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CAPÍTULO 25. A LAS ÓRDENES DEL REY LUIS

 

Mientras tanto, alrededor de tres meses antes de que el Coronel Bishop saliera a reducir Tortuga, el Capitán Blood, llevando el infierno en su alma, había llegado a su puerto de refugio antes de los vendavales de invierno, y dos días antes de la fragata en la que Wolverstone había salido de Port Royal un día antes que él.

 

En ese cómodo muelle encontró a su flota esperándolo - los cuatro barcos que habían sido separados en el vendaval de las Antillas Menores, y alrededor de setecientos hombres que componían sus tripulaciones. Dado que habían comenzado a sentirse ansiosos por su causa, le dieron una enorme bienvenida. Se dispararon cañones en su honor y los barcos fueron adornados con colgantes. La cuidad, despertada por todo este ruido en su puerto, se vació sobre el malecón, y una vasta muchedumbre de hombres y mujeres de todos los credos y nacionalidades se congregaron allí para estar presentes en la llegada a tierra del gran bucanero.

 

A tierra bajó, probablemente sin otra razón que para obedecer la expectativa general. Su talante era taciturno, su rostro ceñudo y burlón. Dejad que llegara Wolverstone, como pronto ocurriría, y toda esta adoración al héroe se volvería desprecio.

 

Sus capitanes, Hagthorpe, Christian, e Yberville, estaban en el malecón para recibirlo, y con ellos cientos de sus bucaneros. Abruptamente les cortó la bienvenida, y cuando lo acosaron con preguntas de por dónde había andado, les pidió que esperaran la llegada de Wolverstone, quien podría satisfacer plenamente su curiosidad. Con esto se deshizo de ellos, y se abrió paso a través de la heterogénea multitud compuesta por ruidosos negociantes de varias nacionalidades - ingleses, franceses y holandeses -, de hacendados y marinos de varios grados, de bucaneros, negros esclavos y todo otro tipo de seres de la familia humana, que convertían los muelles de Cayona en una imagen de Babel.

 

Llegando a un espacio libre finalmente, luego de varias dificultades, el Capitán Blood se dirigió solo a la fina casa de M. d'Ogeron, allí a presentar sus respetos a sus amigos, el gobernador y su familia.

 

Al principio, los bucaneros saltaron a la conclusión de que Wolverstone seguía a Blood con algún extraño botín de guerra, pero gradualmente, de la reducida tripulación del Arabella llegó una historia diferente, que los llenó de perplejidad. En parte por lealtad a su capitán, en parte porque percibían que si él era culpable de deserción ellos lo eran también con él, y en parte porque siendo hombres simples, poco acostumbrados a usar sus mentes, ellos mismos etaban un poco confusos sobre lo que realmente había sucedido, la tripulación del Arabella estuvo reticente con su hermandad de Tortuga durante esos dos días antes de la llegada de Wolverstone. Pero no estuvieron tan reticentes como para evitar la circulación de ciertos rumores inquietantes e historias extravagantes de aventuras vergonzosas - vergonzosas, se entiende, desde el punto de vista de los bucaneros - de las que el Capitán Blood era culpable.



 

Si Wolverstone no hubiera llegado cuando lo hizo, es posible de que hubiera habido una explosión. Sin embargo, cuando dos días más tarde el Viejo Lobo ancló en la bahía, todos se lanzaron a él pidiendo la explicación que le iban a pedir a Blood.

 

Ahora, Wolverstone tenía un solo ojo; pero veía mucho más con un ojo de lo que la mayoría de los hombres ven con dos; y a pesar de su entrecana cabeza - tan pintorescamente envuelta en un turbante verde y escarlata - tenía el sano corazón de un niño, y en ese corazón mucho cariño por Peter Blood.

 

La visión del Arabella anclado en la bahía al principio lo sorprendió, mientras navegaba alrededor de la saliente rocosa donde se apoyaba el fuerte. Se restregó su único ojo para evitar cualquier engaño y miró nuevamente. Aún así no podía creer lo que veía. Y luego una voz por su codo - la voz de Dyke, quien había elegido navegar con él - le aseguró que no estaba solo en su perplejidad.

 

"En el nombre del Cielo, ¿es ése el Arabella o es su fantasma?"

