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CAPITULO 20. LADRÓN Y PIRATA

El Capitán Blood caminaba por la popa de su barco, solo en el crepúsculo, y en la luz de la lámpara de popa que un marinero había encendido. A su alrededor todo era paz. Las señales de la batalla se habían borrado, las cubiertas se habían limpiado, y el orden se había restituido arriba y abajo. Un grupo de hombres cantaban, sus duras naturalezas tal vez ablandadas por la calma y belleza de la noche. Eran los hombres de la guardia de babor.

 

El Capitán Blood no los escuchaba; no escuchaba nada salvo esas crueles palabras que lo habían definido como ladrón y pirata.

 

¡Ladrón y pirata!

 

Es un hecho extraño de la naturaleza humana que un hombre posee durante años el conocimiento de que un cierto hecho debe ser de cierta manera, y sin embargo ser sacudido al descubrir por sus propios sentidos que la realidad está en perfecta armonía con sus creencias. Cuando al comienzo, tres años atrás, en Tortuga había sido presionado para seguir el curso de un aventurero, el cual había seguido desde entonces, sabía en qué opinión Arabella Bishop lo tendría si sucumbía. Sólo la convicción de que ella estaba por siempre perdida para él, introduciendo así una desesperada indiferencia en su alma, había dado el impulso final para llevarlo a su rumbo de pirata.

 

Que se pudieran volver a encontrar no había entrado en sus cálculos, no había tenido lugar en sus sueños. Estaban, concebía, irrevocablemente y para siempre separados. Pero, a pesar de esto, a pesar incluso de estar convencido de que a ella no le importaría, había mantenido su recuerdo ante él en esos salvajes años de filibustero. Lo había usado como un freno no sólo para él mismo, sino para los que lo seguían. Nunca un bucanero había sido tan rígidamente manejado, nunca habían sido tan firmemente contenidos, nunca tan privados de los excesos de la rapiña y lujuria que eran usuales en los de su clase, que los que navegaban con el Capitán Blood. Estaba, recordaréis, estipulado en sus contratos que en estas y otras materias debían obedecer las órdenes de su dirigente. Y debido a la singular buena fortuna que habían tenido bajo sus órdenes, había sido capaz de imponer esa severa condición de disciplina desconocida antes entre bucaneros. ¿Cómo podrían no reírse de él esos hombres si les dijera que esto lo había hecho por respeto a una joven de la que se había románticamente enamorado? ¿Cómo podrían no reírse más si agregaba que esa joven le había informado ese día que no contaba a ladrones y piratas entre sus conocidos.



 

¡Ladrón y pirata!

 

¡Como se aferraban ahora esas palabras, cómo le herían y quemaban en su mente!

 

No se le ocurrió, no siendo psicólogo, ni versado en las tortuosas vueltas de la mente femenina, que el hecho de que ella le hubiera dedicado esos epítetos en el mismo momento y circunstancia de su encuentro era realmente curioso. No percibió ese problema; por lo tanto no pensó en él. Si no, hubiera concluido que si en el preciso momento en que, por haberla rescatado de su cautividad, merecía su gratitud, ella se expresó con amargura, debía ser porque esa amargura era anterior a la gratitud y estaba muy cimentada. Ella había llegado a esta opinión al escuchar el camino que él había seguido. ¿Por qué? Fue lo que no se preguntó, si no algún rayo de luz podría haber iluminado su oscuridad, su terrible desaliento. Seguramente ella nunca hubiera hecho algo así si no le importara - si no hubiera sentido que lo que él hacía era un ataque personal a sí misma. Seguramente, había razonado, nada muy diferente a esto la podría haber llevado a semejante grado de amargura y burla como la que había desplegado.

 

Así es cómo vos razonaríais. No fue así, sin embargo, como razonó el Capitán Blood. Ciertamente, esa noche no razonó en absoluto. Su alma estaba en conflicto entre el casi sagrado amor que había llevado consigo durante esos años, y la nociva pasión que ella había ahora despertado en él. Los extremos se tocan, y al tocarse pueden por un momento quedar confusos, indistinguibles. Y los extremos de amor y odio estaban esa noche tan confusos en el alma del Capitán Blood que en su fusión crearon una monstruosa pasión.

 

¡Ladrón y pirata!

