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CAPÍTULO 24. GUERRA

A cinco millas hacia el mar desde Port Royal, donde los detalles de la costa de Jamaica perdían su agudeza, el Arabella se detuvo, y la chalupa que llevaba fue colocada a su lado.

 

El Capitán Blood escoltó a su huésped obligado al comienzo de la escala. El Coronel Bishop, que por dos horas y más había estado en un estado de mortal ansiedad, respiró libremente por fin; y a medida que la marea de sus miedos se retraía, del mismo modo su profundo odio por este audaz bucanero retomaba su normal volumen. Pero se mantuvo circunspecto. Si n su corazón se prometió que, una vez de vuelta en Port Royal no evitaría ningún esfuerzo, no descansaría ningún nervio, para traer a Peter Blood a su final morada en el muelle de ejecución, por lo menos mantuvo esa promesa estrictamente para él.

 

Peter Blood no tenía ilusiones. No era, nunca llegaría a ser, el completo pirata. No había otro bucanero en todo el Caribe que se hubiera negado a sí mismo el placer de colgar al Coronel Bishop del palo mayor, y así finalmente liquidar el odio vengativo del hacendado que hacía peligrar su propia seguirdad. Pero Blood no era de éstos. Además, en el caso del Coronel Bishop había una razón particular que lo detenía. Porque era el tío de Arabella Bishop, su vida debía seguir siendo sagrada para el Capitán Blood.

 

Y así el Capitán sonrió a la cara embotada e hinchada y a los pequeños ojos que lo miraban con una malevolencia que no disimulaban.

 

"Un viaje seguro hacia el hogar para vos, Coronel, querido," dijo como despedida, y de su modo cómodo y sonriente nunca se podría haber soñado el dolor que llevaba en su pecho. "Es la segunda vez que me servís de rehén. Estáis prevenido para no servirme una tercera. No os traigo suerte, Coronel, como podéis percibir."

 

Jeremy Pitt, el comandante, cerca del hombro de Blood, miró tristemente la partida del gobernador. Detrás de ellos una pqueña muchedumbre de adustos y bronceados bucaneros contenían su deseo de matar a Bishop como una mosca sólo por su obediencia a la dominante resolución de su jefe. Habían sabido por Pitt, aún en Port Royal, del peligro del Capitán, y aunque tan dispuestos como él a dejar el servicio del Rey que se les había impuesto, resentían la forma en que se había hecho necesario, y se maravillaban de cómo Blood se contenía con Bishop. El gobernador miró a su alrededor y econtró las hostiles miradas de esos fieros ojos. Su instinto el avisó que su vida en esos momentos pendía de un hilo, y que una palabra fuera de lugar podría precipitar una explosión de odio de la que ningún poder humano lo salvaría. Así que no dijo nada. Inclinó su cabeza en silencio hacia el Capitán, y fue tropezándose en su apuro por la escala hacia la chalupa y el negro que lo esperaba como tripulación.



 

Empujaron el bote alejándose del armarzón rojo del Arabella, y desplegando velas enfilaron hacia Port Royal, con la intención de llegar antes de que la ocuridad cayera sobre ellos. Y Bishop, su gran cuerpo acurrucado en una esquina, estaba sentado en silencio, su negro ceño fruncido, sus groseros labios apretados, con tanta malevolencia y se d de venganza en su ánimo que olvidó su reciente pánico y su escape de la soga y del palo mayor.

 

En el muelle de Port Royal, bajo el muro del fuerte, el Mayor Mallard y Lord Julian lo esperaban para recibirlo, y fue con infinito alivio que lo ayudaron a salir de la chalupa.

 

El Mayo Mallar quería pedir disculpas.

 

"Muy contento de veros a salvo, señor," dijo. "Hubiera hundido el barco de Blood a pesar de que su excelencia estaba a bordo sin no hubiera sido por vuestras órdenes traidas por Lord Julian, y el convencimiento de su señoría de que tenía la palabra de Blood de que ningún daño se os causaría si ningún daño se le causaba a él. Confieso que pensé que era temerario que su señoría diese por buena la palabra de un condenado pirata ..."