 

El Viejo Lobo dirigió su único ojo a Dyke y abrió su boca para hablar. Luego la cerró nuevamente sin haber hablado; la cerró apretadamente. Tenía el gran don de la cautela, especialemente en las materias que no comprendía. Que éste era el Arabella, no lo podía dudar más. Siendo así, debía pensar antes de hablar. ¿Qué demonios podía estar haciendo el Arabella aquí cuando él lo había dejado en Jamaica? ¿Y estaba el Capitán Blood a bordo de él como su comandante, o el resto de la tripulación se había venido, dejando al Capitán en Port Royal?

 

Dyke repitió su pregunta. Esta vez Wolverstone le contestó.

 

"¡Tienes dos ojos para ver y me preguntas a mí que tengo solo uno, qué es lo que ves!"

 

"Pero yo veo al Arabella."

 

"Por supuesto, dado que allí está. ¿Qué otra cosa esperabas?"

 

"¿Esperaba?" Dyke lo miró, boquiabierto. "¿Tú esperabas encontrar al Arabella acá?"

 

Wolverstone lo miró con desdén, luego rió y habló fuerte como para que todos lo escucharan. "Por supuesto. ¿Qué más?" Y rió nuevamente, una risa que le pareció a Dyke que lo llamaba un tonto. Después de esto, Wolverstone dedicó su atención a la operación de anclar.

 

Y cuando al llegar a tierra fue rodeado por los bucaneros llenos de preguntas, fue por ellas mismas que supo cómo estaba el tema, y percibió que o por falta de coraje o por otro motivo, el mismo Blood se había negado a dar cuenta de sus hechos desde que el Arabella se había separado de sus barcos hermanos. Wolverstone se felicitó de la discreción que había usado con Dyke.

 

"El Capitán siempre ha sido un hombre modesto," explicó a Hagthorpe y a los otros que se reunían a su alrededor. "No es su costumbre andar contando sus propias proezas. Bien, fue como sigue. Nos encontramos con el viejo Don Miguel, y cuando lo destrozamos hallamos a bordo un petimetre de Londres enviado por el Secretario de Estado para ofrecerle al Capitán un nombramiento si dejaba la piratería y se comprometía a buen comportamiento. El Capitán lo maldijo mandando su alma al infierno por respuesta.. Y luego nos coentramos con la flota de Jamaica con el viejo diablo gris de Bishop dirigiéndola, y allí había un fin seguro para el Capitán Blood y para cada uno de nosotros. Así que voy y le dijo que acepte este maldito nombramiento, que se convirtiera en un hombre del Rey para salvar su cuello y el nuestro. Siguió mi consejo y el petimetre le dio el nombramiento del Rey en el acto, y Bishop casi se ahoga con su propia rabia cuando se enteró. Pero había sucedido, y se lo tuvo que tragar. Éramos los hombres del Rey, y navegamos a Port Royal junto con Bishop. Pero Bishop no confiaba en nosotros. Sabía demasiado. Si no hubiera sido por su señoría, el sujeto de Londres, hubiera colgado al Capitán, con el nombramiento del Rey y todo. Blood se hubiera escapado de Port Royal esa misma noche. Pero ese sabueso de Bishop había avisado, y el fuerte mantenía una aguda vigilancia. Al final, aunque tomó dos semanas, Blood lo burló. Me mandó a mí y a la mayoría de los hombres en una fragata que compré para el viaje. Su juego - como secretamente me dijo - era seguirme y que lo persiguieran. Si fue ese el juego que jugó o no, no os lo puedo decir; pero aquí está él antes de lo que esperé que estuviera."

 

Se perdió un gran historiador con Wolverstone. Tenía la imaginación justa que sabe qué tan lejos es seguro desviar la verdad y qué tanto adornarla para cambiarle la forma según sus propios propósitos.

 

Habiéndose liberado de esta mezcla de verdad y mentira, y así añadiendo una más a las hazañas de Peter Blood, preguntó dónde podría encontrar al Capitán. Siendo informado que estaba en su barco, Wolverstone se subió a un bote y fue abordo, a reportarse, según dijo.

 

En la gran cabina del Arabella encontró a Peter Blood solo y muy bebido - una condición en la que ningún hombre recordaba haberlo visto antes. Cuando Wolverstone entró, el Capitán levantó sus ojos inyectados en sangre para considerarlo. Después de un momento agudizaron su mirada y logró ver con nitidez a su visitante. Luego rió, una risa suelta e idiota, y sin embargo a medias una burla.