 

Eso es lo que ella pensaba, sin atenuantes, olvidando los profundos males que él había sufrido, la desesperada situación en la que se había encontrado luego de su escape de Barbados, y todo lo demás que había pasado para hacer de él lo que era. Que hubiera conducido su vida de filibustero con las manos tan limpias como era posible para un hombre comprometido en esas materias no se le había ocurrido a ella como un pensamiento caritativo para mitigar su juicio de un hombre que una vez había estimado. No tenía caridad para él, no tenía misericordia. Lo había juzgado, convicto y sentenciado en una frase. Era un ladrón y pirata a sus ojos, nada más, nada menos. ¿Qué era, entonces, ella? ¿Qué son los que no tienen caridad? le preguntó a las estrellas.

 

Bueno, ella lo había formado hasta ahora, así que la dejaría que lo siguiera formando. Lo había definido ladrón y pirata. Habría que darle la razón. Se comportaría como ladrón y pirata, no más, no menos, tan sin entrañas, tan sin remordimientos como los demás que merecían esos nombres. Olvidaría los ideales con los que había intentado guiar su curso, pondría un fin a su idiota lucha de sacar lo mejor de dos mundos. Ella le había mostrado claramente a cuál pertenecía. Le daría la razón. Ella estaba en su barco, en su poder, y él la deseaba.

 

Rió suavemente, mofándose, mientras se inclinaba, mirando hacia abajo al brillo fosforescente que dejaba el barco en el mar, y su propia risa le sorprendió por su nota maligna. Se detuvo de repente y se estremeció. Un llanto se le escapó, quebrando su explosión de risa. Tomó su rostro en sus manos y encontró una fría humedad en su frente.

 

Mientras tanto, Lord Julian, quien conocía la parte femenina de la humanidad mucho mejor que el Capitán Blood, estaba ocupado en resolver el curioso problema que tan completamente se le había escapado al bucanero. Lo hacía, sospecho, movido por un cierto vago sentimiento de celos. La conducta de la Srta. Bishop en los peligros que habían pasado le habían hecho percibir, finalmente, que una mujer puede no tener las gracias de educada femineidad y, por esa misma falta, ser más admirable. Se preguntaba precisamente cuáles habían sido las antiguas relaciones entre ella y el Capitán Blood, y era consciente de una cierta inquietud que lo impelía a resolver el tema.

 

Los ojos pálidos y somnolientos de su señoría tenían, como he dicho, el hábito de observar las cosas, y su talento era tolerablemente agudo.

 

Se culpaba ahora por no haber observado algunas cosas antes, o, por lo menos, no haberlas estudiado más de cerca, y estaba laboriosamente conectándolas con observaciones más recientes hechas ese mismo día.

 

Había observado, por ejemplo, que el barco de Blood se llamaba el Arabella, y sabía que Arabella era el nombre de la Srta. Bishop, Y había observado todas las raras peculiaridades del encuentro entre el Capitán Bloos y la Srta. Bishop, y los curiosos cambios que ese encuentro había provocado en ambos.

 

La dama había sido monstruosamente mal educada con el Capitán. Era una actitud muy tonta para que tomara una dama en sus circunstancias hacia un hombre en las de Blood; y su señoría no imaginaba a la Srta. Bishop como normalmente tonta. Sin embargo, a pesar de su rudeza, a pesar del hecho de que era la sobrina de un hombre que Blood debía considerar su enemigo, la Srta. Bishop y su señoría habían sido tratados con la máxima consideración en el barco del Capitán. Una cabina había quedado a disposición de cada uno, a las que habían trasladado sus escasas pertenencias remanentes y la doncella de la Srta. Bishop. Les dieron la libertad de la gran cabina, y se habían sentado a la mesa con Pitt, el comandante, y Wolverstone, quien era el lugarteniente de Blood, y ambos les habían mostrado la mayor cortesía. También estaba el hecho de que Blood mismo había evitado casi a propósito, interferir con ellos.

 

La mente de su señoría fue rápida pero cuidadosamente por estos caminos del pensamiento, observando y conectando. Habiendo agotado sus datos, decidió buscar información adicional de la Srta. Bishop. Para ello debía esperar a que se retiraran Pitt y Wolverstone. No tuvo que esperar mucho, porque mientras Pitt se levantaba de la mesa para seguir a Wolverstone, que ya se había ido, la Srta. Bishop lo detuvo con una pregunta:

 

"Señor Pitt," inquirió, "¿no fuisteis vos uno de los que escapó de Barbados con el Capitán Blood?"

