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Capítulo XXXIV

 

– El Viejo está arrepentido.

Víctor Rumbo se levantó del peñasco en el que estaban sentados, al pie del faro de Cons, cerca de las cruces de los marineros muertos, y tiró un guijarro plano al agua. Se volvió y miró de frente a Fins:

– Arrepentido de ser bueno contigo.

– ¿Qué pensaba? ¿Que iba a comprarle dinamita?

– ¿Ves como eres un fanático? Tiene razón el Viejo. ¿Qué trabajo te cuesta ser más amable? Más… honesto.

– ¿Honesto? ¿De qué hablas?

– Sí. Poner un precio. Eso es lo honesto.

– ¿Y tu precio? Ayúdame. Sal de la telaraña cuanto antes. Esto no va a durar siempre, Brinco. Esto va a estallar.

– Tú eres tonto. No me devuelvas la oferta. Yo no voy a ser un chivato. Un delator. ¿Sabes por qué? Por una simple razón. Porque hay más pasta de este lado. El Viejo dijo: Ve y habla con él, todavía no estoy seguro de si es tonto del todo o no. Y yo le pregunté: ¿Cómo puedo saberlo, Mariscal? Y él dijo: Si quema el dinero, es que es tonto. ¿Qué dan por un poli muerto, Fins? Tal vez una medalla. Y unas líneas de pésame en el periódico.

– A veces, ni eso.

– ¿Quieres medallas? Te compramos medallas. ¿Quieres prensa? Mejor salir de vivo que de muerto.

– Sí, siempre estás un poco más animado.

Rieron juntos por vez primera, después de tanto tiempo.

– Y podrías dedicarte a la fotografía artística.

Mientras hacía su proposición, Víctor Rumbo sacaba unas fotos del bolsillo interior de la cazadora. Le alargó una a Malpica.

– Verás que tenemos gente de confianza en todas partes. Esta me la hiciste en el campo de aviación de Porto, con Mendoza. Fue un viaje interesante, como sabrás.

– Sí, algo sé -dijo Fins, sobreponiéndose al impacto. Sin más ceremonial, extendió la mano para que Víctor le pasase otra imagen. El otro jugó con la segunda foto. Dibujó con ella en el aire el movimiento en arco de una aeronave.

– Esta no la hiciste tú.

Malpica escudriña en todos los rincones del papel fotográfico. Trata de descubrir si es un montaje. Está asombrado. Y asustado. Se ve a Brinco con el capo colombiano Pablo Escobar. Muy risueños.

– Sí, sí… ¡Mírala bien! No, no estás alucinando, Malpica. Con Pablo Escobar, en la hacienda Nápoles, entre Medellín y Bogotá. Tenías que ver el zoo. Elefantes, hipopótamos, jirafas, lagunas con cisnes de cuello negro… Pero a él lo que más le gustan son los coches. Ese día estaba como loco. Le habían traído uno de los coches que conducía James Bond, el agente 007, en el cine. Un regalo de su mujer. También me enseñó el coche que había pertenecido a Bonnie and Clyde… No, no le busques el truco. Auténtica. Foto histórica, ¿eh?



Alarga la mano y Malpica se la devuelve en silencio.

– ¿Cuánto piensas que vale?… ¿O cuánto valía?

Brinco sacó un mechero y prendió fuego a la foto. La dejó arder hasta que la última llama se apagó en la pinza de sus dedos. Después, pasó una tercera y última fotografía a Fins.

– ¡Esta sí que es lo máximo! Mi preferida. Una obra de arte.

Una de las fotografías tomadas por Fins desde la dársena. En ella se ve a Leda en la ventana de espía, con expresión de goce, los ojos cerrados, la boca entreabierta, y a Víctor abrazándola por detrás.

– Aquel día la monté bien, sí señor. Puedes quedártela…

Se levantó. Tiró otra lasca de piedra al mar. Emprendió el camino hacia el automóvil, aparcado en la pista que lleva al faro. Pero antes se volvió:

– El día que sepas tu precio, lo pones en el reverso.

 

– ¿Y qué?

Mariscal estaba allí, a la espera, en el reservado del Ultramar.

– Se metió a feo y ya no hay quien lo saque -dijo Brinco.

El Viejo iba a decir algo que interrumpió con una tos. Tenía esa habilidad. Se daba cuenta a tiempo de lo improcedente y entonces usaba la técnica de ahogarlo en la garganta.

– El padre… ¿No preguntó nada de su padre?

– No. No hablamos de la Antigüedad.

– Mejor -dijo el Viejo.

Se levantó, hizo pendular la bengala, y miró hacia el búho: «Mutatis mutandis, ¿qué hay de esa compañera, esa otra Pesquisas que lo ayuda?».

– Esa es otra. No para de escarbar. No tiene miedo a nada.

– Algo tendrá.

– Tener tiene un gato. ¡No sabía que había gatos policía!

Brinco había respondido con sorna y el Viejo sabía apreciar ese esfuerzo.

– Una vez, en el cine, alguien tiró un gato desde el gallinero. Deshizo la sesión. No sabes tú lo complicado que es cazar un buen gato.

 


Date: 2016-01-03; view: 554


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