 

"La he encontrado tan buena como cualquier otra," dijo su señoría, cortando la excesiva elocuencia del mayor. Hablaba con ese excesivo grado de helada dignidad que podía asumir en algunas ocasiones. El hecho es que su señoría estaba de pésimo humor. Habiendo escrito con gran júbilo a la Secretaría de Estado que su misión había sido un éxito, ahora se enfrentaba a la necesidad de escribir nuevamente y confesar que su éxito había sido efímero. Y dado que los mostachos del Mayor Mallard se había levantado burlonamente frente a la noción de que la palabra de un bucanero fuera aceptable, añadió aún más ásperamente: "Mi justificación está aquí en la persona del Coronel Bishop retornando a salvo. Contra eso, señor, vuestra opinión no pesa mucho. Debéis percataros de ello."

 

"Oh, como vuestra señoría dice," el tono del Mayor Mallard estaba cubierto de ironía. "Seguramente, el Coronel está aquí sano y salvo. Y allá afuera está el Capitán Blood, también sano y salvo, apra comenzar sus pillajes nuevamente."

 

"No me propongo discutir las razones con vos, Mayor Mallard."

 

"Y de todos modos, no será por mucho tiempo," rugió el Coronel, recobrando el habla finalmente. "No, por ...." Enfatizó la aseveración con un juramento inimprimible. " Así gaste el último penique de mi fortuna y el último barco de la flota de Jamaica, tendré al bribón con una corbata de cuerda antes de que yo descanse. Y no me llevará mucho tiempo." Se había puesto púrpura con su furiosa vehemencia, y las venas de su frente sobresalían como cuerdas. Luego se frenó.

 

"Hicísteis bien en seguir las instrucciones de Lord Julian", le agradeció al Mayor. Con esto lo dejó, y tomó el brazo de su señoría. "Venid mi lord. Tenemos que tomar algunas resoluciones sobre esto, vos y yo."

 

Se fueron juntos, rodeando el fuerte, y a través del patio y el jardín a la casa donde Arabella esperaba ansiosamente. La visión de su tío le trajo un infinito alivio, no sólo por su causa, sino por causa del Capitán Blood también.

 

"Corrísteis un enorme riesgo, señor," le dijo gravemente a Lord Julian luego de que se habían intercambiado los saludos de rigor.

 

Pero Lord Julian le contestó como había contestado al Mayor Mallard."No hubo ningún riesgo, señora."

 

Ella lo miró asombrada. Su largo, aristocrático rostro tenía un aire más melancólico y pensativo que de costumbre. Él contestó la pregunta que contenía su mirada:

 

"Dado que el barco de Blood pudo pasar por el fuerte, ningún daño le podía ocurrir al Coronel. Blood dio su palabra por ello."

 

Una leve sonrisa entreabrió los labios de ella, que habían estado tristes, y un poco de color llegó a sus mejillas. Hubiera seguido con el tema, pero el ánimo del gobernador no lo permitió. Se burló de la noción de que la palabra de Blood fuera buena para algo, olvidando que le debía a ella su propia preservación en ese momento.

 

En la cena, y por un largo rato después, habló solamente de Blood - cómo lo colgaría de los talones, y qué cosas espantosas le haría sobre su cuerpo. Y mientras bebía fuertemente, su discurso se fue haciendo más grueso, y sus amenazas crecían en horror; hasta que finalmente Arabella se retiró, pálida y casi al borde de las lágrimas. No muy a menudo Bishop se revelaba claramente a su sobrina. Curiosamente, este rústico y envalentonado hacendado tenía un cierto temor frente a esa delgada joven. Era como si ella hubiera heredado el respeto que siempre había tenido por su hermano.

 

Lord Julian, quien empezaba a encontrar a Bishop desagradable más allá de lo que podía soportar, se excusó poco después, y fue a buscar a la dama. Todavía debía entregar el mensaje del Capitán Blood, y ésta, pensó, sería su oportunidad. Pero la Srta. Bishop ya se había retirado por la noche, y Lord Julian debió contener su impaciencia - no era menos que eso a esta altura - hasta la mañana.