 

"Lo fui. Yo también era uno de los esclavos de vuestro tío."

 

"¿Y habéis estado con el Capitán Blood desde entonces?"

 

"Su comandante del barco siempre, señora"

 

Ella asintió. Estaba muy calma y contenida, pero su señoría la notó inusualmente pálida, aunque considerando por todo lo que había pasado no era de extrañar.

 

"¿Alguna vez navegasteis con un francés llamado Cahusac?"

 

"¿Cahusac?" rió Pitt. El nombre le evocaba un recuerdo ridículo. "Sí. Estuvo con nosotros en Maracaibo."

 

"¿Y otro francés llamado Levasseur?"

 

Su señoría se maravilló de que recordara esos nombres.

 

"Sí. Cahusac fue el lugarteniente de Levasseur, hasta que murió."

 

"¿Hasta que quién murió?"

 

"Levasseur. Fue muerto en una de las Islas Vírgenes hace dos años."

 

Hubo una pausa. Luego, con una voz aún mas queda que la anterior, la Srta. Bishop preguntó:

 

"¿Quién lo mató?"

 

Pitt contestó prontamente. No había razón para no hacerlo, aunque encontraba intrigante el interrogatorio.

 

"El Capitán Blood lo mató."

 

"¿Por qué?"

 

Pitt dudó. No era una historia para los oídos de una dama.

 

"Discutieron," dijo brevemente.

 

"¿Fue por una ... una dama?" la Srta. Bishop implacablemente lo persiguió.

 

"Podría ponerse de esa manera."

 

"¿Cuál era el nombre de la dama?"

 

Las cejas de Pitt se levantaron; pero aún así contestó.

 

"La Srta. d'Ogeron. Era la hija del gobernador de Tortuga. Se había ido con este sujeto Levasseur, y ... y Peter la salvó de sus sucias garras. Era un bandido de oscuro corazón, y merecía lo que Peter le dio."

 

"Ya veo. Y.. ¿y aún el Capitán Blood no se ha casado con ella?"

 

"Aún no," rió Pitt, quien conocía el rumor general en Tortuga que decía que Mdlle. d'Ogeron era la futura esposa del Capitán.

 

La Srta. Bisop asintió en silencio, y Jeremy Pitt se dirigió a la puerta, aliviado de que el interrogatorio hubiera terminado. Se detuvo en la puerta para darles una información.

 

"Tal vez os tranquilice saber que el Capitán ha alterado nuestro curso en vuestro provecho. Es su intención poneros a ambos en tierra en la costa de Jamaica, tan cerca de Port Royal como nos animemos a llegar. Ya estamos en camino, y si el viento se mantiene, pronto estaréis en vuestra casa, señorita."

 

"Muy considerado de su parte," dijo su señoría, viendo que la Srta. Bishop no hacía un gesto para contestar. Con los ojos sombríos, permanecía sentada, mirando al vacío.

 

"Realmente, podéis decirlo," asintió Pitt. "Está tomando riesgos que pocos tomarían en su lugar. Pero ése siempre ha sido su modo de actuar."

 

Salió, dejando a su señoría pensativo, esos somnolientos ojos azules de él intensamente estudiando el rostro de la Srta. Bishop; su mente cada vez más inquieta. Finalmente la Srta. Bishop lo miró y habló.

 

"Vuestro Cahusac os contó nada más que la verdad, parece."

 

"Percibí que lo estabais comprobando," dijo su señoría. "Me pregunto precisamente por qué."

 

No recibiendo contestación, continuó observándola en silencio, sus largos dedos jugando con un rizo de la dorada peluca que enmarcaba su rostro.

 

La Srta. Bishop estaba confundida, su ceño fruncido, su melancólica mirada parecía estudiar la punta del fino mantel español que cubría la mesa. Finalmente su señoría quebró el silencio.

 

"Me admira, este hombre," dijo, en su lenta, lánguida voz que parecía nunca cambiar de intensidad. "Que altere su curso por nosotros ya de por sí es un elemento de asombro; pero que tome un riesgo en nuestro beneficio - que se aventure en las aguas de Jamaica ... Me admira, como he dicho."

 

La Srta. Bishop levantó sus ojos, y lo miró. Parecía estar muy pensativa. Luego su labio vaciló curiosamente, casi con desprecio, le pareció a él. Sus finos dedos tamborileaban la mesa.