 

"¡Ah! ¡El Viejo Lobo!" dijo. "¿Llegaste finalmente? ....¿Y que vas a hacer conmigo, eh?" Hipaba sonoramente, y se balanceaba sin sentido en su silla.

 

El viejo Wolverstone lo miro en sombrío silencio. Había mirado sin inmutarse muchos envilecimientos en su vida, pero la vista del Capitán Blood en esta condición lo lleno de dolor. Para expresarlo, lanzó un juramento. Era su única expresión de emoción, cualquiera fuera su tipo. Luego avanzó y se dejó caer en un silla a la mesa, de frente al Capitán.

 

 

"Mi Dios, Peter, ¿qué es esto?"

 

"Ron," dijo Peter. "Ron, de Jamaica." Empujó la botella y el vaso hacia Wolverstone.

 

Wolverstone no les prestó atención.

 

"Pregunto qué te pasa." gruñó.

 

"Ron," dijo el Capitán Blood nuevamente, y sonrió. "Sólo ron. ....Yo ...contesto todas tus preguntas. ....¿Por qué... no contestas las mías? ¿Qué vas a... a hacer conmigo?"

 

"Ya lo hice," dijo Wolverstone. "Gracias a Dios tuviste el sentido de contener tu lengua hasta que llegué. ¿Estás suficientemente sobrio como para entenderme?"

 

"Ebrio o sobrio, ... yo siempre te etenderé?"

 

"Entonces escucha." Y allí salio a relucir la historia que Wolverstone había contado. El Capitán hizo un esfuerzo por concentrarse en ella.

 

"Servirá tanto como la verdad," dijo cuando Wolverstone terminó." Y... oh, ¡no importa! Muy agradecido, Viejo Lobo - ¡leal Viejo Lobo! ¿Pero valía la pena? ... No soy un pirata ahora, nunca más un pirata. ¡Terminado!" Golpeó la mesa, sus ojos repentinamente fieros.

 

"Volveré a hablar contigo nuevamente cuando haya menos ron en tu juicio," dijo Wolverstone, poniéndose de pie. Mientras tanto, recuerda la historia que te conté, y no digas nada que me convierta en un mentiroso. Todos me creen, incluso los hombres que salieron conmigo de Port Royal. Los he convencido. Si piensan que tomaste el nombramiento con gusto, y con el propósito de hacer lo que hizo Morgan, puedes adivinar lo que sigue."

 

"El infierno sigue," dijo el Capitán. "Y para esto es para lo que sirvo."

 

"Estás sensiblero," gruñó Wolverstone. "Hablaremos nuevamente mañana."

 

Lo hicieron, pero con poco resultado, lo mismo ese día que el siguiente y cualquier otro durante lo que las lluvias - que comenzaron esa noche - duraron. Pronto el agudo Wolverstone descubrió que el ron no era lo que le pasaba a Blood. Ron era el efecto, y en ningún modo la causa de la apatía inútil del Capitán. Había gangrena comiendo su corazón, y el Viejo Lobo sabía lo suficiente como para hacer una buena conjetura sobre su naturaleza. Maldijo a todas las cosas que llevaban enaguas, y, conociendo su mundo, esperó a que la enfermedad pasara.

 

Pero no pasó. Cuando Blood no estaba jugando a los dados o bebiendo en las tabernas de Tortuga, con compañías que en sus días sobrios había detestado, estaba encerrado en su cabina abordo del arabella, solo y sin hablar con nadie. Sus amigos en la casa del gobernados, estupefactos por el cambio operado en él, buscaban que se recuperara. Mademoiselle d'Ogeron, particularmente angustiada, le mandaba invitaciones casi diariamente, de las que respondió a muy pocas.

 

Más adelante, cuando la estación de las lluvias se acercaba a su final, lo buscaron sus capitanes con propuestas de remunerativas correrías contra colonias españolas. Pero con todos manifestó una indiferencia que, mientras las semanas pasaban y el clima se arreglaba, generó primero impaciencia y luego exasperación.

 

Christian, quien comandaba el Clotho, llegó hecho una tromba un día, echándole en cara su inacción y demandando que diera órdenes sobre lo que se iba a hacer.