 

Muy temprano la próxima mañana, antes de que el calor del día se convirtiera en intolerable para su señoría, la espió desde su ventana paseando entre las azaleas del jardín. Era un marco adecuado para alguien que era para él tan novedoso como mujer como lo eran las azaleas entre las flores. Se apuró para reunirse con ella, y cuando, interrumpida en sus pensamientos, le dio los buenos días, sonriendo y franca, se explicó anunciando que tenía un mensaje del Capitán Blood para ella.

 

Observó un pequeño sobresalto y un ligero temblor en sus labios, y observó también no sólo su palidez y los oscuros círculos alrededor de sus ojos, sino también un aire inusualmente triste que la noche anterior se le había escapado.

 

Fueron a una de las terrazas, donde una pérgola de naranjos daba sombra a un lugar a la vez fresco y fragante. Mientras caminaban, él la observaba admirado, y se maravillaba que le hubiera llevado tanto tiempo para apreciar su inusual gracia, y encontrarla, como la encontraba ahora, tan enteramente deseable, una mujer cuyo encanto se podía irradiar a toda la vida de un hombre, convirtiendo los lugares comunes en mágicos.

 

Notó la mata de su cabello color marrón rojizo, y cuán graciosamente uno de sus pesados rizos se curvaba sobre su fino cuello, blanco como la leche. Llevaba un vestido gris brillante, y una rosa escarlata, recientemente recogida, estaba colocada sobre su pecho, como si fuera sangre. Siempre que pensó en ella después de ese día, la recordó como la vio en ese momento, como nunca, creo, hasta ese momento la había visto.

 

En silencio caminaron un poco bajo la sombra verde. Luego ella se detuvo y lo miró de frente.

 

"Dijísteis algo sobre un mensaje, señor," le recordó, demostrando así algo de su impaciencia.

 

Él jugaba con los rizos de su peluca, un poco avergonzado ahora, buscando cómo empezar. "Me pidió, " dijo finalmente, "que os diera un mensaje que pudiera probaros que todavía queda algo en él del desafortunado caballero que ... que. que fue como lo conocísteis una vez."

 

"Eso ya no es necesario," dijo ella gravemente. Él la interpretó mal, por supuesto, dado que no sabía nada de la luz que se había hecho para ella el día anterior.

 

"Yo creo ..., no, estoy seguro que cometéis una injusticia con él." dijo su señoría.

 

Sus ojos color almendra seguían mirándolo.

 

"Si me dáis el mensaje, tal vez me permita juzgar a mí."

 

Para él, esto fue confuso. No contestó inmediatamente. Encontró que no había considerado suficientemente los téminos que debía emplear, y la materia, después de todo, era extremadamente delicada, exigiendo un manejo delicado. No le importaba tanto entregar un mensaje como convertirlo en un vehículo para defender su propia causa. Lord Julian, bien versado en el trato con mujeres, y usualmente cómodo con damas del gran mundo, se contró extrañamente limitado frente a esta franca y poco sofisticada sobrina de un hacendado colonial.

 

Se movieron en silencio, como por mutuo acuerdo hacia el brillante sol donde la pérgola se unía a la avenida que llevaba hacia la casa. En ese espacio de luz se movía una esplendorosa mariposa, como si fuera de terciopelo negro y escarlata, y tan grande como la mano de un hombre. Los ojos pensativos de su señoría la siguieron hasta que se perdió de vista antes de contestar.

 

"No es fácil, que me condenen, no lo es. Él era un hombre que se merecía algo mejor. Y entre nosotros hemos frustrado sus oportunidades: vuestro tío porque no pudo olvidar su rencor; vos, porque ... porque habiéndole dicho que en el servicio del rey encontraría la redención de lo que había hecho, no le admitísteis luego que realmente se había redimido. Y esto, a pesar de que el principal motivo para hacerlo fue vuestro rescate."

 

Ella se había puesto de perfil y para que él no pudiera ver su cara.