 

"Lo que es todavía más admirable es que no nos retenga para un rescate", dijo finalmente.

 

"Es lo que os merecéis."

 

"Oh, ¿y por qué si os place?"

 

"Por haberle hablado como lo hicisteis."

 

"Usualmente llamo a las cosas por su nombre."

 

"¿Lo hacéis? ¡Que me condenen! Yo no me enorgullecería de ello. Supone o extrema juventud o extrema tontería." Su señoría, como veis, pertenecía a la escuela filosófica de Lord Sunderland. Añadió luego de un momento. "También lo supone la demostración de ingratitud."

 

Un débil color pasó por sus mejillas. "Su señoría evidentemente está enojado conmigo. Estoy desconsolada. Espero que vuestro enojo sea más sólido que vuestra visión de la vida. Es una novedad para mí que la ingratitud sea una falta que sólo se encuentra en los jóvenes y en los tontos."

 

"No dije eso, señora." Había una aspereza en su tono provocada por la aspereza que ella había usado. "Si me hacéis el honor de escuchar, no me malinterpretaréis. Porque si, a diferencia de vos, no digo siempre precisamente lo que pienso, por lo menos digo lo que quiero decir. Ser desagradecido puede ser humano; pero demostrarlo es infantil."

 

"Yo ... yo no entiendo." Su ceño estaba fruncido. "¿Cómo he sido desagradecida y con quién?"

 

"¿Con quién? Con el Capitán Blood. ¿Acaso no vino a rescatarnos?"

 

"¿Lo hizo?" Su tono era helado. "No tenía noticias de que supiera de nuestra presencia en el Milagrosa."

 

Su señoría se permitió un leve gesto de impaciencia.

 

"Probablemente os disteis cuenta que nos rescató," dijo. "Y viviendo, como habéis hecho, en estos salvajes lugares del mundo, difícilmente podéis ignorar que este Blood se dedica estrictamente a hacer la guerra contra los españoles. Así que llamarlo ladrón y pirata como hicisteis fue exagerar el caso contra él en un momento en que hubiera sido más prudente incluso disminuirlo."

 

"¿Prudente?" Su voz era burlona. "¿Qué tengo que ver con la prudencia?"

 

"Nada - ya veo. Pero, por lo menos, emplead generosidad. Os digo, señora, que en el lugar de Blood nunca habría sido tan amable. ¡Por favor! Cuando consideráis lo que ha sufrido en las manos de sus compatriotas, os podéis maravillar junto conmigo que se tome el trabajo de discriminar entre españoles e ingleses. ¡Ser vendido como esclavo! ¡Ugh!" Su señoría se estremeció. "¡Y a un maldito hacendado colonial!" Abruptamente se detuvo. "Os ruego me perdonéis, Srta. Bishop. Por un momento ..."

 

"Os dejasteis llevar por el calor de vuestra defensa de ese ... ladrón de los mares." El desprecio de la Srta. Bishop era casi feroz.

 

Su señoría la miró nuevamente. Luego entornó sus grandes y pálidos ojos, y puso su cabeza un poco de costado. "Me pregunto por qué lo odiáis tanto," dijo suavemente.

 

Vio una repentina llamarada escarlata en sus mejillas, una pesada nube sobre su frente. La había puesto muy enojada, juzgó. Pero no hubo explosión. Se recuperó.

 

"¿Odiarlo? ¡Por Dios! ¡Qué pensamiento! No me preocupo del sujeto en absoluto."

 

"Pero deberíais, señora." Su señoría dijo lo que pensaba francamente. "Vale la pena tenerlo en cuenta. Sería una adquisición para la armada real - un hombre que puede hacer lo que hizo hoy de mañana. Su servicio a las órdenes de de Ruyter no se desperdició en él. Ése era un gran marino, y - ¡que me condenen! - el alumno merece al maestro si soy un buen juez. Dudo que en la armada real haya alguien que se le parezca. ¡Lanzarse deliberadamente entre esos dos y así dar vuelta el juego sobre ellos! Requiere coraje, recursos, e inventiva. Y nosotros, marineros de agua dulce, no fuimos los únicos engañados por su maniobra. El almirante español no adivinó su intento hasta que fue muy tarde y Blood lo tenía en sus manos. Un gran hombre, Srta. Bishop. Un hombre que vale la pena tenerlo en cuenta."

