Home Random Page


CATEGORIES:

BiologyChemistryConstructionCultureEcologyEconomyElectronicsFinanceGeographyHistoryInformaticsLawMathematicsMechanicsMedicineOtherPedagogyPhilosophyPhysicsPolicyPsychologySociologySportTourism






CAPÍTULO 10. DON DIEGO

Don Diego de Espinosa y Valdez se despertó, y con ojos lánguidos en una dolorida cabeza, miró alrededor de la cabina, inundada de luz del sol por las ventanas cuadradas. Luego gimió, y cerró los ojos nuevamente, impelido por el monstruoso dolor de su cabeza. Yaciendo así, intentó pensar, ubicarse en tiempo y espacio. Pero entre el mal de su cabeza y la confusión en su mente, encontró imposible cualquier pensamiento coherente.

 

Una indefinida sensación de alarma lo llevó a abrir sus ojos nuevamente, y una vez más observar lo que lo rodeaba.

 

No había duda que se encontraba en la gran cabina de su propio barco, el Cinco Llagas, así que esta vaga desazón debía ser, seguramente, sin fundamento. Y sin embargo, hilos de memoria que fluían ahora lo obligaban a insistir con inquietud que algo no estaba como debería. La posición baja del sol, llenando la cabina con luz dorada, le sugerían inicialmente que era temprano en la mañana, suponiendo que el navío marchaba hacia el oeste. Luego se le ocurrió una alternativa. Podían estar navegando al este, en cuyo caso debía ser tarde en el día. Que navegaban lo podía sentir por el suave movimiento del barco. ¿Pero cómo estaban navegando y él, el comandante, no sabía si el rumbo era este u oeste, y no podía recordar hacia dónde iban?

 

Su mente volvió a la aventura de ayer, si era de ayer. Tenía claro lo fácil que había sido el éxito de la invasión en la Isla de Barbados, cada detalle vívido en su memoria hasta el momento en que, volviendo a la nave, había pisado su propia cubierta nuevamente. Allí su memoria cesaba abrupta en inexplicablemente.

 

Había comenzado a torturar su mente con conjeturas, cuando se abrió la puerta y para la creciente confusión de Don Diego, pudo ver a su mejor traje entrar a la cabina. Era un traje singularmente elegante y característicamente español, de tafeta negra con encaje plateado que había sido hecho para él un año atrás en Cádiz, y conocía tan bien cada detalle que era imposible que se equivocara.

 

El traje se detuvo para cerrar la puerta, y avanzó hacia el sillón en que Don Diego estaba tendido, y dentro del traje vino un caballero alto y delgado, de más o menos el mismo tamaño y forma que Don Diego. Viendo los ojos muy abiertos y asombrados del español sobre él, el caballero apuró el paso.

 

"¿Despierto, eh?" dijo en español.

 

El hombre echado miró hacia arriba sorprendido, a un par de ojos azul claro que lo miraban desde un rostro bronceado y sardónico, enmarcado por rizos negros. Pero estaba demasiado sorprendido para responder.



 

Los dedos del extraño tocaron la parte de arriba de la cabeza de Don Diego, a lo que Don Diego gritó con dolor.

 

"¿Suave, eh?" dijo el desconocido. Tomó la muñeca de Don Diego entre el pulgar y el índice. Y finalmente, el intrigado español habló.

 

"¿Sois un doctor?"

 

"Entre otras cosas." El caballero moreno continuó su estudio del pulso del paciente. "Firme y regular," anunció finalmente, y soltó la muñeca. "No habéis sufrido gran daño."

 

Don Diego trabajosamente intentó sentarse en el sillón de terciopelo rojo.

 

"¿Quién diablos sois vos?, preguntó. "¿Y qué diablos estáis haciendo con mi ropa y en mi barco?"

 

Las cejas negras se levantaron, y una leve sonrisa curvó los labios de la ancha boca.

 

"Aún deliráis, me temo. Este no es vuestro barco. Este es mi barco y éstas son mis ropas."

 

"¿Vuestro barco?" repitió el otro, estupefacto, y aún más estupefacto añadió: "¿Vuestras ropas? Pero ... entonces ..." Desorbitados sus ojos miraron a su alrededor. Observó la cabina nuevamente, escrutando cada objeto familiar. "¿Estoy loco?" preguntó nuevamente. "¿Seguro este barco es el Cinco Llagas?"

 

·"Es el Cinco Llagas."

 

"Entonces ..." El español se desarmó. Su mirada se volvió aún más confusa. "Válgame Dios", gritó, como un hombre en estado de angustia. "¿También me diréis que sois Don Diego de Espinosa?"