 

"Lo sé, lo sé ahora." dijo suavemente. Y después de una pausa agregó la pregunta: "¿Y vos? ¿Qué parte ha tenido vuestra señoría en esto - ya que os incrimináis junto con nosotros?"

 

"¿Mi parte?" Nuevamente dudó, luego se lanzó audazmente, como hacen los hombres determinados a llevar a cabo algo que temen. "Si lo entendí bien, si él entendió bien, mi parte, aunque totalmente pasiva, no fue menos efectiva. Os ruego que observéis que no hago más que informar sus propias palabras. No digo nada por mí mismo." El inusual nerviosismo de su señoría aumentaba constantemente. "Pensó, así me lo dijo, que mi presencia aquí había contribuido a impedir que él se redimiera a vuestos ojos; y si no era así, la rendención no le servía de nada."

 

Ella lo enfrentó, sus cejas juntas sobre sus ojos preocupados, con un gesto de perpejidad.

 

"¿Pensó que habías contribuido?" repitió. Era claro que pedía aclaraciones. Él siguió adelante para dárselas, su mirada un poco asustada, sus mejillas arrebatadas.

 

"Sí, y me lo dijo en términos que hablan de lo que más deseo, y no me animo a creer, porque, Dios lo sabe, no soy un presuntuoso, Arabella. Él dijo ... pero primero permitidme que os explique cómo sucedió. Yo había ido a su barco para exigir la inmediata liberación de vuestro tío a quien él mantenía cautivo. Se rió de mí. El Coronel Bishop era un rehén para su seguridad. Pero aventurándome sin temor sobre su barco, le ofrecí a mi persona como un rehén tan valioso por lo menos como el Coronel. Pero me dijo que me fuera, no por miedo a las consecuencias, porque está por encima del miedo, tampoco por una estima personal hacia mi persona, que confesó había llegado a encontrar detestable; y esto por la misma razón que lo hacía preocuparse por mi seguridad."

 

"No entiendo," dijo ella, y esperó. "¿No es una contradicción en sí misma?"

 

"Solamente lo parece. El hecho es, Arabella, que este infeliz hombre tiene la ... la temeridad de amaros."

 

Ella emitió un grito frente a esto, y se puso una mano en el pecho, cuya calma había sido perturbada súbitamente. Sus ojos se dilataron mientras lo miraba.

 

"Os.. os he sobresaltado," dijo, preocupado. "Temía que sería así. Pero era necesario para que pudierais entender."

 

"Seguid." le pidió.

 

"Bien, entonces: él vio en mí alguien que hacía imposible que él pudiera llegar a vos - así lo dijo. Por tanto, con satisfacción me hubiera matado. Pero porque mi muerte os podría causar dolor, porque vuestra felicidad era lo que deseaba sobre todo, abandonaba la parte de su seguridad que mi persona podía proporcionarle. Si su partida era evitada, y yo hubiera perdido la vida en lo que sucediera, había un peligro de que vos me llorarais. Ese riesgo no lo quiso tomar. A él vos lo considerais un ladrón y un pirata, dijo, y agregó que - os doy sus propias palabras - si al elegir entre nosotros, vuestra elección, como él creía, caería en mí, en su opinión estaríais eligiendo bien. Por eso me hizo dejar su barco, y me puso en la orilla."

 

Ella lo miró con los ojos anegados en llanto. Él se adelantó un paso hacia ella, su aliento contenido, su mano extendida.

 

"¿Estaba en lo cierto, Arabella? La felicidad de mi vida depende de vuestra respuesta."

 

Pero ella seguía en silencio mirándolo con los ojos llenos de lágrimas, sin hablar, y hasta que ella hablara él no se animaba a avanzar más.

 

Una duda, una duda lo atormentaba. Cuando fianalmente ella habló, vio qué acertado había estado el instinto del que había nacido esa duda, porque sus palabras revelaron que de todo lo que él había dicho lo único que había tocado su conciencia y la había aislado del resto de las consideraciones, era la conducta de Blood hacia ella.