 

La Srta. Bishop se sintió motivada al sarcasmo.

 

"Deberíais usar vuestra influencia con Lord Sunderland para que el rey le ofrezca un nombramiento."

 

Su señoría rió suavemente." Por mi fe, ya está hecho. Tengo su nombramiento en mi bolsillo." Y aumentó el asombro de ella con una breve exposición de las circunstancias. con ese asombro la dejó, y fue en busca de Blood. Pero todavía estaba intrigado. Si ella hubiera sido un poco menos vehemente en su actitud hacia Blood, su señoría hubiera estado un poco más feliz.

 

Encontró al Capitán Blood caminando en la cubierta del alcázar, un hombre mentalmente exhausto de luchar contra el demonio, aunque de esta particular ocupación su señoría no podía tener sospechas. Con la amigable familiaridad que estilaba, Lord Julian deslizó un brazo bajo el del Capitán, y comenzó a pasear a su lado.

 

"¿Qué es esto?" le espetó Blood, cuyo estado de ánimo era fiero y crudo. Su señoría no se inmutó.

 

"Deseo, señor, que seamos amigos," dijo suavemente.

 

"¡Eso es muy condescendiente de vuestra parte!"

 

Lord Julian ignoró el obvio sarcasmo.

 

"Es una extraña coincidencia que nos hayamos encontrado de esta manera, considerando que vine a las Indias especialmente para buscaros."

 

"No sois en absoluto el primero en hacer eso, " se burló el otro. "Pero han sido fundamentalmente españoles, y no han tenido vuestra suerte."

 

"Me malentendéis completamente," dijo Lord Julian. Y procedió a explicar su misión.

 

Cuando hubo terminado, el Capitán Blood, quien hasta ese momento había estado quieto bajo el embrujo de su asombro, se desembarazó del brazo de su señoría, y se plantó frente a él.

 

"Sois mi invitado sobre este barco," dijo, "y todavía tengo algunas nociones de comportamiento decente que me quedan de otros tiempos, aunque sea ladrón y pirata. Así que no os diré lo que opino de que os animéis a traerme esta propuesta, o de Lord Sunderland - dado que es vuestro pariente, por el descaro de mandarla. Pero no me sorprende de que alguien que es ministro de James Stuart pueda concebir que todo hombre puede ser seducido por un soborno para traicionar a los que han confiado en él." Y apuntó con su brazo al lugar del barco de donde venía el melancólico canto de los bucaneros.

 

"Nuevamente me malentendéis," gritó Lord Julian, entre preocupación e indignación. "No es la idea. Vuestros seguidores estarán incluidos en el nombramiento."

 

"¿Y pensáis que irán conmigo a cazar a sus hermanos - la Hermandad de la Costa? Por mi alma, Lord Julian, sois vos quien entiende mal. ¿No quedan nociones de honor en Inglaterra? Oh, y hay más que eso, todavía. ¿Pensáis que tomaré un nombramiento del Rey James? Os digo que no me ensuciaré las manos con eso - aunque sean las manos de un ladrón y pirata. Ladrón y pirata es lo que escuchasteis a la Srta. Bishop llamarme hoy - algo para despreciar, un marginal. ¿Y quién me hizo eso? ¿Quién me hizo ladrón y pirata?"

 

"Si fuisteis un rebelde ..." su señoría estaba comenzando.

 

"Debéis saber que no fui eso - ningún rebelde. Ni siquiera se pretendió que fuera así. Si fuera, podría perdonarlos. Pero ni siquiera pudieron poner ese disfraz en su locura. Oh, no; no hubo error. Fui condenado por lo que hice, ni más ni menos. Ese vampiro sanguinario Jeffreys - ¡mal rayo lo parta! - me sentenció a muerte, y su valioso patrón James Stuart luego me envió como esclavo, porque había llevado a cabo un acto de piedad; porque con compasión y sin pensamiento de credo o política había intentado aliviar los sufrimientos de una criatura humana; porque había curado las heridas de un hombre sentenciado por traición. Esta fue toda mi ofensa. Lo encontraréis en los registros. Y por eso fui vendido como esclavo: porque por la ley de Inglaterra, administrada por James Stuart violando las leyes de Dios, quien alberga o conforta a un rebelde es también culpable de rebelión. ¿Podéis soñar, hombre, lo que es ser un esclavo?"