 

"¡Vete al demonio!" dijo Blood, cuando lo escuchó. Christian se fue regañando, y a la mañana siguiente el Clotho levantó anclas y se fue navegando, estableciendo un ejemplo de deserción que pronto haría difícil detener incluso con la lealtad de los otros capitanes hacia Blood.

 

Algunas veces Blood se preguntaba por qué había vuelto a Tortuga. Acorralado por el pensamiento sobre Arabella y su desprecio por él al considerarlo ladrón y pirata, había jurado que había terminado con la profesión de bucanero. ¿Por qué, encotonces, estaba acá? Esa pregunta se la podía contestar con otra. ¿Dónde más podía ir? Parecía que no podía ir ni para adelante ni para atrás.

 

Su aspecto degeneraba visiblemente, a la vista de todos. Había perdido completamente el cuidado por su apariencia, y se volvía desaseado en su vestimenta. Permitió que una barba negra creciera en sus mejillas que siempre habían estado tan cuidadosamente afeitadas; y el largo y abundante cabello negro, alguna vez tan sedosamente enrulado, caía ahora en una masa desprolija alrededor de un rostro que cambiaba de su vigoroso aspecto moreno a un pálido enfermizo, mientras que los ojos azules, que habían sido tan vívidos y apremiantes, ahora estaban opacos.

 

Wolverstone, el único que tenía una clave de su paulatina destrucción, se aventuró una vez - y una sola - a enfrentarlo francamente sobre ello.

 

"¡Por Dios, Peter! ¿No habrá un final a esto?" había gruñido el gigante. "¿Pasarás tus días abatido y borracho porque una niñita de Port Royal no quiere nada contigo? Si quieres esa mujer, ¿por qué diablos no vas y la tomas?"

 

Los ojos azules lanzaron llamas bajo el oscuro ceño fruncido, y algo de su viejo fuego comenzó a verse en ellos. Pero Wolverstone siguió adelante audazmente.

 

"Yo seré gentil con una mujer mientras la gentileza sea el camino a sus favores. Pero no me pudriré en ron por nada que lleve una enagua. No es el modo del Viejo Lobo. Si no hay otra expedición prevista, ¿por qué no a Port Royal? ¿Qué demonios importa que sea una población inglesa? La dirige el Coronel Bishop, y no faltan bribones en tu compañía que te sigan hasta el infierno si es para agarrar al Coronel Bishop por la garganta. Se puede hacer, yo te lo digo. Solamente tenemos que espiar el momento en que la flota de Jamaica no esté allí. Hay suficientes riquezas en la ciudad para tentar a los muchachos, y está la mujer para ti. ¿Los tanteo a ver qué opinan?"

 

Bloo estaba de pie, sus ojos como llamaradas, su lívido rostro desencajado. "Dejas mi cabina en este momento o, por el Cielo, que es tu cadáver el que saldrá de acá. Tú perro sarnoso, ¿cómo te atreves a venir con semejante propuesta?"

 

Y comenzó a maldecir a su leal oficial con una virulencia que no se le conocía. Y Wolversonte, con terror frente a esa furia, se fue sin decir otra palabra. El tema no fue tratado nuevamente, y dejó al Capitán Blood en su ociosa abstracción.

 

Pero finalmente, mientras sus bucaneros se desesperaban, algo pasó, y lo trajo el amigo del Capitán, M.d'Ogeron. Una soleada mañana el gobernador de Tortuga vino a bordo del Arabella, acompañado por un regordete y bajito caballero, de rostro amable, y maneras amables y autosuficientes.

 

"Mi Capitán," comenzó M. d'Ogeron," os traigo a M. de Cussy, el Gobernador de la Hispaniola Francesa, quien quiere tener unas palabras con vos."

 

Sólo por consideración a su amigo, el Capitán Blood se sacó la pipa de la boca, sacudió algo del ron de sus sentidos, y se puso de pie para hacer una reverencia a M. de Cussy.

 

" ¡Serviteur!", dijo

 

M. de Cussy devolvió el saludo y aceptó un asiento bajo la ventanilla.

 

"Tenéis una buena fuerza aquí bajo vuestras órdenes, mi Capitán," dijo.

 

"Alrededor de ochocientos hombres."

 

"Y entiendo que están inquietos por estar ociosos."

 

"Pueden irse al demonio cuando quieran."

 

M. de Cussy tomó rapé delicadamente. "Tengo algo mejor que eso para proponer," dijo.

 

"Proponedlo, entonces," dijo Blood, sin interés.