 

"¡Dijo eso!" gritó. "¡Hizo eso! ¡Oh!" Se separó un poco, y a través de los troncos de los naranjos miró hacia las brillantes aguas del gran puerto y a las distantes colinas. Así, por un pequeño rato, su señoría se mantuvo tieso, temeroso, esperando la revalación de su mente. Finalmente vino, lenta, deliberada, en una voz que por momentos estaba a medias sofocada. "La noche pasada cuando mi tío desplegó su rencor y su furia maligna, empecé a concebir que tal deseo de venganza sólo puede nacer en quienes se equivocan. Es una violencia en que los hombres se lanzan para justificar una pasión maligna. Debí saber entonces, si no lo sabía antes, que había sido demasiado crédula frente a todas las maldades indescriptibles atribuidas a Peter Blood. Ayer tuve su propia explicación de la historia de Levasseur que os contaron en St. Nicholas. Y ahora esto, esto solamente me confirma su valor y su verdad. Para un bribón del tipo que yo demasiado fácilmente acepté creer que era, el acto que me habéis contado hubiera sido imposible."

 

"Esa también es mi opinión," dijo su señoría gentilmente.

 

"Debe serlo. Pero incluso si no lo fuera, eso no importaría nada. Lo que importa - oh, tan pesada y amargamente - es el pensamiento de que si no fuera por las palabras con que ayer lo repelí, se podría haber salvado. ¡Si sólo le hubiera podido hablar nuevamente antes de que se fuera! Lo esperé; pero estaba con mi tío, y yo no tenía sospecha de que se iría. Y ahora está perdido - de vuelta fuera de la ley y a la piratería, por la que finalmente será apresado y destruído. Y la culpa es mía - ¡mía!"

 

"¿Qué decís? Los únicos agentes fueron la hostilidad de vuestro tío y su propia obstinación. No os debéis culpar de nada."

 

Ella giró para mirarlo con cierta impaciencia, sus ojos llenos de lágrimas. "¡Podéis decir eso, a pesar de su mensaje que en sí mismo indica cuánto me tengo que culpar! Fue por cómo lo traté, los epítetos que le dije, lo que lo llevaron a esto. Es lo que os dijo. Sé que esto es cierto."

 

"No tenéis de qué avergonzaros," dijo él. "Y respecto a vuestro pesar - bien, tal vez os consuele - podéis todavía contar conmigo para hacer todo lo que un hombre pueda hacer para rescatarlo de su posición."

 

Ella contuvo el aliento.

 

"¡Haréis eso!", gritó con repentina y ansiosa esperanza. "¿Lo prometéis?" Impulsivamente le tendió la mano. Él la tomó entre las dos suyas.

 

"Lo prometo." le contestó. Y luego, reteniendo aún la mano que ella el había dado - "Arabella," dijo muy suavemente, "todavía está esta otra materia sobre la que no me habéis contestado."

 

"¿Esta otra materia?" Estaría loco, se preguntó. ¿Qué otra materia podría importar en este momento?

 

"Esta materia que concierne a mi persona; y a todo mi futuro, oh, muy de cerca. Esto que Blood creyo, que lo llevó a ..., que ... que no os soy indiferente." Vio el pálido rostro cambiar de color y se preocupó nuevamente.

 

"¿Indiferente?" dijo ella. "No, por supuesto. Hemos sido buenos amigos; continuaremos así, espero, mi lord."

 

"¡Amigos! ¿Buenos amigos?" Luchaba entre la desesperación y la amargura. "No es sólo vuestra amistad que pido, Arabella. Oísteis lo que dije, lo que os conté. ¿No diréis que Peter Blood estaba equivocado?"

 

Suavemente ella intentó retirar su mano, la preocupación aumentando en su rostro. Por un instante él se resistió, luego, viendo lo que hacía, la dejó libre.

 

"¡Arabella!" gritó con una nota de súbito dolor.