 

Se detuvo de repente en la misma cima de su pasión. Por un momento estuvo en silencio, luego se la sacó de encima como si hubiera sido una capa. su voz descendió nuevamente. Rió con cansancio y desprecio.

 

"¡Pero mirad! Me enfurezco por nada. Me explico, creo, y sabe Dios que no es mi costumbre. Os agradezco, Lord Julian, por vuestras amables intenciones. Estoy agradecido. Pero tal vez entenderéis. Me parece que lo haréis."

 

Lord Julian permanecía quieto. Estaba profundamente conmovido por las palabras del otro, el apasionado, elocuente estallido que en pocos agudos, claramente definidos trazos había presentado de forma tan convincente el amargo caso del hombre contra la humanidad, su completa apología y justificación por todo lo que se le podía achacar. Su señoría miró a ese franco, intrépido rostro brillando en la luz de la gran linterna de popa y sus ojos se turbaron. Estaba avergonzado.

 

Suspiró profundamente. "Una pena," dijo lentamente. "¡Oh, que me condenen - una maldita pena!" Extendió su mano, provocado por un repentino y generoso impulso. "¡Pero sin ofensas entre nosotros, Capitán Blood!"

 

"Oh, sin ofensas. Pero ... soy un ladrón y un pirata." Rió sin alegría, y sin estrechar la mano extendida, giró sobre sus talones.

 

Lord Julian se quedó un momento mirando la alta figura que se movía yéndose. Luego dejando que sus brazos colgaran a sus lados, derrotado, partió.

 

Justo en la puerta del corredor que llevaba a la cabina, se encontró con la Srta. Bishop. Pero ella no salía, porque su espalda estaba hacia él, y se movía en su misma dirección. La siguió, su mente demasiado llena del Capitán Blood para ocuparse justo en ese momento de sus movimientos.

 

En la cabina, se dejó caer en una silla, y explotó, con una violencia totalmente ajena a su naturaleza.

 

"Que me condenen si alguna vez he encontrado a un hombre que me caiga mejor, o incluso un hombre que me caiga igual de bien. Y sin embargo, nada se puede hacer con él."

 

"Eso escuché," admitió ella con una voz muy baja. Estaba muy blanca, y mantenía su vista en sus manos enlazadas.

 

Él levantó la vista sorprendido, y luego se sentó observándola con una mirada melancólica. "Me pregunto, ahora," dijo de repente," si el daño es vuestra culpa. Vuestras palabras le han causado encono. Me las lanzó una y otra vez. No tomará el nombramiento del rey, no quiso ni siquiera tomar mi mano. ¿Qué se puede hacer con alguien así? Terminará colgado de un palo mayor, con su suerte. Y el loco quijotesco está corriendo al peligro en este momento en nuestro beneficio."

 

"¿Cómo?" le preguntó ella con un repentino interés.

 

"¿Cómo? Habéis olvidado que está navegando hacia Jamaica, y que Jamaica es el centro de la flota inglesa? Cierto que vuestro tío las comanda ..."

 

Ella se inclinó sobre la mesa para interrumpirlo, y él observó que su respiración era trabajosa, que su ojos se dilataban con alarma.

 

"¡Pero no hay esperanza para él en eso1" gritó. "¡Oh, no os imagináis! ¡No tiene un peor enemigo en el mundo! Mi tío es un hombre duro y rencoroso. Creo que fue sólo por la esperanza de capturar y colgar al Capitán Blood que mi tío dejó Barbados y aceptó la gobernación de Jamaica. El Capitán Blood no sabe eso, por supuesto ..." Se detuvo con un pequeño gesto de impotencia.

 

"No creo que hiciera la menor diferencia si lo supiera," dijo su señoría gravemente. "Un hombre que puede perdonar a un enemigo como Don Miguel y tomar esta firme actitud conmigo no puede ser juzgado con las reglas ordinarias. Es caballeresco al punto de idiotez."

 

"Y sin embargo ha sido lo que ha sido y ha hecho lo que ha hecho en estos tres años", dijo ella, pero lo dijo con pesar ahora, sin el anterior desprecio.

 

Lord Julian fue sentencioso, como creo que lo era normalmente. "La vida puede ser infernalmente compleja", suspiró.

 


Date: 2016-01-03; view: 576


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