 

"Oh no, mi nombre es Blood - Capitán Peter Blood. Este barco, como este elegante traje, es mío por derecho de conquista. Tal como vos, Don Diego, sois mi prisionero."

 

Inquietante como era la explicación, sin embargo tranquilizó a Don Diego, siendo mucho menos inquietante que las cosas que estaba comenzando a imaginar.

 

"Entonces ... ¿no sois español?"

 

"Halagáis mi acento castellano. Tengo el honor de ser irlandés. Estabais pensando que había ocurrido un milagro. Y así es - un milagro ideado por mi genio, que es considerable."

 

Sucintamente ahora el Capitán Blood despejó el misterio con una relación de los hechos. Era una narración que cambiaba de rojo a blanco por turnos las facciones del español. Puso una mano atrás de su cabeza, y allí descubrió, en confirmación de la historia, una protuberancia grande como un huevo de paloma. Finalmente, observó desesperado al sardónico Capitán Blood.

 

"¿Y mi hijo? ¿Qué hay de mi hijo?" gritó. "Estaba en el bote que me trajo abordo."

 

"Vuestro hijo está a salvo; él y la tripulación de ese bote junto con vuestro artillero y sus hombres están cómodamente con grilletes bajo la escotilla.

 

Don Diego se hundió hacia atrás en el sillón, sus oscuros ojos brillando fijos en la cara morena sobre él. Recobró su control. Después de todo, tenía el estoicismo propio de su oficio. La suerte se había puesto en su contra en esta aventura. El resultado se había dado vuelta en el mismo momento del éxito. Aceptó la situación con la actitud de un fatalista.

 

Con total calma inquirió:

 

"¿Y ahora, señor Capitán?"

 

"Y ahora," dijo el Capitán Blood - para darle el título que había asumido - " siendo un ser humano, lamento encontrar que no habéis muerto del golpe que os hemos dado. Porque eso quiere decir que tendréis el trabajo de morir nuevamente."

 

"¡Ah!" Don Diego aspiró profundamente. "¿Pero es eso necesario?" preguntó, sin aparente perturbación.

 

Los ojos azules del Capitán Blood aprobaron su comportamiento. "Preguntáoslo vos mismo", dijo. "Decidme, como un experimentado y sanguinario pirata, ¿qué haríais vos en mi lugar?"

 

"Ah, pero hay una diferencia." Don Diego se sentó para discutir el tema. "Reside en el hecho de que alardeáis de ser un hombre humano."

 

El Capitán Blood se sentó sobre el borde de la larga mesa de roble. "Pero no soy un tonto, "dijo, " y no permitiré que mi natural sentimentalismo irlandés se coloque en el camino de mis obligaciones necesarias y adecuadas. Vos y vuestros diez bandidos sobrevivientes son una amenaza en este barco. Más aún, no está tan bien aprovisionada de agua y comida. Verdad que afortunadamente somos un pequeño número, pero vos y vuestra gente lo incrementan inconvenientemente. Así que mirado por donde sea, veis que la prudencia sugiere que nos privemos del placer de vuestra compañía, y acallando nuestros blandos corazones por lo inevitable, os invitemos a saltar por la borda."

 

"Ya veo," dijo el español pensativamente. Levantó sus piernas del sillón y se sentó en el borde, sus codos en sus rodillas. Había tomado la medida de este hombre, y lo encontró con una urbanidad burlona y una distancia educada que coincidía con su modo de ser. "Confieso," admitió, "que hay mucha razón en lo que decís."

 

"Sacáis un peso de mi mente," dijo el Capitán Blood. "No quisiera parecer innecesariamente duro, especialmente desde que mis amigos y yo os debemos tanto. Porque, no importa lo que haya sido para los demás, para nosotros vuestra invasión en Barbados fue más que oportuna. Estoy contento, entonces, que aceptéis que no tengo otra opción."

 

"Pero, mi amigo, no dije tanto."

 

"Si hay alguna alternativa que podéis sugerir, estaré muy feliz de considerarla."

 

Don Diego acarició su negra y puntiaguda barba.

 

"¿Podéis darme hasta la mañana para reflexionar? Mi cabeza duele tan endemoniadamente que soy incapaz de pensar. Y esto, debéis admitir, es un tema que necesita serias reflexiones."

 

El Capitán Blood se puso de pie. De un estante tomó un reloj de arena de media hora y lo colocó del tal forma que el bulbo con la arena roja quedó arriba, y lo puso sobre la mesa.