 

"Tengo amistad hacia vos, mi lord. Pero sólo amistad." Su castillo de ilusiones se vino abajo a su alrededor, dejándolo un poco anonadado. Como había dicho, no era presuntuoso. Pero había algo que no entendía. Ella confesaba su amistad, y estaba en su poder ofrecerle una gran posición, una a la que ella, la sobrina de un hacendado, aunque muy acaudalado, nunca podría haber aspirado ni siquiera en sus sueños. Esto no lo quería, pero hablaba de amistad. Peter Blood se había equivocado, entonces. ¿Qué tan lejos se había equivocado? ¿Había estado tan equivocado sobre los sentimientos de ella hacia él mismo como hacia su señoría? En ese caso ... Sus reflexiones se cortaron bruscamente. Especular era lastimarse en vano. Debía saber. Así que le preguntó con total franqueza:

 

"¿Es por Peter Blood?"

 

"¿Peter Blood?" repitió. Al principio no entendió la intención de la pregunta. Cuando lo hizo, una oleada de rubor cubrió su rostro.

 

"No lo sé," dijo dudando un poco.

 

Difícilmente fue una respuesta sincera. Porque, como si un velo oscuro se hubiera corrido esa mañana, finalmente podía ver a Peter Blood en su verdadera relación con otros hombres, y esa visión, llegada a ella con veinticuatro horas de atraso, la llenaba de piedad, remordimiento y añoranza.

 

Lord Julian sabía lo suficiente de mujeres como para que no le quedara ninguna duda. Inclinó su cabeza para que ella no viera la rabia en sus ojos, porque como hombre de honor tuvo vergüenza de esa rabia que como hombre no pudo reprimir.

 

Y porque la naturaleza en él era más fuerte - como en casi todos nosotros - que el entrenamiento, Lord Julian desde ese momento comenzó, casi a su pesar, a practicar algo que se acercaba a una villanía. Lamento contarlo de alguien por quien - si le hecho alguna justicia - debéis tener alguna estima. Pero la verdad es que los restos del respeto que tenía por Peter Blood fueron ahogados por el deseo de destruir y suplantar a un rival. Le había dado a Arabella su palabra de usar su poderosa influencia para ayudar a Blood. Deploro establecer que no sólo olvidó su juramento, sino que secretamente se dispuso a ayudar al tío de Arabella en los planes que tenía para ponerle una trampa al bucanero. Podía fácilmente explicar esto - si hubiera tenido que hacerlo - diciendo que se conducía como sus deberes indicaban. Pero a eso se le podría haber constestado que sus deberes eran esclavos de sus celos.

 

Cuando la flota de Jamaica salió al mar unos días más tarde, Lord Julian navegaba con el Coronel Bishop el la nave insignia del Vice-almirante Craufurd. No sólo no había necesidad de que ninguno de los dos fuera, sino que los deberes del gobernador actualmente le demandaban que se quedara en tierra, mientras que Lord Julian, como sabemos, era un hombre completamente inútil sobre un barco. Pero los dos salieron a cazar al Capitán Blood, cada uno haciendo de su deber un pretexto para la satisfacción de sus metas personales; y ese propósito común se convirtió en un lazo entre ellos, llevándolos a un tipo de amistad que en otras circunstancias hubiera sido imposible entre hombres tan distintos en educación y aspiraciones.

 

La cacería comenzó. Navegaron hacia Hispaniola, observando el pasaje Winward, y sufriendo los inconvenientes de la estación de lluvias que había comenzado. Pero navegaron en vano, y luego de un mes, volvieron con las manos vacías a Port Royal, para encontrarse con las más inquietantes noticias del Viejo Mundo.

 

La megalomanía de Luis XIV había puesto a Europa en una llama de guerra. Las legiones francesas arrasaban con las provincias renanas y España se había unido a la liga de naciones para defenderse de las salvajes ambiciones del rey de Francia. Y había algo peor: había rumores de guerra civil en Inglaterra, donde la gente se había cansado de la tiranía del rey James. Se decía que habían invitado a William de Orange para hacerse cargo.

 

Pasaron las semanas, y cada barco traía noticias adicionales. William había cruzado hacia Inglaterra, y en marzo de esa año de 1689 supieron en Jamaica que había aceptado la corona y que James se había lanzado a los brazos de Francia para que lo ayudaran en su restauración.