 

M. de Cussy miró a M. d'Ogeron, y levantó sus cejas un poco. No encontraba alentador al Capitán Blood. Pero M. d'Ogeron asintió vigorosamente con labios apretados, y el gobernador de Hispaniola propuso su negocio.

 

"Nos han llegado noticias de que Francia está en guerra con España."

 

"Realmente son noticias, ¿no es verdad?" gruñió Blood.

 

"Estoy hablando oficialmente, mi Capitán. No estoy aludiendo a rumores extraoficiales, y a medidas de lucha tampoco oficiales que se han tomado por allí. Hay guerra - formalmente guerra - entre Francia y España en Europa. Es la intención de Francia que esto se traslade al Nuevo Mundo. Una flota viene desde Brest comandada por M. le Baron de Rivarol para ese propósito. Tengo cartas de él pidiéndome que forme un escuadrón complementario y levante un cuerpo de no menos de mil hombres para reforzarlo cuando llegue. He venido a proponeros, mi Capitán, por sugerencia de nuestro buen amigo M. d'Ogeron, que enroléis vuestros barcos y vuestras fuerzas bajo la bandera de M. de Rivarol."

 

Blood lo miró con una leve luz de interés. "¿Nos estáis ofreciendo entrar al servicio de Francia?" preguntó. "¿En qué terminos, monsieur?"

 

"Con el rango de Capitaine de Vaisseau para vos, y adecuados rangos para los oficiales que sirven bajo vuestras órdenes. Tendrés la paga de ese rango, y tendréis el derecho, junto con vuestros hombres, a un décimo de todos los botines tomados."

 

"Mis hombres difícilmente consideren eso generoso. Os dirán que pueden navegar fuera de aquí mañana, atacar una población española, y quedarse con todo el botín."

 

"Ah, sí, pero con los riesgos de un acto de piratería. Con nosotros vuestra posición será regular y oficial, y considerando la poderosa flota que respalda a M. de Rivarol, las empresas que se pueden realizar son de una escala mucho mayor que lo que podréis lograr solos. Así que la décima parte en ese caso puede igualar a más del total en la otra."

 

El Capitán Blood lo pensaba. Después de todo, no era piratería lo que se

le proponía. Era un honorable empleo en el servicio del Rey de Francia.

 

"Consultaré con mis oficiales," dijo; y mandó por ellos.

 

Llegaron, y el tema fue expuesto por el propio M. de Cussy. Hagthorpe anunció enseguida que la propuesta era oportuna. Sus hombres despotricaban contra su inacción, y sin duda estarían de acuerdo en aceptar el servicio que M. de Cussy ofrecía en favor de Francia. Hagthorpe miraba a Blood mientras hablaba. Blood asentía melancólicamente. Envalentonado por ello, siguieron adelante discutiendo los téminos. Yberville, el joven filibustero francés, tuvo el honor de indicar a M. de Cussy que la parte ofrecida era muy pequeña. Por un quinto del botín, los oficiales podrían responder por sus hombres; no por menos.

 

M. de Cussy estaba desconsolado. Tenía sus instrucciones. Era tomar una responsabilidad sobre sí que lo excedía. Los bucaneros estaban firmes. Si M. de Cussy no les podía dar un quinto, no había más que hablar. M. de Cussy finalmente accedió a excederse en sus instrucciones y el contato se redactó y firmó el mismo día. Los bucaneros debían estar en Petit Goave a fines de enero, cuando M. de Rivarol había anunciado que estaría llegando.

 

Luego de esto siguieron días de actividad en Tortuga, reacondicionando los barcos, salando carne, llenando las bodegas. En estas materias que antes hubieran ocupado la atención del Capitán Blood, ahora no tomó parte. Continuaba indiferente y distante. Si había dado su consentimiento para el emprendimiento, o, mejor dicho, había permitido que lo arrastraran a él por los deseos de sus oficiales - era solamente porque el servicio ofrecido era de un tipo regular y honorable, en absoluto conectado con la piratería, con la que había jurado en su corazón que había terminado para siempre. Pero su consentimiento era pasivo. Le era perfectamente indiferente - como le dijo a Hagthorpe, quien se animó a protestarle - si iban a Petit Goave o al infierno, y si entraban al servicio de Luis XIV o al de Satán.

 


Date: 2016-01-03; view: 592


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