pensando que estaba loco - lo siguieron en leal silencio.

 

M. de Rivarol jadeaba como un pez en tierra. La verdad desnuda le había quitado el habla. Cuando se recobró, fue para agradecer al Cielo vigorosamente que el consejo se había liberado por propia decisión del Capitán Blood, de la ulterior participación de ese caballero en sus deliberaciones. En su interior, M. de Rivarol ardía con vergüenza y rabia. La máscara se le había caído, y había quedado expuesto al desprecio - él, el General de los Ejércitos del Rey por Mar y Tierra en América.

 

A pesar de todo, fue a Cartagena que navegaron a mediados de marzo. Con voluntarios y negros las fuerzas bajo las órdenes directas de M. de Rivarol habían alcanzado alrededor de mil doscientas personas. Con éstas pensaba que podía mantener al contingente pirata en orden y sumisión.

 

Componían una flota imponente, con la nave insignia de M. de Rivarol, el Victorieuse, un poderoso navío de ochenta cañones, a la cabeza. Cada uno de los cuatro otros barcos franceses eran por lo menos tan fuertes como el Arabella de Blood, con sus cuarenta cañones. Seguían los navíos menores de los bucaneros, el Elizabeth, el Lachesis, y el Atropos, y una docena de fragatas cargadas de provisiones, además de canoas y pequeños botes.

 

Por poco no se encontraron con la flota de Jamaica con el Coronel Bishop, la que navegaba hacia el norte a Tortuga dos días después de que el Barón de Rivarol se dirigiera al sur.

 


Date: 2016-01-03; view: 657


<== previous page | next page ==>
CAPÍTULO 25. A LAS ÓRDENES DEL REY LUIS | CAPÍTULO 27. CARTAGENA
doclecture.net - lectures - 2014-2024 year. Copyright infringement or personal data (0.019 sec.)