 

Para un pariente de Sunderland éstas eran noticias inquietantes, sin duda. Fueron seguidas por cartas de la Secretaría de Estado del rey William informando al Coronel Bishop que había guerra con francias, y que en vista de su efecto sobre las colonias un gobernador general venía a las Indias Occidentales, en la persona de Lord Willoughby, y que con él venía un escuadrón bajo las órdenes del Almirante van der Kuylen para reforzar la flota de Jamaica contra cualquier eventualidad.

 

Bishop pudo ver que esto significaba el fin de su suprema autoridad, aun cuando continuara en Port Royal como gobernador delegado. Lor Julian, a falta de noticias directas hacia él, no sabía que supondrían para su situación. Pero había sido muy cercano y confidente con el Coronel Bishop sobre sus esperanzas con Arabella, y el Coronel Bishop más que nunca, ahora que los eventos políticos lo ponían en peligro de retiro, estaba ansioso de disfrutar las ventajas de tener a un hombre eminente como Lord Julian como pariente.

 

Llegaron a un completo entendimiento en la materia, y Lord Julian contó todo lo que sabía.

 

"Hay un obstáculo en nuestro camino," dijo. "El Capitán Blood. La joven lo ama."

 

"¡Seguramente estáis loco!", gritó Bishop, cuando recobró el habla.

 

"Vuestro pensamiento está justificado," dijo su señoría dolorosamente. "Pero sucede que estoy en mi sano juicio, y hablo con conocimiento."

 

"¿Con conocimiento?"

 

"Arabella misma me lo ha confesado."

 

"¡La desvergonzada! Por Dios, la traeré a sus cabales." Era el negrero hablando, el hombre que gobernaba con un látigo.

 

"No seáis tonto, Bishop." El desprecio de su señoría hizo más que cualquier argumento para calmar al Coronel. "Esa no es la forma con una joven con el espíritu de Arabella. A no ser que queráis hundir mis posibilidades para siempre, contendréis vuestra lengua, y no interferiréis en nada."

 

"¿No interferir? Mi Dios, ¿entonces qué?"

 

"Escuchad, hombre. Ella tiene una mente constante. No creo que conozcáis a vuestra sobrina. Mientras Blood esté vivo, lo esperará."

 

"Entonces, con Blood muerto, tal vez recupere su estúpido sentido"

 

"Ahora comenzáis a mostrar inteligencia." Le alabó Lord Julian. "Ése es el primer paso esencial."

 

"Y aquí está nuestra oportunidad para llevarlo a cabo." Bishop demostró un cierto entusiasmo. "La guerra con Francia saca del camino todas las restricciones en relación a Tortuga. Estamos libres para actuar en servicio de la Corona. Una victoria y nos colocamos en el favor de este nuevo gobierno."

 

"¡Ah!", dijo Lord Julian mientras tiraba pensativamente de su labio.

 

"Veo que entendéis," Bishop rió groseramente. "Dos pájaros de un tiro, ¿eh? Cazaremos a ese bribón en su guarida, justo bajo al barba del Rey de Francia, y esta vez lo lograremos, aunque debamos reducir a Tortuga a cenizas."

 

En esa expedición salieron dos días después - lo que sería tres meses después de la partida de Blood - llevando todos los barcos de la flota, y muchos otros menores y auxiliares. Para Arabella y el mundo en general dijeron que iban a invadir la Hispaniola francesa, que era la única expedición que le podía brindar a Bishop algún tipo de justificación para abandonar Jamaica en ese momento. Su sentido del deber, realmente, lo debía haber hecho permanecer en Port Royal, pero su sentido del deber estaba sepultado por odio - la menos productiva y más corruptora de las emociones. En la gran cabina del barco insignia del Vice-almirante Craufurd, el Imperator, el gobernador delegado se embriagó esa noche para celebrar su convicción de que la arena en el reloj de la carrera del Capitán Blood se estaba terminando.

 


Date: 2016-01-03; view: 482


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