 

"Lamento presionaros en esta materia, Don Diego, pero un turno es todo lo que os puedo dar. Si cuando esta arena haba bajado no podéis proponer una alternativa aceptable, con todo mi pesar tendré que pedir que vos y vuestros amigos os vayáis."

 

El Capitán Blood saludó con la cabeza, salió y pasó cerrojo a la puerta. con los codos en sus rodillas y la cabeza en sus manos, Don Diego se sentó mirando la arena que filtraba del bulbo de arriba al de abajo. Y mientras observaba, las líneas de su delgada cara morena se profundizaban. Puntualmente cuando los últimos granos caían, la puerta se reabrió.

 

El español suspiró, y se sentó derecho para enfrentar al Capitán Blood que volvía, con la respuesta por la que venía.

 

"He pensado en una alternativa, señor capitán; pero depende de vuestra caridad. Es que nos dejéis en tierra en una de las islas de este pestilente archipiélago, y nos dejéis para que nos arreglemos solos."

 

El Capitán Blood contrajo sus labios. "Tiene sus dificultades," dijo lentamente.

 

"Temía que fuera así." Don Diego suspiró nuevamente, y se puso de pie. "No digamos más nada."

 

Los ojos azul claro jugaron sobre él como puntas de acero.

 

"¿No teméis morir, Don Diego?"

 

El español sacudió hacia atrás su cabeza, un frunce entre sus ojos.

 

"La pregunta es ofensiva, señor."

 

"Entonces dejadme ponerlo de otra manera - tal vez más feliz. ¿No deseáis vivir?"

 

"Ah, eso lo puedo contestar. Sí deseo vivir, y más aún deseo que viva mi hijo. Pero ese deseo no me convertirá en un cobarde para vuestro entretenimiento, señor burlón." Fue el primer signo del menor calor o resentimiento.

 

El Capitán Blood no contestó directamente. Como antes, se ubicó en la esquina de la mesa.

 

"Estaríais dispuesto, señor, a ganar la vida y la libertad - para vos, vuestro hijo, y los otros españoles que están abordo?"

 

"¿Ganarla?" dijo Don Diego, y los observadores ojos azules no dejaron de observar el temblor que lo recorrió. "¿Ganarla, decís? Si el servicio que proponéis no hiere mi honor ..."

 

"¿Podría ser culpable de eso?", protestó el Capitán. "Reconozco que incluso un pirata tiene su honor." Y entonces explicó su oferta. "Si miráis por esa ventana, Don Diego, veréis que parece que hubiera una nube en el horizonte. Es la isla de Barbados bien a popa. Todo el día hemos estado nevegando al este a favor del viento con un solo intento - poner la mayor distancia posible entre Barbados y nosotros. Pero ahora, casi fuera de la vista de tierra, tenemos una dificultad. El único hombre entre nosotros con conocimientos de navegación está delirando, de hecho como resultado de un mal tratamiento que recibió en tierra antes de que lo trajéramos con nosotros. Puedo manejar un barco en acción, y hay uno o dos hombres que me pueden asistir; pero de los altos misterios del manejo de un barco y el arte de encontrar un camino sobre el océano sin huellas, no sabemos nada. Llegar a tierra, e ir vagabundeando en esto que llamáis con tanto acierto un archipiélago pestilente, es para nosotros un desastre, como tal vez entendéis. Y llegamos a esto: queremos ir a la colonia holandesa de Curaçao lo más directo posible. ¿Me dais vuestra palabra de honor que si os dejo libre nos llevaréis allí? Si es así, os dejaré libre con vuestros hombres al llegar."

 

Don Diego bajó su cabeza a su pecho, y caminó pensando hacia las ventanas. Allí se quedó mirando hacia afuera sobre el mar iluminado por el sol y la estela que provocaba el barco sobre el agua - su barco, que estos perros ingleses le habían burlado; su barco, que se le proponía llevar a salvo a un puerto donde lo perdería completamente y probablemente sería reacondicionado para hacer la guerra sobre sus compatriotas. Esto estaba en un plato de la balanza; en el otro estaban las vidas de dieciséis hombres. Catorce le importaban poco, pero las restantes eran la suya y la de su hijo.

 

Giró finalmente, con su espalda a la luz, el Capitán no pudo ver qué pálido estaba.

 

"Acepto", dijo.

 


Date: 2016-01-03; view: 532


<== previous page | next page ==>
CAPÍTULO 9 . LOS REBELDES CONVICTOS | CAPÍTULO 11. DEVOCIÓN FILIAL
doclecture.net - lectures - 2014-2024 year. Copyright infringement or personal data (0.011 sec.)